corintios xiii AWS

TORRENS, “Estructuras de la empresa agraria”, en Documenta ción Social núm. ..... lista del entorno industrial y urbano, puede resultar útil y más ...... Barcelona 1977. 14. J. SANCHEZ JIMENEZ: Del campo a la ciudad, Barcelona 1982. 15. T. SHANIN: Naturaleza y lógica de la economía campesina, Barce lona 1976. 16.
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CORINTIOS XIII 26

CORINTIOS XIII REVISTA DE TEOLOGIA Y PASTORAL DE LA CA­ RIDAD Núm.

26

Abril/Junio

1983

DIRECCION Y ADMINIS­ TRACION: CARITAS ESPA­ ÑOLA. San Bernardo, 99 bis. Madrid-8. Aptdo. 10095 Tfno. 445 53 00 EDITOR: ÑOLA

CARITAS

ESPA­

COMITE DE DIRECCION: Joaquín Losada (Director) S. Ambrosio R. Franco J.M. Osés R. Rincón A. Torres Queiruga Felipe Duque (Consejero Delegado)

COLABORAN EN ESTE NUMERO: JOSE SANCHEZ JIMENEZ. Profesor de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. JAVIER LOPEZ DE LA PUERTA. Empresario agríco­ la. MIGUEL ANGEL ARAUJO. Obispo de Mondoñedo-El Fe­ rrol. JESUS PASCUAL ARRANZ. Profesor del Instituto Teoló­ gico de Valladolid. Del Depar­ tamento de Sociología de la Caritas Diocesana de Valla­ dolid.

IMPRIME: Artegraf Sebastián Gómez, 5. Madrid-2’6

DON ACIANO MARTINEZ ALVAREZ. Vicario de Pas­ toral de Palenda.

DEPOSITO LEGAL: M -7206-1977

JOSE GOMEZ GONZALEZ. Obispo de Lugo.

ISSN 0210-1858

VICTOR RENES. Técnico de Cáritas Española. Sociólogo.

SUSCRIPCION: España: 1.200 Ptas. Precio de este ejemplar: 350 Ptas.

FRANCISCO SALINAS RA­ MOS. Técnico de Cáritas Es­ pañola.

REVISTA DE TEOLOGIA Y PASTORAL DE LA CARIDAD

Todos los artículos publicados en la Revista “Corintios XIII” han sido escritos expresamente para la misma, y no pueden ser reproducidos total ni parcialmente sin citar su procedencia. La Revista “Corintios XIII” no se identifica necesaria­ mente con los juicios de los autores que colaboran en ella.

SUMARIO

Presentación. .............................................................................................

5

JOSE SANCHEZ JIMENEZ “Agricultura y vida rural en la España contemporánea. (Los problemas más inmediatos y preocupantes del mundo rural)" .....................................................................................

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JAVIER LOPEZ DE LA PUERTA “La urgencia de una política agraria: presupuestos, problemas y objetivos" ..............................................................

45

MIGUEL ANGEL ARAUJO “El hombre y el mundo rural gallegos" ...............................................

71

JESUS PASCUAL ARRANZ “Doctrina social de la Iglesia y mundo ru ra l" ....................................

93

DONACIANO MARTINEZ ALVAREZ “Teología sobre ‘pastoral de la caridad ' en el mundo rural" ...........

123

Experiencias................................................................................................

143

Homilía del Sr. Obispo de L u g o ............................................................

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B ibliografía ...............................................................................................

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PRESENTACION

Es tópico, y sabido, que el mundo rural es un mundo marginado. ¿De qué y por qué? Responder estos interrogantes es urgimos a la reflexión para que nuestra tarea pastoral de promoción sea una contribución al esfuerzo liberador del mundo campesino. La comprensión de la situación del mundo rural nos llevaría a retrotraernos a un análisis histórico 1 . Pero para comprender los términos en que en estos momentos se plasma la superación de la marginación del campo es suficiente partir de finales de la década de los 50 del presente siglo, en los que se optó por el llamado desarrollo, que implicaba industria­ lización y urbanización 2 . Este desarrollo contaba con la mano de obra de los trabajadores del campo. Desplazó del campo a la ciudad a los hombres y el dinero 3 . Este proceso de desarrollo, de industrialización y urbani­ zación, ha sido evaluado en términos de rentas y ganancias. Pero no hemos evaluado la pérdida de identidad acelerada, el sufrimiento, el desengaño y la desgana que ha supuesto, porque los marcos de referencia son un "desarrollismo", una industrialización. Desde estos haremos, el mundo rural es considerado "retrasado, residual y, por ello, marginado". Pero son unos haremos que encubren la marginación, red del mundo rural, que, desde esta perspectiva, queda desvirtuada y desviada.

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Para comprender la marginación del mundo rural desdt su propia situación, y no desde la desviación desarrollista, ei insuficiente utilizar el análisis socio-económico con exclusi­ vidad. Ciertamente, el análisis socio-económico nos aparta las claves básicas de análisis para llegar a la raíz estructural de la situación rural, de sus problemas seculares, del papel que se le asignó en la modernización de la sociedad4 . Pero hay que penetrar en la marginación que sufre en su cultura y en su propia identidad 5 para entender que es un mundo marginado por ser "rural". Es decir, hay que com­ prender el mundo rural como unidad global, para alcanzar su marginación en profundidad. Nuestra sociedad y cultura son urbanas y, por ello, relegan y marginan la cultura rural, impregnando la cultura del hombre rural hasta hacer que el mismo sujeto la abandone. Entendemos cultura en sentido globalizante y no sólo del "saber". Las normas de comportamiento, el tipo de rela­ ciones, los valores y aspiraciones y , en pura lógica, el modo de vida y de institucionalización de la misma, en todos sus aspectos, que constituyen un modelo de sociedad. Por eso, la marginación del mundo y cultura rurales por un mundo y cultura urbanos, es la marginación de un marco de vida con unas relaciones por otro que progresivamente le penetra no para coexistir sino para absorberle. En nuestro caso, es la cultura consumista y mercantil, que se apoya en la competitividad individual, la que margina y hace desaparecer una cultura con potencialidades de interrela­ ción, acogida, sentido de lo común, que no puede desarrollar, pues entra en contradicción con la sociedad actual que no se basa en estos valores. Hay que adelantar que el mundo y cultura rurales son ambivalentes y junto a esos valores se pueden señalar notables contrava lores. Pero hay que mantener que se habla de un marco de potencialidades y , por ello mismo, sujeto de pro­ moción y transformación.

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Sin embargo, el mundo rural es considerado "vestigio" del antiguo régimen preindustrial, anterior a la modernidad, e incluso contradictorio y obstáculo, llamado por ello mismo a desaparecer en aras de la progresiva "urbanización" de la sociedad. Desde esta óptica, se habla del mundo rural como mundo "retrasado", al que hay que incorporar al proceso común de esta sociedad. Por eso es ambiguo hablar de marginación del mundo rural. Porque, plantear la marginación como necesidad de incorporar el mundo rural a la sociedad urbana, significa su desaparición como mundo con identidad rural. Y , por ello, queda en crisis la superación de la marginación profunda del mundo rural desde la óptica de la integración en el mundo urbano. Lo que no quiere, ni siquiera sugerir como duda, que no deba erradicarse la marginación del mundo rural. Quiero decir que la superación de su marginación, es decir, la pro­ moción del mundo rural, no consiste en igualarse con el urbano "a costa de" que sea absorbido en sus pautas y modo de ser, que con más precisión habría que decir de "tener y poseer". Y ello, aparte de la imposibilidad estructural, por el papel que se le ha asignado de "sector colchón de la crisis", y de las imposibilidades y limitaciones legales y de los inte­ reses en juego, porque en eso no consiste la "prom oción". Promoción es liberación de las ataduras que le impiden al mundo rural ser lo que es, lo que le identifica y constituye. Y serlo plenamente y sin trabas. Es poder desarrollar en toda su potencialidad las posibilidades de las formas de vida, tra­ bajo, posesión y organización, que son nacidas en su seno y que tienen algunas expresiones balbuceantes, diversas e incluso ambivalentes. Y es que esas potencialidades sustituyan a las viejas estructuras de dominación y explotación de la tierra y del campo, de los hombres del campo. Y es el desarrollo integral del hombre y la mujer campesinos.

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Esta tarea de promoción integral es la gran tarea de libe­ ración, de redención, a la que está llamada toda la pastoral del Pueblo de Dios, es decir, la gran pascua o paso de unas condi­ ciones de vida menos humanas a otras más humanas: — Que, desde las carencias materiales, que a veces llegan a la carencia del m ínim o vital, y desde la situación de estruc­ turas opresoras, de abuso del tener y del poder, y explotadoras de los trabajadores, se remonte a una situación y unas estruc­ turas desde la consideración de la dignidad del hombre. — Que la tierra cumpla su función social de fuente de recursos y bienes, y no como bien de especulación sino como bien común; que promueva fundamentalmente al que la tra­ baja y retribuya justamente el trabajo y la producción campe­ sinos; que sus recursos creen fuentes de trabajo en el campo. — Que el campesino tenga posibilidad de una vida digna: educación, salud, vivienda; que participe efectivamente en la conducción de la comunidad; que recupere su cultura y con­ ciencia campesinas, y las expresiones comunales que tuvo y quiera darse; que le sea anunciada la Buena Nueva desde su propia realidad y logre una síntesis entre su vida de trabaja­ dores rurales y su fe. La tarea de promoción aspecto del hombre del campo:

integral

no descuida ningún

— Su desarrollo físico frente a las carencias materiales. — Su desarrollo cultural frente al analfabetismo y pér­ dida de conciencia e identidad. — Su desarrollo socio-económico frente al individua­ lismo y la exclusión de las fuentes de trabajo y riqueza y de la participación social en la comunidad.

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— Su desarrollo socio-político e histórico frente a toda forma de opresión, para que asuma su propio destino como agente activo. — Su desarrollo moral y espiritual frente al egoísmo, a la conciencia infantilizada de la fe y la salvación. Hasta lograr la madurez a la que tiene derecho por el simple hecho de ser pobre..., un privilegiado del Reino de Dios.

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*

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Desde la perspectiva de la Teología y Pastoral de la Ca­ ridad, Cáritas Española ha abordado los problemas del mundo rural, en Lugo, en las V il Jornadas de Teología y Pastoral de la Caridad (abril de 1983), bajo el propósito de buscar caminos de liberación a la luz del mensaje del Evangelio. En este nú­ mero de C O R IN T IO S X I I I ofrecemos el material de trabajo de las Jornadas, como contribución a la toma de conciencia de los problemas del mundo rural, que hoy sigue siendo tan necesaria como antes. " A lo largo del siglo X X , el campo ha cambiado, por fortuna, algunas condiciones que lo hacían inhumano: sala­ rios bajísimos, viviendas míseras, niños sin escuela, propiedad consolidada en pocas manos, extensiones poco o mal explo­ tadas, falta de seguros que ofrecieran un m ínim o de serenidad frente al futuro. La evolución social y laboral ha mejorado, sin duda, este panorama tristísimo en el mundo entero y en España. Pero el campo continúa siendo la cenicienta del desarrollo económico. Por eso los poderes públicos deben afrontar los urgentes pro­ blemas del sector agrario. Reajustando debidamente costos y precios que lo hagan rentable; dotándolo de industrias subsi­

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diarias y de transformación que lo liberen de la angustiosa plaga del paro y de la forzosa emigración que afecta a tantos queridos hijos de esta y de otras tierras de España; raciona­ lizando la comercialización de los productos agrarios, y procu­ rando a las familias campesinas, sobre todo a los jóvenes, condiciones de vida que los estimulen a considerarse trabaja­ dores tan dignos como los integrados en la industria" (Juan Pablo II, en Sevilla, 5 -X I-1 9 8 2 ). La realidad del mundo rural exige acciones en profun­ didad. "Son necesarios cambios radicales y urgentes para volver a dar a la agricultura —y a los hombres del campo— el justo valor como base de una economía sana en el conjunto del desarrollo de la comunidad social" (Laborem exercens, n. 21). Contribuir a ello es contribuir a la fraternidad que, como contenido de la solidaridad, nos es exigible como cristianos. V nos es exigible en nuestra tarea promocional, que así se inscribe como contribución al esfuerzo de los hombres y mu­ jeres del campo que buscan avanzar en el camino de su libe­ ración. Las palabras de Mons. José Gómez González, obispo de Lugo, pronunciadas en su hom ilía a los participantes de las Jornadas, nos sirven de final y nos sintetizan el espíritu que como cristianos debe impulsarnos en la tarea de promoción y liberación del mundo rural: "Es claro que el mundo rural vive en una situación de dependencia que puede llamarse esclavitud. La mucha igno­ rancia que existe todavía entre sus gentes, la escasa atención que le prestan los poderes públicos, las presiones económicas y sociales..., mantienen esclavizados a los hombres y mujeres del mundo rural, impidiendo su anhelado desarrollo. Pues bien, el misterio de Cristo Resucitado, que nos hace hombres nuevos para un mundo nuevo, debe impulsarnos, urgimos, a posibilitar y promover con los medios a nuestro

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alcance la marcha del mundo rural hacia horizontes de liber­ tad que Cristo ha conquistado con su Pascua".

Víctor Renes

NOTAS 1.

Puede consultarse: JOSE SANCHEZ JIMENEZ, “La conflictividad campesina y la dinámica social agraria”, en Documentación Social núm. 32 (1978), pp. 5-45; JOSE SANCHEZ JIMENEZ, “Cien años de cuestión agraria en España (1883-1983)”, en Documentación Social núm. 51 (1983), pp. 11-31; JULIO ARTILLO GONZALEZ, “La reforma agraria en la España contemporánea”, en Documen­ tación Social núm. 32 (1978), pp. 45-79.

2.

JESUS SORRIBES, “Historia y evolución del mundo rural”, en Corintios XIII núm. 16 (1980), pp. 1-21; ARTEMIO BAIGORRI, “La urbanización del mundo campesino”, en Documentación Social núm. 51 (1983), pp. 143-159.

3.

JULIAN ABAD, “El campo español, la dignidad de la miseria”, en Razón y Fe (noviembre de 1982), pp. 315-323.

4.

JAIME LORING, “Objetivos y resultados de una política agraria”, en Corintios XIII núm. 16 (1980), pp. 21-51; J.M. ALONSO TORRENS, “Estructuras de la empresa agraria”, en Documenta­ ción Social núm. 32 (1978), pp. 99-119; ENEDINA CALATAYUD y ARTURO YUSTE, “La estructura de la empresa agraria”, en Documentación Social núm. 51 (1983), pp. 31-55; CARLOS ABAITUA, “Mundo rural y cambio social”, en Documentación Social núm. 32 (1978), pp. 143-161; JESUS PASCUAL, “Algunos aspectos del mundo rural”, en Laicado núm. 58/59 (1982), pp. 7-21.

5.

MIGUEL ROIZ, “La mentalidad rural en España” ; JESUS CONTRERAS, “Cultura rural y dependencia campesina”, ambos en Documentación Social núm. 32 (1978), pp. 161-181 y 183-191; JUAN MAESTRE, “La cultura y el mundo rural”, en Documen­ tación Social núm. 51 (1983), pp. 159-175,

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AGRICULTURA Y VIDA RURAL EN LA ESPAÑA CONTEMPORANEA (Los problemas mas inmediatos y preocupantes del mundo rural)

JOSE SANCHEZ JIMENEZ Universidad Complutense de Madrid

INTRODUCCION Una de las afirmaciones más célebres, recogida en la ya clásica encíclica de Juan XXIII, Mater et Magistra, aplicaba a la redención del mundo campesino, casi con fuerza de slogan, lo que más de cien años antes se había planteado en la primera lectura marxista como punto de partida para una revolución social, y cincuenta años antes como lema para la indepen­ dencia política de las colonias: el principio de la autoconciencia, la tesis de la autodeterminación. Juan XXIII lo decía expresamente así: “Estamos persuadidos, sin embargo, de que los autores principales del desarrollo económico, de la elevación cul­ tural y del progreso social del campo deben ser los mismos interesados, es decir, los propios agricultores” 1

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La pretensión principal e insustituible era que el campesi­ nado, lo mismo que la agricultura de los pueblos pobres, y los mismos pueblos con ella, no cayesen falsa y engañosamente en un neocolonialismo económico. Pues bien, este neocolonialismo se dio y se sigue dando; y debe ser la primera y básica preocupación cuando se trata de dar una aproximación o una iluminación teológica a los pro­ blemas agrarios. Una teología, o una Iglesia, que es lo mismo, que vea, interprete, juzgue, pero no actúe o colabore a esta autorredención del campesinado, del proletariado rural, y a una dignificación global del mundo rural, resulta tan inservible y miserable como la propia miseria o problemática que pre­ tende tratar, estudiar y, en ciertas formas, resolver. La agricultura, al igual que el campesinado o la misma vida rural, resultan ser, hoy por hoy, temas architratados; pero continúan siendo problemáticos, a veces más que antes, porque una de las formas, la más usualmente empleada como solución o final al problema, ha sido acabar con su protagonista, con el campesino, con el hombre rural. Hace más de cincuenta años que el sociólogo e historiador francés G. Lefebvre afirmaba, con cierto tono profético y con razón, que, frente al ya entonces actual predominio urbano y sus formas de control y homogeneización dominadores, la extinción de diferencias entre habitantes urbanos y campesinos solamente llegaría con la desaparición de estos últimos 2 . Simplemente con la intención de partir de un hecho que, aunque anecdótico, parece encerrar toda la fuerza de una situa­ ción y de una clase social básica para la comprensión del pro­ blema agrario en el Sur de España, parece oportuno ofrecer el testimonio literalmente autobiográfico de un hombre, primero líder del catolicismo social y político hasta la guerra civil, y más adelante obispo de Málaga y cardenal de la Iglesia Cató­ lica: Angel Herrera Oria. El pretendió, recién llegado a Málaga y escandalizado por las diferencias económicas y sociales en esta provincia, recién acabada prácticamente la guerra, la

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puesta en práctica de los principios insertos en las encíclicas sociales de León XIII y Pío XI; y para ello, y consciente, según su esquema, de que el cambio de la sociedad debía pro­ ceder de las “minorías selectas”, la auténtica aristocracia de la sociedad, llamó a los grandes propietarios a constituir una asociación que llamó de Pío XII: “Con razón se ha dicho que en la extensa zona de la gran propiedad que se extiende desde el límite norte de Portugal al límite este de Andalucía está la mejor esperanza de la España futura y anida el mayor peligro. La mejor esperanza, si a tiempo se introducen las justas y urgentes reformas. Para lograrlas es urgente acometer con ánimo resuelto la formación de la conciencia de los propietarios. Con levísimas excepciones, la mentalidad del gran terrate­ niente merece calificarse de señorial. Han vivido en conjunto los propietarios ajenos a las exhor­ taciones pontificias y a las enseñanzas de los aconteci­ mientos actuales. Y los conatos de reforma y hasta la buena voluntad de algunos individuos quedaron asfixiados por el ambiente general... Los prelados andaluces han actuado con reiterada insis­ tencia cerca de los propietarios. Unas veces por pastorales colectivas y provinciales. Reuniones se han celebrado de todos los prelados de Andalucía, asistidos de técnicos, para ocuparse exclusivamente de los problemas del campo. Y al campo se dedicó la Semana Social de Córdoba. Han llegado los obispos a una acción más directa e inmediata: a dar personalmente ejercicios espirituales a los propietarios para formar una conciencia social y a reunirlos después en asam­ blea, presidida por la autoridad eclesiástica, para encontrar soluciones posibles a la situación de los braceros. Alentado por la autoridad eclesiástica, un escogido grupo de propietarios firmó el compromiso, que entregó a su prelado,

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de poner en práctica la fórmula salvadora. Mas, a pesar de la innegable buena voluntad inicial, el proyecto no llegó a rea­ lizarse. De justicia es excusarlos, porque ‘no se puede exigir a un patrono o a un grupo de patronos que, adelantándose a su clase, realicen reformas que les creen una dificilísima situación social’ (Quadragesimo anno, 72). Tal fue lo ocurrido en Andalucía. Una oposición colectiva de los propietarios paralizó la acción del grupo selecto. Oportuno será añadir que la mujer, que en la tierra tiene más influencia que en la fábrica, no contribuyó al cristiano impulso” 3 .

Del texto, pues, se deduce una mentalidad señorial y una respuesta negativa al cambio, precisamente porque afecta al sis­ tema de propiedad y a la necesidad de modernización no acos­ tumbrada. Y la excusa que se hace en nombre o con palabras de Pío XI no significa otra cosa que el intento de suavizar un testimonio y un juicio necesariamente negativos. El mismo Angel Herrera lo había igualmente planteado unos años antes y referido directamente a su diócesis de Málaga: “En el campo de Andalucía —yo hablo, naturalmente, de mi diócesis—, la posición de las dos grandes clases sociales, propietarios y braceros, se puede decir qíie es rígida y está­ tica. La organización es insostenible. Es violenta. Un hecho, por citar un caso. ¡Podrían alegarse tantos! En las huertas que rodean a una capital catalana trabajan más de mil obreros pertenecientes todos a uno de los tér­ minos municipales más ricos en olivos que existe en el mundo. ¿Y los propietarios? También ausentes de la tierra. Me dicen que muchos están en la propia Cataluña; otros, en Madrid. Todos comprendéis que tal organización social se encuentra a una distancia astronómica del espíritu del Evangelio. Y del derecho natural y de la tendencia por donde va el mundo moderno. La reforma es urgente...

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El caso de Málaga es más significativo. Debo recordarlo con palabra sincera y, al mismo tiempo, justa y paternal. No quiero acusar a nadie; más bien vengo a excusar. Desde que llegué a Málaga me ocupé de este problema graví­ simo; convoqué a un grupo de propietarios; les di ejercicios espirituales dirigidos especialmente a formar su conciencia social; celebramos durante el curso de dos años numerosas reuniones; ellos reconocieron la verdad de la injusticia y se comprometieron a poner remedio; estudiaron técnicamente el asunto; ofrecieron tres soluciones distintas para mejorar la situación de los braceros, acercar y engranar las dos clases, y en la última sesión incluso llegaron a firmar un compromiso de cumplir los proyectos por ellos mismos elaborados. Que yo sepa, uno o dos han introducido alguna reforma. La asociación intentada fracasó” 4 .

La ilusión y el proyecto parecían buenos, y el fallo se adjudica a la sociedad, a los grupos de presión económica y política, a la tradición y a la educación. Pero lo cierto es que en el punto de partida, más o menos lejano, esta sociedad, estos poderes y grupos de presión y esta política conectan —cuando no derivan— con la Iglesia, con sus instituciones y con su expresión doctrinal y cultural. El papel de una teología pastoral debería ser el de condenar estas posturas, arrepentirse, pedir perdón por el mal realizado o el bien omitido, y poner en pista de acción nuevas ideas, nuevas prácticas y mejores obje­ tivos. Si en 1961 se decía, dentro de la misma Iglesia, que la carta encíclica “Mater et Magistra”, en su tercera parte, era la “Carta Magna de la Agricultura”, no sólo se imitaba el recibi­ miento de la carta “Rerum novarum”, sino que se reconocía de paso e implícitamente la no existencia de esta preocu­ pación urgente e insoslayable; y no porque no hubiera sido antes necesaria.

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AGRICULTURA Y VIDA RURAL EN LA ESPAÑA DE HOY En una primera instancia y sin otra intención que la de hablar un lenguaje común y homogéneo, conviene diferenciar los tres conceptos que más juegan en este tema. Estos tres con­ ceptos, con sus correspondientes expresiones, son: agricultura, campesinado y vida rural; todos ellos de difícil definición y de compleja comprensión. Con referencia explícita a la realidad hispana, parece que los tres deberían utilizarse no en singular, sino en plural. De hecho son múltiples y la singularidad u homogeneización a que se les somete procede, sobre todo, del mundo urbano, de la necesidad de entender como agrario o como rural todo lo que no es industrial y urbano. Sobre todo, porque la ciudad, lo urbano, es, hoy por hoy, el centro de decisión de cuanto ocurre, significa y es la agricultura y el mundo campesino. Lo rural —dirá Mendras— se define como no urbano; y es lo diferente, lo subalterno, lo marginado 5. Y en una relativa­ mente reciente publicación del historiador inglés E. HOBSBAWM, “Los campesinos y la política”, también se define y se concluye de manera parecida: “Esta vaga consciencia de lo ‘campesino’ como subvariedad especial de lo subalterno, de la pobreza, la explotación y la opresión, no tiene límites geográficos específicos... Las gentes pobres o sin tierra de los pueblos pueden conti­ nuar cediendo ante sus parientes ricos, aunque la política y la organización modernas puedan permitiles, como grupo, mayor eficacia que la que tuvieron en otro tiempo. En la medida en que esto es cierto, indica que la política campe­ sina es, posiblemente más que nada, la de los propietarios agrícolas ricos” 6 .

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No parece, pues, existir otra homogeneidad que la im­ puesta, sin contar con su auténtico protagonista. 1.

Agricultura

Para el economista, la definición es clara, puesto que la considera como una forma de producir, una actividad que se circunscribe al llamado sector primario. Es el arte de hacer ala tierra más productiva; las técnicas y los trabajos recompen­ sados con o por las cosechas. Definición, ciertamente; pero alicorta. Porque la agricul­ tura es además cultivo, con todo cuanto eso comporta; y hasta podría señalarse que es “una manera de vivir y de trabajar”, cuya característica más destacada es la lentitud de sus cambios. Da la impresión de no haber cambiado desde la antigüedad hasta una época cercana a nosotros. Y cuando los cambios se dan, no son sincrónicos con los de la ciudad. Esta impresión de estabilidad, de inmovilidad, de len­ titud, se explica fácilmente: contra la incertidumbre de la pro­ ducción y ante la ignorancia de las causas reales de los éxitos o de los fracasos, los agricultores —los protagonistas de la agricultura— esperaban, precisamente porque no disponían sino de la experiencia adquirida que, convertida en tradición, o costumbre, o —como en la ciudad se juzga y conceptúa— rutina, imposibilita para el dinamismo y se decide por la permanencia y la pobreza. “Son muy pobres —escribía AugéLaribé—y no pueden contar sino con ellos mismos” 7. La agricultura en este contexto no conoce el cambio sino cuando le viene impuesto y desde fuera, pese a que alimenta y administra a la ciudad y a la industria las materias primas y los alimentos; pero habitualmente desde una situación domi­ nada. “No forma —insistía el mismo Augé-Laribé— ni los precios y las leyes” ... y “sólo está en situación de poder exigir precios en el momento en que no tiene nada que vender” 8 .

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El testimonio más contundente viene dado por la propia historia de la agricultura: siempre se teje sobre una cronología de las aportaciones, órdenes, llamamientos, que ha recibido de los medios exteriores urbanos, cuando han tenido o tienen necesidad de ella. Y los progresos le son impuestos —o nega­ dos—desde fuera. No participa apenas en la preparación de las leyes. Y las leyes terminan volviéndose contra ella porque son, sobre todo, “leyes fiscales,, 9 . ' Quizás sea éste el único elemento común a todas las agriculturas o formas de agricultura, puesto que nada se presta menos a la generalización que esa inmensa variedad de suelos, climas, culturas, razas, orígenes, condiciones sociales y econó­ micas que hacen de su aparente unidad un mundo múltiple y complejo de muy difícil coherencia. Ciertamente que hoy, y cada vez más a partir de los sesenta, al desaparecer o reducirse diferencias entre campo y ciudad, se vuelven más difíciles las delimitaciones y la iden­ tidad de las plurales agriculturas. Aun así, la homogeneidad continúa siendo más aparente e impuesta que real y nítida. La realidad rural española es un mosaico de regiones, comarcas y pueblos; dentro del país se encuentran todo tipo de suelos, climas, altitudes capaces de generar regímenes agrarios diferentes. Pero además han sido causas históricas, administrativas y hasta psicológicas las que han coadyuvado a una diversidad regional y comarcal plural que llevan a pensar en formas de existencia diversas y en vidas rurales diferen­ tes 10. En este país, donde, según la expresión de Ramos Oliveira, se conjugan “la superabundancia de sol y la escasez de lluvias”, a la simple vista de una carta agronómica hay que distinguir al menos seis regiones, cada una con su agricultura correspondiente y con sus complicaciones y diferencias inter­ nas: 1) la de pastos (en el norte gallego y cantábrico); 2) la vitícola (del NE, Mancha y Andalucía). “El problema agrario

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catalán se encuentra vinculado a la cepa” (R. Oliveira) 11 . 3) la de agrios y productos hortícolas mediterráneos; 4) la cerealicola (predominante en la Meseta); 5) la del olivo (tan ligada al latifundio andaluz); y 6) la de la caña de azúcar y productos tropicales; amén de las múltiples, plurales y diversi­ ficadas situaciones intermedias en las que las formas de pro­ piedad y de arrendamiento, el sistema de trabajo, la alter­ nancia de labores, etc., generan una España campesina pluriforme, controvertida, imposible a la homogeneización indus­ trial y urbana. 2.

