OPINIÓN | 21
| Viernes 10 de enero de 2014
alan turing. A casi 50 años de su muerte, el célebre matemático británico que concibió el modelo teórico de la computadora
antes de que existiera la tecnología para construirla recibió, de manos de la reina, una tardía y extraña reivindicación
El hombre que sabía demasiado Nora Bär —LA NACION—
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a noche del martes 8 de junio de 1954, la señora Clayton, asistente de un matemático británico de primera línea, fue como siempre hasta su casa y se sorprendió por las cortinas abiertas, las botellas de leche y el diario todavía sobre los escalones de la entrada. El matemático era Alan Turing, un talento fuera de serie que había concebido el modelo teórico de la computadora antes de que existiera la tecnología para construirla, y que había anticipado la posibilidad de la inteligencia artificial. Mrs Clayton golpeó a la puerta de su dormitorio, pero no obtuvo respuesta. Turing estaba muerto junto a una manzana embebida en cianuro a medio comer. El presunto suicidio se había producido el día anterior, dos años después de que el científico fuera arrestado bajo cargos de homosexualidad y, para evitar la cárcel, hubiera elegido someterse a un tratamiento de castración química con estrógenos que le ocasionó agrandamiento de los pechos, obesidad, disfunción eréctil y problemas cognitivos. Tenía 41 años y había sido el jefe científico del equipo que logró descifrar los códigos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. La historia de este genio malogrado combina drama e inspiración por partes iguales. Hijo de un funcionario del servicio civil británico en la India, Alan Mathison Turing nació en Londres el 23 de junio de 1912. Fue un talento precoz (se cuenta que aprendió a leer solo en tres semanas) y muy pronto mostró interés por la ciencia. En 1931 ingresó al King’s College, de Cambridge, donde el mundillo académico estaba inmerso en una controversia acerca de la naturaleza de la matemática. En el corazón de las discusiones estaba el hallazgo del lógico Kurt Gödel, que había demostrado que en la matemática elemental ocurre lo mismo que pasa frecuentemente en los juicios: hay verdades no demostrables. “Según su biógrafo, Andrew Hodges, a los 24 años Turing deseaba profundamente producir un resultado matemático significativo”, cuenta Verónica Becher, organizadora local del Semestre sobre Computabilidad, Complejidad y Aleatoriedad de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que se realizó el año pasado y durante el cual se proyectó el drama documental Codebreaker, sobre la vida de Turing, dirigido por Clare Beavan y producido en 2011. “Una de las preguntas abiertas de la época era si existía un conjunto mecánico de reglas que resolviera todos los problemas matemáticos. ¿Se puede decidir mecánicamente qué enunciados son verdaderos y cuáles no? Éste es el “problema de la decisión” (en alemán, Entscheidungsproblem) del programa de David Hilbert. El mismo G. H. Hardy, que había sido profesor de Tu-
ring, insistía en que esa “mecanización milagrosa” no podía existir. Turing confirmó la intuición de Hardy. Formalizó la máquina de computar y al mismo tiempo demostró la imposibilidad de mecanizar toda la matemática al encontrar un enunciado que la máquina automática no puede decidir: si ella misma está colgada o si está funcionando bien. Es decir que para responder a un problema matemático Turing concibe la computadora.” Su trabajo “On computable numbers…” se publicó en 1937. A los 25 años había logrado uno de los avances más formidables del siglo. Sentó las bases de una máquina “universal”, en el sentido de que puede realizar todas las tareas mecanizables. “Turing matematizó todo lo que estas máquinas pueden hacer y, también, lo que no pueden hacer –explica Becher, que también fue oradora en las jornadas organizadas con motivo del centenario de Turing en Cambridge–. Pueden realizar operaciones mecánicas que se indican mediante instrucciones antes de arrancar. Lo que ninguna máquina puede hacer es determinar si está ‘colgada’, es decir, determinar si entró en un bucle de operaciones del cual no saldrá más. Es el fenómeno que experimentamos cuando la computadora no responde. Esto puede ser evitado muchas veces, pero no siempre, porque