el sentido de la vida religiosa en la modernidad

desierto de lo imprevisible que produce miedo y sospecha. Un desierto ...... arriesgados. Vivimos sin miedo a la hipoteca, a la educación de los hijos, a los vai-.
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EL SENTIDO DE LA VIDA RELIGIOSA EN LA MODERNIDAD ALEJANDRO FER~ÁNDEZ,om

Presidente de Confer Nacional

''lvfis poderes son escasos. No he logrado trizar un cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a ras del suelo. }.fi solidaridad se man~fiesta sobre todo en el contagio: padezco de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es la palabra". Olga Orozco

ESTÁ PASANDO EL TREl'l DE LA :\iODERNIDAD

¿Quién no ha experimentado el vértigo de la velocidad alguna vez en su vida? ¿Ese vértigo que hemos disfrutado subiendo a la montaña rusa y ese mareo que nos ha producido bajar a toda velocidad desde la altura? Vértigo y mareo aderezan la vivencia que los religiosos y religiosas viven hoy en su deseo de ser consagrados. La vida consagrada no ha renunciado a la aventura de subir a las alturas y vencer la ley de la gravedad pero en ese empeño lleva adosado el mareo y el vértigo. Se han derrumbado muchos andamios y los consagrados estamos viviendo en la incertidumbre, en la provisionalidad. Por una parte seguros de que así no podemos seguir por mucho tiempo; por otro con la expectativa de la novedad y de los cambios que anhelamos y buscamos y no acabamos de concretar. Para unos éste es un tiempo apasionante, el mejor de los tiempos posibles; para otros éste es un tiempo desnortado, laicista y rompedor que perciben más como una amenaza que como una gracia. Lo cierto es que el mundo se mueve a velocidad de vértigo. Están cambiando todos los esquemas, todos los valores, todos los intereses. Unos se esfuerzan para que nada cambie convencidos de que lo de antes funcionó y puede seguir funcionando; otros militando por un cambio rápido, acelerado, rompe-

- 4dor, insatisfechos porque así no puede sostenerse nada. En el seno de una misma comunidad nos estamos encontrando representantes de los que echan el freno a todo lo nuevo y aquellos que pisan el acelerador de una manera provocadora. Hay conflictos y maneras muy opuestas de entender la vida comunitaria, la pobreza, las normas, el carisma, la libertad individual, el compromiso social y político, la castidad, la pastoral, la obediencia, la comunicación, la afectividad ... Hay casi tantos estilos de consagración como consagrados, cuando hace sólo unas décadas los patrones de consagración estaban medidos y cortados por iguaL ¡Qué extraña era entonces la disidencia! ¡Qué extraña resulta ahora la clonación, aunque algunos se empeñen en ella! Esto que pasa en la vida religiosa está pasando, con sus matices, en el conjunto de la iglesia, sobre todo en los países más desarrollados, en la sociedad y en la politica. Este tiempo nuestro es el de la diversidad y la pluralidad; y para este tiempo tan diverso hemos de diseñar una vida consagrada que no desentone, que no sea diplodocus intentando subir a las escaleras mecánicas de los modernos centros comerciales. Resulta cuando menos chocante contemplar a un viejo caballero andante, con su annadura y su lanza en ristre, cruzando un paso de Cebra en el centro de la gran ciudad si no es en tiempo de carnaval. Hay un tren que está pasando a la velocidad del AVE. No es aquel tren de vagones cansados y humeantes que chirriaban subiendo las cuestas y había que alimentar con mucho carbón para que no nos dejara tirados. Este tren es de alta velocidad y se llama modernidad. Y además para muy poquito; lo suficiente para que suba el que quiera subir y nada más. La vida religiosa está esperando en el andén de este tiempo que le ha tocado vivir. Sueña con nuevas estaciones y horizontes. O sube ahora que el AVE se ha detenido en la estación o pierde definitivamente la oportunidad de trasladarse. Mañana puede ser ya tarde para llegar a tiempo a su destino. EL ÓRDAGO DE LA MODERNIDAD A LA VIDA RELIGIOSA

La vida religiosa ocupó en el pasado un lugar prominente y necesario. No en vano ha sido mirada con admiración y respeto y ha logrado atravesar muchos siglos con la mirada finne y los pies tempranos. ¿Cuántas instituciones pueden presumir de haber pervivido durante casi diecisiete siglos con una enorme vitalidad? ¿Cuántas instituciones han tenido una capacidad tan grande de convocatoria y de atractivo? Pero este tiempo nuestro de búsqueda y de movilidad se ha puesto el calcetín al revés y nos ha dejado descolocados. Desde las aceras de la modernidad se nos está

-5lanzando un desafío que no podemos eludir: ¿Vienes o te quedas? Y este grito lo estamos oyendo todos pero no todos queremos oírlo. Desmantelar y ponemos de nuevo en camino significa abandonar muchas seguridades conocidas y entrar en ese desierto de lo imprevisible que produce miedo y sospecha. Un desierto que, además, hemos de atravesar de noche porque no hemos encontrado un consenso de valores suficientes para que no nos tiemble la mano cuando queremos hilar fino. Todos los momentos de cambio, y éste lo es de manera subrayada, van acompañados de muchas zozobras y temores, de tentaciones de buscar refugios y aganarse a seguridades cuando más azota el huracán. Pero no podemos elegir el tiempo ni el desierto que hemos de vivir y atravesar. Nuestro tiempo es éste y el desierto el que se abre ante nosotros cada mañana. Las cosas son como son y no como nosotros quisiéramos que fueran. Este órdago que nos lanza la modernidad necesita una respuesta firme. O bien nos achicamos y perdemos inevitablemente la partida; o bien nos hacemos fuertes y envidamos con la esperanza de sorprender a la modernidad con nuestras viejas cartas de siempre, por viejas, marcadas. Ésta es la ventaja a la que podemos aganarnos; que no somos adolescentes inseguros ante una modernidad avasalladora, sino avezados caminantes por los siglos y las crisis de la historia. El órdago está ahí y la palabra la tenemos ahora nosotros. Bt:SCAR EL SENTIDO, UNA RESPONSABILIDAD