El campesinado

Diversas agriculturas dan lugar lógicamente a un también pluriforme campesinado, cuya definición resulta igualmente difícil por lo compleja y variopinta. Casi siempre, a la hora de definir al campesinado, se opta por una definición de la familia campesina 12. Y con todos los riesgos que encierra el definir o delimitar, la definición de familia campesina, en cuanto que rompe el esquema individua­ lista del entorno industrial y urbano, puede resultar útil y más aproximada a la realidad, pese a su rareza. La familia campesina, por tanto, viene definida como una unidad, cuya importancia deriva en parte de la organización familiar y en parte de la vida comunal, con un cierto soporte de continuidad en la idea de tierra, “base material de su rela­ ción social” ; la expresión de la unidad del grupo en la vida económica, con una especial forma de marginación y de pasi­ vidad económica y política (objeto y no sujeto de la actividad económica y política) 13. Pese, pues, a las homogeneidades que proceden de la consideración de la agricultura y de sus protagonistas desde entornos y prismas urbanos, esto es, pese a la consideración de pasividad, apatía, dependencia, dominación y marginación desde estructuras y posiciones industriales y ciudadanas, los *0 índice

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campesinos gozan de una profunda diferenciación interna, de una heterogeneidad en las formas de producir, relacionarse, comportarse colectivamente o enfrentarse, mediante la explicitación de sus conflictos, con el exterior. No es, por tanto, una expresión global, sino “distintas posiciones sociales más los intereses de cada posición, en un momento o en un proceso dados” . Es más, en el mundo de la agricultura conviven o coexisten diferentes grupos sociales agrarios o campesinos, y la naturaleza de cada uno viene deter­ minada por la posición que ocupan en las relaciones de pro­ ducción e intercambio 14 . Unos son campesinos con tierra, con bastante tierra, a los que frecuentemente se les llama grandes agricultores o propietarios; otros, también llamados labradores, cultivan en arrendamiento, aparcería, etc., las tierras de otros; los terceros, por el contrario, son campesinos sin tierra, jornaleros, cuya consideración económica, social y política es distinta, y la historia, lo mismo que el presente, así lo confirman. Los cuartos, por último, se presentan —y la expresión ya es familiar— como “propietarios muy pobres”, con connotaciones reales cercanas o idénticas al jornalero, pero con una base cultural enraizada en la minipropiedad que les sitúa y testimonia como distintos. Son pobres, pero no son proletarios. Hasta políticamente actúan con comporta­ mientos opuestos a los de los jornaleros, a la hora del voto o de cualquier otra opción o decisión sociopolítica. Aun así, según concluye SHANIN 15, la enumeración es corta, estrecha e incompleta, puesto que los campesinos no pueden ser comprendidos o ni siquiera descritos de manera apropiada fuera de su escenario social general. 3.

Las formas de vida rural

Y de la combinación de agricultura y campesinado, de la relación entre maneras de producir y formas de convivencia, nacen las también múltiples formas de vida rural, las especiales *0 índice

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maneras de vivir que, en virtud de todos los condicionamientos descritos, presentan su específica y diferente economía, su acervo de normas y costumbres, singulares y no repetidas, y unas también propias e irrepetibles maneras de relacionarse con el mundo exterior. Comarcas de cultivo y explotación variados dan lugar a formas de vida plurales, de manifestación también diversa en relación con el medio; un medio que se cultiva y se explota no sólo como factor de producción, sino como forma de vivir; resistente a lo adverso, capaz de abnegación, tenacidad o sacri­ ficio, de fuerte sentido concreto y realista; con todo un sistema de actitudes ante la vida; con dirección, eficacia y coherencia internas propias y peculiares, que acaban por cristalizar en verdaderas creencias 16. Ni agricultura, pues, ni campesinado, ni vida rural; mejor: agriculturas, familias campesinas, formas complejas de vivir. La utilización de las generalizaciones como concepto no implican de ninguna manera la homogeneidad campesina o rural. II EL CAMPO COMO PROBLEMA: SU CONCRECION HISTORICA No es, por descontado, un problema nuevo. Lo que necesariamente implica tener en cuenta que no se dieron solu­ ciones o no se dieron con la validez y permanencia necesarias. En el marco que nos cobija suenan especialmente reveladoras las palabras de Castelao en su “Sempre en Galiza” : “Galicia es un país precapitalista, poblado por trabajadores que viven de un mismo jornal que ellos mismos sacan de la

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tierra o del mar... Los campesinos no son obreros ni pa­ tronos. Les llaman propietarios, pero su propiedad no pasa de ser una simple herramienta de trabajo. Así caen mejor en manos del fisco y de la usura. Los campesinos ven al Estado en figura de recaudador de contribuciones” 17.

Y de forma semejante insistía el quizás máximo teórico del nacionalismo gallego desde 1918 a 1936, Vicente Risco: “Galicia es un pueblo de labradores. He aquí nuestra rea­ lidad social. Galicia es un país de población rural y de eco­ nomía agraria. Galicia es campesina por la distribución del hábitat y por los medios de vida... Los labradores (inclu­ yendo los marineros), los paisanos, son aquí, puede decirse, la única clase productora... En resumen: la clase labradora gallega es una clase proletaria, es una clase explotada. Lo que sucede es que la clase labradora gallega no tiene sobre sí, gravitando su esfuerzo y sobre su trabajo, una clase capitalista opulenta y poderosa. País de economía rural y familiar, Galicia no ha llegado aún -para emplear el teoricismo de la escuela de M arx- al estadio capitalista” 18.

Pero no es sólo Galicia o esas otras inmensas regiones también vistas tradicional y estereotipadamente como las re­ giones del minifundio y la pequeña propiedad, que tampoco es sinónimo de buen reparto. También se perpetúa el problema en Andalucía y Extremadura, en Cataluña y Levante, en las tierras del Alto Aragón, de las que fue portavoz Joaquín Costa, o en las huertas de Murcia, cuyos habitantes, los huertanos, quedaron gráficamente y globalmente descritos por el poeta local Vicente Medina 19 . Solamente como un ejemplo más, en este caso desde el Sur, aunque extensible y compartido, el que se recoge en una de las Memorias premiadas en 1904 por el Instituto de Re­ formas Sociales, titulada “Los agravios a la agricultura” :

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“Exceso de contribuciones; escasez y carestía de los medios de comunicación; falta de abonos naturales y precio elevado de los químicos; ensañamiento de la usura por lo escaso de los capitales y ausencia de créditos para los labradores y aun para los propietarios; deficiencias y trabas de la Admi­ nistración Central y corrupciones de la Municipal; negación de la justicia para los más numerosos y falta de amparo para el jornalero, a quien en cambio solicitan y atraen los predi­ cadores de toda clase de violencias; desigualdad de las llu­ vias, productoras de la sequía; atraso e ignorancia de la po­ blación rural; y todo esto agravado por el estado moral y religioso de las clases trabajadoras, por la rutina de los cultivos y por las ocultaciones que los grandes propietarios consiguen al amparo de la extensión de sus fincas, con las que hacen más insoportable la carga de los pequeños, sobre quienes recae el consiguiente aumento de la contri­ bución...” 2 0 .

El talante de la descripción, pese a su conservadurismo, es sangrante; pero no lo es menos cuando el mismo autor, a la hora de concretar los remedios, se limita a lo siguiente, escrito además con contundencia y como la verdadera solución para la tranquilidad patronal, no para la cuestión jornalera o para la crisis del pequeño propietario: “Si queréis resolver la cuestión social, rehaced la moral por medio de la instrucción y la religión, y la agricultura por medio de la química” 2 1.

El problema agrario es un problema endémico, perenne, de crisis auténticamente secular, aunque de profunda comple­ jidad interna. Tampoco conviene ofrecer, como última manifestación testimonial de esta permanencia y de la falta de efectividad en sus soluciones, la afirmación que en 1931 aportaba A. Lera:

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“Porque, ¿qué han hecho los gobernantes, qué han hecho nuestras clases directoras, por resolver ese problema social que tan a menudo ha presentado caracteres violentos en nuestros campos? Pues han pronunciado miles y miles de discursos; han abierto informaciones públicas a centenares; han dispuesto el envío de comisiones de estudio; han publi­ cado en lindos folletos los estudios de esos sociólogos y los resultados de aquellas informaciones; han abierto concursos y premiado memorias. Y cuando las masas proletarias campesinas se han agitado, cuando han hecho público su malestar y su miseria, que no se remediaba con aquellas cosas, los gobiernos han enviado a los pueblos rurales, agi­ tados por el desasosiego del hambre, no ya comisiones de estudio, sino fuerzas del ejército y de la guardia civil” 2 2 .

Todo quedó, como Fontana ha escrito, en retórica —esto es, en denuncia de los males sin el esfuerzo idóneo por cam­ biarlos— e informismo, repetición de encuestas, publicación y consecuente archivo de las mismas 2 3 . Por la misma época, el profesor Flores de Lemus, en un célebre y ya clásico artículo en la revista “El Financiero”, en 1926, lo recogía y condenaba de forma similar: “Lo principal quedó, sin embargo, al cuidado de la pro­ videncia divina, que con tanta frecuencia ha venido sustitu­ yendo en nuestra historia a la prudencia del gobierno” 2 4 .

Estas pequeñas muestras testimoniales de una problemá­ tica no resuelta, al menos no eficazmente, permiten, aunque someramente, señalar con mayor conocimiento de causa los que continúan siendo problemas más inmediatos y preocu­ pantes del mundo rural; problemas que se señalan sin otro objetivo que su elemental recuento para más tarde poder precisar tanto su raíz y desarrollo como sus más inmediatas consecuencias.

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En una síntesis forzada podrían reducirse a los siguien­ tes 2 5 : 1) La propia insuficiencia del medio natural, debida a la mala calidad de las tierras, a deficiencias climatológicas o tipo­ gráficas, o al mal aprovechamiento o dedicación y cultivo de las mejores. 2) La escasez e inadecuación de transformaciones téc­ nicas: regadíos insuficientes, débiles o nulas tasas de inver­ sión, mecanización, abonado y tratamiento químico irregu­ lares, irracionales, imprecisos o tardíos. 3) Débil desarrollo de la ganadería, o falta de técnicas, medios, voluntad e interés para lograr la vital complementariedad con la agricultura, frente a la tradicional, rutinaria o contraproducente solución unilateral. 4) Desigual distribución de las explotaciones, frecuente y normalmente ajena a las necesidades del consumo, a las previsiones de futuro o a las exigencias de comercialización. 5) Sistema antieconómico e injusto de propiedad, el mal reparto, que motivan y condicionan el valor de la tierra y su creciente plusvalía. 6) El exceso de población activa agraria, típico de pue­ blos pobres o subdesarrollados que viven o malviven del campo, con frecuencia sometidos a límites de subsistencia. 7) La baja capitalización agraria: la tierra es considerada más como bien seguro que como bien productivo. Sus altos precios y su consideración de riqueza estable impiden inver­ siones de mejora, en favor de consideraciones de prestigio, permanencia, seguridad frente a las crisis.

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8) Los deficientes sistemas y cauces de comercialización, controlados desde fuera, sometidos a intereses de interme­ diarios y organizaciones multinacionales, que arruinan mer­ cados comarcales o regionales idóneos para sacar al campo su beneficio y distribuir éste con cierta equidad. 9) El retraso educativo y cultural, que impide el des­ arrollo global del campesinado, la cualificación laboral agraria, el incremento de las productividades y el paso a una agricul­ tura moderna y tecnificada. 10) cortedad o inoperancia de la política económica y social agraria, en primera instancia subordinada a las exigencias de la industria y más adelante volcada antes en intereses de la gran propiedad o en mecanismos de respuesta a ciertas posi­ ciones que puedan alterar en exceso el mal llamado “orden público”. Como síntesis: el campo y los campesinos continúan marchando más despacio, en posición de lentitud y de re­ traso, en el conjunto de la actividad y de la vida económica. Hay que luchar, por tanto, en favor de la afirmación nueva del cambio necesario, lo que exige un análisis de las causas o factores del mal, una comprensión y explicación pro­ funda “in situ” del campo, del campesinado y de sus pro­ blemas, y un compromiso, de decisión o de lucha, centrado en una praxis, en una opción por el cambio.

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29 III

IMPORTANCIA Y TRASCENDENCIA DE LAS FORMAS DE PROPIEDAD DE LA TIERRA EN LA CONFIGURA­ CION DE LAS SOCIEDADES CAMPESINAS En 1748 publicaba Montesquieu por primera vez en Gine­ bra su trascendental y definitoria obra “El espíritu de las leyes” ; obra que en sólo año y medio llegaría a alcanzar en Francia y fuera de ella veintidós ediciones. Allí se trataba de ofrecer la base teórica para justificar la marcha de la política liberal al hilo y en conexión con el nuevo orden económico: el orden burgués, y su base, la propiedad privada. La afirma­ ción de Montesquieu es definitiva: “En cuanto los hombres renunciaron a su independencia natural para vivir bajo leyes políticas, renunciaron a la comunidad natural de bienes para vivir bajo leyes civiles. Las primeras leyes les concedieron la libertadlas segundas, la propiedad” 2 6 .

Y va a ser ésta, la propiedad, la que siempre, pero más en la época contemporánea en que su medición jurídica resulta más exacta, condicione los asentamientos y colabore a la humanización del paisaje dentro del cual los grupos humanos producen y conviven. Claro es que, al menos sociológicamente hablando, que no éticamente, la propiedad genera en des­ igualdad, rompiendo ese principio tantas veces referido y abundantemente comentado desde los Padres de la Iglesia hasta las encíclicas actuales, de que la propiedad fue la vía más idónea para que los bienes llegasen a todos 2 7. Los pro­ pios Padres de la Iglesia se dividen respecto al tema, y en la documentación eclesiástica contemporánea parece insistirse en que los bienes son por naturaleza comunes, dejando a la wT> índice

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propiedad, y consiguientemente a los propietarios, la cate­ goría de administradores. En síntesis, lo que importa ahora indicar es que la pro­ piedad genera desigualdad, rompe la convivencia, provoca situaciones injustas e impide o dificulta la realización ideal de la igualdad conforme al criterio evangélico. 1.

Doble visión de la propiedad

Si se acepta una primitiva convivencia gracias al disfrute común de los bienes, parece lógico y claro que la propiedad es el principio teórico para conseguir una distribución equita­ tiva, es en la práctica la vía jurídica que justifica la injusticia, el mal reparto y los problemas sucesivos. En nombre del derecho de propiedad y mediante su uso o disfrute indebido se está a diario impidiendo que otros —los más— alcancen el disfrute de ese derecho universal, general e irrenunciable. Una rápida mirada a la pasada historia ofrece un elenco de constituciones liberales y democráticas que manifiestan la protección eficaz de los derechos naturales e inalienables del hombre, y siempre insisten y concretan: libertad, pro­ piedad, seguridad y resistencia a la opresión. Pues bien, es la propiedad el principio más profundo y universalmente defendido al respaldo de un código civil, individual, liberal, el código napoleónico que, en conexión con los principios del derecho romano, va a definirla como disponibilidad de lo propio conforme a personal criterio: derecho, por tanto, absoluto, nuevo, sagrado, inviolable. En la base, en la fuente, en el origen de esta defensa de la propiedad y como punto de partida está la propiedad de la tierra, que se convierte en la causa fundamental de las formas de asentamiento, concentración y dispersión humanas. La propiedad de la tierra es la piedra angular de los asenta­ mientos 2 8.

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Y así, si se observa una población dispersa, se puede casi asegurar o testificar una propiedad muy repartida; y si, por el contrario, la población aparece concentrada es también porque la propiedad resulta concentrada en pocas manos, bien se trate de particulares o instituciones. Y aunque originariamente el asentamiento responda a razones múltiples —ríos o valles, conquista o defensa, segu­ ridad y conexión con el exterior—, la permanencia, el creci­ miento o el desarrollo del núcleo de asentamientos siempre aparece condicionado —o determinado—por el tipo de reparto, por las formas de apropiación de la tierra. Linderos, mojones, caminos, exteriorizan la extensión y la distinción de las propie­ dades, la diferencia entre el “m ío” y el “tuyo” . Cuando la tierra deviene escasa, su utilidad crece y la pro­ piedad se vuelve más importante hasta convertirse en una manifestación paralela o idéntica de poder. La tierra es el primer bien sometido a las leyes constantes de oferta/demanda y, por ello, condiciona, en su propia base y en su misma esen­ cia, la configuración de las sociedades campesinas 29 . 2.

Propiedad de la tierra y sociedades campesinas

La propiedad ha sido, de hecho, no por naturaleza o nece­ sidad vital, el condicionante de los asentamientos. El espacio rural deviene, pues, a través de la propiedad, en bien econó­ mico, útil y escaso, capaz de usos alternativos no sólo por razones o exigencias técnicas o sociales, sino por imperativos varios, normalmente de tradición, de prestigio o de mercado. Cuando el grupo humano se asienta en un trozo de terreno y lo convierte en paisaje, lo hace según las normas de utilización del suelo y de acuerdo con unas técnicas y una organización social; organización que depende de las formas de apropiación de que se parte. La propiedad, en expresión de Mendras, destaca porque no es sólo una fuente de riqueza, sino porque “el suelo es a la

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vez su material de trabajo y su instrumento de producción”. En función del suelo, el campesino convive con sus vecinos en la aldea o pueblo, donde, bajo la aparente uniformidad del género de vida, goza o sufre la diversidad y complejidad nece­ sarias en lo familiar, económico, sociad, político y cultural. La organización social y la misma estratificación depen­ den de las formas de apropiación. La propiedad del suelo lo condiciona, por tanto, todo: economía, relación, familia, hijos, futuro, etc. Y nacen así, por aquello de que la propiedad y el usu­ fructo no son unívocos, múltiples o plurales formas de orga­ nización. La propiedad condiciona o crea las sociedades agrarias. Y en este sentido, y sin que esto suponga una clasificación definitiva, los tipos básicos de sociedades agrarias podrían delimitarse así 3 0 : a) Sociedades agrarias de estructura tradicional. Son sociedades con altos índices de integración social, con gran variedad de tipos de propiedad de la tierra, eco­ nomías familiares más cercanas a veces a la pervivencia que a previsiones empresariales. Predominan aquí labradores de propiedad mediana o pequeña, granjeros y arrendatarios que tienen a su servicio a un determinado y eventual número de jornaleros, o a otros propietarios de su misma tesitura, en los momentos de siembra y cosecha. En este tipo de sociedades destaca, pese a la importancia y trascendencia de una emigración endémica, una especial reli­ gación a la tierra, un grado notable hacia el exterior de igual­ dad social en un entorno ganado, dominado o sometido al “fetichismo de la propiedad privada” .

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b) Sociedades de latifundio o de gran propiedad. Ocupan en España gran parte de las tierras del Sur y del Oeste, y se especifican o caracterizan por una preferencia de actividades ganaderas, cultivo extensivo (monocultivo) y grandes zonas forestales, que facilitaron inicialmente este tipo de reparto y la permanencia de propiedades concentradas en fincas de centenares de hectáreas. La concentración de tierras en grandes propiedades posi­ bilitó y exigió la concentración agro-urbana de un elevado número de jornaleros, casi toda su población activa, sometidos a un paro estacional endémico que se vuelve definitivo cuando llega la mecanización: el tractor, la cosechadora o los arboricidas y herbicidas que sustituyen labores de arada, escarda, siega o cosecha. A partir de aquí, y cuando la propiedad se convierte en empresa, nace la especialización agraria y se da el paso a la sociedad de agricultura moderna. Allí, en las sociedades de gran propiedad, la estrati­ ficación social resulta drástica y conflictiva, incapaz de integrar a “señoritos” y “amos” con “jornaleros” y “braceros”, y se sigue esperando, máxime en estos momentos de crisis global, una reforma agraria económica y socialmente válida. c) Sociedades de agricultura moderna. Aquellas en que, a consecuencia del desarrollo econó­ mico y urbano más reciente, se ha hecho inevitable el paso a una economía de mercado, la creación de empresas agrarias, seguidas, vinculadas o complementadas con otras de trans­ formación, conservación o comercialización, conforme a las necesidades y competencias del mercado nacional y exterior. De hecho, hacia esta meta se camina, aunque en los úl­ timos años se plantea este ideal como controvertido. Cuando así ocurre, el campo se plantea, una vez más, provocando o

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produciendo un excedente humano, un nuevo incremento del paro. Las agriculturas tecnificadas conforman sociedades agrarias nuevas donde modernización y urbanización terminan por confundirse. Hoy por hoy, un ideal y un reto 31.

IV ESTRATIFICACION SOCIAL Y CONFLICTIVIDAD CAMPESINA EN LOS ENTORNOS AGRARIOS Cualquier grupo humano, aun el más decidido y con­ vencido del igualitarismo social, mantiene dentro de sí valores, posturas, ideas y motivos, así como ocupaciones, tradiciones y papeles, que dan lugar a diferencias internas y lo presentan hacia fuera como complejo, múltiple, dividido, cuando no enfrentado. Este es el origen de la estratificación social; y esto pro­ voca la consideración de los estratos -léase estamento, clase o grupo— como una constante en la que sólo cambian los que ocupan uno u otro a través de la llamada movilidad social La necesidad de que existan diferentes papeles en la so­ ciedad se combina con una valoración desigual de esos papeles. Y es entonces cuando las diferencias se convierten en des­ igualdades, donde las formas económicas dominantes dejan su impronta hasta convertirse en tradición, en permanencia 3 2. En el mundo, o en los mundos campesinos, sucede lo mismo, pero con un agravante. En ellos se confunden habitual­ mente las dimensiones sociales acostumbradas. En la vida rural se confunden clase, status y hasta partido; se observa una reli­ gación profunda, con frecuencia difusa, entre el tener y el poder, y entre éstos y el status o condición social heredada.

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Pero, siempre, lo que adquiere valor de base, de denomi­ nador común, en cualquiera de las formas de estratificación campesina, es la importancia, ya descrita, de la propiedad. Esta define el poder económico, social y político de sus dueños, o se constituye en fuente de prestigio local y de poder en el exterior. Un poder que cuando se le ha querido calificar en negatividad ha sido tildado como “poder caciquil” . Desde esta consideración de la propiedad resulta más accesible el puesto de control o de decisión social y aun la interpretación arbitraria, caprichosa o interesada de la misma ley general o común. En este sentido, tiene carácter modélico la descripción que hace Caro Bar oja de la estratificación social del muni­ cipio de Bujalance: “Hoy los habitantes de Bujalance se consideran a sí mismos divididos en tres clases sociales, a saber: — R ic o s. A esta clase -según el pueblo- pertenecen, de un lado, el ‘señorío’, es decir, los propietarios; de otro, todos los que tienen una carrera universitaria: abogados, médicos, farmacéuticos, etc. — G e n te m e d ia . Son considerados tales ‘los que trabajan para sí’: pequeños menestrales e industriales, como carpinteros, esparteros, albardoneros, y los propietarios que cultivan tierras o parcelas con dos o tres yuntas. — J o rn a le ro s. A esta clase pertenecen los que trabajan para otros. Es la más numerosa y su vida se desenvuelve de manera precaria. Es decir, que nos encontramos con una estructura social típicamente mediterránea, en la que no existe ni mucha división del trabajo, ni posibilidades de que se desarrollen las pequeñas actividades individuales, como ocurre en el Norte” 3 3 .

Esos que no son ricos ni jornaleros, la gente media, tra­ tará de conectar hacia arriba: o con los propietarios, o con la ciudad, a la que ansian directamente o a través de sus hijos.

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En el escalón inferior, aunque netamente diferenciados en razón de la misma propiedad, quedan los jornaleros y los propietarios muy pobres; éstos, más conservadores, sumisos y resignados, puesto que creen tener algo que perder. Así, pues, el esquema es aparentemente sencillo: TIERRA - PROPIEDAD DE LA TIERRA - RIQUE­ ZA - ESTRATIFICACION SOCIAL: una relación íntima, aunque ni sencilla ni directa. Hasta tiempos o momentos muy recientes o cercanos, la drástica diferencia no partía tanto de la toma de conciencia o de la conciencia de clase cuanto de la diferencia real rico/pobre. Y, lógicamente, la diferenciación interna y una estratifi­ cación que atestigua, confirma e incrementa la desigualdad, genera conflictos tanto internamente como hacia afuera. El problema básico del campesinado reside en equilibrar o adecuar las demandas del exterior con las necesidades del aprovisionamiento familiar. El dilema está en aumentar la producción o en reducir el consumo. Pero cuando la pro­ piedad es escasa o nula, o cuando faltan las condiciones para una capitalización, siquiera sea mínima, y no existe o es anémica o desdibujada la política económica y social de cobertura, no queda otra salida que la reducción del con­ sumo, el empobrecimiento campesino hasta niveles sangrantes de pervivencia, o la revuelta, la huelga, la revolución agraria, que son el mecanismo destructor y testigo negador de la eterna “pasividad campesina” , tantas veces aducida y tan farisaica­ mente interpretada. Las revueltas campesinas han sido, a lo largo de los siglos, las manifestaciones brutales y casi siempre sangrientas correla­ tivas con las malas cosechas, las crisis de subsistencia, las rece­ siones económicas y las crisis políticas consecuentes. El paso de la revuelta a la revolución agraria tuvo histó­ ricamente en su base la toma de conciencia de la injusticia personal y colectiva; la fuerza del número, cuando son muchos los que padecen o comparten situaciones de desastre; la ideo-

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logia naciente que fuerza a “tomarse la justicia por su mano” ; el societarismo agrario y la lucha en pro de un paraíso de bienestar a partir del lema “la tierra para quien la trabaja” 34 . El paso de la revuelta agraria a la revolución campe­ sina, constante, progresiva, creadora, es la nueva forma de expresar la conflictividad y el dinamismo del sector; una forma más racional, mejor pensada, ordenada con coherencia y estrategia; una revolución que parte de un movimiento previo, producto de una ideología, y que supone la reacción colectiva contra una situación permanente e insuperable de miseria para aquellos que sufren la peor parte 3 5. Cuando esta situación de pobreza es unánime y com­ partida, se convierte en conciencia común y provoca unos movimientos campesinos coordinados y organizados, con medios y métodos para lograr sus fines. El pos handicap que el mundo campesino o las socie­ dades agrarias en general experimentan, es su propia división interna, su falta —por individualismo, se dice—de polarización social, su impotencia para la resistencia como forma de pre­ sión. En la historia de la agricultura se observa con cierta fre­ cuencia esta división interna, coyuntural o permanente. Los grandes propietarios se quejan del estado de postración de la agricultura, conviven y conectan con la fuerza de la industria y el comercio, para arrancar beneficios al poder mediante leyes que se administran particularmente. Pequeños propie­ tarios y jornaleros, de características económicas similares, cuando no idénticas, se distinguen y hasta se oponen al in­ tentar soluciones que no son interpretadas como igualatorias, suponiendo que en el punto de partida sea la igualdad lo que se busca. En resumen, el propio retraso de la agricultura y de la organización y vida agrarias impide planteamientos, respuestas, decisiones homogéneas, unívocas y eficaces. Por ello, con demasiada frecuencia, el recurso o la válvula de escape frente *0 índice

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al conflicto, ha sido y pretendería seguir siéndolo, de no contar con el estorbo de la crisis, la huida, el abandono, la emigración técnicamente justificada y, cuando ya no tiene remedio o no es solución real, lamentada. V DEL CAMPO A LA CIUDAD Y... DE LA CIUDAD AL CAMPO: EXODO Y RETORNO MIGRATORIOS No es el momento ni el tema fundamental aquí y ahora. Pero es un derivado sustancial de la vida rural ayer y hoy. Cuando se habla de agricultura y del campesinado, la emigra­ ción es esencial e inequívocamente presente. El mundo rural es el depósito de reserva para el resto de actividades alo largo de la historia antigua y reciente 3 6 . No se trata, pues, de analizar con detención el fenómeno migratorio; pero sí indicar que: 1) El factor que aparece como condicionante inmediato del éxodo es la presión demográfica. 2) Los capitales, generalmente, caminan en sentido in­ verso a como lo hacen los hombres. Téngase en cuenta que cuando la emigración humana crece a lo largo del siglo XX, desde pueblos atrasados hacia focos de desarrollo y de riqueza, suele darse, casi sincrónicamente, el fenómeno contrario: el trasvase de capitales desde los pueblos más ricos hacia los menos desarrollados en busca de “paraísos” de inversión. Se trata de una marcha o de una faceta de marcha más interna­ cional que puramente interna. Y de esta forma la pérdida de las zonas pobres, de las zonas, regiones o países rurales, a medio y largo plazo, cuando

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no también a corto, es doble: de hombres capaces de rendir a cambio de precios bajos, y de beneficios económicos infre­ cuentes o más arriesgados en el país originario. 3) Esto permite concluir y obliga a tener en cuenta que emigrar no es casi nunca una opción voluntaria, pese a su consideración jurídica de libre; sino una manifestación de so­ ciedad o grupo marginados, una necesidad vital y urgente, una imposición, una coacción oculta o manifiesta. Es el abandono de un medio conocido y el encuentro con otro desconocido y con cierta frecuencia hostil. 4) Los trasvases de población, los éxodos, responden en sí o como consecuencia a los intereses de los grandes Estados o de las grandes empresas receptores, aunque de momento parezcan solucionar urgencias y necesidades peren­ torias. Son trasvases desde pueblos y de gente pobre a zonas y pueblos ricos, y viven los emigrantes en su llegada todos esos inconvenientes y shocks que eufemísticamente se engloban como “marginación” 3 7. Parece que se convierte en emigrante, al menos predomi­ nantemente, todo aquél que no encontró otra opción o salida. Prueba de ello es que se mantiene el interés por la vuelta o se sustituye por la esperanza de una ganancia o mejora econó­ mica. 5) Habría que responder a otro interrogante, al que el mundo rural se encuentra acostumbrado. La siempre sobrante mano de obra campesina recurre al éxodo como al cauce, ala salida del desarraigo al que el propio lugar le fuerza: primero, al éxodo cercano, de ida y vuelta; luego, a otro más lejano, también de ida y vuelta, pero más distante, o solamente de ida. A “hacer la América” , se decía en los comienzos de siglo 3 8.

