El peronismo en su laberinto

25 nov. 2013 - El verticalismo es el reconocimiento al liderazgo .... una ley de derribo de aviones civiles. Aun- ... rael a un avión de Libyan Airlines y el de Es-.
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OPINIÓN | 17

| Lunes 25 de noviembre de 2013

recurrencia. Muchos se sorprenden por la permanencia del justicialismo

en el poder en las últimas décadas; se debe a su pragmatismo y a su plasticidad ideológica, dice el autor, que plantea los desafíos actuales del movimiento

El peronismo en su laberinto Carlos Corach —PArA LA NACIoN—

D

esde la primera presidencia de Perón (1946-1952), el peronismo gobernó entre 1952 y 1955 (segunda presidencia de Perón), entre 1973 y 1976 (tercera de Perón, y presidencias de Cámpora, Lastiri e Isabel Perón), entre 1989 y l999 (las dos de Menem), entre 2001 y 2003 (Duhalde) y entre 2003 hasta la actualidad. Es decir, en los últimos 67 años gobernó 36. En ese lapso, el radicalismo fue gobierno 13 años; el resto, 18 años, las distintas dictaduras militares. Desde el retorno de la democracia han pasado 30 años, de los cuales el peronismo estuvo 22 en el poder. Los analistas y politólogos, tanto nacionales como extranjeros, se sorprenden de la asombrosa permanencia del peronismo, de su hegemonía y su resiliencia ante los avatares de la vida política argentina. No entienden su plasticidad ideológica para amoldarse a las sucesivas y cambiantes circunstancias mundiales en el contexto de la política y la economía. Algunos críticos dirán que esta característica es simplemente una expresión de oportunismo. Pero hay ejemplos de gobiernos extranjeros (Kennedy, el laborismo inglés, el socialismo español y francés, en distintas épocas) y nacionales (Frondizi) que siguieron con éxito ese patrón de adecuación a la realidad nacional e internacional. Ningún movimiento ni partido logró tanto como el peronismo en esa combinación virtuosa de influencia y permanencia en el escenario político. Vale la pena, entonces, analizar los fundamentos y las causas de tan extraordinaria performance. Trataremos de sistematizarlas. 1. La estructura organizativa, extremadamente flexible, que se adapta a las cambiantes circunstancias y necesidades de la lucha política democrática. Desde su fundación, el peronismo reservó un importante lugar a las organizaciones sindicales y, posteriormente, incorporó a la mujer al escenario político, reconociendo su derecho a votar. Esquema que completó Menem, al establecer el cupo femenino (la obligatoria integración de mujeres en las listas de candidatos, por lo menos una en los tres primeros puestos) 2. El verticalismo, tan criticado, es el presupuesto de la gobernabilidad. Esto es reconocido por el conjunto de la sociedad como una de sus ventajas electorales más significativas. En todas las circunstancias, el peronismo aseguró la gobernabilidad del

país, tanto durante las crisis propias como ajenas. El verticalismo es el reconocimiento al liderazgo de un jefe, de un conductor. Cuando el gobierno es de origen peronista, el presidente ocupa naturalmente el liderazgo del conjunto. Esto se observó con claridad durante la presidencia de Menem, que modificó en 180 grados las políticas económicas tradicionales del peronismo para adaptarse a las nuevas modalidades de la globalización en los 90. Todo el movimiento lo comprendió y acompañó (sobre una bancada de 120 diputados, sólo ocho formularon objeciones). El verticalismo no es sinónimo de obsecuencia ni de clausura de los debates internos entre las principales corrientes del pensamiento que se cobijan dentro del peronismo. Existen numerosos ejemplos históricos de las públicas controversias entre las distintas corrientes que conviven en su seno, que se desarrollaron dentro de la democracia interna, sobre todo a partir de las trágicas experiencias de los años 70. El verticalismo, como síntesis de la coherencia del debate y de la definición de los objetivos en cada época histórica, posibilita gobernar con eficiencia y seguridad, garantizando la gobernabilidad. 3. La asombrosa capacidad de estructurar y controlar las transiciones, desde el fin del ciclo de un liderazgo hasta la aparición del sucesor. El peronismo ha conocido los liderazgos de Juan Perón, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner. Al extinguirse, en el caso de Perón por su muerte, y en el de Menem, por la finalización de un ciclo político, el peronismo proveyó una conducción colegiada sustitutiva que se hizo cargo de la situación. Fueron las organizaciones sindicales las que ejercieron la conducción del movimiento hasta la derrota de 1983 frente a Alfonsín. Y fueron sucedidas por la liga de gobernadores peronistas hasta el triunfo de Menem, que asumió un liderazgo unipersonal. Terminada su presidencia, Menem es sucedido por la liga de gobernadores hasta la aparición de Néstor y Cristina Kirchner, en mandatos sucesivos. Al final del ciclo actual, Cristina será probablemente sucedida por la liga de gobernadores u otra conducción colegiada, hasta que un nuevo liderazgo unipersonal asome en el horizonte y se consolide, estimo, en un triunfo electoral en elecciones presidenciales.

