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25 nov. 2009 - El arte de tener siempre la razón y otros ensayos. ARTHUR SCHOPENHAUER. El arte de tener-113.636%.indd 3. 11/25/09 11:44:48 AM ...
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El arte de tener siempre la razón y otros ensayos

De esta edición: D. R. © Santillana Ediciones Generales, sa de cv Av. Universidad núm. 767, col. del Valle cp 03100, México, D.F. Teléfono 5420-75-30 www.puntodelectura.com.mx Primera edición: noviembre de 2009 Primera reimpresión: julio de 2010 ISBN: 978-607-11-0338-3 Adaptación: José Luis Trueba

D. R. © Diseño de cubierta: Sergio Gutiérrez

Impreso en México Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida total ni parcialmente, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, o cualquier otro medio sea éste electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético, electróptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso por escrito previo de la editorial y los titulares de los derechos.

ARTE DE TENER SIEMPRE LA RAZON 1

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ARTHUR SCHOPENHAUER

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ÍNDICE

Aforismos sobre el arte de saber vivir ................................................ 9 La moral................................................... 123 El arte de tener siempre la razón ....................................... 145

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AFORISMOS SOBRE EL ARTE DE SABER VIVIR*

INTRODUCCIÓN Tomo el concepto de «sabiduría de la vida» en el sentido de «arte de hacer la vida lo más cómoda y dichosa posible»; el método para lograrlo puede llamarse «eudemonología»: ciencia que trata de la existencia feliz. Ésta podría definirse como una existencia que, tras considerada de una manera objetiva, pareciera preferible a la no existencia. De este concepto de «sabiduría de la vida» se sigue que nos inclinemos a amar a la vida por sí misma y no sólo por miedo a la muerte; y que deseemos que sea infinita. Si la vida humana se corresponde con este tipo de existencia es una pregunta que mi filosofía niega, mientras que la eudemonología presupone su afirmación. Dicha afirmación descansa en el error con cuya crítica comienza un capítulo de mi principal obra. Por eso, para desarrollar una eudemonología no he tenido más remedio que prescindir del elevado punto de * Este ensayo es el trabajo más voluminoso que Schopenhauer incluyó en el primer volumen su obra Parerga y paralipómena (1850), la cual buscaba acercar al gran público lector a las ideas que el filósofo presentó en su obra más importante: El mundo como voluntad y representación (1819). 9

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vista ético-metafísico al que conduce mi filosofía. Por lo tanto, toda la exposición que se ofrece en el presente tratado descansa en una acomodación, pues permanece en el punto de vista común y se aferra a ese error. En virtud de esto, su valor sólo puede ser limitado; incluso la palabra «eudemonología» no es más que un eufemismo. Por lo demás, mi exposición no pretende ser exhaustiva, porque el tema es inagotable, y porque de pretender que lo fuera me obligaría a repetir lo que otros ya han dicho. Sólo recuerdo un libro cuya intención es idéntica a la de estos aforismos; se trata de la obra de Cardano, De utilitate ex adversis capienda, con la que puede completarse lo que aquí se dirá. También Aristóteles ha insertado en su Retórica una breve eudemonología; sin embargo, resulta demasiado simplona. No he utilizado estos predecesores, mi tarea no es compilar y mucho menos cuando por ello se perdería la unidad de la intención. Por lo general, es evidente que los sabios de todos los tiempos han dicho lo mismo, y que los tontos —es decir, la inmensa mayoría— siempre hicieron lo propio. Por eso dice Voltaire: «Dejaremos este mundo tan tonto y tan malvado como lo encontramos al llegar».

I.

DIVISIÓN FUNDAMENTAL

Aristóteles ha dividido los bienes de la vida humana en tres grupos: los exteriores, los del alma y los del cuerpo. Manteniendo el número, diré que lo que origina la diferencia en la suerte de 10

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los mortales puede reducirse a tres grupos fundamentales: F

Lo que uno es: la personalidad en su sentido más amplio. Por consiguiente, también aquí se incluyen la salud, la fuerza, el temperamento, el carácter moral y la inteligencia y su desarrollo.

F

Lo que uno tiene: bienes y posesiones de todas clases.

F

Lo que uno representa: bajo tal expresión entendemos lo que se es en la representación de los otros, cómo se lo representan a uno los demás, lo cual depende de la opinión en que nos tengan, y se divide en honor, rango y fama.

