COWARD, F. y C. GAMBLE (2010): “Metaphor and

Hicimos un mapa de la región, a una escala de milla a milla!... No .... hasta la construcción de identidad- que asocia “cosas” heterogénea y las redistribuye.
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COWARD, F. y C. GAMBLE (2010): “Metaphor and materiality in earliest Prehistory. En: MALAFOURIS, Lambros y C. RENFREW (eds.) (2010): The cognitive life of things. McDonald Institute for archaeological research. Cambridge.

Metáfora y materialidad en la Prehistoria más temprana

Hicimos un mapa de la región, a una escala de milla a milla!... No fue nunca desplegado, aún… los granjeros objetaron: dijeron que cubriría toda la región, dejando fuera la luz del sol! Así que ahora usamos la región misma como su propio mapa, y le aseguro que funciona casi igualmente bien (Carroll 1893).

Introducción: una perspectiva relacional En este capítulo proponemos una perspectiva relacional sobre la vida cognitiva de las cosas basada en interpretaciones metafóricas antes que semióticas de la cultura material humana y homínida. La corporalidad de la cultura material implica que juega un rol como una metáfora sólida de la experiencia compartida de corporalización que precede al lenguaje en el registro arqueológico. Mientras continúan los argumentos tanto para las habilidades cognitivas que sustentan el simbolismo y la evidencia suficiente y necesaria para la identificación de la cultura material simbólica en el registro arqueológico, un enfoque simbólico restringirá inevitablemente los datos disponibles a los sapiens o incluso las sociedades letradas. En contraste, un foco puesto en la cultura material como metáfora material permite la consideración de los modos por los cuales aún el registro arqueológico más temprano refleja las relaciones corporeizadas y distribuidas de los homínidos con formas heterogéneas de agente, como será demostrado aquí con dos estudios de caso. Antecedentes El papel jugado por la cultura material en las vidas humanas ha sido traído recientemente al primer plano en los debates concernientes a la evolución de la cognición y sociabilidad humanas por un creciente énfasis en las relaciones entre la gente y sus entornos materiales. En realidad, esta perspectiva relacional no es tanto una teoría distinta, unificada, como uno convergencia de varios enfoques desde una amplia variedad de disciplinas tanto en ciencias sociales como naturales. Entre las primeras están enfoques antropológicos que consideran la identidad y la personalidad como constituidas por relaciones (Mauss 1985; Strathern 1988; LiPuma 1998) y la cultura material como activa y biográfica (artículos en Appadurai 1986; Kopytoff 1986; Hoskins 1998; Gosden & Marshall 1999). La geografía también ha contribuido con teorías

complementarias tales como la percepción directa (Gibson 1979), teoría de la práctica (Bourdieu 1977), fenomenología (Heidegger 1962 [1927]; Merleau-Ponty 1962) y geografía del tiempo (con particular referencia a “sociedad-cum-habitat” hägerstrandiano; Carlstein 1982). Entre las ciencias naturales, desarrollos teóricos tales como el fenotipo extendido de Dawkins (1982), las teorías ecosistémicas y de desarrollo (Tansley 1935; van Valen 1973; Goodwin 1982; Lewontin 1982; 1983; Foley 1984, ver por ejemplo la discusión en Ingold 1995) y la teoría de la construcción del nicho (Odling-Smee et al. 2003) también informan sobre una perspectiva relacional. El concepto de cognición distribuida amplía esto, considerando a la cognición como corporeizada, situada y emergente (Varela et al. 1991; Hutchins 1995a,b; Brooks 1999; Lakoff & Johnson 1999; Anderson 2003), tanto física como socialmente “distribuida” más allá de los límites del cuerpo individual (Clark 1997; Segal 2000; Clark & Chalmers 1998; ver también Rowlands 2003). Lo que comparten estos enfoques dispares es una perspectiva fundamentalmente relacional que ilumina hasta dónde la cognición se apoya en la interacción con otros agentes, incluyendo tanto coespecíficos como otros elementos animados e inanimados del entorno. Desde esta perspectiva, el registro arqueológico resulta parte de la vida social de los homínidos, ofreciendo a la arqueología un potencial considerable para analizar las relaciones socio-cognitivas que estructuran las sociedades prehistóricas. Arqueología relacional: una oportunidad perdida? Sin embargo, los estudios arqueológicos de caso que trabajan dentro de un paradigma relacional se han concentrado en contextos holocenos (e.g. Chapman 2000; Jones & Richards 2003; Knappett 2005). De hecho, trabajos recientes han identificado el Neolítico como un período durante el cual un positivo proceso de retroalimentación de “profunda” enculturación dentro de un entorno de cultura material cada vez más rica ajustó las capacidades cognitivas humanas al punto de un quiebre cualitativo en la cognición con poblaciones más tempranas (Donald 1991; Watkins 1992; 2004, 105; Renfrew 2001). Una perspectiva tal restringe la profundidad del tiempo de la cognición “humana” a poco más que los pasados 10.000 años. Sin embargo, la arqueología es única entre las ciencias humanas no sólo por su foco en la cultura material sino por la profundidad del tiempo de sus datos disponibles –las herramientas de piedra más tempranas tienen 2.6 millones de años (Semaw et al. 1997). Metáforas materiales, cuerpo y lenguaje Proponemos que la clave para tal perspectiva unificadora es un foco en la naturaleza metafórica más que semiótica de la cultura material. En el registro arqueológico, los objetos preceden a las palabras. Por lo tanto está fuera de lugar la idea de que sólo con el lenguaje los objetos antes mudos y los paisajes trillados adquieren significado simbólico y significación cultural. Los primates son usuarios de herramientas (e.g. McGrew 1992), y esta herencia material homínida claramente significa que las vidas sociales de nuestros ancestros más remotos necesita ser

