Consideraciones galácticas

artificial en nuestras ciudades (o la sucia atmósfera contaminada). Es triste salir ..... "Cayeron dos, cerca de la frontera, que fueron tomados por sorpresa. Pronto ...... Dejándose olvidada (con la emoción y el apuro) una insignificante sonda de.
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Consideraciones galácticas (Introducción) Nosotros estamos hacia el final de uno de los largos brazos en espiral de una galaxia a la que, por caprichos de la subjetiva apariencia con que se presenta ante nuestros ojos por las noches, llamamos Vía Láctea. Me gustaría saber cómo la veríamos de estar ubicados cerca de su núcleo. Supongo que entonces no nos parecería una 'vía' (sino un enorme manto que envuelve nuestro firmamento por completo), y a simple vista seríamos capaces de ver el doble de estrellas (o más), y brillando con muchísima mayor intensidad. ¡Oh!, nuestras noches (con o sin Luna) serían mucho más luminosas y claras. Aún si tuviéramos iluminación artificial en nuestras ciudades (o la sucia atmósfera contaminada). Es triste salir a la noche en una ciudad, y no distinguir sino diez o quince pálidas estrellas. Me he encontrado en más de una ocasión describiendo la maravilla de la Vía Láctea a gente que jamás salió de la ciudad. No me creen. Bien, yo también nací en una ciudad. Pero tuve la fortuna de poseer una madre inquieta, que nos llevó de aquí para allá en cada oportunidad posible. Sé lo que es un Delta, porque lo navegué en 'lancha-colectivo' y en Catamarán. Sé lo que es una Central Hidroeléctrica, porque las visité más de una vez, por dentro y por fuera. Conozco el Océano hasta el hastío. Me hice amiga de las Sierras y sus manantiales. Aprendí a montar a caballo, y también a conducir un automóvil... Así fue como, un mes antes de cumplir mis once años, estábamos veraneando en Chapadmalal. La noche había caído haría unas tres o cuatro horas. Mucha gente dormiría. Nosotros (mis hermanos y yo) estábamos en las hamacas, en la vacía explanada próxima a nuestro hotel. En torno a nosotros, imperaba la más absoluta oscuridad; pues ese edificio estaba a más de cien metros de distancia, y otros edificios no habían (el mentado complejo hotelero ocupa muchas hectáreas, y hay una distancia considerable entre un hotel y el siguiente). Sino solo el terreno abierto, enmarcado por lejanas arboledas. Hamacándome estaba cuando, sin mediar un motivo específico, alcé mi mirada al cielo. ¡Entonces la vi! La Vía Láctea allá, impresionante, majestuosa, atravesando el firmamento de un extremo al otro, como un reguero de polvo de diamantes. A mi me parecieron diminutos ojitos titilantes. Desde entonces, siempre que se me presentó la oportunidad de salir a un campo abierto y oscuro por la noche (por ejemplo, cuando 'acampamos' en el Palmar de Colón), he buscado recuperar esa visión. Pero mi vista no es buena. Nunca lo fue, y me pregunto cómo la habría visto de contar con ese sentido esencial, en perfectas condiciones. Para el caso, sigo viviendo en una zona urbanizada. Y para peor, habiendo nacido en el hemisferio Sur, vivo hoy en su opuesto. Las estrellas no son las mismas que conocí, y el cielo estrellado me resulta ajeno.

Como sea, muy poco puedo notar la ausencia de 'mis' cielos perdidos: viviendo en una ciudad, las estrellas que alcanzo a ver son escasas; además de aisladas, anónimas, indistintas, y en nada diferentes de las que alcanzaría a ver en otra ciudad, austral.

\ Pero volvamos a nuestra ubicación: el extremo alejado de un brazo espiral de nuestra galaxia. Si lo siguiéramos internándonos por él, iríamos topando estrellas con bastante regularidad: unos cuantos Años-Luz para allá, una estrella. Otra ristra de Años-Luz más adelante, otra estrella. Y así... No nos aburriríamos. En cambio, si saliéramos hacia el espacio realmente exterior (hacia afuera de la Vía Láctea), no sólo nos aburriríamos en grande. Lo más probable es que nos perderíamos en esas distancias siderales, antes de llegar a ningún lado. De modo que, mientras el autoritario señor Einstein siga rigiendo el comportamiento de la luz, y estableciendo por ley que su velocidad es insuperable, cada vez que deseemos emprender un viaje interestelar deberemos armarnos de paciencia. Viajaremos durante años antes de tocar puerto. Y además, sólo podremos hacerlo hacia adentro; introduciéndonos por el brazo espiral en cuyo extremo estamos asentados, hacia el interior de eso que ni es una senda, ni está hecho de leche. ¡Oh, bueno! ¿Pero quién y cuándo emprendería ese viaje? Por cierto, no nosotros los que respiramos hoy, apenas iniciado el Siglo XXI. Nuestra tan cacareada tecnología es, de momento y mal que nos pese, muy rudimentaria. Por lo menos, para acariciar semejantes sueños. Incluso si el autoritario señor Einstein fuera derrocado, y alguien demostrara en teoría que se puede superar la velocidad de la luz... En la práctica, ¿quién y cómo lo haría? Entre tanto, un 'transbordador espacial' se desintegró antes de abandonar la atmósfera y otro, apenas ingresando en ella. Es lo que digo: estamos jugando a hacer demasiado con muy poco. Pues nuestra tecnología sigue siendo tosca y anticuada, primitiva y rudimentaria. ¡Ah!, pero a no preocuparse. Mientras dos tercios de la Humanidad sigan padeciendo el flagelo del hambre, para que menos de un tercio del tercio restante pueda seguir despilfarrando los recursos, la tecnología seguirá avanzando. Y una vez agotados los recursos y aniquilados los ecosistemas terrestres, ese tercio del tercio podrá subirse a sus naves, y emprender su huida hacia el interior de la galaxia. Sospecho que ese objetivo ya está siendo perseguido; y por eso los proyectos espaciales se suceden a pesar de las astronómicas inversiones requeridas, y de los no menos costosos tropezones aquí o acullá. Entiéndase: quienes se han embarcado en ella saben que la aventura espacial, que hoy parece un lujo, es una necesidad impostergable. Ahora que hay tiempo, se debe desarrollar la tecnología. Porque cuando sea críticamente necesaria, ¡ya no habrá tiempo! Ni habrá, me temo, espacio para todos... Así se repetirá la historia de la gran injusticia humana. Los causantes de la contaminación, los sembradores de conflictos, los opresores, etc., etc., se salvarán. Sus víctimas inocentes quedarán atadas a un planeta radioactivo y consumido, padecerán

(además del hambre y la sed) mutaciones monstruosas, y demás secuelas de la radiación y la contaminación del aire, la tierra y el agua. Ellas (¡centenares de millones de personas!) quedarán condenadas a pagar los platos que otros rompieron... Resumiendo, y no como en las películas, 'ganarían' los malos. O, al mejor decir de los evolucionistas, los más evolucionados: la élite planetaria. Una élite que no se caracterizará, precisamente, por la solidaridad, o la misericordia, ni el amor (aunque es de suponer que, amén de una mayoría de ateos consumados, habrá gran proporción de presuntos cristianos entre ellos), ni por ninguna de esas virtudes que llamamos (¿sin razón?) cualidades humanas. Serán tiburones: individuos ambiciosos, mezquinos, corruptos, autoritarios, arrogantes, prepotentes, inescrupulosos, egoístas; e incluso entre sí mismos les costará entenderse y convivir. Los habrá, además, de diversas nacionalidades (con determinadas predominancias obvias); y portarán consigo el legado de sus idiotas prejuicios raciales y rencillas internacionales. De modo que a pocos años de haber iniciado viaje, y si este continúa todavía (quiero decir, si no arman una 'Cuarta Guerra Mundial' en su nave, llevándola a su estallido final), la situación en el interior de esa enorme ciudad a la deriva, será catastróficamente crítica. Habrá que buscar con urgencia, y ya sin tantas pretensiones (es de esperar que en un principio; hallando otros mundos, los desecharán por ausencia de 'condiciones óptimas'), un planeta en el que anclar...

