ENFOQUES
Domingo 18 de julio de 2010
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Sociedad
De nativos digitales a náufragos en la Red Nacidas con la revolución tecnológica, las nuevas generaciones se posicionaron rápidamente en ventaja respecto de sus mayores gracias a sus destrezas en el mundo digital. Hoy los expertos analizan las dificultades de esos chicos y se preguntan: ¿están los adultos preparados para ir a su rescate? RAQUEL SAN MARTIN LA NACION
i una generación está siempre separada de la que la antecede por una brecha de incomprensión más o menos profunda, el espacio que hoy separa a chicos y adolescentes de los adultos, incluso de los más jóvenes, parece haberse convertido en un abismo insalvable, que se identifica, además, con la tecnología como una divisoria de mundos. De un lado están los “nativos digitales”, nacidos en los 80 en Europa y en los 90 en América latina, esos chicos que manejan el mouse antes de aprender a hablar; pueden estudiar, escuchar música y chatear al mismo tiempo, y hacen amistades, las sostienen y las rompen en Internet. Del otro lado, mirándolos entre envidiosos y desconcertados, están los “inmigrantes digitales”, que consultan el manual de instrucciones para operar su computadora, imprimen los mails para leerlos y eligen un modelo de celular que básicamente sirva para hablar. La metáfora “nativos-inmigrantes”, que cumple diez años por estos meses, logró el máximo éxito que se puede esperar de un giro del lenguaje: pasar del mundo de la informática y la academia a impregnar el sentido común. Sin embargo, explicar así la división generacional tiene sus riesgos. No sólo elimina las diferencias socioeconómicas y culturales entre los chicos “nativos” en distintas geografías; también deja a los docentes y a la escuela –a los adultos en general– en una posición de impotencia e inutilidad. Pero, sobre todo, coloca en la tecnología la causa y consecuencia de los cambios que, en rigor, se están produciendo más en el mundo real de las familias y las relaciones que en el espacio virtual de las pantallas. Por otra parte, la metáfora nativos-inmigrantes tiene otra limitación que se ha hecho cada vez más visible. ¿Cómo congeniar las enormes destrezas tecnológicas de estos nativos con las frecuentes dificultades que muchos de ellos tienen para la expresión escrita o la comprensión de textos? ¿O que convoquen a rateadas masivas y luego se sorprendan del impacto que eso tiene en el mundo real? Hay quienes con ironía ya empezaron a usar el término “naúfragos” digitales para hablar de estos chicos. La cuestión es: ¿están los adultos preparados para ir a su rescate?
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El padre de la metáfora En 2001, el norteamericano Marc Prensky –gurú en educación y tecnologías– bautizó en un artículo de la revista universitaria On the horizon la brecha entre chicos y adultos con las categorías de “nativos” e “inmigrantes digitales”. Tecnofílico y optimista –además de exitoso empresario en la industria de los videojuegos y el software para escuelas–, Prensky sostuvo que “es muy posible que incluso los cerebros de nuestros estudiantes hayan cambiado físicamente y sean distintos de los nuestros”. Según escribió, los nativos digitales “piensan y procesan la información de manera distinta de sus predecesores”: tienen pensamiento paralelo y multifocalizado, aprenden mejor con gráficos e imágenes que con textos, agradecen las gratificaciones instantáneas, se entusiasman cuando el aprendizaje se disfraza de juego y funcionan mejor cuando trabajan en equipo.
