El Sistema y el Sujeto Parlante “El Sistema y el Sujeto Parlante” fue publicado en el Times Literary Supplement (12 de octubre, pp. 1249-52) y luego reimpreso en The Tell- Tale Sign. A Survey of Semiotics (Lisse, Netherlands: The Peter de Ridder Press, 1075) por Thomas A. Sebeok (ed.). En unas pocas páginas este ensayo presenta una mirada provocadora del campo de la semiótica tal como lo entiende Kristeva. Distinguiendo entre “semiología” o “estructuralismo” por un lado y “semiótica” o “semanálisis” por el otro, Kristeva logra mantener dicho estructuralismo haciendo énfasis en lo tético o la fase estática del lenguaje y postulándola como una estructura homogénea, a la vez que retoma lo semiótico como aquello que le permite capturar la naturaleza fundamentalmente heterogénea del lenguaje en tanto discurso enunciado por un sujeto parlante. Así, para el semanálisis, el lenguaje es un proceso significante y no simplemente un sistema estático. Con miras a establecer esta nueva ciencia del signo, Kristeva retoma a Hegel, Marx y Freud. La práctica lingüística, tal como la entiende la autora, es al mismo tiempo sistema y transgresión (negatividad), es un producto de ambos: la base pulsional de la producción sonora y el espacio social en que toma lugar la enunciación. Dado el énfasis que la semiótica le otorga a la heterogeneidad del lenguaje, se presenta la siguiente paradoja: siendo la semiótica un metalenguaje (un lenguaje que habla del lenguaje) no puede sino homogeneizar su objeto en el propio discurso. En este sentido, la semiótica parecería estar estructuralmente imposibilitada de practicar aquello que predica. Sin embargo, para Kristeva, la naturaleza paradójica de la empresa semiótica no conduce a la parálisis, sino a una renovada creatividad. Al encontrarse atrapada en esta paradoja, la semiótica se encuentra siempre forzada a analizar su propia posición discursiva y así renovar su conexión con las fuerzas heterogéneas del lenguaje que -según Kristeva- es lo que hace del lenguaje una estructura productiva en primer lugar. Este ensayo resume los principales temas de la obra lingüística más importante de Kristeva: Révolution du language poétique (1974) traducido por Margaret Waller como Revolution in Poetic Language (1984). ‘The System and the Speaking Subject’ debe leerse en su preocupación por la naturaleza ética o política del semanálisis como modo de pensamiento que
Kristeva, Julia (2002). “The System and the Speaking Subject” en The Kristeva Reader (24-33) Toril Moi Ed. Traducción: Natalia Clelia Suniga 1
subvierte las creencias establecidas en el orden y la autoridad; más aún, debe leerse en el contexto de ‘The Ethics of Linguistics’, publicado en Polylogue (1977) y traducido en Desire in Language (1980). Algunos de los conceptos principales que quedaron sin definición en ‘The System and the Speaking Subject’ (lo tético, el genotexto, el fenotexto) son desarrollados y definidos en los pasajes de Revolution que aparecen en este mismo volumen en el capítulo 5 (Mirar particularmente los capítulos titulados ‘The Thetic: Rupture and/or Boundary y ‘Genotext and Phenotext’.)