considerada como involucrada desde el principio en prácticas sociales que incluyen a la cultura material. La investigación concerniente a la cuestión de cómo los símbolos están “basados” en un significado del mundo real está priorizando cada vez más enfoques corporeizados y situados que consideran la percepción y la cognición como fundamentales para la acción (e.g. Harnad 1990; Brooks 1999, 113; Anderson 2003). La representación cognitiva, si bien aún es significativa, resulta de importancia analítica secundaria: como en el caso del mapa descripto por Lewis Carroll, “El mundo es su propio mejor modelo” (Brooks 1999, 167 itálicas en el original). El sine qua non de la cognición, entonces, es la materialidad. Como argumentó MerleauPonty, “la percepción y la representación siempre ocurren en el contexto de, y están por lo tanto estructuradas por el agente corporeizado en el curso de su decidido compromiso con el mundo” (citado en Anderson 2003, 104). Damasio ha ubicado las raíces profundas del yo “en el conjunto de dispositivos cerebrales que continua y no conscientemente representan el estado del cuerpo viviente” (2000, 189 itálicas en el original), y propone que este proto yo –no restringido a los humanos –proporciona el material crudo para una construcción narrativa del “núcleo” secundario y los yos “autobiográficos. Crucialmente, este proceso es visto como una precondición para el lenguaje más que dependiente de él; por tanto “parece que los símbolos primero están en el mundo, y sólo después en la cabeza” (Hutchins 1995a, 370). La representación cognitiva del mundo material es sustentada y comunicada con referencia a la experiencia corporal: “Nuestros conceptos de espacio –arriba, abajo, adelante, atrás, sobre, dentro –están profundamente ligados a nuestra orientación corporal y a nuestro movimiento físico en el mundo” (Anderson 2003, 107; ver también lakoff & Johnson 1999; 1980, figs. 1 y 2). Por supuesto que las representaciones cognitivas específicas varían entre contextos particulares (e.g. Strauss & Quinn 1997, 143-4). Sin embargo, permanecen inherentemente metafóricas en su naturaleza, enlazando la base experiencial de la materialidad (el dominio fuente) a la representación más abstracta de esa experiencia (el dominio meta: ver e.g. Tilley 1999). La metáfora lingüística es ubicua en la vida cotidiana (ver e.g. Lakoff & Johnson 1980 y Tilley 1999 para ejemplos copiosos). Sin embargo, como conceptualización de una cosa en términos de otra, la metáfora es mejor considerada como comunicación de apoyo más en general, como “en el sentido más general la metáfora implica comprehender alguna entidad desde el punto de vista, o perspectiva, de otra” (Tilley 1999, 4). Tal apreciación de la naturaleza compartida de la materialidad y su experiencia corporal es una precondición para la comunicación, en la cual la metáfora es usada para enlazar la experiencia subjetiva y objetiva. La capacidad para teoría de la mente puede entonces ser otro aspecto de la herencia primigenia de los primates (Hare et al, 2000; O´Connell Y Dunbar 2005; pero ver también Call & Tomasello 1999; ver Dunbar 2003 para revisión). Una idea de la metáfora –y de representación más en general- como basada en el cuerpo enfatiza así la continuidad en la prehistoria permitiendo al mismo tiempo la variabilidad de emergentes que es tan frecuente en el registro arqueológico. El cuerpo no es una invariante universal (artículos en Hamilakis et al 2002; Inglod 1996), y los contextos para y la interpretación subjetiva de la experiencia corporal siempre variará. Sin embargo, el proceso de percepción, la experiencia de la experiencia, permanece compartido, y una perspectiva relacional se enfoca