I Sobre Alfa y Beta Llamaré a la estrella, Alfa; y a su planeta habitable, Beta. ¡Atención!: no me refiero a un Alfa que ya se llama Alfa, como Próxima del Centauro. Sino del modo más arbitrario posible (¿qué nombre no lo es?), y como podría haberla llamado Épsilon, o Sigma, o de cualquier otra manera y sin recurrir al alfabeto griego. Aquí tenemos pues a Alfa (por obra y gracia de mi capricho), flotando algunas docenas de Años-Luz más hacia el interior del brazo galáctico espiral, cuyo casi extremo ocupamos. Junto con otros varios planetas (y ni siquiera me interesa cuántos), Beta gira en torno a ella. Nombre quizás menos arbitrario, porque en cierto idioma que conozco, Beta puede traducirse Casa. Y si ha de estar habitado, tendrá que ser el hogar de sus habitantes. Pero visto desde afuera, Beta no parece habitado. Se dan en él condiciones tan rigurosas que, en circunstancias normales, ningún humano razonable intentaría asentarse en él. Beta es un enorme desierto calcinado, sin océanos y de superficie calcárea lisa, como si la hubieran pulido. La radiación es muy alta, porque la atmósfera delgada se ha diluido. El eje de Beta no está inclinado, y por lo tanto carece de sucesión de Estaciones. En el Ecuador impera un verano constante, de temperaturas desconocidas en nuestro mundo. Incluso la primavera permanente de los Trópicos sería considerada veraniega entre nosotros. Ya alejándonos hacia los polos toparemos al otoño primero y al invierno después. Un invierno extremo y eterno, sin esperanzas de primavera. Pero en los Casquetes Polares el paisaje cambia bruscamente. Hay agua (es decir, hielo) en ellos. Y montañas altas que nadie alisó, con laderas abruptas y abismos insondables. ¡Y hay vida! Unas criaturas salvajes y malignas (ni más ni menos que nuestras élites) habitan en cuevas abiertas en las laderas de esas montañas. Son de modales rudos y groseros, y un único asunto ocupa sus mentes y es motor de sus empeños: vivir, sobrevivir. La lucha por la supervivencia es, allá en los polos, brutal e inmisericorde. Por eso, otros Betanos más pacíficos les temen, los rehúyen con espanto, y los llaman 'Demonios de las Sombras', aunque no lo son (o por lo menos, a nosotros no nos habrían dado esa impresión, dados los niveles de violencia y sadismo a que nos hemos habituado, y que ellos distan de alcanzar). Bien y como veis, hay vida en otros lugares de Beta, incluso fuera de los casquetes polares. Y hay humanos (o algo que se les acerca) racionales, capaces de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, etc. En menos palabras, hay todavía dos clases más de Humanidad, en Beta: se trata de los 'Internos' y los 'Superficiales' (tales son los nombres que se dan a sí mismos). Los Internos, como su nombre lo indica, viven bajo la superficie del planeta. Allí cuentan con luz (pronto veréis cómo), y agua, y bosques, y montañas, y lagos, y selvas, y campos cultivados, y otro montón de maravillas que habríais buscado infructuosamente en

la corteza reseca y castigada. Hasta ciudades tienen, allí abajo. Y son felices porque, forzados por la necesidad, han aprendido a vivir en relativa armonía los unos con los otros. Los Superficiales, en cambio, más que vivir vegetan en la superficie. No merodean. Limitan sus movimientos al mínimo indispensable, para reducir el consumo de energía. En lugar de ello se echan de bruces sobre la corteza descolorida y lisa, en el área comprendida entre los trópicos (evitando acercarse a los polos, por los motivos ya mencionados), reciben la radiación exterior, la procesan y la proyectan hacia el interior. Es así, como allá abajo tienen luz durante el día, y oscuridad por las noches. Por eso, los agradecidos habitantes subterráneos dan también a sus benefactores, el título honorífico de Captadores. Los Internos son seres humanos hechos y derechos. Nacen y mueren; se casan y procrean; viven lo razonable (ni mucho ni poco); miden lo razonable (ni altos ni bajos); y tienen un aspecto razonable (ni muy lindos ni muy feos). Hay hombres y mujeres, ancianos y niños, y jamás confundiréis unos con otros de caer entre ellos. Exactamente lo opuesto ocurre con los Captadores Superficiales. Cuando están echados, haciendo su trabajo, se protegen adquiriendo la apariencia de enormes rocas graníticas. Podéis estar sentados sobre uno de ellos sin sospecharlo (a él tampoco le importunará, mientras no le impidáis cumplir su función). Solo recuperan su aspecto humano en caso de necesitar trasladarse. Cosa que, como se dijo, evitan para no desperdiciar energía. Y evitan ese desperdicio, para poder proyectarla íntegra hacia el interior. Les preocupa sobremanera que allá abajo puedan quedarse sin luz, y que esa falta cause el deterioro de los bosques, o el malogramiento de las cosechas. Tienen además, períodos vitales larguísimos. Llegan a vivir siglos inmemoriales, y se reproducen rara vez. Cuando determinan hacerlo, se trata de una decisión colectiva. Entonces se reunen en un punto acordado, se separan en Positivos y Negativos, forman parejas al azar, y realizan una especie de Apareamiento Energético al final del cual, un nuevo ser ha hecho su aparición en el medio, de pie entre sus Formadores (también de pie). Se nace con el aspecto adulto y se muere con ese mismo aspecto. No se aprecia tal diferencia de niños-ancianos entre los Superficiales. Que además, son feos. Corpulentos y feos. Del color de las piedras; sin pelo, vello o cabello; con pieles rugosas y ásperas como rocas, y rostros toscos como las laderas brutas de las montañas. No distinguiréis sexos entre ellos, pues tampoco lo tienen. Poseen algo similar en su función, que llaman Opuestos Energéticos. Pero también el signo de la carga eléctrica (por decirlo de alguna manera) pueden modificar a voluntad, de ser necesario. Fueron ellos quienes pulieron la superficie de Beta, en la región comprendida entre los trópicos y para su propia comodidad. Un trabajo que les demandó siglos de labor nocturna pero que, en su opinión, valió la pena: el terreno alisado y carente de accidentes les facilita el traslado, volviéndolo más veloz y menos esforzado. Porque por más que prefieran evitarlo, los Captadores deben moverse de vez en cuando. Lo hacen para esas reuniones generales (una cada varios siglos) de carácter reproductivo. Lo hacen también, para redistribuírse tras sufrir bajas o producir nacimientos. Pues se distribuyen ocupando su Área de Influencia en

forma meticulosamente uniforme y proporcionada. De modo que la energía también llega al interior, distribuida con exactitud matemática. Conseguir semejante organización requiere de un elevado grado de coordinación... ¡y de paciencia!: allá abajo sobrevienen apagones con cada uno de estos movimientos de redistribución. Apagones que se extienden por largos días, si están motivados por una de esas Reuniones Reproductivas de Superficiales. De aquí que los últimos, conscientes de su responsabilidad, reduzcan al mínimo esos movimientos; que procuran realizar (de ser posible) sólo por las noches. Pero no creáis que por eso se aburren. No duermen durante el día (aunque a nosotros nos parecería que viven aletargados a lo largo de meses enteros). Y mientras canalizan la energía exterior hacia el interior en las proporciones necesarias y correctas, proyectan también sus mentes hacia el interior, deleitándose en la contemplación de la vida que crece y se desarrolla allá abajo. Y sabiendo que esa vida es, en gran medida, producto de sus fatigas, se sienten dichosos y realizados. Son muy sabios esos Captadores. Incluso más que los más sabios de entre los Internos. Pues detrás de esa apariencia tosca de piedra dura y embrutecida, hay atesoradas mentes antiquísimas, poseedoras de memorias que hunden sus raíces en los albores de la historia (los Formadores injertan sus memorias íntegras en los Recientes en el momento de traerlos a la vida. De modo que la memoria colectiva de los Superficiales es acumulativa), y que han dedicado siglo tras siglo al análisis y la meditación sosegados. Por eso los Internos (que, imposibilitados de hacerlo, no los ven jamás) los consultan a menudo. Tienen allí abajo estaciones de radio especiales, sintonizadas cada una en la frecuencia específica del correspondiente Captador, con el que se mantienen en contacto. Unos transmiten y reciben con la ayuda de la tecnología. Los otros, valiéndose solamente de sus poderosas 'ondas cerebrales'.

