Daniel Defoe y las andanzas de la bella Roxana Biblioteca personal. La semana próxima, El Hilo de Ariadna publicará Roxana. La amante afortunada, nuevo volumen de la colección de obras seleccionadas por J. M. Coetzee. En la introducción, que aquí se anticipa, el Nobel sudafricano traza una semblanza apasionante de la inteligente cortesana y de su creador, protagonista a su vez de una Inglaterra convulsionada por las tensiones religiosas J. M. Coetzee
L
a Inglaterra de Daniel Defoe (nacido Daniel Foe en 1660) era una monarquía en la que el rey también encabezaba la iglesia nacional. Si bien había pasado un siglo desde que la iglesia declarara su independencia de Roma, la clase dirigente estaba siempre alerta, temiendo que la minoría católica suprimida hiciera una revuelta y, con respaldo francés, tomara el poder para instalar en el trono a un títere del Vaticano. Además de temer a los católicos, la clase dirigente también sospechaba de las sectas protestantes marginales de Inglaterra, la mayoría de ellas de orientación calvinista. Tanto a los católicos, por un lado, como a los llamados disidentes, por el otro, se los sancionaba con restricciones en la vida pública. Así, por ejemplo, las universidades estaban cerradas para ambos grupos. Durante las olas de paranoia y xenofobia que periódicamente se abatían sobre la élite gobernante, también podían verse arbitrariamente acusados de traición o sedición. A los disidentes nunca se les permitía olvidar que habían estado en la primera fila de la revolución que mató al Rey Carlos I en 1646 e instituyó una turbulenta república de breve vida. Miles de disidentes murieron en prisión por las represiones de la década de 1680. (La paranoia de la Iglesia de Inglaterra respecto del catolicismo no carecía de fundamentos. En 1685 el rey católico Luis XIV de Francia despojó a sus súbditos de la libertad de culto y persiguió salvajemente a los protestantes franceses que se resistían a la medida. Inglaterra se vio inundada de refugiados, los llamados hugonotes. La heroína de la novela de Defoe Roxana es una de ellos.) Defoe nació en una familia disidente y no se educó en una universidad sino en una Academia disidente de las afueras de Londres. Esto no era del todo malo. Las universidades inglesas estaban en un punto bajo de su historia, eran instituciones intelectualmente atrasadas, que ofrecían una educación anticuada basada en los clásicos griegos y romanos, mientras que las academias como aquella a la que asistió Defoe estaban abiertas a las nuevas corrientes de la filosofía y la ciencia natural. Más que enseñar el currículo clásico de gramática y retórica, ofrecían materias prácticas como historia y geografía y formaban a los estudiantes para escribir en su inglés natal. Defoe se graduó con un incompleto conocimiento de latín. Por otro lado, viajar por Europa le dio el dominio de cinco lenguas. En su juventud, Defoe pensaba que sería ministro religioso, pero a los veintiún años, por el contrario, estaba planeando una carrera en el ámbito del comercio. Aunque era un fluido versificador, nunca pensó en ganarse la vida escribiendo. En su época, no existía la profesión independiente de escritor: para ser un escritor de tiempo completo era necesario el patronazgo de un aristócrata. En la década de 1680, Inglaterra pasó por un momento de extrema turbulencia política, que a Defoe por cierto le dejó marcas. El rey Carlos II murió. El sucesor del trono, su hermano Jaime, era católico. En un intento por destronar al nuevo Rey, se reunió un ejército protestante. Defoe se tomó licencia en la tienda mayorista que dirigía en Londres y viajó para
unirse a esa fuerza, que rápidamente fue aplastada por las tropas reales. Tuvo que esconderse para escapar de las terribles represalias que siguieron. La incesante, intensa y a veces obstinada participación de Defoe en los asuntos nacionales, complicada por su condición minoritaria como disidente, haría imposible que cumpliera cualquier sueño de una vida tranquila como comerciante. Por cierto, la historia dio un giro favorable –desde su punto de vista– cuando el rey católico Jaime II fue obligado a abdicar y subió al trono el holandés Guillermo III, un monarca equilibrado y altamente competente, pionero del estilo de monarquía burguesa (basta de “derecho divino de los reyes”) que ha continuado en Inglaterra hasta el día de hoy. Sin embargo, la apasionada participación de Defoe en la vida pública como propagandista y comentador político desvió sus energías de las empresas comerciales de las que dependía para sostener a una familia en