menos en el significado per se que en el modo en que la “compartibilidad intersubjetiva” (Strauss & Quinn 1997, 277) de la experiencia corporeizada provee un punto de referencia para interpretaciones del mundo y la construcción de relaciones y sistemas de comunicación como parte del proceso de creación de significado (Conkey 1995). El análisis de la cultura material resulta así una consideración de efecto (ver Gosden 2001, 164 para la discusión del trabajo de Gell), y el efecto de la cultura material es una función primariamente de su materialidad. Las “cosas” particulares tienen propiedades que estructuran su percepción: texturas, superficies, ángulos, propiedades reflectivas, composiciones químicas etc. (Gibson 1979; Rodaway 1994,2),

(superior; feliz; salud; Conciencia; virtud; más; bueno) ARRIBA AFUERA (externo; libre; sin restricciones; desafío) SOBRE (status alto; visible)

ADENTRO(interno; atrapado; restringido; seguro)

IZQUIERDA (siniestro)

DERECHA (diestro)

(bajo status; invisible) DEBAJO

ABAJO (inferior; infeliz; enfermedad; inconsciente; malo;depravado; menos)

AL FRENTE (visible; disponible; futuro; Bueno; libertad; superior)

CAMPO VISUAL (visible; disponible

COSAS A MANO (sensación; alcance; disponible)

CERCA

IZQUIERDA

DERECHA

(Siniestro, sucio)

(diestro; limpio) CENTRO

AUDITORIO (co-presencia)

PERIFERIA DETRÁS (pasado; no disponible; oculto; Invisible; desafío; inferior)

LEJOS

(conocido-desconocido)

&5.2. El cuerpo como dominio fuente para la metáfora. Las interpretaciones particulares indicadas aquí son por supuesto altamente culturales y se dan sólo como ejemplos de las clases de valores e interpretaciones superpuestos sobre la sensación corporal (ver e.g. Nuñez & Sweetser 2006 para el ejemplo muy distinto de los Aymara).