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El Sistema y el Sujeto Parlante
Resulta posible hablar de un descubrimiento específicamente semiótico que va más allá de la diversidad, la irregularidad y la disparidad de las investigaciones actuales en dicho campo. Lo que la semiótica ha descubierto al estudiar las ‘ideologías’ (mitos, rituales, códigos morales, artes, etc) como sistemas-signo es que la ley que gobierna o, si se prefiere, la mayor fuerza que afecta toda práctica social, yace en el hecho de que significa, que es articulada como lenguaje. Toda práctica social además de ser el objeto de determinaciones externas (económicas, políticas, etc.), también es determinada por un conjunto de reglas significantes (dado que existe un orden del lenguaje; que este lenguaje tiene una doble articulación -significado/ significante-; que esta dualidad se sostiene en una relación arbitraria con el referente; y que todo funcionamiento social está marcado por la escisión entre el referente y lo simbólico y por el cambio de significado a significante que le resulta coextensivo). En este sentido, uno podría decir que lo que ha descubierto la semiótica es el hecho de que hay una ley social general, que esta ley es la dimensión simbólica dada en el lenguaje, y que toda práctica social ofrece una expresión específica de dicha ley. Un descubrimiento de este tipo interrumpe las especulaciones características del idealismo que a lo largo de su historia ha reclamado el dominio del sentido como subordinado a sí mismo, oponiéndose a permitir tanto determinaciones externas como ajustes internos. Del mismo modo actúa con el sociologismo vulgar o aquellas suposiciones que, bajo el mal definido término de ‘ideología’, definen superestructuras determinadas -sin excepción- externamente. El 2
enfoque semiológico se identifica a sí mismo, desde Hjelmslev en adelante, como un antihumanismo que se corre de aquellos debates -que aún hoy se siguen produciendo- entre filósofos donde unos argumentan a favor de la trascendencia con una causalidad inmanentemente ‘humana’ mientras otros argumentan a favor de una ‘ideología’ cuya causa es externa y, por lo tanto, trascendente, pero donde ninguno es consciente de la lingüística y -en un nivel más general- de la lógica semiótica de la socialidad en la que el sujeto (parlante, histórico) se encuentra embebido. Y aún así, la semiótica, a través de sus intentos por posicionarse como una teoría de prácticas usando el lenguaje como modelo, restringe el valor de su descubrimiento al campo de aquellas prácticas que no hacen más que favorecer el principio de la cohesión social, del contrato social. En otras palabras, en tanto la lingüística se ha auto- establecido como la ciencia de un objeto (‘lenguaje’ o ‘discurso’1) que obedece a la necesidad de comunicación social a la vez que es inseparable de la socialidad, toda semiótica que adopte este modelo lingüístico podrá hablar sólo sobre aquellas prácticas sociales -o aquellos aspectos de las prácticas sociales- que favorezcan tal intercambio social: una semiótica que consigna el aspecto sistemático, ‘sistematizador’ o informacional de las prácticas significantes. No es difícil ver por qué su punto fuerte debería ser el estudio de las reglas de parentesco y los mitos como ejemplos de conocimiento de la comunidad. Tampoco resulta dificultoso observar que no puede seguir únicamente el modelo lingüístico o el principio de sistematicidad si también intenta abordar prácticas significantes que, si bien fomentan la comunicación social, son al mismo tiempo las áreas privilegiadas donde esto se pone al servicio de un uso no utilitario, las áreas de la transgresión y el placer: uno piensa en la especificidad del ‘arte’, de lo ritual, de ciertos aspectos de los mitos, etc. Lo que aquí -donde se involucran las limitaciones de una concepción habitual de la semiótica- se cuestiona no es meramente la presuposición teórica en que dicha concepción se basa y que influye en el descubrimiento -en cualquier campo- de analogías con el sistema del lenguaje. Tal rigidez ha servido meramente para aliviar la falencia misma de la lingüística: establecida como ciencia y focalizada en el lenguaje como código social, la ciencia de la lingüística no tiene forma de aprehender nada del lenguaje que pertenezca al juego, al placer o al deseo en vez de al contrato social (o, si intenta tenerlos en cuenta, se encuentra forzada a 1
‘Language’, ´speech´ or ´discourse´ [N. de la T.] 3
