DRAMA DE SEMANA SANTA - ObreroFiel

Drama de semana santa. Escrito por Ismary Díaz Rivas. Usado con permiso. ESCENA 1. (Música suave de fondo). Narradora—Dice La Palabra de Dios que la ...
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EL VALOR DE MIS MANOS Drama de semana santa Escrito por Ismary Díaz Rivas Usado con permiso ESCENA 1 (Música suave de fondo) Narradora—Dice La Palabra de Dios que la mano de Jehová para con sus siervos será conocida, sí, el mejor lugar de nuestro reposo en cualquier circunstancia es en las manos poderosas de nuestro Señor. Él nos creó a su imagen y semejanza, también por eso nos dio manos. ¿Hemos pensado alguna vez en el valor de esa parte de nuestro cuerpo? Todos los días las usamos, unos más lentos, otros más aprisa, pero ni nos damos cuenta de lo importantes que son. Pensemos en las manos de Jesús, cuántos bienes hicieron en este mundo, cuántos enfermos sanaron, cuántos caídos levantaron, y luego esas mismas manos fueron llevadas a la cruz por ti y por mí. (Música suave unos segundos) (Se va abriendo el telón, dos jóvenes conversan, mientras la madre de uno de ellos les sirve café) Pedro—Amigo mío, no sé que pueda yo decirte sobre eso, pero de algo estoy seguro, tu solo no podrás dejarlo. El Señor en ti si puede, claro si tu lo dejas. Loida—A ver, aquí les traigo un poquito de café, no lo dejen enfriar porque no sabe igual. Pedro—Usted tiene unas manos prodigiosas para la cocina mamá, anda Lázaro, toma el café y seguimos conversando. Lázaro—Gracias Loida, es muy amable, pero no me gusta el café. Nunca lo tomo, de todas formas, gracias. Loida—¿Quieres un refresco? Tenemos unas naranjas muy dulces, y a Pedrito le encanta. ¿Te traigo un poquito? Lázaro—¿Ves Pedro? Eso me cae mal, esa amabilidad de algunas personas, como tu mamá. No estoy acostumbrado a eso. En mi casa siempre me dijeron las cosas cortantes y sin darle vueltas. Quizás eso influyó en mi mal carácter, y sobre todo en el otro problema. Pedro—Mira Lázaro, hemos sido pecadores de nacimiento. Es por eso que pecamos; es una herencia. No es que pequemos y por eso seamos pecadores, y tanto el robo que tu dices no poder evitar, como cualquier otro pecado. Claro que ningún hombre puede dejarlo porque sí, para eso hay que acudir a la cruz de Cristo. Su sangre, nos limpia de todo pecado. Lázaro—Mira Pedro, vine hasta aquí contigo por lo mal que me siento, porque hoy le robé a mi propio padre para pagar mi deuda de juego, porque estoy mal y no es para oír hablar de religión que he venido. Tú eres mi amigo ¿no? Pedro—Te equivocas, no hablo de ser religioso. Hablo de ti, porque eres mi amigo precisamente, y de mí, como personas, del valor que tenemos para Dios, de lo que hizo Jesús para que pudiéramos amistarnos con él. Porque él te ama mucho, a pesar de tus pecados. Eso no es religión, es que comiences una relación con el Dios vivo que te está extendiendo su mano. No seas rebelde a él. Lázaro—Es que, me es difícil creer eso. A mí me enseñaron que debía ver para creer. Pedro—Si me dejas, te voy a contar algo, una historia verídica escrita aquí en la Palabra de Dios. Solo te pido que la escuches y pienses con tu corazón acerca de ella. Eso que dijiste de ver para creer hace mucho tiempo fue dicho por una persona que estaba cerca de Jesús, y luego reconoció que estaba equivocado. Sencillamente, el mismo Señor le hizo ver lo que necesitaba. (Tocan a la puerta) (Pedro va y abre, entran dos jóvenes y dos muchachas, saludan a ambos)

Pedro—Lidia, Hirán, Esther, Jacobo, ¡qué sorpresa! Lidia—¿Sorpresa Pedro? Hoy es viernes, venimos a ensayar. Hirán—Yo creo que nuestro amigo lo pasó por alto. ¿Se te olvidó? (Pedro se encoge de hombros) Jacobo—Eso debe ser por causa de una persona que yo conozco que le ocupa mucho su mente. (señala para Esther) Esther—Y ustedes ¿qué miran? Esto es algo serio, vamos a ensayar. Bueno, si se puede. (mira a Lázaro) Lázaro—Por mí no hay problema, Pedro. Otro día vengo por acá. Pedro—De ninguna manera, si es que precisamente el ensayo tiene que ver con lo que yo quería contarte mi amigo. Siéntate como en tu casa y vamos a comenzar. Tú sólo escucha, y si tienes algo que decir, o alguna duda, no temas preguntar, estamos a tu servicio. (Lázaro lo mira con seriedad, luego dice,) Lázaro—Está bien, me quedo. Hirán—Muy bien, amigo. Vamos a rodar las sillas, y vamos a ensayar “El valor de mis manos”. (Se oye una música suave, ellos comienzan a arreglar las sillas, las