y esta materialidad del mundo tangible, visible, audible, olfatorio y gustatorio es fundamental para la creación de asociaciones metafóricas resistiendo algunas interpretaciones y metáforas e invitando otras (Parker Pearson & Ramilisonina 1998). Las metáforas materiales activas en la cultura no son enteramente arbitrarias. En el proceso de hacer conexiones metafóricas es probable que siempre haya una conexión inherente entre forma y significado… Los significados de los cerdos como símbolos están ligados a lo que los cerdos hacen y cómo se comportan (Tilley 1999, 28, itálicas en el original). La dirección de la fuerza simbólica es por tanto primariamente desde la materialidad hacia la representación (Gamble 2004) y la clave de las relaciones metafóricas que emergen de las acciones del cuerpo se entienden primariamente a través de la experiencia corporal (e.g. Tilley 1999, 103, 265). Aunque las revoluciones cognitivas se identifican en las coyunturas “humana” o “neolítica” o ambas, cuando el Homo sapiens evolucionó o que un sistema social móvil de cazadoresrecolectores dio lugar respectivamente a agricultores más sedentarios, la referencia de la cultura material al cuerpo ha permanecido constante. A pesar, por supuesto, de que los significados contextuales específicos de “cosas” particulares varían en virtud de las asociaciones cambiantes entre agentes en el espacio y el tiempo, las metáforas materiales siempre han sido una consecuencia de los cuerpos homínidos viviendo en el espacio y el tiempo, y claramente anteceden su expresión lingüística y su apropiación simbólica. Metáforas materiales y el registro arqueológico En el curso de la práctica social homínida los individuos y grupos se comprometen en “proyectos” materiales de escala, compromiso y duración variables –desde hacer una comida hasta la construcción de identidad- que asocia “cosas” heterogénea y las redistribuye nuevamente. Las prácticas complementarias de acumulación (asociando objetos en locales particulares y en particulares contextos) y el encadenamiento (distribuyendo objetos, por ejemplo mediante intercambio, trueque o regalo, y así enlazando estas cadenas locales de asociaciones dentro de redes más amplias) son acentuadas diferentemente en distintas culturas y contextos, resultando en diferentes diseños de “conjuntos” y “redes” de cultura material en el tiempo y el espacio (Chapman 2000; ver también Jones & Richards 2003). De este modo entidades arqueológicas tales como colecciones, almacenamientos y depósitos estructurados, por ejemplo, se enlazan en redes de distribución, esferas de interacción, culturas, etc., más amplias, vía los ritmos mundanos de la vida cotidiana (Tabla 5.1). Tampoco esas prácticas están restringidas a grupos holocenos: pese a que los grupos paleolíticos pueden no haber vivido entre tal riqueza de cultura material como las poblaciones posteriores, los dos casos de estudio que siguen demuestran el valor de un enfoque relacional, metafórico a su registro arqueológico. Porque no son sólo objetos “artificiales” o “hechos por el

hombre” los que son incorporados dentro de redes de interacción (Hutchins 1995a, e.g. 172). Los cazadores-recolectores nómades se comprometen en una epistemología de relaciones plenamente relacional con los animales y aún con entidades inanimadas en sus ambientes que son simplemente prácticas en un mundo donde las personas están siempre involucradas en relaciones con su entorno en el curso de sus actividades diarias (Hallowell 1960; Binford 1978; 1983; Tanner 1979; Brody 1981; Wagner 1986; Bird-David 1999, 69; see also e.g. Ingold 2000a??; Coward 2005a, b). Tales interpretaciones y relaciones, no menos que la arquitectura independiente (e.g. Watkins 2004), actúan como un “andamio” cultural dentro del cual ocurre la enculturación -o “adquisición de habilidades”- de la infancia (Ingold 2000b, 36-7; ver también Vygotsky 1978). Desde una perspectiva relacional, los sitios paleolíticos son proyectos materiales tanto como los templos, zigurats y ciudades de las sociedades holocenas, compuestos de conjuntos contiguos, distintivos, de cultura material que entran en asociaciones metafóricas ulteriores como resultado de hábitos particulares de práctica. Los elementos de tales depósitos entran en palimpsestos materiales que yuxtaponen “conjuntos” múltiples, superpuestos, de metáforas materiales y reúnen un mundo de asociaciones metafóricas, metonímicas y mnemónicas, a menudo en grandes distancias y largos períodos de tiempo (Levi-Strauss 1966, 17; Pollard 1999; ver e.g. Whittle & Pollard 1999; Pollard?? 2000 para algunos ejemplos arqueológicos). Como demuestran los siguientes estudios de caso, una perspectiva tal permite una nueva aproximación al compromiso cognitivo homínido con la cultura material. Caso de estudio 1: líticos, hojas y fragmentación Desde el Paleolítico más temprano, las herramientas de piedra fueron usadas para romper huesos y acceder a la médula, cascar nueces y frutas y cortar ramas y pastos. A veces esas piedras trabajadas fueron apiladas en pequeños almacenamientos a los cuales fueron llevados cadáveres animales para el despiece (Potts 1988, 1993), o acumuladas en grandes “conjuntos” que, incluso en los sitios más tempranos, demostraron el movimiento de material adentro y afuera, creando “redes” de relaciones enlazando locales individuales en sus mundos más amplios. Las distancias pueden ser pequeñas y los conjuntos y redes resultantes mediocres según standards posteriores; sin embargo, resulta claro que –a diferencia del lenguaje- estaba presente la base material para la construcción de relaciones sociales usando metáforas materiales como una condición de la vida social desde el registro arqueológico más temprano. En fuerte contraste con el enfoque funcionalista del análisis lítico común en arqueología, muchas culturas despliegan una actitud relacional hacia los materiales crudos (Parker-Pearson & Ramilisonina 1998; Stout 2002; Boivin 2004). Entre los Yolngu australianos indígenas, se cree que la cuarcita crece en el suelo donde está “preñado” con “piedras bebés” o “huevos” (ver también Jones 1985; Jones & White 1988; Brumm 2004). Los fabricantes de azuelas entre los jayas iraníes también consideran su material crudo como sujetos vivientes, intencionales; se cree que las rocas crecen y envejecen como la gente, mientras “Las relaciones sociales con la piedra son una parte importante de la producción, y se debe tener cuidado para evitar enojar a las piezas con prácticas inapropiadas (Stout 2002, 704-5). Más aún , la habilidad requerida para trabajar la piedra no es simplemente una propiedad del individuo aislado, sino que reside en un complejo de relaciones sociales con los vivos y los muertos. Las habilidades son legadas por los ancestros, y desarrolladas durante aprendizajes formales que pueden durar cinco años o más (Stout 2001, 704-5). El intercambio de piezas manufacturadas enlaza aún más a la gente, material y mnemónicamente (ver e.g.el film clásico de Kim McKenzie La lanza en la piedra; también McBryde, 1978, 1988, 1997). No son simplemente herramientas de piedra, redes líticas de gente.

