Ejércitos y principado - Ono

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La influencia del Principado sobre la eficacia de la acción bélica de la antigüedad a la época moderna

Trabajo para la asignatura del doctorado en La Historia y Sus Fuentes ‘La ideología del Principado de la Edad Antigua al Renacimiento’ Alumno: Jesús María López de Uribe

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Índice del trabajo. Introducción…………………………………………………………...pág. 1 - La descomposición científica de la Historia…………….…..pág. 2 - La espiral ideológica………………………………………..pág. 3 - El contrato social y el de camaradería...…………………….pág. 3 - La fuerza de la ideología……………………………………pág. 4 Ciudadanos contra dioses……………………………………………..pág. 5 - El bien común griego………………………………….……pág. 6 - Democracia por designio divino……………………………pág. 6 - El griego y el rey Dios……………………………………...pág. 8 - La república romana y el imperium………………………...pág. 9 - De general a cesar imperator……………………………...pág. 10 - La fusión del rey Dios y la república……………………...pág. 13 Caudillos frente al poder de Dios……………………………………pág. 14 - La ideología cristiana……………………………………...pág. 15 - Los competidores de Dios…………………………………pág. 16 - La Escolástica al servicio de Dios…………………………pág. 18 - Güelfos y gibelinos………………………………………..pág. 19 - El conflicto económico de la Baja Edad Media…………...pág. 21 El renacimiento de lo terrenal………………………………………..pág. 23 - El perfecto caballero…………………………………….....pág. 23 - La reforma eclesial………………………………………...pág. 25 El príncipe y el Estado……………………………………………….pág. 29 - ¿Y cómo ha de ser el príncipe que ha de regir ese Estado?..pág. 29 - El concepto de Estado moderno…………………………...pág. 31 - El monarca como príncipe, general y administrador………pág. 32 Conclusiones…………………………………………………………pág. 35 Bibliografía…………………………………………………………..pág. 37

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Introducción. ¿Por qué los ejércitos siguen a sus líderes? ¿Por qué razón hombres siempre victoriosos se ven derrotados ante nuevos pueblos que imponen su idiosincrasia a partir de entonces? ¿Los pueblos desaparecen o se mezclan? ¿Es la ideología un arma de guerra? Todas y muchas más preguntas se pueden efectuar cuando se estudia en profundidad las causas y resultados de la actividad humana que marca las pautas de la historia, la guerra. Todos los caudillos, monarcas, líderes o teócratas han dejado constancia de su paso por el devenir de la raza humana mencionando algún hecho de guerra, porque los conflictos bélicos son consustanciales al homo sapiens. ¿Pero cómo un grupo de hombres sigue a otro y lo eleva al rango de líder militar para seguirle hasta la muerte si es preciso? Esta es una de las preguntas que buscan la mayoría de los historiadores militares, una rama que está adquiriendo una nueva visión de lo sucedido a lo largo de los siglos. La comprensión histórica ha sufrido a lo largo del siglo XX una revolución en su contexto. La mayor pretensión ha sido la de convertirla en una ciencia, lo cual es aún hoy en día un trabajo más que arduo, de parecido imposible. Las ciencias sociales no tienen una metodología precisa como las exactas y en concreto la histórica social adolece de un factor importantísimo a la hora de intentar categorizar su ciencia: datos contrastables.

2 La historia se basa en lo que otros seres humanos han contado, o más bien lo que se ha recuperado de todos los escritos, pictogramas, edificios, fósiles animales y faunísticos y cuestiones geológicas. Es decir, que el historiador de “letras” no es el único que estudia la historia. Hay que tener en cuenta que hay determinadas ciencias exactas que también hablan de historia: la biología y la geología son dos ciencias que bien pueden determinar la historia de la vida y del planeta tierra; la física y las matemáticas pueden determinar cómo fueron los primeros pasos del universo. Pero la historia de la que se trata en este trabajo es la social, que depende de los datos que han dejado los seres humanos para explicar ciertos acontecimientos. Sin embargo, la constante falta de datos provoca que la historia se reescriba una y otra vez, aunque la metodología histórica puede facilitar que se vaya encontrando un término medio para la búsqueda de una verdad a priori imposible. Por ello, el estudio de la historia es multidisciplinar, aunque en realidad cada ciencia tiene su propia historia que puede ser investigada a su vez por un estudioso de la historia social. Es la pescadilla que se muerde la cola, la historia fue una de las primeras ciencias -puesto que Herodoto marca la distinción entre la literatura (mística) y la historia para introducirla en los métodos filosóficos (observación, comprobación, explicación)-, pero una de las menos exactas. En realidad todas las ciencias derivan de la filosofía y todas son hermanas, pero unas son más denostadas que otras por su incapacidad de ofrecer resultados exactos o fiables. La descomposición científica de la historia ¿Entonces cómo se pueden explicar las cuestiones históricas? ¿Cómo explicar por qué un campesino sigue a otro hombre a una región extraña arriesgando incluso su propia vida para atacar a sus congéneres? ¿Cómo es posible que los imperios se ‘derrumben’? Pues de forma multidisciplinar, asumiendo que la condición humana no se pliega ante un movimiento histórico que él desconoce por estar inmerso en él. La historia es un compendio de conocimientos que se mezclan en un buril y se acrisolan de cara al futuro. Es el historiador el que mediante varias herramientas ha de descomponer los elementos y buscar una explicación a la pregunta que se hace, que ha de ser el objeto de investigación para conseguir una teoría que vaya agrupando el saber histórico de forma metodológica. En este caso, la pregunta a considerar para este trabajo –ínfima parte de una explicación histórica convincente sobre las preguntas iniciales, ya que se desestiman cuestiones económicas, sociales, tecnológicas y ambientales- es sencilla: ¿Qué hace de una persona el líder de un grupo social y a su vez del guerrero? Y para descomponer en el matraz histórico este ingrediente cabe suponer que hay que utilizar una herramienta poco exacta: la ciencia política. Los elementos fundamentales para contestar esta pregunta son, a mi juicio, dos: el carisma personal de cada caudillo, y las condiciones ideológicas que le permiten llegar a la posición de liderazgo. Suponiendo que lo personal se da en diversas circunstancias –en presencia facilita la llegada a esa posición y en su ausencia, que otro llegue a la cúspide-, se ha de desechar para este estudio, ya que se supone que es el grupo en que realidad decide.

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¿Y cómo decide el grupo? Pues ajustándose a lo que marca la tradición o una ideología previa. Tanto egipcios, como griegos, romanos, bárbaros, bizantinos, árabes y europeos han ido marcando una serie de directrices que indican cómo ha de ser el gobernante, el caudillo o el líder y cómo han de seguirle sus subordinados. La ideología cohesiona en lo social. La espiral ideológica Ideología: una palabra en desuso. El hombre contemporáneo la ha olvidado y sustituido por el vocablo política (“los asuntos de la ciudad”, en macarrónica traducción del griego) sin comprender que está hablando de ideología (“la idea de lo que yo he visto”, en otra terrible traducción). La ideología es el conocimiento de las ideas (el vocablo iada, procede del hebreo y significa “conocer”, es el ‘conocer’ bíblico, que se identifica con “descubrir” y “hollar”). La ideología podría describirse como el descubrimiento de nuevas ideas, con lo cual podría imbricarse en lo que es la filosofía; pero no, ésta va más allá. Las ideas no son algo contrastable, no son algo tangible, no son más que “lo que yo he visto” y la aplicación de ello entre mis semejantes. De la ideología surgen los sistemas sociales, las polis, las constituciones, los sistemas de gobierno, el sustento del grupo militar… La introducción de nuevas ideas, de nuevos matices van provocando que los ideólogos reinterpreten la ideología en base a diversos intereses. El poder es temporal, pero se puede alargar con una conveniente propaganda. La ideología imperante suele cambiar a lo largo del tiempo para volver a aprovechar conceptos anteriores que parecían olvidados. El concepto es sencillo: la historia suele ser cíclica porque los ideólogos se basan en ideas anteriores –las cuestiones se vuelven a poner “de moda” otra vez- para justificar los intereses imperantes en un momento determinado. Es un concepto espiraloide, la ideología reinterpreta una idea anterior en momentos futuros que ofrecen distintas situaciones, lo cual se resuelve con distinto resultado tanto en la presentación como aplicación de la ideología resultante. En resumen, que no es lo mismo un dios faraónico tres milenios anterior a Cristo que el rey Sol francés cinco mil años posteriores a ellos; pero el concepto primigenio subsiste. Y que no es lo mismo un ciudadano greco-romano de los primeros pasos democráticos que un español del siglo XVI y XVII, pero el concepto de res pública subsiste en gran medida para mantener el estatus político existente y dar al líder de su sociedad la confianza necesaria para gobernar. El contrato social y el de camaradería En esencia, todo es un contrato social. El pueblo deja hacer al gobernante porque confía en él, y si no lo hiciera lo derrocaría. Sin embargo, el gobernante puede reconfigurar el contrato social a su gusto aprovechando la ideología. Esto crea un péndulo entre la libertad del pueblo y la capacidad coercitiva del gobernante que irá oscilando de un lado a otro, dependiendo de si el ideólogo se considera el defensor del interés del pueblo o el de la clase dominante, o el de su propio grupo social.

4 En el ejército, una estructura inmovilista puesto que es uno de los núcleos de protección de la sociedad y de sus modos identificativos, el contrato se da, pero no es social, es de camaradería. El contrato de camaradería supone que el soldado perfecto ha de tener un cariño infinito al líder y que el menos efectivo es el que lo odia. Es una especie de contrato social, pero grupal; mucho más identificado con la reverencia del soldado al líder, que éste puede manipular en su propio beneficio. Sin embargo, el líder ha de cumplir la serie de condiciones preestablecidas en el contrato de camaradería y el social. Sin ellas, el milites lo abandonará, sus pares lo traicionarán o se pasarán a otro bando que ofrezca una mayor fortaleza ideológica tanto en lo teórico como en su cumplimiento. El contrato es de dos partes, aunque beneficie en apariencia sólo al líder y sus pares en realidad satisface a todos. Pero si el grupo líder no es capaz de transformar su ideología para satisfacer al milite perderá relevancia frente a él y cuando rompa el contrato por algún motivo tendrá verdaderos problemas para conservar el liderazgo –por ello se crean conceptos como la causa justa, para renovar el interés del soldado en la lucha- y podrá perderlos. La propia esencia de lo que definimos como ejército –un grupo de coerción, en definitiva-, se configura en torno a la capacidad del líder de satisfacer los objetivos del mismo: en esencia la imposición de una tradición o una idea mejor que otras-, que permite al individuo soldado prosperar dentro de ella. La fuerza de la ideología Por todo ello, eliminando los factores individuales carismáticos de los líderes que son inconmensurables y que en realidad no suponen más que la aplicación en una persona de la ideología imperante en la época, los factores ideológicos son los que explican la reverencia u odio –efectividad o no- del por qué los ejércitos siguen a un líder. El estudio histórico de las ideologías implica el conocimiento de los líderes y los individuos de las milicias que los acompañan, así como explican en determinadas ocasiones el resultado de las batallas y guerras y los consecuentes resultados. Los pueblos con una fuerte base ideológica son mucho más difíciles de batir aún en condiciones adversas –un ejemplo es Roma, tantas veces en la cuerda floja y siempre preponderante en la edad antigüa-, pero los más débiles son ‘derrotados’ o asimilados en otra ideología –Roma no cae, se transforma en cuanto la ideología dominante da paso a la de los bárbaros; la Hispania visigótica se pone en manos musulmanas cuando la ideología bárbara ni satisface ni los líderes las cumplen- para que a su vez ésta vaya cambiando por los intereses de un grupo determinado. Es la historia de la ideología del principado, del princeps o primus inter pares, la que más facilita la comprensión de los contratos sociales y de camaradería y, por tanto, sobre ella se va a basar la resolución de las preguntas planteadas en este trabajo. Cada época aporta una ideología diferente o transforma las anteriores aprovechando algo de las antiguas, cada época ofrece una resolución militar distinta pero en las que se marcan el principio o el fin de una ideología preponderante. Eso sí, este trabajo se vuelca en la ideología del mundo occidental, por absoluto desconocimiento de la ideología oriental china; verdadera cuna de la civilización humana.