Sería una insensatez esquivar la búsqueda del sentido de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que queremos alcanzar. Sería una necedad imperdonable. Meter la cabeza debajo del ala no siempre ha sido la mejor estrategia frente al león. Este tiempo nuevo nos demanda una búsqueda nueva del sentido que acompaña nuestras opciones como consagrados. Tenemos que preguntarnos, sin consultar los viejos tratados de antaño, si hoy nuestra vida y nuestro estilo tienen sentido, si pueden tenerlo, si lo perciben nuestros compañeros de camino, si interesa a alguien y aporta algo al duro quehacer de los que nos acompañan. El lince, a pesar de ser un lince, está en peligro de extinción y tal vez sea porque no se ha preguntado qué aporta de nuevo frente al gato que ha optado por ser domesticado y protegido o frente al felino salvaje y agresivo que ha decidido ser ampliamente libre. Y hasta que el lince no se pronuncie en una o en otra dirección va a necesitar estrategias de protección, caras y complicadas, que no van a durar toda la eternidad. En los próximos años el lince tiene el peligro de quedar exclusivamente disecado en un laboratorio de ciencias naturales como preciosa reliquia del pasado. Y no le van a salvar preciosas teo-

-6rías publicadas en los libros sino solamente apuestas vitales y firmes de buscar un hábitat adecuado y adoptar estrategias seguras. Es verdad que la vida religiosa está en manos del Espíritu; exactamente igual que estaban los templarios y sin embargo ahora sólo podemos encontrarlos en el celuloide y en los espacios virtuales. El espíritu ya pone lo suyo pero nosotros no podemos dejar de poner lo nuestro. No

TODO LO QUE HA TENIDO SENTIDO LO TIENE EN LA ACTUALIDAD

En el pasado hemos disfrutado de instituciones y sociedades, grupos y estrategias que han dado muy buen resultado. El empeño de Cristóbal Colón por llegar a las Indias por una ruta nueva y menos controlada acabó en una de las mayores epopeyas de toda la historia, como fue el encuentro de civilizaciones de Europa y América. A nadie se le ocurriría hoy intentar descubrir una nueva tierra con una barquita de madera para repetir aquel acontecimiento de tanta trascendencia. Lo que tuvo un enorme sentido entonces lo ha perdido totalmente en la actualidad. La toria está atravesada por una energía impresionante y cambiante. Lo que realmente define a la historia es el dinamismo y el cambio. El ayer es sólo un tizón del fuego de hoy; y este fuego de hoy es sólo una cerilla del incendio del mañana. La creación está en continua expansión y movimiento, evoluciona y se perfecciona sin cesar, tal vez porque tiene nostalgia del perfecto que la habita en su origen y en su ocaso, que es Cristo. La renovación de la vida religiosa en este momento pasa necesariamente por el dinamismo. Nadie, o muy pocos, cuestionaron en su momento la inquisición. En aquel contexto se veía con mucha transparencia la necesidad de mantener ciertas verdades y luchar contra ciertas mentiras. Apenas existían el relativismo y lo negro era negro y sólo negro. Hoy sabemos que el negro no existe; es solamente ausencia de luz y disponemos de un panorama más amplio para analizar la realidad. Por eso nos horroriza la inquisición y sentimos vergüenza ajena de aquellos bárbaros que, para mayor inri, tenían intenciones de ser buenos. Parece claro que no todas las raíces del pasado han dado lugar a ramas sanas. Y eso mismo sucede en el huerto de la vida religiosa. Realidades que a lo largo de la historia han sido indiscutibles timones de santidad y fidelidad están hoy fuertemente cuestionadas cuando no despreciadas. La ley ha sido durante muchos años signo inequívoco de fidelidad y santidad. Hoy la ley, despersonalizada y deshumanizada, puede convertirse en una oscura mazmorra de infelicidad y sufrimiento inaceptable. Por eso se han ido abriendo paso nuevos horizontes de búsqueda y nuevos cimientos donde apoyar nuestras

-7vidas y nuestras voluntades. Desde la ley hemos puesto rumbo a la vida comunitaria, a la misión, a la búsqueda de Dios, y a la integración de todas ellas que parece lo más convincente en los últimos tiempos. Cambian los iconos, cambian los paradigmas, cambiamos nosotros. Si de algo somos conscientes los consagrados de hoy es de que hemos cambiado mucho y además que lo hemos hecho para bien; por tanto no debe ser tan malo y peligroso eso de ponernos en actitud de cambio. Yo percibo, con mucha claridad, que esta vida de hoy, tal como la estamos viviendo y sintiendo, tiene, por suerte, los días contados. Lo dicen con toda claridad los jóvenes cuando se resisten a formar parte de nuestras filas conscientes de que algo se desmorona debajo de nuestros pies; lo decimos los religiosos que estamos dentro cuando tenemos que torear todos los días una serie interminable de mediocridades y dependencias que acortan de manera significativa nuestras alas y nuestros deseos de felicidad y de libertad, de autenticidad y de búsqueda. Y esta insatisfacción no es sólo una queja reivindicativa de los jóvenes; es una queja permanente de los mayores que perciben que esto ya no es lo que era. Nuestras vidas no son, por supuesto, pequeños infiemos aceptados, pero quisiéramos que tuvieran un poco más de sabor a cielo. No es mucho pedir para aquellos que miramos al cielo todos los días. Vamos, pues, a adentrarnos en el bosque de la búsqueda de sentido de nuestra vida. Vamos a descubrir los lobos que cruzan nuestros senderos y los jardines que se esconden entre los matorrales inexplorados. Hasta Moisés envió exploradores a la tierra prometida para no verse sorprendido por una novedad amenazante. HAY SENTIDOS DISTINTOS SEGÚN QUIIÍ:N LOS BUSQUE

En este momento hay varios sentidos de la vida religiosa dependiendo de quién los busque. Estos sentidos no dependen únicamente de la edad y del momento que cada uno esté viviendo, pero ¿qué duda cabe? influye mucho la experiencia y el momento vital que cada uno vive. No es lo mismo ver los toros desde la barrera que sentirse de repente abandonado y solo en medio de la arena de la plaza. En la plaza el protagonista es el torero. Un hombre que hace mucho tiempo tomó la alternativa y tiene larga experiencia de verónicas y de cornadas. Cuando sale a recibir el toro, su mirada está templada por la experiencia aunque no deja de sentir el miedo primero de su juventud. Está convencido de que el toreo ya no es lo que era; de que faltan maestros y belleza como la de antaño. Tiene la seguridad de