separan, y se va cerrando el telón.) (Canción, Con manos vacías) ESCENA 2 (Se abre el telón, aparecen los mismos jóvenes en posiciones diferentes, Lázaro en una esquina como espectador.) Esther—Quedamos en la parte cuando Jesús, que en este caso lo hace Jacobo, está en su última semana antes de ser crucificado, y visita a Martha, a María, y a Lázaro. Lázaro—¿A mí? Pedro—Se llamaba igual que tú, era un amigo de Jesús. Después puedo hablarte de él. Lidia—Yo creo que Jacobo puede usar este traje blanco, como los de aquel tiempo (toma una vestidura de un cajón que está en el piso) Hirán—Si, Lidia, después ensayamos con las ropas, pero primero hay que estudiarse bien esto, y profundizarlo para que salga bien y sobre todo ver bien la Palabra, para que pueda ser de bendición, que es lo más importante. Jacobo—Busquemos en Juan 12:1-8 (lo lee) Esto corresponde al miércoles de aquella semana. Está también en Mateo 26 y en Marcos 14. ¡Qué pasaje más impresionante! Yo veo el contraste de las manos de aquella mujer que tomaron lo mejor que tenían y lo derramó a los pies de Jesús en una actitud de humildad, de amor y de agradecimiento, y aquel hombre, uf, me pone los pelos de punta porque a veces hago cosas peores. Él usaba sus manos para robar de la bolsa que se le había entregado con confianza, es decir, que aunque eran manos iguales, diseñadas por Dios de una manera asombrosa, eran usadas para fines totalmente opuestos. Ester—Si, así es mi hermano. El valor de mis manos para mí precisamente no está en que son las mejores porque son las mías, sino al servicio de quien las pongo. Si las dedico al Señor como es mi deseo, él las verá como las de aquella mujer. Hirán—No, Ester, no es absolutamente así. O es que nunca les das un uso indebido, por ejemplo, ¿nunca empujas a nadie? ¿O no le pegas a tu hermano si te coge tus cosas? Es un ejemplo, digo yo.

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Ester—Por favor, Hirán, claro que puedo fallar, pero Dios me ve a través de lo que hizo Jesús. No me ve como una pecadora. Después que recibí a Cristo la Biblia me dice que soy hija de Dios, de su familia. Si tú le fallas en algo a tu padre o a tu madre, puede que te regañen y hasta que te castiguen, pero por eso no dejas de ser su hijo. Sobre todo porque los une un amor grande y un vínculo familiar que no puede ser roto. Lidia—Oigan, pero no se vayan del tema. Por favor, vamos a seguir. A ver Hirán, busca otro ejemplo en esa semana de la pasión del Señor donde podamos vernos reflejados, quiero decir nuestras manos. Hirán—Si, mira antes de eso, cuando la entrada triunfal en Jerusalén. La gente el pueblo en general tomó ramas de palmera en sus manos y recibían a Jesús con Hosannas, tendiendo sus mantos, por donde debía pasar en el asnillo. Pedro—Y esas mismas personas de la multitud batían sus manos cuando lo tenían preso y pidieron que soltasen a Barrabas, que era ladrón y que crucificaran a Jesús. Claro, ellos no entendían lo que estaban haciendo. Nada menos que matando al autor de la vida. Jacobo—Pero sí habían visto las señales que había hecho el Señor en medio de ellos - a cuanta gente sanó, a cuántos liberó de demonios y a otros les multiplicó los panes y los peces. Eso fue en presencia de grandes multitudes, oye no había excusa. Ellos habían visto todo lo que él hacía y no quisieron creer. Así que la fe, o lo que es lo mismo, el creer, no es precisamente por ver, como dicen algunos. Es algo bien profundo, un regalo que Dios nos da para que podamos verle a cada paso en nuestro diario vivir. Ester—Pero la fe viene por el escuchar con atención la Palabra de Dios, aunque como bien dices, es un regalo. (Entra Loida con una bandeja, y todos se animan y sonríen) Loida—Hora de la merienda. Oigan a ustedes, se les van las horas y no las sienten. Yo diría que es hora de comer, pero no quiero estorbarles. Coman algo y sigan hasta que deseen. A mí no me molestan. Pedrito sabe que me encanta tener la casa llena de jóvenes. Pedro—Ven Lázaro, come algo. Has estado muy callado. Lázaro—Está bien, gracias, pero es que yo no sé qué decir. Es muy interesante lo que hablan, así que mejor sigo escuchando. Lidia—Yo les propongo que tomemos un receso. Después nos ponemos los disfraces y ensayamos. De lo contrario no nos va a dar tiempo. Aunque sé que hemos tenido una tarde provechosa. Lázaro—¿Puedo quedarme? Pedro—No faltaba más. Claro que si. Muchachos, sigamos el consejo de Lidia. (Todos se ponen