Espectáculos
Jueves 16 de agosto de 2007
LA NACION/Sección 4/Página 5
Exhibición: cine, pochoclo y negocios
El tiempo le sienta bien a Willis Muy buena
✩✩✩✩ Duro de matar 4.0 (Live Free or Die Hard, Estados Unidos/2007). Dirección: Len Wiseman. Con Bruce Willis, Timothy Olyphant, Justin Long, Maggie Q, Cliff Curtis, Jonathan Sadowski, Kevin Smith y Mary Elizabeth Winstead. Guión: Mark Bomback. Fotografía: Simon Duggan. Música: Marco Beltrami. Edición: Nicolas De Toth. Diseño de producción: Patrick Tatopoulos. Distribuidora: 20th. Century Fox. Duración: 129 minutos. Para mayores de 13 años.
Entre los varios méritos que ostenta Duro de matar 4.0 hay uno que sobresale particularmente en medio de la cada vez más extendida tendencia de los estudios de Hollywood a producir una secuela tras otra: esta cuarta entrega de la popular y muy eficaz serie de acción encabezada desde 1988 por Bruce Willis está a la altura de las tres anteriores. Y este simple logro, que debería ser la norma, alcanza casi la dimensión de proeza entre tantas continuaciones que parecen concebidas con desgano, como si fueran conducidas en piloto automático. Algunos podrán cuestionarle a este muy meritorio trabajo de Len Wiseman (un director que apenas tenía en su filmografía dos entregas de la mediocre saga vampírica Inframundo) algunas mínimas concesiones o podrán reivindicar con mayor énfasis los hallazgos de las tres primeras partes dirigidas por el talentoso John McTiernan y por Renny Harlin, pero Duro de matar 4.0 tiene todo lo que un producto de estas características necesita para (re)conquistar a un público exigente y a estas alturas muy curtido en estas lides: ritmo trepidante, solidez en el manejo de la tensión y el suspenso, escenas espectaculares y, por supuesto, un héroe de acción como Willis, que, a los 52 años, sigue siendo capaz de sostener con simpatía, credibilidad, potencia física y humor a su ya mítico detective John McClane.
Los complejos Hoyts cambian de dueño Continuación de la Pág. 1, Col. 1
FOX
Duro de matar 4.0 incluye escenas espectaculares y de gran producción
Como ocurre hoy con Clint Eastwood o con Harrison Ford y, hasta hace poco, con el ahora líder político Arnold Schwarzenegger, la veteranía de Willis no sólo no es una carencia, sino que constituye un plus humorístico para su papel, ya que la autoparodia y la ironía se convierten en aliados del experimentado McClane. Tras su excelente trabajo en el policial 16 calles junto con el actor negro Mos Def, Willis recupera en Duro de matar 4.0 el concepto de la buddy-movie, o sea, las desventuras de dos seres absolutamente opuestos entre sí, pero que terminan no sólo entendiéndose, sino también complementándose.
En este caso, la contraparte de McClane es Matthew (Justin Long), un joven hacker que debe ayudarlo a combatir a una poderosa (y despiadada) organización de expertos en nuevas tecnologías capaz de jaquear la seguridad de los Estados Unidos y sembrar el caos infiltrando los sitios del FBI, del control de tránsito, de las redes de transporte de energía, de las corporaciones mediáticas, de los holdings de comunicación, del sistema financiero, etc. A nivel formal, la película ofrece un look clásico, que a estas alturas quiere decir casi old-fashioned, sustentándose más en el trabajo prodigioso de los dobles de riesgo y no tanto en la pirotecnia de los efectos generados por
computadora, que aquí, a contramano de la tendencia actual que propugna un despliegue incesante y casi obsceno de alardes técnicos, tienen un uso cuidado, limitado y funcional. Duro de matar 4.0 es una película contundente y efímera, que quizá no deje demasiado sedimento más allá de la adrenalina que propone y de esa satisfacción primaria e inmediata que ofrece. Pero lo hace con los recursos nobles y genuinos del buen cine de acción y con el carisma incombustible de un Bruce Willis al que –como ocurre con los verdaderamente grandes– el paso del tiempo le sienta muy bien.
Diego Batlle
Menú muy liviano y escaso condimento Regular
✩✩ Sin reservas (No Reservations, EE.UU./2007, color; hablada en inglés). Dirección: Scott Hicks. Con Catherine Zeta-Jones, Aaron Eckhart, Abigail Breslin, Bob Balaban, Brian F. O’Byrne, Patricia Clarkson, Celia Weston. Guión: Carol Fuchs, basado en el libro cinematográfico del film Mostly Martha, de Sandra Nettelbeck. Fotografía: Stuart Dryburgh. Música: Philip Glass. Edición: Pip Karmel. Presentada por Warner Bros. Duración: 105 minutos. Calificación: apta para todo público.