-8que las nuevas figuras vienen con otro estílo, con otra estética, con otras técnicas ante las que él se siente ya impotente. Prefiere mantener su estilo aunque no sea tan vistoso, con tal de no ser comeado de muerte ante una faena aJTíesgada y poco conocida. Esta es la vida consagrada de los expetios que hoy son mayoría, y no precisamente silenciosa, en esta plaza de la consagración. Interiormente admiran el estilo nuevo y provocador de las nuevas figuras, su libertad y su espontaneidad, pero no lo reconocerán nunca públicamente porque eso iría en menoscabo de su maestría largamente reconocida. Vienen detrás, empujando con fuerza los novilleros. Unos a punto de tomar la altemativa, otros con la altemativa tan reciente que se sienten novatos. Están convencidos de que un nuevo estilo de torear tiene que abrirse paso para convocar más y mejor al personal y para que el espectáculo sea un nuevo motivo de convocatoria. Cualquier cosa antes de que la fiesta se venga abajo con más de lo mismo. Estos novilleros arriesgan y se lanzan, pero el espacio y las oportunidades que se les abren son más bien escasas. Y son muy pocos los que acaban tomando la altemativa y muchos los que abandonan después de crueles comadas de inexperiencia y falta de realismo. Les puede la ilusión y el idealismo y eso mismo los comea y los mata. Resulta sobrecogedor ver cuántos consagrados y sacerdotes jóvenes abandonan en los primeros cinco aílos de su andadura. Están después los maletillas. Sueñan con llegar un día a ser novilleros y toreros pero el panorama que se abre delante de ellos les parece excesivamente arriesgado y con muy pocas garantías de éxito. Y prefieren esperar detrás de los burladeros hasta que las cosas cambien significativamente y el peligro inminente desaparezca. Salen de vez en cuando, si el toro está lejos pero vuelven enseguida a los burladeros cuando el peligro se hace inminente. Así anda la plaza. Y unos y otros, convencidos de la belleza de ser toreros, se plantean si merece la pena en las circunstancias actuales serlo o no serlo. Hay crisis en la vocación de los toreros y de vez en cuando alguno de los maestros abandona los medos en plena juventud, tal vez cuando más se esperaba de él. Pero dejemos el mundo taurino que tiene demasiadas comadas y vayamos al mundo de la vida religiosa del presente que no tiene menos. *Una vida religiosa de los mayores y para ellos

Aquellos consagrados que han vivido un estilo de vida religiosa clásico y que han tenido que enfrentarse a cambios muy fuertes están hoy, en general, bastante

-9escépticos y acomodados ante el nuevo cambio que les pide la modernidad. Esto ya es demasiado, piensan. Creen que han tenido que vivir siempre en la provisionalidad y ahora, cuando podían disfrutar de un tiempo de experiencia y serenidad, la arena se mueve bajo sus pies como no lo había hecho nunca. Cuando éramos jóvenes -dicen- deseábamos ser superiores para poder disfmtar de una autoridad necesaria; ahora que somos superiores nos toca obedecer a todos si queremos que las cosas funcionen. Algunos se han plantado ya y no están dispuestos a dar un solo paso hacia la renovación. El que quiera ser consagrado con nosotros que entre en nuestros esquemas o se marche y nos deje disfmtar de nuestra jubilación. Esto parece que no funciona como quisiéramos pero hemos hecho lo que teníamos que hacer. Hay una vida religiosa, sentada en la silla de la experiencia, que no está muy dispuesta ya a grandes cambios y cuestionamientos. Una vida religiosa que ha renunciado a la fonnación permanente y sigue moviéndose en los mismos esquemas de hace muchos años, suavizados por el Concilio, pero lejos de las actitudes renovadoras de aquellos aüos postconciliares. Se sitúan de manera crítica y sospechosa ante los jóvenes a los que consideran poco entregados, poco dispuestos al sacrificio, poco dóciles, más bien flojos y niüos bien. Y ante los jóvenes se cierran muchas puertas, se les somete a las estructuras que son las suyas y las comunidades se hacen terriblemente ínmovilistas hasta desencadenar en los jóvenes un hastío acentuado y una creciente frustración. La vida religiosa se presenta hoy ante los jóvenes como un molde al que hay que someterse. Un molde muy poco racional y más bien opresivo y generador de dependencias. Esto es lo que hay; si quieres lo tomas o si no lo dejas. Y muchos jóvenes deciden dejarlo por una sensación de asfixia creciente que no están dispuestos a padecer de por vida. Y muy pocos, puertas adentro, se plantean qué está pasando, qué pasa para que se marchen tantos jóvenes, qué hemos de revisar para que nuestro estilo de vida sea cauce y no trinchera. Los culpables son los otros, los que se van, los que se salen porque son muy flojos y han apostado por una vida religiosa light.

* Una vida religiosa de los jóvenes y para los jóvenes Los jóvenes tienen, sin duda, una palabra muy decisiva que decir, pero no siempre pueden decirla. No quiero yo pensar que los jóvenes son los auténticos y los mayores los desgastados. Los jóvenes traen también a la vida consagrada todas las mediocridades de su tiempo y de su formación. Son hijos de familias hiper protectoras que lo han disfrutado todo y no se resignan a hacer de la renuncia un estilo de

- 10vida. Sus carencias llegan como arietes a la vida comunitaria y pueden dinamitar muchas de sus estructuras unas veces para bien, otras para maL Pero parece claro que los jóvenes merecen una oportunidad en la vida consagrada y hay que dársela. Al fin y al cabo si va a haber vida religiosa en el futuro inmediato va a depender exclusivamente de ellos. O sabemos buscarles su sitio y hacerles el nido para sus debilidades o buscarán otros lugares más acogedores muy lejos de nosotros. En este momento hay una buena porción de jóvenes en nuestras comunidades que se sienten empujados a un cerco muy estrecho, muy hecho, muy inflexible, muy poco acogedor y humano, muy frío y muy oficial. Perciben unas comunidades excesivamente acabadas donde apenas cabe la novedad, la creatividad y la búsqueda. Y sobre todo unas comunidades donde apenas se cuenta con ellos porque los adultos ya se las saben todas y no tienen ganas de nuevos expenmentas. En los últimos días me ha llamado la atención el caso de una muchacha que se ha sincerado mucho conmigo. Esta muchacha no es religiosa ni pretende serlo, pero ha tenido una experiencia muy cercana en una comunidad religiosa que le ha aclarado todas sus dudas. Me decía que su experiencia ha sido muy dura pero muy valiosa porque le ha ayudado a ver con toda claridad que la vida religiosa no es lo suyo. Y me contaba cómo se sintió muy atraída por el trabajo que unas religiosas realizaban a favor de los pobres. Se ofreció como voluntaria y trabajó en un albergue con mucha ilusión y entrega. -¡Era una pasada! -Me decía-. He trabajado muy a gusto y he dado lo mejor de mí misma en mi voluntariado a los pobres. Ha habido momentos en que me sentía realmente realizada y feliz.

Un día decidió acercarse y adentrarse en la comunidad religiosa que regentaba el albergue. Y aquí se vinieron abajo todas sus expectativas. -¿Por qué? -le pregunté. -Pues verás. Percibí una estructura de vida muy rígida, muy piramidal, muv poco libre, muy infantil. Las formas y las costumbres parecían sagradas e inamovibles. Enseguida me di cuenta de que yo allí no podía aguantar mucho tiempo y abandoné. Dejé incluso de trabqjar en el albergue porque no me sentía bien cerca de aquellas estructuras.

