Dos artistas genuinos

19 dic. 2009 - parezca distinto, siempre desde una posición muy conservadora. Nosotros nunca tuvimos un plan para ser transgresores. Es casi una estafa”.
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Dos artistas genuinos naje funciona hay que darle hasta que se agote. D.: –Sí, justamente queremos que los personajes no se agoten. Y cada uno tiene su historia y recorrido propios. Por ejemplo, acordate de que Violencia Rivas nació de una idea que no se pudo desarrollar hasta que luego, un día como cualquier otro, encontró su propia biografía. Pero flotó seis meses en la nada. P.: –Y es que no modelás un personaje como si fuera una estatua. Es como si te hicieras una casa desde adentro; recién cuando salís te das cuenta de que la terminaste. Antes de ese día tenés una visión muy parcial, no podés estar seguro de si el trabajo está listo o no. D.: –Cada personaje es distinto. Algunos tienen un recorrido mínimo, porque se presentan y el chiste es muy evidente, ya no hay nada más para contar. Otros necesitan un desarrollo porque apuntan a un giro que el espectador y nosotros conocemos, una puñalada humorística con la que sabés que ahí está la comicidad. También están aquellos con los que el espectador tiene que estar más pendiente de lo que se cuenta, porque forman parte de una historia. Y como en todo relato, los personajes necesitan alguien con espíritu de niño que escuche la historia y sea feliz con ella. P.: –Hay un menú de personajes y tal vez por eso el público del programa es tan diverso. Yo he descubierto que la gente tiene sus personajes favoritos, como se puede tener músicos favoritos en una banda. Hay fanáticos de Pomelo, de Soy Baba... y cuando llevan un tiempo sin aparecer, te lo reclaman. D.: –A mí me encanta que haya personajes tan distintos y que cada uno tenga su propio recorrido. Por ejemplo, Pomelo tiene mucho de dibujo animado, es un personaje torpe, todo lo que encara le sale mal. Por otro lado, Bombita Rodríguez necesita cierta decodificación, le puede llegar a cierta gente o a público de una generación y no a los de otra. Uno dice “el Palito Ortega montonero” y no todo el mundo sabe de qué se habla allí. La comicidad en Bombita exige datos imprescindibles para entender y reírte de un relato que, como todo en el humor, es inverosímil.

El rock P.: –Lo curioso es que eso que decís, lo inverosímil del humor, se ha visto como una crítica al rock. Yo no veo el programa como una crítica ni creo que ataquemos a las estrellas de rock. Nos divertimos con una estrella de rock como Pomelo, los demás pueden verlo como algo crítico o no, pero para nosotros hay muchas estrellas de rock que son así. Y nos divierte que sean así. La nuestra es una mirada sin pretensiones inquisitorias. D.: –En el programa hay una evocación muy respetuosa del sonido clásico del rock. Y también hay, por supuesto, una mirada paródica sobre cómo éramos y qué pasó con un movimiento que se devora a sí mismo, hoy convertido en una salida laboral. Por eso nos divertimos con la cristalización casi infantil de la palabra “rock”, que muchos no saben qué significa o la observan con una mirada ingenua. P.: –La posición con respecto a los clichés del rock tiene mucho de autobiográfico. Yo toqué la guitarra en un fogón a ver si me levantaba una mina; vos también lo hiciste, lo hicieron muchos. Y de eso nos reímos en