\ De haberlo preguntado a esos sabios Captadores Superficiales, os habríais enterado de que Beta no siempre fue como se lo acaba de describir. En un pasado remoto, cuando su atmósfera había sido más densa (y la radiación que llegaba a la biosfera, menor), había habido agua en abundancia a lo largo y ancho del planeta. Y ríos, y océanos, y bosques, y lagos, y montañas. Y había estado habitado por millones de especies animales y vegetales. También habían existido estados y naciones (un difuso remedo de aquello persistía abajo, aunque diluyéndose lenta e imperceptiblemente), conflictos y... contaminación. También (se deduce de lo último), tecnología avanzada. En síntesis, la historia de Beta no había sido demasiado diferente de la nuestra... hasta que sobrevino la Gran Sequía. No ocurrió en un día, ni en dos. Pero poco a poco, como si de un macabro espejismo se tratase (y así se lo consideró, hasta que el fenómeno quedó satisfactoriamente estudiado y demostrado), a los consternados Betanos pareció que la faz de Alfa crecía y enrojecía. Se hicieron los ya mencionados estudios y mediciones, cuyos resultados sembraron el pánico: no era Alfa, quien estaba modificando su conducta. Sino Beta, cuya órbita parecía haberse

estrechado; en una 'distancia astronómica' insignificante, pero de consecuencias funestas. Como si con esa sola desgracia no alcanzara, la atmósfera estaba ¡escapando! En aquellos remotos días se habían producido sucesiones de Cumbres Internacionales de carácter político y científico, que nada aportaron. Compréndase: por más tecnología que tuviesen, los Betanos no podían modificar la órbita de su planeta. Ni traer de regreso a la fugada atmósfera, o retener a la que quedaba todavía. Se intentó, por lo menos e invocando la solidaridad internacional, poner freno a las guerras. Objetivo que se consiguió solo parcialmente. Pues, mientras determinadas naciones interrumpían el fuego, otras aprovechaban la tregua para atacar sorpresiva y traicioneramente. Victorias poco valiosas a esta altura de los acontecimientos. La atmósfera seguía escapando hacia el espacio, la radiación aumentaba, los bosques ardían, los océanos se secaban. Solo en los extremos Norte y Sur, la vida resistía atrincherada. El frío de esas regiones volvía a la atmósfera más densa, impidiéndole huir. Y la radiación incidía mínimamente, merced a la lejanía y la oblicuidad de los rayos de Alfa. Allá fueron a instalarse los magnates y los poderosos. Pero cuando las gentes sencillas, huyendo de la catástrofe quisieron acercarse, los expulsaron con violencia diciendo: "No hay espacio para más". Se produjeron sangrientos enfrentamientos en las fronteras de los círculos polares. Pero quienes fueron incapaces de pagar el monto estipulado, no pudieron pasar. Debían permanecer donde estaban, y resignarse a su sino... Entonces, alguien sugirió la idea: ¡refugiarse en el interior del planeta! Parecía una propuesta plausible, con una única objeción: sería como enterrarse vivos, condenándose a una oscuridad eterna. Por supuesto y como imaginaréis también sin que os lo digan, la solución llegó finalmente. Solo que del lugar más inesperado. Había en Beta un grupo de hombres y mujeres, disperso pero marginado por la gente, que se autodenominaba 'Guardianes de la Ciencia'. Tenían ideas y costumbres extravagantes, y la gente que se consideraba 'cuerda y decente' los rehuía con desprecio. Pero quienquiera se hallara en serias dificultades sabía que podía acudir a ellos en busca de consejo (eso sí: en el mayor de los secretos, para no poner en peligro la buena reputación), y nunca se veía defraudado. Los Guardianes serían excéntricos, pero también eran sagaces y bien intencionados. Fueron los dirigentes de ese grupo, quienes propusieron a la desahuciada Humanidad: "Id vosotros al interior. Nosotros permaneceremos en la superficie, y os proyectaremos nuestra luz". Al principio había sido difícil, tanto creerles como tomarlos en serio. Pero cuando ya no quedó opción, se decidió intentar esa solución desesperada. Los padres de los padres de los Internos excavaron ciudades y mundos subterráneos (colosal tarea que demandó siglos enteros y el trabajo de muchos brazos decididos), donde pudieran resguardarse las especies que arriba se extinguirían. Y quienes (merced a una labor mental concentrada, amorosa, constante y tenaz) habrían de devenir en Captadores Superficiales, permanecieron afuera, distribuyéndose en la que llamaron su Área de Influencia. Esto había sucedido hacía milenios. Desde entonces, se habían producido escasos cambios. La radiación había seguido en aumento, cosa que a los pétreos Superficiales tenía

sin cuidado. La vida conservaba sus bastiones en los polos Norte y Sur. Pero en pocas generaciones, los humanos que los habitaban habían olvidado su pasado e historia, degenerando en cavernícolas incultos y de modales salvajes, capaces de devorarse vivos los unos a los otros, con tal de subsistir. De la existencia de los Internos nada sabían. Solo conocían a los Captadores (si bien desconocían, tanto esa denominación como su significado) y los odiaban a muerte. No se dejaban engañar por su apariencia habitual de enormes rocas graníticas. Conocedores también de la verdadera naturaleza de esas 'rocas', se abalanzaban sobre ellas para pulverizarlas, esgrimiendo herramientas de cantería: picos de hierro, mazas, martillo y cincel. Pues entendieron (o creyeron entender) que aquellos eran quienes mejor se habían adaptado al cambio y, por ende y a largo plazo, los únicos llamados a sobrevivir. Por eso los agredían en toda ocasión posible. Incluso, con riesgo de sus propias vida y salud. Ya que para realizar esas Incursiones Vengadoras, debían introducirse hacia las zonas cálidas, aproximándose a los trópicos, exponiéndose a la radiación y deshidratándose sobre un áspero desierto implacable, bajo los abrasadores rayos de Alfa que jamás perdonaba esa intromisión. Cuando esos ataques sorpresivos sobrevenían, los Superficiales se defendían a su manera: echaban a correr en línea recta hacia el Ecuador, hasta que sus lentos perseguidores cedían (o caían). En semejantes casos, los Superficiales podían desarrollar una velocidad de hasta ciento veinte kilómetros por hora. Pero ello significaba un increíble derroche de energía, que los Internos pagarían con un súbito apagón en el área afectada. "Disculpad el inconveniente, transmitían los Captadores, en esas circunstancias, pero es que acabamos de sufrir un ataque". '¿Tenéis bajas?", se les preguntaba. La respuesta solía ser más o menos así: "Cayeron dos, cerca de la frontera, que fueron tomados por sorpresa. Pronto nos redistribuiremos para suplir la ausencia de la mejor manera posible".

\ Se recordaba todavía una incursión que había resultado particularmente fatal. Se había producido durante la noche en el Sur, poco después de una similar acontecida en el Norte, y las bajas entre los Captadores se habían contado por decenas (y por miles entre los atacantes, a la postre. Pero, en términos estadísticos y como ya veremos, el golpe sufrido por los agredidos era peor). En consecuencia, pasada la invasión se había invocado a la tercer Reunión Reproductiva (las dos anteriores, habían tenido por objeto suplir la progresiva ausencia de los Mutados: los Captadores Superficiales iniciales, que si bien vivieron hasta el doble o el triple de lo habitual entre humanos, no alcanzaron la longevidad que poseerían sus descendientes). Se necesitaban dos individuos para formar un tercero, y la demanda energética para conseguirlo era tal que durante los días siguientes y aunque quisieron, los Formadores ni siquiera tuvieron fuerza para trasladarse. Solo los Recientes pudieron distribuirse