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Ciudadanos contra dioses. dioses. La primera ideología social y militar destaca en lo que hoy llamamos Oriente Próximo. La cuna de la civilización occidental surge en Mesopotamia y en Egipto. Allí los gobernantes mantienen su liderazgo en base a la creencia de que son dioses en vida. Por tanto, los ciudadanos están obligados a servirles. Aunque sea una ideología primitiva, es efectiva. Durante miles de años los faraones crearon un sistema basado en una teogonía piramidal en la que el faraón era la cúspide máxima –no es de extrañar que construyeran esos monumentales edificios- y los reyes mesopotámicos se comparaban a los grandes dioses de su cultura. Un complejo entramado de cultos mantenía a los pueblos entretenidos en sus propios quehaceres y la divinidad máxima daba la preponderancia necesaria al rey de reyes egipcio para conformar sus ejércitos y organizar guerras de conquista basadas en la necesidad de defensa y ampliación de conocimientos técnicos que les permitieran construir sus propias tumbas. El príncipe de Biblos, aún cuando Egipto ya había caído en franca decadencia, dejó escrito para no enfurecer al faraón: “Amón fundó todos los países. Lo hizo después de haber fundado Egipto. Y con el fin de alcanzar mi propio país salió de allí la habilidad técnica, con el fin de

6 alcanzar mi propio país salió de allí la sabiduría”.1 En realidad, los faraones no justificaban sus operaciones militares sólo por razones de seguridad, pese a tener como finalidad ensanchar las fronteras de Egipto, sino que para ofrecer algo a cambio a su pueblo, se le ofrecía contactos comerciales y nuevas tecnologías. Los soldados, no sólo estaban obligados a reverenciar al faraón Dios, sino que además recibían la posibilidad de conseguir botines y tener el acceso a esas nuevas tecnologías y rutas comerciales. Durante dos o tres mil años el sistema del Rey Dios funciona de forma preponderante, pero serán unos nuevos pueblos indoeuropeos los que revolucionen la situación, los que dejarán para la historia el nombre de las cosas más importantes para el ser humano: Dios (Theus), filosofía, política, economía e ideología –entre millones de ellas-. Los dorios y los jonios preconfiguran la península helénica durante el último milenio anterior a Cristo marcando un concepto nuevo en lo ideológico: el poder del ciudadano. Son los griegos los que imponen el concepto ideológico de ciudadanía en la historia; a fuerza, eso sí, de superar dificilísimos envites del sistema preponderante, el rey Dios. El ejemplo más evidente es el de las victorias contra los persas comandados por Jerjes, rey Dios, que comandaba el ejército más numeroso de la historia –según los helenos, claroal que sólo las polis y sus ejércitos de ciudadanos resistieron. El bien común griego La ciudadanía es, con toda probabilidad, uno de los conceptos más importantes de la historia, ya que gracias a ella surgirá el concepto de lo común. La ciudad es común para todos. Sólo ese pensamiento ya preconfigura la gran creación griega, la democracia basada en el bien común (la res publica romana). Ya tenemos la primera ideología histórica que se confrontará al teogonismo. El bien común provoca diversas interpretaciones en el mundo griego a la hora de elegir al líder que sobrellevará las decisiones de cómo habrá de prosperar la ciudadanía de la polis. Hay que recordar que la polis griega es una ciudad de tribus, donde los ilotas (esclavos), mujeres y extranjeros no tienen derecho alguno. Cada polis sigue su propia tradición y algunas eligen a sus reyes (como los lacedemonios de Esparta) y otros a sus gobernantes durante un solo día durante toda su vida (Atenas), en un sistema nuevo, el democrático (o poder del pueblo). Democracia por designio divino El caso es que los griegos apuntan una nueva cuestión ideológica, pero no es más que una evolución del concepto del rey Dios transmitido a un grupo. En su ‘Política’, Aristóteles apunta el nexo de unión entre los dos sistemas ideológicos. Para él, la polis se distingue de los demás tipos de agrupamiento humano –familia y pueblo- porque no

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‘Relación de Unamón’ 2, 22-24: traducción según C. Nims en ‘Journal of Eyptian Archeology’, vol.54, 1968, pág. 163. Extraído de ‘Historia de las ideologías’, Editores François Châtelet y Gérard Mairet; Akal Universitaria, 1989. Madrid.

7 es específica del hombre –no es por lazos sanguíneos o el interés ligado a la vecindadporque no tiene sólo el fin de la supervivencia, sino el “vivir bien”2. El filósofo, según François Châtellet3, expresa un tópico. Los griegos sienten que los hombres no sólo tienen un papel preponderante en la naturaleza, sino que además ellos son los elegidos por lo divino para realizar al máximo la virtud. Así, para los griegos el orden político conseguido no es fruto del azar ni de la fuerza, sino de un don de la naturaleza y de los dioses que supieron fructificar por su inteligencia y su valor. Es decir, que los griegos transforman la versión del rey Dios al ciudadano tocado por los dioses. Esto, que en otros pueblos se transformaría en anarquía, no ocurre en los griegos porque cada ciudadano ha de realizar al máximo la “virtud”, que mantiene unidos los intereses de la polis. ¿Pero entonces quién dirigirá la polis? ¿Cómo se puede llegar a comandar un ejército en este sistema en que todos los ciudadanos son beneficiarios de los dones de los dioses, y por tanto iguales? ¿Cómo pudo el hoplita griego resistir el envite del ejército de un Dios? Aristóteles (384-322 a.c.) se basa en la excelente realización de la “virtud”, tanto común como privada, para que los ciudadanos valoren a los demás4: Pero ¿quién podrá entonces reunir esta doble virtud, la del buen ciudadano y la del hombre de bien? Ya lo he dicho: el magistrado digno del mando que ejerce, y que es, a la vez, virtuoso y hábil: porque la habilidad no es menos necesaria que la virtud para el hombre de Estado. Y así se ha dicho que era preciso dar a los hombres destinados a ejercer el poder una educación especial; y realmente vemos a los hijos de los reyes aprender particularmente la equitación y la política. Como se ve, la explicación es sencilla: con la educación del ciudadano, los demás podrán comprobar sus virtudes. Además éste habrá aprendido al ser educado en la misma sociedad que lo más importante es la obediencia para mantener cohesionado el sistema5: Hay un poder propio del señor, el cual, como ya hemos reconocido, sólo es relativo a las necesidades indispensables de la vida; no exige que el mismo ser que manda sea capaz de trabajar. Más bien exige que sepa emplear a los que le obedecen [...] Pero ni el hombre virtuoso, ni el hombre de Estado, ni el buen 2

“Así el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin último es aquél; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuando ha alcanzado su completo desenvolvimiento se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre, de un caballo o de una familia. Puede añadirse que este destino y este fin de los seres es para los mismos el primero de los bienes, y bastarse a sí mismos es, a la vez, un fin y una felicidad. De donde se concluye evidentemente que el Estado es un hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana”. ‘Política’, Aristóteles. Libro I, cap. 1.º. 3 ‘Historia de las ideologías’, Editores François Châtelet y Gérard Mairet; Akal Universitaria, 1989. Madrid. Pág. 99: ensayo ‘Las ideologías paganas del poder. La ideología de la ciudad griega’. 4 ‘Política’. Aristóteles, libro III, cap. 2.º. 5 Id.

8 ciudadano, tienen necesidad de saber todos estos trabajos, como los saben los hombres destinados a la obediencia, a no ser cuando de ello les resulte una utilidad personal. En el Estado no se trata de señores ni de esclavos; en él no hay más que una autoridad, que se ejerce sobre seres libres e iguales por su nacimiento. Esta es la autoridad política que debe tratar de conocer el futuro magistrado, comenzando por obedecer él mismo; así como se aprende a mandar un cuerpo de caballería siendo simple soldado; a ser general, ejecutando las órdenes de un general; a conducir una falange, un batallón, sirviendo como soldado en éste o en aquélla. En este sentido es en el que puede sostenerse con razón que la única y verdadera escuela del mando es la obediencia. Ahí tenemos la explicación: el soldado griego es consciente de su deber de obediencia hacia con los demás. Así se explica que los trescientos espartanos de Leónidas se sacrificaran en las Termópilas para salvar al resto de los griegos –pese a ser enemigos irreconciliables entre ellos- de las tropas persas de Jerjes. La virtud de la obediencia del ciudadano hacia con sus semejantes se traslada al pueblo griego ante una amenaza común. A ello, encima, había que sumarle la virtud máxima del guerrero Espartano, la de no retirarse ante el enemigo, la de no dejar a sus compañeros, la obediencia máxima, con el primer ejemplo de su líder, el rey Leónidas. Por ello en aquel lugar se colocó un monumento con una placa que decía: “Caminante, ve a decir a Esparta que hemos muerto aquí por obedecer sus leyes”. El griego y el rey Dios La victoria griega en las guerras Médicas demuestra que la nueva ideología del bien común, de la república, ha iniciado su primera preponderancia histórica. La ideología teogonista del rey Dios se mantiene si el líder no falla de forma repetida. Un dios puede tener un fallo, pero si tiene dos ha perdido el favor de sus semejantes y puede no convenir al pueblo. Los reyes persas, derrotados de forma increíble por dos veces por un pequeño pueblo, pierden el respeto de sus ciudadanos y, por ende, de sus tropas. La derrota de los persas contra los griegos no es más fruto que del desgaste de la ideología teogónica y el ascenso de la ideología del ciudadano6, que se configurará en un sistema político democrático. Sin embargo, la teogonía no se verá derrotada hasta la llegada de la teocracia, casi setecientos años después. El primer ejemplo de la necesidad de mantener la ideología teogónica es el de la conquista de Alejandro Magno de Asia. El líder macedonio –griego, aunque no lo consideraran así sus coetáneos- no hubiera podido acometer la espectacular gesta de la conquista del imperio persa sin asumir para sí la condición de rey Dios. Jamás le hubieran aceptado como rey en Asia y Egipto si así no lo hubiera hecho. Sin embargo, esto le trajo el desprecio de los griegos que, ya dominados por él, hicieron todo lo posible por desvincularse de él. Pese a ello, la época helenística fue una época 6

Los relatos de Herodoto, el primer historiador conocido, apuntan que las victorias de “Maratón, Salamina, y de la defensa del paso de las Termópilas cobran un sentido profundo cuando explican cómo el griego lucha más por su forma de vida que por otra cosa; cómo no le es posible traficar con garantías de seguridad con el imperi persa. Todo ello, sin dejar de ver los defectos y las limitaciones de los helenos, sus divisiones, sus querellas, la estrechez de algunas de sus miras”. ‘Historia del Pensamiento Social’, Salvador Giner. Ariel Sociología, 5.º ed, 1987; pág. 42.