a comer, se va cerrando el telón con música suave de fondo) (Canción “Capaz de todo por Ti” de Benjamín Rivera) ESCENA 3 Narradora—Aquel grupo de jóvenes no sabía hasta qué punto estaba influyendo delante de Lázaro. Poco después, empezaron a ponerse largos ropajes encima de sus vestidos y a cubrirse la cabeza, tratando de imitar los tiempos antiguos. Su alegría, el amor, el gozo que reflejaban fue lo que mantuvo a aquel joven incrédulo sentado junto a ellos todo el tiempo. Su rostro reflejaba una añoranza, una necesidad. En medio de ellos, Lázaro logró descubrir que realmente poseían muchas cosas valiosas que él no había logrado, y nunca alcanzado ni aún en los salones de juego, donde era tan popular. (Se abre el telón, aparece Lázaro sentado en el piso en una esquina de la plataforma. Los demás comienzan a dramatizar ya vestidos) Jacobo (Que se disfraza de Jesús)—Mi alma está muy triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. (Va un poco adelante, se arrodilla, se postra sobre su rostro y dice): Padre mío, si es posible, pasa de mí esta copa; pero no sea como yo quiero sino como tú. (Viene a ver a los otros jóvenes y los

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encuentra durmiendo, y dice): ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Viene otra vez y los encuentra durmiendo) (Se va, y ora por tercera vez, diciendo las mismas palabras, luego dice:): Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos, ved, se acerca el que me entrega. (Música suave de fondo algunos segundos) Lidia—Yo lo veo bien, ¿y tú Ester? Al menos hasta aquí. Ester—Sí, claro, representar la tristeza real que tuvo Jesús en Getsemaní no es fácil. Pero Jacobo, quizás si piensas en lo que pasó a Jesús y te concentras si te es posible, tu cara reflejará más esa tristeza. Jacobo—No creas, me es difícil el hecho de representar a Jesús, sobre todo que él mismo me está viendo, no es fácil para mí. Pedro—No hables ahora de representar. Figúrate yo entonces, uno de sus discípulos en quien más confiaba y todo el tiempo durmiendo mientras él oraba, igual que Hirán. Hirán—Lamentablemente, tengo que confesarles que a mí no me fue difícil representar a uno que duerme. Yo lo hago con bastante frecuencia. (Todos sonríen) Hirán—Ey, es en serio, los jóvenes estamos rodeados de tentaciones y lo que Jesús dijo ahí no es por gusto. Es verdad que estoy orando poco, entre las clases, las actividades, y los mismos ensayos. Cuando llego a mi casa, ya no doy más, y aunque lo intento, me quedo rendido hasta el día siguiente cuando mi papá me llama para ir a la escuela. Y así pasa los días. Ester—A mí me ha pasado Hirán, pero hay que planificar bien el día. Yo pongo el reloj media hora antes y oro por las mañanas. Pero a veces lo hago caminando por la calle o cuando espero en la parada. Lo importante es conectarse realmente con el Señor. Si yo lo dejo para la hora de acostarme, no puedo. Me pasa como a ti. Pedro—¿Se fijaron en la frase de Jesús casi al final decían: He aquí ha llegado la hora y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores, como usa la palabra manos para definir quienes son las personas que vendrían por él? Lidia—En este caso, manos de pecadores, personas que no le amaban y deseaban matarle. Jacobo—¿Y qué me dicen de Pilato? Quiso quedar bien con todos y ante el alboroto de la gente se lavó las manos delante del pueblo. Hirán—Eso tenía ante ellos un significado como el que no era entonces culpable si lo mataban, como después hicieron. Pero realmente todos fuimos culpables, incluyendo a Pilato. Lidia—Le hicieron cargar la cruz después de azotarle, pegarle y ofenderle, hasta que llegaron al monte Calvario donde le crucificaron. ¡Qué escena tan desoladora! Pero gracias a Dios porque Jesús cargó con nuestras culpas y no se quedó allí en la cruz. Jacobo—Esa parte no la ensayaremos ahora, es tarde. (Mira el reloj) Pedro—Es verdad, yo no los estoy botando, pero sé que algunos viven bastante lejos de aquí. Lázaro—Ya te lo iba a decir Pedro, tengo que irme. Hoy no fui a ver a mi novia, a lo mejor hasta termina conmigo. Pedro—Estamos todos de testigos, Lázaro, eso no ocurrirá. Y si ocurre, piensa bien. Quizás no sea ella tu mejor decisión. Bueno, nos vemos mañana en la escuela muchachos, y a ti también amigo. Por cierto después seguimos hablando de aquel asunto. Lázaro—No sé si mañana vaya. Mi familia tiene un viaje al interior y debo acompañarles, ya sabes cómo es eso.