provisionalmente, ubicándose en puntos estratégicos. Y así el apagón (que duró entre seis y veintiséis días, de acuerdo a la distancia) no fue absoluto en los asentamientos subterráneos. De esto, haría ya unos dos mil trescientos años. Desde entonces, se habían producido cinco Reuniones Reproductivas más, aunque siempre avisando previamente, para que abajo tomasen previsiones. En cuanto a los ataques procedentes de los círculos polares, no se habían interrumpido. Pero eran ahora más esporádicos y menos letales. A medida que el nivel de radiación seguía aumentando y la densidad atmosférica disminuyendo, abandonar el refugio que aquellos constituían implicaba un riesgo mortal para sus habitantes. Y por más que los odiasen, los Demonios de las Sombras ya no atacaban a los Superficiales... a no ser que los últimos cometieran la imprudencia de acercárseles demasiado. En efecto, esto podía suceder: el Área de Influencia se había ampliado y abarcaba no solo la angosta faja entre los trópicos, sino una mucho más ancha, entre los paralelos 40º de latitud Norte y Sur. Y es que también abajo el mundo había crecido, y con él sus necesidades de energía lumínica. Tal había sido el motivo de las dos últimas Reuniones Reproductivas, que se produjeron con un breve intervalo de sesenta años entre una y la siguiente (cuando la 'norma' eran cinco o seis siglos). Durante la última y con el objeto de mejor cubrir y ampliar dicho área, la población de Superficiales se había propuesto duplicarse. Objetivo matemáticamente inconcretable, al que solo podían aspirar a aproximarse. Habían entonces 416 Captadores (ya veis que eran pocos). Tras el apareamiento habían 208 individuos nuevos. Sus Formadores estaban exhaustos y, como era habitual, se dejaron caer allí mismo. No estarían aptos para un nuevo intento de reproducción, sino unos nueve días más tarde. Cosa que no harían, pues significaría dejar el mundo subterráneo a oscuras, durante más de un mes (sumando esa espera a la siguiente, y hasta que pudieran trasladarse y completaran la redistribución). Pero los Recientes estaban allí, radiantes, frescos y lozanos. Una orden partió de Koh ('el Antiguo', pues era el más viejo de los Superficiales y, en realidad, el ser más viejo de su mundo): 'Los nuevos deben aparearse'. Y así se hizo. A los pocos minutos, 208 individuos caían extenuados, mientras 104 Recientes se sostenían de pie. El mandato de Koh se repitió. Los 104 obedecieron y cayeron, dejando a 52 Recientes de pie. Una última orden de Koh produjo 26 individuos adicionales. Entonces Koh desistió de ordenar un intento adicional, declarando 'Suficiente'. Y mientras una comunidad de 780 individuos descansaba de sus fatigas, los 26 formados en último término se distribuían encaminándose a los puntos estratégicos a que Koh los enviara, para que la oscuridad en el mundo interior no fuera absoluta ni tan prolongada.

II La llegada de Nave Tierra Llamaban a su nave, 'Tierra', y más que una nave era una inmensa ciudad a la deriva en el espacio. Viajando a altas velocidades que, en medidas de distancias siderales, eran casi como quedarse quietos. El último sistema con planetas lo habían dejado atrás hacía más de medio siglo (se seguían utilizando las familiares medidas terrestres, para los asuntos cotidianos). Ninguno de los habitantes de esa nave lo recordaba: en Tierra se practicaba una eutanasia implacable, amén de un rigurosísimo control de la natalidad (dos vástagos por pareja reconocida. Los embarazos ilegales eran 'interrumpidos' y ambos transgresores, esterilizados y multados), como medio de mantener una demografía estable. La edad máxima permitida eran los cincuenta años. Cumplidos, el sujeto era eliminado mediante un método indoloro. Los restos se expulsaban al espacio. Decir que Tierra era una vasta ciudad de dos kilómetros y medio de radio, todavía no le haría justicia. Habría que agregar, que era también una inmensa factoría. Desde oxígeno hasta chips, pasando por tomates y vestimenta, todo debía producirse en su interior. Eran pocos los desechos que se expulsaban. La mayoría se reciclaba. Una tecnología basada en la composición, descomposición y recomposición a nivel molecular y atómico, garantizaba la conversión de deshechos en materia prima útil. Se daban pues, en Nave Tierra, las condiciones para viajar indefinidamente, incluso sin tocar puerto jamás. Con una salvedad: ¡estaba habitada por humanos! Y eso significa conflictos, rivalidades, rencillas permanentes, y una amargura que crecía e iba en aumento entre las generaciones jóvenes que, de primera vista, no conocían otro paisaje que el de su 'lata de sardinas' (a propósito, ¿qué se suponía que era éso?). También entre los mayores crecía el resentimiento. Algunos empezaban a mirar con odio, incluso a la propia descendencia. Que se permitía la insolencia de llamarlos 'viejos', a partir de los cuarenta años. Por cierto y a partir de esa edad, cada día de vida les resultaba un peso abominable en el corazón: sabían que se acercaban al 'Día de su Ejecución' (como se aludía en susurros, al fatídico cumpleaños número cincuenta). Ya se había producido un peligroso motín de 'viejos cuarentones' hacía quince años. Se entiende que había sido sofocado al instante y los 'partidos políticos', suprimidos. Pero la atmósfera artificial de pasillos y habitáculos seguía clandestinamente 'politizada'. Se susurraba lo que estaba prohibido expresar en alta voz, y el descontento general crecía, transmitiéndose a la generación siguiente. Fue entonces cuando la Computadora de Navegación detectó a Alfa con su sistema planetario. Y Beta entre ellos, describiendo una órbita que hacía suponer, que quizás ofreciera más que una mera esperanza de constituirse en un nuevo hogar para la humanidad terrestre. Se tomaron imágenes ampliadas y aproximaciones telescópicas. Se envió una

sonda de rastreo a orbitar en torno a Beta, estudiándolo de extremo a extremo. Los informes que fueron acumulándose parecían, simultáneamente, desalentadores y promisorios. Había un ancho cinturón desértico rodeando el planeta. Pero el agua todavía era retenida por las temperaturas gélidas de los casquetes polares. Y no había habitantes racionales. La prueba: no existían rastros de edificación o cualquier otra 'modificación artificial del medio', detectables. Eso era bueno: no tendrían que disputar el terreno o los recursos a nadie. La abrupta orografía polar no hacía posible el aterrizaje de una enorme ciudad flotante como Tierra. Pero ascendiendo un poco hacia el interior del planeta, el terreno era liso y pulido, ideal para posarse sobre él. Sería cuestión de hacerlo en una zona subtropical, no demasiado alejada de los círculos polares. Allí el clima sería el ideal, aunque la radiación elevada continuaría constituyendo un serio problema. Por lo menos, hasta que se construyera la necesaria infraestructura. Ya habían expertos desarrollando y estudiando diferentes proyectos de ingeniería. En suma, la conquista de Beta era posible y se concretaría, pese a las precarias condiciones del planeta anfitrión. Y entonces se abriría una nueva etapa en la historia de la Humanidad: habría una Segunda Tierra. Que por cierto, respondería mejor a su nombre que la Vieja Tierra originaria, a la que el nombre Agua (u Océana), habría definido bastante mejor... Quizás la imperiosa necesidad de contentarse con el hallazgo provocó un exceso de optimismo. Y éste, uno de ceguera intelectual. Nadie en Nave Tierra se preguntó cómo podía ser, que la superficie de un mundo casi sin atmósfera, fuera perfectamente lisa; cuando debería haber lucido averiada por más de un cráter. Bien visto y analizado, ése debería haber sido un claro indicio de que alguna clase de inteligencia, se había preocupado de adaptar la Betamorfología a sus designios (cuales fuesen). O tal vez, el motivo de esa ceguera intelectual hubiera sido, la inconsciente pretensión de que una expresión inteligente seguirá parámetros similares a los nuestros. Digamos: si nuestra cibernética se basa en el sistema binario, cualquier otra cibernética posible se basará también en él. Si nuestra civilización construye ciudades, cualquier otra civilización las construirá también. Si nosotros preferimos habitar la superficie, cualquier ser humano hipotético lo preferirá también. Por eso a la tripulación de Tierra pareció que Beta no estaba habitado por seres inteligentes. Cuando en realidad, ¡habían claros indicios de lo contrario! No obstante, se trazaron las coordenadas y se dio inicio al proceso de descenso y aterrizaje.

\ Los Superficiales sintieron como una sombra de oscuridad, que era a la vez una amenaza y un funesto presagio, que barría la corteza con lentitud, ocultando la brillante luz de Alfa. Interrumpieron sus actividades para incorporarse y mirar a lo alto. Entonces, vieron algo que no supieron decir qué era: no se parecía a nada que hubiesen visto jamás.

Sin embargo, enseguida entendieron que debía tratarse de alguna clase de artefacto artificial. No podía ser un enorme meteorito, por ejemplo. Porque un meteorito, simplemente cae con violencia irrefrenada; mientras que este objeto volaba planeando, describiendo una lenta trayectoria recta, siempre hacia adelante y abajo, disminuyendo su velocidad a medida que se acercaba al nivel del suelo. Era gigantesco, y seguía la línea de un paralelo. En qué punto del paralelo iría a posarse, era previsible (Koh, desde su 'base' en el Ecuador, sacó rápidos cálculos a medida que los datos le eran transmitidos por los circunstanciales observadores), aunque difícil de señalar con certeza (la cosa podría decidir hacerlo unos kilómetros más hacia acá o allá, ya frenando de súbito, o acelerando a último momento). Como medida de precaución (y por mandato de Koh) una vasta zona en torno al previsible lugar del aterrizaje fue desocupada: cinco Captadores escaparon hacia regiones más seguras (pronto y en consecuencia, la entera población habría de reacomodarse), y por lo menos uno de ellos se salvó de morir aplastado por esa mole recién llegada del espacio.