infringir su pureza epistemológica y auto-denominarse estilística, retórica, poética: formas aleatorias de discurso sin estatus empírico). Alcanzamos un punto crucial en la investigación semiótica: su posible despliegue como crítica a sus propias presuposiciones. No debe permitirse que la semiótica sea una mera aplicación a las prácticas significantes del modelo lingüístico -o cualquier otro modelo-. Su raison d’être -si es que tiene una- debe consistir en identificar la coacción sistemática dentro de cada práctica significante (usando con ese propósito, ‘modelos’ originales o prestados), pero sobre todo, en ir más allá de eso, para especificar aquello que cae por fuera del sistema y caracteriza como tal la especificidad de dicha práctica. Una fase de la semiología está terminada: aquella que va desde Saussure y Pierce a la Escuela de Praga y el Estructuralismo y ha hecho posible la descripción sistemática de la coacción social y/o simbólica dentro de cada práctica significante. Criticar esta fase por su “sesgo ideológico” -sea fenomenológico o más específicamente fonológico o lingüístico- sin reconocer su contribución al revelar y caracterizar la causalidad inmanente y/o la presencia de una coacción social- sistemática en cada funcionamiento social, lleva a un rechazo de lo simbólico y/o de la thesis (en el sentido que Husserl le da al término) social indispensable para toda práctica. Este rechazo es compartido tanto por la filosofía idealista, en su descuido en relación con el histórico rol socializante de lo simbólico, como por los distintos dogmatismos sociológicos que suprimen la especificidad de lo simbólico y su lógica en la ansiedad por reducirlos a un determinante ‘externo’. Desde mi punto de vista, una crítica a esta ‘semiología de los sistemas’ y a sus fundamentos fenomenológicos sólo es posible si parte de una teoría del sentido que debe ser necesariamente una teoría del sujeto parlante. Ya es parte del sentido común que el renacimiento de la lingüística producido bajo el nombre de Gramática Generativa -cualquiera sean sus variaciones y mutaciones- está basado en la rehabilitación de la concepción cartesiana del lenguaje como un acto llevado a cabo por un sujeto. Con una mirada minuciosa, tal como ciertos lingüistas (de Jakobson a Kuroda) han demostrado en los últimos años, este ‘sujeto parlante’ resulta ser, de hecho, el ego trascendental que, desde la perspectiva de Husserl, subyace a todas y cada una de las síntesis predicativas si ‘ponemos entre paréntesis’ la externalidad lógica o lingüística. La Gramática Generativa, basada firmemente en este sujeto, no sólo expresa la verdad del lenguaje que el estructuralismo describe como sistema -el acto de un ego que ha roto 4
momentáneamente su conexión con esa externalidad, que puede ser social, natural o inconsciente- sino que crea para sí misma la oportunidad de describir, mejor que sus predecesores, la lógica de este acto tético -comenzando por una infinidad de afirmaciones que cada lengua nacional sujeta a sistemas estrictos de reglas. Ahora bien, este sujeto trascendental no es la preocupación principal del renacimiento semiológico, de modo que si la semiología se basa en la concepción del lenguaje propia de la Gramática Generativa no quedará más allá de la reducción -aún comúnmente característica de ésta- de las prácticas significantes a su aspecto sistemático. Con respecto al sujeto y a la significación, es la revolución freudiana la que me parece que ha logrado desplazar definitivamente la épistémé occidental de su presunta centralidad. Pero si bien los efectos de esa revolución han sido trabajados magníficamente y con autoridad en los escritos de Jacques Lacan en Francia, o, de manera diferente, en la anti- psiquiatría inglesa de R. D. Laing y David Cooper, no han logrado ir lo suficientemente lejos como para afectar la concepción semiótica del lenguaje y sus prácticas. La teoría del sentido ahora se encuentra en una encrucijada: o bien permanecerá como intento de formalizar sistemas de sentido incrementando la sofisticación de las herramientas lógico- matemáticas que permiten formular modelos con base en una concepción (más bien anticuada) de sentido como el acto de un ego trascendental arrancado de su propio cuerpo, su inconsciente y también su historia; o se adaptará a la teoría del sujeto parlante como sujeto dividido (consciente/ inconsciente) y continuará intentando especificar los tipos de operaciones características de los dos lados de la separación, exponiéndolos a aquellas fuerzas