4. La capacidad de superar los dogmas ideológicos y adecuarlos a las cambiantes necesidades y exigencias del entorno internacional: keynesianismo, entre l946 y primer tercio de los años 50; neoliberalismo y consenso de Washington, entre 1990 y 1999; revalorización y redimensionamiento del papel del Estado (entre 2003 y la actualidad). Siempre, el peronismo acompañó las grandes líneas de la economía mundial. El peronismo nace como un movimiento político pragmático, no ideológico, cuyo objetivo permanente e irrenunciable es representar y satisfacer las necesidades de los sec-

tores más postergados de la sociedad. Así, tiene desafíos que trataremos de analizar. La gran reserva electoral del peronismo, que lo hizo prácticamente imbatible electoralmente, es, sin duda, la provincia de Buenos Aires. Si el peronismo se divide en ese distrito, la ventaja se neutraliza y se abre la posibilidad de una derrota a nivel nacional. Las elecciones de 1983, con un peronismo alejado de los reclamos de la sociedad, y las de 1999, con un frente interno de cuestionamientos recíprocos, son un claro ejemplo de esa posibilidad: en ambos casos, se redujo el voto peronista de un 20 a un 25 por ciento.

Por otro lado, las borrascosas confrontaciones internas del peronismo estremecen a la sociedad, que conserva los peores recuerdos de la violencia de los años 70. Por supuesto, aquello es de imposible repetición, pero aún así influye negativamente sobre el electorado. Es necesario encuadrar la disputa interna en normas democráticas claras, transparentes, y asegurar su cumplimiento. Además, la sociedad reclama una transición pacífica e integradora de todas las vertientes del peronismo, convocante de las fuerzas políticas opositoras, a fin de crear las condiciones de una generosa colaboración que profundice lo que se haya hecho bien y corrija los errores. Que nadie en el peronismo crea que los ciudadanos van a distinguir entre peronistas buenos y peronistas malos. El conjunto de la dirigencia política deberá ratificar el compromiso de colaboración democrática, sean quienes fueren los vencedores de la elección presidencial de 2015. Este objetivo debe empezarse a elaborar inmediatamente. Una condición necesaria en este proceso es la reconstrucción del sistema de partidos. Se debe corregir el gigantesco error, del que el peronismo fue el principal responsable, de autorizar en 2003 el desmembramiento partidario, que en el caso del justicialismo se tradujo en tres candidaturas. Tal reconstrucción exigirá una profunda reorganización interna y una reafiliación que actualice padrones. Después de casi 25 años de ejercicio ininterrumpido del poder, el peronismo se debe un amplio debate y una sincera autocrítica. Estas metas deberían alcanzarse en los dos años que restan de la presidencia de Cristina Kirchner. El punto crucial del tiempo político inmediato por venir ha de ser cuando el conjunto de la sociedad deba decidir en una interna abierta (las PASo) los candidatos del Partido Justicialista. Éste es el camino del reposicionamiento del justicialismo y del fortalecimiento de sus candidatos, tal como ocurrió en las elecciones internas partidarias de 1988 entre Menem y Antonio Cafiero. Del laberinto se sale consolidando un peronismo que esté más atento que nunca a los reclamos de la sociedad. © LA NACION El autor fue ministro del Interior (1995-1999) y apoderado nacional del PJ