Kate es una estrella de la cocina, como lo saben todos los que concurren al cotizado restaurante del West Village que es su reino. Ella responde a su vocación de chef con visible apasionamiento, es perfeccionista, obsesiva: tiene todo bajo control. Si va al analista, no lo hace porque esté incómoda consigo misma ni porque proyecte algún cambio, sino por exigencia de la dueña del local, que sabe de sus destempladas reacciones cuando alguien se atreve a ponerle un pero a su comida, y aspira a moderarlas. Los días de Kate transcurren sin sobresaltos, salvo los que se derivan de la rutina gastronómica. ¿Para qué le haría falta tener una vida allí afuera? La vida está en la cocina, y si queda algún rato libre será para compartirlo con su hermana y su pequeña sobrina, que ahora mismo están por llegar de visita a Nueva York.
WARNER
Aaron Eckhart y Catherine Zeta Jones, con poca química
Con un cuadro tan despojado de conflictos como el que muestra la película en su prólogo, cualquiera puede pronosticar que alguno, más bien grave, se avecina. Pronóstico acertado: la fatalidad dispone que Kate deba hacerse cargo de la nena, lo que, en el fondo, no será sino el primero de la larga serie de problemas que la protagonista deberá afrontar. (Todos los cuales van llegando de a uno, sin sorpresas, con lo que el espectador puede seguir con
el juego de pronósticos sin temor a equivocarse.)
Amor en la cocina El segundo problema le llega a Kate en la persona del chef, que, por lo menos transitoriamente, deberá reemplazarla en la cocina: es un galán parlanchín y seductor, experto en ópera y comida italiana, que se confiesa su más rendido admirador, pero ni con eso puede evitar que ella lo mire con desconfianza. Hay rivalidad en puerta, pero ya se sabe que
si ella y él se llevan como perro y gato es porque al final habrá romance. Más aún si entre ellos dos hay una nenita (Abigail Breslin, de Pequeña Miss Sunshine) que de acuerdo con el más puro modelo hollywoodense es un pozo de sabiduría y sentido común. Tanta previsibilidad no es lo más recomendable para una comedia, pero al director Scott Hicks la cuestión no parece afligirlo mucho, ocupado como está en aderezar con toquecitos sentimentales y/o lacrimógenos la sencilla receta romántico-humorística con la que espera complacer a un público aficionado al entretenimiento light, por no decir ñoño. Aspiración algo exagerada si se tiene en cuenta que la química entre Catherine Zeta Jones y Aaron Eckhart prácticamente no existe, que el humor viene en dosis pequeñísimas y que a la falta de conflictos que exhibe la historia (tomada de un film europeo aquí conocido en video como Bella Martha) se suman personajes escuálidos y diálogos sin excesiva chispa. Eso sí: todo es grato a la vista y al oído, transcurre en ambientes sofisticados y elegantes, entre personajes de muy buena presencia y platos de aspecto más que tentador, mientras en la banda sonora Philip Glass deja espacio a algunos fragmentos de ópera y a otras melodías de raíz itálica, entre ellas la siempre rendidora Via con me, de Paolo Conte. Si con esos ingredientes basta, la mesa está servida.
Fernando López
Un país de revista, con Jorge Guinzburg, antes de su cierre definitivo. En las últimas semanas se confirmó también la venta, por parte de la australiana Hoyts y la norteamericana AMC Entertainment, de la operación de las salas correspondientes a la Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, a un fondo inversor de capitales creado a fines de 2006 –Linzor Capital Partners– conformado por el chileno Alfredo Irgoin y el norteamericano Tim Purcell (hijo de Henry Purcell, propietario del hotel Sky Portillo Chile), ambos ex ejecutivos de JP Morgan, con la que en 1994 fundaron la cadena mexicana Cinemex, que vendieron en 2002. El primero junto con el clan venezolano Ulivi (con una fortuna valuada en 3.000.000.000 de dólares) son dueños –en el país presidido por Hugo Chávez– de la cadena Cines Unidos. La compra del 85% de Hoyts por parte de Linzor y el 15 % restante por parte de
los Ulivi fue por 70.000.000 de dólares. En Venezuela, Cines Unidos maneja una docena de complejos multipantalla. En poco tiempo tendrán a su cargo las operaciones de las 159 salas de Hoyts de la región: 89 en la Argentina –63 en Buenos Aires, 16 en Córdoba y 8 en Salta– que en 2006 vendieron 7 millones de tickets. En Chile, Hoyts disputa el segundo lugar en la oferta de exhibición nacional; en Brasil, tiene un complejo en Garulhos, con salas para 4500 espectadores, mientras que en Uruguay las del Patio Olmos y Nuevocentro, de Montevideo, y las del Punta Shopping, en Punta del Este. En principio, se conservará la marca del circuito, pero sin el General Cinema. Es incierto el destino de los logos originales y en particular de Pochoclín, una simpática bolsa de pochoclos con cara, brazos y piernas que invita a apagar celulares y a no consumir fast food durante las funciones en las que, por si no quedó claro, también se proyectan películas.