Las habilidades y técnicas para trabajar la piedra son ellas mismas explicables mediante metáforas materiales del cuerpo. La cubierta exterior de un nódulo se llama el cortex, la palabra latina para corteza, y está relacionada con la piel; el núcleo del nódulo es descripto en términos de caras ventral (frente, o estómago) y dorsal (espalda). Los términos anatómicos proximal y distal se aplican a la cabeza y el pie del núcleo, y se habla del acto de fragmentación como de dejar cicatrices en la superficie del núcleo. Las habilidades de corte incluyen el rejuvenecimiento del núcleo para extraer más material, mientras que a menudo se dice de un núcleo usado que está exhausto. Los productos del corte incluyen hojas estranguladas y con escotadura, puntos con hombros y piezas con espaldas curvadas. La práctica misma de corte no es simplemente un proceso mecánico de producción sino que ha sido descripta como “pensar a través de la mano” (Schlanger 1996, 248), la puesta en acto de una secuencia de técnicas corporales que interactúan con el material en una cadena operatoria (Boeda et al 1990; Julien 1992; Gamble 1999, 214-23). Las “tecnologías de núcleo preparado” (PCTs) tales como las técnicas de Levallois y de hoja prismática, describen un proceso por el cual los núcleos de piedra son pre-preparados para producir formas particulares de fragmentos para la manufactura de tipos específicos de herramientas, y han sido usados para sustentar la idea de la mirada hacia adelante y la habilidad para forjar imágenes mentales. Sin embargo, Schlanger propone que el “producto” de un tipo de herramienta particular emerge mediante una sucesión de gestos que han sido aprendidos y asimilados como técnicas corporales, más que como un concepto o imagen mental previos. Los líticos por lo tanto son metáforas materiales más que cognitivas, referenciados en los cuerpos que los crearon más que simplemente la realización de un símbolo cognitivo abstracto. Las hojas en particular han jugado un rol importante en discusiones sobre la evolución de la cognición humana “moderna” porque, si bien raras en contextos humanos premodernos, dominan las tecnologías líticas del Paleolítico superior de Europa y la Edad de Piedra más tardía de Africa que son hechas por humanos modernos. Sin embargo, hay muchos ejemplos de hojas que anteceden el Paleolítico superior europeo (e.g. Jelinek 1990; Conard 1992; Tuffreau 1993; Revillon & Tuffreau 1994; Bar-Yosef & Kuhn 1999), y el Africa se encuentran en grandes cantidades en fechas tempranas. (Parkington 1990; Deacon 1995; McBrearty & Brooks 2000; Mitchell 2002). Más aún, las tecnologías no de hoja continúan siendo relevantes mucho después de que se extendieran las hojas (Hemingway 1980; Lourandos 1997; Bar-Yosef & Kuhn 1999). Como resultado, parece ver poca justificación para relacionar la aparición de las hojas a cambios sea en la anatomía homínida o en la capacidad conductual que significaran que los homínidos pre Homo sapiens eran incapaces de dominar la tecnología de hoja. Aparece entonces la pregunta: porqué ocurriría un cambio tal en el Viejo Mundo después de 250.000 años) (BarYosef & Kuhn 1999, 331)? La respuesta más común cita un supuesto incremento de la eficiencia en la producción de hojas por encima de otras PCTs, supuestamente indicativo de una creciente planificación y profundidad táctica (e.g. Binford 1973; 1979; 1989). Sin embargo, los análisis de tales hipótesis han encontrado poca diferencia en la eficiencia de las tecnologías de hoja y de no-hoja hasta el Paleolítico superior tardío (Henry 1995) o aún el Mesolítico (Tactikos 2003), mucho después de la aparición de humanos anatómicamente modernos. Visto desde una perspectiva relacional, sin embargo, la variable tensión puesta en las hojas como opuestas a otras formas de manufactura lítica refleja los distintos modos en que los cortadores construyeron eslabones metafóricos a través del espacio y el tiempo acumulando y encadenando material crudo y trabajaron la piedra en locales y a lo largo del paisaje, más que como una obediencia ciega a esquemas económicos racionales.