- 11 Quise interrogarle sobre temas concretos que la llevaron a sentirse tan incómoda en aquel contexto comunitario. ¡vfira -me decía- las monjas son buenas pero pertenecen a otro tiempo. Allí dentro todo estaba muy bien regulado pero no consensuado. Ya estaba decidido qué periódico había que leer, qué emisora era la mejor para escuchm; qué sillas estaban reservadas en la capilla y en el comedor, qué estilo defimcionamientos y horarios se iban a seguir, qué marca de champú se usaba. Se vivía en libertad pero era una libertad condicionada. La dependencia económica era total. Rabia que pedir pequeñas limosnas para arreglarse el pelo, para el bono del autobús, para tornarte un café a media mañana, y además había que justificarlo todo con sus facturas correspondientes. De la vida ordinaria J' común que yo llevaba en la calle, con mi autonomía económica gracias a mis trabajos, a esta dependencia total había un abismo que a mí me asfixiaba. Entrar por la puerta de la casa era ya para mí un motivo de agobio. No podía asimilar un cambio tan brusco en mi vida y. además, para peor. Y me marché. Este testimonio, evidentemente, no tiene ningún valor científico. Pero no sería inteligente desaprovechado. Estamos ofreciendo una propuesta de vida que chirría demasiado con la modernidad y con el estilo de vida de los jóvenes. Podemos mantenernos en nuestras trece, convencidos de que por aquí tiene que ir la vida religiosa del futuro, pero podemos vernos abocados a la cruel soledad de la sectas. Poner lo circunstancial como si fuera fundamental no va a ser excesivamente gratificante en los tiempos que vivimos.

*Una vida religiosa para los adultos que hacen de puente Hay otro estilo de vida religiosa, con su sentido, que está a caballo entre una vida religiosa clásica y una propuesta alternativa o vanguardista de la vida consagrada. Se trata de esos religiosos que no se han ido aunque han sentido con mucha fuerza la tentación pero que tampoco están felices y dichosos del estilo de vida que les ha tocado vivir. Están como a caballo del entonces y del ahora. Tienen una edad ya suficientemente madurita para no hacer grandes mudanzas. Hay que entender que afrontar cambios significativos en la vida, como el abandono de la vida religiosa, cuando se tiene ya una edad madurita, resulta una apuesta muy aiTiesgada. Tal vez todo esto tiene que ver con la crisis meridiana que aparece bien pasados los cuarenta. Nos recuerda a aquel administrador del Evangelio que buscó una estrategia para su supervivencia. "No tengo júerzas para trabajar y pedir me da vergüen-

- 12 za" Por una parte se sienten deudores de la vida religiosa clásica y de una forma-

ción recibida y, a la vez, ven con simpatía las propuestas y estilos innovadores que traen los jóvenes. Les atrae su espontaneidad, su libertad, su creatividad, su utopía. En realidad no acaban de saber muy bien a qué apuesta apuntarse. Son en realidad las fuerzas más vivas y seguras de la vida religiosa actuaL Lo cierto es que la vida religiosa tiene sentido y ha de tenerlo para todos, independientemente de sus edades y mentalidades. Esto significa apostar por consensos en cuanto a los estilos que se quieran vivir. Habrá que buscar la esencia irrenunciable de la vida religiosa y avanzar en todo aquello que es provisionalidad y formas. ¿QUÉ SIGUE TENIENDO SENTIDO Y QUÉ HA PERDIDO SU SE:\TIDO?

La vida religiosa, evidentemente, está cargada de sentido; de un sentido hondo y profundo, de una belleza deslumbradora y de un atractivo humano y religioso muy destacado. Teológicamente está llena de evangelio y humanamente se convierte en un cauce de realización humana y personal admirable. Hay cientos de ejemplos concretos y reservas impresionantes de santidad en el pasado y en el presente que lo atestiguan. Y todos lo sabemos. Las posibilidades que ofrece el marco de la vida religiosa son muchas, muy variadas y muy atractivas. No conozco cuestionamientos ni argumentos serios que pongan en cuestión la vida consagrada en sí misma, en su ser. Es una oferta que cubre las grandes necesidades humanas de búsqueda, de comunicación, de realización, de afectos, de ideales, de religiosidad y de estética. Es una auténtica botica humana donde hay remedio para todos Jos males. Creo que la vida religiosa como propuesta de búsqueda de Dios, de vida en común y de compromiso desde el Evangelio por un mundo mejor tendrá sentido siempre y se mantendrá permanentemente entre las propuestas más valiosas de la Iglesia. Sí no existiera habría que inventarla para cubrir ese amplio espectro de necesidades humanas y religiosas que tenemos los seres humanos. Las propuestas de vivir y de vivir la fe necesitan ser muy variadas como es muy variada la psicología de los seres humanos. EL DISCERNIMIENTO NECESARIO PARA CRECER

Estamos convocados al santuario del santo discernimiento. Un discernimiento que necesita encuentro y diálogo, fonnación permanente y deseos de avanzar juntos todos Jos días. Una vida religiosa estancada y acomodada no interesa a nadie. Dejamos conducir por la inercia del tiempo puede conducirnos a lugares no desea-

- 13 dos. Nuestras comunidades, si están llenas de gente adulta, tienen que afrontar la ineludible tarea de buscar, de reflexionar juntos, de escuchar las propuestas de novedad que quieren abrirse paso, de buscar juntos la voluntad de Dios en este momento preciso de nuestra historia. Hay un mordiente constitutivo de nuestra consagración que acompaña a la mística y a la profecía, que hemos de despertar para que él nos despierte a nosotros. La vida consagrada tiene que cultivar el pasatiempo de soñar; ha sido sembradora de sueños. A José lo metieron en un pozo sus hermanos por ser soñador: "Ahi viene el soñador". Y hoy la vida consagrada ha de soñar nuevas mtas y proponer nuevos caminos para salir de este entramado de realismo y de materialismo que asfixia lo mejor del ser humano. Dios no deja de ser en nosotros un sueño que no termina de despe1iar. Sueño no quiere decir ilusión vacía. Soñar no significa dejar de pisar el suelo de la vida con sus realismo y sus ambigüedades. Pero la vida religiosa no puede dejarse atrapar por el suelo ni puede constmir definitivamente su tienda. Su vocación es la itinerancia. Ha de salir cada día de su tierra y de su casa para ir hacia el lugar que le muestra el Espíritu de Dios. U;.;A VIDA RELIGIOSA QUE SE JUBILA Y UNA VIDA RELIGIOSA QUE BOSTEZA