es matemáticamente insalvable. Lo más importante es que estas máquinas admiten cualquier combinación de sus operaciones mecánicas, si uno se las indica. Ésta fue y sigue siendo la definición de máquina de computar. A pesar de ser rudimentaria, la máquina de Turing se parece muchísimo a las computadoras actuales, ya que él la concibe para que funcione sin parar, para siempre. Precisamente, ¡esto es lo que hoy día exige Internet con programas como buscadores, ruteadores de correo y redes sociales que no duermen!” Su trabajo se publicó en el Journal of the London Mathematical Society, pero fue tan novedoso que tuvo una trascendencia mucho menor que la que se le asigna hoy. “Por ejemplo, G. H. Hardy [también de Cambridge] tardó más de cuatro meses en responder una carta que Turing le había mandado con la solución de un problema abierto de teoría de números –cuenta la investigadora–. Hardy pasó por alto la “calculabilidad” conseguida por Turing, y le contestó que el problema ya había sido resuelto por el francés Henri Lebesgue más de veinte años antes. Tampoco lo reconoció el superdotado Von Neumann, que conocía bien a Turing y sus trabajos, y que en 1938 le escribe una carta de recomendación para una posición en Princeton en la que ni siquiera menciona la invención de la máquina automática.” En 1939, su carrera se detiene inesperadamente cuando es reclutado para ayudar
do verificar 159.000.000.000.000.000.000 (159 trillones) de posibles posiciones. Chequeando una posibilidad por minuto, un operador hubiera necesitado más que la edad del universo para decodificar un mensaje, afirma Singh. Turing, usando como base el descifrador parcial hecho por científicos polacos, encontró el talón de Aquiles de la Enigma e ideó un sistema que utilizaba varias computadoras en paralelo para decodificar los mensajes. Llegaron a hacerlo en una hora. Pero como las actividades de Bletchley eran secretas, no muchos conocían sus proezas. Terminada la guerra, volvió a la matemática. “Desde 1948 hasta su muerte –menciona Becher–, retomó algunos
La homosexualidad, en la Inglaterra de esos días, era un delito, y Turing no intentó ocultarlo
Alan Turing, una mente privilegiada del siglo XX en el esfuerzo bélico como criptógrafo del centro de Bletchley Park. Según cuenta Simon Singh en The Code Book (Doubleday, 1999), Alemania contaba en ese momento con el sistema de comunicaciones más seguro del mundo. Estaba formado por 30.000 máquinas Enigma, desarrolladas en 1918 por el inventor alemán Arthur Scherbius y su amigo Richard Ritter. El más formidable sistema de encriptación pergeñado hasta ese momento comprendía tres elementos conectados por cables: un teclado para ingresar las letras del mensaje, una unidad “mezcladora” y un tablero con lámparas que indicaban el cibertexto. Para encriptar una letra, el ope-
rador presionaba la tecla correspondiente, que enviaba un pulso eléctrico a través de la unidad “mezcladora” central y salía por el otro lado, donde iluminaba la correspondiente letra del texto cifrado. La parte más importante era la “mezcladora”, un grueso disco de goma atravesado por cables que entraban desde el tablero por seis puntos, hacían una serie de giros y vueltas, y luego emergían por otros seis puntos del otro lado. El cableado interno del disco determinaba cómo serían encriptadas las letras del texto. El mecanismo era tan eficaz que, con cinco discos mezcladores, un interceptor que quisiera decodificar un mensaje hubiera debi-
problemas que le interesaban y se dedicó a la morfogénesis (estudio del origen de las formas de los organismos vivos). Consiguió explicar parcialmente, mediante la operación ‘a ciegas’ de las leyes químicas, las rayas de las cebras, las manchas de las vacas, los pétalos de las flores. También ideó el hoy llamado ‘test de Turing’ de inteligencia artificial, que está actualmente vigente para responder a la pregunta de si las máquinas pueden pensar.” En 1952, a raíz del robo de algunos efectos personales que Turing denunció a la policía, salió a la luz el affaire que mantenía con un joven desempleado de 19 años, Arnold Murray. La homosexualidad, en la Inglaterra de esos días, era un delito, y Turing no intentó ocultarlo. “Alan Turing atravesó el abismo que existe entre el paisaje deliciosamente remoto de la matemática