FOTOS DE LATINSTOCK / CORBIS
La descripción se convirtió en el modo de caracterizar a esta “Generación Y” –la que sigue a la “X”– o “Einstein” –para diferenciarla de la “Newton”– y se trasladó al mundo laboral, donde las empresas empezaron a pedir asesoramiento para lidiar con jóvenes que rechazaban las largas reuniones cara a cara, pedían que se respetara su tiempo libre en la primera entrevista y no tenían problemas en mandar un mail al CEO de la empresa para saludarlo. Sin embargo, el optimismo de Prensky no encontró –hasta hoy por lo menos– suficiente respaldo en las investigaciones sobre cambios en la capacidad cognitiva de las nuevas generaciones. En general, los expertos sólo hablan de mayores destrezas en prácticas de conocimiento diferentes. El sistema educativo, supuestamente desactualizado y en manos de inmigrantes, fue el gran castigado por la metáfora. Se hizo lugar común pedir actualización a la escuela y se culpó a los docentesinmigrantes de la falta de motivación de los chicos. Se dejó de lado, en el medio, la existencia de nativos por edad que no tienen acceso a la tecnología y de inmigrantes de nacimiento que adoptaron sus beneficios pedagógicos. “La metáfora de nativos e inmigran-
Hoy muchas veces se hace un uso vacío de la tecnología, porque se va a lo que se propone socialmente como uso válido, SMS o Facebook, que no aportan nada a las capacidades de raciocino profundo
tes abrió puertas, pero llegó la hora de complejizarla. Dar valor automático a la tecnología como constructora de sujetos más creativos tiene sus riesgos y oscurece en concreto el papel de la escuela y los docentes”, dice María Teresa Lugo, coordinadora del área Proyecto TIC y Educación del IIPE-Unesco. “Que los chicos tengan familiaridad con las tecnologías no significa que automáticamente puedan generar algo significativo con ellas”, explica Fabio Tarasow, que dirige el proyecto de Educación y Nuevas Tecnologías de Flacso. “Hoy muchas veces se hace un uso vacío de la tecnología, porque se va a lo que se propone socialmente como uso válido, que es el SMS o el Facebook, que no aportan nada a las capacidades de raciocino profundo.” Tarasow prefiere hablar de “nómades digitales”, que “vagabundean sin rumbo en esas tecnologías y van conociendo el terreno al andar. Los adultos tenemos la responsabilidad de poner señales en ese camino para guiarlos”, concluye. “La alfabetización digital no es compleja de lograr. Los chicos adquieren rápido las competencias operacionales. Pero lo que necesita un nivel de razonamiento más complejo –como analizar la confiabilidad de las fuentes en Internet, descubrir si es fuente original o repetición, respetar la producción ajena– no es intuitivo para los chicos, eso hay que construirlo con la guía de los adultos”, reflexiona Elena García, especialista en informática educativa y coordinadora de la Red de Portales Educativos de la región. Un dato incontestable es que el universo de los chicos hoy está totalmente integrado con las tecnologías –que se compran en el supermercado y ya no en locales especializados– y eso les da una familiaridad y un desprejuicio en el manejo de dispositivos que los diferencia de sus padres, un fenómeno que, aun con diferencias, se constata también en los sectores populares. Eso, sostienen los expertos, no ha cambiado las capacidades cognitivas de los chicos, aunque sí los pone cómodos en prácticas de conocimiento que son diferentes. “Los chicos hoy pueden usar el juego y la simulación, manipular el contenido de los medios, inclinarse por la multitarea, entender que el conocimiento se construye con lo que aporta cada uno en lugar de ser una tarea individual, y pasar de películas a libros y a videojuegos”, enumeró Inés Dussel, investigadora de Flacso y directora de Sangari Argentina. Para disipar fantasmas, Dussel afirma que no es malo todo lo que pasa en Internet cuando los chicos “no hacen nada”. “Aprenden cuestiones técnicas, sobre intereses propios, sobre reglas de participación en ciertos ámbitos sociales. Es positivo que los chicos tengan la idea incorporada de que se pueden hacer escuchar, con un componente democrático y de aceptación de la diversidad interesante. Pero también hay cierta horizontalidad en los vínculos que establecen, que luego impacta en el borramiento de jerarquías en otros ámbitos”. Justamente, si se amplía la mirada a la