\ En Nave Tierra, los radares captaron esos movimientos. A los que, cuando hubo tiempo de analizar los datos del aterrizaje, no se halló explicación; si bien empezaron a perturbar las mentes de la Comandancia. Una expedición de Exploradores se arriesgó a hacer una salida de reconocimiento. Hallaron lo que esperaban: un desierto duro, anaranjado y llano, de horizontes infinitos. Allá en lontananza, mirando hacia el Norte se podía apreciar el cambio de morfología y clima. Aquí, la temperatura diurna debía ser agradable, pero se sabía que caería en picada al anochecer. Ni una ni otra podía ser disfrutada o incomodar a los exploradores, que vestían trajes térmicos. Comenzó a desarrollarse el proyecto de asentamiento. Había que alzar campanas semiesféricas cubriendo el terreno en torno a la nave: mamparas fotosensibles que impidieran el paso de la radiación nociva; bajo las cuales se pudieran crear lagos artificiales, campos de cultivo, jardines y ciudades. También había que construir conductos para traer el agua desde el polo. Y esto era apenas el inicio de un proyecto mucho más ambicioso. Pero he aquí que las obras avanzaban a paso de tortuga: habían insuficientes trajes térmicos antirradiación (sin cuya protección era imposible asomar siquiera la nariz fuera de la nave); y era muy aparatoso, lento y agotador trabajar vistiéndolos. Pronto, la Comandancia de Nave Tierra se encontró deplorando la ausencia de una mano de obra local, que se pudiera aprovechar. Fue entonces, cuando descubrieron las transmisiones. Por supuesto, las máquinas las habían captado y registrado desde el principio. Solo que en esos momentos de emoción, nadie les había prestado atención. El espacio exterior está plagado de ondas aleatorias de frecuencias diversas emitidas por los astros y demás cuerpos celestes. Es esa estática a la que uno termina por habituarse y desentenderse. Ruido cósmico que, en un planeta con atmósfera tan tenue, era de esperar que se seguiría captando. Solo

cuando un 'Comunicaciones' aburrido les dedicó una pizca de atención adicional, aquel pudo comprobar que no se trataba aquí de nada aleatorio, sino intencional. Alguien (y más de alguien) estaba transmitiendo y comunicándose en Beta; además de ellos mismos. Las emisiones se producían desde un punto, en una frecuencia. Duraban unos instantes y se interrumpían. Otras emisiones en frecuencia diferente eran emitidas desde otro punto. Se prolongaban unos instantes y se interrumpían. A veces, parecía haber un verdadero diálogo radiado, con preguntas y respuestas. Otras, el mensaje se prolongaba: un monólogo sin respuesta; pero eso sucedía en raras ocasiones. Informó y le fue ordenado: 'Ve a localizar un punto de emisión'. Así que allí fue el desdichado (iba bastante amedrentado), acompañado por dos tripulantes más, convenientemente vestidos, equipados y pertrechados. Sintonizaron una transmisión y la rastrearon. Pero la búsqueda terminó en un páramo desértico, en nada distinto del típico paisaje Bético de allende los casquetes polares. La transmisión se interrumpió. Los agotados exploradores se sentaron a descansar sobre una enorme piedra gris. Si bien en 'Deslizantes' (especie de vehículos individuales, similares a motocicletas pero sin las ruedas que no necesitan pues, una vez puestos en funcionamiento, no tocan la superficie), habían recorrido más de ciento treinta kilómetros. Para llegar hasta aquí y encontrar... ¡nada! La frustración los hacía sentirse todavía más cansados. Tras tomarse una pausa de diez minutos ("Quizás en el ínterin, las emisiones se reanudaran..."), se levantaron dispuestos a regresar. El Comunicaciones se volvió mientras subía a su Deslizante, dedicando una última mirada hostil al duro paisaje desértico. -¡Esperen! -clamó. Sus compañeros, instintivamente, se llevaron las manos a las orejas... convenientemente cubiertas por los cascos espaciales. Le lanzaron una mirada iracunda y un mugido ofuscado resonó en los auriculares del inoportuno que, sin inmutarse, dijo: -No me gusta la cara de esa piedra. Los otros dos se encogieron de hombros, pero regresaron hacia su compañero, que ya se hallaba firmemente plantado junto a ella. -¡No es más que una roca! -clamó uno, contrariado- ¿Qué le ves de raro? -Que no debería estar aquí -respondió con sencillez-. No está a tono con el entorno. -¡Oh, ya! -comenzaron las chanzas- He aquí un experto geólogo. ¡En guardia, piedras!: todavía os organizará un concurso de belleza... -Me gustaría voltearla -prosiguió aquel, impávido-; solo para cerciorarme de que es una auténtica roca, y no oculta nada. Ni siquiera combinando las fuerzas de los tres, consiguieron dar vuelta la piedra. Como si aquella hubiese sido adherida a la superficie con algún potente pegamento. Las chanzas se reanudaron mientras regresaban a Nave Tierra con las manos vacías. Pero el Comunicaciones meneaba la cabeza y murmuraba: -No sé... no sé...

\ Ya de regreso en sus Dominios Privados (ante su consola), cometió un acto osado: sin consultar ni informar a sus superiores, se contactó con la sonda de rastreo que seguía en órbita, barriendo la superficie de Beta. De ella obtuvo un detallado registro topográfico que habría sorprendido a cualquiera. Él, simplemente, asintió con cara de avisado y llevó el mapa a sus superiores. -No me gustan esas piedras -dijo, señalando lo que eran apenas puntos en su mapa (parcial. Solo mostraba una zona comprendida entre los paralelos 40º y 20º N, y los meridianos + y - 20º [Nave Tierra era 0º])-. Están distribuidas con regularidad matemática. Ningún azar podría haberlas ubicado de esa manera, ni en uno, ni en mil millones de años. Yo no estaría tranquilo hasta no haber volteado una, y espiado debajo. Por supuesto, esta vez no hubieron chanzas. Sino que se decidió atender la sugerencia del Comunicaciones, con inmediata urgencia.

III Hou prisionero De entre los Captadores, Hou era el más cercano a la nave. Estaba ubicado a apenas cuarenta kilómetros de ella, que era su nuevo emplazamiento tras el reacomodamiento que siguiera al arribo de aquella. Su posición anterior había estado cuarenta y tres kilómetros al Norte de la actual, en un punto ahora ocupado por el enorme armatoste llegado desde afuera. En menos palabras, solo merced a haber abandonado el lugar con presteza, Hou se había salvado de morir aplastado. Y en el mundo subterráneo, con su cambio de posición, una estrecha faja limítrofe había quedado envuelta en la penumbra: el extremo de una Provincia de Colonos, excavada y habitada durante el último siglo de expansión. También Hou era un Reciente (un 'niño' de apenas setenta y siete años, formado durante la última Reunión Reproductiva), aunque no un ignorante ni un inexperto. Había adquirido de sus Formadores una sabiduría acumulada durante milenios de recuerdos, reflexión y experiencias. No por ello dejaba de abrigar un profundo, sincero y reverencial respeto hacia Koh, el más antiguo de su raza (¡y su planeta! El mentado tendría entonces, alrededor de mil ochocientos años), al que informaba de cada asunto de importancia (o trivial) y con el que se aconsejaba a menudo. Exactamente éso hizo ahora, al sentirse atacado. Los Exteriores (como ya se llamaba a los recién llegados del espacio) se le habían acercado trayendo una pesada máquina excavadora con la que acababan de voltearlo. Una vez invertido, Hou recuperó su apariencia humana en forma automática; lo que es decir, involuntaria. Pero sus agresores no lo habían notado todavía: se estaban inclinando con curiosidad sobre el espacio circular que él dejara libre, para estudiar la superficie calcárea. Nuestro Captador aprovechó esta tonta distracción (por supuesto, nada de interés sería hallado en el terreno, fuera de Hou mismo) para reincorporarse con celeridad y emprender veloz carrera hacia el Sur en linea recta (aplicaba el 'método defensivo' habitual, como veis), en dirección al Trópico, mientras establecía urgente contacto con Koh, informándole lo ocurrido. Por supuesto, apenas Hou se movió los Exteriores lo notaron. Interrumpieron de inmediato cualquier estéril análisis del terreno, e iniciaron la persecución. Pero como quiera que demoraron preciosos segundos en abordar sus respectivos Deslizantes, para cuando quisieron ver, el 'Hombre de Piedra' les llevaba una considerable ventaja. Entonces, llegó la increíble respuesta de Koh: -Déjate atrapar. Hou no consiguió dar crédito a lo que oía. Asustado por el precio que tan temeraria acción pudiera cobrarse de él, objetó: -Pero mi Área de Influencia Subterránea se quedará a oscuras...