LÍnea DirecTa

El mito del derribo de aviones Juan Gabriel Tokatlian

E

xiste un dato elocuente e innegable: la Argentina dejó de ser un actor marginal en la geopolítica de las drogas. Hay suficiente evidencia acumulada que indica el creciente lugar del país en el lucrativo negocio transnacional de los narcóticos, así como el avance de una criminalidad organizada que cuenta con el contubernio activo de ciertos policías y políticos. Eso puede prenunciar el encumbramiento de una pax mafiosa en diferentes espacios geográficos; es decir, la eventual consolidación de una nueva clase social criminal, con capacidad hegemónica en su territorio ante el debilitamiento del Estado, la desorientación de las elites dirigentes y el desdén de la sociedad civil. Frente al tamaño del desafío, una parte de la dirigencia política viene sugiriendo que la solución está en aprobar y aplicar una ley de derribo de aviones civiles. Aunque las voces que están a favor no comulgan ideológicamente con los gobiernos “bolivarianos” de la región, invocan que Venezuela ya tiene legislación en la materia y que Bolivia avanza en una ley de interceptación de aeronaves civiles ilícitas u hostiles. Además, aducen que otros países de América del Sur ya tienen, desde hace años, leyes de derribo. No se toma en consideración la inexistencia de ese tipo de medidas en democracias avanzadas. Instalado el tema, lo importante es propender por una deliberación razonada sobre el derribo de aviones. Hay varios asuntos por tener en cuenta. En primer lugar, desde el punto de vista del derecho internacional no hay acuerdos o tratados que legitimen aquella práctica, tal como lo indican el Convenio Internacional sobre Aviación Civil de 1944, el Convenio para la represión de Actos Ilícitos contra la Seguridad de la Aviación Civil de 1971 y el protocolo relativo a una enmienda al Convenio Internacional sobre Aviación Civil de 1984. Distintos incidentes de derribo –entre otros, el de la Unión Soviética a un avión de Korean Airlines, el de Israel a un avión de Libyan Airlines y el de Es-

—PArA LA NACIoN—

tados Unidos a un avión de Iranian Airlines– motivaron mayores restricciones al uso de la fuerza contra aeronaves civiles. Aún en el marco actual de la llamada “guerra contra el terrorismo”, no existe un instrumento que habilite y le otorgue legalidad internacional al abatimiento de aviones no militares. En segundo lugar, la experiencia regional en este tema debe ser evaluada con detenimiento. Los primeros países sudamericanos en recurrir a esa táctica en el contexto de la “guerra contra las drogas” fueron Perú y Colombia. Las “victorias” proclamadas, en parte invocando el uso del derribo de aviones, han sido pírricas. Por ejemplo, por algunos años se argumentó el “triunfo” peruano de principios de los años 90. Fue evidente que por un tiempo se redujo el plantío de coca en Perú y se interrumpió el envío de pasta de coca a Colombia, donde usualmente era procesada y convertida en cocaína. Ello derivó en que Colombia aumentara su propia superficie de siembra de hoja de coca y desarrollara toda la cadena productiva –cultivo, procesamiento y tráfico– en su territorio. Los más recientes incrementos de erradicación de coca en Colombia llevaron a que, en los últimos años, el área cultivada de coca y su procesamiento creciera, otra vez, en Perú y Bolivia. Esto es lo que los especialistas llaman “efecto globo”: se aprieta mucho al narcotráfico en un país, hay logros transitorios, el negocio aumenta en otro país y tiempo después retorna o se expande en nuevos ámbitos. El fenómeno de la coca no se entiende en el mundo andino si no se comprende la lógica del “efecto globo”. En tercer lugar, al tratar el tema del derribo de aviones escasamente se analiza el comportamiento de los barones de las drogas y sus organizaciones. Usualmente, suceden dos cosas: adaptan el transporte de las drogas y optan, temporalmente, por vías fluviales o terrestres y elevan su disposición a corromper e infiltrar a los cuerpos de seguridad. El crimen organizado es más flexible, innovador y sofisticado de lo que las autoridades suelen reconocer. Apuntar

a un medio –una avioneta– en vez de a los protagonistas –los capos del narcotráfico– es una táctica casi pueril. En cuarto lugar, derribar aviones no implica que no haya errores funestos. Algunos pueden ser, incluso inducidos por el propio narcotráfico: por ejemplo, saturar con desinformación para que el Estado termine abatiendo aviones que transportan personas y no mercancías ilegales. En otros casos, los pésimos protocolos de derribo llevan a tumbar aviones equivocados. En quinto lugar, es importante examinar las políticas de derribo de aviones civiles de pares cercanos y de países que no tienen cultivo de sustancias ilegales, tales como coca o amapola. Es relevante destacar que esa táctica en nada ha cambiado la situación de consumo, violencia y tráfico en naciones como Brasil. Si el núcleo más crítico del asunto de los narcóticos y el avance del crimen organizado en ese país está en las favelas, el abatimiento de aviones es inútil como mecanismo para enfrentar ambos retos. En sexto lugar, adoptar la táctica de derribo lleva, más temprano que tarde, a depender de Estados Unidos. La CIA, la DEA, el Comando Sur y el Pentágono pasan a ser actores clave en la política antidrogas de un país, y con ello se va perdiendo la diferencia y separación entre seguridad y defensa. Finalmente, el derribo de aviones hace parte del arsenal represivo en la lucha contra las drogas; arsenal que ya ha probado ser ineficaz. Un muy reciente estudio muestra que a pesar de los ingentes recursos destinados al control de la oferta de drogas ilícitas, éstas tienen hoy precios más bajos y una pureza superior en comparación a la década de los años 90. En síntesis, ¿tiene la Argentina un problema serio de drogas? Sí. Entonces, ¿es el derribo de aviones civiles una buena alternativa para ir superando ese problema? No. © LA NACION