Esta reflexión necesaria que hemos de ir haciendo y la experiencia que se va acumulando en nuestras filas nos va a ir conduciendo a un descubrimiento que parece cada día más claro. Hay una vida religiosa desgastada, sin aristas ni mordiente. Una vida religiosa clásica que ya no entusiasma, no convoca, no estimula. Y junto a ella está naciendo una nueva vida religiosa, como un brote prometedor, que quiere abrirse paso en medio de las resistencias del entorno. La vieja vida religiosa representada por Fray Benigno. Un hombre bueno y sencillo que apenas ha salido del monasterio. Entró en el convento en su adolescencia y ni siquiera ha tenido posibilidad de poner en tensión su voto de castidad. Ha vivido para cumplir, para obedecer, para rezar y para trabajar. No le ha preocupado demasiado el mundo ni sus problemas; los muros del monasterio son bastante gruesos para que se oiga el rumor del exterior. Y es bastante feliz en general aunque siente que esto ya no es lo que era pero ya no le quedan ganas para enfundarse unos vaqueros y salir de nuevo a la vida mundanal y midosa. Siente que habrá que tirar así lo que Dios quiera. La nueva vida religiosa está representada por Sor Débora; Acaba de terminar periodismo y en la universidad conoció a una monja moderna que iba en vaqueros. Débora ha sido siempre muy libre; lleva un piercing en la boca y la camisa le queda muy corta, a propósito, para enseñar el ombligo y el tatuaje que se hizo, siendo ado-

- 14lescente, al final de la espalda. Se dejó impactar por su amiga monja y quedó prendada del trabajo que llevaba a cabo con los mendigos en las calles de Madrid. Y quiso ser como ella en su apuesta por Jesucristo. Todo ha ido muy bien hasta que ha tenido que hacer sus primeros votos y sus superioras le han dicho que lo del piercing en la nariz no está contemplado en las constituciones, y lo del enseñar el ombligo, tampoco. Sin embargo Débora está convencida de que eso no es nada malo; siempre lo ha llevado y no ha pasado nada. ¿Por qué ha de renunciar a ser como ella siempre ha sido si quiere ser monja? Ser monja, dice ella, es ser mujer en su plenitud y cada una tiene su manera especial de serlo. ¿Quién ha de regular lo que ella debe o no llevar en la nariz? La vida religiosa del presente tiene que conciliar, sin violencias, la opción por Jesucristo de fr. Benigno y la misma opción por Jesucristo de Sor Débora porque las fonnas no pueden ahogar el fondo y lo superficial no puede arrastrar lo fundamental.

EL ADN

DE LA VIDA RELIGIOSA

La pregunta sobre Dios ha movido muchas montañas a lo largo de la historia. No es una pregunta baladí; es una cuestión transcendente para el sentido de la vida. El ser humano nunca renunciará a buscar el sentido de lo que es y a responder a las preguntas más vitales que acompañan su periplo vital Ser hombre es ser interrogante. Sería una pérdida irreparable que el ser humano no se preguntara por Dios y por el misterio de la vida que nos abraza. Jesucristo y su Buena Noticia se han constituido para muchos seres humanos en una respuesta luminosa y convincente al misterio de ser hombre. Y por eso en muchos lugares del mundo y de la historia han surgido hombres y mujeres profundamente vinculados a Jesucristo y a su Evangelio hasta poner en ello la vida. La vida religiosa es una de estas respuestas de adhesión a Jesucristo desde la búsqueda apasionada por el sentido de la vida. Una respuesta que no quiere ser parcial, quiere ser total y vital. Los consagrados tienen la convicción de que en el seguimiento radical de Jesús hay una respuesta de sentido que no se puede encontrar en otras realidades de la vida. Buscar a Dios, saborear su misterio, querer tocar con los dedos del alma esa realidad divina que parece explicarlo todo, es una vivencia apasionante a la que el consagrado no está dispuesto a renunciar. consagrado es, sobre todo, un ser humano, pero impactado, inquieto, buscador. Por eso la primera convicción que atesora el consagrado es Dios mismo, su búsqueda y su misterio. La vida consagrada al margen de

- 15 Dios es una locura descolocada, enajenante y fallida. Y si la vida consagrada camina fatigada y desmotivada en el presente que nos toca vivir tal vez sea porque se ha difuminado la búsqueda de Dios y nos rondan otros intereses más al alcance de la mano. Resulta irrenunciable también la experiencia de búsqueda compartida. Los seres humanos arrastramos una soledad innata que nos doblega y nos estanca. Cuando esa soledad se abre paso de manera brutal en nuestras expectativas nos paraliza de tal modo que no podemos hacer nada. La cercanía, la mirada y la palabra de los otros consiguen rescatarnos de esa soledad paralizante y ponernos en camino. La búsqueda de Dios tiene mucho de soledad y de camino recorrido de manera personal, pero desemboca muy pronto y de manera definitiva en el encuentro con los otros. Y la vida consagrada lo sabe; por eso desde muy pronto la experiencia de Dios en comunidad se convirtió en una apuesta irrenunciable. El encuentro con los otros, en el afecto y en la búsqueda compartida, se convierte así en el humus más adecuado para que una experiencia de Dios crezca y se haga fecunda y gratificante. Encerrar la experiencia de Dios en la cárcel de lo exclusivamente personal no parece el mejor camino. La vida comunitaria fonna parte del legado conjunto de la auténtica consagración. Esta certeza de que Dios anda rondando nuestros adentros y nuestras búsquedas acaba lanzándonos a la misión y a la profecía. Porque de lo que desborda el corazón habla la boca. El ardor de la consagración termina siempre haciéndose misión compartida. Vivir en primera persona esa experiencia de Dios conduce al creyente a ser testigo, un testimonio que no pocas veces, ha culminado en el martirio. Por eso el martirologio de la Iglesia católica está abarrotado de consagrados. Si mantenernos con ardor estos tres grandes valores de la vida cristiana y consagrada la vida religiosa será siempre patrimonio inseparable de la vida cristiana. Todo lo demás puede ser cuestionado y revisado. Es más, debe serlo constantemente para desbrozar lo auténtico de lo superficial y no poner el corazón en lo efimero. Desde esta perspectiva todas las posibilidades de una vida consagrada nueva y renovada están abiertas. La vida consagrada no puede convertirse en una propuesta ideológica o teórica en torno a lo que deberíamos ser o hacer los consagrados; tiene que ser una propuesta vivencia! que arranca de la propia vida y se convierte en propuesta que contagia y no sólo que convence. QUE LA VIDA RELlGIOSA TEKGA SENTIDO DEPENDE DE NUESTROS SENTIDOS

La vida religiosa del presente tiene que poner en tensión todos sus sentidos. Tiene que situarse ante la vida y sus acontecimientos con mirada crítica y cornpasi-

- 16 va a la vez, como Jesús. Tiene que aprender a leer los signos de los tiempos, desde una honda experiencia de para descubrir los desafíos y convertirse en respuesta convincente. "Jesús vio a toda aquella gente y se compadeció de ellos porque andaban como ovejas que no tienen pastor" (Me 6, 34) ¿Y SI INVERTIMOS E:\ INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO?