-Escucha, Hou -replicó el Antiguo-: el problema es serio, mucho más de lo que tú crees. Muchas Áreas de Influencia quedarán a oscuras, y centenares de cosas hermosas se perderán para siempre, si no detenemos una invasión apenas iniciada, cuando todavía existe la posibilidad de hacerlo. No te aflijas: he conversado con los Internos, les expliqué mis temores y planes, y dieron su acuerdo. Necesito ojos allá, y oídos; que vean, escuchen e informen. Quiero saber qué clase de gente son esos Exteriores: si peligrosos o confiables. Déjate apresar. En ese momento, algo impactó contra la espalda de Hou, provocándole un micrométrico rasguño indoloro en la piel rocosa. Al instante supo que debía haber sido alcanzado por un rayo láser (existía esa clase de tecnología allá abajo, si bien de aplicaciones pacíficas y no bélicas), calibrado para perforar cuerpos menos duros y consistentes que el suyo propio. Pero, no sin picardía, decidió que esta era la excusa que necesitaba para obedecer el mandato de Koh, sin que sus perseguidores sospecharan que se dejaba atrapar voluntariamente. Hou fingió trastabillar y tropezar, caer y levantarse. Para cuando terminó su actuación, estaba rodeado. Fue incapaz de ver las facciones de sus agresores, ocultos tras el oscuro y brillante vidrio polarizado de sus blancos cascos espaciales. Sin embargo, otros sentidos mejor desarrollados que el de la vista, captaron el hostil nerviosismo de aquellos. Como único medio de tranquilizarlos, adoptó su pose más mansa, permaneciendo inmóvil y con los brazos laxos junto a los flancos; estudiándolos lenta y calladamente con sus ojos oscuros y profundos como simas. Los Exteriores, con gestos y gruñidos en absoluto amables, le ordenaron plegarse a ellos. Obedeció.

\ No fue bien recibido con su ingreso en la nave. Era patente que los Exteriores le tenían miedo; y lo primero que hicieron con él fue recluirlo, aislado y solo. Hou se acurrucó en un rincón (el cuarto íntegro podía ser considerado 'rincón', dadas sus minúsculas medidas) e hizo como si dormitara. En realidad, asuntos muy distintos lo ocupaban. En primer término, revisó con discreta atención el sitio en que se hallaba. Así descubrió una cámara-micrófono, oculta en un ángulo pero no lo suficiente para escapar a las 'antenas' alertas del Captador. Aquel se sonrió para sus adentros y simuló no haber visto nada. Después, se proyectó hacia la nave. Había algo en ella que lo atraía y fascinaba, excitando sus sentidos: un enorme corazón de energía pura, poderosa y amenazadora latiendo en su interior: el Reactor que alimentaba la nave, posibilitando su funcionamiento y, en definitiva, la existencia de cada entidad por ella contenida. Así, por lo menos, lo percibió Hou, para quien toda ecuación se traducía en términos de Energía = Vida. Se preguntó cuántos de los suyos serían necesarios para absorber la íntegra energía de ese reactor, dejando a la nave privada del vital suministro. Koh, desde su base en el Ecuador y en permanente contacto con su enviado, ocupaba su mente en cálculos similares.

Horas más tarde, Hou era sacado de su sereno recogimiento para ser estudiado. Fue conducido a una especie de quirófano, lleno a rebosar de cantidad de aparatos sofisticados. Le fue realizada una metódica y meticulosa exploración anatómica computarizada, cuyos resultados dejaron boquiabiertos a los médicos exploradores. En primer lugar, porque las máquinas no hallaron en el interior de ese cuerpo, prácticamente ninguno de los sistemas conocidos y considerados vitales. Hou no tenía corazón, ni venas, ni sangre. No existían en él los más remotos rastros de aparatos digestivo o urinario. Sí había algo que, si se quería insistir en ello, podía ser denominado 'aparato respiratorio'. Pero la definición de 'sistema de ventilación o refrigeración' era, por lejos, más apropiada. Porque Hou era similar a un generador o condensador de energía, cual pequeño reactor ambulante, lleno de terminales casi a flor de piel, por el anverso y el reverso. El sujeto en sí era altamente radioactivo, y eso parecía develar la incógnita de las 'transmisiones'. Por lo visto, concluyeron los expertos, no se trataba sino de las naturales emisiones radioactivas del individuo, que el sensible instrumental de a bordo confundía con transmisiones radiofónicas. Simultáneamente, tuvieron la reconfortante oportunidad de felicitarse, por no haber renunciado a la protección de sus trajes antirradiación hallándose en contacto o cerca de él. Y más aún por haber tomado la precaución de mantenerlo en el Área Restringida (destinada al uso exclusivo de la tripulación), denegándole el ingreso a la sección de la nave (veinte veces mayor) ocupada por la indefensa población civil. Ambas medidas de seguridad deberían seguir manteniéndose. Paralelamente, se decidió procurar obtener de él, información verbal. Para ello, era menester enseñarle el idioma hablado por la tripulación, tarea a la que se dio inicio casi de inmediato.

\ Hou progresó pronto y mucho, pero no lo demostraba. Puesto al tanto de sus nuevos estudios, Koh le había recomendado: -Siempre será mejor que te tomen por tonto e ignorante. Así, no se cuidarán de lo que dicen o hacen en tu presencia. Entonces, escucharás y verás más... Sabia recomendación a la que Hou se atuvo a pié juntillas; exasperando, en ocasiones, a sus instructores. Que en otras, le dedicaban mofas ridículas y muecas jocosas. Pero persistían en enseñarle con una paciencia digna de elogio, a medida que le iban tomando confianza primero, y cariño después. El 'Niño Grande', comenzaron a llamarlo; pretendiendo expresar el contraste existente entre su corta inteligencia y su notoria corpulencia. El Comunicaciones que propiciara su descubrimiento, orgulloso de su proeza, rondaba alrededor de Hou sin abandonarlo de día ni de noche, cual insistente moscardón. El sofisticado joven disfrutaba especialmente, alardeando de los éxitos de la ciencia y la técnica desarrolladas por su civilización; y buscaba la más insignificante oportunidad para impresionar al tosco y primitivo Hombre de Piedra. En cuanto al implicado, se tomaba las cosas con calma. Miraba y escuchaba mucho y con

atención. Pero de lo que fuese que pensara daba a entender tan poco, que los engreídos Exteriores acabaron tomándolo por un ser por completo embrutecido, carente de la menor traza de raciocinio. Dentro del Área Restringida, y durante las horas diurnas (por la noche estaba obligado a retornar a su habitáculo) Hou gozaba de libertad de movimiento; si bien el Comunicaciones le servía de guía, y advertía a su paso a quienquiera no estuviese convenientemente vestido. Fue así como el Superficial conoció los Archivos Audiovisuales. Había decenas de Archivos Audiovisuales en Nave Tierra. Cada Instituto de Enseñanza y Comunidad Nacional conservaba el suyo propio. Pero el mayor y más completo era éste, el de la Comandancia: dos habitaciones contiguas, repletas de anaqueles con casilleros rotulados, y en cada casillero, un cubo pequeño de tres centímetros (cúbicos, por supuesto); llamados Registros Acústicos los de la Primera Sala (era el Archivo Musical) y Registros de Vídeo los de la Segunda (el Archivo Histórico). El Muchacho de la Consola, fanático entusiasta de la tecnología, no podía dejar pasar esta oportunidad de impresionar a su primitivo pupilo. -¿Ves? -le dijo, extrayendo un Registro Acústico al azar- En este cubo minúsculo hay música. Si quieres escucharla, sólo tienes que hacer esto. Lo condujo hacia una pared del recinto, introdujo el cubo en una ranura, y activó el dispositivo pulsando un botón. La música (una Sinfonía de Tschaikovsky) brotó de los ocho ángulos de la habitación (las cuatro esquinas del techo y las cuatro del suelo), envolviéndolos. Hou se sentó en el piso, para escuchar con atención. Nunca antes había escuchado música como esa. Por cierto, tenían música en el mundo subterráneo: una música que podía ser amable en ocasiones, melancólica en otras, y extática en las demás. También los Superficiales tenían su propia especie de música, que nadie fuera de ellos mismos habría considerado tal: cuando les daba por ello, disfrutaban sobremanera captando un 'ruido cósmico' cualquiera y vibrando en plena armonía con él. A eso llamaban 'reproducir la voz del Universo', y era para ellos fuente de un placer pleno e indescriptible. Esta música, en cambio, no se parecía a nada que Hou conociera. El Captador hizo honor a su denominación, captando la esencia de esa música: un alma en conflicto. Los acordes sinfónicos le evocaban una imagen que surgía con fuerza desde los confines de su conciencia. Una imagen que él mismo no podía haber visto jamás, y sin embargo existía en su memoria: una diminuta cáscara de nuez castigada por la furia del oleaje, durante una bravía tempestad en alta mar. El doloroso debatirse de un alma atormentada. Si le hubiesen dicho en ese momento "El compositor de esta obra acabó suicidándose", habría asentido con un gesto, como quien dice "Lo sospechaba", si bien habría soltado su lacónico "Ah" de siempre. Pero su guía entendía más de consolas que de música o músicos, y no le facilitó el dato que él mismo desconocía. Terminada la audición, Hou se aproximó a su guía (inflado de orgullo tecnicista) para pedirle balbuceando en un inglés espantoso: -¿Yo... permitido... sólo... tomar?