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Luego, en los años sesenta, se vio que el llamado “mi­ lagro alemán” , por ejemplo, tenía ciertas explicaciones o aproximaciones, inmanentes, racionales, que pasaban con frecuencia por una generalización del trabajo marginal, mal pagado en su contexto, inseguro, hasta el posterior abandono y expulsión, también eufemísticamente llamado “retom o”, cuando ya ese emigrante no resultaba necesario. Aun cuando el emigrante se instale en la idea de no volver, será incrementando barrios suburbiales y marginados de ciudades de extrarradio, en espera de la acumulación de ahorro que le autofirme como triunfante. El desarraigo más grave, por tanto, es el que nace del entorno económico y social de que se parte. La escasez de tierras y trabajo, la dependencia creciente, la sumisión global y progresiva, la ruina de la pequeña explotación, etc., provocan el abandono, incrementan la desagrarización —tan temida y tan poco evitada desde los grupos de presión que controlan capital y poder— y convierten el medio rural en un lugar crecientemente inhóspito, donde no parece quedar otra pre­ sencia que la de los viejos, incapacitados para irse o arrepen­ tidos de no haber marchado a tiempo. 6) Y, finalmente, si se contempla al campesino que emigró a la zona urbana, se confirma esa tesis, quizás negativista y crítica, de la segregación social de la ciudad, la gran máquina de engaños, anuladora de relaciones personales y directas que, pese a todos y a todo, se planifica, se ofrece o se impone como conjunto de bienes imposibles de tener y disfrutar, si no se vive en ella y con ella. Es en sí, más que cualquier otro colectivo, el reflejo de la división social que la provoca. Más allá del centro, de los barrios elegantes de lás zonas residenciales, sin una previsión urbana racional y aprovechable, el proletariado obrero y el alud campesino que trata de abrirse camino en profesiones sin especializar, se hacina en barrios malsanos, malamente

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ganados ai campo, que han sido y quizás todavía son paraíso económico de inversores ávidos de ganancias inmediatas. Son los habitualmente llamados barrios o ciudades/dormitorio. Se dice, por fin, que la crisis general, real y psicológica que se padece, pero que no se comparte igualitariamente, está exigiendo una re-ruralización. ¡Ojalá no se haga —y a la utopía todos tienen derecho— de manera igualmente impro­ visada, y menos aún, como sigue siendo costumbre, con ilusión y posibilidad de beneficio personal y lucrativo para grupos acostumbrados a aprovechar, a costa de otros, cual­ quier oportunidad de ganancia excesiva y poco clara!

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NOTAS

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4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

13. 14. 15. 16.

17. 18.

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19.

20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28.

29. 30. 31.

32. 33. 34.

35. 36.

Va existiendo ya una abundante bibliografía en torno a estos temas, entre la que destacan las rev. AGRICULTURA Y SOCIE­ DAD, ESTUDIS D' HISTORIA AGRARIA, RECERQUES, etc. y un conjunto de tesis doctorales regionales o locales que co­ mienzan a servir para una primera y todavía débil síntesis global. INSTITUTO DE REFORMAS SOCIALES: El problema agrario en el Mediodía de España, Madrid 1904, p. 10. Ib ídem. A. LERA: La revolución campesina, Madrid 1931, pp. 105-106. J. FONTANA: Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX , Barcelona 1973, último capítulo. A. FLORES DE LEMUS: Sobre una dirección fundamental de la producción rural española, en EL FINANCIERO, 1926, pp. 406-7. J. SANCHEZ JIMENEZ: Del campo a la ciudad, pp.8-9. I. MONTESQUIEU: El espíritu de las leyes , Madrid, Tecnos, 1972. J. RUIZ-GIMENEZ: La propiedad, Salamanca 1962. J. SANCHEZ JIMENEZ: Las luchas por la propiedad privada y su influencia en la organización de la sociedad , en DOCUMENTA­ CION SOCIAL (40) Julio-septiembre de 1980, pp. 47-84. Ib ídem. S. GINER: La estructura social de España, en HORIZONTE ES­ PAÑOL, 1972, t. II, París 1972. C. VELSCO MURVIEDRO: El pensamiento agrario y la apuesta industrializa dora en la España de los cuarenta, AGRICULTURA Y SOCIEDAD (23), 1982, pp. 233ss. R. STAVENHAGEN: Las clases sociales en las sociedades agrarias, México 1969. J CARO BAROJA: Razas, pueblos y linajes, Madrid 1957. E.J. HOBSBAWM: Rebeldes primitivos, Barcelona 1967. H.A. LANDSBERGER: Rebelión campesina y cambio social, Barcelona 1978. J. SANCHEZ JIMENEZ: Del campo a la ciudad. S. GINER y J. SALCEDO: Un vacio teórico: la explicación causal de la emigración, en AGRICULTURA Y SOCIEDAD (1), 1976, pp. 113-126. L. MALASSIS: El papel de la agricultura en periodo d,e re cesión económica e inflación, en AGRICULTURA Y SO­ CIEDAD (1), 1976, pp. 95-112.

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F. MARSAL: H a c e r la A m é r ic a , B io g ra fía d e un e m ig ra n te , Barce­ lona 1972.

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LA URGENCIA DE UNA POLITICA AGRARIA: PRESUPUESTOS, PROBLEMAS Y O BJETIVO S

JAVIER LOPEZ DE LA PUERTA Empresario agrario

Una profunda duda sentí cuando se me invitó a dar esta conferencia, en función de mis limitaciones personales. Mi amistad con el presidente de Cáritas y el afecto y admiración por la labor de esta Institución, así como el interés de poder exponer y contrastar mis criterios en estas Jomadas, la disiparon y acepté, no sé si imprudentemente. He de advertir que esos criterios se han forjado más en vivencias que en estudios científicos. El tema que voy a desarrollar, considero que es de gran actualidad e interés, aunque corra el riesgo de caer en el tópico de que los agricultores y ganaderos siempre que exponemos nuestros problemas lo hacemos en términos de quejas. Para mí lo importante es ver si están justificadas. Lo expondré con responsabilidad personal, sin condi­ cionamientos de ningún tipo y con la mayor objetividad, ya que todos los datos son de fuentes oficiales y los hechos, repito, son vivencias personales.

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El método que voy a utilizar es tan simple como lógico. En primer lugar haré una descripción de los datos y hechos que considero justifican la siguiente afirmación. La agricultura, la ganadería y el sector forestal, en Es­ paña, con excepción de pocos productos, están afectadas por una crisis, a mi juicio, muy grave, muy superior a la de los demás sectores económicos, y que además pone de mani­ fiesto el posible incumplimiento del artículo 130 de la Consti­ tución y de la política agraria aprobada por el Congreso de Diputados el día 6 de junio de 1979. Como complemento de este análisis, sin intención de presentar denuncias personales ni institucionales, pero sí con el ánimo de hacer una crítica constructiva en términos ade­ cuados, comentaré tanto las consecuencias como las causas que, a mi juicio, determinan esta situación. Por último, con el objetivo de realizar una aportación personal a un mejor futuro del sector agrario, expondré una serie de criterios personales que, a mi juicio, pueden ser inte­ resantes. Y la gravedad de la situación es un hecho no sólo sentido por la población activa agraria, sino reconocido desde posi­ ciones muy distintas de nuestra sociedad. Con este prólogo, necesario, quiero entrar en el análisis de aquellos hechos y datos que, a mi juicio, justifican esta realidad. Aunque parte de ella pueda estar enraizada en el tiempo en los años anteriores a 1975, es desde esta fecha hasta el día de hoy el plazo de tiempo en el que se desarrollan una serie de acciones y circunstancias que provocan esta situación. Este plazo, para que la información sea clara y objetiva, hay que contemplarlo separando lo ocurrido por causas externas al sector, como la crisis energética, y circunstancias climatológicas, de las que están enraizadas en actuaciones políticas y humanas.

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Un elemental sentido de la imparcialidad, que además de proporcionarme tranquilidad puede hacerme merecedor de un mayor grado de credibilidad, me obliga a decir que la resultante actual no está vinculada con exclusividad a una serie de hechos contrarios a los intereses de los agricultores y ganaderos. Más bien deben ser interpretados como una cuenta de resultados, en la que hay que anotar una serie de asientos que han incrementado nuestro activo pero también otros que han provocado una disminución del mismo mucho más sensible. La relación de Hechos Positivos más significativos, a mi juicio, es la siguiente: 1) Desde 1975 a 1982, el campo, en su más amplio sentido, con una participación aproximada de un 51 por 100 de la producción agrícola y de un 40 por 100 de la gana­ dera, incrementa su productividad por persona ocupada en unos niveles superiores al del último quinquenio, 1970-1975, y a la de los demás sectores. 2) La producción final agraria tiene un crecimiento importante en términos reales, que se acentúa fundamental­ mente en los años 1976, 1978, 1980 y 1982, pasando de 719.000 millones en 1975 a un billón ochocientos veinte y siete millones en 1982. 3) Estas producciones hacen posible un nivel de autoabastecimiento alto y tienen incidencia positiva en la balanza comercial agraria. 4) Por su repercusión en la renta per cápita, que no presume un olvido personal de sus consecuencias sociales, hay que reflejar los datos estadísticos de la reducción de la población activa agraria, facilitados por el I.N.E., de dudosa credibilidad, que nos sitúan a un nivel medio de un 17 por 100 de población activa, con una gran diversidad regional, como es el caso de Galicia, con un 43 por 100, pero con un desnivel peligroso bajo el punto de vista competitivo con la C.E.E., en la que el índice de población activa agraria es de un 8 por 100.

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5) Sin llegar a la situación óptima que pueden provocar los reglamentos de productos agrarios, que permitan a los titulares de explotaciones agrarias desarrollar planes a corto, medio y largo plazo, en los últimos años se han publicado algunos y las fechas de publicación de campaña han mejo­ rado sensiblemente. 6) Las ayudas prestadas al sector, tanto en mecaniza­ ción como en instalaciones que faciliten la comercialización de productos agrarios, así como las que se han dado para paliar los efectos de la sequía o la crisis energética. 7) Actuaciones en materia de concentración parcelaria y las ayudas y promoción de nuevos regadíos. 8) Los trabajos de la Administración: mejoras produc­ tivas y de sanidad (D.G.P.A.), investigación y divulgación (I.N.I.A.), red general contable y de datos estadísticos (S. G.T.), etc. Hechos Negativos. Con el mismo método y objetividad, relaciono seguidamente los que, a mi juicio, han tenido una mayor incidencia: a) La evolución de los precios percibidos y precios pagados por los agricultores, tan negativa como la que se deduce de los datos siguientes: . Sobre la base 100 en 1976, la relación de unos y otros crece en un más 14,6 por 100 en 1977, en un 1,48 por 100 en 1978, adquiere un sentido negativo a partir de 1979 y en la actualidad está a un nivel de un 84,7 por 100. Tan expresivos como estos datos anteriores, y aún más clarificadores, pueden resultar los siguientes índices de incre­ mento de algunos precios percibidos y pagados por los agricul­ tores, referidos a noviembre de 1982.

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Cereales Patatas Cultivos indus. Vino Aceite Vacuno Leche

196 194 187 206 211 194 194

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Fertilizantes Piensos Mecanización Gasóleo Conservac. maquin. Salarios

244 187 376 457 320 269

o/o o/o o/o o/o o/o o/o

En contraste con la Comunidad Económica Europea, los incrementos de precios percibidos por los agricultores y gana­ deros son superiores o iguales a los pagados por los inputs, y con los antecedentes históricos en España, que a lo largo de veinte años, del período 1953-1973, el índice de precios perci­ bidos creció a una tasa media anual acumulativa del 6 por 100 y la de precios pagados del 4 por 100. b) Las importaciones poco objetivadas, con gran inci­ dencia en los precios percibidos por los agricultores y sin un reflejo proporcional en los precios al consumo. c) Una política de control de precios muy estricta en el sector productor y mucho menos controlada en el consumo. d) La falta de un control eficaz en la calidad, tanto de los productos consumidos por los agricultores y ganaderos como en el de las materias primas transformadas. e) Una política que yo llamo institucional y que, a mi juicio, resulta insatisfactoria en temas tan importantes como los de: — Cámaras Agrarias. — Participación de las organizaciones profesionales agrarias en los órganos de decisión. — Y que tiene su más claro y reciente exponente en el decreto que crea el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimen­ tación, en el que han privado los intereses de carácter corpora­ tivo sobre los de los agricultores y consumidores.

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Consecuencias De todos estos hechos y datos se derivan las siguientes consecuencias negativas: 1) Evolución de renta. Sobre este tema se han producido declaraciones que parecen contradictorias y que considero deben quedar claras en este acto. Es cierto que las rentas del sector agrario han crecido desde 1975 a 1982. Pero no lo es menos que ese crecimiento ha sido inferior al de los otros sectores, provocando una baja en la relación entre ellos mismos situándose en la actualidad a un nivel de un 30 por 100, lo que presenta un 5 por 100 menos de la relación existente e n l 9 7 5 y u n l 0 por 100 menos de la que se alcanzó en 1978. Las cifras son tan elocuentes que hacen innecesario cual­ quier comentario, pero esto significa que vía precios se han transferido rentas del sector agrario a los otros sectores pro­ ductores. 2) El endeudamiento evoluciona de la siguiente forma: en 1975 las deudas del sector eran de 296.000 millones de pesetas, y en diciembre de 1981 alcanzan la cifra de 815.432 millones, y es muy posible que en la actualidad habremos sobrepasado el fatídico listón del billón de pesetas. 3) Los gastos de fuera del sector han pasado de 221.000 millones de pesetas, en 1975, a una cifra que supera los sete­ cientos cincuenta mil millones de pesetas, en 1982. 4) Las disponibilidades empresariales han crecido en cifras bajas, por lo que el poder adquisitivo de los agricultores ha disminuido sensiblemente, y su participación en la distri­ bución funcional de las rentas ha decrecido. 5) El número de empresas inviables ha crecido en cifras alarmantes, poniendo a muchos agricultores y ganaderos por cuenta propia, o explotaciones familiares, en una economía de subsistencia.

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6) La demanda de inputs, fundamentalmente a partir de 1981, ha ido decreciendo de forma tan alarmante que hace temer una ruptura en la linea positiva que la productividad del sector agrario estaba teniendo. Cifras que confirman la afirmación anterior, pueden ser las siguientes: En 1980 se inscribieron 33.460 tractores; en 1981, la cifra total fue de 22.686. Tendencias negativas importantes también se han obser­ vado en el consumo de los fertilizantes. Una observación importante, dada la variedad de la agricultura y ganadería españolas, tanto a niveles regionales como en los niveles de producción por hectárea, así como por las diferencias de las estructuras productivas y de la población activa agraria, es que la incidencia negativa de estos datos macroeconómicos se refleja con mayor gravedad en unas regiones que en otras y también hay diferencias entre sectores y dimensión de explotaciones. Esta observación se confirma de forma importante en Galicia, por los siguientes hechos y datos: — Población activa agraria: 43 por 100. — Producción final agraria: 9,11 por 100. — Estructuras en el sector agrícola en que abunda el minifundio. Causas Aunque pueda parecer demasiado simplista mi posición, considero que lo fundamental es la falta de voluntad de ejecu­ ción del Gobierno (sin que lo hayan tratado de evitar las instituciones políticas, que en un sistema democrático pueden hacerlo) para dar cumplimiento: — Al articulo 130 de la Constitución, que manifiesta: “Los poderes públicos atenderán a la modernización y des*0 índice

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arrollo de todos los sectores económicos y en particular de la agricultura, pesca y artesanía, a fin de equiparar el nivel de vida de todos los españoles”. — Al programa de política agraria propuesto por el Gobierno y aprobado por el Congreso de los Diputados, el día 6 de junio de 1979, en el que se indica como objetivo prioritario disminuir la diferencia de renta por persona ocu­ pada entre el sector agrario y los demás sectores económicos. — A la moción del 4 de noviembre de 1980, aprobada por el Congreso de los Diputados, en la que se solicitaba del Gobierno que, a propuesta del FORPPA, fijase unos precios agrarios, y entre cuyos objetivos figuraba textualmente el de “la adecuada protección de la renta de los agricultores” . La interpretación que doy a estos incumplimientos es que la mejora de renta, que debía ser un objetivo prioritario, en la realidad se ha desvirtuado tan sustancialmente que el sector agrario, en vez de ser un fin en la política económica del Gobierno, en los últimos años se ha convertido en un instrumento de estabilización de la inflación. Es tan seria y arriesgada esta interpretación personal, que considero conveniente avalarla con las siguientes pruebas: a) El informe del Ministerio de Agricultura publicado en marzo de 1980, que textualmente dice lo siguiente: “Por tercer año consecutivo el componente alimen­ tación, bebidas y tabacos, del índice de precios al consumo ha crecido en 1980 a una tasa inferior a la del conjunto de componentes no alimenticios; en media anual, los incrementos respectivos han sido del 9,1 y 19,4 por 100, respectivamente (en el conjunto del trienio 78-80, las elevaciones correspon­ dientes al componente alimentación han sido del 43 por 100 y las del conjunto de componentes no alimenticios han sido del 71 por 100)” .

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“Las cifras anteriores (continúa exponiendo el informe), relacionadas con las de la evolución del índice de precios percibidos por los agricultores (incremento del 3,1 por 100 en 1980 y del 24,2 por 100 en el conjunto del trienio 78-80), asi como la alta ponderación (40,5 por 100) del componente alimentación, bebidas y tabacos en el I.P.C., ponen claramente de manifiesto el papel estabilizador de la agricultura en el pro­ ceso global de precios” . b) En el informe del Banco de España, de febrero de 1980, se hace la siguiente consideración: “La nota sin duda más destacada en la disminución de los precios en el año 1979 fue el comportamiento estabilizador de los precios de los alimentos, cuyo índice creció en un 8,4 por 100 de diciembre a diciembre. Por el contrario, el compo­ nente no alimenticio registró una tasa ligeramente superior al 20 por 100” . c) En el boletín “Situación” del Banco de Bilbao, número 7 de 1980, se manifiesta lo siguiente: “Solamente un hecho imprevisto ha corregido en parte las previsiones derivadas de posición tan negativa. El buen año agrícola ha contribuido positivamente a corregir la pre­ visión de aminoración del P.I.B., al tiempo que, moderando el alza de precios agrarios, ayudó a contener el incremento del precio de los alimentos y, consecuentemente, del I.P.C.”. d) Y, por último, el equipo de Fuentes Quintana, recien­ temente, le concedía a nuestro sector una “capacidad histó­ rica” en los últimos años para asumir incrementos de precios de inputs. La elocuencia de las cifras y la actualidad de los autores de los comentarios que he transcrito, repito, me evitan cual­ quier ponderación personal.

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Algunas directrices para un programa de desarrollo agrario El análisis que acabo de hacer, a mi juicio, determina que el sector agrario, en los momentos actuales, atraviesa una crisis profunda. Salir de ella es una necesidad urgente, tanto por lo que representa para la población activa agraria y rural como para la sociedad en su más amplio sentido, por la importancia que la política alimentaria tiene en el desarrollo económico de cualquier nación. En consecuencia, he juzgado conveniente exponer mis criterios personales sobre los principios, objetivos e instru­ mentos que deben ser tenidos en cuenta en los programas de desarrollo agrario. Resulta obvio que no pretendo dogmatizar ni elaborar lo que debería ser la política agraria del futuro, que entra de lleno en la función de instituciones y entidades perfectamente determinadas y conocidas; pero parece lógico que, quien ha tenido el atrevimiento de criticar, deba también aportar la terapia que a su juicio puede ser necesaria. Dentro del marco de la economía del país, la sociedad ha de ser consciente de la importancia que debe darse al sector agrario, en orden al mantenimiento no sólo de un desarrollo económico equilibrado, sino también de la inde­ pendencia del exterior y el coste de la vida. Necesitando, por tanto, un proceso de atención proporcional al que recibe en países desarrollados como los de la C.E.E. Hay que erradicar la idea de que la crisis de este sector obedece a una imposibilidad secular del mismo para alcanzar niveles apreciables de desarrollo. Más que de la crisis de la agricultura en general, se puede y se debe hablar de crisis de determinadas políticas agrarias. Desde el momento presente considero que, aunque no sean aplicables con carácter inmediato en la política agraria que se desarrolla en España, se han de tener en cuenta los *0 índice

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principios básicos que hoy rigen en la C.E.E., aunque también resulte prudente observar la evolución que los mismos puedan tener en el futuro. Estos principios son: 1) La unicidad del mercado. Que implica la libertad total de los intercambios y, por consiguiente, la supresión de los derechos de aduana y de los obstáculos no arancelarios, así como la armonización de las reglamentaciones adminis­ trativas, sanitarias y veterinarias. Implica también la adopción de reglas comunes de gestión, de precios comunes, de reglas idénticas de competencia y un dispositivo único de protección en la frontera de la Comunidad. 2) La preferencia comunitaria. Que es el corolario indispensable de la unicidad del mercado. La protección del mercado europeo frente a las importaciones a bajo precio y las fluctuaciones del mercado mundial, se realiza mediante derechos de aduana y/o derechos compensadores que desem­ peñen el papel de esclusas en las fronteras de la Comunidad. 3) La responsabilidad financiera común se deriva, lógica­ mente, de los dos principios anteriores, concretando la solida­ ridad entre las diversas regiones de la Comunidad y permi­ tiendo el funcionamiento práctico del sistema. También parece lógico que los objetivos deban coincidir con los de la P.A.C. (Política Agraria Comunitaria), concre­ tados en el artículo 39 del Tratado de Roma, en el que los fundamentales son los siguientes: — Aumentar la productividad fomentando el progreso técnico y asegurando el desarrollo nacional de la producción, así como la utilización óptima de los factores de producción y, en particular, de la mano de obra. — Estabilizar los mercados. — Garantizar la seguridad de abastecimiento. — Asegurar precios razonables al consumidor.

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La P.A.C. merece un análisis profundo para conocer sus ventajas e inconvenientes, y no debe considerarse como la solución a todos nuestros problemas el día de nuestra inte­ gración, ya que no serán pocos los productos agrarios que se verán afectados en sentido negativo. Las ventajas para el sector dependerá de la capacidad negociadora de nuestro Gobierno no sólo en el tratamiento que se le dé a cada producto, sino también al calendario de la integración. La pregunta que en estos momentos hay que hacerse es si estos objetivos son viables, teniendo en cuenta las circuns­ tancias actuales de nuestro sector. Mi respuesta, vinculada más al pragmatismo que a la utopia, es afirmativa. Utilizando toda la capacidad de síntesis que me sea posible, voy a intentar justificarla. En primer lugar, requiere una especial atención la polí­ tica que yo denomino institucional y de la que yo considero como puntos más importantes los siguientes: — La revisión del decreto de finales de 1981, que estruc­ turaba el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Pesca con defectos formales importantes y con un desarrollo poco positivo. — La política presupuestaria del Ministerio de Agricul­ tura podría ganar en eficacia, con un mayor grado de raciona­ lidad derivado de que los intereses de los agricultores y gana­ deros priven sobre los de los distintos departamentos. — La participación de los representantes de las organiza­ ciones profesionales en los organismos oficiales, debe incre­ mentarse. — Hay que desarrollar una ley orgánica que estructure las Cámaras Agrarias. — La legislación agraria debe iniciar en breve plazo una mayor adaptación a la de la Comunidad Económica Europea. *0 índice

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En segundo lugar he de manifestar que, en el dilema clásico sobre la eficacia entre una política de precios y una política de estructuras, las considero a ambas necesariamente complementarias y que hay que actuar con responsabilidad y objetividad, sin dar prioridades a ninguna de ellas, ya que su desarrollo simultáneo es absolutamente viable y necesario junto a otro tipo de acciones. Política de estructuras La política de estructuras debe ser objeto, para que las actuaciones resulten coherentes, de un análisis objetivo, tanto bajo el punto de vista cuantitativo como cualitativo. Con ello quiero significar que el análisis debe hacerse desde la óptica de producir el mayor número posible de satis­ facciones de tipo socio-económico. Siento un profundo respeto por todas las personas que actúan motivadas por condicionantes ideológicos, pero esa actitud, la del respeto, desaparece cuando de ese condiciona­ miento se hace un uso superficial y las actuaciones o declara­ ciones se vinculan a posiciones intuitivas o demagógicas y no tienen la racionalidad que estos problemas necesitan. La problemática de las estructuras productivas agrarias, como las comerciales e industriales, es un hecho grave que hay que resolver con soluciones, de las que se deriva una mejora sensible para toda la población activa agraria. Las estructuras productivas, creo que requieren un comentario, en sus tres problemas más concretos: el latifundio, la explotación familiar agraria y el minifundio. El latifundio, entendido como un número importante de hectáreas bajo una sola titularidad y que además están insuficientemente explotadas, resulta tan injusto como inadmi­ sible, pero en equivalencia a la consideración de cualquier otro tipo de patrimonio intelectual o de inmuebles que tenga la misma insuficiencia de explotación. *0 índice

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Es necesario actualizar este tema con un análisis objetivo, para conocer su incidencia en la España de 1983. Tres hechos me llevan a afirmar que, aunque este tema ha de ser objeto de atención, no debe ser considerado, te­ niendo en cuenta las consecuencias sociales y económicas, el mayor en un orden de gradualidades ni el prioritario en cuanto a las actuaciones que requieren la explotación familiar agraria y el minifundio. 1) La existencia de grandes extensiones bajo un solo titular, que a mi juicio no es un hecho intrínsecamente nega­ tivo, tiene una tendencia clara y manifiesta a disminuir, motivada por las leyes sobre herencia, la costumbre testa­ mentaria de dividir el patrimonio rústico y, por qué no decirlo, por el clima político que se ha creado sobre los titulares de las mismas, apareciendo como enemigos de la sociedad, sin entrar en consideraciones tan lógicas como su potencialidad de crear mano de obra, producir a precios razonables y mejorar el nivel de competencias con otros países. 2) Las explotaciones deficientemente cultivadas, con las que de ninguna forma puedo solidarizarme, sea cual fuere la dimensión, también son cada vez menos frecuentes, y los casos en los que todavía concurre esta circunstancia considero que no justifican esa imagen de querer generalizar este hecho. 3) Existe una Ley de Fincas, manifiestamente mejorable, cuya aplicación puede corregir esas situaciones especiales y anómalas. En definitiva, considero que las acciones en este punto deberán ser las siguientes: 1) Aplicación de la ley en las fincas que sea manifiesta una explotación deficiente, de acuerdo con unos criterios objetivos.

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2) Considerar el concepto extensión no como una circunstancia estática, ya que, a mi juicio, debe serlo en con­ cepto de variable, en función de su dependencia de los niveles tecnológicos. 3) Fomento de la no división en este tipo de explota­ ciones, para: — Potenciar en ellas la capacidad de empleo. — No disminuir su capacidad de producir a precios razonables y competitivos. — Poder desarrollar en ellas una agricultura integral, aprovechando al máximo la complementariedad de produc­ ciones agrícolas y ganaderas, y la diversificación de cultivos. — Evitar el esfuerzo económico que supondría para el Estado tener que actuar (en muchas de ellas), en el transcurso del tiempo, con tres tipos de inversiones: a corto plazo, invir­ tiendo en expropiaciones innecesarias; a medio plazo, en ayudas estructurales a la explotación familiar agraria; a largo plazo, en el esfuerzo económico que requiere una concentra­ ción parcelaria. 4) Las posibilidades de mayor beneficio en las mismas puede tener un tratamiento fiscal que corrija esas desigual­ dades. En definitiva, me muestro partidario de no ignorar la problemática de los latifundios, pero considero que hay que resolverla teniendo en cuenta los preceptos de nuestra Consti­ tución y con el mayor grado de racionalidad, bajo un punto de vista socio-económico. Pero, sobre todo, lo que pretendo dejar bien claro es que, aunque sea con objetivos e instrumentos muy diferentes, los poderes públicos y la sociedad deben prestar una atención especial, hasta ahora no muy visible, a los problemas de la explotación familiar agraria y del minifundio.

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A estas explotaciones hay que buscarlas soluciones e instrumentos viables, posibles y eficaces. Y a esto se llega dando una respuesta realista a esta pregunta: ¿Cuáles son las necesidades hoy de los titulares de una explotación familiar y qué funciones deben desarro­ llar? Compaginar unas y otras es el gran reto que se nos plantea. Las necesidades son, a mi juicio, de dos tipos: sociales y económicas. Sociales: . — A nivel general, los titulares de esta explotación se han visto privados de la posibilidad de un nivel de formación humana y profesional, que hay que tratar de corregir. — Desarrollan su actividad en un hábitat que, en muchos casos, no tienen cubiertas las mínimas necesidades: sanidad, vivienda, escuela, etc. — En no pocos casos se producen traumas familiares, provocados por la insatisfacción laboral que produce en los hijos la falta de una compensación económica adecuada a su trabajo, el sacrificio y dedicación que significa el trabajo en el campo, la incertidumbre que produce el futuro ante la posibilidad de una partición patrimonial que no le reconozca el esfuerzo y dedicación prestados a la explotación. Económicas: — La falta de una renta que pueda compensar el trabajo familiar con unos ingresos al menos iguales a los que perci­ birían en ocupaciones similares agrícolas y a plena dedicación, aumentada en una cantidad para remunerar el riesgo, la di­ rección y el interés.