El autor es director del departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT

Academias siempre hubo muchas Graciela Melgarejo —LA NACIoN—

M

ás allá de las academias de la lengua, la realidad sigue haciendo su camino. Que uno no haya oído nunca una determinada expresión no quiere decir que no exista. Escribe Julio M. Iglesias, desde Uruguay, a propósito de los temas tratados en la columna pasada: “Sí existe, aparentemente con cambio de género, «la canal». Basta recordar la bellísima canción de Alfredo Zitarrosa (mi compatriota), “El loco Antonio”, para ver que no es una invención. En este enlace, http:// letras.com/alfredo-zitarrosa/966502/, puede leerse la letra de la canción, y escuchar y ver un video en YouTube, con la interpretación de Zitarrosa. Aunque fue cantada por Jaime ross, nada puede igualar la versión original”. También llegó a Línea directa un mail del periodista y locutor Julio Lagos –www.facebook.com/LagosRadio–, que quiere seguir “jugando” con las frases hechas. “Suele decirse «sangra por la herida», cuando en realidad aquel que manifiesta un sentimiento escondido «respira por la herida», como bien consta en el Diccionario de la rAE”. Podríamos consultar una vez más a la Academia ([email protected]) o, como dice Lagos, en el DRAE. En herida se define así: “resollar, o respirar, por la ~. 1. locs. verbs. Echar, despedir el aire interior por ella. 2. locs. verbs. Dar a conocer con alguna ocasión el sentimiento que se tenía reservado”. El universo lingüístico es infinito. El problema se presenta cuando el desconocimiento de una palabra, por las razones que sean, tiende una trampa. Por ejemplo, hace unos días, en Twitter, @jordipc –profesor universitario, él– escribía el siguiente tuit: “Hablo en la uni de «obituarios». Varios –¡varios!– alumnos apuntan «habituarios». Siempre sorprenden #InformePISA”. Uno compren-

de, entonces, que esos jóvenes estudiantes nunca han leído un obituario (cuarta acepción: “4. m. Sección necrológica de un periódico”), nunca han visto escrita la palabra y es casi seguro que nunca habrán puesto siquiera un aviso fúnebre. Les falta el contexto y la debida experiencia práctica. Llegan correos electrónicos para comentar un mismo error (no errata). Escribe el lector raúl Álvarez: “El domingo 20/10, se publicó en la página 29 un aviso de radio Continental que dice: «El campo argentino elije radio Continental». En esa persona del verbo, lo correcto hubiera sido «El campo argentino elige radio Continental». Como en otro mail, la profesora Alicia Bussetti refrenda lo observado por Álvarez (“En La Nación revista del domingo se lee, en una publicidad, el verbo elegir mal escrito”), vale una aclaración: en la actualidad, este diario recibe las publicidades ya diseñadas y redactadas por las propias agencias, de manera que no puede hacerse responsable de esos textos con sus erratas y errores. Pero se puede dejar constancia, como se hace aquí. Para terminar, un recuerdo de usos y costumbres que tenían su razón de ser: Mario Tascón, periodista especializado en nuevas tecnologías y autor, entre otros, del libro Escribir en Internet, recomendó en un tuit un artículo sobre las Academias Pitman: “@mtascon Academias Pitman http://blogs.monografias.com/ el-buenos-aires-que-se-fue/2011/09/29/ la-academia-pitman/ …”. Nunca nada será igual, pero se extraña el espíritu que tenían los jóvenes que acudían a ellas, deseosos de estudiar y triunfar en la vida, con –suponemos– su gramática y su ortografía bien sabidas. ¿o era sólo la publicidad? © LA NACION [email protected] Twitter: @gramelgar