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Pedro—Pero estarás aquí para la noche del drama, ¿verdad? Quiero que me acompañes a la iglesia y puedes traer a tu familia, por supuesto, y a tu novia, si así lo deseas. Lázaro—Haré todo lo posible, de verdad quiero asistir a verlo. En cuanto a mi novia y mi familia, no sé qué dirán a eso. Pedro—No importa, al menos trata de venir tú. (Se despiden, los demás habían estado quitándose los disfraces y ordenando las cosas) Ester—Hasta mañana. (Los demás la siguen) Pedro—Hasta mañana. (Se va cerrando el telón. Pedro cierra la puerta y se sienta pensativo) (Música suave) (Se canta “Y fue en la cruz” de Danilo Montero.) ESCENA 4 Narradora—Lázaro estaba en su casa después de aquel extraño diálogo que había presenciado. Hasta ese momento aquel tema nunca le preocupó. No sabía por qué, pero no lograba dormir. Aquellos jóvenes eran tan diferentes a él, se veían tan seguros, y a la vez, tan sencillos. Pero...¿qué le estaba pasando? No pudo seguir acostado, así que se sentó, miró el reloj. Eran las tres de la madrugada. Pensó en su padre, como trabajó para criarlo a él, y ahora él en pago le había robado parte de sus ahorros. Lo que le quedó después de pagar su deuda le quemaba el bolsillo, pero no podía, no tenía el valor para devolverlo. Sabía que su padre pronto notaría la falta, pero en fin, nadie sospecharía, no de él. No obstante, dos lágrimas salieron de sus ojos. Tampoco se explicaba aquello, sólo allí en su interior y en su soledad, se sentía el ser más despreciable del mundo. (Se va abriendo el telón, es un cuarto casi a oscuras. El joven con un pijama, sentado en una silla al lado de su cama, mira una caja de cigarros que estaba sobre la mesa. La coge, la vuelve a dejar, se pasa las manos por la cara, luego se mira las manos y exclama.) Lázaro—¡Mis manos! Si que no valen para nada. Todo por esa maldita deuda de juego, soy un desastre. No hago nada bien, nada. (Se levanta de pronto, y se pone un abrigo, palpa el bolsillo, camina de un lado a otro del cuarto, luego siente un quejido que viene de la otra habitación) Marcos—Hijo, ¿estás ahí?, ay, ay, ay. (Entra un anciano doblado por el dolor, se apoya en la pared) Marcos—Lázaro, no quiero despertar a tu madre, tengo un fuerte dolor en la pierna. Debe ser nuevamente la gota. No puedo conciliar el sueño. ¿Me darás una fricción? Lázaro—(Lo ayuda) Sí, claro, venga, acuéstese en mi cama papá. Así no vamos a poder viajar, digo, con ese dolor que tiene. (Le frota suavemente la rodilla) Marcos—No, ya tu madre y yo hablamos anoche. Tu tardabas en llegar y no te esperamos, pero estuve mirando los ahorros y es un viaje largo hasta el oriente, y no nos alcanza, jum. Hasta discutimos un poco porque creo que ella se ha excedido en los gastos de la casa. Es como que el dinero se esfumó. Bueno, realmente discutimos fuertemente. Yo no quería decírtelo en un momento así, no quiero que me tengas lástima. Pero en cuanto amanezca me voy de esta casa. Decidimos divorciarnos, no puede haber mentiras en una pareja. Lázaro—(Deja de frotar la pierna del padre)—¿Divorciarse? Pero ¿por qué? Si ya son personas mayores, yo soy un hombre. No dejaré que eso pase.