Cuando las cosas no funcionan del todo, y en la vida religiosa hay cosas que no funcionan, hay que abrir necesariamente mecanismos de investigación. La vida religiosa tiene que abrirse a nuevas f()rma de presencia, nuevos esquemas, nuevos estilos de vida y de encarnación. La consagración no puede estar atada a este estilo de vida clásico como si no hubiera otros estilos posibles. Cuando crece el desencanto hay que agudizar la creatividad para provocar nuevas expectativas y abrir caminos distintos. Necesitamos crear gmpos de investigación y desarrollo, que formulen nuevas hipótesis, que planteen nuevas estrategias, que sugieran posibilidades para estrenar. Resignamos a más de lo mismo puede ser nuestra condena. Sin duda este estilo de vida consagrada en el que estamos inmersos tiene que seguir, pero tal vez, puedan ofrecerse otros estilos paralelos que susciten más interés sobre todo en los jóvenes. No es bueno cerrarnos a la novedad y alimentar la sospecha de todo lo nuevo que pueda ofrecerse. La autoridad actual de la vida consagrada tiene que favorecer, a modo de inversión, experiencias nuevas de vivir la vida religiosa, aun asumiendo riesgos. LAS MEJORES BAZAS QUE PlJEDE JUGAR LA VIDA RELIGIOSA Y GANARLAS

a. Sentirse cómoda en la modernidad La primera gran baza que tiene que jugar y ganar es sentirse a gusto con la modernidad. La modernidad es laica y no siempre compartirá los valores del Evangelio. Empeñarse en vivir permanentemente desde el proselitismo, imponiendo valores y costumbres, condenando a la sociedad porque va por un camino que no es el nuestro no parece la mejor manera de evangelizar. Vivir en constante confrontación con el mundo llevará al mundo a vivir en constante confrontación con nosotros. Lo nuestro no es enfrentarnos; es iluminar y acompañar los gozos y sufrimientos, las luces y las sombras de nuestro presente, alentar y suscitar la pregunta sobre Dios. Lo peor que podía pasarnos es vincularnos a un partido político determinado y segundar sus estrategias. Perderíamos a gran parte de nuestro pueblo al mismo tiempo que la credibilidad. Y algo de esto nos está pasando ya.

- 17b. Ser conciencia profética permanente de justicia y solidaridad

Esto significa situarse muy cerca de las pobrezas y hacerse militante de las causas más nobles de la humanidad. Significa estar muy cerca del pueblo. Los monjes birmanos nos han sorprendido recientemente -ellos que son consagrados- liderando la demanda de libertad y justicia de su pueblo. El impacto de su militancia, a pecho descubierto, ha conmocionado al mundo y ha abierto brechas muy sólidas de esperanza y libertad para su pueblo. La profecía de la vida consagrada está empujándonos a sacudir conciencias y modorras ahora que la brecha de la injusticia y el dominio de lo económico imponen su dictadma. c. Apostar por la defensa de la igualdad y la dignidad de la mujer

En la iglesia y fuera de ella. Se trata de sintonizar con esta demanda creciente y justa de las mujeres por encontrar el lugar que les corresponde en una sociedad democrática y avanzada. La Iglesia no puede mantenerse al margen de esta sensibilidad social tan agudizada; tiene que ser abanderada de la igualdad dentro y fuera de ella. La cultura occidental ha sido pionera en los derechos de la mujer gracias a la aportación del Evangelio y al trato delicado y valiente de Jesús con las mujeres para rescatarlas de aquella situación de marginación en que vivían en el tiempo de Jesús. La situación vergonzante de los derechos de la mujer en el mundo del Islam tiene que ponernos en guardia a nosotros para no retroceder en nuestras conquistas. d Hacer de nuestra búsqueda de Dios un camino de pasión sin retorno y de nuestras comunidades auténticas escuelas de espiritualidad

Lo mejor y más original que podemos ofrecer al conjunto de la vida social es nuestra propuesta de búsqueda espiritual desde el Evangelio. Éste es el punto de partida de lo que somos y de lo que queremos hacer. A medida que el mundo se vaya secularizando mucho más los hombres y mujeres van a buscar respuestas a sus interrogantes más profundos en la espiritualidad. Y ahí hemos de estar nosotros ofreciendo propuestas creíbles y de calidad desde la fe. Ahí se nos va a necesitar. Pero para ello hemos de ser fuertemente espirituales; con una espiritualidad encarnada y auténtica, comprometida con la vida y con sus mejores causas. e. Constituirnos en comunidades misioneras que salen al encuentro

La misión va a formar parte de una manera sustancial de nuestro ser y nuestro quehacer. En un mundo que se aleja de Dios, que se enfría espiritualmente, hacen falta testigos que interpelen y provoquen la búsqueda. Pero hemos de ser muy cau-

- 18 tos y especializados en nuestras técnicas misioneras para no ser identificados con las sectas, con los grupos expertos en manipulación y propaganda. Hay que salir al encuentro de todos pero llenos de misericordia y compasión, dispuestos a escuchar más que a hablar y a compartir más que a imponer. Nuestra presencia cercana y natural entre la gente será la mejor técnica misionera.

f

Pequeños grupos humanos, muy espontáneos, que están dispuestos aformar una comunidad de amor y perdón al servicio de la vida

El deterioro comunitario que se percibe en muchos ambientes, juntos por la fuerza de la ley o de los destinos pero alejados afectivamente y despreocupados unos de otros, no resulta atractivo para nadie ni siquiera para los que estamos dentro. Esta realidad de frialdad afectiva y falta de diálogo y encuentro no puede formar parte del legado de la vida religiosa si queremos que sea testimonial y pro±etiea. Hemos de ir desmontando estas estructuras, viciadas de ley, y haciendo posible una manera nueva de reunimos y de unimos, de convocamos y de sentimos comunidad. Hay muchas personalidades en el seno de la vida religiosa cortadas por el patrón de la frialdad afectiva, de la costumbre y la norma, de la obligación y el cumplimiento. No resulta fácil así construir comunidades donde el afecto sea la argamasa que hace posible la experiencia de Dios y la misión compartida. La vida religiosa no necesita trabajadores especializados sino hermanos convencidos de serlo. g. Comunidades insertas en la vida