Las diferencias que se consideran en el primer grupo son las que la naturaleza ha establecido entre los hombres; de lo que puede deducirse que su influencia en la dicha o la desdicha será más esencial y penetrante que la influencia de las diferencias surgidas por las determinaciones humanas contenidas en los siguientes rubros. En efecto, para el bienestar del hombre y su existencia, es más importante lo que está en su interior o lo que procede de él. Aquí reside de manera directa su dicha o su desdicha, la cual es el resultado de sentir, querer y pensar; mientras que todo lo que se sitúa fuera de él sólo ejerce una influencia indirecta. De ahí que idénticos acontecimientos externos afecten de forma diferente 11

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a cada uno. Cada individuo está relacionado directamente sólo con sus propias representaciones, con los sentimientos y los movimientos de la voluntad; las cosas externas sólo influyen en él en tanto que son causa de estas afecciones. El mundo en que se vive depende, ante todo, de la interpretación que se tenga de él, la cual es distinta según sea el enfoque de las diferentes cabezas: para unos será pobre, anodino y plano, o rico, interesante y significativo. Así pues, mientras que, por ejemplo, uno envidia a otro por los acontecimientos interesantes que le han ocurrido, más bien tendría que envidiarlo por la cualidad que posee para interpretarlos, que es la que les otorga la importancia y el significado de ellos: el mismo acontecimiento que en una cabeza rica en ingenio se muestra interesante, en una cabeza plana y vulgar sólo es una escena insulsa. Asimismo, el melancólico ve una escena de tragedia donde el sanguíneo observa un conflicto interesante y el flemático algo sin importancia. Todo esto se debe a que la realidad se compone de dos partes: el sujeto y el objeto, si bien ambas coexisten en una unión tan necesaria y estrecha como la del oxígeno y el hidrógeno en el agua. De partes objetivas idénticas y partes subjetivas distintas se seguirá, lo mismo que en el caso contrario, una realidad muy distinta. La parte objetiva más bella y mejor, unida a la subjetiva más insulsa y peor, sólo dará una realidad mala y un presente malo; lo mismo que una bella región con mal tiempo. Para hablar más llanamente: cada cual está embutido en su conciencia como lo está en su piel, y sólo vive en ella; de ahí que no pueda ayudársele mucho desde fuera. Porque todo 12

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cuanto existe y sucede para el hombre siempre existe y sucede sólo en su conciencia. En la mayoría de los casos, tal condición de las imágenes proviene del interior de la conciencia. Todo esplendor y todo gozo reflejados en la conciencia de un necio resultan pobrísimos frente a la conciencia de un Cervantes cuando escribía Don Quijote encerrado en una incómoda prisión. La parte objetiva del presente y la realidad se hallan en manos del destino, por son variables; la subjetiva, en cambio, somos nosotros mismos; de ahí que sea invariable en lo esencial. Según esto, la vida de cada hombre, a pesar de los cambios exteriores, conlleva el mismo carácter y puede comparársele con una serie de variaciones sobre un único tema. De ahí que esté claro cuán dependiente es nuestra felicidad de aquello que somos, de nuestra individualidad: sin embargo, la mayoría de las veces, sólo valoramos nuestra suerte en función de lo que tenemos o de lo que representamos; pero la suerte, «el destino», puede mejorarse. Por lo demás, quien posee la suficiente riqueza interior no le exigirá mucho; en cambio, el pobre diablo seguirá siendo un pobre diablo hasta el fin, incluso hallándose en medio del Paraíso rodeado de huríes. Por eso dice Goethe:

Pueblo, siervos y señores proclaman a no dudar, que la dicha más cumplida de los hijos de la Tierra es la personalidad. 13