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— El riesgo que el conjunto de bienes de la explotación no les permita una permanencia como empresa viable. — No ver las posibilidades de un cambio estructural para poder asumir el costo de una mecanización, o de otro tipo de cambio que la evolución tecnológica le ofrezca. — Las dificultades para participar en el valor añadido de sus productos y reducir la incidencia de gastos de fuera del sector. — Para paliar todas estas necesidades, recientemente se ha publicado el Estatuto de la Explotación Familiar Agraria y de los Agricultores Jóvenes, sin que haya tenido una gran divulgación, y que, a mi juicio, es necesaria ponerla en cono­ cimiento de todos los agricultores y ganaderos, ya que les puede resultar de gran utilidad, si los medios financieros son lo suficientemente elevados para permitir su desarrollo.

Política de precios La primera consideración que he de hacer sobre este tema, es la de insistir que no se puede hablar de una política de precios sin decir que forma parte de una política más amplia de rentas y de equilibrio de producciones del sector agrario, dentro de una economía de mercado. En segundo lugar quiero dejar constancia de que, para conseguir una política de precios justa en España, existe una normativa legal lo suficientemente amplia como para saber cuáles deben ser sus objetivos y la forma de conseguirlos. Los objetivos se desprenden fácilmente de la normativa que ya he señalado anteriormente y explicitado su contenido en el artículo 130 de la Constitución, en la política agraria aprobada por el Congreso de los Diputados el 6 de junio de 1979, y en el acuerdo del Congreso del 4 de noviembre de 1980. "

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La forma de analizar los precios está contenida en la Ley 26/1968 de 20 de junio sobre creación del FORPPA, que atribuye a este organismo la función de propuesta al Gobierno de los niveles de precios agrarios, teniendo en cuenta: — Su ordenada adecuación. — Los costes de producción. — Sus relaciones recíprocas. — La defensa del poder adquisitivo del consumo. — La rentabilidad y el interés social de las actividades productoras. Ante esta realidad jurídica, mi propuesta nada más que puede ser la de solicitar del Gobierno una voluntad de ejecu­ ción objetiva de la misma. El campo, en un momento de crisis nacional tan fuerte como la que hoy tiene España, no puede pedir privilegios, pero de ninguna forma puede tolerar la injusticia ni la discri­ minación. El cumplimiento estricto de la normativa que antes he señalado, por la experiencia que me ha proporcionado la participación en casi todas las negociaciones de precio que se han celebrado, no hubiese significado nada más que una equiparación al trato que el Gobierno le ha dado a los pro­ ductos que consumimos y a los que vendemos. Por último, sólo quiero señalar que las consideraciones genéricas que he hecho están referidas tanto a los productos regulados como no regulados. Como complemento de las políticas de estructuras y de precios, habría de tenerse en cuenta los siguientes programas

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o políticas que, dada la brevedad del tiempo, sólo voy a hacer algunas consideraciones sobre las mismas. Política de empleo 1) No debe ser objeto de un tratamiento sectorial y, por tanto, no debemos aceptar los hechos históricos más re­ cientes de que el sector agrario haya sido durante muchos años un fondo de reserva laboral y en la actualidad, por la crisis de los otros sectores, es la actividad a la que se quiere imputar la responsabilidad de asumir los excedentes de mano de obra de los mismos. 2) El sector agrario, complementado con un desarrollo agroindustrial, ha de realizar el máximo esfuerzo para poten­ ciar la creación o mantenimiento de puestos de trabajo, con preferencia estables y cualificados. 3) Las obligaciones sobre el empleo no deben vincu­ larse preferentemente a los mal llamados cultivos sociales, ya que dificulta las posibilidades de un proceso tecnológico en Jos mismos y, en definitiva, se cae en el riesgo de que se conviertan en inviables (algodón, remolacha, olivo). 4) Lo que hay que potenciar en este sector, como en los demás, son aquellas actividades que en un sentido global tengan más capacidad de crear puestos de trabajo directos e indirectos, y fomentar al máximo en el empresariado inver­ siones, en las que al mismo tiempo que, como es lógico, se ponga como objetivo la rentabilidad de las mismas, entre en ellas también con carácter prioritario la creación de puestos de trabajo. 5) El desempleo que se produzca en el sector agrario debe tener un tratamiento más coherente con los demás sec­ tores, creando el seguro de desempleo para los trabajadores eventuales; por tanto, me manifiesto, como lo vengo ha­ ciendo desde 1977, en contra del empleo comunitario.

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6) El Gobierno, en aquellas regiones que sea posible, debe adoptar las medidas necesarias para que, por iniciativa propia o fomentando la privada, se intensifiquen las zonas de regadío o forestales. Política financiera De absoluta necesidad, de forma permanente y acen­ tuada en la actualidad por las circunstancias antes señaladas, es una ley de financiación agraria que se proponga los si­ guientes objetivos: 1) Simplificar, clarificar y coordinar las instituciones oficiales que apoyan financieramente al sector agrario. 2) Fomento de instituciones que hagan posibles y ágiles las garantías apropiadas, avales, etc., a aquellos agricul­ tores y ganaderos que, por dimensión de sus explotaciones o por no ser propietarios de las mismas, hoy encuentran grandes dificultades para poder obtener los créditos a los que tienen derecho, fundamentalmente los de campaña. 3) Atender a las necesidades, tanto del circulante como para inversiones con intereses y plazos adecuados a las posi­ bilidades del sector. 4) Establecer una política de prioridades para aquellos productos, comarcas o tipos de explotación que pueden ser considerados como marginales y que tengan una potencialidad de desarrollo. 5) Siendo las posibilidades del crédito oficial insufi­ cientes para atender a las necesidades del sector, habría que fomentar acuerdos con la banca privada para que, subven-

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donando parte de los intereses con recursos oficiales, estas entidades pudieran colaborar en el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Como instrumento de estas actuaciones, habría que potenciar al máximo al Banco de Crédito Agrícola, que de­ bería asumir las funciones financieras que para el sector agrario desarrollan otras entidades, como el Banco Hipote­ cario, SENPA, IRYDA, etc., al mismo tiempo que se hiciese un esfuerzo en dotarle de una mayor fuente de recursos que los que actualmente tiene. El propio banco y las entidades ante­ riormente señaladas, deben estructurarse de forma que propor­ cionen a los agricultores y ganaderos la posibilidad de tener una información amplia y una burocracia lo más simplificada posible. El propio sector debe procurar, con un gran sentido de solidaridad, cooperar en esta política, potenciando al máximo las Cajas Rurales, que deben desarrollar su actuación al má­ ximo grado de solvencia y transparencia. Política de inputs Que posibilite a través de esta vía el máximo incremento de productividad, con una atención especial: a) Al precio de los INPUTS, que debe mantenerse siempre y en todos ellos a más bajo nivel de los que rijan en la C.E.E., para que facilite unos precios percibidos que no incidan negativamente en la demanda de los productos agra­ rios en el mercado interior y no dificulte, haciéndonos perder competitividad en nuestras exportaciones. b) Al uso de los mismos, ya que debe alcanzar el grado de racionalidad que la tecnología haga posible, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo. c) A la calidad de los mismos, ya que en no pocos casos, y no siempre con referencia a los mismos productos,

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he podido detectar que las calidades reales difieren en sentido negativo de las teóricas. d) Como índice orientativo deben ser objeto de especial seguimiento las relaciones entre índices anuales móviles a través del ratio. INDICE PRECIOS PERCIBIDOS INDICE PRECIOS PAGADOS MAS INDICES DE SALARIOS

Política de comercialización e industrialización de productos agrarios Una política que permita: — La potenciación de todos aquellos productos que demande el mercado interior y exterior, a precios competitivos y calidades adecuadas. — La participación máxima posible del agricultor y ganadero en el valor añadido de sus productos. — Un trasvase, a ser posible en la misma comarca, provincia o región, de la mano de obra que el sector primario, en su área de producción, es previsible que va a provocar como consecuencia de su desarrollo tecnológico y debe incidir tanto en las industrias abastecedoras de inputs como transforma­ doras de materia prima. Y que puede desarrollarse: — Perdiendo el grado de dependencia anómalo que hoy existe a nivel nacional. — Formando a los agricultores y ganaderos para que, tanto a nivel individual como agrupados en sociedades, coope­ rativas, sociedades agrarias de transformación y APAS, vean las *0 índice

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posibilidades que esta política puede ofrecer para la mejora de sus rentas, — Elaborando los reglamentos sectoriales que permitan a los empresarios agrarios desarrollar los programas que más les convenga a corto, medio y largo plazo, y que al mismo tiempo puedan ser el instrumento para evitar excedentes o déficits de producciones. — Mejorando la política arancelaria y el status actual de nuestras relaciones con los países comunitarios, mientras se produce la integración total. — Homologando la normativa de las importaciones a las de la Comunidad Económica Europea. — Utilizando, mientras exista, un uso más racional del comercio de Estado. — Evitando aquellas importaciones que resulten innece­ sarias y que con gran frecuencia inciden negativamente en las rentas agrarias, sin que el consumo se beneficie y altere nega­ tivamente nuestra balanza comercial agraria. — Reestructurando el sector encargado de la distri­ bución de productos alimentarios, para que los márgenes actuales puedan reducirse. — Realizando una labor clarificadora de la normativa de los productos alimentarios, complementada con una ins­ pección eficaz que evite los fraudes. Política de investigación Una política que haga posible integrar en este desarrollo a todas aquellas personas que, por su vocación y nivel cientí­ fico, con las dotaciones necesarias, puedan mejorar los niveles de productividad del sector agrario en todas sus áreas. — Estableciendo objetivos concretos, con planes en los que haya un orden de prioridades para aquellos productos, comarcas o niveles estructurales que puedan tener una poten­ cialidad de normalización.

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— Procurando que los resultados de esa investigación no sólo salgan de los centros o entidades investigadoras, sino que, fundamentalmente, lleguen a todos los titulares de explotaciones agrarias que los necesiten. Para cubrir estos objetivos, pienso que no sería necesaria la promoción de nuevos centros, pero sí una mejora sensible, que considero posible y necesaria, de las dotaciones presupues­ tarias a esos centros, y una mayor coordinación de los trabajos que se realicen para que, dada la escasez de recursos, haya el aprovechamiento máximo de los mismos. La divulgación de los resultados debe hacerse, fundamen­ talmente, a través de los Servicios de Extensión Agraria y de las Cámaras Agrarias, debiendo prestar una atención especial a este tema las Organizaciones Profesionales Agrarias. Formación Quizás por mi forma de exponer o por interpretaciones defectuosas, la conclusión a la que han podido llegar algunas de las personas presentes sea la de estar pensando en la can­ tidad de actuaciones que tiene que desarrollar el Gobierno; y yo, aunque no lo haya sabido exponer, lo que pretendo hacer comprender es que el futuro de nuestro sector va a depender, fundamentalmente, de la forma de ser de los agricultores y ganaderos, y de sus actuaciones, tanto a nivel individual como colectivo. Lo que ha ocurrido, a mi juicio, está vinculado y es casi una consecuencia de nuestros niveles culturales y profesio­ nales." La crítica hacia entidades e instituciones será más razo­ nable y equitativa si previamente tenemos capacidad de autocrítica. Y ésta nos la tenemos que hacer tanto a nivel individual como colectivo. *0 índice

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De la mía propia, saco las siguientes conclusiones: Las estructuras de nuestras explotaciones, el uso racional de los inputs, la participación en el valor añadido de los pro­ ductos, la eficacia de nuestras reivindicaciones y muchas otras acciones, dependen de nuestro nivel profesional individual y de las Organizaciones Profesionales Agrarias. En un sistema democrático, las actuaciones de los par­ tidos y Gobierno deben estar influidas de forma continua por el apoyo que puede significar la crítica constructiva de estas Organizaciones. Pero para que éstas sean eficaces necesitan un mayor grado de integración, un grado de profesionalidad alto en los dirigentes, que deben ser los más competentes y que además deben estar motivados por un espíritu de servicio al sector. Tenemos que ser conscientes también de que: Nuestro futuro no podemos confiarlo a gobiernos pater­ nalistas o proteccionistas. El modelo económico aprobado en la Constitución no se traduce a nivel individual solamente en el ejercicio de unos derechos, sino también en el cumplimiento de unas obliga­ ciones. En consecuencia, he de manifestar que uno de los más eficaces instrumentos que se pueden poner al servicio del sector es un gran plan de formación humana y profesional. Beneficiarios de este plan debemos ser todos los agricul­ tores y ganaderos, sea cual sea nuestra edad, sea cual sea nuestro nivel de formación y sea cual sea el lugar donde vivamos. Porque estoy plenamente convencido de esta necesidad, es por lo que manifestaba, al comienzo de mi intervención, mi satisfacción por poder intervenir en una Institución como ésta, a la que quiero felicitar por la labor que realiza y a la que animo y estimulo para que incremente sus objetivos y sus ilusiones.

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Cáritas Española, con sus trabajos docentes y sus ser­ vicios al mundo rural, ha desarrollado una labor tan impor­ tante como ignorada por muchos. Cáritas puede y debe ser un instrumento eficaz en el desarrollo de nuestra agricultura y ganadería, ya que su parti­ cipación puede ser importante en ese plan de formación que propongo. Y para terminar solamente me queda una expresión de gratitud, en primer lugar, a esta Entidad por la invitación que se me ha hecho y, en segundo, a todos vosotros por la delica­ deza que supone vuestra presencia y por la atención que habéis prestado a mi intervención.

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EL HOMBRE Y EL MUNDO RURAL G A LLEG O S

MIGUEL ANGEL ARAUJO Obispo de Mondoñedo-El Ferrol

Todos sabéis o lo podéis imaginar que no soy un antro­ pólogo, ni un sociólogo, ni un economista que pueda ofre­ ceros un estudio logrado científicamente sobre el tema. Por otra parte, tenemos que reconocer que tales estudios, que yo sepa, no existen o por lo menos yo no los conozco. Soy sencillamente un pastor, eso sí, al que preocupa la situación económica, social y religiosa de nuestros campesinos; me considero un hombre rural, hijo del campo gallego. Lo que yo pueda deciros no tiene otro valor que el de una aproximación empírica y afectiva al tema, que quizás está más cercana al ser del hombre gallego en general que al hombre campesino en concreto, aunque el hombre gallego coincida en gran parte con el hombre rural, ya que Galicia, toda ella, es en gran parte rural y aun sus ciudades están habi­ tadas por hombres de cultura eminentemente rural. Por otra parte, las afirmaciones que se hagan aquí corres­ ponden más bien a un mundo rural típico, que propiamente

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existía como un bloque firme hace veinte o treinta años. Hoy, este bloque está desmoronándose, fundamentalmente por la entrada en él de la modernidad, que ha traído sobre todo la racionalización de la economía rural, que pasó de una eco­ nomía de autoabastecimiento a una economía de mercado. Si nos referimos a nuestro mundo rural clásico, es porque aún sigue persistiendo en gran medida en sus bases humanas, en las familias y en las unidades de producción. El mundo rural “moderno” aún no tiene elaborada, ni asumida, ni expresada una propia comprensión de su realidad; más bien vive de pres­ tado de los valores que la civilización moderna, urbana, le va pasando y que él deficientemente va recogiendo. DETERMINANTES DEL SER GALLEGO 1.

La situación geográfica

Uno de los determinantes más expresivos de nuestro ser radica en el hecho de ser Galicia un “finis terrae”. El que se tenga dado precisamente el nombre de “Finisterre” a su extremo occidental, ya es un hecho revelador. Por otra parte, la tradición popular designa como “o cabo do mundo” las tierras vecinas del cabo Ortegal y Estaca de Vares. Así dice la copla de san Andrés de Teixido: “Fún ó Santo, San Andrés — aló no cabo do mundo”. ^ De hecho, Galicia queda lejos de los grandes centros de la actividad histórica; fuera de los grandes caminos, de las grandes rutas aéreas. Cuando, por razones religiosas, estuvo en relación con un camino importante, fue siendo término de ese camino, nunca lugar de paso. Esta situación geográfica hizo que las oleadas culturales llegasen a Galicia en muchos casos, aunque no podían pasar más allá. La mayor parte de las oleadas culturales que entran

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en España, llegan a Galicia y aquí se quedan remansadas y superpuestas. Galicia, en este sentido, es un país de privilegio. Los investigadores del pasado tienen aún la seguridad de encontrar aquí creencias vivas, costumbres, procedimientos, todo un tesoro cultural que se ha perdido en otras partes. 2.

Las circunstancias geopsíquicas

Parece que debe admitirse una acción directa del paisaje sobre el alma de los hombres. En este caso, el paisaje significa las circunstancias geográficas como síntesis. Las formas redon­ das y suaves de nuestras montañas, el cielo nebuloso, la lluvia, el verdor de nuestros prados, etc., han sido explotados en este sentido, hasta llegar a tópicos ineficaces. El cielo nebuloso y la lluvia serían los causantes de los más acusados rasgos del temperamento y carácter gallegos. La “brétemas atlántica” daría vaguedad a nuestro pensamiento y ahondaría nuestro sentimentalismo, nuestra reserva, nuestra “retranca” , el predo­ minio de la lírica sobre la plástica, nuestra tendencia al humor y nuestro ensueño. La escasa luminosidad daría origen a esos estados de alma denominados “morriña” y “saudade” . Las curvas de nuestros montes ablandarían nuestro temperamento y originarían nuestra melancolía y nuestra falta de decisión. Nuestros retorcidos caminos y corredoiras explicarían nuestra aparente doblez y cazurrería. Sin embargo, esta teoría, llevada a ciertos extremos, tiene graves dificultades. Si la morriña, por ejemplo, fuese debida a la escasa luz, sería en Galicia donde los gallegos deberíamos sentirla, resultando que donde la sentimos es fuera de Galicia, aunque nos encontremos en países llenos de sol. No podría identificarse la morriña con la nostalgia de la patria, si estu­ viera su explicación en las condiciones climatológicas de la propia patria. Y esa misma teoría deja sin explicar la alegría y el humor tantas veces bulliciosos de los gallegos. Por lo tanto, las cualidades fundamentales del temperamento y

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carácter gallegos no dependen tanto del medio cuanto de la sangre, de la herencia y de la constitución endocrina. Eso sí; cada temperamento tiene sus formas de reaccionar a los estímulos del medio. A pesar de todo, no se puede rechazar la acción del pai­ saje y del clima sobre la psicología de las personas. La adhe­ rencia de un determinado tipo de cultura a un determinado tipo de paisaje parece ser un hecho cierto. Ciertas semejanzas de la cultura popular gallega con otras del centro y oeste de Europa, pudieran depender, en parte, de semejanzas en el tipo de paisaje. Por otra parte, se da en Galicia de una forma más aguda que en otras partes una estrecha intimidad del hombre con la tierra, y ello puede explicar, hasta cierto punto, ese apego de los gallegos a su suelo que los lleva a experimentar fuera la clásica morriña; y la vida campesina, con sus incertidumbres, puede tener también su parte en la voluntad vacilante, el “trasacordo” y en otras manifestaciones psíquicas, aunque es muy probable que procedan sobre todo de un temperamento ciclotímico. 3.

Las manifestaciones psíquicas

La existencia de un carácter gallego, específico y diferen­ ciado, resulta un hecho evidente, reconocido por propios y extraños. El británico Alexandre Jardine, que escribió sus observaciones sobre España entre los años 1777-1779, había entrado en Galicia por Ribadeo y consigna su opinión de que se trata de “un país diferente al anterior y habitado por una raza distinta”. Siguiendo los pocos datos con que contamos de un modo fiable, podemos afirmar que el gallego muestra señales de un temperamento ciclotímico, de honda impresión, reacción lenta y afección fuerte. Recordemos que los autores antiguos atribuían a los celtas, como hombres de guerra, el ser tan bravos en la acometida como propensos al desaliento;

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hablan de la alegría bullanguera de sus banquetes y de su tendencia a la melancolía. Los gallegos de hoy muestran estas mismas alternancias de euforia y disforia, de animada “troula” y de tristeza quejumbrosa, de optimismo y pesimismo. Tene­ mos esos cambios rápidos de genio que llamamos “ampu­ tadas’’. Si se habla del sentimentalismo gallego en muchas oca­ siones, es porque hay cosas en la vida que nos llegan muy hondo y nos hieren de un modo punzante, aunque estas impre­ siones no las exterioricemos tan fácilmente como otros, en razón de nuestra natural reserva. El ser los gallegos hombres de reacción lenta se debe con seguridad al conocido fenómeno de “acordo” y “trasacordo”. El gallego necesita madurar bien las cosas (“ten o acordo tarde”); por eso, hay ocasiones en que no acierta a la primera, y cuando llega a tener la visión clara de un asunto, no raras veces más clara que otros tipos humanos, se lamenta de no haber actuado como debiera. La razón de esto pudiera radicar en que en los gallegos predomina la reacción interna de senti­ miento y pensamiento, sobre la extema de decisión y ejecu­ ción. Lo que impide la decisión rápida es, en muchos casos, la desconfianza que se suele atribuir a los gallegos como defecto y que les viene de ser naturalmente hipercríticos. La “reserva” es una de las señales de nuestro carácter introvertido. El gallego tiende a la concentración en muchos campos: en su mundo interior, en su hogar, en su aldea, en su parroquia, en su tierra. Muchos fenómenos de nuestra vida social e histórica, por ejemplo: la duración del vínculo fami­ liar; la tendencia a la economía familiar autárquica; las pe­ queñas agrupaciones parroquiales; el hondo sentimiento de la tierra, que hace que el gallego, siempre emigrante, por lo menos en potencia, no sea casi nunca un desarraigado, un ciudadano del mundo; el mismo sentimiento de la inmorta­ lidad personal, que, como dice Otero Pedrayo, es en Galicia un dogma, una idea innata y que trae consigo el culto a los

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muertos; aun el sentimiento agudo de propiedad, do “meu” , amor de creación, según el mismo autor, se explican por una introversión extrema que indica una fuerza muy recia introdu­ cida allá en el fondo de la personalidad de cada uno. De la introversión también procede la tendencia al “ensono” o “lirismo”, propios de quien siente y valora lo subjetivo por encima de lo objetivo; el “humorismo” que nace de la confrontación de los dos mundos. La mentalidad gallega ofrece asimismo un aspecto antitético. Por un lado, el que podríamos denominar de la desconfianza: el gallego es hipercrítico, positivista, no cree más que en lo que ve o en lo que palpa, apegado a lo material, interesado, ahorrón, trabajador, perseverante, barriendo siempre para adentro. Pero, por dentro de este gallego materialista para sí mismo y también para los demás, puede andar muy bien el gallego que podríamos deno­ minar idealista, tradicional, que cree y sueña; éste hay que buscarlo por el camino de la “saudade” . No es éste el mo­ mento oportuno para hacer un análisis de este sentimiento, de este estado del alma, de esta actitud mental, con su mezcla de recuerdo (“lembranza”) y de esperanza, de apego a la tierra y de deseo de lo lejano. 4.

Cómo se sitúa el hombre rural ante la vida.

No es un hombre de producción. No es frecuente en el hombre rural la tensión por la producción; o sea, la vida no es fundamentalmente para él un lugar de producción progra­ mado, supervisado, racionalizado. El hombre rural no explota la tierra; trabaja la tierra, y luego ésta le ofrece una produc­ ción. No es un hombre de consumo. Tampoco es la vida para el hombre rural el lugar de satisfacción de deseos como diversión, fin de semana, ropas, etc. Ante la vida asume unas cuantas actitudes generales:

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— Actitud de aguante (no precisamente de paciencia). La experiencia que tiene de la vida es dura (trabajo, impuestos, emigración, temporales, enfermedades, muerte), y todo eso ha hecho de él un hombre de resistencia. A veces esto engendra una convicción de que a la vida venimos a sufrir, de que la vida es un trabajo, de que éste es nuestro destino. En general, tiene una enorme capacidad de encajar las contrariedades. — Actitud de serenidad: la constancia de la dureza de la vida, los ritmos de trabajo muy urgentes, pero suficiente­ mente flexibles al mismo tiempo, hacen que la serenidad sea una característica de su talante. — Actitud desesperanzada, una especie de certeza moral de que las circunstancias van a actuar siempre en su contra y que, en consecuencia, su suerte no cambiará. El hombre rural es un desesperanzado, pero no un amargado. Es suficiente, para confirmar esto, comprobar cómo, precisamente en épocas de una dureza vital extrema, el pueblo supo alegrarse, hacer fiesta, sacar coplas, cantar mucho más de lo que hace hoy, a pesar de tener una situación de vida muy mejorada. El hombre rural gallego canta. Esa especie de derrotismo ante las posibilidades de cambio, se debe a que el hombre rural tiene poco sentido de la historia; la historia, para él, es algo así como una herencia recibida y no una llamada a la acción y al cambio. Quizá todo se deba a la constatación repetida de que losr cambios histó­ ricos le afectan muy poco. No tiene memoria histórica de que, en determinados momentos, ciertas acciones colectivas provo­ caron cambios favorables para su vida. — Actitud pragmática: la vida es la vida, hay que vivirla, y se acabó; y vivirla quiere decir sacarle todo el poco jugo que la situación permite. Por ello, se aparta de posibles lugares que le puedan complicar la vida: religión, política, asociaciones.

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— Actitud soñadora a nivel individual: colectivamente no cree en grandes cambios, pero individualmente trabaja decididamente por mejorar: busca caminos nuevos, sale, emigra, coloca a los hijos, los estudia, etc. — Actitud de irreconciliación: el hombre rural, general­ mente no está a bien con la vida que lleva en el campo. Está por necesidad, no por convencimiento. Esto tiene su base en el desprestigio social del campesino y también en el bajo nivel económico del campo. 5.

Cómo es el hombre rural ante situaciones concretas a) Cómo es ante la convivencia.