pura y el mundo de la industria, en el que la habilidad de una máquina de multiplicar gigantescos números primos o revisar decenas de miles de posibles sustituciones de letras en busca de una coincidencia (…) significaba la diferencia entre el éxito comercial y el fracaso, y en algunos casos, entre la vida y la muerte”, escribe David Leavitt en The Man who Knew Too Much: Alan Turing and the Invention of The Computer (Atlas Books, 2006). El 24 de diciembre último, después de que más de 35.000 científicos (entre ellos, Stephen Hawking) firmaran peticiones online, Turing recibió un indulto de la reina. A la distancia, cabe preguntarse a quién le hubiera correspondido pedir perdón. © LA NACION
Twitter: @norabar
La parálisis de la Unidad Antilavado Ernesto Sanz —PARA LA NACION—
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entro de pocos días, el 13 de enero, vence el mandato de José Sbattella como presidente de la Unidad de Información Financiera (UIF), y la nueva ley que regula a la UIF establece, entre otras cosas, nuevos parámetros para el procedimiento de selección de sus autoridades, incluyendo requisitos de idoneidad, y procedimientos abiertos y públicos de selección. Si Sbattella desea continuar al frente de la UIF, y si la Presidenta pretende renovar su mandato, deberá respetar los criterios de selección establecidos por ley: publicidad de sus antecedentes, presentación exhaustiva de sus actividades profesionales en los últimos ocho años, declaración de bienes propios y de su entorno familiar y el escrutinio de ciudadanos, ONG, colegios y entidades académicas y profesionales que deseen hacerlo. Finalmente, Sbattella deberá someterse, en ese caso, a audiencia pública y hacer frente a even-
tuales observaciones e impugnaciones. Si la Presidenta cumple, como corresponde, con la ley, se expondrá a un nuevo caso Reposo –agravado en esta oportunidad por la experiencia previa–, debido a que Sbattella ya demostró su incompetencia al frente de la UIF. Teniendo en cuenta los antecedentes, hay por lo menos cuatro razones por las cuales Sbattella debe dejar la UIF. 1. En 2010, durante su mandato, el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) –que evalúa estándares antilavado globales– señaló la “falta de profesionalismo y criterio técnico de la UIF”. Este mismo organismo recomienda que la UIF sea una unidad de carácter técnico y no político. Observaciones de esta naturaleza motivaron que la Argentina ingresara en la “lista gris, de observación regular” del GAFI. 2. La UIF, bajo la conducción de Sbattella, tuvo una deslucida actuación ante los sucesivos planes de blanqueo del gobierno
nacional. Puntualmente, desde el bloque de senadores radicales solicitamos, en agosto de 2010, que nos informase sobre las “operaciones sospechosas” de lavado de dinero que estaba analizando ese organismo fruto de la ley de blanqueo de 2009. La UIF contesto textualmente: “[Esta UIF] está brindando exhaustivo tratamiento a 586 reportes de operaciones sospechosas”. Sin embargo, a la fecha, la UIF no formalizó ni una denuncia penal de aquellas 586 “sospechas” que tenía. 3. En estos momentos hay por lo menos cuatro causas penales en las que se investiga al presidente de la UIF por delitos relacionados con la omisión de realizar las denun-
Mal haría la Presidenta en intentar prorrogar el mandato de las actuales autoridades de la UIF
cias correspondientes en casos reconocidos y que vinculan a Lázaro Báez y Sergio Schoklender, entre otros. 4. Finalmente, una observación estrictamente vinculada a la gestión. La UIF no se vinculó estrechamente a la prevención y lucha contra el narcotráfico en la Argentina, pese a que debe desempeñar un papel fundamental en coordinación con los fiscales antidrogas y el Ministerio de Seguridad de la Nación. En la sesión de junio de 2011, cuando se modificó la ley antilavado, se ampliaron las facultades de la UIF y se establecieron estrictos criterios de selección de sus autoridades, tuve la responsabilidad de expresar la opinión del radicalismo en el recinto. Allí expresé que la UIF contaría desde entonces con “inmensas facultades, con atribuciones de investigación y avances sobre derechos individuales y colectivos como no tiene ningún otro organismo del Estado. Incluso más atribuciones que la propia AFIP”.
