DOMINGO DE RESURRECCIÓN

María Magdalena buscaba a Jesús. En la oscuridad de la madrugada. Acudió al sepulcro esperando encontrar el cadáver de su amado Señor. Necesitaba desahogar su inmensa pena. Él no estaba en el sepulcro. Ella quedó desconsolada. Pasó una noche bien oscura antes de verlo vivo. No estaba allí; había resucitado.
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DOMINGO DE RESURRECCIÓN COMENTARIO A LAS LECTURAS P. JORGE PETERSON, OCSO

PRIMERA LECTURA: Hch 10,34; 37-43 SEGUNDA LECTURA: Col 3,1-4 EVANGELIO: Jn 20,1-9

Jesús Resucitado está aquí en medio de nosotros. Aunque no lo vemos, sabemos por la fe que está vivo y con nosotros, engendrando vida nueva en cada uno de nosotros, comunicándonos el poder de su Resurrección. Abramos nuestros corazones y mentes para conocerlo como deseaba S. Pablo: "Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección, tomar parte de sus sufrimientos; configurarme con su muerte con la esperanza de alcanzar la resurrección de la muerte." Este poder de nueva vida está disponible

a nosotros cada día. Nos da esperanza en todas las situaciones de la vida. La Pascua de Jesús es el centro de la vida cristiana. No es fácil hacer entender a otros - con palabras - la propia experiencia de fe. Los primeros discípulos fueron transformados por encuentros con el Resucitado. Jesús nos ha enseñado: "por los frutos van aconocerlos". Nuestras vidas han sidas cambiadas por la acción de Cristo Resucitado en las personas. Algunos pueden pensar que no ha cambiado nada en la historia del mundo a consecuencia de la Pascua de Jesús. Sin embargo, no podemos saber cómo sería este mundo si Jesús no hubiera venido, o si no hubiera entregado su vida hasta el extremo. De hecho, millones y millones de personas han dado testimonio de una nueva fuerza espiritual, como fruto de un encuentro con el Señor Jesús. Su gracia opera en el secreto, en el interior. Estas personas, sin duda, han mejorado nuestro mundo. S. Pablo es un ejemplo del poder de la gracia del Resucitado. Su encuentro con Cristo vivo en el camino a Damasco es bien notorio. Su inmensa labor misionera cambió miles de personas. Las personas vivificadas por la Resurrección de Jesús son una levadura en la humanidad. Hay muchísimos ejemplos de la acción del Resucitado en las vidas creyentes. El Señor actúa en el secreto de nuestro corazón. Nos regala una luz nueva, un cambio radical, una fuerza para hacer el bien; sobre todo nos regala una esperanza que no falla. María Magdalena buscaba a Jesús. En la oscuridad de la madrugada. Acudió al sepulcro esperando encontrar el cadáver de su amado Señor. Necesitaba desahogar su inmensa pena. Él no estaba en el sepulcro. Ella quedó desconsolada. Pasó una noche bien oscura antes de verlo vivo. No estaba allí; había resucitado. Ya no muere más. Como Pedro y Juan, tenemos que entrar en la tumba para convencernos que no estaba allí. En la escena evangélica, S. Juan con su intuición y sensibilidad espiritual "vio y creyó". Despertó a la fe. La fe es siempre don de Dios. En nuestro caso, nuestra tarea es

prepararnos para recibir este don. Es por la fe que podemos conocer el poder del Resucitado. La fe nos facilita una nueva perspectiva a todo lo que nos toca vivir; también lo que otros viven. La fe en la Resurrección engendra esperanza, una esperanza viva. Pase lo que pase, aceptan que "para los que aman a Dios, todo coopera para el bien". También de Cristo Resucitado se desprende una nueva luz sobre nuestra realidad humana. Esta luz muestra la falsedad de muchas cosas que la mayoría tiene como prioridades: éxito, influencia, poder, placer pecaminoso, riquezas, etc. El camino del Jesús para llegar a la felicidad es muy diferente, aun opuesto. Inculca otros valores: amor desinteresado, servicio, solidaridad, honestidad, sencillez de vida, etc. En la Eucaristía Cristo Resucitado aparece en medio de nosotros; acudamos a Él con un gran deseo de conocer el poder de su Resurrección. S. Pablo expresa enérgicamente nuestra esperanza: “En todo esto triunfaremos gracia al que nos amó.”