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Marcos—No lo puedes evitar, Sé que he hablado poco en la vida contigo hijo, sin embargo, he trabajado mucho. Esto no es un hogar, es un apeadero. Lázaro—¿Y eso qué es? Marcos—Un apeadero es como una terminal, la gente llega, se baja del ómnibus, come, va al baño, se sienta, y luego se va a otro lugar. Y a veces coge otro ómnibus, ¿comprendes? No ha habido comunicación entre nosotros, aunque sí los he amado mucho a tu madre y a ti. Lázaro—No permitiré que eso pase, no permitiré que ustedes se separen papá. Yo le prometo que... yo, voy a conseguirle el dinero, sólo dígame lo que falta. Marcos—Eso no arregla nada hijo mío. Es lo que pasó, tu madre me ha estado engañando todo el tiempo. ¿Cómo sé que no tiene otro hombre? No es un problema de traer otro dinero, es el que ya no está. ¿Por dónde salió? Si yo traigo todo lo suficiente para comer, y no se ha hecho ninguna compra grande en la casa, ella me engaña, ¿no puedes entenderlo? Lázaro—No, no es cierto. Eso no es cierto. Marcos—Es difícil de creer Lázaro. Créame, para mi, también lo fue pero he pensado mucho esta noche, sin saber que me vendría otra crisis de este dolor. Pero no puedo ceder, aunque tenga el dolor. Yo dije que me iría y debo cumplir mi palabra, ahora necesito que tú me ayudes. Lázaro—Por favor papá, no se vaya. Mire, tome esta pastilla. (La toma de un paquete que hay sobre la mesa) – Esto lo calmará un poco, todo se arreglará. Mire, acuéstese en mi cama, a ver, yo lo taparé un poco, venga, así. ¿Me promete que confiará en mí? Marcos—Claro, mi hijito, ¿siempre no lo he hecho? Tú eres mi hijo único, yo daría cualquier cosa por verte feliz. Esperaré a estar mejor y luego hablaré con tu madre. Quizás la cosa no sea tan grave. Y tú, ¿dónde te acostarás? Lázaro—No te preocupes papá, no tengo sueño. Estaré aquí por si necesita algo. (Se pone las manos en los ojos con la cabeza baja, y se queda pensando, mirando fijamente al piso) (Se va cerrando el telón con una música suave) (Canción. Sinceridad de Rabito.) ESCENA 5 Narradora—Llegó la mañana, un nuevo día donde el sol calentaba con gran intensidad como es propio de la región del Caribe. El canto de las aves armonizaba con el suave rocío que adornaba las flores y las verdes ramas de la naciente primavera. Pedro se había levantado y estaba afeitándose en el baño, cuando escuchó unos golpes duros en la puerta. (Se abre el telón, aparece Pedro con una toalla en el cuello, y la cara con crema de afeitar, un espejito en la mesa y una máquina de afeitar, se dispone a afeitarse cuando tocan a la puerta) Pedro—Ya voy. (Va y abre) Pedro—Lázaro, entra, pensé que estarías viajando. Hasta pensé orar por tu viaje al campo. ¿Te pasa algo amigo? Lázaro—Tú no sabes bien todo lo que ha pasado desde que salí de aquí anoche. Aproveché que mi padre se durmió con un sedante que le di, y vine corriendo, tú tienes que ayudarme. Yo soy el del problema, pero es que no sé que voy a hacer. Pedro—(Se seca la cara hasta retirar toda la crema, se sienta junto a su amigo, coge su Biblia, y dice)—Te escucho. (Ambos hacen gestos de que están conversando, con música de fondo la narradora dice..)