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Que para nuestra felicidad y nuestro gozo lo subjetivo sea más esencial que lo objetivo se demuestra en todo: desde el hambre que es el mejor cocinero y el anciano que mira con indiferencia al jovencito, hasta, si nos remontamos más alto, a las vidas de los genios y los santos. La salud, principalmente, que sobrepasa de tal manera cualquiera de los bienes exteriores haciendo que un mendigo sano sea más feliz que un rey enfermo. Un temperamento tranquilo y alegre, nacido de una salud y una constitución perfecta; un entendimiento claro, vivo, penetrante, que concibe con exactitud; una voluntad moderada y dulce, y una buena conciencia, son ventajas que ni el rango ni la riqueza pueden suplir. En efecto, lo que uno es para sí, lo que le acompaña en la soledad y que nadie puede darle o quitarle, es más esencial que todo lo que posee o lo que pueda ser a los ojos de los demás. Un hombre ingenioso, inmerso en la más absoluta de las soledades, tiene una magnífica diversión con sus pensamientos y fantasías, mientras que un necio, a pesar del cambio constante de amistades, espectáculos, viajes y diversiones, es incapaz de sustraerse del más mortificante aburrimiento. Un buen carácter, apacible y moderado, puede estar satisfecho en circunstancias poco favorables, mientras que uno codicioso, envidioso y malvado, no lo estará rodeado de riquezas. Ahora bien, sólo para aquel que disfruta permanentemente del don de una individualidad extraordinaria y espiritual, la mayoría de los goces a los que aspiran los demás resultan superfluos, e incluso le parecerán molestos y pesados. Al respecto dice Horacio: 14

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Piedras preciosas, mármol, adornos de marfil, estatuillas tirrenas, cuadros, utensilios de plata y túnicas teñidas de púrpura de Getulia […] Muchos las codician, pero también hay uno que no da valor alguno a su posesión.

Sócrates, al ver artículos de lujo expuestos para su venta exclamó: «¡Cuántas cosas hay que no necesito!». De esta forma, aquello que somos, la personalidad, es lo primero y más esencial para que tengamos una vida feliz, ya que es constante y obra en cualquier circunstancia. No es como los bienes de los otros dos grupos, que están sometidos a la suerte. Su valor puede considerarse absoluto en oposición al valor relativo de los bienes caracterizados en los otros dos. De aquí proviene que el hombre sea menos susceptible de ser modificado desde el exterior de lo que se cree. Pero el tiempo omnipotente aquí también ejerce su derecho: frente a él sucumben poco a poco las cualidades corporales y espirituales; sólo el carácter moral permanece a salvo de sus efectos demoledores. En este sentido, los bienes de los últimos dos rubros, en tanto que no los roba directamente el tiempo, tendrían, una ventaja sobre los del primero. También podría encontrarse una segunda ventaja en el hecho de que, al residir en lo objetivo por su naturaleza, son accesibles y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de llegar alguna vez a poseerlos; 15

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por el contrario, lo subjetivo no viene dado por nuestro poder, sino que permanece inmutable de por vida, de modo que puede aplicársele los versos de Goethe: Según el día en que viniste al mundo, el sol en conjunción con los planetas estaba; comenzó tu desarrollo, y fue siguiendo con arreglo a aquella ley que al mundo te trajo. Así es forzoso que seas, sin que a ti mismo hurtarte puedas. Tal antaño dijeron las sibilas, y también los profetas profirieron; no hay tiempo ni poder que a alguna forma que sus fuerzas viviendo desarrolla, luego de ya acuñada, cambiar pueda.

Lo único que podemos hacer a este respecto es aprovechar la personalidad con la mayor astucia posible, esto es, perseguir sólo aquellas aspiraciones que le correspondan y preocuparnos por la clase de instrucción que le sea más adecuada, dejando a un lado las demás. Por consiguiente, elegir la condición, la ocupación y el modo de vida que le correspondan. De la decisiva preponderancia de nuestro primer rubro sobre los otros dos se colige que es mucho más sabio trabajar para la conservación de la salud, el desarrollo y la educación de nuestras facultades que para la acumulación de riquezas, lo cual no debe malinterpretarse en el sentido de que debamos descuidar la obtención de aquello que sea necesario y conveniente. Pero la riqueza propiamente dicha, es decir, la 16