9 de transición, en la que la balanza entre el ciudadano y el rey Dios oscilaba según la conveniencia política del momento. La república romana y el imperium Dentro del movimiento pendular entre el ciudadano y el rey Dios se encuentra la posición de Roma. Una república efectuada al tipo griego, pero en la que la oligarquía ‘asume’ la carga de demostrar la virtud necesaria para gestionar el bien común. Los romanos, que a sí mismos se llamaban herederos de Troya, describen la virtud del ciudadano como el servicio perfecto a la res pública. El paso de la monarquía a la república en Roma es traumático y crea suficientes recelos como para que no se confíe en el líder lo suficiente como para que no tenga un contrapeso. Siempre serán dos magistrados –los cónsules- los que ejerzan el poder, salvo en momentos de gran crisis, en las que una sola persona –un tirano- ejercerá el poder durante un tiempo limitado y se le exigirían cuentas tras su mandato. A los romanos se les debe la idea del imperium, a partir de él se configura la ideología del principado ya que sólo la mención de ese nombre para un líder inspiró respeto hasta el siglo XX en que dejó de tener significado. En nombre del imperium se configura la historia del Mare Nostrum romano y la Europa medieval, moderna e incluso contemporánea. El imperium no es más que la palabra latina que significa “facultad de mando”. El que tiene el imperium es reconocido como la autoridad soberana del estado romano. Al desaparecer la monarquía, la soberanía queda en manos de la asamblea popular, aunque es ejercido de forma predominante por el Senado. Sólo después de la república pasa al Cesar Imperator y tiende a identificarse con él. “El origen del ‘imperium’ es, como tantas otras instituciones del estado antiguo, de origen mágico y religioso: el rey romano, al ejercerlo, lo hace de acuerdo con los ‘auspicia’, actos mediante los que intenta averiguar la autoridad y voluntad de los dioses”7. Hay que determinar que el pueblo romano no era un pueblo de iguales, aunque su grado de igualdad era bastante considerable. La diferencia estaba en que el hombre corriente, que conformaba la plebe, no podía reclamar la dignitas –que es lo que diferenciaba al gran hombre del humilde-, pero sí la libertas. Tito Livio (54 a.c-17) afirma que el caballero romano debía ser “tan cuidadoso con la libertas de los demás, como con la dignitas propia”. Esta dicotomía de ciudadanos provocó la constante tensión entre los patricios (las familias oligarcas), los equites (caballeros) y la plebe. Es más, el ciudadano romano estaba empeñado en conseguir, a casi cualquier coste, que la dignitas le fuera reconocida. ¿Y cómo hacerlo? Pues con hechos de guerra. Un héroe en una guerra podía conseguir la dignitas. Lo cual posibilitó la presencia de los ciudadanos en las legiones romanas. 7

Ibid. pág. 89.

10 Era obligación, pero se convierte en orgullo para el ciudadano, porque el Senado Romano premia a los soldados con tierras a la hora de licenciarse. El imperium del Senado es incontestable, los legionarios romanos de campaña –es decir, que sólo combatían por temporadas-, obedecen sin rechistar a los cónsules, que son los delegados del Senado para estos cometidos. Pero llegado el momento, el ciudadano romano demuestra que es capaz de asumir, en condiciones extremas, el imperium sobre sí mismo y devolverlo dejando el estado en mejores condiciones de lo que lo encontró. Es el ejemplo sempiterno de Cincinato8, que servirá de modelo de buen hacer al romano durante siglos y a otros pueblos miles de años más tarde9. De general a cesar imperator El problema es que la actitud de los ciudadanos romanos cambió a lo largo de la historia y lo que en un inicio es un apoyo firme al imperium del Senado, éste fue variando debido a una fortísima lucha de clases entre la plebe y el patriciado y la demanda de los aliados itálicos para obtener la ciudadanía romana. El intento de los hermanos Graco de redistribuir la riqueza entre los ciudadanos más necesitados con las leyes agrícolas se saldó con un evidente fracaso por culpa de la oposición patricia que provocó un cambio radical en la obediencia al imperio del Senado. Roma, además, acababa de vencer a la Cartago de Aníbal y pretendía configurar su imperio universal sobre los demás pueblos de Europa. ¿Pero podría un senado dividido haber acometido y mantenido el enorme esfuerzo de conquista romana? La evolución de la ideología del imperium indicaba que no, pese a los intentos desesperados de grandes ideólogos romanos como Cicerón (106-43 a.c.) por mantener la situación republicana10. Tras la guerra contra Yugurta, los tres generales victoriosos que comandaron la expedición -Metelo, Mario y Sila- tomaron caminos diferentes. Uno, Metelo, el tradicional; retirándose a sus quehaceres como ciudadano. Otro, Mario, el revolucionario, intentando que los itálicos obtuvieran la ciudadanía romana y que los plebeyos consiguieran la ansiada redistribución económica. El último, Sila, provocó con 8

Lucio Quincio Cincinato fue llamado a la defensa de Roma tras haber perdido su riqueza por culpa de los atentados de su hijo Cesón Quincio contra el imperium del Senado Romano y una vez terminada la dictadura volvió a arar su campo sin ninguna venganza contra sus enemigos ni más dinero del que tenía cuando le llamaron. “Habiendo los ecuos bloqueado el campo del cónsul Minucia en el Algido (hoy castillo del Aglio en Roca Priora), el Senado decretó que se nombrase a un dictador, y la elección recayó en Cincinato. El enviado para noticiarle su nombramiento le halló ocupado en arar su pequeño campo de cuatro yugadas, único resto que le quedaba de su fortuna. Limpiose Cincinato el sudor y el polvo que le cubrían, vistiese en la próxima cabaña la toga que le presentó su mujer Racilia y admitió luego en su presencia al que iba a comunicarle el mensaje”. Nota 56 a pie de página del libro ‘Historia de Roma’, Francisco Bertolini. Edimat Libros; Madrid, 1999. Pág. 68. 9 La ciudad de los Estados Unidos de América, Cincinatti, significa “los cincinatos”, como se hacían llamar un grupo de honrados ciudadanos de ese país. En realidad es la Ciudad de Cincinato, como homenaje a su férrea voluntad de servir al bien común. 10 “Es pues la república cosa del pueblo, considerando tal, no a todos los hombres de cualquier modo congregados, sino a la reunión que tiene su fundamento en el consentimiento jurídico y en la común utilidad. […] Cada forma de gobierno recibe su verdadero valor de la naturaleza o de la voluntad del poder que la dirige. La libertad no puede existir verdaderamente sino allí donde el pueblo ejerce la soberanía”. ‘De Re Publica’, Cicerón. Libro I, xxv y xxxv.

11 su reacción conservadora que las ideas del rey Dios aún presentes en el mundo Helenístico entraran en Roma, ya que basó su gobierno en una fuerte dictadura unipersonal. De ahí al paso de constituir la institución unipersonal del emperador de Roma había un paso. El que dio más tarde Julio César y su sobrino Augusto, todo impulsado por el mayor contacto de Roma con el oriente próximo asiático con las campañas de Craso y Pompeyo. Ya desde tiempos de Mario y Sila se veía venir que el legionario romano estaba anteponiendo su contrato de camaradería, el militar, al social, el republicano. Pero fue en época de César cuando los ejércitos romanos se deben a su líder más que a la sociedad que les vio nacer. Esto tiene una explicación poderosa en la cesión de la ciudadanía romana a los aliados, que no tienen poder en el Senado. Roma amplía sus miras, pero sus dirigentes intentan que todo quede como está, la única forma de prosperar de los ciudadanos itálicos en Roma es seguir a un líder que les aporte beneficios personales gracias a su reverente apoyo. Cicerón comete el tremendo error de no comprender que la situación ha cambiado. Roma no es la misma de antes, la ciudadanía ha cambiado, pero el sistema no, con lo que el enemigo no es sólo la clase plebeya –a la que desprecia por ignorante- sino que a los nuevos ciudadanos romanos se les cierra el paso a colaborar con el imperium de la res publica. Esta situación provocará la ruptura del imperium senatorial trasladando el servicio a la república basándose en el servicio a un princeps al que se le cede el imperium para gobernar de forma justa para todos los ciudadanos. El propio Cicerón es el que defiende el concepto de princeps, refiriéndose al modelo del ciudadano republicano, lo que hoy en día se conoce gracias a las novelas de Colleen McCullogh como “el primer hombre de Roma”. Este ciudadano modelo debe ser el primero de los ciudadanos como rector, administrador y dirigente en beneficio de los demás ciudadanos, de la res publica (las cosas del pueblo). “Si una sociedad elige acaso a los que han de regirla, parecerá tan pronto como la nave cuyo timón se entregue a un pasajero designado por la suerte. Un pueblo libre elegirá a aquel a quien quiere confiarse, y si atiende a sus verdaderos intereses, elegirá a los mejores ciudadanos, porque no puede dudarse de que de sus consejos pende la salud de los Estados, y al designar la naturaleza a los más sabios y virtuosos para dirigir a los débiles ha inspirado al mismo tiempo a éstos el deseo de obedecer a los hombres superiores […]¿Qué puede haber más admirable que una república gobernada por la virtud, cuando el que manda a los demás no obedece a ninguna pasión, cuando no impone a sus conciudadanos ningún precepto que no observe él mismo, cuando no dicta ley alguna a que él mismo no se obligue, y su conducta entera puede presentarse como ejemplo a la sociedad que gobierna?[…]Así pues, entre la impotencia de uno solo y la ceguedad de la muchedumbre, la aristocracia ocupa el lugar intermedio, y por su posición misma ofrece garantías de moderación. Dirigiendo ésta la república, los pueblos deberán gozar de la mayor felicidad posible y vivir sin inquietud ni agitaciones, puesto que han confiado su reposo a

12 protectores cuyo primer deber es la vigilancia, y cuyo principal cuidado es no hacer comprender al pueblo que los grandes descuidan sus intereses”11. El Senado romano, tan inmovilista, provoca que la propia presión social cambie el modelo. La democracia romana es cada vez más oligárquica y los ciudadanos de la plebe, en un intento de demostrar que tienen derecho al poder, provocan tal caos que es necesaria la vuelta a un sistema monárquico. Es SalustioCrispo (87-35 a.c.) el que describe lo que ocurrió en Roma -desde los tiempos de Mario y Sila, la conjuración de Catilina, la guerra civil cesariana-pompeyana hasta el ascenso al poder de Augustocomo la ojlocracia, el caos general bajo el imperio de las turbas. Salustio, que muestra en todas sus obras una preocupación clara por la degeneración de las instituciones romanas en esa época describe en su ‘Conjuración de Catilina’ cómo la plebe había cambiado de objetivos”: “Por lo que respecta a la plebe de la ciudad, su perdición obedecía a muchas causas. En primer lugar, los señalados en cada sitio por su ignominia o desvergüenza, los que habían disipado deshonrosamente su patrimonio y, finalmente, cuantos habían tenido que salir de los lugares patrios a causa de sus crímenes o su infamia, todos estos habían afluido a Roma como a una sentina…Además, la juventud que había hecho frente a la escasez en los campos con el trabajo de sus manos, ilusionada con las liberalidades del estado y de los particulares había dejado aquellas rudas labores por el ocio de la ciudad”.12 Todo este proceso causó que el milites romano cambiara de ideología. ¿Cómo obedecer al imperio del Senado cuando éste no garantiza la mínima seguridad de los ciudadanos? ¿Qué ventajas trae al legionario o al ciudadano defender el statu quo senatorial? De ninguna manera, lo que permite el ascenso de sus líderes como salvadores de la res pública apoyándose, de forma irónica en la idea del princeps de Cicerón, que apunta en su libro que la responsabilidad del primer hombre de Roma es casi sacerdotal al respecto del bien común. Pero fue Octavio el que provocó la crisis del sistema senatorial, influido con probabilidad por sus contactos con el concepto del rey Dios en el Egipto ptolemaico y aprovechando el concepto del princeps de Cicerón. El ciudadano plebeyo romano, harto de intrigas, de turbas que eliminaban a sus valedores, de la prepotencia de un senado que coarta sus aspiraciones de participar en la res pública, el que se da cuenta que sólo a través de sus líderes pueden cambiar las cosas. Su tío Julio César no quiso romper de forma definitiva con el Senado (mucho tiempo pasaría para que se deslegitimara a esa cámara), pero fue muerto por los patricios temerosos de perder el imperium del Senado tal y como mandaba la tradición. Eso provocó otra guerra civil en la que ascendió Octavio Augusto al poder. Se convierte en princeps y asume el imperium, pero siempre con la aquiescencia del pueblo romano, la plebe que seguía a su tío que cree que es necesario gestionar la res pública con esta forma de gobierno ante la incapacidad del Senado.

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‘Obras completas de Marco Tulio Cicerón. T. VI. De La República’. Trad. por Francisco Navarro y Calvo; Librería de los Sucesores de Hernando, Madrid 1924. Págs 40-42. 12 ‘Conjuración de Catilina’, Salustio Crispo. 37.