Por supuesto y de haberlo querido, podría haberse expresado mejor. Pero ni siquiera la excitación o la curiosidad, eran capaces de hacerle olvidar las sabias recomendaciones de Koh. El Comunicaciones, simplemente, le dijo: -Sírvete -acompañando su invitación con un elocuente gesto de su mano. Hou no esperó a que el permiso le fuera reiterado. Abalanzándose en dirección a los anaqueles, comenzó un trabajo metódico: retiraba un Registro, lo sostenía unos segundos entre el índice y el pulgar, lo descodificaba y lo devolvía a su sitio. Seguía con otro: retiraba, descodificaba, devolvía. El siguiente... A unos pasos detrás de él, el muchacho de la consola estalló en carcajadas. Doblándose y retorciéndose de risa, salió a buscar a otros miembros de la tripulación: ¡no les convenía perderse este espectáculo! Al cabo había un nutrido corrillo de curiosos (convenientemente enfundados en sus trajes protectores), festejando con groseras risotadas, la ignorante brutalidad del Hombre de Piedra. Las risas se redoblaron cuando una Navegante especialmente instruida, relató para el público la legendaria anécdota de Atahualpa y Pizarro: cuando el Inca analfabeto se llevó una Biblia a la oreja, para 'escuchar la Palabra del Señor'. Impertérrito, Hou seguía en lo suyo: sabía lo que estaba haciendo. Por lo pronto, hacía copias de ese archivo en la propia memoria, y transmitía en simultáneo a su Comandancia (Koh). Para digerir y analizar, ya habría tiempo durante la noche o más adelante. Sin embargo y pese al apresuramiento con que estaba haciendo su trabajo, Hou alcanzaba a percibir también, emociones fugaces: ya frivolidad, ya ira, ya rencor, ya dolor, ya pasión, ya fervor, ya piedad, ya desamparo... Como trasfondo de tantos sentimientos contradictorios, flotaba el grisáceo espectro del conflicto interior del alma humana; cuya esencia Hou comenzaba a desentrañar: la violencia. Violencia que se descarga contra otros, violencia de la que se es víctima; violencia que priva de paz, sosiego y armonía, tanto a quienes la perpetran como a los que son blanco de ella. Y como raíz de esa violencia, el egocentrismo ególatra. -Sufren, porque necesitan amar y se niegan a hacerlo -se dijo con tristeza-. Aplastan porque temen que de no aplastar, serán aplastados. Quieren ser felices a costa de la desgracia ajena, pero la felicidad se les escapa de entre las manos. ¡Pobres desdichados! Tras una semana de labor febril, terminó de recorrer el Archivo Musical y pasó a la habitación contigua, el Archivo Histórico. Estaba ordenado cronológicamente, pero las primeras grabaciones eran de 'Historia Didáctica', actuada, relatada y documentada: escenificaciones documentales. Solo a partir del Siglo XX, comenzaban los genuinos Registros Audiovisuales: filmaciones rudimentarias que, con el avance de la cronología, mejoraban rápida y notablemente en calidad y fidelidad. Hou descodificaba y se sacudía de espanto. Vio escenas espantosas de la Primer Guerra Mundial, en nada comparables a las escaramuzas bélicas de antes de la Gran Sequía registradas en su memoria. Pero la Primer Guerra Mundial, como cualquiera sabe, no fue más que un tímido preludio del verdadero horror infernal: la Segunda. Hou descodificó decenas de filmaciones de ese descabellado conflicto, espantado. Desde su lejana base en el Ecuador, Koh se estremecía otro tanto.

Hou siguió adelante: el Registro comenzaba a hacerse más abundante y detallado con el avance de las fechas, y a medida que se aproximaba al final de la cronología. Que, pese a su labor frenética, demoró semanas en abarcar. Así arribó al panorama mundial de los últimos meses, previos a la partida de la nave. Vio un mundo aniquilado, devastado por el hambre, las epidemias, las secuelas de guerras de exterminio, la contaminación ambiental, y el agotamiento de los recursos fruto de una explotación ambiciosa y desenfrenada. Contempló los trágicos minutos finales: las desesperadas multitudes que, pretendiendo acceder a la nave, eran acribilladas por una barrera defensora formada por soldados acorazados que tampoco partirían. Y a los que el chorro de propulsión de esa misma nave al despegar, consumió en cuestión de segundos. Hou sabía ahora demasiado. Mucho más de lo que habría deseado saber. Presa de una ira nueva y desconocida, como jamás sintiera en su vida, pulverizó el último Cubo de Registro en su mano. Acto seguido, dejándose caer, se sentó con las piernas plegadas, apoyó la pétrea frente sobre las rodillas graníticas, y por primera vez en su 'corta' existencia, lloró amarga y desconsoladamente. Para su fortuna, la tripulación no interpretó ese llanto correctamente. Pensaron que el Niño Grande lloraba su frustración, al no saber activar los registros. Pero cuando Hou compartió sus impresiones con Koh, diciéndole: -Me recordó la batalla por alcanzar los casquetes polares -aquel objetó: -Con una diferencia: los que escaparon a los polos, no habían provocado la Gran Sequía. En cambio éstos, fueron los auténticos responsables de la destrucción de su mundo, al que abandonaron a la deriva cuando dejó de serles útil -algo más dijo Koh que, de haberlo escuchado, habría preocupado a los tripulantes de Nave Tierra: -Si de su propio planeta no se apiadaron, menos lo harán del nuestro. Debemos actuar pronto y mientras estamos a tiempo...

IV Muerte de Hou Y la anunciada rebelión estalló, con incontenible virulencia, en el enorme área civil de Nave Tierra. Multitudes enfurecidas recorrían los pasillos, manifestando su repudio al 'régimen tiránico' de la Comandancia. Esgrimían un sinfín de contundentes reclamos. Pero cerraban sus oídos con necia obstinación, si desde la tripulación se hacía el menor intento de responder con sensatez a los planteos: "Si ya hemos aterrizado, ¿por qué no se nos permite salir? ¿Por qué se demoran las obras? ¿Por qué no se nos permite construir por nosotros mismos, ahorrándonos tiempo y encierro? ¿Por qué se nos siguen aplicando la Eutanasia y el Control de la Natalidad? ¿Por qué...?" Inquietantes leyendas sin fundamento comenzaron a circular por los corredores: se rumoreaba acerca de riquezas fabulosas que los tripulantes acaparaban para sí a espaldas de la población civil, se hablaba de mujeres hermosas como diosas mitológicas que recibían a los tripulantes con sus brazos abiertos, se hablaba de parajes encantados de arrobadora belleza que solo aquellos a los que se permitía salir de la Lata de Sardinas, podían contemplar y disfrutar. Como se dijo, de nada sirvieron las explicaciones de que el planeta al que acababan de arribar era desértico y altamente radioactivo. Aún cuando las palabras estaban avaladas por imágenes; simplemente, no había nadie dispuesto a ver ni escuchar ni, mucho menos, entrar en razones. Quizás, el verdadero problema estribaba en que habían demasiados oportunistas; es decir, aspirantes a la Comandancia. Y que en tiempos de crisis, las masas están mejor dispuestas a dejarse llevar por los discursos vacíos de los agitadores. Cierto que la 'masa' de Nave Tierra tenía un elevadísimo nivel intelectual, cultural y de instrucción. No menos cierto es que, al masificarse, caía en el comportamiento irracional que cabía esperar de cualquier otra 'masa'. Como fuera, la Comandancia estaba en extremo preocupada, pues las cosas comenzaban a tomar un cariz muy feo: el veneno de la sublevación se extendía pronto, y no podían arremeter contra la población civil en pleno. Tampoco podían permitir que los agitadores se salieran con la suya. Se procuró apagar el fuego escarmentando a sus iniciadores. Pero esa era una solución, apenas sí transitoria y parcial. Si no se hallaba otra, definitiva y pronto, tarde o temprano el fuego se reavivaría con mayor voracidad. Y esa Solución Definitiva pasaba por la única salida posible: apresurar las obras externas, que entre tanto avanzaban (si es que lo hacían) a paso de tortuga.