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abundancia excesiva, no contribuye mucho a nuestra felicidad; de ahí que haya tantos ricos que se sienten desdichados, porque carecen de formación propia, cultura y conocimientos y, por eso, también carecen de intereses objetivos que pudieran permitirles ejercer alguna actividad intelectual. En efecto, lo que la riqueza da de sí más allá de la simple satisfacción de las necesidades reales y naturales tiene una influencia mínima en nuestro bienestar íntimo. Es más, a éste lo turbarán los muchos e inevitables cuidados que conlleva la conservación de una gran fortuna. Sin embargo, los hombres se esfuerzan mil veces más en la adquisición de riquezas que en obtener una buena educación espiritual; y esto a pesar de que es evidente que lo que uno es contribuye mucho más a nuestra felicidad que lo que uno tiene. Por eso vemos a tantos hombres ocupados en sus negocios, trabajando sin descanso, empeñados en aumentar sus riquezas. Este tipo de individuos apenas si conoce algo más allá del estrecho horizonte que limita los medios para lograrlas; fuera de éste no sabe nada: su espíritu se halla vacío, es insensible a cualquier otra cosa. Los goces más elevados le resultan inaccesibles; buscará sustituirlos con placeres efímeros, sensuales y que cuestan poco tiempo y mucho dinero, pero en vano, pues no lo conseguirá. Al término de su vida obtiene como resultado, si es que la fortuna le ha sonreído en sus empresas, un montón de dinero que tiene que dejar a sus herederos para que éstos lo aumenten o lo dilapiden. Un curriculum de tal calibre, vivido con gesto grave e importante, es tan absurdo como el de quien ostenta como símbolo un gorro de cascabeles. 17

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Lo esencial para la felicidad es lo que uno tiene en sí mismo. Pero como esto, por regla general, es tan escaso, la mayoría de aquellos que ya no necesitan luchar contra la necesidad en el fondo se sienten tan desdichados como los que aún se ven inmersos en la lucha contra ella. El vacío interior, lo aburrido de sus conciencias, la pobreza de sus espíritus, los empuja a la búsqueda de compañía; pero ésta la consiguen de otros semejantes a ellos, pues lo igual a su igual llama. Entonces se inicia la caza de pasatiempo y diversión, que primero se buscan en los goces sensuales y placeres de todo tipo y, finalmente, en el vicio y el libertinaje. La fuente de esta incurable disipación que provoca la dilapidación de la fortuna de tanto hijo de familia que vino rico al mundo, no es otra que el aburrimiento surgido de la pobreza y vacuidad de espíritu. Un joven de este tipo fue enviado al mundo con mucho dinero en los bolsillos pero pobre en su interior; se afanó en vano por suplir la carencia interna mediante la riqueza externa en cuanto que quiso recibirlo todo desde fuera; podría, en fin, comparársele con esos ancianos que buscan fortalecerse con el hálito de las jovencitas. Con ello, al final, la pobreza interior termina por atraer a la pobreza externa. No necesito elogiar la importancia de los bienes de la vida humana comprendidos en los otros dos rubros: el valor de la propiedad está tan reconocido que no requiere ninguna recomendación. Incluso, el tercer rubro tiene una propiedad muy etérea, puesto que sólo se basa en la opinión de los otros. Si bien todos podemos aspirar al honor, sólo unos pocos, 18

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los que sirven al Estado, pueden aspirar al rango; y en cuanto a la fama, sólo la obtienen en contadísimas excepciones. De ahí que se considere al honor como un bien impagable, y a la fama, como lo más sabroso que el hombre puede alcanzar. En cambio, sólo los tontos anteponen el rango a las posesiones y riquezas. Los rubros segundo y tercero se hallan en llamada «reacción recíproca», puesto que el tienes, tendrás de Petronio conserva su validez y, a la inversa, la opinión favorable de los demás, en todas sus formas, ayuda a la adquisición de propiedades y riquezas.

II.

DE LO QUE UNO ES

Que lo que uno es contribuye más a nuestra felicidad que lo que uno tiene y lo que uno representa lo sabemos en mayor o menor medida. Siempre será lo principal lo que uno sea, lo que tenga en sí mismo, pues su individualidad lo acompaña a todas partes, e impregna todo lo que se vive y experimenta. En toda ocasión uno disfruta primero de sí mismo; si esto puede aplicarse a los goces físicos, se aplicará en mayor medida a los espirituales. De ahí que sea tan acertada la expresión inglesa «to enjoy one’s self», que no dice por ejemplo «él disfruta de París», sino «él se disfruta en París». Pero si la individualidad es de mala índole, entonces los goces serán como un vino exquisito para una boca untada de hiel. Por consiguiente, en lo bueno y lo malo, dejando aparte las grandes desgracias, no tiene tanta importancia 19

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