13 A lo largo de los años, los vocablos imperator –el que ejerce el imperium- y césar pasarán a significar el que ostenta el poder máximo –césar se transforma en el kaiser Alemán o el tzar ruso-, y el augusto refuerza su situación volviendo otra vez más al uso de la idea oriental del rey Dios. Serán los estoicistas Séneca (55 a.c.-39) y el propio emperador Marco Aurelio los que vuelvan a imponer la idea del rey Dios en la imagen del príncipe, al incorporar en sus escritos la doctrina de que el poder posee origen divino. El primero desarrolló la idea de que existen dos reinos, uno de este mundo y otro divino –lo cual aprovecharán de forma conveniente los cristianos para basar su propia ideología-. El poder representaría al divino, al más alto, al separado de lo terrenal, aunque sin embargo se une a él en lo referente a ciertas instituciones como la imperial, la judicial o la legal. ¿Cómo si no se podría aceptar su autoridad moral? Séneca afirma que la autoridad moral del imperator procede de lo divino. Y Marco Aurelio (161-192) le da una vuelta de tuerca para conformar el nuevo contrato social de Roma. El emperador ve en el hombre un elemento carnal y otro divino y para él el último debe regir su conducta, y ésta ajustarse a las leyes morales de la razón. Marco Aurelio destaca las virtudes hasta el extremo de considerar la entrega al prójimo como parte central de la moral. La entrega humana es lo único que puede crear una comunidad humana relativamente feliz, viene a decir en sus ‘Soliloquios’. La fusión del rey Dios y la república ¿Y esto en qué afecta al soldado romano? Roma llegó a su punto más alto de poder en esta época. El concepto del rey Dios oriental se funde con el del bien común, la obediencia a la república. Los estoicistas como Séneca configuran un sistema de poder de origen divino pero que tiene la obligación de servir a los demás, que conjuga las dos corrientes principales de la ideología de aquellos tiempos y que, además, servirá de base a la futura ideología del poder de Dios en la tierra de los cristianos. En esencia, no deja de ser una nueva reinterpretación del contrato de camaradería de los soldados. Ellos sirven a su líder porque él les sirve a ellos. El milite romano consigue prebendas, ascensos y toda clase de beneficios porque está sirviendo a la comunidad y es el imperator el que reconoce sus méritos, lo cual dignifica su actitud puesto que su ascenso es una cuestión divina en el fondo. El soldado cumple con su emperador porque éste cumple con él. Cumple con la sociedad porque es su objetivo, porque debe obedecer lo que el emperador quiere de él para gestionar la res publica. Es un vínculo de camaradería que mantiene al milite romano a miles de kilómetros de su casa en fronteras muy lejanas pero contento, cohesionado. Dispuesto a no ser vencido. Todo esto cambiará, por supuesto, con el paso del tiempo, con la llegada de dos nuevas ideologías que cambiarán el mundo romano hasta convertirlo en algo llamado Europa.

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Caudillos frente al poder de Dios. Dios. Al vulgo se le cuenta que el Imperio Romano fue derribado por los bárbaros, pero no fue así. El Imperio Romano de Occidente se barbarizó, asumió la ideología de los pueblos errantes y asumió que eran principales para su defensa ante otros pueblos salvajes. El imperio romano de oriente –al que luego se le llamará Bizantino-, consiguió mantener sus puertas cerradas hasta que una horda religiosa procedente de Arabia lo arrasó, eso sí, mil años después de la caída del último emperador romano occidental. Los nuevos tiempos que corren a partir del siglo IV después de cristo no dejan de ser un tiempo de transformación que configurará la Europa actual. El Imperio Romano no cayó, se transformó en el continente que hoy conocemos. Los pueblos bárbaros se asocian con el emperador romano y se someten a un poder superior, como es tradición entre ellos, hasta que esa superioridad deja de serlo. El sistema ideológico de los nuevos pueblos bárbaros que se integran en los territorios del Imperio Romano como guardianes del bien común es una mezcla entre la democracia y la monarquía. Los bárbaros eligen a sus caudillos mediante aclamación, un peculiar sistema de votación, y los elegidos asumen el poder de por vida si no ofenden a sus demás compañeros. Es el sistema de caudillaje, que reconfigurará la situación del Imperio Romano Occidental según vayan pasando los primeros siglos de la era cristiana.

15 Un sistema ideológico que provocaba que el caudillo tuviera que rendir cuentas ante sus propios compañeros, que, en esencia, tienen la potestad de derribarlo del poder si no sirve a los intereses del pueblo bárbaro. Esta cuestión –que en en el fondo es la base del contrato de camaradería de los pueblos soldados como éstos- configurará más tarde el concepto de soberanía del pueblo y el control de ésta sobre el rey medieval. Mientras tanto, el poder del imperator occidentalis en Roma se va debilitando de forma paulatina y los bárbaros, que se creen en sí mismos pueblos elegidos y que hasta cierto punto asumían el poder superior de Roma en un vasallaje imbricado en su sociedad -en la idea del sometimiento al más fuerte para apoyarle y que éste te apoye en momentos de necesidad-, comienzan a tomar el poder de sus territorios asignados. Son los ostrogodos los que firman el final del Imperio Romano de Occidente cuando se deponen en el año 473 a Rómulo Augústulo y su sucesor se niega a recoger el testigo del imperium. En este caso, la supuesta caída del Imperio Romano de Occidente, no se produce como tal. Los propios bárbaros se creen aún los soldados del mismo, pero por respeto al emperador romano de Oriente no intitulan a ningún títere más, ni ellos mismos toman el cargo. En realidad los bárbaros se creen los protectores del imperio y se ponen a disposición del emperador de Constantinopla, es más Odoacro envía las insignias imperiales al emperador Zenon y se autotitula regente (rey) de Italia. Los pueblos bárbaros tardarán casi cuatro siglos en reclamar el título de imperator de occidente y lo harán justo en el momento en que el ya conocido como Imperio Bizantino se encuentre en inferioridad de condiciones, cuando ya no pueda responder. La ideología cristiana Sin embargo, la cuestión fundamental de la Edad Media se basa en la creación de una ideología basándose en conceptos religiosos. El pegamento que mantiene unida a lo que se configurará como Europa será la religión cristiana. Una religión que, para perpetuarse, se estructura a imagen y semejanza que la administración civil del Imperio Romano de Occidente, y adopta como lengua oficial el latín. En esencia, la iglesia cristiana perpetúa la unión entre los pueblos bárbaros en un solo concepto territorial. Pero lo consigue reconvirtiéndose en un sistema administrativo y político, que a lo largo del tiempo reclamará su propio poder. Por tanto, para su propia supervivencia ante los cambios políticos, necesitará de una ideología que sustente su poder y su acción. La iglesia cristiana es distinta a las politeístas. La necesidad de llevar “la palabra de Dios” a todos los rincones del orbe conocido y la de comunicar todas las ecclesías para uniformar esa palabra, la diferencia de las otras religiones politeístas. La incoherencia de estas últimas –puesto que se basaban en ‘misterios’ que hacían de cada templo un lugar con un rito distinto- y su falta de ‘premio’ al final de la vida, provocaron el ascenso cada vez mayor de un cristianismo que se comunicaba sus éxitos y sus fracasos de forma epistolar entre las distintas ecclesías –una rudimentaria red en la que las iglesias eran los nodos de comunicación-.

16 La expansión del cristianismo fue tan grande que llegó a cautivar a grandes familias romanas, que, viendo la posibilidad de alcanzar el poder sobre los hombres mediante la interpretación de lo místico, fueron aportando su experiencia administrativa para ampliar su ámbito de evangelización. ¿Pero por qué una ideología para una religión? Pues porque en realidad el cristiano no dejaba de ser un soldado de cristo, para evangelizar con su palabra, y de mantener una especie de sociedad dual, entre lo mundano y lo espiritual. El cristiano es a su vez hombre y alma, con lo cual si quiere servir a los propósitos de Dios necesita de una serie de normas y premios para sentirse satisfecho. Además, el feligrés está dirigido por una serie de mandos religiosos que a su vez se deben a otros. Es el sacerdote el que debe respeto al superior, el obispo y son los obispos los que eligen a los patriarcas. Los cristianos, perseguidos en un principio por su enorme expansión que perjudicaba los intereses de las demás religiones y por no reconocer la figura divina del imperator, tuvieron que ir marcando diferencias entre lo temporal y lo eterno. Las supuestas palabras dichas por Jesucristo “mi reino no es de este mundo” y “dad al César lo que es del César” no son más que un sistema de protección ante las persecuciones, que además servirán para atraer más feligreses, un sistema de concepción de la vida dual, lo terrenal y lo celestial que marcará el eje fundamental de su ideología. Esto se debe, en lo fundamental, a la influencia de san Agustín (354-430) en el pensamiento cristiano. De joven, hasta sus 21 años había sido maniqueo13, con lo que el maniqueísmo entró en las raíces ideológicas de un cristianismo que necesitaba de esta idea para dotarse de un arma coercitiva, la amenaza del demonio y el infierno podía mantener a todos los feligreses –sean plebeyos o nobles- bajo el control de la iglesia. El concepto, el de las dos ciudades de san Agustín -la civitas terrena y la civitas Dei-, permite a la iglesia ir demostrando que es única, mientras que lo terrenal es diverso. Así, la ideología cristiana es superior a las demás, lo cual llevará tarde o temprano al conflicto mundano. Los competidores de Dios Durante los primeros siglos del cristianismo, en el que su expansión quedó frenada a la hora de establecer un único dogma para esa ciudad única de Dios; aparece de la nada una nueva religión que dice basarse en el judaísmo y el cristianismo. Es el Islam. La expansión de esta religión fue aún de mayor celeridad que el propio cristianismo, gracias al concepto de la guerra santa. Mientras el cristianismo se expandió con la promesa de la paz, la caridad con el prójimo y un futuro tras la muerte; el Islam lo hizo mediante la guerra. El Islam aprovechó durante los siglos VII y VIII las rencillas religiosas entre cristianos para arrebatar Egipto, Siria y el norte de África a Bizancio y arrebatando feligreses al cristianismo, que tuvo una fortísima crisis y se desmembró en la iglesia ortodoxa y la católica de Roma. En el caso de los seguidores de Mahoma, en esencia un ejército, la 13

Seguidores del profeta Mani, cuya religión era dualista; dividía el mundo entre las fuerzas del bien y del mal.

17 creación de una ideología vino determinada por tener que tomar la decisión de gobernar a los pueblos según el mandato de Dios. En esencia las dos religiones, cristiana y musulmana, necesitaron de una ideología para sostener su poder terrenal. Las dos defienden que sus mandatarios son representantes de Dios en la tierra, por encima del poder terrenal; lo que ocurre es que mientras la religión cristiana no pretendió nunca usar la fuerza para imponer sus ideas, el Islam sí que lo hizo, puesto que en teoría es una evolución del cristianismo y adopta sus mejores posiciones ideológicas. Es evidente que las iglesias cristianas se resistieron y adoptaron también la guerra como instrumento de evangelización. El resultado fue la caída de Europa en una crisis sin precedentes al perder el Mediterráneo la concepción de un mar único, dividido entre cristianos, por el norte, y musulmanes, por el sur. ¿Pero cuál fue en realidad la causa de la rápida expansión musulmana? Otra vez cuestión de la ideología más fuerte. Mientras el cristianismo estaba en crisis, envuelto en discusiones y guerras heréticas, el Islam ofrecía, de nuevo, una seguridad y una estabilidad que no se podía conseguir con el cristianismo. Además, la debilidad de la ideología bárbara, en un momento en que la lucha por el caudillaje es brutal y la falta de compromiso del emperador bizantino, facilitaron una mayor expansión. En el caso de la península ibérica, los ejércitos godos –que según san Isidoro de Sevilla eran “un pueblo elegido”- traicionan a su rey porque el sistema de aclamación primigenio se ha pervertido entre los asesinatos de familia y porque la cuestión herética del Arrianismo nunca quedó cerrada del todo. El rey Rodrigo pierde el favor de sus semejantes y queda a merced del enemigo. Por su parte, el pueblo hispanorromano, harto de la inseguridad goda abre las puertas a los musulmanes. Destaca la familia de los Casio, conocidos más tarde como los Banu Qasi, por su perfecto ejemplo de resistencia en el poder sea como sea. Al final, la competición entre musulmanes y cristianos por el poder de representar a Dios, quedará en empate. Ni las cruzadas, ni el avance de los turcos sobre la Europa oriental servirán más que para dividir el mediterráneo en dos mundos diferentes con culturas diferentes, lo cual significa de verdad el fin del legado romano de un Mare Nostrum que permitiera el comercio y el intercambio de ideas libre entre el oriente y el occidente. Eso sí, la confrontación traerá una nueva arma al cristianismo: soldados al poder de la iglesia y no sólo evangelizadores pacíficos, con la aparición de las órdenes militares gracias al concepto de Cruzada. Con ellos el princeps de la iglesia, el patriarca romano usará su poder de representación divina para amenazar el mandato de los reyes y del emperador al poner en un dilema existencial a los soldados de éstos. La Escolástica al servicio de Dios Aquí la iglesia da una vuelta de tuerca al concepto oriental del rey Dios. Para justificar que su poder no es temporal ni terrenal, como el de los reyes o emperadores de procedencia bárbara, la iglesia adopta de una forma sui géneris la antigua figura de poder al afirmar que el Papa es el elegido para transmitir la palabra de Dios. En esencia,