Habiendo tenido a su disposición todos los instrumentos legales para hacer de la UIF una verdadera agencia anticorrupción, sirviendo a la Justicia para detectar y denunciar operaciones del delito organizado, la UIF tiene un desempeño deslucido, actitudes cuestionables y una conducción deficiente e inepta. Mal haría la Presidenta en intentar prorrogar el mandato de las autoridades vigentes. El pasado 19 de diciembre, cuando las fuerzas políticas con representación parlamentaria firmamos un compromiso de formular políticas públicas contra el narcotráfico lo hicimos con una convicción: la Argentina que viene tiene un desafío principal en la lucha contra el delito organizado. Darle a la UIF autoridades competentes, probas e idóneas es un paso fundamental para iniciar ese camino.© LA NACION El autor es presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical
Internet y democracia Santiago Siri —PARA LA NACION—
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n el año que dejamos atrás se cumplieron tanto 30 años de democracia en la Argentina como de la puesta en funcionamiento de Internet tal como la conocemos hoy en día. Éstos son hitos de índole política y tecnológica que marcan a fuego a quienes nacimos por entonces. Internet y la democracia son los ejes que definen el cambio que muchos venimos a impulsar. E Internet y la democracia son tanto la idea como el arma. El software y el hardware. Existen, claro, miradas críticas a la actitud propositiva que esto presupone; y la prédica de “la tecnología todo lo puede” atenta contra el potencial que ésta ofrece. Pero frente a la falta de respuestas de un Estado en crisis de representación y, al mismo tiempo, sistemas económicos que tarde o
temprano expiran, lo que la Red ofrece es la posibilidad de repensar sistemas de gobierno y moneda (entre otros) desde una estructura de alcance global, incorporando más variables sociales y abriendo el rango de interacciones posibles. Criticar el medio es evadir la cuestión de fondo: nuevas tecnologías abren nuevas formas de pensamiento. Ignorarlas con cinismo reaccionario sin ofrecer alternativas suele ser un lugar cómodo de ocupar. Pero si algo caracteriza a las nuevas generaciones es su capacidad de emprender y salirse de la zona de confort. Hacer, más que decir. En un reciente viaje a La Haya, tuve un encuentro con Rick Falkvinge, fundador del Partido Pirata. Una de sus amargas conclusiones luego de transitar seis años llevando la voz de una nueva forma de entender
y sentir la política es que “el poder político se mueve a velocidades glaciales”. Rick considera que existe la generación online versus la generación offline; una concibe un mundo global, abierto a la posibilidad de explorar nuevos sistemas, mientras que la otra se aferra a dogmas del pasado y repite (por izquierda o derecha) lo que le fue dado sin cuestionarlo. Desde un punto de vista local, en América latina existe una variable adicional: los nativos democráticos. Aquellos que crecimos acostumbrados a una libertad de expresión y tolerancia política inédita en nuestros países hasta 1983. Una generación que tiene poco que ver con la cooptación que busca hacer el poder de turno. Debemos librarnos al potencial de nuestras propias ideas contemporáneas y no a las de
generaciones pasadas. Aliarnos generacionalmente antes que ideológicamente, para que las propuestas tiendan a unir antes que dividir. Somos los mismos que de chicos les explicamos a nuestros padres cómo usar la computadora o hacerlos tomar conciencia del medio ambiente. Esa sensibilidad es fruto del contexto tecnológico y global en el que crecimos. La posibilidad de conocer experiencias políticas fuera del país me acercó a jóvenes de mi generación que realmente se enfrentaron al poder. Giorgio Jackson, recientemente elegido diputado en Chile, logró varias conquistas para los estudiantes de su país. O Mohamed Wefati, que vivió la persecución en plena “primavera árabe” y debió ayudar a su familia escapar de Libia, mientras él optó por quedarse para lograr
la reconstrucción de su país. Esas dos están entre las experiencias que más me han impactado. El gran común denominador de estas historias de cambio es que tienen a la Red como herramienta central. La Web es el gran lenguaje en común que habla toda nuestra generación. Poder conocer estas experiencias de primera mano, de manera desprejuiciada y sin estar inmerso en la vorágine social que a veces nubla nuestro juicio respecto del otro, me permitió abrir la cabeza y tomar plena conciencia de que nuestro turno ya llegó. No vamos a ser testigos del cambio, sino que todos vamos a ser sus protagonistas. © LA NACION
El autor es fundador del Partido de la Red