extrañas a la lógica de lo sistemático -por un lado, a procesos bio- psicológicos (que ya son parte de los procesos significantes, lo que Freud denominó ‘pulsiones’) y, por otro, a restricciones sociales (estructuras familiares, modos de producción, etc.). Siguiendo este último camino, la semiología o -tal como he sugerido llamarlo- el semanálisis, concibe el sentido no como un signo- sistema sino como un proceso significante. Dentro de este proceso uno puede ver la liberación y la posterior articulación de las pulsiones como constreñidas por el código social sin por ello ser reducidas al sistema del lenguaje como genotexto y al sistema significante -como se presenta a sí mismo a la intuición fenomenológicacomo fenotexto, descripto en términos de estructura o de competencia/ rendimiento o según otros modelos. La presencia del genotexto dentro del fenotexto se halla indicada por aquello que llamo 5
una disposición semiótica2. En el caso, por ejemplo, de una práctica significante tal como el ‘lenguaje poético’, la disposición semiótica estará dada por las múltiples desviaciones respecto de las reglas gramaticales del lenguaje: efectos articulatorios que vuelven a cambiar el sistema fonológico hacia su base articulatoria, fonética y, consecuentemente, hacia las bases pulsionalmente gobernadas de la producción sonora; la sobredeterminación de un lexema por múltiples significados que no son utilizados cotidianamente pero que son acumulados como resultado de su aparición en otros textos; irregularidades sintácticas como las elipsis, las supresiones no- recuperables, la incorporación/ agregación indefinida, etc; el reemplazo de la relación entre los protagonistas de cualquier enunciación tal como funcionan en un acto locutorio -ver el trabajo de J. L. Austin y John Searle- por un sistema de relaciones basado en la fantasía; etc. Estas variaciones pueden ser descriptas parcialmente por medio de los llamados procesos primarios (desplazamiento, condensación -o metonomia, metáfora), transversales a los procesos lógico- simbólicos que funcionan en las síntesis predicativas hacia el establecimiento del sistema del lenguaje. Estos procesos han sido descubiertos por el estructuralismo, siguiendo a Freud, en el nivel ‘más bajo’, fonológico, de la síntesis lingüística. A éstos se le deben agregar la compulsión por la repetición, pero también ‘operaciones’ características de la topología y capaces de establecer funciones entre el código significante y el cuerpo fragmentado del sujeto parlante así como los cuerpos de sus compañeros familiares y sociales. Toda función que supone una frontera (en este caso la fisura creada por el acto de nombrar y la síntesis lógico- lingüística que desencadena) y la transgresión de dicha frontera (la aparición repentina de nuevas cadenas significantes) es relevante para cualquier tipo de práctica significante, donde la práctica es entendida como la aceptación de la ley simbólica junto con la transgresión de dicha ley con el propósito de renovarla. El momento de la transgresión es el momento clave de la práctica: podemos hablar de práctica donde sea que haya una transgresión de la sistematicidad, por ejemplo, una transgresión de la unidad propia del ego trascendental. El sujeto de la práctica no puede ser el sujeto trascendental que carece de cambio, de la división en la unidad lógica traída por el lenguaje que separa -dentro del cuerpo significante- el orden simbólico del trabajo de la libido (que se revela mediante la disposición semiótica). Identificar la disposición semiótica significa de hecho, 2
Semiotic disposition [N. de la T.] 6
identificar el cambio en el sujeto parlante, su capacidad de renovar el orden en que se encuentra atrapado sin poder escapar; y esa capacidad es, para el sujeto, la capacidad de goce. Sin embargo, debe recordarse que si bien puede describirse en términos de operaciones y conceptos, esta lógica de cambios y divisiones que lleva al infinito el límite de lo simbólico nos conduce hacia operaciones heterogéneas respecto del sentido y su sistema. De este modo quiero decir que estas ‘operaciones’ son pre- sentido y pre- signo (o trans-sentido, trans- signo) y que nos hacen retornar a procesos de división en la materia viva de un organismo sujeto a constricciones biológicas así como a normas sociales. Aquí parece indispensable redefinir y extender la teoría de las pulsiones de Melanie Klein junto con el estudio psico- lingüístico de la adquisición del lenguaje (previendo que este estudio es concebido