18 no es Dios, pero como si lo fuera, y por tanto es superior a todos los demás que ejercen el imperium. A partir de ahí, la iglesia configura una ideología que marca la diferencia entre lo terrenal y lo espiritual, intentando dotar al Papa de una superioridad ante los emperadores sacros. Esto será posible gracias a la escolástica, una escuela de pensamiento que surge de las universidades y los grandes eruditos que en los monasterios se han formado y dan clases en ellas. El primero de todos los pensadores en los que se basará la iglesia para reclamar la primacía papal es el inglés Juan de Salisbury (1115-1180), que en su ‘Policraticus’ trata sobre la naturaleza de la sociedad basándose en la tradición senequista y ciceroniana. Para él la existencia del Derecho es algo decisivo en la vida política. Incluso los reyes mismos deben estar sujetos ala ley. Si la violaran incurrirían en una pérdida moral de su derecho a ocupar la dignidad soberana. Surge con Juan de Salisbury la teoría del tiranicidio. Si el monarca no cumple y se convierte en tirano, el pueblo bien podría ejecutarle. Esto implica que el derecho político se basa en el pueblo. Para Salisbury la única forma de evitar desmanes de los poderosos o desórdenes del pueblo estriba en que el poder temporal deba someterse al poder espiritual de la iglesia. Otro de los pensadores sobre los que se basó la preponderancia política papal fue santo Tomás de Aquino (1225-1274), uno de los primeros universitarios. Aquino sintetiza la visión aristotélica con la cristiana del mundo, sobre todo en su ‘Summa Theologica’. Aristóteles concedía un valor muy principal a la finalidad de la ley y del derecho y santo Tomás hace del finalismo jurídico la idea clave de su sistema: los seres humanos deben ordenar la vida conforme a fines que les son conocidos mediante el uso de su razón, además de los que le han sido revelados. Es decir, el hombre “vive para” la perfección del orden natural y teológico del universo. Aquino distingue entre ley eterna: “La ley eterna no es otra cosa que la razón de la divina sabiduría en cuanto dirige toda acción y todo movimiento”.14 y ley humana: “La ley humana es una ordenación de la razón al bien común promulgada por aquel que es el responsable de la comunidad”.15 Aquí Aquino vuelve a la idea clásica del bien común. Para él es necesario relanzar la interpretación aristotélica de la sociabilidad innata de los hombres, por lo que ciertas instituciones humanas no se pueden considerar como fruto del pecado original. Es decir, que se está refiriendo al Estado, pero ni el aristotélico –la polis- ni el moderno –que

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‘Summa Theologica’ Santo Tomás de Aquino; II-I q. 93.. Trad. por la Orden de Mendicadores. Madrid, 1947. 15 Id. II.I, q. 01, art.2.

19 definirá siglos más tarde Maquiavelo- sino que se refiere a una “sociedad perfecta” con fines morales. El Estado de Aquino debe garantizar las condiciones necesarias para que los hombres puedan seguir una vida de perfección. Ni qué decir tiene que para él ese fin tiene que ver con la doctrina cristiana de la salvación. Para ello, da importancia a su idea del bien común, que se halla por encima del privado en la jerarquía de los valores por muy justo que sea este último. Por encima incluso del derecho privado del monarca a ser soberano, porque el Estado debe ofrecer al ciudadano la salvación de su alma. La iglesia consigue con esta nueva versión de su ideología ir configurándose como un poder alternativo consistente frente las sociedades civiles. A partir de ahí su doble ejército –el de los evangelizantes y el de los monjes soldados- crecerá sólo con el mandato del papa. Las cruzadas en tierra santa, la española de 1212 y la Albigense contra los cátaros demuestran que el poder papal llegó a unas altas cotas de imperium sobre los hombres, rompiendo incluso los lazos de servidumbre que los obligaban ante los poderosos por un llamamiento “superior” al mandato de los hombres. Güelfos y Gibelinos La confrontación entre el poder de la iglesia y el poder de los reyes o emperadores se fue gestando durante los siglos IX al XII. El debate fundamental estribaba en la soberanía del imperium de los mandatarios de cada territorio, si se debía, como indica la tradición bárbara a una cesión de ella por parte de los ciudadanos o, como indicaba la tradición cristiana, por la gracia de Dios. Este concepto fue variando a lo largo de los siglos hasta llegar al conflicto entre güelfos, seguidores del poder papal, y gibelinos, que apoyaban al emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. El Sacro Imperio fue refundado por Carlomagno durante el siglo IX. El rey-caudillo franco había caído en la cuenta de que el título de imperator era un refrendo fundamental para afianzar su poder ante sus iguales, los nobles, y significarlo ante los demás reyes bárbaros. Sin embargo, los reyes de la Edad Media, e incluso los emperadores romanosgermánicos posteriores, tenían su soberanía limitada por los nobles, o sus iguales, aunque sus monarquías devinieran hereditarias. Esto fue aprovechado por la iglesia para configurar la ideología de que el poder papal era superior al de los monarcas. Primero, adquiriendo el sistema de elección de caudillaje –el papa se elige de por vida entre iguales, que son los obispos o cardenales, a imagen y semejanza de la elección de caudillo entre los bárbaros y aún hoy conserva este sistema-; segundo, apuntando que el patriarca de Roma, el Papa, era el representante del poder de Dios en la tierra. La lucha por el Sacro Imperio Romano Germánico mostró los primeros conflictos serios. Ésta se inició tras la muerte de Enrique V (1125), cuando Conrado III (10931152), duque de Franconia desde 1112, le disputó la Corona imperial a Lotario de Supplinburgo; el matrimonio de una hija de Lotario con Enrique el Soberbio, duque de

20 Baviera, convirtió a éste y a su familia (los Welfen o güelfos) en el apoyo principal gracias al cual fue coronado emperador Lotario II. Se iniciaba así la larga lucha entre los dos grupos familiares, güelfos y gibelinos (Conrado era un Hohenstaufen, familia de Suabia que dominó la Corona imperial alemana entre 1138 y 1254. Su nombre procede del castillo de Hohenstaufen, construido en el Jura hacia 1080; se les conoce -a los Hohenstaufen y a sus partidarios- como gibelinos, denominación procedente del señorío de Waiblingen que aquéllos poseían). Conrado fue coronado rey de Italia en 1127 y, tras la muerte de Lotario, se impuso como emperador de Alemania en 1138. No obstante, hubo de reconocer a los güelfos el dominio de Sajonia y de Baviera. Le sucedió su sobrino Federico I, Barbarroja (112390), cuya elección para la Corona imperial fue un compromiso entre los Hohenstaufen y los güelfos, a cuyo principal representante, Enrique el León, sometería por la fuerza en 1180-81. Federico dedicó sus mayores esfuerzos a restablecer la autoridad imperial en Italia. Le sucedió su hijo Enrique VI, el Cruel (1165-97). En virtud de su matrimonio con Constanza de Sicilia (1186), fue elegido rey de aquella isla con el apoyo de un partido normando, uniéndola a la Corona imperial. No obstante, fueron precisas dos campañas militares (1191 y 1194-95) para vencer las múltiples resistencias que se oponían a su poder sobre Italia, en particular la del papa. Su proyecto era convertir el Sacro Imperio Romano Germánico en una monarquía hereditaria para sus descendientes y no electiva, como venía siendo hasta entonces; pero su temprana muerte impidió tal transformación, dejando en cambio debilitada a la dinastía Hohenstaufen por la minoría de edad de su hijo Federico II (1194-1250). Éste fue criado bajo la tutela del papa Inocencio III y de su madre, Constanza. Durante su infancia, hubo una crisis en el Imperio por la doble elección de emperadores de 1198, que desató la lucha por el Trono entre el candidato gibelino Felipe de Suabia (hijo de Federico Barbarroja) y el güelfo Otón IV de Wittelsbach (hijo de Enrique el León). Muerto Felipe de Suabia, el apoyo papal permitió que Federico II se impusiera a Otón IV, tras una nueva lucha entre los güelfos (apoyados por Inglaterra) y los gibelinos (apoyados por Francia); su elección imperial de 1212 quedó confirmada tras la derrota de sus enemigos en la batalla de Bouvines (1214) y su coronación en Roma (1220). Tras su muerte, dos Hohenstaufen pugnaron por el Imperio en aquel agitado periodo: Manfredo (1232-66), hijo de Federico II, que arrebató a Conrado IV el Reino de Sicilia y se proclamó a sí mismo emperador (1255-61); y Conradino (1252-68), hijo de Conrado IV, en quien recayó nominalmente la Corona imperial al morir éste. Sin embargo, una coalición antigibelina formada por el papa y los Anjou acabó derrotándole. Murió decapitado en Nápoles, poniendo fin al poder de los Hohenstaufen y haciendo recaer la Corona imperial por vez primera en la familia Habsburgo. Un conflicto en que el papado había conseguido vencer a lo largo de los años al apoyarse en una consistente ideología que le dotaba de un poder superior sobre todos los reyes y que confirmó incluso sobre el emperador romano-germánico. El poder civil aún no había encontrado una ideología que lograra competir contra los pensadores de la iglesia, que dotaban al Papa de un doble imperio, el terrenal con sus allegados –los soldados religiosos- y aquellos que le servían –sus soldados de armas- y de un poder que le haría pensar en tomar las riendas del imperio civil.

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El conflicto económico de la Baja Edad Media Las tensiones entre los dos órdenes – el político y el religioso- se agudizan durante la baja Edad Media. Los monarcas franceses consiguen dominar de forma momentánea al papado durante setenta años (1309 a 1378), que se desencadenó en el Gran Cisma de Occidente (1378 a 1417), que provocó la existencia de hasta tres papas diferentes. Esta situación dejó en una penosa posición política al papado. El conflicto surgió durante el reinado del rey francés Felipe IV el Hermoso y el papa Bonifacio VII. Este papa pretendía que los bienes de la iglesia no fueran imponibles, tras ordenar el rey francés que la curia le pagara impuestos. Pese a que Bonifacio VII declaró ilegales los impuestos, los mismos clérigos le desobedecieron y se desencadenó una fortísima polémica que incluso superaba a la vieja polémica de las investiduras que hasta entonces había supuesto los mayores enconamientos entre el poder real y el papal ya que los primeros decían tener potestad para nombrar obispos en su territorio a lo que se negaba el patriarca romano. El problema entró en un terreno económico y las posiciones se hicieron más y más extremas. Sin embargo, en este momento, la iniciativa, que antes estaba en manos de la iglesia, pasa al poder temporal, aunque tras la vuelta a Roma, la capacidad dialéctica de los ideólogos de la iglesia experimentó otra nueva época, aprovechando que las mentes de la época habían sido educadas en el seno de la iglesia. Egidio Colonna -o Egidio Romano- (1247-1316) fue una de las figuras importantes que abogaron por el poder papal. Éste era un curialista, ya que defendía el poder del papa e incluso expuso con extremismo que los sacerdotes poseían un poder pleno –plenitudo potestatis- en el orden de lo temporal. Los curialistas se convirtieron en la punta de lanza de la facción no bélica del ‘ejército’ papal. Éstos se oponían a los letrados y jueces sobre los que comenzaban a apoyarse los soberanos para justificar su dominio –sin embargo, esta situación provoca el desarrollo del aparato ideológico de los reyes que les permitirán luchar de igual a igual con el ‘ejército’ intelectual de los papas. Los letrados y jueces, ante la presión sacerdotal, recurren al derecho romano, con lo que al final de la Edad Media alcanzarán la igualdad ideológica ante la curia papal y más tarde la superioridad-. Egidio Colonna, como alumno que fue de Santo Tomás, hace hincapié en los fines de la institución eclesiástica, con lo que concluye que sus fines, por ser más altos, deben determinar los más bajos como son los temporales. Como una división total es inaceptable, debe existir una supraordenación de la Iglesia al poder temporal. Por tanto la plenitude potestatis debe corresponder al poder papal. Pero no todos los sacerdotes están con el papa. Como contrapartida, el dominico Juan de París (muerto en 1306) publica el libro ‘De potestate regia et papale’ con una argumentación no menos sólida que la de su contrincante: como quiera que la Iglesia tiene fines específicamente espirituales, debe abandonar toda ambición terrenal y confinarse a la salvación de los pecadores.