POR MEX URTIZBEREA

“Transgresión no es más que el sello que la tele le pone a todo lo que parezca distinto, siempre desde una posición muy conservadora. Nosotros nunca tuvimos un plan para ser transgresores. Es casi una estafa” (Diego Capusotto) el programa. También nos reímos de la mirada inocente sobre el rock. Hoy esa mirada es crítica porque el rock nos decepcionó a muchos, pero eso no significa que hayamos dejado de amarlo. D.: –El humor revela lo no dicho, y muchas veces se permite mostrar lo monstruoso de aquello en lo que creemos. Por eso el humor siempre apunta a lo inverosímil, a lo que subyace. Es una mirada deformante con respecto a lo que nos rodea, eso que muchas veces construimos como defensa, retórica o negociación con el otro. El humor destroza todo eso y pone en evidencia aquello que en teoría no se puede decir. Aplicado al rock, el humor desnuda el artificio. Yo creo que la idea del programa es demoler el artificio, y eso atraviesa el rock pero también la forma como vivimos. Por supuesto, no nos interesa apuntar lo que está bien o mal con el rock, yo me encierro en mi casa, escucho King Crimson y los demás que hagan lo que quieran. En todo caso, las ideas del programa pasan por el rock pero avanzan hacia otros lugares, como la artificiosidad de nuestra vida contemporánea. P.: –Sobre eso que decís, yo aclararía que nunca quisimos hacer una radiografía de la Argentina. Los argentinos creemos que todo el tiempo tenemos que hablar de los argentinos, el narcisismo también se expresa en pensar que si uno habla de algo, por extensión eso también se aplica a la Argentina y los argentinos. Y no sé, a mí los personajes del programa me parece que son humanos antes que argentinos. Pomelo es un divo y su costado histérico lo tiene cualquier divo, sea periodista, gomero, rockero o farmacéutico, y argentino, japonés o australiano. Esa tipología se manifiesta en el rock pero no es exclusiva del rock, ni todas las estrellas de rock son así. Lo de Pomelo es una mirada sobre una tipología que afecta al divismo y la egomanía humanas, más allá de lo que él hace puntualmente. D.: –En otro momento, el ego en el rock tenía que ver con la creación de un sonido determinado; hoy forma parte de la salida laboral en la que se ha convertido el rock. No quiero generalizar, pero da la impresión de que el divismo ya no se construye a partir del sonido. P.: –En eso también Pomelo es un ejemplo. Fijate que él nunca cantó, y eso nos salió sin querer. Porque Pomelo no es un artista, él sólo quiere ser una estrella de rock. D.: –Quiere ser eso que ve. P.: –¡Claro! Si Pomelo fuera jugador de fútbol, lo que querría es ser como Riquelme, no jugar al fútbol. Para él, jugar al fútbol sería un problema. Eso es divismo. Y nos reímos de eso por el divismo, no porque sea argentino.

Para La Nacion

C

onozco a Diego Capusotto y a Pedro Saborido desde hace muchos años. Trabajé con los dos en distintos momentos. A Capusotto lo conocí primero, en De la cabeza. Al año siguiente, nos plantearon a Alfredo Casero, Fabio Alberti y a mí hacer otro ciclo, y ahí nació Cha Cha Cha. Llamamos a Diego y a Pablo Cedrón. De todos nosotros, Capusotto era el que manejaba mejor los códigos de la cultura popular. Además, usaba el cuerpo al estilo clown porque es muy payaso. Hacía un personaje maravilloso, Rubén Orlando, que analizaba la hinchada de Racing, un mundo que tiene muy incorporado y metido en la cabeza de tanto vivirlo y verlo. Es muy trabajador: en aquella época (1993), él escribía y producía todos sus personajes. Era el más prolijo, el más profesional, siempre tenía un remate. Los demás éramos más improvisados. A Saborido lo conozco desde que hacíamos For Fai Deportivo y For Fai Político. Después hicimos juntos otro programa, Kermex, que él escribía. Somos muy amigos. Nos juntamos siempre a pergeñar cosas. En lo artístico, tiene un sentido del todo, del conjunto, que es maravilloso. La clave de Peter Capusotto y sus videos es la sumatoria de los dos, el mix de sus creatividades. Pedro tiene mucho que ver en la unión de la política con el rock: tiene la ironía de tirar abajo mitos, como el del rockero, y siempre tiene claro el contexto. Diego es buenísimo con los personajes y la parodia a esos seres miserables que interpreta. Creo que Cha Cha Cha marcó un estilo de humor que, más allá del absurdo, se vincula con la ingenuidad, la sutileza y un sentido artístico concreto. Eso se diferencia de todo lo demás. No se proponen ser masivos ni pensar de qué se va a reír la gente. Hacen todo con dos pesos, con un alambre y un palo, y salen cosas bárbaras. En ellos no hay ambición, no se han puesto ciegos ante la popularidad, cuidan el producto. Son artistas. Los admiro, tenemos el mismo código. Son tipos muy simples y muy profundos a la vez. Respecto del rock, creo que encontraron una veta con la que nadie se había metido: mostrar los clichés de los músicos “quemados”, gente que nos conmueve con sus canciones pero que en realidad son oportunistas. No sé por qué se dan los fenómenos y por qué pasa esto con Capusotto ahora. Pero creo que no hay que explicarlo. La televisión se transformó en una pantalla donde se ve la intimidad de los famosos, un gran reality, hay humor hasta en los noticieros de la medianoche. Lo que hacen ellos, en cambio, es genuino. El programa está hecho en serio y se nota que se divierten al hacerlo. Es fundamental ver que alguien disfruta con su trabajo. Ahí está lo genuino: no hacen que se ríen; se ríen de verdad. © LA NACION

Sábado 19 de diciembre de 2009 | adn | 7