Las técnicas de hoja entonces se reproducen en un sentido material, permitiendo el movimiento e intercambio de herramientas de piedra y así la creación de lazos metafóricos en el espacio y el tiempo a una escala mucho mayor. Este potencial para la extensión de prácticas de acumulación y encadenamiento fue sobrepasado sólo con el advenimiento de la alfarería, que podría ser casi infinitamente producido, reproducido y circulado en el paisaje (Chapman 2000, 41). Luego, las tecnologías de hoja no fueron ejecutadas porque garantizaran cacerías de ciervos o antílopes más exitosas que otras formas de manufactura de herramientas de piedra, sino porque producían muchos más de esos elementos materiales para el encadenamiento y la acumulación y así incrementaban su potencial para la creación de lazos y eslabones metafóricos –y fundamentalmente sociales. Estas eran tecnologías sociales más que estrategias funcionales, representadas mediante relaciones con, más que en competencia con el ambiente exterior. Caso de estudio 2: huesos, caza y acumulación Si bien muchos tipos de entidades pueden ser considerados “agentes”, por supuesto que no son intercambiables: en razón de sus diferentes materialidades se prestan a diferentes proyectos y prácticas. Las entidades animadas, por ejemplo, tienen potencialidades mutuas o interactivas, y pueden literalmente interactuar con sus perceptores (Gibson 1979; Reed 1986; Ingold 2000, 167). En el análisis relacional de cazadores-recolectores, la casa es considerada como una práctica de establecer y representar una red de relaciones e interacciones íntimas entre los cazadoresrecolectores y otras entidades en el mundo (Hallowell 1960; Brody 1981; Ellen 1996; Bird-David 1999; Ingold 2000). Una vez ejecutada la matanza, la materialidad del cadáver se presta como un dominio fuente para la articulación de relaciones particulares entre la gente (e.g. Jones & Richards 2003). El propio acto literal de consumo e incorporación de animales también provee un campo significativo para la negociación de relaciones donde la división y el reparto de carne produce y reproduce relaciones entre la gente; en el sitio del Pincevent del Paleolítico superior, la distribución de restos faunísticos señala piezas de carne moviéndose entre los hogares y representando relaciones (Enloe & David 1992). El desecho de restos animales es así otro aspecto del “proyecto” de subsistencia. En sociedades cazadoras-recolectoras a menudo hay reglas detalladas sobre dónde y cómo los restos pueden o no ser desechados (e.g. Binford n.d. NOT IN REFS; Bulmer 1968; Tambiah 1969; Hyndeman 1990; Wilson 1999; Murray 2000). Para los Wopkaimin de Nueva Guinea, las colecciones y despliegues de huesos funcionan como “mapas mentales” referidos al entorno –no en el sentido de representaciones gráficas de la topografía, sino por medio de las relaciones metafóricas incorporadas en los huesos, las referencias que hacen a las personas, lugares y tiempos que fueron relacionados durante la obtención (Hyndeman 1990, 73). Así como pueden ser desarticulados, los animales pueden también ser re-articulados. El despiece y rearmado de los cuerpos de los animales –no sólo carne, sino también dientes, alas, picos, etc, les permite ser re-articulados e incorporados en proyectos homínidos (Connoller & Yarrow 2002; Fowler 2002), por vía de ser acumulados y usados como ornamentos y/o intercambiados para enlazar a otros. En los sitios de Aven des Iboussieres del Paleolítico superior (d´Errico & Vanhaeren 2002) y St-Germain-de-la-Riviere (Vanhaeren & d´Errico 2005), fueron acumulados grandes “conjuntos” de caninos de ciervo. En el caso del segundo sitio mencionado, difícilmente el ciervo rojo habría vivido de manera silvestre en la vecindad del sitio, sino que sólo podría haberse encontrado al menos a 300 km al sudoeste en la España cantábrica. Más aún, mientras que en animales vivos esos dientes aparecen en pares, sólo una minoría de los dientes