Podemos distinguir tres tipos de convivencia: la relacional, ante el trabajo y ante el ocio. Para la convivencia relacional de familia, de vecinos, te­ niendo en cuenta sus niveles de formación, en general existe bastante madurez: la gente se respeta, establece amistades. Existen casos especiales en los que, por temperamento, por ruindad, por trasvases de frustraciones (esto se da bastante), el nivel de convivencia baja mucho. Existe cierto infantilismo en la valoración de los hechos, que llega a romper la convivencia en algunos casos. Se dan también rupturas de convivencia. Donde hay pocos vecinos, la conflictividad aumenta. Faltan recursos para recuperar la paz. Las fidelidades personales y los afectos están muy por encima de las ideologías, lo que tiene mucha importancia, por ejemplo, en el campo político. En general, es poco con­ flictivo; evita significarse, por el ambiente reducido y cerrado en el que se encuentra. Esto tiene también su importancia en orden a cualquier responsabilidad política y religiosa. Para la convivencia laboral, es fácil en relación con las formas de convivencia que ya tiene, pero es difícil con las

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formas nuevas que exigen cambio nuevo en la sociedad. Es fácil con lo que tiene, porque existe una gran carga de interés propio en muchos servicios comunitarios que tienen su contra­ partida. También se dan actuaciones muy gratuitas. En general, existe una desconfianza en la propia capa­ cidad de hacer funcional* la convivencia en estructuras prove­ chosas (cooperativas, servicios comunes...). Se prefiere una convivencia libre, llevada a cabo más bien con algunas per­ sonas fijas que le ofrecen mayor seguridad por ser de la familia o especialmente amigos. La costumbre es también una razón de facilidad de la convivencia. Para la convivencia no produc­ tiva, no laboral, está bastante dispuesto: jugar a las cartas, hablar, contar cuentos... b) Cómo es ante el trabajo. Es un esclavo, porque tiene que trabajar mucho y porque no sabe parar de trabajar. Es una especie de esclavitud asu­ mida. Existe un deseo de vivir mejor y crecer en la calidad de vida. Lo que pasa es que muchas veces trabaja y trabaja, pero no para gastar inteligentemente, sino para ahorrar. Ante el trabajo es autómata: hace lo que manda el patrón, y el patrón es la naturaleza con sus ritmos. Donde se ha producido un cambio en el sistema de trabajo, con la consiguiente mejora económica, existe un desfase entre el nivel económico y el cultural: médralles moito o peto, pero no la cabeza y quien sabe si el corazón. Si es cierto que falta el sentido liberador del trabajo (un imposible, teniendo en cuenta el nivel esclavista que dejamos apuntado), también es cierto que el hombre rural establece una relación directa con el fruto de su trabajo, una corriente afectiva entre hombre-tierra-ganado-fruto conseguido por el trabajo. Existe en esto satisfacción, sentido de utilidad, sentido de creación, de hermandad. En general, le cuesta mucho cualquier acción cooperativista y también los trabajos colee-

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tivos, aunque existe la motivación de orgullo parroquial para los trabajos colectivos. Los trabajos colectivos tradicionales se ofrecen con gusto: o carreto, el camino, la fuente, la ven­ dimia, la matanza... c) Cómo es ante la familia. Existe una identidad entre familia y casa. Ha cambiado el número de la familia, y con el número ha desaparecido tam­ bién la presencia generalizada de las tres generaciones en el seno familiar, con la gran carga de equilibrio familiar que eso producía y la riqueza emocional y cultural que eso aportaba a las familias. La convivencia con los viejos aportaba, y en parte aún aporta, una experiencia de la misma vejez, de la enfermedad, de la muerte, que era en general muy educativa. Y no digamos la presencia del viejo como narrador, como memoria histórica sobre todo para los nietos. Prácticamente no existe el divorcio y las mismas separa­ ciones son escasas, y cuando se dan son más bien de tipo no legal sino práctico. Existe mucha capacidad de aguantarse mutuamente entre el hombre y la mujer, más aún en la mujer que en el hombre. En el mundo rural, sobre todo en algunas zonas, existe una valoración moral distinta sobre la sexualidad: se da una permisividad ética de cara a las madres solteras; cuando la mujer no se casa, la sociedad parece darle derecho a poder tener hijos. El hombre es el amor, en general, de la familia, estable­ ciendo en algunos casos verdaderas dependencias en la mujer. Lo normal es que el cuerpo familiar funcione como tal cuerpo, en el que cada uno desempeña una función especial. Por ejemplo, la educación se deja más en las manos de la mujer. Este funcionamiento corporativo de la familia tiene sus dimen­ siones positivas y negativas: se va por delegación a todo, hasta a la misa; pero también por ese sentido de corporatividad se intenta justificar, por ejemplo, cualquier actuación del cabeza *0 índice

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de familia, sobre todo en las actuaciones hacia fuera de la familia. En general, no se dan conflictos generacionales en las familias. Quizá existen más entre los padres de 60-70 años y los hijos de 40-50 que entre los padres y sus hijos de 15-20 años. Los nuevos asumen las leyes de vida de la familia, del mundo que les rodea, y los mayores también procuran dejar amplia libertad por aquello de que hay que progresar, hay que salir, hay que ver mundo, aunque esto sea en un sentido muy superficial. La relación hombre-mujer es machista, pero con un machismo no beligerante por parte del hombre, y casi siempre consentido también benévolamente por la mujer. Tiene que ser asi'; quien manda es el hombre. Pero de hecho la mujer cuenta muchísimo en las tomas de decisiones reales. Existen estructuras, formas machistas, pero se da un funcionamiento real bastante, equilibrado. La mujer sigue trabajando mucho, comparte los trabajos del campo y asume casi exclusivamente los trabajos de la casa. d) Cómo es ante el ocio. El hombre rural os dirá que él no tiene ocio; siempre ha de trabajar. La medida que él tiene del tiempo no suele ser tanto la del reloj como la de las estaciones y la de ciertas circunstancias. El adulto, ciertamente, no tiene mucho ocio, en parte por el trabajo y en parte por su organización. No le importa estar charlando en un camino con un amigo durante horas. Existen en el pueblo los de la taberna y los que, aun en domingo, buscan algo que hacer, aunque sólo sea hablar, charlar. Los jóvenes disponen de más tiempo de ocio, bien sea durante la semana, bien sea los domingos. Les gusta la ta­ berna, ir de mozas y poco más. En general, jóvenes y adultos no tienen preparación alguna para aprovechar el ocio como *0 índice

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elemento de promoción cultural. Los mayores suelen ver bas­ tante la televisión por las noches; quizás menos los jóvenes. No entran periódicos, ni libros, ni revistas, ni papeles. Ahora se está metiendo el deporte en los jóvenes, pero sólo el fútbol. Necesitan urgentemente de una educación para el ocio, a partir de los colegios nacionales de EGB. e) Cómo es ante la política. . Es muy negativo, muy negado, muy contrario ante cual­ quier tipo de política. Funciona con el inconsciente de una experiencia política ajena, pero realizada en él y a su costa. Esto nos lleva a poder decir que la política democrática de España mató la política de los campesinos. Estos tienen la conciencia de que los partidos van siempre a lo suyo, de que la política está bien para los que viven de ella, de que la polí­ tica es sucia. El sentirse propietario, el sentirse respaldado en general ante situaciones extremas por la garantía de su pequeña pro­ ducción, le ha impedido siempre abrir el corazón a movi­ mientos populares de concientización o de reivindicación. Estamos, por lo tanto, ¿inte un concepto burgués de la pro­ piedad: no es necesaria la colaboración con los demás; mi propiedad, mis bienes son suficientes para defenderme y hacerme valer. Los campesinos tienen expectativas propias del patemalismo, esperan que un señor bueno, listo y poderoso les venga a defender de sus desgracias. Para que existan opciones polí­ ticas, o se tiene que dar una convicción ideológica muy fuerte, o una necesidad básica muy agudizada, y ninguna de estas dos cosas se dan en el mundo rural. Si a esto añadimos lo que dejamos dicho de la no valoración, por parte del hombre rural, de la historia como factor de cambio de una realidad social... La visión que el campesino tiene de la realidad es estática; esto siempre fue así y siempre seguirá siendo así. También es

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cierto que la participación política, por desgracia, en este país supone un riesgo, y el campesino es bien sabedor de este hecho. Muy en concreto, entre nosotros, el fracaso de la lucha por la revisión de la cuota empresarial quemó una gran expec­ tativa. Si aquello hubiera resultado, es posible que hoy el mundo rural fuese diferente en lo que respecta a la concientización política. Por algo de esto, es por lo que decíamos antes que la política democrática de España ha matado la política de los campesinos. f) Cómo es ante la religión. El cura sigue siendo el cura, es decir, un notable, aunque ya no tenga el peso social que tenía en otros tiempos. Ha de tenerse en cuenta la actitud del hombre rural ante el extraño, el que viene de fuera. El sacerdote no deja de ser alguien que viene de fuera. Tardará en ser aceptado, porque no es del grupo. Parece crecer el agnosticismo y el ateísmo práctico. Por una parte, tienen una idea de Dios como un “principio” lejano creador; por otra, es un Dios demasiado próximo que actúa como causa segunda en muchos de los acontecimientos de su vida. Resulta intuitivo para llegar a los puntos criticables del funcionamiento de los sacerdotes y, a veces también, de los aspectos básicos del ser cristiano, pero poco coherente. Critica a la ligera, pero al mismo tiempo sigue mucho al sacerdote. No hay convicciones profundas (alguna muy vaga y con muy pequeña incidencia en la vida). Se funciona por la ley de la tradición, de la autoridad, con simplificaciones, con criterio de respeto y de estar a bien con la autoridad del pueblo. Suele hablarse mucho de la religiosidad popular rural no cristiana, pero resulta muy difícil distinguir dónde comienza lo cris­ tiano en sus convicciones. El culto a los muertos, de ser algo con un fondo religioso, aunque impreciso, está pasando a ser un hecho casi exclusivamente sociológico. *0 índice

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LA ESTRUCTURA ECONOMICO-SOCIAL Fundamentalmente, Galicia es un pueblo de campesinos, que vive del cultivo y de la explotación de la tierra. Con datos del año 1980, la distribución de la tierra gallega es la siguiente: 549.300 hectáreas de tierra labrada y productiva; no labrada, 2.200.500 hectáreas; lo que nos da una superficie total agraria de 2.749.800 hectáreas. Del total de la superficie agraria, el 20 por ciento es labrada y el 80 por ciento es productiva pero no labrada. A su vez, la superficie agraria supone el 93 por ciento de la superficie geográfica. Galicia participa con el 3 por ciento en la superficie labrada nacional, con el 10 por ciento en la superficie agraria y con el 5,83 por ciento en la geográfica. Destaca aquí la escasa proporción de la superficie labrada. En cuanto a la producción total agraria por hectárea productiva, Galicia alcanzó en 1979 unas 55.800 pesetas, frente a las 34.700 pesetas a nivel nacional. Tan sólo Cata­ luña y Canarias superan este nivel de producción por hectárea. Dentro de Galicia encontramos las diferencias provinciales: Pontevedra: 82.800 pesetas; Coruña: 63.500; Lugo: 52.200; Orense: 36.700. El nivel alcanzado por Pontevedra tan sólo es superado por Tarragona y Tenerife. En cuanto a los productos más importantes de Galicia para el consumo humano (datos del 81-80), son los siguientes:

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85 27,2

Patatas

17,5

Maíz

1.518.000 Tm. 377.000 Tm.

Uva transformación 182.000 Tm.

Coliflor

6.600 Tm.

Fresa y fresón

6.000 Tm.

03,3 08,6

Limón

4.700 Tm.

01,1

20,6

Col

95.000 Tm.

Guisantes verdes

3.600 Tm.

08,6

29,9

Centeno

64.000 Tm.

Ajos

3.600 Tm.

02,3

01,4

Trigo

47.000 Tm.

Cerezas y guindas

3.300 Tm.

04,5

03,3

Cebolla

38.000 Tm.

M elocotón

3.000 Tm.

00,7

03,0

Manzana

32.000 Tm.

Ciruela

2.500 Tm.

02,4

01,4

Tomate

29.000 Tm.

Higos

2.000 Tm.

03,6

24,7

Judías secas

19.800 Tm.

Nueces

1.714 Tm.

19,3

02,4

Lechuga

13.000 Tm.

Naranjas

1.700 Tm.

00,1

02,0

Pimientos

12.000 Tm.

Zanahoria

1.200 Tm.

00,9

52,0

Castañas

10.480 Tm.

Guisantes secos

04,0

Judías verdes

8.900 Tm.

01,6

Pera

8.200 Tm.

08,9

Berza

7.000 Tm.

Vino nuevo

600 Tm.

13,5

1.234.000 Hl.

03,7

Por lo que se refiere a los principales productos para el consumo del ganado, presentamos la siguiente tabla comparada con la producción nacional:

Nabo forrajero

58,9 o/o

Maíz forrajero

33,1 o/o

Praderas polifitas

55,3 o/o

Remolacha forrajera

15,6 o/o

Col forrajera

50,8 o/o

Otras gramíneas para forr.

10,9 o/o

45,8 o/o

Cultivos forrajeros pasta.

10,1 o/o

Cardo, salgue y otros Ballico

39,9 o/o

Trébol

.

07,8 o/o

Calabaza forrajera

34,4 o/o

Veza para forraje

00,5 o/o

Cereales de inv. para forr.

33,4 o/o

Alfalfa

00,3 o/o

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86

1.

La ganadería gallega en 1981

Ganado vacuno. Galicia contaba con 1.019.382 cabezas de ganado vacuno, en septiembre de 1981, con un descenso respecto al año anterior de un 3,2 por ciento. La participación gallega a nivel nacional supone el 22,9 por ciento. Ganado porcino. El número de cabezas asciende a 1.354. 578, con un descenso respecto al año anterior de un 5,3 por ciento. Nuestra participación en el total nacional es del 12,5 por ciento. Ganado ovino. Galicia cuenta con 253.594 cabezas, con un aumento respecto al año anterior de un 4,9 por ciento. Nuestra participación en el total nacional tan sólo es del 1,7 por ciento. Ganado caballar. Galicia tiene una notable importancia a nivel nacional, ya que supone el 15,1 por ciento. El número de cabezas era de 37.175. Ganado mular y asnal. En el mular, participamos con el 4 por ciento, y en el asnal nuestra participación es del 16,8 por ciento. 2.

Producción de carne

Ocupa el primer lugar, la carne de aves, con 86.710 Tm. El segundo lugar lo ocupa la carne porcina, con 56.880,1 Tm. El tercer lugar lo ocupa la carne de vacuno, con 51.238,1 Tm. 3.

Producción de leche

La producción total, en 1981, se cifra en 1.454 millones de litros, lo que importa un 24,4 por ciento de la producción nacional. Si atendemos tan sólo a la leche de vaca, supone nuestra producción el 24,3 por ciento.

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87

4.

Producción forestal

Galicia cuenta con una superficie arbolada que se cifra en 1.129.361 hectáreas, lo que supone el 9,6 por ciento de la superficie arbolada nacional. La mayor participación regional en el total nacional corresponde a las especies mixtas, con el 79,2 por ciento, seguida de las coniferas, con el 12 por ciento. Sobre este subsector agrícola quisiera llamarles la atención en cuanto al número de incendios. Galicia ha sido la región más afectada. En 1981, el número de incendios en Galicia fue de 5.143, o sea, el 46 por ciento del total nacional. Los mismos afectaron a 52.047 hectáreas. Producción de madera. Durante 1980, las cortas de ma­ dera se cifran en 1.726.700 metros cúbicos, con una parti­ cipación del 22,5 por ciento sobre el total nacional. El valor en pésetas: 3.836 millones, con el 22,7 por ciento a nivel nacional.

5.

Industrias agrarias

i > El total de establecimientos de industrias cárnicas se calcula en 72, frente a 1.683 a nivel nacional, el 4,3 por ciento. En cuanto a las industrias lácteas, su número se cifra en 50, frente a 509 a nivel nacional, lo que nos sitúa en un 9,8 por ciento. Consumo de abonos: nitrogenados: 18.321 Tm., con la participación a nivel nacional de un 1,9 por ciento. Fosfatados: 16.587 Tm., que supone el 3,5 por ciento a nivel nacional. Potásicos: 7.148 Tm., que supone el 2,4 por ciento. Los abonos más usados son el nitrato amónico, que supone el 40,5 por ciento nacional (cálcico); el superfosfato de cal, con un 8,2 por ciento a nivel nacional.

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88

6.

Población activa agraria

La población activa agraria a nivel nacional era, en el tercer trimestre de 1981, el 16,35 por ciento del total de la población activa española. La estructura de la población activa por sectores constituye un indicador del nivel de des­ arrollo, en el sentido de que, cuanto mayor es el porcentaje de la población activa agraria, menor es el nivel de desarrollo económico. En Galicia, aunque no disponemos de datos suficientemente actuales sobre la distribución de la población activa agraria, se puede estimar que dicho porcentaje referido al sector agrario se sitúa en tom o al 40 por ciento, o sea, más del doble del nivel nacional. Y si lo comparamos con los niveles europeos nos encon­ tramos con los siguientes contrastes: Bélgica Dinamarca Francia Alemania Grecia Italia Irlanda Luxemburgo Holanda Reino Unido 7.

03,1 07,0 08,6 04,0 37,2 11,2 20,8 04,8 05,4 02,0

o/o o/o o/o o/o o/o o/o o/o o/o o/o o/o

El minifundio

Uno de los grandes problemas con que tiene que enfren­ tarse Galicia para afrontar su desarrollo agrario, es el mini­ fundio. Destaca el elevado número de parcelas existentes en Galicia: 7.289.176, frente a 27.086.948 en el total nacional. Galicia participaba, en 1972, con el 26,9 por ciento en el total

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de parcelas nacionales. Más todavía: el 91,34 por ciento de nuestras parcelas tenían, en 1972, menos de 0,5 hectáreas; el 6,16 por ciento tenían una superficie entre 0,5 y 1 hectárea; el 2,23 por ciento tenían entre 1 y 5 hectáreas; y tan sólo el 0,27 por ciento tenían más de 5 hectáreas. Los problemas que este fenómeno presenta para la apli­ cación de técnicas modernas de laboreo y cultivo, aparecen evidentes. El campesino ha de dedicar parte de su tiempo a trasladarse de un lugar a otro. La concentración parcelaria podía ser un pequeño remedio, pero los campesinos, por una serie de razones, no se han mostrado fáciles a esta solución y, por otra parte, la misma concentración llevada a cabo no ha resuelto mucho, al dejar todavía parcelas bastante pe­ queñas. 8.

Número de explotaciones

Relacionado con lo anterior, tenemos en Galicia muchas explotaciones con un tamaño muy pequeño, integradas por un elevado número de pequeñas parcelas. Ateniéndonos a los datos que tenemos del año 1972, el 28,41 por ciento de las explotaciones gallegas tenían unas 0,9 hectáreas y el 74,76 por ciento tenían menos de 5 hectáreas, mientras que a nivel nacional dicho porcentaje era del 60,95 por ciento. El número de parcelas por explotación era en 1972 de 18,9, mientras que a nivel nacional era de 10,8. 9.

Una economía autárquica

La economía rural gallega sigue siendo, con sus excep­ ciones, una economía autárquica o de subsistencia, produ­ ciendo, en primer lugar, para el mantenimiento de la familia y tan sólo de un modo secundario para vender lo que sobra;

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por lo cual, es necesario que cada familia tenga para recoger un poco de todos los elementos de la vida rural, por lo menos “pro gasto’’. Tomando como ejemplo mi propia familia, os puedo decir que allí hay cuatro o cinco vacas, dos o tres cerdos para la ceba, una muía, doce gallinas, unos cuantos conejos. Se cultivan patatas, maíz, coles, centeno, trigo, cebollas, man­ zanas, tomates, judías secas y verdes, lechugas, pimientos, peras, berza, coliflor, fresa y fresón, guisantes verdes, ajos, cerezas, ciruelas, higos, nueces, zanahorias y vino. Es cierto que cada vez se va tendiendo más a unificar los productos reduciéndolos a aquellos que sirvan fundamental­ mente para la cría del ganado vacuno, tanto para engorde de los becerros como para la producción de leche, pues tanto ésta como los becerros son los que les pueden dar en el mercado unos dineros para sobrevivir y pagar la seguridad social. Hasta ahora tenían en los montes cierto apoyo económico, pero debido a los incendios forestales los ingresos por este medio son cada día más escasos. 10. La casa, unidad económica La unidad económica en Galicia es fundamentalmente la casa. El grupo social transfamiliar es la parroquia. La casa tiene su fundamento en los vínculos de sangre. Sin embargo, hay que distinguir entre “los parientes” y “los de casa” . Parientes son los consanguíneos hasta los grados más lejanos que suelen tenerse como tales. Los parientes forman la “castimonia” o linaje. Los de la casa son los que viven juntos, parientes por consaguinidad o afinidad, unidos bajo la autoridad de los padres o de los abuelos. El hijo que casa fuera y va a vivir aparte o con la familia de la mujer o del marido, ya no es propiamente de la casa. Se puede decir que la casa viene a ser como la familia agnaticia de los romanos, y la casti­ monia como la familia cognaticia. *0 índice

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Esta casa está sufriendo, en su estructura laboral, una gran transformación, una vez que los hijos jóvenes, siempre que les es posible, buscan un trabajo en otros sectores de pro­ ducción, como servicios, industrias. De ahí que la situación de envejecimiento de la población activa rural sea verdadera­ mente alarmante. Hoy, como norma general, la población que está sosteniendo la agricultura es la de 50 años para arriba, y son muchas las casas que corren peligro de cerrarse o de menguar su trabajo, tan pronto como el matrimonio pueda cobrar su jubilación a los 65 años. En cuanto a la vivienda o casa rural gallega, el pano­ rama resulta bastante negativo, sin dejar de reconocer las mejoras que se han venido produciendo en estos últimos años, debidas, en gran parte, a las remesas económicas de los emigrantes. La vivienda rural suele constar de unos bajos y un piso. Los bajos suelen dedicarse a cuadras de los animales, a bodega y a graneros. El piso es dedicado a vivienda familiar. Aunque todavía nos encontramos con casas de planta baja, en las que los animales casi conviven con las personas. El equipa­ miento de nuestras viviendas rurales suele ser bastante defi­ ciente y lo mismo podemos decir de su adecentamiento, una vez que la mujer en muchos casos está casi totalmente dedi­ cada al trabajo del campo y ha de reducir su trabajo en la casa al mínimo indispensable. Para nuestros campesinos, parece ser más importante comprar una vaca más o un apero que ade­ centar su casa. En el año 1970, el 41 por ciento de las vivien­ das rurales gallegas tenían agua corriente, no siempre de un servicio público, sino más bien del pozo con el que cuentan casi todas las casas. La vida familiar se suele hacer con mucha frecuencia en la cocina, o sea, a las horas de comer. Aunque son muchas las casas que ya cuentan con cocina de gas bu­ tano, casi todas conservan la cocina de hierro que suele fun­ cionar, sobre todo en el invierno, como medio único de cale­ facción. En cuanto a la alimentación, suele ser casi siempre a base de los productos caseros, a excepción del pescado. La *0 índice

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carne de vaca y de ternera casi se reduce su consumo a los días de fiesta y a alguna que otra ocasión.

11. Otros problemas — Una mínima ordenación rural. — La dispersión geográfica de los núcleos de población, que hace imposible unos servicios públicos adaptados. — Los medios de cultivo son, en muchos casos, rudimen­ tarios. El minifundio hace muy difícil la mecanización. — Mala comercialización de los productos, que han de llegar al consumo a través de una red de intermediarios, cuando debieran ser los mismos campesinos quienes tuvieran contacto directo e inmediato con el consumidor. Ello exigiría el cooperativismo. — La mal llamada cuota empresarial. — La sanidad rural. — La educación, con las concentraciones escolares. — El hombre rural no tiene conciencia plena de su situación, de su protagonismo en el cambio. — No entra por el cooperativismo, que parece es la única solución. — El hombre rural no se siente orientado por una polí­ tica agraria. — El hombre rural no racionaliza su trabajo y su pro­ ducción. — El hombre rural no tiene una preparación mínima para aprovechar el tiempo del ocio.

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DOCTRINA SO CIAL DE LA IGLESIA Y MUNDO RURAL

JESUS PASCUAL ARRANZ Departamento de Sociología Cáritas Diocesana de Valladolid

I VALORACION Y VIGENCIA ACTUAL DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA 1.

Respuesta a unos interrogantes

A comienzos del año 1981, alguien preguntaba en voz alta si, después de la carta apostólica de Pablo VI “Octo­ gésima adveniens” (1971), sigue existiendo una doctrina social. Si esto es así, ¿cómo se puede seguir hablando hoy de ella? La respuesta a estos interrogantes, al menos para algunos, parece haber llegado con la publicación de la “Laborem exercens” , fechada el 14 de septiembre de 1981. “Con la ‘Laborem exercens’, Juan Pablo II ha desempol­ vado la doctrina social de la Iglesia; desde la ‘Populorum

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progressio’ (1967) parecía como si la enseñanza social de la Iglesia hubiera entrado en un Guadiana del que muchos se empeñaban en que nunca saliese. A unos molesta que el men­ saje cristiano asuma los problemas materiales —¿materiales?— de la economía y de la política, empecinados en una visión dualista del hombre y del mundo, relegando lo material a las tinieblas de ‘lo humano’, mientras reservan para la Iglesia lo ‘sobrenatural’. Este modo de concebir lo cristiano es comodísimo para los que dominan los poderes económicos, sociales y políticos; así se liberan de un molesto enemigo que les cues­ tiona su situación y pueden, sin problemas de conciencia, dedi­ carse a los valores espirituales, a la salvación del alma; mientras desmoralizan los problemas de la vida real, pueden entregarse a ellos con rectitud de intención y opresión del prójimo. Esta actitud es constante en una parte numerosa de católicos. A otros molesta la doctrina social de la Iglesia, por el lado contrario. A partir de la década de los setenta surge una contestación permanente a la doctrina social de la Iglesia, desde una determinada izquierda que asume sin crítica el concepto de la ideología marxista y lo aplica a esa enseñanza; la acusan de ser expresión de la ideología dominante, con lo cual la descalifican y descalifican a todo aquél que tenga la ingenuidad de afirmar la vigencia de tal doctrina. (...) Entre ambas posturas, de hecho, hay una marginación de la doctrina social de la Iglesia, en la mayoría de los católicos ocupados y preocupados por tareas pastorales, litúrgicas y catequéticas, que parecen reducir la evangelización al anuncio de la Palabra y a la celebración de la Fe” (José María Osés, “Actualidad de la doctrina social de la Iglesia”, en Corintios XIII núm. 22, abril-junio 1982, pp. 1-2). Una manifestación de esta problemática puede ser la pre­ gunta que Juan Moreno Gutiérrez se hace en la revista Co­ rintios XIII (“Aproximación al pensamiento social de Juan Pablo II”, en el número 21, enero-marzo 1982), cuando dice:

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“ ¿Cree Juan Pablo II en la existencia de la doctrina social de la Iglesia?” . Y responde: “No es superflua esta pregunta, si se tiene en cuenta que en las fechas del Concilio Vaticano II se suscitó toda una polémica sobre el sentido que pudiera tener la expresión ‘Doctrina Social de la Iglesia’ y que Juan Pablo II era miembro de la comisión conciliar que redactó la ‘Gaudium et spes’, con la consiguiente necesidad de haberse hecho eco de la cuestión” (pág. 80). Para que no queden dudas, añade: “Su punto de partida para esta crítica (que ni el Este ni el Oeste, ni el socialismo ni el capitalismo, se adecúan con el Evangelio) ha sido la doctrina social de la Iglesia, en la que él cree, como lo manifestó, recor­ dando a Pablo VI, en la tercera parte del discurso con que inauguró los trabajos de la III Conferencia General del Episco­ pado Latinoamericano, el 28 de enero de 1979, en Puebla” (pág. 81). . . . Pocos, o muy pocos, antes del Concilio Vaticano II, eran quienes ponían en discusión el hecho de que la Iglesia, sobre todo a través del Magisterio del Papa, hablara y enseñara sobre cuestiones sociales. La conciencia común se asentaba en el convencimiento, no sólo teórico sino también práctico, de que el Romano Pontífice, como representante de Cristo en la tierra y fiel intérprete de su voluntad, intervenía en todos aquellos problemas propios de las relaciones humanas, para orientar las conciencias según los principios evangélicos. Y como en el Evangelio se encuentra la verdad sobre el hombre y la so­ ciedad, quien es fiel transmisor de la misma posee la autoridad de maestro y de guía. “Quizás sin pretenderlo explícitamente la encíclica ‘Mater et Magistra’ (1961) puso en crisis el concepto tradi­ cional de doctrina social de la Iglesia o, mejor dicho, llevó a la maduración una cierta crisis, que ya se venía notando desde los tiempos de Pío XII, entre una concepción totalmente deductiva de la doctrina social, y, por tanto, estática, y las

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nuevas exigencias de las ciencias modernas de una confron­ tación de los principios con los hechos sociales en su propio terreno. La encíclica ‘Mater et Magistra’ fue la primera en acoger este nuevo estilo de la cultura contemporánea. La clarificación definitiva en esta materia la aportará Pablo VI en la ‘Octogésima adveniens’. En ella afirma el Papa que hay unos principios cristianos, pero no un modelo cristiano de vida social. Para mayor claridad, algunos van a preferir que se hable de ‘enseñanza social’ y no de ‘doctrina social’ ” (Juan Moreno Gutiérrez, o.c.y p. 80). HOY EN DIA, admitiendo que la Iglesia tiene algo que decir, y a partir del complicado mundo de lo social, el pro­ blema se plantea no a nivel de anuncio, sino de doctrina. Es decir, saber si lo que la Iglesia ha venido enseñando a lo largo de los años sigue teniendo valor o, por el contrario, hay que entonar el réquiem de despedida. El problema que hoy se plantea es el siguiente: ¿Puede la Iglesia, en un mundo autónomo, presentar una doctrina social? ¿Puede enseñar sobre unas realidades que pueden ser dominadas por otras ciencias? ¿Qué relación existe entre estas ciencias y la Iglesia, en la presentación de su doctrina social? 2.

Sentido de la enseñanza social de la Iglesia

La fe no es una ideología ni un programa económico o político. Jesús de Nazaret no ha encomendado a la Iglesia la dirección de la comunidad política; pero la fe debe mos­ trarse eficaz en la construcción de una sociedad coherente con los valores fundamentales del hombre. La doctrina social de la Iglesia no debe separarse de la problemática relacional Iglesia-mundo. Ha sido y sigue siendo el cauce normal mediante el cual la Iglesia se pone en relación con la sociedad, haciéndola llegar el mensaje de su expresión práctica.

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La intencionalidad de fondo, cada vez que se eleva la voz de la Iglesia en materia social, no es otra que la de expresar el mensaje de salvación en un momento histórico. Esta ha sido siempre la intención de cada uno de los documentos ponti­ ficios. La doctrina social de la Iglesia debe responder a los signos de los tiempos. Con el papel de los laicos en la Iglesia, en el Vaticano II, se percibe que, a través de su compromiso en los asuntos tem­ porales, la gestación de la doctrina social amplia su campo: no se realiza solamente desde y en las altas esferas de la Iglesia, sino a través de todo el Pueblo de Dios y de todos los hombres insertos en la Iglesia. Después del Vaticano II, la Iglesia no se ha preocupado tanto de exponer y asegurar las formulaciones de la doctrina, cuanto de encontrar un lenguaje adecuado desde las situa­ ciones concretas de las diversas comunidades. Si la enseñanza de la Iglesia se quedara en principios gene­ rales, haría un anuncio ahistórico del mensaje, apto para legitimar actitudes contrapuestas desde un patemalismo conti­ nuador de la injusticia hasta un radicalismo capaz de sacrificar, en aras de la eficacia, valores fundamentales. “La enseñanza de la Iglesia debe tener un contenido material operativo, si ha de ser verdadera moral social; no puede consistir en un conjunto de enunciados esencialistas e intemporales, ni en una racionalización de la acción concreta, sino que debe ser luz, fuerza, impulso, para orientar la acción, sin llegar a ofrecer opciones concretas. No hay orden social alguno que pueda ser presentado como traducción del Evan­ gelio. Esta moral social es lo que la Iglesia necesita y lo que llamamos doctrina social” (José María Osés, o.c., p. 10). El punto de partida para la elaboración de una palabra sobre lo social, son los datos concretos o situaciones en que se encuentran las diversas comunidades y no solamente unos principios determinados. *0 índice

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La doctrina social de la Iglesia, más que una palabra única, se hace palabra compartida; más que palabra defi­ nitiva, se va haciendo palabra iluminadora y alentadora para una realidad concreta. Tiene que partir, más que deductiva­ mente, inductivamente, si quiere decir algo a la realidad; más en búsqueda que en seguridades. Si al hablar de doctrina social de la Iglesia, entendemos por ella la búsqueda de un estilo concreto de vida perfecta­ mente matizado, estamos avocados al fracaso y hemos come­ tido el más grave de los pecados: identificar el Reino de Dios, que está más allá de nosotros y que es ilimitado, con una rea­ lidad caduca, relativa y transitoria. Una cosa es la acción de las ciencias humanas y otra muy distinta la acción eclesial. La presentación de un modelo o estilo de vida es compe­ tencia de las ciencias positivas. La Iglesia, por tanto, en modo alguno puede proponer lo que hay que hacer “hic et nunc’\ En una época en que el mundo llega a ser él mismo, la Iglesia, aunque alguna vez en su historia lo hiciera, no organiza la convivencia entre los hom­ bres. La función eclesial está en presentar los valores éticos que han de presidir la acción concreta. Su acción es pastoral: cuidar y exigir que los valores evangélicos estén presentes en medio del mundo. Pero la acción de la Iglesia no se limita solamente a señalar los valores que, desde el Evangelio, han de ser respe­ tados y promocionados a la hora de construir un modelo social. Su tarea también es crítico-profética. La doctrina social de la Iglesia tiene que asimilar más en hondura esta dimensión de denuncia profética. Para ello tiene que ir profun­ dizando la realidad, examinarla y conocerla más a fondo. La denuncia, por tanto, es una de las misiones más impor­ tantes que tiene hoy en día la enseñanza social de la Iglesia.