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Narradora—Lázaro le contó a Pedro lo ocurrido, como la situación había llegado al punto de que sus padres iban a separarse por algo que sólo él tenía la culpa. Le dijo cuán miserable se sentía, y que tendría que regresar antes de que despertara su padre. Pedro—La única solución es la verdad. Lázaro—¿Pero cómo? Jamás volverá a confiar en mí. ¿No entiendes que ni aún puedo devolver todo el dinero, pues ya pagué una parte en la deuda de juego? No sé cómo enfrentarlo. Pedro—Lázaro, realmente se necesita valor para esto. Se necesita mucho valor para decir siempre la verdad, pero es la única solución, porque un pecado conlleva a otro y luego a otro, y luego al desastre. Es lo que te ha pasado mi amigo. De corazón te digo, dile la verdad a tu padre, enfrenta esa vergüenza y pídele perdón, verás que así todo se puede arreglar. Si conocieras al Señor lo verías todo claro, pero bueno tú has dicho que debes ver primero varias veces. Sin embargo, el Señor se encargaría de eso. Él te ama, lo dice aquí. (Señala la Biblia), y está tratando contigo ahora mismo. Lázaro—No sé lo que me pasa. No dormí, pensando en lo que escuché aquí. ¿Estaré volviéndome loco? Pedro—No lo creo. Dios está tocando a tu puerta, la de tu corazón. Pero eres duro, tienes los cerrojos pasados y no dejas que él entre. Mientras eso ocurra mi amigo, no podrás entender nada. La llave maestra está en manos de Dios. Él es nuestro creador, y créame, que sus manos poderosas tienen un valor inestimable. En ellas podemos descansar sus hijos. Tenemos problemas, pero con sus manos obrando en nosotros, se pueden solucionar según su voluntad que es más sabia y perfecta que la nuestra. Y su voluntad es su Palabra, este libro del cual ayer leíamos fragmentos que tú escuchaste y que estoy seguro están obrando en tu corazón. Aquí, en Jesucristo, está tu solución, como la de todo ser humano. No hay otro camino a Dios, no hay otra manera de que arregles tu vida. Deja que Cristo lo haga Lázaro. Lázaro—¿Es que no ves que no puedo? De verdad no puedo. No estoy listo para creer. Soy un miserable, un malvado, con las manos manchadas, que ni puedo mirarlas porque hasta yo me ofendo. Pero bueno, sé que cada cual hace lo que puede. Sé que no tienes dinero como para prestarme, ¿verdad? Pedro—No, eso no tengo. Pero precisamente las personas como tu, que reconocen su impotencia y suciedad delante de Dios, son las que él vino a salvar, no a los que se creen justos. Todos lo necesitamos. Lázaro—No lo entiendes. Ya veo, me voy. Pedro—Piénsalo Lázaro. (Trata de tomarle la mano, pero él se escurre con frialdad y sale) (Música suave) (Canción. Corazones de piedra de Oscar Medina) ESCENA 6 (Música suave) Narradora—Llegó el esperado día de la presentación del drama. Los jóvenes habían seguido con sus ensayos en casa de Pedro, y ahora en el templo estaban nerviosos, cada uno orando en silencio, o ayudando con el vestuario. Loida les servía también en la decoración de las escenas y seleccionaba las ropas más adecuadas con las que ya habían ensayado, les alentaba y animaba mientras se escuchaban los cantos de alabanza de la congregación. (Se abre el telón, aparecen los jóvenes vistiéndose y colocándose unos a otros los turbantes. Loida arregla la mesa, le pone un mantel mientras algunos conversan. Esther y Lidia ayudan a vestir a los varones) Hirán—Pedro, qué raro, tu amigo Lázaro no vino más a los ensayos en tu casa. ¿No ha regresado del viaje? Pedro—Creo que desistió de viajar. Permita el Señor que esta noche venga y el Espíritu Santo toque su corazón. Él es muy duro. Hirán—Tú sabes que no hay corazón duro que Dios no pueda ablandar. No te preocupes, la semilla ha sido sembrada. El Señor va a obrar, de eso estoy seguro.