22 De ese modo, Juan de París, que se debe al rey de Francia, que pretende la supremacía sobre el Papa, niega el imperio del Papa mismo, al tiempo que establece una de las primeras ideologías nacionalistas de la Europa naciente. Sin embargo, París sigue creyendo en la unidad de todos los pueblos europeos bajo la tutela espiritual del Papa; es decir, un orbe cristiano con una sola cabeza. Dante Alighieri (1265-1321) confirma en su ‘Tratado de la Monarquía’ que la ideología monárquica aún no se puede desembarazar del imperio del papa. Al igual que Paris, para él, pese a que la autoridad del monarca universal procede directamente de Dios, y no por concesión papal –de modo que la monarquía es una institución natural que no puede aceptar una autoridad superior más que la divina, pero sin intermediarios clericales-, sus supuestos son los de un orden jerárquico monárquico universal bajo los auspicios de la fe cristiana occidental. Alighieri entiende el orden social en términos armónicos, dejando que la Iglesia siga dictaminando acerca de las verdades últimas mientras que éstas no afecten a la estructura del poder público imperial. Por otra parte, Marsilio de Papua (1290-1343), gibelino italiano y rector de la Universidad de París atacó con dureza el imperialismo papal con todo el brío de un ciudadano italiano que sufría las cortapisas impuestas por el Papado en la vida política de la península itálica. Marsilio, seguidor de Averroes, no sólo quiso limitar de forma contundente las facultades temporales de la iglesia, sino que, por ello se esforzó en demostrar que tenía que sujetarse por completo al poder temporal. El averroísmo latino no negaba la verdad de la doctrina cristiana, pero separaba de forma aguda la religión de la razón, la fe de la filosofía. Marsilio se apoya en Aristóteles. En su gran tratado -el ‘Defensor Pacis’- establece la idea de que una comunidad política es autosuficiente y que no necesita de otros poderes para vivir o autojustificarse, y en la que los sacerdotes sólo tienen la función de la salvación de las almas y la enseñanza de la doctrina cristiana y a ello deben limitarse. La figura de Guillermo de Occam (1285-1349) es distinta, ya que aunque ataca el poder papal, está más preocupado por la naturaleza interna de la iglesia que por la defensa de la separación entre lo terrenal y lo celestial. Occam es un telólogo, pero que ataca, al igual que Marsilio, la plenitude potestatis del Papa. La posición de este franciscano se puede observar en su inacacabada ‘De imperatorum et pontificium potestate’. Su actitud era radical. Consideraba al Papa como un hereje y se proclamaba a sí mismo como un ortodoxo. Occam es uno de los gérmenes de la reforma protestante, que luchó contra el Papado entre acusaciones constantes de heterodoxia o herejía. En el fondo, Occam pretendía restablecer el orden antiguo, con un Imperio fuerte y unido y una Iglesia dedicada a la defensa de la fe y a sus menesteres espirituales.

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El renacimiento de lo terrenal. terrenal. Tras la Edad Media surgió lo que se llamó el Renacimiento: la vuelta al saber antiguo que permitiera la mejora del sistema político del imperio al servicio de la cosa pública. Los ideólogos fueron dando preponderancia a las ideas terrenales frente a las del poder de la iglesia. El cambio se gestó gracias a que la nobleza fue tomando conciencia de lo que era el bien común y que tenía que inmiscuirse en los asuntos de la cosa pública pero no para imponer su criterio, sino para confrontar el criterio civil al eclesial. Una conciencia que marcó la diferencia entre el rey caudillo, controlado por iguales, y el príncipe moderno, que aprovechaba la fuerza de sus iguales para confrontarse a la Iglesia y a la vez la podía controlar. Este significativo proceso, en el que la nobleza toma conciencia de que puede obtener mayores beneficios bajo la tutela del monarca en contra de la iglesia, se debe a dos factores: el cambio ideológico de su grupo social y la cada vez más reforzada ideología monárquica. El perfecto caballero El concepto del perfecto caballero, tan medieval, fue compilado por el mallorquín Ramón Llul (1235-1315), en su ‘Libre de l’Orde de Cavalleria’ –una obra juvenil-, que fue traducido y leído en todo el occidente de Europa y que, andando el tiempo, había de ser sustituido por libros sobre cortesanos que habían abandonado el campo de las comodidades palaciegas.

24 Para Llul es necesario demostrar que los caballeros “en honor y señorío exceden al pueblo, para ordenarlo y defenderlo”, con lo cual apunta que existe en un mundo “sin caridad, lealtad, justicia y verdad” una serie de hombres mejores que son los que se ajustan a la caballería andante, la Orden de Caballería. Eso sí, el caballero lo es por nobleza de ánimo, no por nacimiento. En consecuencia: “…se convierte en un oficio muy honroso y necesario al régimen del mundo y [en compensación] el caballero debe ser honrado por las gentes”. Llul da el paso de considerar a los nuevos soldados, los caballeros; gente noble a la cual se le tiene que agradecer el esfuerzo, pero en realidad la necesidad de este nuevo ejército al poder de lo terrenal es mejorar su condición no sólo de cara a los demás, sino hacia sí mismos. Por ejemplo, medio siglo después Alfonso de Palencia (1423-1492) apunta en ‘La perfección del triunfo’ cómo ha de ser el caballero renacentista del quattrocento. Este libro, de 1459, está escrito como una fábula –“fablilla, lo llama el escritor- en la que un caballero llamado Ejercicio va en busca del Triunfo, que no lo han conseguido los militares españoles pese a ser muy bravos y famosos. En un primer momento, el caballero protagonista se encuentra con dos aldeanos que portan una pieza de caza. En ese momento, imbuido de gran orgullo por ser caballero les pregunta con qué derecho dos villanos cazan, cuando eso está reservado a los nobles caballeros. Sin embargo, uno de los villanos –que en realidad ha sido un munícipe de una ciudad- le contesta que si los caballeros cazaran todo el día se convertirían en unos holgazanes, en una honda crítica al concepto caballeresco pero sin reversión en la cosa pública: “Por çierto más razonablemente devíamos nosotros aborreçer los usos de los grandes, que todas las cosas de toda parte corrompen, usando mal de sus mayorías. Pues lo que poseen para ensanchar la república, convierten en destruyçión della mesma, y apareiando assí mesmos caýda bien mereçida”.16 Es decir, que Alfonso de Palencia intenta hacer ver en este diálogo entre el aldeano y el caballero Ejercicio que los soldados deben mirar más por la cosa pública que por su propia holgaz. El caballero Ejercicio parte de viaje en busca del Triunfo, pasando por Cataluña, Francia y diversas zonas de Italia. En cada parte del viaje hablará con diversos personajes y se medirá a otros y Palencia aprovechará para poner ejemplos de otros pueblos y su búsqueda y pérdida del triunfo. En su periplo le indican que debe ir a buscar a la Discreción, hija de la Experiencia. La fábula continúa con la historia de los grandes pueblos como griegos y romanos. En los que aprovecha para introducir el concepto de virtud de los clásicos. “Antes seguía el dever. Porque la contienda de la virtud en aquella sazón era tal y tan ferviente en los varones de Greçia, que sy sus enemigos paresçian eguales 16

‘La perfección del Triunfo’ Alfonso de Palencia. Ediciones Universidad Salamanca. 1996. Párrafo 35, pág. 139.

25 en riquezas, astuçia y fuerça, todavía eran juzgados más baxos en la guarda de la virtud, como juntamente çerca dellos toviessen principal fuerça los estudios de las artes. La qual muy aprovada compañía inxirió ardor a los antiguos çibdadanos griegos para que fuera sin temor lidiasen por la gloria, nin menos por administrar la cosa pública y con fortaleza tenerla segura se sometiesen en casa a qualesquier trabaios, posseyendo siempre la virtud en aquellos tiempos la capitanía”.17 Alfonso de Palencia mantiene a partir de aquí una estructura en su obra muy similar al ‘De Re Militari’ del romano Vegecio. Para encontrar el Triunfo –hijo de Marte y la Victoria- es necesario conjugar al Ejercicio el Orden y la Obediencia, presentados como otro caballero y una dama. Además, el caballero ha de tener magnificiencia, fuerza y prudencia para valorar las cuestiones. Además, incluye Alfonso de Palencia un concepto fundamental para el mantenimiento de la soberanía del monarca como líder de su ejército. La causa justa: “…pues la guerra tovo tan iustas causas; y sa avía lidiado señas tendidas, no ascondidamente por asechanzas; y los enemigos no avían sido reprimidos por les romper pleitsía; y no avía sido guerra civil o sediçiosa; y se avía aquistado nuevo señorío de provincia para engrandeçer el imperio”.18 Una causa justa que sólo puede conseguirse bajo el mando de un gran caudillo, ejemplo para todos los caballeros, que como iguales se sienten fuertes bajo el mando de una persona que se merezca el triunfo: “porque no avía caudillo sin exérçito. Y el exérçito en balde buscaría de aver gloria sin capitán”.19 En el fondo, la fábula de Alfonso de Palencia no hace más que introducir al hombre medieval en los conceptos de los clásicos, preparándole para un nuevo renacimiento de la sociedad. El perfecto ciudadano del renacimiento nacerá de la casta de los soldados, el que regirá los destinos de un pueblo o un ejército tendrá que tener magnificiencia, mostrar fuerza y saber ser prudente. Tanto él como los que le sirven deberán ejercitarse, mantener un orden tanto en la batalla como en lo social y ser obedientes a su general o caudillo. En resumen, en los albores del Renacimiento comienzan a verse los primeros atisbos de lo que llevará a la monarquía absoluta, el contrato de camaradería del ejército vuelve a colocar a la república en una posición similar a la del imperio romano. Lo que en verdad ocurrió en un renacimiento resplandeciente que le tocó liderar a los españoles, por ello la obra de Palencia viene al dedillo para explicar cuál es el deseo de la nobleza española: la búsqueda del triunfo cual griegos o romanos. La reforma eclesial El conflicto ideológico entre las monarquías y el poder papal se va agudizando en 17

Id. Párr. 94. Pág. 154. Id. Párr. 174. Págs 171 y 172. 19 Id. Parr. 240. Pág. 184 18