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En modo alguno puede hablarse de doctrina social de la Iglesia como modelo de vida social. Sin embargo, esto no significa la muerte de la enseñanza social eclesial, sino más bien de un momento expresivo diferente. “La enseñanza social se propone precisamente esto: mostrar el camino a través del cual lo social de este mundo puede y debe resultar verdaderamente humano, aquello en lo cual la persona humana se pueda realizar según su medida. Se trata, pues, de una enseñanza ética sobre la sociedad y no técnica. (•••) . ,. , . La doctrina social nace de un juicio ético, últimamente de la fe, sobre una particular situación histórica. Ahora bien, el Magisterio cumpliría menos su papel de transmitir la Verdad de Cristo, que es la vida del hombre, si no se empeñase tam­ bién en una obra de discernimiento crítico y de juicio, precisa­ mente sobre el modo con que el hombre vive en un determi­ nado tiempo en la sociedad. Es precisamente a través de este juicio cómo la Verdad sobre el hombre entra en la historia de la sociedad y resulta normativa para ella, desde el momento en que las decisiones humanas que producen lo social lo im­ plican siempre e implican, por tanto, siempre la referencia a criterios caritativos y valorativos” (Cario Caffarra, “Doc­ trina Social de la Iglesia: justificación teológica”, revista Communio, marzo-abril 1981, pp. 183-185). Según lo dicho: 1) En modo alguno puede afirmarse la vigencia de la doctrina social de la Iglesia, si ésta se entiende como un con­ junto de verdades inmutables y con valor universal ante una realidad tan cambiante, y como una palabra que surge desde la cima. 2) Ninguna vigencia puede tener la doctrina social de la Iglesia entendida como un modelo concreto de vida. Una cosa es estar en el mundo y otra muy distinta dirigir el mundo.

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3) La doctrina social de la Iglesia tiene actualmente vigencia desde otra perspectiva. Se ha de entender como la contribución que hace a la verdad sobre la liberación y pro­ moción del hombre. Tiene que enseñar la liberación integral de la persona humana. 4) “La actualidad de la doctrina eclesial está en que, ante todo, tienda a ser un mensaje moral y profético, engen­ drado por el encuentro de la transcendencia de la Iglesia con su encamación en el mundo, y promueva la liberación integral de la persona humana, respondiendo a los desafíos y pro­ blemas de la época, esforzándose en la lucha contra la opre­ sión, denunciando la dominación e injusticia y proclamando la justicia para los menesterosos. No basta con decir sólo una palabra e imponer una teoría, sino colaborar, desde la visión global del hombre y la sociedad, a la búsqueda de una convi­ vencia más justa y acompañar a los hombres en su búsqueda” (José Bullón Hernández, “Valoración y vigencia actual de la doctrina social de la Iglesia” , Communio, marzo-abril 1981, p. 199).

II EXPLICITACION DE LA DOCTRINA PAPAL Y CONCILIAR Conviene tener muy en cuenta que difícilmente encontra­ remos la verdad de un documento, si lo sacamos de su con­ texto histórico, queriéndole juzgar con categorías de otra época. Y es sumamente peligroso realizar esto con documen­ tación de la doctrina social, bien porque se la rechaza como realidad trasnochada, bien porque se la recibe como realidad inmutable.

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Hay que volver a señalar que no es el mismo método el empleado en la elaboración de la doctrina social antes del Vaticano II que después del mismo. Para ver esto basta acercarse a cualquiera de las encíclicas de los Papas (“Rerum novarum” , “Quadragesimo anno” ...). Normalmente es el Sumo Pontífice quien directamente habla oficialmente y determina en materia social aquello que debe ser realizado. Estamos en una época en que el aspecto de “jerarquía” en la Iglesia es sumamente valorizado, recono­ ciendo en ella la palabra de guía y ánimo. Es la esfera magis­ terial la creadora, la celadora e intérprete, desde ella misma, del Evangelio y su aplicación en el mundo. La gestión, por tanto, de la doctrina social se lleva a cabo desde el horizonte jerárquico. ¿Significa que estamos ante la imposición de un puro y simple capricho que nada tiene que ver con lo real y con­ creto? No conviene emitir un juicio tan a la ligera, saltándonos a la torera el ritmo de la historia y olvidando la misión servi­ dora de los pastores. No hay que ser tan ingenuos como para pensar que el Papa no puede hablar desde sí. Bien sabemos que existe una misión magisterial. Consideremos que en las épocas del Papa León XIII y de Pío XI, prolongándose hasta Pío XII, la palabra de la Igle­ sia era definitiva, casi única. El Papa tenía la última palabra, y los fieles eran meros receptores de la verdad. El papel de estos últimos consistía en recibir y cumplir las enseñanzas que les venían de los pastores, en quienes estaba la suficiente luz para comprender lo que debe hacerse. No se plantea si podía haberse dicho de otra manera o si el fiel podía agregar algo más. Eran las épocas en que lo religioso estaba en primera fila y envolvía todos los aspectos de la vida humana. La Iglesia, como transmisora de la verdad sobre Dios a través de sus mensajeros, señalaba el camino a seguir. Sólo restaba ser recibida y cumplida.

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Téngase asimismo en cuenta que por entonces está naciendo la primera palabra que tiene la Iglesia sobre cues­ tiones sociales. Son las etapas en que se va estructurando la “doctrina” sobre la sociedad y sobre el mundo, en principios que se sacan de la realidad y la reflexión evangélicas. El trabajo de los Papas está en presentar unos principios cristianos que orienten la realidad social y resuelvan el conflicto existente. — León XIII. “Rerum novarum” (1891). Número 8: crítica del socialismo agrario y defensa de la propiedad privada de la tierra. — Pío XI. “Quadragesimo anno” (1931). Número 59: habla del salario agrícola y de la miserable condición del mundo rural. — Pío XII. Discursos referidos al mundo rural: . Al Congreso Italiano de la Confederación Nacional de Cultivadores Directos (15 de noviembre de 1946): “Hay que resistir la diabólica tentación de la ganan­ cia fácil”. Importancia imprescindible del campesinado. Valores de la civilización rural. Trabajo y cultura. Derechos del trabajo frente al capital. El trabajo: servicio y comunidad. . Al Congreso de Médicos Rurales Italianos (18 de septiembre.de 1950): “Abnegación y espíritu de sacrificio en el ejercicio de la profesión médica rural” .

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. Al I Congreso Católico Internacional sobre la Vida Rural (2 de julio de 1951): “La tierra abandonada por incuria o agotada por una explotación inhábil, pierde su productividad y es causa de las más graves crisis”. Importancia de los problemas del campo. Superstición del tecnicismo y la industrialización. El “éxodo” del campo. Vencer la inclinación de un mundo extraño. . A la VI Sesión de la Conferencia de la FAO (23 de noviembre de 1951): “Los pueblos favorecidos por la naturaleza no pueden permanecer indefinidamente improduc­ tivos” . . Al IV Congreso de la Confederación Nacional de Cultivadores Directos de Italia (1 de mayo de 1953): “El proletariado rural debe desaparecer”. La agricultura alimenta a la nación. Psicología del campesino. Métodos de acción rural. . Al IX Congreso Internacional de la Industria Agraria (30 de mayo de 1952): “Obligación moral de atender las necesidades de los pueblos desheredados” . Eficacia de los nuevos métodos de producción. Solidaridad humana aun en lo material.

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. A la VI Asamblea de la Federación Internacional de Productores Agrícolas (11 de junio de 1953): “El sector agrícola ha venido a ser, de un modo absolutamente anormal, un simple anejo del sector industrial” . . A los participantes en la VII Sesión de la Confe­ rencia de la FAO (6 de diciembre de 1953): El 70 por ciento de la población mundial está infraalimentada. . Al X Congreso Nacional de Cultivadores Directos de Italia (18 de mayo de 1955): Dos millones de campesinos actualizan la doctrina social en el agro italiano. La Confederación aporta el 60 por ciento de la pro­ ducción italiana. Es preciso difundir los buenos principios. Participación de la mujer en la vida sindical. La gran tentación de nuestros días: “La de dirigir las miras a un tenor de vida cada vez más alto, para una más elevada productividad de trabajo con aspiración a la prosperidad”. Los pequeños propietarios y las cooperativas. . A la VIII Sesión de la Conferencia de la FAO (10 de noviembre de 1955): “Necesidad de una reforma agraria, de créditos y de cooperativas agrícolas, para frenar el éxodo a la ciudad” . Crecimiento en un 25 por ciento de la producción agrícola.

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Concentración y parcelación excesivas. El elemento moral del problema. . A los campesinos españoles, por radio (21 de enero de 1956): “El mayor bien está en la observancia estricta de los deberes religiosos y morales”. . Al Congreso Nacional de Cultivadores Directos de Italia (11 de abril de 1956): “La doctrina social católica en el mundo rural” . El mundo rural debe participar en el progreso general. 1) Cultivaos como trabajadores. 2) Cultivaos como miembros de la sociedad. 3) Cultivaos, por último, religiosamente. . A los agricultores de la región de Fucino (Italia) (25 de mayo de 1956): “El egoísmo es un abuso del derecho a la pro­ piedad privada” . . A la I Asamblea General del MIJAR (Juventud Agrícola Rural) (2 de agosto de 1956): “Que en el concierto de las relaciones se deje oír vuestra voz sana y fuerte”. . A los Cultivadores Directos de Italia (16 de mayo de 1957): Hay que proveer a la seguridad social de los agri­ cultores.

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. A la IX Sesión de la Conferencia de la FAO (9 de noviembre de 1957): “Para el equilibrio de la sociedad es imprescindible la elevación del nivel de vida del agricultor” . . Al XII Congreso de Cultivadores Directos de Italia (17 de abril de 1958): “Los problemas de los braceros del campo y de los minifundios” . — Juan XXIII. “Mater et magistra” (1961). Responde a los orígenes y a la experiencia de labriego de Juan XXIII, y supone, dentro de la historia del pensamiento social de la Iglesia, la renovacySn y el remozamiento que llevó consigo el Magisterio del Papa Juan. Importancia de la tercera parte de la “Mater et magistra” sobre el nuevo planteamiento del problema social: el des­ equilibrio en el desarrollo (núms. 123-149). I - Desequilibrio entre los diversos sectores económicos. 1. Subdesarrollo del sector agrícola (núms. 123-126). 2. Dos principios básicos: a) Desarrollo adecuado de los servicios públicos fundamentales. b) Elevación de la agricultura al nivel de otros sec­ tores económicos. 3. La acción del Estado. a) Política tributaria. b) Política crediticia. c) Seguridad social.

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d) Política de precios. e) Creación de industrias complementarias. f) Reforma de la empresa agraria. 4. La acción de los interesados. a) Lo pide la dignidad de su profesión. b) Debe encauzarse a través de sus asociaciones. c) Y subordinarse a las exigencias del bien común. Con el Concilio Vaticano II aparecen una serie de hechos que nos hacen reconsiderar la doctrina social cristiana. Dos realidades a tener en cuenta: a) Reconocimiento de la autonomía del mundo. b) Potenciación del laicado en la vida de la Iglesia. Se trata de la Iglesia como Pueblo de Dios. Esta defi­ nición implica algo fundamental: todo cristiano participa plenamente en la salvación de Cristo y es testigo de la misma. Todo ser cristiano, al formar parte de,1a Iglesia, contribuye a la edificación de la misma, tomando parte activa en la presenta­ ción de la salvación. No puede solamente ser un miembro pasivo que espera la palabra que le ponga en movimiento. Todos —jerarquía y laicos—, como Pueblo de Dios, se esfuer­ zan por ser testigos fieles del mensaje recibido. No se intenta decir aquí que con el Concilio Vaticano II se ha destruido el aspecto jerárquico de la Iglesia, ya que, por la misión recibida, siempre tiene el don de la enseñanza; sino que, más bien, pasa a ser considerada la Iglesia en una realidad más profunda: sentido más colegial entre los pastores y los fieles, actividad del laico en la vida eclesial. Este, desde su rea­ lidad concreta, no solamente aporta un testimonio de vida, sino que también ofrece material y experiencia necesarios para una reflexión sobre unos aspectos concretos de la vida.

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Como se afirmaba antes, después del Vaticano II, la Iglesia no se ha preocupado tanto de exponer y asegurar las formulaciones de la doctrina, cuanto de encontrar un lenguaje adecuado desde las situaciones concretas de las diversas comu­ nidades. El Concilio Vaticano II, en la constitución “Gaudium et spes” (núm. 66), afirma: “Para satisfacer las exigencias de la justicia y la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que, dentro del respeto a los derechos de las personas y a las características de cada pueblo, desaparezcan lo más rápidamente posible las enormes diferencias económicas que existen hoy, y frecuente­ mente aumentan, vinculadas a discriminaciones individuales y sociales. De igual manera, en muchas regiones, teniendo en cuenta las peculiares dificultades de la agricultura, tanto en la producción como en la venta de sus bienes, hay que ayudar a los labradores para que aumenten su capacidad productiva y comercial, introduzcan los necesarios cambios e innovaciones, consigan una justa ganancia y no queden reducidos, como sucede con frecuencia, a la situación de ciudadanos de inferior categoría. Los propios agricultores, especialmente los jóvenes, apliqúense con afán a perfeccionar su técnica profesional, sin la que no puede darse el desarrollo de la agricultura”. Los bienes de la tierra están destinados a todos los hombres (núm. 69). Acceso a la propiedad y dominio de los bienes. PRO­ BLEMA DE LOS LATIFUNDIOS: “En muchas regiones económicamente menos desarrolladas existen posesiones rurales extensas y aun extensísimas mediocremente culti­ vadas o reservadas sin cultivo para especular con ellas, mientras la mayor parte de la población carece de tierras o posee sólo parcelas irrisorias, y el desarrollo de la producción agrícola presenta caracteres de urgencia. No raras veces los braceros, o los arrendatarios de algunas de esas posesiones, reciben un salario o beneficio indigno del hombre, carecen de aloja­

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miento decente y son explotados por los intermediarios. Viven en la más total inseguridad, y es tal su situación de inferioridad personal, que apenas tienen ocasión de actuar libre y responsa­ blemente, de promover su nivel de vida y de participar en la vida social y política. Son, pues, necesarias las reformas que tengan por fin, según los casos, el incremento de las remunera­ ciones, la mejora de las condiciones laborales, el aumento de la seguridad en el empleo, el estímulo para la iniciativa en el trabajo; más todavía, el reparto de las propiedades insuficiente­ mente cultivadas en beneficio de quienes sean capaces de hacerlas valer. En este caso deben asegurárseles los elementos y servicios indispensables, en particular los medios de educa­ ción y las posibilidades que ofrece una justa ordenación de tipo cooperativo. Siempre que el bien común exija una expro­ piación, debe valorarse la indemnización según equidad, te­ niendo en cuenta todo el conjunto de circunstancias” (n, 71). — Juan Pablo II y el mundo rural. Documentos: . Encuentro con los campesinos africanos en Kisangani (1980). . Encuentro con los campesinos mexicanos de Cuilapán (29-1-1979). . Encuentro con los campesinos brasileños de Curitiba (6-7-1980) y de Recife (7-7-1980). . Encuentro con los campesinos portugueses en Villa Vizosa (14-5-1982). . Encíclica “Laborem exercens” (1981). . Discurso en el acto de beatificación de sor Angela de la Cruz, en Sevilla (5-11-1982). Se sabe que la mayor parte de la población del Tercer Mundo vive en las zonas rurales y depende esencialmente en su subsistencia y desarrollo de los productos de la tierra. .

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Las tierras incultas y abandonadas, las grandes pro­ piedades territoriales, las especulaciones sobre el suelo, el desarraigo de la población de sus terrenos de origen, la sequía, crean condiciones de sufrimiento y de injusticia para nume­ rosas familias que viven al margen de la sociedad, en la indi­ gencia, en la insalubridad y en el analfabetismo. Juan Pablo II, el 12 de noviembre de 1979, hacía notar a los miembros de la FAO que el sector agrícola es un sector “mantenido durante un tiempo demasiado largo al margen del progreso de los niveles de vida, un sector afectado de manera particularmente dolorosa por la rápida y profunda mutación socio-cultural de nuestro tiempo. Esto pone en evidencia las injusticias heredadas del pasado; desestabiliza a los hombres, familias y sociedades, acumula las frustraciones y obliga a emigraciones frecuentemente masivas y caóticas”. a) La tierra es para los hombres. En el discurso a los indios y campesinos de Cuilapán, Juan Pablo II definió la función y finalidad de la propiedad privada, defendiendo su “derecho legítimo” , pero afirmando igualmente que una hipoteca social pesa sobre ella, pues los bienes deben servir al destino general que Dios les ha dado. El Papa subraya que esto vale igualmente respecto al mundo rural y la tierra: “La tierra es un don de Dios, un don que El hace a todos los seres humanos” . Pero “más grave aún es el desequilibrio y más clamorosa la injusticia que se una a él (el designio divino), cuando esta inmensa mayoría se ve condenada por esto (apropiación por unos cuantos) a una situación de carencia, de pobreza y de marginalización” . No puede admitirse que en el desarrollo social general “sean excluidos del verdadero progreso digno del hombre precisamente los hombres y mujeres que viven en el medio rural, aqueles que penan por hacer productiva la tierra, gracias al trabajo de sus manos, y que necesitan de la tierra para alilO índice

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mentar a sus familias” (Homilía a los trabajadores de la tierra de Recife, 1980). b) Una legislación justa en materia agraria. Una legislación que respete la dignidad de la persona, que sirva al bien de todos y no únicamente de personas privadas o de ciertas minorías; una legislación que sea aplicada. Las iniciativas a adoptar en el sector agrícola deben ser “en favor del hombre, sea en el plano legislativo, en el dominio judicial, o en el plano de la salvaguardia de los derechos de los ciudadanos” (Recife, 1980). “Arrancarle de su terruño (al agricultor) lanzándole a un éxodo pleno de incertidumbres, en dirección de las grandes metrópolis, o no asegurar sus derechos a la posesión legítima de la tierra, es despreciar sus derechos de hombre y de hijo de Dios. Es introducir un peligroso desequilibrio en la so­ ciedad” (Recife, 1980). Muy significativo a este respecto es el llamamiento lanzado por el Papa para que se reconozca a los indios el “derecho” a habitar la tierra de quienes fueron sus primeros habitantes y propietarios (Curitiba, 1980). c) Relación entre el hombre y la tierra. Juan Pablo II resalta con inquietud que el ser humano, llamado por Dios a “dominar y cultivar la tierra” , parece con frecuencia no ver en su entorno cultural otro sentido que el de “servir a un uso y un consumo en lo inmediato” . Teniendo en cuenta la gravedad de la insuficiencia alimen­ taria y la complejidad a escala mundial de los problemas que plantean la desigualdad y la diversidad de la producción agrícola, el Papa dice a los habitantes del Zaire: “Vuestro país debe satisfacer sus necesidades alimenticias; los productos agrícolas son más necesarios que ciertos productos de lujo.

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El desarrollo industrial de los países africanos necesita del desarrollo agrícola” (Homilía en Kisangani). En Recife dice: “Aprovechad y dominad los recursos; haced que ellos rindan cada vez más en favor del hombre de hoy y de mañana... En lo que concierne al uso de la tierra, debe... pagarse un tributo de austeridad para no debilitar, reducir o, aún peor, hacer insoportables las condiciones de vida de las generaciones futuras. La justicia y la humanidad lo exigen”. El cardenal Bemardin Gantin, de la Pontificia Comisión de “Justicia y Paz” y del Consejo Pontifical “Cor Unum”, en un artículo, donde analiza “El mensaje social de Juan Pablo II a los pueblos de Africa y de América Latina” , ha escrito: “ ¿Cuáles serán las aplicaciones concretas y urgentes que deberá adoptar en el dominio rural una sociedad que quiera ser justa? Juan Pablo II señala algunas: — Ante todo, asegurar siempre, a la vez, el progreso téc­ nico e industrial y una atención prioritaria a las cuestiones agrícolas, tan indispensables en nuestros días. — Evitar crear situaciones lesivas para la dignidad de las poblaciones rurales: esas situaciones no sólo constituirán una violación de los derechos de Dios y del hombre, sino que serían ruinosas para la sociedad, pues ellas favorecerían otras iniciativas inspiradas por el odio y la violencia. — El trabajo está hecho para el hombre y no el hombre para el trabajo; es, pues, indispensable asegurar a los trabaja­ dores de la tierra —y de toda otra rama de producción— la posibilidad de obtener de ella los medios necesarios y sufi­ cientes para hacer frente con dignidad a sus responsabilidades familiares y sociales. ‘Nunca el hombre es un simple instru­ mento de producción’, ha subrayado el Papa.

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— Velar para que la sociedad de consumo, no controlada por la ética, no conduzca en definitiva a los ricos a limitar la libertad de los que sufren en la miseria y en la indigencia. — En lo que concierne a los bienes de primera nece­ sidad, es preciso absolutamente que no haya ‘capas sociales privilegiadas’. El Papa estigmatiza la presencia de desigualdades desgarradoras en el modo de vida entre los medios urbanos y los medios rurales, e invita a todo el mundo —poderes pú­ blicos, grupos sociales, ciudadanos— a sentirse comprometidos en el esfuerzo por eliminarlas, o al menos por reducirlas en cuanto es posible hacerlo. — No se puede bajo ningún pretexto negar a los traba­ jadores de la tierra —ni a los demás trabajadores— ‘el derecho a participar y comunicar, en un espíritu de responsabilidad, en la vida de las empresas, en las organizaciones destinadas a definir y a salvaguardar sus intereses, e incluso en la... trans­ formación de las estructuras de la vida económica’ ” (Revista Communio, marzo-abril 1981, pp. 208-209). En el número 21 de la “Laborem exercens” se dice: “Todo cuanto se ha dicho precedentemente sobre la dignidad del trabajo, sobre la dimensión objetiva y subjetiva del trabajo del hombre, tiene aplicación directa en el problema del trabajo agrícola y en la situación del hombre que cultiva la tierra en el duro trabajo de los campos. En efecto, se trata de un sector muy amplio del ambiente de trabajo de nuestro planeta, no circunscrito a uno u otro ambiente, no limitado a las socie­ dades que han conseguido ya un determinado grado de des­ arrollo y de progreso. El mundo agrícola, que ofrece a la so­ ciedad los bienes necesarios para su sustento diario, reviste una importancia fundamental. Las condiciones del mundo rural y del trabajo agrícola no son iguales en todas partes, y es diversa la posición social de los agricultores en los distintos países.

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Esto no depende únicamente del grado de desarrollo de la técnica agrícola, sino también, y quizá más aún, del recono­ cimiento de los justos derechos de los trabajadores agrícolas, y, finalmente, del nivel de conciencia respecto a toda ética social del trabajo. El trabajo del campo conoce no leves dificultades, tales como el esfuerzo físico continuo y a veces extenuante, la escasa estima en que está considerado socialmente, hasta el punto de crear entre los hombres de la agricultura el ser social­ mente marginados, hasta acelerar en ellos el fenómeno de la fuga masiva del campo a la ciudad y desgraciadamente hacia condiciones de vida todavía más deshumanizadoras. Se añade a esto la falta de una adecuada formación profesional y de medios apropiados, un determinado individualismo sinuoso y además situaciones objetivamente injustas. En algunos países en vías de desarrollo, millones de hombres se ven obligados a cultivar las tierras de otros y son explotados por los latifundistas, sin la esperanza de llegar un día a la posesión ni siquiera de un pedazo mínimo de tierra en propiedad. Faltan formas de tutela legal para la persona del trabajador agrícola y su familia, en caso de vejez, de enfermedad o de falta de trabajo. Largas jomadas de pesado trabajo físico, son pagadas miserablemente. Tierras cultivables, son abando­ nadas por sus propietarios; títulos legales para la posesión de un pequeño terreno, cultivado como propio durante años, no se tienen en cuenta o quedan sin defensa ante el ‘hambre de tierra’ de individuos o de grupos más poderosos. Pero también en los países económicamente desarrollados, donde la investi­ gación científica, las conquistas tecnológicas o la política del Estado han llevado a la agricultura a un estado muy avanzado, el derecho al trabajo puede ser lesionado, cuando se niega al campesino la facultad de participar en las opciones decisorias correspondientes a sus prestaciones laborales, o cuando se le niega el derecho a la libre asociación en vista de la justa pro­ moción social, cultural y económica del trabajador agrícola.

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Por consiguiente, en muchas situaciones son necesarios cambios radicales y urgentes, para volver a dar ala agricultura y a los hombres del campo el justo valor como base de una sana economía en el conjunto del desarrollo de la comunidad social. Por lo tanto, es menester proclamar y promover la dignidad del trabajo, de todo trabajo, y, en particular, del tra­ bajo agrícola, en el cual el hombre, de manera tan elocuente, ‘somete* la tierra recibida en don por parte de Dios y afirma su ‘dominio* en el mundo visible**. Juan Pablo II, en el acto de beatificación de sor Angela de la Cruz, en Sevilla, el 5 de noviembre de 1982, dijo: “Hoy el mundo rural de sor Angela de la Cruz ha presen­ ciado la transformación de las sociedades agrarias en socie­ dades industriales, a veces con un éxito impresionante. Pero este atractivo del horizonte industrial ha provocado, de re­ chazo, un cierto desprecio hacia el campo, ‘hasta el punto de crear entre los hombres de la agricultura el sentimiento de ser socialmente unos marginados, y acelerar en ellos el fenómeno de una fuga masiva del campo a la ciudad, desgraciadamente hacia condiciones de vida todavía más deshumanizadoras’ (Laborem exercens, n. 21). Tal menosprecio parte de presupuestos falsos, ya que tantos engranajes de la economía mundial continúan pen­ dientes del sector agrario, ‘que ofrece a la sociedad los bienes necesarios para el sustento diario’ (ibídem). En esa línea de defensa del hombre del campo, la Iglesia contemporánea anuncia a los hombres de hoy las exigencias de la doctrina sobre la justicia social, tanto en lo referente a los problemas del campo como al trabajo de la tierra, el men­ saje de justicia del Evangelio que arranca de los profetas del Antiguo Testamento. El profeta Isaías nos lo recordaba hace unos momentos: si partes tu pan con el hambriento, ‘entonces brotará tu luz como la aurora... e irá delante de ti la justicia’ (Is 51, 8). Llamada actual, entonces y ahora, porque la justicia y el amor al prójimo son siempre actuales.