como algo más que la mera reiteración de lo que se encuentra ampliamente demostrado en y por el sistema lingüístico del ego trascendental). El punto no es reemplazar la semiótica de los sistemas significantes por consideraciones del código biológico adecuadas a la naturaleza de quienes lo utilizan -un ejercicio tautológico, después de todo, dado que el código biológico ha sido modelado en el sistema del lenguaje. Es más bien postular la heterogeneidad de las operaciones biológicas con respecto a las operaciones significantes y estudiar la dialéctica de aquello, esto es, el hecho de que a pesar de que se encuentren sujetos a los códigos significantes y/o sociales, ellos infringen el código en la dirección de permitirle al sujeto obtener placer de ello, renovarlo, incluso ponerlo en peligro, allí donde los procesos no son bloqueados por él mediante la represión o la ‘enfermedad mental’. Dado que es en sí mismo un metalenguaje, la semiótica no puede más que postular su heterogeneidad: tan pronto como hable sobre ella, homogeneiza el fenómeno, lo conecta con el sistema, pierde su control. Su especificidad sólo puede ser preservada en las prácticas significantes que son las que desencadenan la heterogeneidad como cuestión: el lenguaje poético se libera del código del lenguaje; la música, el baile, la pintura, reordenan las pulsiones psíquicas que no han sido utilizadas por los sistemas dominantes de simbolización y así renuevan su propia tradición; y (de manera diferente) la experiencia con drogas permite buscar y hacer uso de esta heterogeneidad y de la fractura resultante del código simbólico que ya no puede ‘sostener’ más a sus sujetos (parlantes). Pero si la semiótica reconoce abiertamente su incapacidad para aprehender la heterogeneidad de los procesos significantes si no es reduciéndola a su sistematicidad, ¿declara 7
de este modo su propia bancarrota intelectual? Todo lo que -en investigaciones actuales- es sólido e intelectualmente adecuado impulsa a quienes lo persiguen a poner énfasis en los límites de su propio metalenguaje en relación con los procesos significantes. Tal metalenguaje puede sólo aprehender esa parte del proceso significante que pertenece al dominio del metalenguaje general del que son tributarios sus esfuerzos; el (vasto) resto ha sido, históricamente, encontrar un hogar en la religión (notoriamente, si no más o menos marginalmente, asociado con el reflejo semiótico desde los Estoicos), ascendiendo mediante teorías medievales del modi significandi, el Art of Combinations de Leibniz, hacia la fenomenología o el positivismo. Sólo ahora, y sólo con base en una teoría del sujeto parlante como sujeto de un proceso heterogéneo, la semiótica puede mostrar que lo que hay por fuera de su modo de operación metalingüística -el ‘resto’, la ‘pérdida’- es lo que en el proceso del sujeto parlante representa el momento en que el sujeto es puesto en acción, puesto a prueba, ejecutado3: una heterogeneidad, respecto del sistema, que opera dentro de la práctica y es propensa -si no es vista por lo que es- a ser reificada en una trascendencia. Ahora podemos captar todas las ambigüedades del semanálisis que desmitifica la lógica de la elaboración de toda reducción trascendental y, con este mismo propósito, exige el estudio de cada sistema significante como práctica. Así, intenta revelar la negatividad que Hegel ha visto en acción como subyacente a toda racionalidad pero que, mediante un golpe magistral, él mismo subordinó al conocimiento absoluto. El semanálisis puede pensarse como el sucesor directo del método dialéctico; sin embargo, la dialéctica que permanece será genuinamente materialista, dado que reconoce la materialidad -la heterogeneidad- de dicha negatividad cuya base concreta Hegel no había podido ver y que los marxistas mecanicistas han reducido a una externalidad meramente económica. ¿C. S. Pierce no ha arribado ya a lo que la dialéctica parece prometer al escribir ‘mi filosofía resucita a Hegel, aunque en un disfraz extraño’? Redescubrir la práctica al modo del sistema, rehabilitando lo que es heterogéneo al sistema del sentido y lo que pone en cuestión al sujeto trascendental: éstas son, a mi parecer, las bases que maneja actualmente la semiótica. Y sin embargo, al dedicarse a esta tarea, conduce los aspectos precarios o gozables de la práctica hacia un sistema que mediante este mismo hecho asume inmediatamente su lugar dentro del código social dominante. Siendo un agente de cohesión social -dada su fuerza metalingüística 3