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Pedro—Pero el terreno.... Jacobo—Eh, Pedro, anúdame bien eso ahí atrás. Esther me apretó tanto que casi me saca el aire, afloja un poco el nudo y hazlo mejor. (Pedro lo hace) Hirán—El terreno lo prepara el Señor, Pedro, no te desanimes. Tú has hecho tu parte, ningún trabajo en el Señor es en vano. Jacobo—No sé de quien hablan pero es cierto. Yo tenía un compañero de trabajo que decía: Si no veo no creo. Ustedes saben ese dicho del mundo. Oye, y Jesús le dio un toque especial. Ahora está que no falta ni a un culto, está yendo a la Iglesia Bautista. Le queda más cerca de donde vive que la nuestra. Uno predica porque así Dios nos lo ha mandado, pero la gente se reúne en la iglesia que quiere, siempre que sea cristiana, claro. Esther—Sí Jacobo, pero si yo conozco al Señor como lo hice, en la obra de Los Pinos Nuevos, con una hermana, a mí me gusta ir donde ella vaya, así seguimos compartiendo. Hirán—Eso depende del calor que uno le de al nuevo convertido. Si lo abandonas se va, si lo acoges con amor, se queda. Esther—Así mismo es. Lidia—Oigan, ya se está terminando la parte devocional. Dejen de hablar y vamos a orar, dentro de cinco minutos nos toca empezar. Loida—Mira hijo, por la esquina del telón, mira disimuladamente quién está sentado en el primer banco. ¿No es tu amigo Lázaro? Lo único raro es que tiene las manos vendadas como si estuvieran quemadas. ¿Sabes algo de eso? Pedro—No, no lo he visto desde hace días. Debí ir a visitarlo al ver que no venía por la casa. ¿Qué le habrá sucedido? Hirán—Ven Pedro, vamos a orar, hay que empezar ya. Pedro—Lidia, por favor, guíanos en oración. Lidia—Señor Jesús, cómo te amamos. Gracias porque tú nos amaste primero y has hecho posible que seamos tus hijos, pero aquí estamos con nuestras manos unidas puestas en las tuyas para que en esta noche tú nos uses y que lo que hagamos tenga un propósito, el de traer vidas a tus pies, y que nuevas criaturas puedan llegar a formar parte de tu familia, de nuestra familia de la fe. Todo sea para tu gloria y honra, bendito salvador. En tu nombre santo Jesús. Amén. Jacobo—Bueno, vamos que ya van a poner la música inicial. (Se va cerrando el telón, ellos se colocan en sus posiciones y comienza la música instrumental de: En el monte calvario. Se lee la poesía y luego se pasa a la próxima escena.) El valor de mis manos. (poesía) Jesús vino para dar, con su poder y virtud salvación y vida eterna a este mundo pecador y con su mano extendida te ofrece paz y salud para que en las tuyas tengas el regalo de su amor. Mis manos tuve vacías mucho tiempo sin saber que aunque en si mismas muy poco era su real valor; mas cuando a mí vino Cristo, llenas las pude tener pues las rodeaban las manos de nuestro Rey y Señor. Mis manos quiero que sigan arduamente y con valor

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con lo que el Señor me ha dado para poder compartir con el triste y abatido, con el que sufre dolor para llevarles noticias que le ayuden a vivir. Mis manos a Dios consagro para siempre para ser instrumento de justicia y portador de su voz, sabiendo que con las suyas Cristo las quiso poner en la cruz, para que viva él en mí, y no más, yo. Con mis manos quiero dar mucho más que recibir pues ya tengo lo más grande que en la vida he de tener, su salvación y su gracia que Jesús me hace sentir y a cada paso yo veo, que él me sabe sostener. No está el valor de mis manos en lo que pueda yo hacer ni siquiera en que las use con esfuerzo y convicción; más bien su valor se encuentra en lo que Dios pueda ver de sus valores eternos, y en ellas su bendición. De mí nada puedo dar al Señor de los Señores; él hizo todo por mí y a mis manos dio valor. Por eso se las entrego, no con adornos o flores sino para que él las use para su gloria y honor. (Música suave de fondo, unos segundos más) ESCENA 7 (Con la música suave se abre el telón, aparece una cruz de madera, y Jonatán como si estuviera clavado en ella, con la cabeza ladeada y sangre en sus manos y pies y en su costado). (Las dos muchachas lloran en un lado del escenario arrodilladas, y los demás jóvenes en el otro extremo miran de lejos) (Se pone un atril en un lado del supuesto crucificado y aparece el predicador que se va a dirigir a la supuesta congregación pero que estará ahí de verdad, y Lázaro estará en el primer banco con las manos vendadas) Predicador—Buenas noches. En esta ocasión hemos estado viendo una representación de cómo Jesús tuvo que sufrir antes de ser llevado a la cruz y luego de escarnecerlo, e injuriarlo. Aquel