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A lo largo del siglo XX el campo ha cambiado, por for­ tuna, algunas condiciones que lo hacían inhumano: salarios bajísimos, viviendas míseras, niños sin escuela, propiedad consolidada en pocas manos, extensiones poco o mal explo­ tadas, falta de seguros que ofrecieran un mínimo de seguridad frente al futuro. La evolución social y laboral ha mejorado, sin duda, este panorama tristísimo en el mundo entero y en España. Pero el campo continúa siendo la cenicienta del desarrollo económico. Por eso los poderes públicos deben afrontar los urgentes problemas del sector agrario. Reajustando debida­ mente costos y precios que lo hagan rentable, dotándolo de industrias subsidiarias y de transformación que lo liberen de la angustiosa plaga del paro y de la forzada emigración que afecta a tantos queridos hijos de ésta y de otras tierras de España, racionalizando la comercialización de los productos agrarios y procurando a las familias campesinas, sobre todo a los jóvenes, condiciones de vida que los estimulen a consi­ derarse trabajadores tan dignos como los integrados en la industria. Ojalá las próximas etapas de vuestra vida pública logren avanzar en esa dirección, alejándose de fáciles demagogias que aturden al pueblo sin resolver sus problemas y convocando a todos los hombres de buena voluntad para coordinar esfuerzos en programas técnicos y eficaces” . Eii el discurso del Papa a las gentes del mar, en la plaza del Obradoiro, el martes 9 de noviembre de 1982, dijo: “Mi presencia aquí, quiere ser, además, un signo vivo y fehaciente de la preocupación de la Iglesia por los hombres del mar. Todo lo que he dicho en mi Magisterio, especialmente en la encíclica ‘Laborem exercens’, acerca de la dignidad del trabajo humano, de su primacía sobre las cosas que produce, tiene su aplicación a vuestros problemas profesionales y laborales. ‘No hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético que está vinculado completa y directamente al

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hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mis­ mo...; es cierto que el hombre está llamado y destinado al tra­ bajo; pero, ante todo, el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo’ (Laborem exercens, n. 6). No ignoro las dificultades que encontráis para el des­ arrollo de vuestras personas en lo humano y para la vivencia de vuestra fe cristiana: la prolongada permanencia en el mar, el aislamiento, los obstáculos para la defensa de vuestros derechos en el campo profesional y laboral, la peligrosidad de las faenas que realizáis, el choque con ambientes de otras culturas. Es necesario que estas condiciones de vuestra profesión sean asumidas por vosotros y por cuantos influyen en las condiciones de vida y trabajo de vuestro sector, para que haya siempre una mayor valoración de la persona humana. Ello implica más amplias facilidades para vuestra elevación cul­ tural y profesional; mejores condiciones de trabajo y de vida a bordo; mejores garantías de seguridad e higiene en los barcos; más equitativa distribución de las ganancias; ade­ cuadas vacaciones que faciliten el contacto con la familia, la sociedad y la comunidad eclesial; mayores posibilidades para el ejercicio de vuestros derechos laborales y cívicos”. III PRESENCIA DE LA IGLESIA EN EL MEDIO RURAL Se trata ahora de analizar no lo que es la doctrina de la Iglesia sobre el mundo rural, sino la presencia de la Iglesia, que quizá en algunas partes se puede definir como una presencia irrelevante, pero en otros lugares y espacios es la presencia de

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un testigo, una Iglesia que sí quiere estar con los pobres de la tierra. Según lo escrito por Manuel Hernández, del equipo pas­ toral de Archidona (Málaga), “podemos hablar de cuatro grupos que aparecen dentro de la Iglesia en el mundo rural: a) El clero. ¿Qué incidencia ha tenido y tiene el clero en la vida del mundo rural? ¿Qué tiene que ver el obispo de la diócesis con la gente de los pequeños pueblos, con la gente del campo? Es un personaje, quizá con poder, que asoma alguna que otra vez y pretende hacerse agradable y comprensible, pero que difícil­ mente lo consigue porque viene de otro mundo, porque vive en otro mundo. ¿No haría falta un obispo que fuera no sólo del pueblo sino de pueblo? La distancia entre el lenguaje eclesiástico y el de la gente del campo, es abismal; nos lo muestra la siguiente anécdota, rigurosamente histórica. Un obispo con fama de muy ‘rural’ en sus tiempos, fue invi­ tado a bendecir una traída de agua potable que los vecinos de una pequeña aldea, en colaboración con Extensión Agraria, habían conseguido realizar. El obispo quiso ponerse a la altura de sus oyentes y ensalzar la acción comunitaria que habían llevado a cabo; para eso, dijo que ‘los cristianos también debemos preocupamos de las cosas temporales’. Al final del acto religioso, al conversar con la gente, un hombre del lugar se dirige al obispo, confirmando sus palabras: ‘Ha dicho usted muy bien, señor obispo, porque por más temporales que vengan, no se corta más el agua’. Dos mundos, dos lenguajes, dos intereses distintos. Se trata de una anécdota, pero es lo suficientemente significativa de los diferentes lenguajes que hablan, en este caso, un alto representante de Iglesia y un hombre del campo. En cuanto al clero bajo, se limita a ser un funcionario de la empresa de servicios religiosos que es como aparece la

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Iglesia a los ojos del pueblo. Por ellos han de pasar en diversas ocasiones, como también todo el mundo por el registro civil y la funeraria. También el clero bajo se dedica a satisfacer las necesidades ‘espirituales’ de la clientela religiosa. Por clero bajo entendemos e incluimos a los curas, frailes y monjas, presentes estas últimas en muchos pueblos pero sin apenas incidencia social y popular. El objeto del clero es perpetuar el poder de la Iglesia y la sumisión de los hombres y mujeres del pueblo a las normas eclesiásticas. Un clero, tantas veces ciego para descubrir la acción de Dios en las luchas de los hombres, en sus problemas y preocupaciones. Las actitudes que este clero bajo estimula en los feligreses son las de inhibición cuando no de rechazo a todo lo que huela a política en sus más amplio sentido. Dejamos para el pasado las actitudes caciquiles del clero, pues las consideramos generalmente superadas. b) La gente religiosa. A la Iglesia no la representa sólo el clero sino también la gente religiosa, considerada como gente de Iglesia. Se trata de hombres y mujeres, más mujeres que hombres, que fre­ cuentan los actos de culto, reciben los sacramentos y procuran que los reciban otros, que dirigen cofradías y hermandades, donde hay de todo incluido teatro religioso-popular —¿qué otra cosa son las procesiones de Semana Santa?—, pero en las que suele escasear la hermandad. Todos ellos son los católicos de toda la vida. El sector social al que pertenece esta gente de Iglesia es la pequeña burguesía: campesinos medios, comer­ ciantes, empleados, funcionarios, etc., y sus preocupaciones son fundamentalmente religiosas, entendiendo por religioso: las devociones, el cumplimiento de preceptos y normas ecle­ siásticas (ir a misa, no comer carne los viernes, confesar y comulgar...), entusiastas de las procesiones con las imágenes de *0 índice

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sus santos. En lo social, a lo más que llegan, es al asistencialismo, habiéndose superado en parte el concepto limosnero de antes. Su ausencia de las luchas populares es total, pues su mundo es otro y no unen su religiosidad con los problemas sociales en los que viven inmersos. Esta presencia de la Iglesia se puede calificar de inoperante, en el mejor de los casos, y de contraria a la vida del pueblo, la mayoría de las veces. c) El clero desclericalizado. El escalafón eclesiástico ha favorecido en principio a los pueblos, pues, al ser considerado el mundo rural como lo más bajo de la carrera eclesiástica, los curas jóvenes han tenido que empezar por ellos su andadura. En los pueblos pequeños se han derrochado las primeras energías, y su fallo es la no continuación de estos esfuerzos. Hablamos de un clero que ha querido romper su espíritu de casta, dedicado al servicio religioso para mezclarse con la vida de los hombres, con sus angustias y sus esperanzas, con sus aspiraciones y sus luchas. Es un clero que se ha desclerica­ lizado, si no en todo, sí en casi todo. Aquí el celibato ha jugado un papel positivo, pues ha permitido liberar muchas energías para dedicarlas a la causa del pueblo, que es la causa de Dios, la realización progresiva del reinado de Dios en la historia. La presencia de esta Iglesia en el mundo rural no pode­ mos decir que sea irrelevante, sino que en ocasiones se puede juzgar de arrolladora. En diversos campos de acción se ha realizado y se está realizando esta labor: — En el campo cultural, especialmente con los jóvenes, promoviendo centros culturales, semanas y actos de todo tipo, hojas de lectura popular. Muchos grupos, especialmente juve*0 índice

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niles, han encontrado en la parroquia una ayuda y un servicio para plasmar sus inquietudes en este campo cultural. — En el sindicalismo, colaborando en la organización del movimiento obrero en la clandestinidad, bajo el régimen anterior, y ocupando cargos diversos en las nuevas organiza­ ciones sindicales obreras. ¡Cuántas reuniones sindicales han estado presididas por el crucifijo!, porque se han celebrado en los locales de la iglesia. — En los partidos políticos que defienden los intereses populares, se ha dado menos la presencia directa, pero sí bastante la colaboración y la ayuda. — En la promoción cooperativa y comunitaria en diversas iniciativas: creación de cooperativas de trabajo aso­ ciado para luchar contra el paro, cooperativas de consumo para abaratar los productos, necesidades colectivas como cons­ trucción de caminos, etc. Todo ello ha supuesto muchas horas de trabajo, de reuniones, de compartir angustias y preocupaciones y alegrías y esperanzas. Aunque esta acción social no se puede extender 2 todos los pueblos andaluces, ni sus protagonistas han sido todos los curas jóvenes, su influencia ha llegado a amplios sec­ tores y comarcas de nuestro mundo rural. d) Grupos cristianos. En el campo específicamente cristiano de Iglesia, también se están formando hombres y mujeres, organizados en grupos y comunidades más amplias, que están presentes en la vida y las luchas de los pueblos y viven su fe en Jesucristo celebrán­ dola comunitariamente. Aunque su influencia como tal no es todavía mucha, su presencia es ya activa en la vida de nuestros pueblos.

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Al hablar de Iglesia en el mundo rural, tenemos que dis­ tinguir de qué Iglesia se trata, de qué grupo hablamos. Hay que reconocer que la Iglesia tradicional ha dejado poca huella en la vida de los pueblos, en todo aquello que pueda haber contri­ buido a su promoción y liberación. Por eso el pueblo se enfrentó a la Iglesia en cuanto tuvo ocasión. Pero los tiempos han cambiado y un nuevo rostro de Iglesia se está dando en muchos pueblos del mundo rural” (Manuel Hernández, “La Iglesia en el mundo rural: una visión y una experiencia”, en Misión Abierta núm. 2, abril 1982, volumen 75, pp. 86-88). “Merece destacarse la participación (de los jóvenes) en el movimiento de signo cristiano llamado JARC (Juventud Agrícola y Rural Cristiana); movimiento que en la década de los 60 ha llegado a tener una seria influencia en el medio rural de toda España, movilizando a cientos, y a veces a miles, de jó ­ venes en cada provincia y concientizando a través de innume­ rables reuniones hasta en los pueblos más pequeños. Ha sido sin duda un buen fermento que introdujo un aire nuevo, lleno de esperanza, en los pueblos, que preparó líderes con ideas muy claras, que años más tarde influiría decisivamente en la animación de las ‘luchas campesinas’ y en la aparición del sindicalismo” (Cristino González, “La juventud rural” , en Documentación Social núm. 46, enero-marzo 1982, pp. 72-73). Ante todos nosotros queda un reto: crear cauces para una mejor operatividad de la Iglesia en el mundo rural.

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TEO LO G IA SOBRE “ PASTORAL DE LA CARIDAD” EN EL MUNDO RURAL

DON ACIANO MARTINEZ ALVAREZ Vicario de Pastoral. Palencia

Introducción Pretendo únicamente ofrecer unos apuntes de reflexión teológica que nos permitan a todos entrar en estudio y revi­ sión; una breve aproximación al tema, más cercana a un aliento pastoral que a una enseñanza elaborada para la practicidad. La reflexión pertenece a la teología índice

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d) En los dos siguientes años arrendaron tierras, ya a solas; los productos fueron maíz y tomate. Tuvieron muchas pérdidas. El malestar aumentaba, las reuniones eran casi imposibles. Por entonces tenía que ir yo al campo y pescarles en la hora del bocadillo para poder tener alguna revisión o reflexión con ellos. Se iba sacando sólo para pagar lo atrasado: algunas fac­ turas y las letras del tractor. No ingresaban nada en casa, donde la presión era fuerte. Se recibió una ayuda de Cáritas Española, como ayuda a un proyecto comunitario. Hasta que llegó la disolución. Los fiadores de los créditos se tuvieron que hacer cargo de la maquinaria, para que no fuese incautada y malvendida, y así, con calma, vender e ir pagando hasta donde se pudiera. Ellos se quitaron un peso de encima y trabajan, sin más preo­ cupaciones, ya a jornal, y, por ser buenos trabajadores, con un buen jornal. Situación humana — Estos obreros son hijos de obreros que, a su vez, tam­ bién lo fueron... sin nada de tierra. — La cultura era elemental; algunos sin terminar la EGB. — Solteros y con la convicción de que las chavalas no quieren a los obreros. Elementos ideológicos Los estatutos reflejan lo más puro del socialismo y de las reglas de San Benito, en lo comunitario:

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Igualdad en el repartir, se trabajase o no. Sucedió esto mientras algunos cumplieron el servicio militar y otros en la enfermedad. La estima de la persona por encima del dinero, del tra­ bajo, de los fallos o de los aciertos. El compañerismo y la solidaridad como objetivos de la clase obrera, a la que no renunciaban aunque llegasen a ser obreros autónomos (agricultores). La propiedad comunitaria y en cooperativa, como ideal de sociedad. El protagonismo de todos en todas las decisiones, etc. Sentido religioso o trabajo pastoral realizado El sentido religioso que tenían era el que debe de “existir algo” pero lejano, una cierta “mano poderosa”. Pero todo esto lejos de ellos por su juventud y por su insolvencia... La Iglesia, para ellos, eran los curas, que siempre han sido amigos de los ricos, aunque hayan hecho limosna, pero han estado a su favor siempre. La Iglesia era el templo, adonde van “a lo que les valga” ; con la Iglesia hay que cumplir: Semana Santa... Mi trabajo, ciertamente, estaba impulsado por un sentido misionero, acercarme a un mundo alejado que no ha escuchado la Buena Noticia. Creí que primero había que desbloquear toda su concep­ ción de ellos mismos, de la vida, de la sociedad, de la religión. Constato que sólo he dado ese paso. Y que después habría que respetarles, no chantajearles, es decir, no debía utilizar la promoción humana, etc., para meterles la fe por debajo de la puerta. Sólo si me preguntaban, entonces sí, incluso provocarles, para darles razón de mi trabajo, anunciándoles la Buena No-

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ticia del Reino. Esto sucedió varias veces, pero como mera curiosidad, no como deseo de adentrarse. Hañ recibido el testimonio de una pequeña comunidad de cristianos que existe aquí, y la aportación de Cáritas, sabiendo por qué, de dónde y objetivos de esta aportación. Creo — que se valoran más ellos mismos. — que han comprendido que la división de la so­ ciedad no es cosa del azar, sino fruto de la acción u omisión de todos los hombres y de las estructuras económico-políticas. — que han descubierto que la Iglesia la forman las personas, que éstas viven en comunidad, en gru­ pos que comparten y están en la vida, en la polí­ tica, sindicatos, etc. Impresiones, dudas, atisbos sobre el trabajo pastoral Pero aún veo o percibo que “esto no va con ellos” , que no les ha llegado el anuncio de la Buena Noticia y, por eso, no han dado la respuesta. Pero sí que ahora están como en me­ jores, o al menos nuevas, condiciones de anunciarles el evan­ gelio, con más libertad. Me pregunto si Cristo haría estos distingos, marcando pasos: desbloqueo, períodos de interrogantes, anuncio, etc. Voy teniendo claro que la promoción debe ser integral desde el principio: que en la promoción humana también tiene que ir el anuncio de la fe. Pero ¿cómo hacerlo? Sin pasos. ¿Excluyendo al que no acepte estos planteamientos? Así como dudo, a veces, afirmo; otras, tardo en ese anun­ cio explícito de la fe, en el acompañamiento: revisiones, reflexiones, charlas, etc. Sin embargo, estoy firme en que las instituciones —es­ cuela campesina, asociaciones de vecinos, etc.— creadas por

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gente de Iglesia, deben ser autónomas y, por consiguiente, no confesionales. Ahí estarán, o estaremos, los cristianos; pero el lugar de releer la vida desde el evangelio, la referencia a Jesús, etc., la debemos hacer en los grupos de movimientos apostólicos, en concreto, aquí, en el Movimiento Rural Cristiano.

Otras conclusiones Vuelvo, y perdonad la reiteración, a recordar que estas conclusiones se refieren a este grupo de obreros, y sólo a ellos; el que quiera ampliarlas debe ver su experiencia y, partiendo de ella, a lo mejor coincide conmigo o a lo mejor no. ¿Por qué ha fallado este intento? Estos obreros, hijos de obreros..., eventuales, saben tra­ bajar muy bien pero en lo que son mandados. Yo creo que el sistema de que “el amo del capital es el que manda y de­ cide...” les había incapacitado para mandar, decidir por sí mismos. Ellos viven al día (también más obreros que conozco); trabajan por un jornal y, en cuanto lo tienen, no ambicionan más; a veces, dejan el tajo; otras, a ruegos del agricultor, siguen hasta que se pone el sol. El agricultor aspira a conservar lo que le dieron sus padres o a dejar más tierra a sus hijos; esto le hace trabajar más y más, dada la injusta situación en la que está el campo. Esto mismo hizo que no trabajasen tantas horas como la tierra les pedía, dejando faenas sin terminar o frutos sin recoger. Empezar de cero, es imposible. Es depender excesiva­ mente de todo el mundo: bancos, casas distribuidoras, de los que saben, de los padres, etc.

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Dejar las reuniones de revisión, reflexión, de hacer refe­ rencia a los principios ideológicos de los estatutos, así como que la fe no haya sido un acicate para ciertas actitudes, vi­ siones, etc., creo que influyó decisivamente.

J. Agustín Cornejo

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UNA EXPERIENCIA DEL ALTO ARAGON (HUESCA)

Una acción simplemente rural La Acción Social en el medio rural aragonés no puede tener un tratamiento sectorial: niños, ancianos, alcohólicos... Nuestros pueblos se caracterizan por su globalidad: se siente y se obra globalmente; la familia nuclear se desconoce en la realidad, aunque el patriarcado haya perdido mucha fuerza; todo el pueblo, por la intensidad de la comunicación, vive los problemas de todos. La Acción Social en el mundo rural de pueblos pequeños es una acción simplemente rural que afecta a todos, que es res­ puesta a los problemas y situaciones comunes, aunque admita matices diferenciados según la edad de los participantes o sus caracteres particulares. Al estudiar en nuestro grupo el Documento 4 de Cáritas Española, sobre la Acción Social, encontramos a faltar este sentido de la globalidad para ámbitos deprimidos o margi­ nados como tales: mundo rural, barrio periférico, pueblo gitano... En ellos, el ser niño, anciano, alcohólico, etc., es un añadido más sobre la marginación de su propio sector.

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Un camino y no una experiencia La gente de nuestros pueblos nos merecen todo respeto. No pueden —creemos— ser objeto de experiencias, sean del tipo que sean. No caben planes piloto. Nuestras gentes son algo más que campos de experimentación. Vivimos la realidad de una zona rural con características definidas, marcada por su propia historia, con una problemá­ tica profunda y diferenciada, y con perspectivas propias de futuro. Sobre estas cuatro premisas nos ponemos a caminar, intentando dar respuesta a la situación concreta, sin temor a dejar atrás lo que ayer tuvo sentido y hoy ya no lo tiene, creando un mínimo de institución que no nos atrape y bus­ cando solamente “hacer camino al andar”. Con unos objetivos concretos y desde una convicción fuerte: la fe es para nosotros opción por el pueblo. Un camino en el que nadie puede sentirse protagonista y muchos pueden apuntarse como animadores: Movimiento Rural, Movimiento Júnior, Cáritas, asociaciones de vecinos, parroquias... Nadie es fin en sí mismo, y todos medios e instrumentos válidos para hacer realidad la opción por el pueblo y por la zona. Un lugar y un tiempo concretos Cada acción en su sitio, una respuesta a su propia realidad de vida y a su propia problemática. Al conocer otras acciones en el mundo rural, nos llenamos de gozo, porque en ellas la opción de fe es también opción por el pueblo. En eso nos unimos. Y eso nos motiva. Pero las acciones no son trasvasables sin herirlas en su espíritu al querer implan­ tarlas en sitios donde, por no haber nacido, no son respuesta, sino que necesitan una adaptación. Somos —es la hora de pre­

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sentamos— un gmpo de personas que vivimos en Monegros del Alto Aragón (Huesca). Unos, gente de Iglesia (media docena de curas, tres comunidades rurales de religiosas); otros, un buen número de seglares, la mayoría con opción de fe y todos con opción de pueblo. Hasta hace no más de veinticinco años, nuestra zona era el primer desierto de Europa. Tierra de caciques y latifundios, de hambre y de minifundios. Hasta que se produjo la explosión, provocada no por la revolución de los hombres, sino por la traída de las aguas. Con ellas llegaba aquello que más había faltado: el dinero. Del hambre se pasó a la abundancia. Y con ello se iba creando un monstruo social. El hombre de nuestra tierra crecía en una sola dimensión: la económica, mientras seguía igual y aun decrecía en los valores de la cul­ tura, en las relaciones sociales y en la vivencia religiosa. Con el progreso exclusivamente económico se hacían presentes la competitividad en el tener y aparentar, en el consumir y gastar; crecía la individualidad y se afianzaba la autosuficiencia personal o familiar ante Dios y ante los hom­ bres: — ¿Para qué rezar, si el agua nos llega por canales? — Lo importante es que ya no necesito a nadie para vivir. Enriquecedores y no intrusos Fmto de la transformación de la tierra en regadío, nacen pueblos nuevos según los planes de reforma agraria del Insti­ tuto Nacional de Colonización (hoy IRYDA). Estos pueblos son ocupados por gentes de aluvión, venidas de cualquier parte. Los colonos no son bien recibidos,

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cobran mala fama ante los nativos y son considerados como intrusos. Son diez pueblos nuevos dentro de la comarca, cuyos habitantes salieron de su tierra porque la necesidad de cual­ quier tipo obligaba. Gentes que se desenraizaron y dejaron atrás su parentela, sus costumbres y hasta su fe. Los colonos tienen que trabajar duro para salir adelante: sus explotaciones agrarias son insuficientes y, en muchos casos, también deficientes. Carecen de formación profesional y nadie les presta un apoyo técnico. Abandonados en manos de los avispados de tumo (comer­ ciantes, técnicos, banqueros...), surgen rivalidades por un surco más, un apero mayor o una casa más buena. La gente enraizada en la zona —los pueblos viejos—no les acepta: los bancos no les conceden crédito, se les niega el acceso a ser socios en las cooperativas... Ser colono es lo mismo que “ser despreciable” . Sólo por el hecho de serlo. Una realidad así —a grandes rasgos— nos mueve a em­ prender un camino nuevo. La zona dividida en dos clases de pueblos, la gente materializada por el progreso económico... fueron nuestro motivo.

Caminar y hacer camino La situación preocupaba principalmente a los curas. Y de las parroquias surge fundamentalmente (casi exclusivamente) la Acción Social. Se crearon academias parroquiales que posibilitaran estudios más que primarios, sin necesidad de salir de los pueblos. Se organizaron talleres de trabajo sobre todo para la mujer, que se veía obligada a marchar, aunque fuera a servir. *0 índice

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A la sombra de las parroquias nacieron y se animaron clubs y hogares de la tercera edad, clubs juveniles e infantiles, guarderías para los más pequeños, asociaciones culturales y recreativas, asociaciones de vecinos, de padres de alumnos, agrupaciones para la explotación en común de campos y ganadería, sindicato campesino de base (La Unión). Y, mientras tanto, desde hace quince años se viene reali­ zando una acción catequética conjuntada y liberadora con proyección de zona. De ahí iba a nacer Conques, la colonia de verano que es en sí misma y en su entorno la realidad más fuerte y más viva de toda la comarca. Conques, colonia de Monegros Conques es una casa señorial situada entre prados y bosques, en el Valle de Benasque, en pleno Pirineo aragonés. Más de 2.000 niños monegrinos han pasado allí en el transcurrir de diez años y han vivido la realidad de una colonia planteada desde la solidaridad, la comunicación, la alegría, la participación y la responsabilidad. Más de medio centenar de monitores, año tras año, acompañan a los niños en su estancia y actividad. Y algunos de ellos, la mayoría, siguen trabajando entre los niños, durante todo el año, en los grupos Júnior o en las catcquesis parro­ quiales. Monitores, cocineras, ATS... son personas que prestan sus servicios responsablemente sin percibir sueldo alguno. Consti­ tuyen el mejor voluntariado de toda nuestra Acción Social. A los que hay que añadir otras muchas personas (la ma­ yoría, padres de los chavales), que se prestan también volunta­ riamente a realizar todos los trabajos de conservación y adapta­ ción que la casa-colonia necesita. El voluntariado que funciona alrededor de Conques supera las 100 personas. Aumentado últimamente por la orga­ nización de tumos de vacaciones para la tercera edad.

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Con un planteamiento monográfico cada año, la colonia se desarrolla como un gran juego serio y festivo, en el que se refleja la realidad que se vive en la zona y se plantea el ideal que todos pretendemos para la zona. Después, una vez en casa, durante el resto del año, esta realidad y este ideal se estudiarán y revisarán en las reuniones semanales que, unos por el Júnior y otros por las catcquesis parroquiales, los chavales hacen en los distintos pueblos. Conques es fuente de vida y de comunicación social; lugar de encuentro para grandes y pequeños, para los nuevos y viejos pueblos.

La edad que merece un premio “Sólo a unos locos se os puede ocurrir tal cosa” . Era el comentario que algunos hacían ante la idea —hoy ya realidad— de organizar una colonia para la tercera edad, a la que nosotros preferimos llamar “abuelos” por quitar el sabor a subdesarrollo que aquel nombre nos refleja. Comenzamos el camino y nos hemos visto desbordados, hasta el punto de que, lo que en 1982 fue un primer intento, en 1983 se ha convertido en: — Cuatro días de convivencia en pueblos y en fechas distintas, dentro de la comarca. — Tres tumos de vacaciones en CONQUES. Cuando se escriben estas líneas, ya se han llevado a cabo tres de las cuatro convivencias, con una participación de unos 500 abuelos. Y se ha cubierto la inscripción para un tumo de vacaciones en agosto, siendo muchos los inscritos para los tumos de junio y septiembre.

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Algo que desborda todo lo imaginable: música, canciones, baile, juegos, comida en común, comunicación a tope...; vivir intenso de unos abuelos a quienes la sociedad condena a recibir una pensión y a vivir solos. Junto a ellos, una docena de matrimonios jóvenes y numerosos jóvenes solteros atienden a sus necesidades mate­ riales, les animan, les llevan en sus coches a las excursiones o a los lugares de las convivencias. Y los niños pequeños, hijos de esos matrimonios, como decía la abuela de noventa y dos años: “ ¡Qué compañía nos hacen estos nenes!” .

Algo más hondo en la coordinación de zona No queremos una estructura que nos encasille. Necesi­ tamos, sin embargo, un mínimo de organización coordinada que nos ayude. Esto nos ha llevado a crear una Asociación de ámbito comarcal, desde la que potenciar y coordinar la Acción Social. Esta Asociación está en período constituyente y acaban de ser aprobados los estatutos por las autoridades competentes. Al constituimos en ASOCIACION MONEGROS DEL ALTO ARAGON, nos proponemos: —. Coordinar la Acción Social de la zona. — Obtener una personalidad jurídica con capacidad de interlocución con los organismos oficiales y con otras orga­ nizaciones. — Secularizar la Acción Social, sacándola de la tutela parroquial.

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— Lograr que sea la zona en sí misma la responsable de toda la acción, desde sus planteamientos hasta sus últimas con­ creciones. — Promover y ¿mimar todo aquello que lleve a una mayor integración de las personas y los pueblos en la zona. Esta Asociación abarca a más de 30 núcleos rurales. Consideramos que puede ser la plataforma oportuna y eficaz para que la gente se incorpore, participe y actúe con responsa­ bilidad. Que la zona sea la protagonista de su vida y de su historia.

Un Servicio para todos y desde todos Nuestro proyecto más inmediato es la creación, a nivel de zona, de un SERVICIO SOCIAL DE BASE, en coordina­ ción con la Consejería de Acción Social de la Diputación General de Aragón. Estos Servicios constituyen una novedad en nuestra región. Sus objetivos iniciales son prestar un servicio de infor­ mación, gestión y animación comunitaria. El que nosotros programamos y que esperamos ver constituido en este mismo año, tiene un carácter rural, con movilidad hacia los distintos núcleos, y será atendido por una asistenta social rodeada de un equipo de voluntarios. Consideramos el Servicio Social de Base como una plata­ forma adecuada para conocer y seguir las necesidades con­ cretas de los individuos, las familias y los pueblos, valorarlas y proyectar las acciones que sean respuesta adecuada: desde el servicio de ayuda a domicilio hasta la animación sociocultural rural. *0 índice

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A modo de conclusión Sólo hemos querido exponer a grandes rasgos un camino recorrido, que consideramos válido y positivo. Lo hacemos como una muestra, un testimonio; sin afán de enseñar nada y sin deseos de que nadie nos copie. Hemos preferido exponer nuestro camino de una manera narrativa, sin darle una forma estructurada y sin detallar mé­ todos, objetivos, cortos y largos plazos..., que a veces causan una verdadera aridez para el lector. Vemos nuestro lenguaje más fluido y agradable, aunque perdamos concreción y no aparezca por ningún lado una exposición perfecta y acabada. Nuestro relato es una realidad que ahí está. Es como la hoz metida en la mies que espera, o la semilla que se tira al campo. No admite conclusiones ni moralejas: simplemente allí está, con la fuerza que le da el Espíritu y el calor que le ofrece la vida. La fe nos ha llevado a OPTAR POR EL PUE­ BLO. A partir de eso, la imaginación se pone en marcha, la creatividad trabaja y las personas nos lanzamos sin miedo a dar. respuesta a las realidades en que nosotros mismos estamos viviendo. Grupo Rural de Monegros

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AVILA: TRABAJO EN EL MUNDO RURAL

I CUANDO EMPEZAMOS Hace catorce años, unos grupos de curas empezaron a vivir en los pueblos pequeños, como unos vecinos más: ha­ blaban con todos, escuchaban a todos, participaban en todo...; después, a solas, anotaban todo; se interrogaban por todo; abrían los ojos, los oídos y el corazón a las llamadas que percibían de todo. Ellos eran de esta gente, pero algo que lle­ vaban dentro les hacía estrenar alma nueva cada mañana en los pueblos. Así pasaron años. Con cierta periodicidad, ponían en común lo que iban percibiendo en la gente (Anita, Frutos, Miguel, Sergio, Lorenzo, Florencio...), en los pueblos (Medinilla, Umbrías, Becedas, Palacios, Muñico, Padiemos, La Ca­ rrera...) y en las zonas (Valle Amblés, Barco de Avila, Sierra de Avila...). De los diversos hechos y conversaciones recogidas (codi­ ficación), fueron sacando constantes sobre la manera de ser y vivir en los pueblos. *0 índice

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(Nota: Se entiende que no soló codificaban y trataban el aspecto religioso. Ellos tenían muy claro lo que decía Pablo VI en la encíclica El desarrollo de los pueblos: “El desarrollo, para ser auténtico, debe ser integral, es decir, pro­ mover a todos los hombres y a todo el hombre” (n. 14), o en la Evangelii Nuntiandi: “La Iglesia... tiene el deber de anun­ ciar la liberación de millones de seres humanos... ayudar a que nazca esta liberación... hacer que sea integral” (n. 30). Creemos que aquí está parte del origen de tres orga­ nizaciones interesantes en el mundo rural de Avila (Unión de Campesinos, Escuelas Campesinas y Escuela de Evangelio o Movimiento Rural). Juntas, quieren ayudar a un desarrollo o liberación INTEGRAL del hombre de estas tierras). II QUIENES SON LOS HOMBRES DE ESTAS TIERRAS

1.