Cuando hablamos de apostar por lo "ínter", interreligioso, intercultural, intergeneracional, intergenérico, intercongregacional, lo hacemos desde posturas lejanas a esas realidades. Si viviéramos insertos en esas realidades, veríamos normales esas realidades "ínter" que forman parte con naturalidad del mosaico social de la vida y de la calle. Si hoy nos lo planteamos como una realidad deseable es porque estamos lejos de esa realidad; es decir vivimos al margen de la gran pluralidad que forma parte del entramado social en el que vivimos. Nuestras estructuras tradicionales nos aíslan con frecuencia de la vida real, nos protegen de incertidumbres. Tenemos el peligro de vivir en pequeñas burbujas que flotan en el aire pero no acaban de aterrizar y romperse en el asfalto de la dura realidad. Nuestra propuesta de una vida alternativa no puede hacerse desde fuera tiene que ofrecerse desde dentro. h. Comunidades menos jerarquizadas y más democráticas

Las estructuras piramidales están entrando en un descrédito creciente en la sociedad moderna, y mucho más las estructuras poco democráticas. Y la vida religiosa

- 19tiene que ser sensible a esta demanda social para no entrar en el campo del descrédito y hacer inviable su misión. Los animadores (hay que ir destenando la palabra superiores, aunque de momento no sea posible Derecho) de las comunidades han de ser elegidos por los hennanos de esa comunidad y no impuestos por la autoridad superior. Los sistemas de elección de las congregaciones tienen que ser mucho más democráticos. Las congregaciones hoy son muy pequeñas y todos los hermanos pueden elegir de manera universal a sus propios animadores. Hay todavía muchas congregaciones, sobre todo femeninas, donde los provinciales son impuestos por los generales y, como mucho, se pide a la base una consulta secreta, que resulta de lo más sospechosa. ¿Qué problema puede haber para que todos puedan elegir a sus animadores de manera directa y libre? ¿Por qué un capítulo, que es un grupo pequeño de hennanos, puede suplantar la voluntad de elección de todos los hennanos? UNA PROPUESTA I''UTURIBLE QUE SÓLO ES t:NA PROPUESTA

Yo veo cada día más factible y necesa1ia una vida consagrada que adopte formas nuevas, un estimulo distinto, una manera de vivir más conectada con la vida de la calle. Y creo que llegará más tarde o más temprano. l. Una vida consagrada más hacia/itera y menos arropada institucionalmente

La capacidad de autogestión y de poder que la vida consagrada ha tenido hasta ahora ha hecho posible un marco de actuación únicamente gestionado desde dentro. Grandes estructuras y obras se han ido sumando a las comunidades, sostenidas por los propios religiosos, que no necesitaban salir fuera para vivir sus carismas porque la institución le ofrecía todos los medios y posibilidades desde dentro. Esto nos ha llevado a un cierto aislamiento social, a no necesitar de nadie, a ser independientes y patrones. La precariedad de personas que en este momento padecemos ha agudizado la sensación de pertenencia y dependencia de nuestras instituciones. Hay que atender lo que es nuestro pero nos desborda tanta institución y nos quema. Cada día se plantea con más fuerza que los consagrados no podemos estar en función de nuestras obras, pero normalmente lo estamos. Necesitamos adoptar una estrategia de despojo material e institucional que nos lleve a vivir nuestra consagración más a la intemperie; es decir a ganamos la vida como se la gana todo el mundo. Saliendo de casa a primera hora de la mañana a llevar a cabo nuestros trabajos profesionales y a reorganizar nuestro estilo de vida como trabajadores por cuenta ajena. Algo de esto ya ha empezado a suceder, pero lo estamos haciendo forzados por las circunstancias y no por la convicción. Otra vida consagrada puede ser posible desde la certeza de que no necesitamos grandes estructuras para vivir nuestra consagración; lo mismo que le sucede a las familias nonnales y conientes. Esto requiere un cambio de mentalidad muy fuerte y un discemimiento muy profundo y valiente.

-202. Que potencie la libertad personal y la responsabilidad Hasta ahora el estilo de vida consagrada que hemos vivido ha favorecido en muchos casos el infantilismo y la dependencia. No hemos tenido que enfrentarnos a la vida con nuestros propios recursos personales, lo hemos hecho con los recursos institucionales. Crecer en la seguridad económica, tener que afrontar desafios significativos para ganarnos la vida, produce hombres y mujeres inmaduros y poco arriesgados. Vivimos sin miedo a la hipoteca, a la educación de los hijos, a los vaivenes de la inflación, a la inseguridad de la vejez. Todo eso lo tenemos más o menos solucionado institucionalmente. Y esto mem1a la capacidad creativa y de búsqueda. Produce sujetos que a la postre tienen miedo a la vida en todas sus Imposible ser así auténticos profetas desde la coherencia de la vida. Los profetas han pisado el suelo de la precariedad, de la indigencia, de la inseguridad y por eso han sido audaces y valientes en sus propuestas y provocaciones. Este sistema de seguridades puede hacer posible un tipo de consagrados instalados en el consumismo, incapaces de mover un dedo para trabajar, sin alicientes ni retos profesionales, porque saben que hay una institución que todos los días les pone la sopa en la mesa. Es aquello de san Pablo: "Nos hemos enterado de que hay algunos de vosotros que no trabajan en nada pero andan metiéndose en todo. El que no trabaja que no coma. Os exhorto a trabajar con sosiego para comer vuestro propio pan" Todo esto cambiaría notablemente si cada consagrado se sintiera convocado por la urgencia de la vida a trabajar y a ganarse profesionalmente la vida como hace cualquier ciudadano. vhJl);vHvJLU..:>.

3. Que se aleje de esquemas protectores que generan dependencias La vida consagrada necesita pisar de manera real la tierra de la intemperie. Para liberarse de peajes y dependencias que le impiden ser ella misma. Tenemos el peligro real de querer ser religiosos pobres -y lo somos- al calor de instituciones ricas y poderosas, que lo tienen todo previsto, y por tanto incapaces de ser auténticamente pobres y acompañar las pobrezas de nuestro mundo. La estructura piramidal -y no siempre democrática- en la que nos movemos genera en las capas más obedientes actitudes de evasión y de conformismo que producen un efecto narcotizante en la vida consagrada. Tal vez será bueno potenciar comunidades más independientes, más libres y más espontáneas, en torno a la misión, donde la obediencia no sea dependencia sino deseos de unir fuerzas en torno a la misión. Comunidades que vivan desde el deseo de vivir juntos, que se gestionen por sí mismas, y estén abiertas a una fuerte movilidad para hacerse presentes allí donde la necesidad se convierta en provocación.