26 detrimento de la idea de un imperio papal. Pero serán los propios sacerdotes los que den la puntilla al concepto del Papa como figura preponderante entre los reyes y los príncipes. La fuerte dependencia del clero de la infalibilidad papal comienza a pasar factura en las sociedades en las que aparece un nuevo factor: la burguesía. Y es que el burgués poseía una experiencia de la vida muy diferente del resto de los mortales de la época. El burgués reconoce y ama las riquezas sin ver en ellas el mal moral que promulgaba la iglesia católica. Esto, que choca en lo frontal con el concepto impuesto desde Roma, provocará tensiones que configurarán el fuerte cambio en la sociedad del cuattrocento y quinquecento y, por consiguiente en sus creencias. La sociedad europea se va ajustando cada vez menos al orden jerárquico impuesto por el feudalismo, y asemejándose poco a poco a un haz de posibilidades para el éxito económico que suponga un triunfo brillante en la vida. El concepto de triunfo pasa de la nobleza a los burgueses que dominan las cuentas y acaparan dinero. Eso crea un individualismo que choca con el concepto de ecclesía, de grupo que imparte la iglesia. El triunfo individual supone que hay personas que pueden acercarse más a Dios, gastando su dinero en regalos a la iglesia, pero también que la persona se puede acercar a Dios sin intermediarios, ya que si es capaz de conseguir en solitario el triunfo en la vida, lo puede conseguir en lo espiritual sin ayuda de nadie. Estas serán las bases del protestantismo de Lutero y de Calvino, que será el arma definitiva que desautorizará al Papa como superior de los monarcas. Hay que tener en cuenta que todo ello se produce de de forma desigual en lo geográfico y en lo social, que la nueva mentalidad de la época no es en principio la del mercader burgués, sino que es la del culto a la virtud y la originalidad, sea en forma de ‘condottiero’ o mercenario, o en su forma artística que reclama para el artista la honra de notables y príncipes. Y aquí es cuando aparece una nueva escuela, el humanismo, para comprender los nuevos cambios de la sociedad. Uno de los principales exponentes es Erasmo de Rotterdam (1467-1536), que vive entre los siglos XV y XVI. Atacando con toda dureza a la Escolástica que había defendido al Papa, Erasmo llega a la conclusión de que hay que crear un hombre mejor, tan piadoso como sabio. Él propuso en obras como el ‘Elogio de la locura’ una interiorización de la fe que posee muchos elementos dignos del protestantismo, pese a que nunca rompió con la iglesia católica. Por su parte, el judío valenciano Juan Luis Vives (1492-1540) introduce el concepto de “conciencia social”, al predicar en su ‘De subventione pauperum’ –‘Sobre el socorro a los pobres’- que la acumulación de riquezas y que éstas no sean repartidas entre los pobres es el verdadero pecado. Aparte de indicar que lo mejor no es repartir monedas, sino dar trabajo al depauperado –con lo que introduce la moral del trabajo de la burguesía- para acabar así con holgazanes y vagabundos. Sin embargo, Vives tiene muy claro que la riqueza acumulada más allá de las necesidades del individuo es producto del robo:

27 “Todo aquel que no reparte a los pobres lo que sobra de los usos necesarios de la naturaleza es un ladrón”.20 A partir de ahí, el cambio religioso propuesto por Martín Lutero (1483-1546) que pretendiendo reformar la iglesia para que volviera a su estado puro llegó a afirmar en 1519 que el Papa era el anticristo, momento en que se produjo la ruptura final entre los protestantes y los católicos. Lutero lleva al individualismo renacentista a su máximo culmen al colocar al cristiano solo frente a Dios sin el consuelo de los sacramentos administrados por la clerecía. Un triunfo que sin embargo no provocará paz, ya que al dejar al hombre sólo con su razón ante Dios el movimiento social se volverá revolución que llevará a la creación de nuevos conceptos de agrupación social. Pero la última vuelta de tuerca que ofrecerá el fin de la preponderancia papal la apuntilla la ideología económica de Juan Calvino (1509-1564). Este hombre crea una teocracia en Ginebra que se impondría de forma absolutista, pero diferenciando el poder civil del religioso. La idea más importante del calvinismo es su moral económica. Calvino creía que los sacramentos católicos no servían para nada, ya que el hombre estaba predestinado y éstos eran impotentes para la salvación. ¿Pero cómo indica Dios que el hombre se ha salvado entonces? Pues con señales de divina gracia: la industriosidad, el trabajo y un cierto ascetismo mundano. Con el tiempo el ascenso industrioso se convirtió en el medio para llegar a la salvación. Así los calvinistas dieron un sentido completo a la burguesía. Desdeñaron la vida contemplativa y conventual, la señorial y ociosa; el trabajo manual, que ocupaba un lugar muy bajo en la mentalidad medieval, fue ensalzado. El beneficio conseguido por la industriosidad es una muestra evidente del favor divino y de la predestinación del individuo con éxito. El calvinismo y el luteranismo, los movimientos protestantes más importantes, ofrecen a la burguesía una fórmula de ascenso social paralela a la de la nobleza y, además, la salvación eterna si prosperan en sus usos. Esto provocaría el cambio fundamental en el concepto de la organización del bien público que luego llevaría a la revolución republicana inglesa y 250 años después a la creación de las democracias americana y francesa. ¿Y cómo afecta esta nueva ideología a los ejércitos? Pues de la forma más importante. El propio emperador Hausburgo, Carlos V, no pudo con los ejércitos de los príncipes por cuestiones de religión. Las terroríficas guerras de religión que se produjeron en Centroeuropa durante esa época terminaron en virtuales empates en los teatros de operaciones –en realidad nunca se pudo decir que Carlos perdiera una guerra-, pero en la virtual victoria de la libertad de culto y la división de la iglesia cristiana occidental. Más tarde, la división de mentalidades ideológicas entre españoles y holandeses provocarían una guerra entre la nación más poderosa de aquel mundo moderno y una de las más pequeñas pero emprendedoras de la época. Los holandeses consiguieron la 20

Citado por A. Bonilla y San Martín en su obra ‘Luis Vives y la filosofía del Renacimiento’ y extraído del libro ‘Historia del Pensamiento Social’ de Salvador Giner, anteriormente descrito: pág, 191.

28 secesión española porque creían en su sistema, en su nueva ideología religiosa y económica. Por todo ello resistieron una cruel guerra contra el que, de primeras, era su rey y monarca.

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El príncipe y el Estado. Estado. La convulsión de la Europa occidental durante el fin de la Edad Media se prolongó durante los primeros años de la Edad Moderna, lo que se puede llamar el renacimiento del quattrocento y quinquecento. Justo en el paso de un siglo a otro, se configuran nuevas ideas como el mercantilismo que aconseja al monarca sobre todo en las Españas. El mercantilismo español es, ante todo, uno de los pilares básicos para el mantenimiento de un Estado, que debe tener las arcas repletas de monedas para financiar guerras, armadas, embajadores y cortes reales. Antonio Serra, Juan de Mariana, Domingo de Soto y Francisco de Vitoria comenzaron durante esos años a establecer una teoría general sobre la intervención estatal en la economía y sobre la función del Estado como gerente y ordenador de la misma. Es decir, que si el Estado ha de ser un instrumento para mejorar el bien común y está regido por un monarca, éste ha de estar preparado para poder llevar las riendas del mismo. ¿Y cómo ha de ser el príncipe que ha de regir ese estado? Por supuesto el principal ideólogo que va a intentar buscar esa respuesta es Nicolás Maquiavelo (1469-1527), del que se dice que su libro fundamental ‘El Príncipe’ se basaba en la figura del rey católico Fernando de Aragón. Maquiavelo sirvió gran parte de su vida para la República Florentina, donde fue incluso canciller para la guerra, aunque fracasó en imponer la milicia ciudadana.

30 Maquiavelo escribió ‘El príncipe’ y otros grandes libros tras perderlo todo. Escribe sin amargura, con un realismo crudo, que otros llamarán realismo político. Hay que tener en cuenta que Maquiavelo presenció el desmoronamiento del sistema político medieval y, sobre todo, el fin del sistema ideológico predominante; para él el Papado se había convertido en un reino más, y no en la cúspide de la pirámide del sistema dual de lo teológico y lo feudal. El Papa actuaba con incongruencia, aliándose si era necesario con el enemigo infiel turco en empresas guerreras con otros estados cristianos. Maquiavelo observó que el sistema coherente marcado por la solidez, unidad y organización que intentaban establecer Francisco de Francia y Fernando el Católico era el que iba a definir su nueva organización política, el Estado moderno. Eso sí, para determinar cuál es el mejor camino a tomar por el príncipe –y volvemos al concepto de princeps clásico, el ciudadano principal- en cada situación, el florentino evita referirse a los argumentos de cada bando político y de cualquier imprecisión interdisciplinar para centrarse de forma directa en cómo se consigue una cosa, cómo se mantiene o cómo se pierde. ¿Qué significa esto? Pues que en concreto aísla la política como objeto de estudio. Maquiavelo se convierte en el fundador de la ciencia política moderna. Maquiavelo se basa en los ‘Discursos sobre la primera década de Tito Livio’ para relatar sucesos que vienen a cuento para ejemplificar lo que ha de hacer el príncipe. El florentino se centra más en los vicios porque éstos pueden oscurecer las virtudes del príncipe. Por ello llega en ‘El príncipe’ a la conclusión de que son los vicios los que provocan la creación de toda organización política, ya que la rapacidad de los hombres no les permitiría vivir si no fuera bajo la protección de una de ellas. “Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara. Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”.21 La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben. ‘El príncipe’, su libro más famoso es en esencia uno más de los manuales para los gobernantes que se hicieron famosos en el Renacimiento –como el ‘Relox de Príncipes’ del español Antonio de Guevara-. Sin embargo, Maquiavelo no quiere moralizar y busca intenciones científicas, mostrando con toda la pureza que se pueda la técnica de la acción política. El príncipe, el político, el hombre de Estado debe reunir especiales condiciones para acceder al poder y mantenerse en él. Éstas se resumen en su capacidad de aprovechar 21

‘De Principatibus. El príncipe’ Nicolás Maquiavelo. Libro digital.

31 situaciones y manipular deseos y voluntades de tal modo que sean consideradas como medios y no como fines en sí, pues el único fin genuino es el poder, los honores y la preeminencia que persigue todo animal político: para él, el fin siempre justifica los medios. “No puede un señor prudente - ni debe- guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero- puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por que guardarles la tuya”.22

En todo este resumen de la idea fundamental de lo que puede ser el ciudadano principal de un estado, se imbrican la nueva visión de la ciencia –que se separa de lo moral y lo religioso poco a poco-, la búsqueda caballerosa del triunfo y el individualismo que comienza a imperar en la sociedad europea de la época, aunque sea en visión de condottiero, porque el príncipe ha de conseguir la virtú23. El concepto de Estado moderno Pero en realidad, la aportación más importante del florentino es la creación del término Estado en su sentido moderno y contemporáneo. Maquiavelo distingue al principio de su libro entre estados repúblicas y estados monarquías, pero apunta que existe un aparato político distinto de la sociedad general –aunque forme parte de ella-, que es una organización autónoma dotada de leyes internas. Esta última idea es lo novedoso, lo que diferencia al Estado moderno y contemporáneo de los de otras épocas. Este Estado se puede delimitar por muy vasta e intrincado que pueda llegar a ser; en la Edad Media, la jerarquía civil y la religiosa estaban interrelacionadas y subordinadas al concepto de cristiandad por mucho que entraran en conflicto. Ahora se puede diferenciar el estado de la religión. Es el paso que se estaba buscando desde el conflicto entre el emperador y el Papa, entre monarcas e iglesia, entre güelfos y gibelinos. La preponderancia política se configurará a partir de ahora en derredor del concepto de Estado y el príncipe deberá ser general de sus soldados y administrador del Estado. Mientras la naturaleza del hombre gira en torno a su virtú y a su fortuna, la del Estado lo hace en torno a la necessità. El Estado necesita muchos recursos para mantener la organización social, militar o diplomática; es una organización voraz. La necesidad hace que el Estado tenga que ir actuando según sus propias leyes e intereses. El Estado es presa de su propia lógica interna.

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Id. La virtú maquiavélica se refiere a la capacidad del príncipe para conseguir ascender al poder, distinta de la fortuna. Sin embargo, la virtú también se compone de la capacidad del político para mantenerse en el poder ante toda situación. Por último, otro concepto es la capacidad de prosperar del individuo en su propia sociedad.