Avila, una de las provincias más pobres

Según el “Diario de Avila” , de 3/6/1982, citando fuentes estadísticas, la renta per cápita de Avila es de 221.502 pesetas, y la despoblación, en el período 1977-1979, alcanzó el mayor índice nacional. Para ampliar estos datos usaron los resultados de un estu­ dio encargado por el Consejo General de Castilla-León, bajo el título de “Rentas y población de Castilla-León” . Los datos, respecto a Avila, dicen: — Avila, entre las provincias con menos densidad geográfica. — Se ve una tendencia continua al decrecimiento. — Avila está situada por debajo de la media de pro­ ducción neta nacional.

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— Avila, entre las cenicientas de “renta per cápita”, renta familiar disponible y producción total. — Acusada emigración en Avila, provocada por el paro. — Avila está claramente del lado de la España pobre, en la que sólo todo el lado norte de Gredos es una bolsa inmensa de pobreza, en la que la misma Administración ha reconocido los signos claros de desaparición.

2.

Autorretrato o expresiones de Paco García, que definen quién es y cómo vive el hombre de estas tierras (Paco García es un nombre imaginario, hecho de trozos o vi­ vencias de los que nos reunimos en la Escuela de Evan­ gelio)

— “Paco trabaja duro en la vida. Con sus vacas suizas: ordeña, trajina..., mientras su mujer lava, cose, cocina y le echa una mano. Se dice: Si yo echo mano al pobre vecino que no sabe ni firmar... Ayer, en un velatorio, mientras pasaba la noche, contemplaba aquellas caras viejas de los vecinos: al vecino que sólo te habla cuando tiene necesidad de ti, y se decía: ¿Con estas familias vamos a poder vivir nuestra vida?” (Escuela de Evangelio, 26 de febrero de 1978). — “Yo pienso, a veces, que somos como esos pobres, que antes iban pidiendo por las casas, ante el médico, el ayun­ tamiento y las oficinas de Avila... vamos, como con miedo... y luego vienes a casa y tienes que trabajar catorce horas, empleando también a la mujer, a la abuela, al hijo... y, al final, no sacas nada5'’ (Escuela de Evangelio, 19 de marzo de 1978). — “Yo vivo en una situación de duda... uno no sabe si al echar el pie va para adelante o para atrás” (Escuela de Evan­ gelio, 23 de abril de 1978).

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— “Un día ve que todo el mundo protesta, por bajo, por un asunto del pueblo. Paco se dice: Ya está bien de cuchi­ chear por detrás, sin hacer nada. El que quiera, que se venga conmigo y protestamos públicamente. Paco ve con tristeza que aquellos vecinos que criticaban por detrás, luego critican de él y dicen: ¿No le dará vergüenza a este hombre ir donde ha ido? Paco dice: Este pueblo había que..., son cobardes y encima envidiosos..., pero ¿qué voy a hacer?” (Escuela de Evangelio, 28 de mayo de 1978).

III

UNA PASTORAL QUE AYUDA A MADURAR PERSONAS Y GRUPOS 1.

Notas o características de esta pastoral

— No entretener a la gente con cosas “pastorales” , sino encararla con sus verdaderos problemas. Ayudarles a des­ cubrir los problemas y cómo les afectan. Para ello, un VER SERIO. Tomar conciencia de: .) qué pasa; .) por qué pasa; .) qué consecuencias tra e ;.) cómo podía pasar... — Que ellos sean los constructores del nuevo pueblo. Es decir: que las personas participen, se pongan en acción. — Que la acción sea proporcionada al grado de con­ ciencia de la persona o del grupo. — Que tanto la acción como el crecimiento de la per­ sona o del grupo no se reduzcan a una sola dimensión, sino a todas: economía, sociedad, cultura, política, diversiones, fe...

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— Hacerles trabajar en común... Crear conciencia de comunidad, de grupo. — Estar atentos a percibir el alma interior de las per­ sonas, para ayudar a crear un corazón nuevo: “Hombres nuevos en justicia y santidad” . — Estar junto a esas personas, para ayudarles a percibir la acción que Dios está realizando en el corazón de su pueblo. Explicitar que ese es el misterio de la Pascua o el misterio del Pecado. Ayudar, así, a unir FE y VIDA, VIDA y FE. — Ir despertando y cultivando a aquellas personas que sientan en su conciencia unas llamadas nuevas. (Que haya estas personas es ir haciendo que haya “Moisés” en el pueblo que va liberando de las esclavitudes). — Hacer en profundidad, a partir de lo que el pueblo ya ve o descubre. — Abrir a las personas o al grupo a dimensiones más amplias: zona, provincia, región, país... Así se crece en con­ ciencia de universalidad, de iglesia. (Nota: La fidelidad y constancia en esta pastoral ha dado frutos óptimos, aunque sencillos. Han surgido militantes con conciencia clara y explícita de su misión propia de seglares creyentes: “Nuestra misión, dirán ellos, no es estar en la iglesia (edificio), sino en nuestras cosas (familia, pueblo, defensa del campo...), dando el callo de verdad” . Era la tra­ ducción, en su lenguaje, de lo que dice el Concilio Vaticano II sobre la misión específica del seglar: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios, gestio­ nando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (Lumen Gentium n. 31) ).

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2.

Esta pastoral toma cuerpo en tres plataformas

Estamos en el año 1976. Las cosas van cambiando polí­ ticamente. En los encuentros de estos militantes (13 de junio, 26 de septiembre), se empieza a hablar de que tenemos que unimos y organizamos, que “amar hoy con eficacia, en el campo significa organizarse”. Los hombres de estas tierras de Avila nos parece que son hombres “tirados” junto al camino, llenos de heridas no fí­ sicas sino de otra manera (nos han robado la tierra...; nos han robado el puesto...; nos han robado la voz...; nos han robado el pensamiento...). Alguien les ha apaleado, dejándoles medio muertos. Las expresiones anteriores, que van entre paréntesis, son un índice. Difícil hoy, sin organización, que tantas gentes que viven fatigadas y decaídas (cfr. Mt 9, 36), recobren su dignidad de hombres y su conciencia de hijos amados del Padre. Por eso, se empieza a salir de la clandestinidad y a organizarse en tres plataformas que, siendo independientes unas de las otras, mutuamente se complementan. Pensamos que es una manera de actualizar la parábola del BUEN SAMARITANO. -

UNION DE CAMPESINOS (Primera plataforma).

A un hombre cansado de trabajar y no sacar, caído aquí... y allí..., y en otro pueblo..., y en la otra comarca..., y en la provincia..., y en la región..., y en el país..., hay que ayudarle a que se levante y se organice, para que pueda defenderse, mantenerse en pie, no sentir complejo de inferioridad ante los demás sectores. Y esto, sea judío o samaritano, crea o no crea. El samaritano no preguntó al hombre caído, que se desan­ graba, quién era, de dónde venía. Para él es un hombre caído que hay que levantar. Jesús le pone como modelo de atención al prójimo: “ ¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en poder de ladrones? El contestó: El que

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hizo con él misericordia. Contestóle Jesús: Vete y haz tú lo mismo” (Le 10, 36). Los artículos 3 y 5 de los Estatutos de la Unión de Cam­ pesinos de Avila dicen expresamente: 4‘El objeto de la Unión es la defensa directa y colectiva de los intereses económicos, sociales, políticos, culturales y sindi­ cales de los asociados; mejora de las condiciones de vida en el ámbito rural. Lograr que el campesinado de Avila vaya tenien­ do peso, influencia, fuerza moral, social y jurídica. Todo esto, a través de acciones concretas” (art. 3). “Los fines de la Unión son: a) Mejora de las condiciones económicas del agricultor y ganadero... b) Mejora de las condiciones de vida social... c) Mejora de las condiciones de vida política... d) Luchar por una cultura campesina que nos ayude a abrir los ojos y a defendemos en la vida... e) Favorecer cualquier actividad que persiga la defensa de la profesión de campesino como algo honroso y digno” (art. 5). -

ESCUELA CAMPESINA (Segunda plataforma).

Seguimos con el símil de la parábola. Una vez levantado el hombre o, mejor, mientras se está levantando, o para que no vuelva a caer a ciegas, sin conciencia de hombre, necesita que alguien le ayude a tomar esa conciencia. La parábola no dice nada, pero seguro que el Samaritano, mientras le atendían, preguntó qué le había pasado, quién le había herido, por qué, etc. A los hombres de estas tierras, mientras se levantan, hay que ayudarles a tomar conciencia de su situación: qué pasa, por qué pasa, quién tiene la culpa, cómo construir un mundo más justo en el que no haya ladrones que apalean por los caminos, etc. Información, darles la palabra, ayudar a tomar

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conciencia, organizar comunitariamente acciones..., son tareas de la Escuela Campesina, en la que intentamos estar presentes. A través de la Escuela Campesina, hay hombres de 50 años que empiezan a ver, a oír, a hablar, a perder el miedo, a sentirse valorados, a ponerse en movimiento, a sentirse útiles. Las Escuelas Campesinas de Avila son un movimiento esencialmente educativo y popular, que se dirige fundamental­ mente al campesinado de Avila, atendiendo de modo primor­ dial las necesidades que emanan de su situación social; abierto a las diversas personas e instituciones que, dentro de una peda­ gogía flexible, aceptan los puntos que a continuación se expresan: 1) Las Escuelas Campesinas tienden al desarrollo integral de los campesinos, en solidaridad con el pueblo en que viven. 2) Tratan de vivir el equilibrio entre la realidad presente y el futuro que quieren construir. 3) Interpelan al medio ambiente en que viven, para una transformación del mismo. 4) Como pedagogía sostienen un tipo de educación que se define como un equilibrio entre reflexión y acción; acción, que es un compromiso de transformación de la realidad. 5) Como valor fundamental defenderán el espíritu crí­ tico y de participación popular, que sean la base del cambio estructural de la sociedad en que se sitúan. 6) En resumen, el movimiento de Escuelas Campesinas de Avila propugna una evolución progresista del sistema social vigente; asume la creatividad y búsqueda de una sociedad nueva más justa en un progreso lo más rápido posible, acep­ tando la inseguridad que tal proceso lleva consigo, huyendo de dos peligros: del activismo ciego y de una reflexión que elimine la acción o no la tome en serio (del libro “Escuelas Campesinas. Una experiencia que camina” , pp. 65-66). (Advertencia importante: Las dos plataformas ante­ riores, descritas brevemente, forman o son la parte más fuerte

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del Movimiento Campesino en Avila. Son, repito, plataformas independientes y aconfesionales, aunque los miembros que más tiran y más comprometidos sean creyentes. La plataforma que vamos a presentar ahora, es una plataforma creyente o Movimiento Apostólico. Nosotros identificamos ESCUELA DE EVANGELIO y MOVIMIENTO RURAL CRISTIANO. Siempre ayuda mucho, para aclarar esta cuestión, el si­ guiente principio: “Todo militante del Movimiento Rural Cristiano (Escuela de Evangelio) debe estar en el Movimiento Campesino; pero no todo militante del Movimiento Campe­ sino debe estar en el Movimiento Rural Cristiano o Escuela de Evangelio”), -

ESC LIELA DE E VANGELIO (Tercera plataforma).

Hay varios que, ante un actuar así, se preguntan (también lo haría el caído ante la actitud del Samaritano): Y vosotros ¿quiénes sois?, ¿de dónde venís?, ¿qué buscáis?, ¿por qué no os cansáis de estar con nosotros, que somos tan cobardes, que os dejamos solos y os tracionamos tantas veces? ¿Cuál es vuestra fuerza? Hay otros que tienen bien claras estas preguntas, porque ellos también viven situados en la longitud de onda del Evan­ gelio y de Jesús de Nazaret, pero necesitados de una alimen­ tación y profundización desde la vida, desde lo que acontece. Con unos y otros, nos sentamos a hacer la ESCUELA DE EVANGELIO. La Escuela de Evangelio no es un “reducto de espiritua­ lidad” al margen de la vida, sino desde la VIDA personal y campesina, ENCUENTRO con la persona de Jesús y los hermanos (alimentación de motivaciones profundas) y vuelta a la vida (COMPROMISO) para ir logrando un cambio per­ sonal, un cambio del ambiente y un cambio de las estructuras. Es decir, la Escuela de Evangelio es revisión de la ACCION y alimentación evangélica en la linea del Movimiento Apostó­ lico Rural lO índice

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La Escuela de Evangelio es un lugar de confrontación de la VIDA, de la REALIDAD vivida, con la PALABRA DE DIOS y la MESA DE LA EUCARISTIA. Confrontación que no se hace en solitario sino en GRUPO-COMUNIDAD. La Escuela de Evangelio es un lugar donde celebrar la VIDA a la luz del Misterio de Jesús y experimentar en la celebración el paso del Señor, la presencia de los hermanos y las llamadas a un compromiso liberador de las cadenas internas y externas que nos oprimen y oprimen a los her­ manos. Compromiso que debe llevar a un cambio del co­ razón, del ambiente y de las estructuras.

Objetivos de la Escuela de Evangelio:

a) Lo que dijo el grupo en el primer encuentro (palabras textuales del grupo). “Buscamos en estos encuentros: — Conocemos más. — Llevar unos los problemas de los otros. — Alimentar nuestra entrega, para que, a pesar de las contrariedades, no se rompa la unión. — Un conocimiento y un descubrimiento claro de Jesús. ¿Quién es Jesús? — Un atarse con Jesús, que se demuestre en el morir un poco cada día por los demás. — Una misa viva, no rutinaria, donde traigamos nuestra vida, los problemas colectivos. Conexión entre práctica reli­ giosa y vida. — Fuerza para estar presentes en los problemas del pueblo y de la Unión. — Evitar un espiritualismo tonto y un temporalismo achicador. Es decir, ni sólo fe, ni sólo problemas. Unir Fe y Vida, Vida y Fe” .

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b) Lo que dijo el grupo de animadores de las tres co­ marcas ( Valle Amblés, Barco de Avila y Sierra de Avila), en febrero de 1978. — Que se parta de lo concreto, de lo que se vive, y nos abramos a otras dimensiones. — Contrastar con la Palabra de Dios que nos interpela a convertimos. — Saber valorar “lo que no tiene valor”..., saber CON­ TEMPLAR. — Expresar la vida real que llevamos dentro y que vivimos, para darla sentido. — Celebrar y experimentar en la celebración el paso del Señor y la presencia de los hermanos. — Debe ser un lugar de expresión, confrontación, inter­ pelación, compromiso, confirmación, coherencia, apertura, celebración... c) Lo que constató el grupo en el primer encuentro del curso 1978-1979, revisando el curso anterior. LUCES Y LLAMADAS: — Nos facilita la comunicación y el conocimiento mutuo. — Nos abre a un mayor contacto con los pueblos. — Nos da más confianza con los demás. — Nos da fuerza y valor en la contrariedad. Compren­ demos mejor asi el espesor de la vida. — Nos ayuda a una profundización en la vida espiritual. — Intentamos que el Evangelio de Jesús esté presente y sea luz desde los últimos. — Nos anima a abrimos para que otros grupos o per­ sonas inicien este camino. Nos hace misioneros.

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LA ESCUELA DE EVANGELIO NOS SIRVE: Hacia dentro, para: — Analizar de verdad lo que pasa y lo que somos. — Corregimos entre nosotros a la luz del Evangelio y fortalecemos para la lucha en este mundo campesino donde vivimos. — Trabajar, a partir de los hechos de la vida, y aprender unos de otros desde ahí. Hacia fuera, para: — Estar, como uno más, con la gente, pero poniendo de nuestra parte lo que podamos y sepamos. — Ayudamos a revisar las posturas y acciones de todos y las consecuencias que tienen para la persona y para el colec­ tivo. — Estar siempre y hasta el final con la gente, aunque tengamos que discutir y no estar de acuerdo con algunas cosas. — Ayudar a descubrir que la defensa del mundo campe­ sino es fruto y competencia de todos, y que la debemos tomar como algo propio. — Luchar para que no nos aprovechemos, ni nosotros ni nadie, de los demás.

Metodología de la Escuela de Evangelio:

Diversos pasos: Cada uno trae un problema que le preocupa, que no sepa cómo situarse ante él o sobre el que ya ha actuado de una manera concreta y no sabe si lo ha hecho bien o mal. (El pro­ blema o situación puede ser: del mundo campesino, de la Unión, de la familia, personal, etc.).

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Se elige aquel HECHO, problema o situación que sea más común, en el que nos podamos sentir más implicados todos porque pasamos por situaciones parecidas. (Convendría citar alguna). Entre todos, tomar conciencia, descubrir causas, conse­ cuencias, implicaciones, valores, contravalores... Dejamos interrogar por la Palabra de Dios y la Mesa Compartida (no quedarse en un cambio de actitudes: moralismo, ética..., sino avanzar hacia un encuentro con la persona de Jesús). Sacar criterios de actuación. El método es, en definitiva, el de la REVISION DE VIDA o LECTURA CREYENTE DE LA VIDA: 1. VER... HECHOS... HA SUCEDIDO. (Elección de uno de los HECHOS... Exposición deta­ llada de ese hecho o situación concreta...). 2. VER EN PROFUNDIDAD. (Universalidad del hecho... Interpelación personal y al grupo). 3. CONTEMPLAR... ESCUCHAR... ACOGER LA PA­ LABRA DE DIOS... 4. ACTUAR. (No ta: La Revisión de Vida es un método extraordinario, muy válido, pero insuficiente. Por eso, alguna vez, según el grupo vaya pidiendo, conviene detenerse sobre algún tema o cuestión que necesite una iluminación, que el gmpo se aclare, se forme criterio, etc.). Materiales de la Escuela de Evangelio:

a) Dos son los materiales clave de la Escuela de Evan­ gelio:

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- LA VIDA MISMA DEL GRUPO en su contexto campesino (problemática), recogida bajo la figura y el nombre de PACO GARCIA: — Paco García vive en estas tierras... y vive, como todos, en el aire (Escuela de marzo de 1978). — Paco trabaja duro en la vida (Escuela de marzo de 1978). — Paco García se pregunta ¿cuáles deben ser las acti­ tudes de un discípulo del Evangelio y de dónde sacar fuerza para llegar hasta el final en su compromiso por los hermanos? (Escuela de abril de 1979). — Paco García, para pisar fuerte en la vida, necesita ser el hombre de las bienaventuranzas (Escuela de febrero de 1980). — Paco García quiere una fe o Evangelio que no le achique en el compromiso de transformar esta tierra (Escuela de marzo de 1980). — Paco García se ve impulsado a trabajar por un cambio de la persona y por un cambio de las estructuras (Pri­ mera Escuela del curso 1980-1981). — EL EVANGELIO DE JESUS, que vamos descu­ briendo poco a poco: — Como BUENA NOTICIA hoy y aquí (indicativo). — Como EXIGENCIA DE ACTUACION-COMPRO­ MISO (imperativo). — Como FIESTA, no en el sentido de evasión, sino de esperanza-tensión (ni optimismo, ni pesimismo). Es decir: Fiesta en el claro-oscuro o agri-dulce del Misterio Pascual. Fiesta (claro, dulce), porque YA en Cristo han sido rotos los poderes del mal. Fiesta aún no completa (oscuro, agri), porque en los HERMANOS menores TODAVIA NO han sido rotos. Por eso, nuestra fiesta consiste en: desde la fuerza y YA de JESUS,

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crear condiciones para que los hermanos más pequeños, en el AQUI y en el AHORA, ganen parcelas al TODAVIA NO. b) Otros materiales complementarios que se han uti­ lizado: — Decreto sobre el apostolado de los seglares (Concilio Vaticano II). — Orientaciones pastorales del episcopado español sobre apostolado seglar (XVII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española). — Carta a Diogneto (documento cristiano venerable, de los años 190 a 200. Primer testigo de la actitud de los cris­ tianos en el mundo). — Libro: PALABRAS DE JESUS (Joachim Jeremías), capítulo V: El Sermón de la Montaña NO ES LEY sino EVAN­ GELIO. — Revista: MISION ABIERTA. - LA EDUCACION CATECUMENAL DE LA FE. 3/1979, junio. - SER CRISTIANOS EN LA ACTUAL SOCIEDAD ESPAÑOLA. Artículo de Xabier Pikaza: ¿A qué nos compro­ mete el Evangelio de Jesús en la situación actual? 1/1979, febrero. — Revista: Communio núm. 1. Artículo de Ricardo Blázquez: ¿Quién es un cristiano? — Libro: Vivir como hermanos (José Luis Caravias). Ed. ZYX. — Libro: La aventura de Jesús de Nazaret (Alain Patín). Colección Alcance. — Carta para el Camino y la Esperanza, de Marcelino Legido. Pentecostés 76. Colectivo: Movimiento Rural Cristiano de Avila

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HOMILIA

En este cuarto domingo de Pascua, la liturgia nos ofrece, para el recuerdo y la celebración, la figura bíblica del Buen Pastor. Con ella manifestaron su fe y expresaron su gratitud las comunidades cristianas de los primeros tiempos. Ellos la dibujaron en las catacumbas, la estamparon en mosaicos y esculturas, y la grabaron en los cálices y copas destinados a la Eucaristía. Se comprende que fuera asi, porque en ella ha querido simbolizar el propio Jesús su grandiosa misión redentora, siguiendo de esta forma la tradición del Antiguo Testamento, en cuyos libros Dios aparece como el Pastor que conduce al Pueblo de Israel —su rebaño— hacia la plenitud de la salva­ ción. El salmo 22 es una bellísima muestra del pastoreo de Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes pra­ deras me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guia por el sendero justo... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas con­ migo...”. Esta entrañable imagen del Buen Pastor, que evocamos hoy en el marco de la Pascua, no es sólo un recuerdo nostál­ gico; es la celebración actual de esa realidad misteriosa que da sentido a la alegría pascual: Jesús vive. Está presente y ac­

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tuante en nosotros y entre nosotros. Es el Buen Pastor. Quiere ser para nosotros, para cada uno de nosotros, para nuestras comunidades, para el mundo rural que nos ocupa y preocupa en estas Jomadas, el Buen Pastor que conduce a su rebaño hacia las fuentes de la Vida. Pero, ¿qué significa esto? En el evangelio de San Juan, proclamado esta mañana, hemos oído unas palabras de Jesús que pueden ayudamos a descubrir y profundizar la riqueza del simbolismo del Buen Pastor. Son las palabras con que Jesús expresa la intima y vital relación que le une con los suyos: “Yo las conozco (a mis ovejas)”; “yo les doy la vida eterna”; “mis ovejas escuchan mi voz”; “me siguen”. El Buen Pastor nos conoce. No es el suyo un conoci­ miento abstracto, lejano, genérico, sino un conocimiento individual, próximo, concreto. Un conocimiento intimo, familiar, perfecto. Un conocimiento que libera, que “ayuda al hombre a penetrar en su propio misterio” (Juan Pablo II). Un conocimiento que es amor sin fronteras, insondable; amor que “da la vida eterna”. Para esto precisamente vino Cristo al mundo: para que tuviésemos vida, y la tuviésemos en abundancia. Para esto murió y resucitó. “Muriendo, destruyó nuestra muerte; resu­ citando, nos dio la Vida”. Esta vida, a la que nos incorporamos por el Bautismo, mientras peregrinamos en este mundo, permanece “escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3); pero el vidente del Apocalipsis nos anticipa ya su plenitud total en la nueva tierra y en los cielos nuevos, cuando sea convocada ante el Cordero esa “gran muchedumbre” “de toda nación, tribu, pueblo y lengua”. Para llegar a este grandioso amanecer de luz y de frater­ nidad, a esta situación absolutamente nueva donde ya no habrá hambre, ni sed, ni dolor, ni lágrimas, ni injusticia, ni opresión alguna, es necesario compartir el destino de Jesús. Es necesario “escuchar su voz” y “seguirle”.

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Escuchar la voz del Buen Pastor es acoger su palabra con docilidad y confianza. Es retenerla amorosamente en el corazón. Es caminar animosamente a su luz. Es creer en su fuerza transformadora. Escuchar la voz del Buen Pastor es descubrir su pre­ sencia en la historia personal de cada uno de nosotros, en el acontecer de nuestras familias y comunidades, en la historia del mundo. Es sentir que el Señor resucitado está con nosotros en las múltiples circunstancias de la vida. Es descubrirle en los gozos y las esperanzas de cuantos caminan a nuestro lado. Es reconocerle en los pobres, en los que no tienen trabajo, en los enfermos, en las víctimas de la injusticia, en los que sufren por cualquier causa, en los que El desea y acepta ser servido, es decir, en todos y cada uno de los hombres. Escuchar la voz del Buen Pastor significa seguirle: “Me siguen...” Hacer de su camino nuestro propio camino. Identi­ ficarnos con sus sentimientos. Adoptar la actitud fundamental de quien no vino a ser servido sino a servir. Confesarle como Señor único y absoluto de nuestras vidas. Desde esta opción de seguimiento de Jesucristo, sintién­ donos miembros de su pueblo —ovejas de su rebaño—, testigos de su resurrección, corresponsables todos, aunque en diverso grado, de la edificación de la Iglesia, alcanza plenitud de signi­ ficado cuanto hemos venido realizando aquí durante estas VII Jornadas de Teología de la Caridad. A lo largo de muchas horas de trabajo intenso habéis pro­ curado acercaros más a la situación del mundo rural y de su problemática. No habéis ahorrado esfuerzos para conocer mejor los sufrimientos y las esperanzas de los hombres y mujeres del campo. Habéis procurado encontrar nuevos caminos, intercambiando experiencias y tratando en todo momento de evitar la superficialidad, la agitación irrespon­ sable, las determinaciones improvisadas. No habéis querido ser como esas “nubes sin agua, arrastradas por los vientos”, de que habla San Judas en su carta. Debo felicitaros por ello.

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Y, antes de despedimos, creo justo y necesario que demos juntos gracias a Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu, por el buen trabajo realizado durante estos días, y que le pidamos el don de fortaleza para llevar a cabo nuestras decisiones sin desánimos ni cobardías. Que nos sirva a todos de estimulo la actitud de Pablo y su grupo, reflejada en la página del Libro de los Hechos de los Apóstoles que hemos leído hoy. Ellos anunciaban con entusiasmo y valentía el misterio liberador de la muerte y resurrección de Jesucristo. Que sepamos, como ellos, transmitir a los hombres y mujeres del campo la experiencia pascual que hemos revivido aquí durante estas Jomadas. Que acertemos aponer al servicio de los demás el don que cada uno hemos recibido. Es claro que el mundo rural vive en una situación de dependencia que puede llamarse esclavitud. La mucha igno­ rancia que existe todavía entre sus gentes, la escasa atención que le prestan los poderes públicos, las presiones económicas y sociales... mantienen esclavizados a los hombres y mujeres del mundo rural, impidiendo su anhelado desarrollo. Pues bien; el misterio de Cristo Resucitado, que nos hace hombres nuevos para un mundo nuevo, debe impulsamos, urgimos, a posibilitar y promover con los medios a nuestro alcance la marcha del mundo rural hacia los horizontes de libertad que Cristo ha conquistado con su Pascua. No podemos contentamos con reconocer el mal y la injusticia existentes entre el campesinado. No basta descubrir la pobreza en los diversos aspectos con que allí se presenta: pobreza económico-social, cultural, afectiva, espiritual. El samaritano del evangelio, cuando ve la necesidad del hombre malherido en el camino de Jericó, se apresta inmediatamente a proporcionarle una ayuda eficaz. No basta, pues, hermanos, conocer los sufrimientos y compadecerlos, aunque éste sea un primer paso sumamente importante. Es necesario —lo sabéis muy bien— que nuestro amor a los demás sea un amor comprometido. lO índice

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Y esto implica actitudes de disponibilidad, de encama­ ción, de confianza en los hombres a quienes deseamos ayudar, de esperanza en el resultado de nuestro esfuerzo querido y bendecido por Dios. Y no podremos tener estas actitudes sin un trabajo cons­ tante de conversión que aleje de nosotros el fariseísmo esteri­ lizador del decir y no hacer, que nos impida integramos en cualquier forma de injusticia, que nos haga buscar los intereses de Cristo y no los nuestros, que nos permita mantener vigoro­ samente enhiesta la bandera de la esperanza, a pesar de los fra­ casos posibles y de las incomprensiones inevitables. En la página de los Hechos que hemos leído, se nos habla de la envidia y la oposición que se alzaron en el camino de Pablo. Pero ni el apóstol ni los suyos perdieron la alegría. Nada de esto puede resultamos extraño. El propio Jesús nos advirtió de rechazos y fracasos, al decimos que no es el discípulo de mejor condición que su Maestro. Pero también nos dijo que nadie podría arrebatarnos la alegría. Porque ((lo que el Padre me dio es mejor que todo y nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre”. Nadie podrá arrebatamos el amor del Señor Resucitado. Caminemos con la persuasión del Apóstol: “Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor Nuestro” (Rom 8, 37ss). Que María, la Madre del Señor, a quien veneramos en Lugo con el dulce título de Nuestra Señora de los Ojos Gran­ des, vuelva a nosotros su mirada maternal y misericordiosa y bendiga nuestros trabajos. + José, Obispo de Lugo

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