vida completa de estos chicos, fuera de la tecnología, aparecen algunas claves. “La tecnología digital puede operar como una parte más transparente de situaciones que en realidad se dan en otros ámbitos”, dijo Sergio Balardini, integrante del Programa de Estudios de Juventud de Flacso. Primero y centralmente, en la familia. “Los diálogos y modos de relación de padres e hijos son diferentes, más horizontales. Hoy las decisiones se consultan con los hijos o se debaten frente a ellos, con la idea de que todos podemos opinar. Eso cambia radicalmente el reconocimiento de qué es autoridad y respeto”, apuntó. “Cuando un adulto consulta a su hijo cómo usar un aparato, eso tiene un correlato que no se relaciona con la tecnología. Son padres que, por distintas razones, también consultan a sus hijos sobre cuestiones de la vida, lo que antes era impensado”. Muchos adolescentes, plantea Balardini, ya no preguntan a los adultos qué hacer y deciden entre pares. Como en la web. “La figura del adulto perdió peso específico. Ya no hay tanta confrontación entre jóvenes y adultos como desconexión entre unos y otros, como si estuvieran en vías paralelas. Esta simetría no sucede porque la tecnología la impone, sino que transparenta circunstancias extratecnológicas”. El lugar de la escuela En la escuela, los poderes mágicos que hace diez años se le atribuían al contacto con la computadora para mejorar el aprendizaje chocaron con dos evidencias: ni el acceso a la tecnología fue tan generalizado en las aulas argentinas, ni la tecnología por sí sola pudo mejorar los resultados de lo que aprenden los chicos. Así, la pedagogía fue coincidiendo en lo que hoy es habitual sostener: enseñar nuevas tecnologías no es sólo adiestrar en su uso, sino también transmitir lo necesario para que tengan sentido y se puedan leer críticamente. La recientemente iniciada política de distribuir una computadora por alumno en las escuelas estatales de todo el país es bien recibida por los expertos, pero con algunas alertas todavía encendidas. Con varios años de experiencias de todo tipo, se sabe hoy que la presencia de computadoras y conectividad achica la brecha para los chicos más pobres, genera autonomía de aprendizaje, pone a familias enteras en contacto con el mundo y abre oportunidades pedagógicas impensadas. Eso, claro, si está acompañada por un plan pedagógico, formación docente y un sentido para su uso. “La escuela ya es una tecnología, diseñada hace 150 años, con los medios que existían entonces, que son el lápiz y el cuaderno, pero también la organización por materias y la separación de chicos por franjas de edad”, describió Tarasow. “Si van a entrar computadoras allí, va a tener que cambiar toda la estructura escolar y ése es el punto de resistencia”. Lugo prefiere cambiar “inmigrantes” por “colonos” digitales para pensar en los docentes: “Los nuevos formatos de escuela no sólo deberían apuntar a saber leer, escribir y tener conocimientos básicos de cálculo, sino a cómo acceder a la información, transformarla en conocimiento y usarla éticamente. Esa dimensión axiológica sólo la puede enseñar la escuela, y es lo que puede permitirle recuperar un sentido”. © LA NACION
| Opinión |
Aquellos espías que siguen llegando Como un viejo hábito difícil de erradicar, el caso de los agentes rusos parece un espectáculo del pasado, ajeno a un mundo que se guía hoy por la libertad y el espíritu innovador THOMAS L. FRIEDMAN THE NEW YORK TIMES
staba de vacaciones cuando surgió la historia sobre 11 rusos que habían sido acusados de ser agentes implantados en EE.UU. por Moscú para reunir información de inteligencia y reclutar agentes que pudieran ganar acceso a los máximos secretos estadounidenses. Mi primera reacción fue: este podría ser el mejor regalo para EE.UU. por parte de un país extranjero desde que Francia nos dio la Estatua de la Libertad. ¡Aún hay alguien que quiere espiarnos! Justo cuando nos sentimos deprimidos y abatidos, aparecen los rusos y nos dicen que aún vale la pena pagar maletines llenos de dinero por implantar a gentes en nuestros centros de análisis estratégico. Crisis hipotecaria o no, algunas personas creen que aún tenemos las cosas indicadas. ¡Gracias, Vladimir Putin!