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32 El Estado es, además, soberano en sí mismo, ya que no existe ni reconoce autoridad por encima de él, así que si para su subsistencia es necesario violar acuerdos previos, se hará porque es algo connatural en él cuando la neccessità así lo dicta. Así el Estado es algo que no se puede juzgar, al que los hombres han de someterse porque éste sí les puede juzgar a ellos. Maquiavelo llega con esta línea argumental a lo que define como “razón de Estado”. Además, también indica que el Estado es una entidad tan suprema como la ley y la religión, pero sin embargo se aprovecha de ellas en su propio beneficio, ya que está en su naturaleza utilizar las demás instituciones para sus fines políticos. ¿Y cómo ha de actuar el príncipe? Pues en beneficio de la razón de Estado. El bien común es parte del Estado, pero ya no es el fin del gobierno. El fin del buen gobierno es mantener y mejorar el Estado para que éste gestione el bien común. El monarca como príncipe, general y administrador A partir de aquí, a los soldados del príncipe se une otro tipo que es el administrador. Este funcionario se somete al mando del príncipe o monarca que le ordena poner en orden los asuntos del Estado. Por ello el monarca consigue ya tres pilares fundamentales: sus ideólogos, que le dan legitimidad; los soldados, que le siguen a la batalla; y los administradores, que le apoyan para mantener el Estado. A partir de aquí se van configurando la nueva monarquía que desembocará en el sistema absolutista de finales del siglo XVII y el XVIII, similar al concepto del rey Dios. Buen ejemplo de ellos son los últimos Austrias españoles, encerrados en cárceles de oro por su incompetencia pero a los que el pueblo no se puede acercar, y el rey Sol francés, el exponente del absolutismo perfecto; e incluso otro ejemplo válido es el republicano inglés, con el concepto del lord Principal que encarnó Cromwell. Pero para ello, el monarca deberá irse apoyando en nuevos ideólogos que hagan de él el príncipe perfecto para mantener el Estado y justificar sus acciones, que mantengan en alto grado su virtú, ya que la fortuna es la que les ha llevado a ocupar el trono. El Estado obliga a delegar capacidades de gobierno en otros, pero aún así el monarca es el primer ciudadano el que es responsable de que se mantenga en alto grado su virtú para garantizar así que se haga el mayor bien común posible. Los administradores españoles, abogados en su gran mayoría, van creando una escuela de juristas de grandísimo renombre. En la búsqueda de la redefinición del monarca en lo que es el nuevo concepto del Estado, Francisco de Vitoria (1483-1546) terminará creando el derecho internacional. Eso sí, mientras tanto, Vitoria y sus discípulos van creando un sistema de teoría política basado en la ley de la razón, que ellos consideraban natural. Es decir, que la relación entre el Estado y el Derecho Natural demuestra el por qué el primero es soberano por la gracia del segundo. ¿Pero qué ocurre cuando esta soberanía pasa al gobernante aunque no sea un rey? Cuando la soberanía del Estado se transfiere a una persona, ésta a su vez está gobernada por las leyes del cuerpo político (los administradores del Estado), del que es una parte integrante; por eso las leyes

33 promulgadas por el gobernante se consideran parte del bien común, la respublica en Vitoria. Es decir, que el Estado se identifica con la multitud de todos los individuos que lo componen, pero que no están capacitados para gobernar, con lo que es necesario el gobernante cuya identificación con el pueblo es independiente de toda consideración teológica. Con esto parece que el príncipe pueda estar por encima de la ley, pero no es así porque “está sobre todo la República y nadie puede ser obligado sino por un superior”. El legislador debe cumplir sus propias leyes, éstas obligan al rey. Con estas ideas españolas va avanzando en Europa la idea de la soberanía de la Ley. Luis de Molina (1535-1600), apunta que el pueblo existe, “luego es soberano”. Pero también explica que en la respublica existen dos personas: el pueblo y el gobernante y que el último ha obtenido la soberanía por transferencia popular; el pueblo recobraría la soberanía cuando queda vacante el puesto de gobernante y la vuelve a entregar a otro nuevo. Al mismo tiempo, el gobernante debería estar sujeto por la ley natural, que lo limita: no puede dividir el reino, alterar la constitución vigente, etc… Por último, Francisco Suárez (1548-1617) representa la culminación del pensamiento católico de los tiempos de la reforma. Escribió ‘De legibus ac Deo legislatore’, ‘Defenso fidei’ y como obra póstuma ‘De bello’. Para Suárez, el derecho positivo tiene que estar basado en el natural y encaminado hacia el bien común. Si distinguimos la comunidad humana de las particulares, las segundas tienen un derecho positivo para ellos, que en un principio va encaminado al bonum communitatis, y que tiene en cuenta la comunidad y la felicidad de sus bienes particulares. El Estado también se ocupa del bien de la comunidad y debe ocuparse también de las relaciones internacionales, del bien común de todos los hombres. Suárez desarrolla el derecho de gentes Vitoriano partiendo de la idea de que la humanidad, por muy dividida que esté, forma en realidad una sola comunidad de individuos iguales, hijos de Dios. Suárez bebe aquí del pensamiento helenístico, de la tradición estoica y senequista de la filosofía española clásica. En realidad, tanto Suárez como Vitoria intentan elaborar una ideología antimaquiavélica, basándose en el derecho natural. Suárez concibe al hombre como un animal legal, antes que un animal político. Ahora bien, no es una legalidad en sí ni teológica ni sobrenatural, ya que el hombre crea sus propias leyes, sus edificios políticos y con su libre albedrío los puede destruir. Sin embargo, la escuela española terminará perdiendo la batalla, el modelo del rey se convertirá pocos años más tarde de la muerte de Suárez y Vitoria en el Rey absoluto, casi comparable al rey dios de los Egipcios, aunque asumiendo que son representantes de Dios en su trono por consentimiento de su pueblo. Una especie de devenir histórico-ideológico espiroidal, porque se llega a la altura de diversos puntos pero en distinta posición. La ideología que permitirá el ascenso al poder

34 del rey absolutista, infalible e indiscutible, no será más que la recopilación y reestructuración de las ideas antiguas. Los soldados de la época, los militares, serán ciudadanos que creen ser libres dispuestos a batirse el cobre contra cualquier monarca que esté en contra de los designios del que estén a su servicio. Los nobles se encargarán de comandar a las tropas en la guerra, pero casi como administradores de los propios reyes, del bien común; recibiendo parabienes del propio Estado. Los propios soldados, en tiempos de los Austrias españoles, tenían a través del Ejército un mundo de aventuras y de ascenso social. Aunque fuera muy difícil sobrevivir a lo largo de los combates y las penurias, los soldados españoles creían que servían a su señor y seguían de forma ciega sus órdenes, sabedores de que eran parte importantísima del Estado. España fue el primer lugar en el que la organización estatal en torno a un monarca funcionó de forma correcta. La ideología de los defensores del derecho natural fue limando la fuerza del Estado, pero a su vez fue indicando al pueblo que el poder del rey se debía a la concurrencia de un permiso popular. Eso engrandeció el espíritu de los soldados leales al Rey de las Españas, ya que de por sí, sin ellos no sería nadie.

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Conclusiones. Conclusiones. La historia de las ideologías que se dedican al concepto del primer hombre de una polis, una república clásica, una monarquía medieval o un Estado moderno, que he desarrollado a lo largo de este trabajo demuestra que el ser humano es el perfecto recopilador y reinventor de su propia sociedad. Todas las ideologías surgen por la necesidad del gobernante de perpetuarse en el poder mediante una explicación racional o sugerente a su propio pueblo. Es decir, que en realidad los defensores españoles de la teoría del estado supeditado a la ley natural en la que en la cual el rey depende del apoyo de su pueblo para gobernar, parece ser la más correcta. Una idea que proviene de la idea del caudillo bárbaro, que se imbricó en la elección del patriarca de Roma, que a su vez quiso ser el representante del imperium que desapareció en el Occidente del Mediterráneo, que se creó para mejorar las necesidades de ascenso social del pueblo harto de una oligarquía que había terminado, en tiempos remotos, con una monarquía que no funcionaba en una ciudad del Tíber. Todas las ideologías se basan en otras, todas se relacionan como se puede ver y todas intentan apoyar un tipo de gobierno. El ideólogo es el primer arma del príncipe para perpetuar su gobierno. Gracias a éste y a la fuerza bruta de los soldados que conforman los ejércitos del gobernante, se podrá establecer si es necesaria la conquista de otros países. Conquista que sólo podría garantizarse con la promoción social de los soldados que sirven al príncipe, o aumentando su orgullo por servirle.

36 Es decir, que en el fondo, la ideología no es más que una cuestión de intereses recíproca, pero no dentro del contrato social, sino del contrato de camaradería al que se refería este trabajo en su comienzo. El ideólogo busca el reconocimiento de su señor, pero también que éste le reconozca a él una serie de prebendas por la ayuda prestada. Otra de las conclusiones a las que se puede llegar es que el uso de una ideología superior sobre otra supone conquista y que la confrontación de dos similares provoca una situación de empate social que se romperá, con toda probabilidad, con la llegada de otra tercera que sea superior a ellas. ¿Por qué triunfa el soldado? Pues en realidad porque tiene detrás una ideología que consigue que admire profundamente el sistema social que defiende o que quiere expandir a otros pueblos, que consigue que adore a su general, que consigue que se sienta superior a otros. ¿Por qué se provocan las guerras? Pues, entre otras cuestiones, porque chocan las ideologías, con lo que el contrato de camaradería entre el soldado y su príncipe se pone en marcha al ser agredido el gobernante o el sistema de gobierno que quiere imponer. ¿Por qué se producen las derrotas o caen los imperios? En este sentido, porque una ideología se impone a otra, destruyendo la base ideológico-social del derrotado. Sin embargo, la incorporación de una ideología no se ha de producir por una derrota, sino también por asimilación. La transformación del Imperio Romano en la Europa medieval se produjo al asimilar los habitantes del mediterráneo occidental ciertos usos ideológicos de los que en ese momento cuidaban sus territorios de las invasiones, tras la desmembración de las legiones. Sin embargo, la pérdida traumática de una ideología puede hundir a un pueblo durante siglos. Tras la España de los Austrias ni el propio concepto ideológico de modernidad que a los borbones les había servido para llevar a Francia a la cúspide del mundo consiguió que los españoles, antaño potencia mundial, levantaran la cabeza más que durante un siglo. La reimposición de la ideología napoleónica sobre la borbónica en España sin haberse acostumbrado el pueblo ni el soldado a la anterior –que ya impedía la promoción social del soldado de clase baja-, provocó una crisis social de considerables consecuencias que desembocaron en al menos tres guerras civiles, un cierto número de asonadas y bastantes conflictos regionales en menos de 150 años. Y es que sin una ideología propia, adecuada y aceptada el buen gobierno del príncipe es imposible y el buen uso del ejército aún más difícil todavía.

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Bibliografía. - ‘Relación de Unamón’ 2, 22-24: traducción según C. Nims en ‘Journal of Eyptian Archeology’, vol.54, 1968, pág. 163. Extraído de ‘Historia de las ideologías’, Editores François Châtelet y Gérard Mairet; Akal Universitaria; Madrid 1989. - ‘Política’, Aristóteles. Libro electrónico en html. - ‘Historia de las ideologías’, Editores François Châtelet y Gérard Mairet; Akal Universitaria, 1989. - ‘Historia del Pensamiento Social’, Salvador Giner. Ariel Sociología, 5.ª ed; Barcelona 1987. - ‘Historia de Roma’, Francisco Bertolini. Edimat Libros; Madrid, 1999. - ‘De Re Publica’, Cicerón. Libro electrónico. - Obras completas de Marco Tulio Cicerón. T. VI. De La República’. Trad. por Francisco Navarro y Calvo; Librería de los Sucesores de Hernando; Madrid 1924. - ‘Conjuración de Catilina’, Salustio Crispo. Libro electrónico. - ‘Summa Theologica’ Santo Tomás de Aquino; II-I q. 93.. Trad. por la Orden de Mendicadores; Madrid, 1947. - ‘La perfección del Triunfo’ Alfonso de Palencia. Ediciones Universidad Salamanca, 1996. - ‘De Principatibus. El príncipe’ Nicolás Maquiavelo. Libro electrónico.