encontrados pueden emparejarse con otros en el sitio. Como las hachas de mano moviéndose hacia adentro y hacia afuera de sitios paleolíticos tempranos, vislumbramos aquí el amplio abanico de redes estructurando el flujo y reflujo de fragmentos animales siendo distribuidos a lo largo del paisaje, quizás por trueque o intercambio, planteando asociaciones metafóricas y así encadenando agentes sobre la marcha (cf. Jones & Richards 2003,49). Las prácticas de subsistencia y particularmente de caza han sido consideradas como un aspecto central de la revolución “humana” (e.g. Binford 1982; White 1982; Mellars 1996; Enamorado 1997) distinguiendo poblaciones “modernas” de otras pre-sapiens como los Neanderthales. Los estudios tradicionales consideran que los grupos “modernos” demuestran mayor profundidad de planificación, intensificación en el uso de recursos y mayor previsión estacional (Mellars 1973; 1989; 1996; McBrearty & Brooks 2000, 492) tal como se evidencia por las prácticas logísticas de subsistencia que involucran cacerías colectivas, sistemáticas y grandes de animales de presa marcados específicamente y con vistas a un aprovisionamiento a largo plazo (Binford 1996 [1980]; Peterkin 2001, 171). Como en el caso de estudio lítico discutido arriba, la explicación tradicional para esto se basa principalmente en términos de eficiencia, con las poblaciones pre-sapiens descriptas como “recolectores” no especializados y oportunistas caracterizados por caza indiscriminada de presas disponibles para consumo más o menos inmediato. Sin embargo, muchos investigadores no reconocen evidencia de una estrategia “moderna” logísticamente organizada hasta el Paleolítico medio o superior, es decir, considerablemente posterior a la evolución de los humanos anatómicamente modernos (Straus 1992; 1996; Pike-Tay 1993; Stiner 1994;Gamble & Roebroeks 1999; Enloe 2000; Shea 2001;Grayson & Delpech 2002; ver e.g. Pike-Tay 2000 para discusión y más referencias). Como en el caso de las tecnologías líticas descriptas arriba, una perspectiva relacional cambia los términos del debate, estableciendo un campo adecuado a las comparaciones de “abajo a arriba” de los modos en que poblaciones modernas y pre-sapiens interactuaron con especies animales, más que análisis “de arriba hacia abajo” buscando diferencias cualitativas (Roebroeks & Corbey 2001, 75). Desde una perspectiva relacional, “No todos los animales son iguales; antes bien, evocan cualidades bien distintas de lugar y existencia. Los animales dominan la relación entre la gente y los distintos lugares del paisaje” (Jones & Richards 2003,50). La variación topográfica y vegetal en el paisaje ubica distintos tipos de animales de modo diferente, y sus ciclos de vida característicos necesariamente implican distintos ritmos y patrones de movimiento en el paisaje (Coward 2005a,b). Por tanto los cazadores-recolectores y los animales igualmente describen rutas de movimiento particulares en el espacio y el tiempo sobre una base diaria, los unos influenciados por los otros mientras que cazadores tanto humanos como animales rastrean la presa potencial que intenta evadirlos, y estas rutas inevitablemente se cruzan e intersectan en puntos particulares que proporcionan un espacio para interacciones de varias clases. Tales lugares también tendrán historias o biografías adquiridas en virtud de las interacciones que allí ocurrieron antes. Tampoco existen aislados; más bien están conectados por senderos y huellas de movimiento que enlazan lugares y actividades e interacciones dentro de una “red” narrativa de relaciones a lo largo del espacio y del tiempo. En la cueva de Amalda en el norte de España, la reconstrucción de los entornos inmediatos en los cuales se depositaron conjuntos del Paleolítico medio y superior ha permitido la identificación de algunos de estos potenciales espacios para la interacción. Otras claves de la naturaleza de estas interacciones se registran también en los conjuntos faunísticos mismos –claves