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Pero, luego de reflexionarlo, se me ocurrió que esto de hecho es una historia del tipo buena noticia/ mala noticia. La buena nueva es que alguien aún quiere espiarnos. La mala es que son los rusos. Si me hubieran dicho que acabábamos de arrestar a 11 finlandeses que estaban espiando nuestras escuelas, entonces realmente me habría sentido bien; esto porque las escuelas públicas de Finlandia siempre quedan en la cima de las tablas de educación mundial. Si me hubieran dicho que 11 singapurenses fueron arrestados por espiar cómo funciona nuestro gobierno, entonces me habría sentido muy bien, ya que Singapur tiene una de las burocracias más limpias y mejor administradas del mundo, amén de que les paga a los ministros más de un millón de dólares al año. Si me hubieran dicho que 11 chinos de Hong Kong fueron arrestados por estudiar cómo regulamos nuestros mercados financieros, entonces me
habría sentido en verdad bien; ya que es algo en lo que Hong Kong se destaca. Y si me hubieran dicho que 11 surcoreanos fueron arrestados estudiando nuestra penetración de banda ancha, entonces me habría sentido realmente bien, ya que hemos estado a la zaga de ellos por largo tiempo. Pero ¿los rusos? ¿Quién quiere ser espiado por ellos? Si no fuera por el petróleo, el gas y las exportaciones de minerales, la economía de Rusia se estaría contrayendo más de lo que ya lo ha hecho. Las exportaciones más populares de Moscú son probablemente las mismas que en tiempos de Kruschov: vodka, muñecas Matryoshka y rifles Kalashnikov. No, toda esta historia de espías da la sensación de uno de esos importantes torneos de tenis –John McEnroe v. Jimmy Connors, mucho después de su mejor momento– o quizá un nuevo enfrentamiento entre Floyd Patterson y Sony Liston a sus 60 años de edad.
Casi prefieres mirar para otro lado. Y del mismo modo le quieres decir a Putin: “¿Quiere decir esto que usted aún no lo entiende?” Todo lo que los rusos deberían querer de nosotros –la verdadera fuente de nuestra fortaleza– no requiere de agentes secretos. Todo lo que hace falta es una guía turística de Washington, D.C., la misma que usted puede contratar por menos de 10 dólares. La mayor parte de lo que cita está en el Archivo Nacional: la Ley sobre Derechos, la Constitución y la Declaración de Independencia. Y el resto está en nuestra cultura y puede hallarse en todas partes, desde Silicon Valley hasta la Ruta 128 cerca de Boston. Es un compromiso con la libertad individual, mercados libres, Estado de derecho, grandes universidades dedicadas a la investigación y una cultura que celebra a inmigrantes e innovadores. Si los rusos empiezan a encontrar todo eso y a llevárselo a casa, entonces
tendríamos que empezar a considerarlos competidores más serios. Sin embargo, existen pocas indicaciones de eso. De hecho, como notó en un reciente ensayo Leon Aron, director de estudios rusos en el Instituto de la Empresa Estadounidense, el presidente ruso, Medvedev, acababa de anunciar planes para construir una “Ciudad de la Innovación” en Skolkovo, en las afueras de Moscú. Esta “tecnópolis” está planeada como una zona de libre empresa para atraer al mejor talento mundial. Sólo hay un problema, destaca Aron: “La importación de ideas y tecnología de Occidente ha sido un elemento clave en las modernizaciones de Rusia desde, al menos, Pedro el Grande. Pero Rusia ha tenido un férreo control sobre lo que ha importado: máquinas e ingenieros, sí; espíritu de libre información, compromiso con la innovación exenta de guía burocrática y, más importante, fomento a empresarios valientes,
incluso osados, seguro que no. Pedro y sus sucesores buscaron producir frutos sin cultivar las raíces”. No, todo lo que los rusos deberían querer de Occidente es todo lo que no tienen que robar. De manera similar, es todo lo que Occidente debería celebrar y conservar, pero no lo hemos hecho últimamente: inmigración abierta, excelencia educativa, cultura de innovación y un sistema financiero diseñado para fomentar una creativa destrucción, no “creación destructiva”, en palabras del economista Jagdish Bhagwati. Así que, sí, cambiemos sus espías por los nuestros. Pero también recordemos que ser espiados por los rusos hoy no es un honor. Tan sólo es un viejo hábito. Los países que deben preocuparnos son aquellos cuyos profesores, burócratas, ahorradores, inversionistas e innovadores –no espías– nos están derrotando a plena luz del día en nuestro propio juego. © The New York Times