hombre que siendo Dios no estimó su condición como cosa a la que aferrarse, se despojó a sí mismo y se humilló por amor a ti y a mí, dejando que lo clavaran en la cruz para cargar con todos nuestros pecados, con todas nuestras culpas, y que fuera satisfecha la justicia del Dios santo. De tal manera que abrió el único camino para amistar al hombre con Dios. Ese Jesús sabemos que no quedó en la cruz, sino que al tercer día resucitó, puesto que siendo él la vida, la muerte no podía retenerle. Ese Jesús que es el mismo de ayer y lo será siempre, que hizo tantos milagros cuando estuvo en esta tierra como hombre, y ni viéndolos algunos creían por su duro corazón. Esta noche él te quiere hablar en su Palabra. Busquemos Lucas 6 para leer los versículos del 6 al 11 (Los lee). Así que un día de reposo, que era sábado, un día en que en aquel tiempo nadie hacía nada, Jesús entró en la sinagoga, una especie de local de reunión, y enseñaba acerca de la verdad. Estaba allí un hombre que tenía seca la mano derecha. ¿Saben qué es una mano seca? No podía usarla ni moverla, ni coger nada, ni tocar nada con ella, porque no le servía para nada. Y Jesús vio su necesidad, pero había allí personas que querían acusar a Jesús y le acechaban para ver si quebrantaba la ley del sábado. Siendo Dios Jesús, leyó sus mentes (vs. 8) y le dijo a aquel hombre de la mano seca: Levántate y ponte en medio. En otras palabras, si confías en mí ven a mí y ponte allí donde todos estos que no creen puedan verte. Y aquel hombre obedeció y se puso en medio, no le importó que lo vieran, sólo miraba a Jesús que podía ayudarle en su necesidad, y Jesús hace una pregunta: “¿Es lícito en el día de reposo hacer bien o hacer mal, salvar la vida o quitarla?” Y no esperó que respondieran, sólo quería que pensaran en eso y entonces mirándoles dijo al hombre: Extiende tu mano. Y una vez más aquel hombre confió en Jesús e hizo lo que él le dijo y extendió su mano. Y su mano fue restaurada. ¡Gloria al Señor! Todos pudieron contemplar su grandeza, su amor, su poder. Ahora

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aquel hombre tenía su mano sana, completamente útil. Claro, la decisión de creer en Jesús hizo que ahora pudiera usar su mano. Yo no sé si tu mano o tu vida están como la mano de aquél hombre, pero si es así, si te has dado cuenta de tu necesidad de Jesucristo, ven a él en este instante. Él quiere restaurar tu vida y también tus manos para que seas salvo, para que seas sanado, para que seas útil para la gloria de tu creador. (En ese momento se levanta Lázaro y se acerca al atril, poniéndose de lado comienza a hablar. Música suave de fondo) Lázaro—Yo quisiera decir algo, también a ti Pedro, mi amigo. Yo he estado realmente ciego. ¿Ven estas manos? Están quemadas. (Pedro se acerca y le coloca el brazo por encima) –Tuve que usarlas para evitar que mi papá quemara a mi madre. Aquel día Pedro, al regresar de tu casa, él había tratado de prender fuego al cuarto con mi madre dentro. Yo no me lo hubiera podido perdonar nunca. (Llora) Todo fue mi culpa, pero pude sacarla de allí sin que ella se quemara, aunque sí me quemé yo un poco, lo cual no me importa. He sido muy egoísta, mentiroso, ladrón, pero estos amigos me ayudaron a ver eso. Sin quererlo quizás, pero hablaron muy directo a mi vida. Aclaré las cosas con mi padre que se echó a llorar. Casi destruyó mi hogar. Por eso yo quiero ahora poner no solo estas manos casi secas delante del Señor, sino toda mi vida para que él, que no le importó poner sus manos en la cruz para salvarme del fuego eterno. Que me cambie, me limpie y me haga una nueva criatura. Le pido perdón a Dios por mis pecados, por mi incredulidad, y le doy gracias porque él me ha hecho ver todo lo que debía ver para creer. Su amor incondicional por mí que no lo merezco, su gracia al mirar mi miseria humana. Le doy gracias porque pude comprender realmente el valor de mis manos, que no está en tener mucho como creía antes, sino en dárselas a Dios como están, secas o quemadas, como estén, para que sean de él y él las use para su gloria. Si esta noche tú necesitas como yo la ayuda de Dios para que te salve, aunque seas una buena persona y no tan malo como he sido yo, no es suficiente. Sólo la sangre de Jesús nos puede limpiar. Ven y acompáñame aquí delante como hizo aquel hombre, sin temor, y oremos juntos al único Dios, nuestro salvador. (Se hace el llamamiento y también un llamado a evangelizar) (Se canta: “Heme aquí” de Jesús Adrián Romero) FIN

¡Gloria al Señor!

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