sobre decisiones del despiece y transporte (registradas por las marcas de corte y representaciones anatómicas), sobre la temporalidad de las interacciones (provistas por el envejecimiento de los huesos), y sobre las habilidades y prácticas involucradas en la caza (conocidas por la etología y la etnografía). Tales datos nos permiten acceder parcialmente a la naturaleza y calidad de las heterogéneas redes de temporalidad, espacio e interacción con diferentes especies animales que emergen de las interacciones habituales, cotidianas entre cazadores-recolectores y animales en la proximidad del sitio (Coward 2005a, b). La re-ubicación del debates en estos términos relacionales permite por tanto una consideración mucho más amplia de las prácticas prehistóricas de subsistencia que el enfoque “económico” tradicional. Desde este punto de vista, las prácticas prehistóricas de subsistencia se modifican y cambian, no necesariamente como resultado de cambios en las habilidades cognitivas, sino en la medida en que las diferentes relaciones y formas de interacción social son enfatizadas en contextos espaciales y temporales variables.

Conclusión: metáfora y materialidad en la prehistoria temprana En la moderna Atenas, los vehículos de transporte colectivo son denominados metaphorai: es decir, metáforas eminentemente prácticas, materiales, relacionan gente, lugares y cosas en un sentido muy literal (de Certeau 1984, 115). Las prácticas materiales han actuado de modo muy similar a lo largo de la prehistoria enlazando agentes heterogéneos en redes y mientras los enfoques semióticos que tratan a la cultura material como símbolos pueden acceder sólo a una pequeña fracción del registro arqueológico conocido por haber sido depositado por humanos “modernos”, una perspectiva relacional que considere a la cultura material como una metáfora material permite acceder a la vasta profundidad temporal de datos que conciernen a la interacción homínida con la cultura material en el registro arqueológico paleolítico. Este enfoque metafórico, relacional, basado en las experiencias materiales compartidas de corporización, se dirige al registro arqueológico de un modo unitario más que dividido. Como tal, permite la consideración de la relación entre mente y mundo y su rol en la evolución de la cognición humana en el marco necesariamente evolutivo. Aquí hemos presentado dos breves casos de estudio que identifican cómo la cultura material aún del registro paleolítico, esos “meros fragmentos de piedras y huesos” (Wobst 2000, 43), pueden ser considerados ricos en términos de sus asociaciones metafóricas con otros agentes. Vistos relacionalmente, los materiales y productos líticos crudos se tornan metafóricos de los cuerpos, encadenando agentes a lo largo del paisaje en redes y reuniéndolos en conjuntos. Los conjuntos faunísticos devienen registros de tipos particulares de interacción con otras formas de agente, acumulando los correlatos materiales de esas interacciones y proporcionando el material en crudo para enlazar aún más agentes, sea entre hogares en un sitio como en Pincevent (Enloe & David 1992), o entre lugares en un paisaje, como en Aven-des-Iboussieres y St-Germain-de-laRiviere (d´Errico & Vanhaeren 2002; Vanhaeren & d´Errico 2005). Tales prácticas materiales son parte de nuestra herencia primate, y permanecen como parte de proyectos en curso que constituyen la vida social aún hoy. Las estrategias particulares por las cuales se negociaron las relaciones específicas han variado por cierto en el espacio y en el tiempo. Sin embargo, el uso de la cultura material –metáforas materiales sólidas basadas en una experiencia compartida de corporización- ha continuado siendo fundamental para la construcción de las redes de relaciones que constituyen la sociedad. Bibliografía: ver artículo en inglés.