aumento con las comodidades propias de la clase media. Aunque por prudencia abandonó el punto de vista radicalmente igualitario de sus primeros años, su posición social y política siguió siendo, para decirlo de manera general, progresista, sobre todo en lo relativo a las relaciones entre los sexos. Denunció los matrimonios arreglados y reclamó reformas de las leyes matrimoniales. Estar casado con alguien a quien uno no ama, escribió, le recordaba una forma particular de pena capital practicada en la antigua Roma, en la que se ataba al homicida al cadáver de su víctima y se lo dejaba morir de putrefacción lenta. Defendía la educación para las mujeres según un currículo moderno, que las equipara para manejar sus propios asuntos. Su matrimonio fue notablemente feliz. Porque escribía sin ninguna restricción (promiscuamente, decían sus críticos) sobre todos los temas habidos y por haber; porque repartía con tanta amplitud sus energías; porque es fácil verlo como un periodista y un escritor oportunista que escribía sus libros para el gusto popular según su estimación del mercado; porque escribía (en apariencia) con tal descuidada rapidez, a Defoe se le ha acordado una posición peculiar en la historia de la literatura: la de un involuntario y accidental pionero de la novela realista. Aquí tenemos la opinión del crítico francés Hippolyte Taine, que escribe en 1863:
“La imaginación de Defoe era la de un hombre de negocios, no la de un artista, atiborrada, por así decirlo, abarrotada de hechos” “En opinión de Taine, Defoe simplemente vierte el contenido de su mente sobre la página sin intervención del ‘arte’”
La imaginación [de Defoe] era la de un hombre de negocios, no la de un artista, atiborrada, por así decirlo, abarrotada de hechos. Los cuenta según le llegan, sin disposición ni estilo, como en una conversación, sin soñar con producir un efecto o componer una frase, empleando términos técnicos y formas vulgares, repitiéndose tanto como le haga falta, usando los mismos elementos dos o tres veces.
En opinión de Taine, Defoe simplemente vierte el contenido de su mente sobre la página, sin la intervención del “arte”. Como el revoltijo resultante es en gran medida similar al revoltijo de la vida común, en cierta forma lo tomamos como algo “real” o “verdadero”. Su negligencia, repeticiones y verborrea contribuyen a la ilusión [de la verdad]: no podemos imaginar que ese o aquel detalle, tan minucioso, tan aburrido, sea inventado; un inventor lo hubiera suprimido, es demasiado tedioso para haberlo puesto allí a propósito. El arte elige, embellece, compromete nuestro interés, de manera que el arte no puede haber armado esta pila de accidentes aburridos y vulgares; [por lo tanto] debe ser verdad.
El veredicto de Taine sobre Defoe es duro, pero en esencia persiste hasta la actualidad. Como escritor, Defoe no sabía lo que estaba haciendo, por lo tanto no podía tener idea de la importancia de lo que hacía. En cambio, siguiendo intuiciones que, retrospectivamente, aceptamos que pueden equivaler al genio, nos dio, bajo una serie de disfraces, una representación de la mentalidad de su época, o más bien, de una mentalidad social específica e importante: la de la inquisitiva y adquisitiva clase media protestante en ascenso. Mi posición personal es diferente. Uno de los rasgos de Defoe que irritaba a quienes lo rodeaban era su confianza en sí mismo: en su opinión, no había nada que no pudiera hacer. Si consideramos su ilimitada capacidad de trabajo, esta confianza en sus propias facultades me resulta totalmente justificada. En una época que no carecía de hombres de elevado intelecto (Isaac Newton era contemporáneo de él), Defoe me parece el ejemplo supremo de la inteligencia práctica, de cómo hacer las cosas. Puede no haber sido un artista de la novela como lo fue Flaubert. Pero, ¿quién se atrevería a decir, en el contexto de una vida humana en su totalidad, que una simple novela merece tanta labor estética (“arte”) como la que Flaubert derramó en Madame Bovary? Tal vez las pocas semanas de atención concentrada que Defoe les daba a sus obras de ficción fueran, en un esquema más amplio de las cosas, lo que tales productos de la imaginación merecían por derecho. A continuación, hay una lista de las ocupaciones que Daniel Defoe emprendió en el curso de sus setenta años sobre la tierra. Dirigió, en diversos momentos y con variados niveles de éxito, operaciones comerciales en vinos y licores, en caballos de montar, en textiles de lino, en textiles de lana y en zapatería; en grano comercial, en tabaco y madera, en queso, miel y