La autora utiliza la expresión put to death. [N. de la T.] 8
explicativa-, la semiótica contribuye a la formación de aquella imagen confortante que ofrece toda sociedad cuando entiende todo, incluyendo hasta las prácticas que la consumen voluntariamente. Si, a pesar de todo, la aventura semiótica puede ser justificada, es con base en la necesidad histórica. Las actuales mutaciones del capitalismo y el re-despertar político y económico de las civilizaciones antiguas (India, China) han llevado a la crisis a los sistemas simbólicos en los que se hallaba encerrado el sujeto occidental oficialmente definido como sujeto trascendental y en los que ha sobrevivido por dos mil años. La teoría marxista, siendo aún una herramienta poderosa para entender los determinantes económicos de las relaciones sociales, tiene poco para decir en lo que respecta a esta crisis en particular: no es una teoría del sentido o del sujeto. No hay sujeto en el racionalismo económico del Marxismo. Lo hay en la revolución marxista, pero los ‘padres fundadores’ no han dejado ninguna reflexión al respecto, mientras que los marxistas académicos de hoy día no pueden esperar por deshacerse -en nombre de cierto proceso ‘objetivo’- tanto del sentido como del sujeto, o por eludir una teoría del sujeto que resultará ser el sujeto de la mirada de la Razón de Hegel, esto es, el sujeto de la Razón burguesa, invitándonos luego a pensar toda práctica significante como su imagen. ¡Lejos de la revolución, del deseo, e incluso de la negatividad hegeliana! El marxismo mecanicista aún se encuentra pagando sus deudas con Feuerbach y su posición humanista de la dialéctica. Si entonces puede verse una brecha entre el materialismo dialéctico y las prácticas significantes y sus sujetos, la semiótica será el lugar desde el que pueda realizarse un intento de articular una nueva concepción: evitando el apresamiento que supone el mecanismo de la transferencia psicoanalítica y de la descripción formalista, la semiótica puede establecer la lógica heterogénea de las prácticas significantes y localizarlas -finalmente y por medio de su sujeto- en las relaciones de producción históricamente determinadas. La semiótica puede conducir a una tipología histórica de las prácticas significantes al reconocer dentro de ellas el estatus específico del sujeto parlante. De este modo, dado que la temporalidad significante no es coextensiva con los modos de producción, arribamos a la posibilidad de una nueva perspectiva de la historia, quizás incluso un nuevo principio para fraccionar el tiempo histórico. Tal como ya lo había expuesto la semiótica ‘clásica’, el discurso adquiere significado a partir de la(s) persona(s) a la(s) que se dirige. La semiótica de las prácticas significantes se dirige a todos aquellos que, comprometidos con una práctica desafiante, de innovación o experimento 9
personal, se hallan frecuentemente tentados a abandonar sus discursos como forma de comunicar la lógica de dicha práctica -siendo que las formas dominantes del discurso (desde la gramática positivista hasta el sociologismo) no tienen lugar para ella- y a exiliarse voluntariamente en aquello que Mallarmé denominó un ‘indicible qui ment’, beneficiando así una práctica que debe permanecer silenciada. La semiología de las prácticas significantes, por contraste, está lista para escuchar cualquiera o todos esos esfuerzos que, desde la elaboración de una nueva posición para el sujeto parlante, han renovado y rediseñado el estatus del sentido dentro de los cambios sociales hasta el punto en que el orden mismo del lenguaje está siendo renovado: Joyce, Burroughs, Sollers. Este es un gesto moral inspirado por el afán de hacer inteligible, y por lo tanto socializable, aquello que moviliza la base de la sociabilidad. En lo que a esto respecta, el semanálisis continúa con el descubrimiento de la semiótica que mencionamos al comienzo: se posiciona a sí mismo al servicio de la ley social que requiere sistematización, comunicación, intercambio. Pero para hacer esto, debe respetar, inevitablemente, otra condición más reciente -y una que neutraliza el fantasma de la ‘pura ciencia’-: el sujeto del metalenguaje semiótico debe, aunque brevemente, ponerse a sí mismo en cuestión, debe emerger del caparazón protector del ego trascendental y restaurar su conexión con la negatividad pulsionalmente gobernada, aunque también social, política e histórica, que desgarra y renueva el código social.
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