- 21 4. Que sea más libre, más espontánea y haga lecturas nuevas de los carismas

A medida que crecen las normas y se abultan las constituciones se va perdiendo capacidad de libertad y de autogestión, y por tanto de espontaneidad. Habrá que ir optando por constituciones muy simples, muy elementales, que no ahoguen la creatividad y la novedad, la búsqueda de aquellos que quieren recorrer caminos nuevos de consagración y de servicio. Constituciones que dejen abiertos muchos capítulos para que sea la propia comunidad, desde un consenso necesario, la que abra camino. ¿PUEDE APORTAR ALGO NOVEDOSO LA VIDA RELIGIOSA A LA NOVEDAD?

Puede y debe. Si es un ámbito donde actúa el Espíritu tiene que ser un espacio para el dinamismo y la búsqueda constante. Porque Él sopla donde quiere y nadie sabe de donde vine y a donde va. Esto es un ámbito carismático. Si no aporta nada nuevo y original, impactante y provocador no interesa a nadie. La cualidad exploradora pertenece a los carismas y han de cultivarla sin desmayo para no convertirse en carismas mordiente, sin originalidad. Hay siempre un pulso entre institución y carisma. Un pulso que ha de mantener un equilibrio necesario. Si el carisma se destmye la institución se desboca y desnaturaliza; si la institución crece sin medida ahoga el carisma. La vida religiosa está llamada a ser, cada día, más alternativa y propuesta contracultural. En los próximos años va a ser más minoritaria aún y tendrá que clarificar su personalidad y su propuesta especializada. Tendrá que optar por ser más simbólica y referencial hasta lograr la estrategia del impacto desde la pequeñez de su condición. Imposible querer abarcar mucho; sólo una estrategia de presencia simbólica para evitar caer en la espiral del silencio la mantendrá viva y profética. Su propuesta de fraternidad desde la fe, profundamente enraizada en Jesucristo, será siempre una propuesta original y provocadora. Su misión encamada y muy cercana al pueblo, a los pobres y a los jóvenes tendrá siempre algo de inquietante. Necesita abordar el tema de las presencias geográficas y afectivas para ser trasmisora de una imagen de Dios nueva que responda a las expectativas del mundo de hoy. Aquella imagen del Dios vejete y bondadoso, juez y terrible, está ya superada y a muy pocos les interpela. La nueva imagen de Dios para nuestro pueblo irá acompañada de las nuevas maneras de ser y de estar los consagrados y de los lugares desde donde vivamos y trabajemos. Seguramente muchas de estas cosas pueden parecerle a algunos auténticos disparates. Cuando querernos apostar con firmeza por una novedad radical y conver-

- 22timos de corazón podemos facilmente dar la sensación de haber perdido el juicio. Eso mismo le pasó a Jesús cuando empezó su misión, "fiteron a buscarlo para llevárselo pues decian: "Se ha vuelto loco" (Me 3, 21) Querer ser consagrados hoy con todo lo que conlleva es una auténtica locura a los ojos del mundo; una manera de nadar contracorriente y de provocar desde la serenidad. Querer ser testigos supone estar dispuestos a elegir esta intemperie de la soledad y de la incomprensión de muchos. Tal vez por eso los testigos escasean hoy más que nunca. Tal vez por eso, también, son más necesarios que nunca. La casa de la vida religiosa no es ya el caserón de antaño por todos los rincones habitada. La casa somos ahora nosotros aunque no tenga muros ni clausuras. La casa está cuestionada como en los versos de Eduardo Zambrano: Mi Mi Mi Mi

casa no tiene muros, tiene certezas. casa no tiene puertas ni ventanas, tiene amaneceres. casa no tiene techos ni vigas, tiene designios. casa está deshabitada; soy un vagabundo.

ESTAMOS DE MUDANZAS

Resulta curioso, por paradójico, el momento que VIVImos. Hay quienes se empeñan en ocultar definitivamente el Concilio Vaticano II como si no hubiera aportado nada interesante a la historia de la Iglesia. Entre éstos está creciendo una auténtica inquisición laica, a la caza de cualquier atisbo de progresismo. La vida religiosa está en la mira de estos nuevos inquisidores, que recolectan muchas bendiciones y apoyos. Hablan constantemente de una vida religiosa con los días contados; se atreven a pedir en los medios y por escrito que nos quiten la exención; aprovechan cualquier acontecimiento discutible para lanzar una verdadera campaña de descrédito contra algunos de nuestros hermanos y he1manas porque rompen, según ellos, la comunión con la Iglesia. Exigen a los obispos que nos metan en vereda porque vamos a la deriva. CONFER está permanentemente en la mira de estos nuevos inquisidores laicos. Y por otro lado hay un convencimiento bastante creciente de que el Vaticano II está por estrenar, por desarrollar, que nos estamos quedando atrás con respecto a la modernidad y si no espabilamos vamos a ser poco interesantes. ¿Cómo movemos los consagrados en medio de este mar y de este oleaje? Creo que hemos de apostar por la serenidad, por el diálogo constante y por mantener erguidos los valores que constituyen nuestra forma de vida.

- 23 Va a haber siempre vida consagrada porque nunca van a faltar hombres y mujeres impactados por Jesucristo y dispuestos a vivir su vida cristiana de manera original y radical. Esto parece claro. La reflexión que estamos haciendo en CONFER puede ayudamos a situamos de una manera sensata en el presente eclesial que tenemos que vivir. El marco referencial nos recuerda que estamos invitados a ser: "Presencias y resonancias de Dios en las fronteras y periferias de la vida". Y para caminar en esta dirección se han propuesto cuatro pasos, uno para cada año de este trienio, en tomo a los cuales vamos a reflexionar juntos en nuestras Asambleas Generales: Dios habita la realidad más humana de la vida; Queremos ser testigos de la presencia de Dios, aquí y ahora; salimos al encuentro de todos con las actitudes de Jesús. La publicación de tres folletos cada año tiene como finalidad ayudamos en esta reflexión. Hemos constituido, además, dos grupos que puedan ayudamos a caminar: un grupo de reflexión y otro de escucha y discernimiento. Su objetivo es iluminar a la vida consagrada en los acontecimientos que van surgiendo y que requieren una respuesta por nuestra parte. El grupo de escucha y discernimiento quiere ayudarnos a descubrir por dónde va la vida consagrada del futuro y cuáles son los signos de esa renovación que nos pedimos todos.