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Así fue como se decidió recurrir a Hou, y a su gente. Solo que la propuesta entrañaba desafíos nuevos. Más en concreto: ¿qué se podía ofrecer al rústico Hombre de Piedra, que él desease y por cuyo precio aceptara cooperar? Se barajaron mil y una variantes del proverbial (y abusivo) trueque entre la astuta civilización y la candidez inculta, del 'oro por baratijas'. Pero dada la notoria apatía con que el primitivo sujeto recibía cualquier novedosa demostración tecnológica, no parecía haber disponible ninguna chuchería interesante con que se pudiera comprarlo. Por fortuna, había entre los miembros de la tripulación una Navegante que, además, había estudiado Psicología Social. ¡Sus conocimientos podían ser útiles! La buena mujer no estaba preparada para una consulta tan específica. Recorrió mentalmente la extensa literatura especializada, sin resultados. En sus libros no se hacía la menor alusión a una cuestión semejante. Como fuera que la mujer era versada en muchos temas, optó por echar mano de las agudas observaciones de un filósofo alemán con pretensiones de psicólogo, y sentenció: -¡Dominio! Si el sujeto es humano, debe ambicionar Poder. Concededle la oportunidad de tiranizar a sus congéneres, y os seguirá a donde deseéis. Por cierto, un consejo excelente, en el que nadie había pensado hasta el momento. ¡Suerte que contaban con una Psicóloga Social! De otro modo, muy difícilmente habrían acertado a 'dar en el clavo'. En seguida, sus sabias palabras fueron puestas en práctica.

\ Hou fue invitado a dar un paseo por el exterior de la nave, rondando las obras (todavía en pañales). Su guía habitual, el muchacho de la consola, lo mareaba (o por lo menos, creía estar mareándolo, que tal era su intención) con explicaciones técnicas a diestra y siniestra. Entonces y sin preámbulos, le lanzó la propuesta: -Necesitamos tu ayuda y la de tu gente, que ya estáis adaptados a un medio que para nosotros es mortífero. Así, el proyecto podrá avanzar con mayor celeridad, y pronto podremos poblar la hasta ahora dura y estéril superficie. ¡Será maravilloso! Imagínalo: en lugar de desiertos habrán aquí lagos, con campos sembrados a su alrededor, y ciudades de edificios refulgentes rodeadas de verdes jardines florecidos... Y como tú eres el único de los tuyos que conoce y entiende nuestra lengua, podrás ser nuestro representante ante ellos, y los gobernarás en nombre nuestro. Hou hizo como que lo pensaba con detenimiento, mientras establecía contacto con Koh. A una pregunta de aquel, su enviado preguntó a su vez: -¿Cuántos...? -Por lo pronto, traeremos a los cuatro o cinco que están más cerca, para que se te sumen. Entre vosotros y nuestro personal que ya está trabajando, esperamos que será suficiente.

Nuevamente, Hou hizo como si reflexionara. Desde su base en el Ecuador, Koh se sonrió con picardía al cursar: -Es justo la clase de excusa que necesitaba, para tener más gente destinada allá. Da tu acuerdo. Hou asintió con gravedad.

\ Los arrogantes Exteriores daban por descontado que a estos cinco nuevos Hombres de Piedra, los habían capturado por la fuerza, merced a su superioridad tecnológica (es decir, gracias al abismal contraste de su evolucionada inteligencia con la rudimentaria de los nativos). En realidad (y aunque no se permitirían insinuarlo siquiera), aquellos estaban prevenidos y habían recibido claras instrucciones de dejarse apresar. Cierto que con su captura (y la consecuente interrupción de su labor de captación y proyección), una amplia región subterránea se quedaba a oscuras. Pero abajo también habían sido prevenidos, y abrigaban la esperanza de que ese apagón no sería eterno. Y sí evitaría males mayores. Pues si todo salía bien, pronto la amenaza estaría conjurada y habría abundancia de luz otra vez. Los cinco Captadores recién apresados (Lim, Hai, Ren, Tit, y Mau) fueron puestos bajo la autoridad de Hou, que les traducía las exigencias de los Exteriores mientras trabajaba codo a codo con sus supuestos 'subordinados'. Aunque las verdaderas instrucciones le seguían llegando del Ecuador. Desde allí, Koh había pedido: -Procurad retrasaros. Quiero probar el carácter de vuestros patrones. Y así se hizo. Los Hombres de Piedra (que para el caso, estaban trabajando en forma gratuita; lo que equivale a decir, en régimen de esclavos), fingían cansarse a menudo. Entonces interrumpían la actividad al unísono y sin aviso previo, sentándose en silencio a 'descansar'. Eso exasperaba a los capataces, que imprecaban a Hou: -¡Diles que se muevan! Pero como quiera que también Hou estaba entre los 'cansados', el enervante resultado era que nadie se movía. Paulatinamente, las meras imprecaciones fueron transformándose en duras amenazas, tras las cuales llegaron los golpes. Informado minuto a minuto del devenir de los acontecimientos, Koh sentenció: -Mala gente -y encomendó a Hou dirigirles una advertencia-. Hay que darles una última oportunidad de enmienda -dijo-. De otra manera, una acción unilateral por parte nuestra no sería leal.

\ Los seis Captadores (con Hou a la cabeza) volvieron a holgar. Pero cuando los furiosos capataces se les echaron encima con intención de castigarlos, Hou alzó su diestra y dijo con inusitada claridad: -Quiero hablar con el Comandante. Tras un largo trámite, el solicitado salió.

-¿Qué quieres? -rugió, encarando a Hou. Aquel respondió sin alzar su voz, con tono solemne y serio: -Mi Comandante me envía a comunicarte, que estáis poniendo en peligro la vida de nuestro mundo. Mi Comandante os pide que partáis como llegasteis, y os busquéis otro lugar. El Universo es grande, dice, y vosotros lo sabéis navegar. Oyendo el destemplado discurso, el hombre estalló en incontenibles carcajadas. Que detuvo de súbito, al recibir un acceso de ira. -¡En peligro! -clamó- ¿Qué vida estamos poniendo en peligro? ¿Acaso es vida la vuestra, día y noche echados en el suelo como unos zánganos? ¿Por respetar semejante clase de vida, debo renunciar a un lugar de asentamiento para la Humanidad? ¿Qué sois tú y los tuyos, siquiera, para que merezcáis ser tenidos en cuenta? Por supuesto, tampoco ahora Hou cometería la imprudencia de revelar a su ofuscado adversario la existencia del Mundo Interior, ni la tarea (vital para la subsistencia de aquel) desempeñada por los pétreos Captadores. ¡Ése era el secreto más rigurosamente custodiado! A ese respecto, las previas instrucciones del Antiguo (formuladas el mismo día de la captura de Hou, y repetidas como recordatorio de tanto en tanto) habían sido tajantes: -Ni la más leve alusión, jamás, a nuestra función o al mundo subterráneo. Podría ser fatal. Si esa gente prepotente y voraz llega a sospechar que bajo la reseca corteza escondemos semejante paraíso, ya no escatimarán ningún medio para conquistarlo. Para los indefensos Internos, será el final.

\ Mientras transmitía la ruda respuesta recién recibida a Koh, Hou replicaba con suave serenidad: -Fuiste advertido. -¡También tú lo serás! -bramó el Comandante, fuera de sí. A una orden suya, Hou fue sujetado entre varios, derribado y martirizado a golpes de maza. Bajo los implacables impactos, el cuerpo de piedra se empezó a cuartear. Hou, acurrucado en el suelo, se debatía en vano, lloriqueando y suplicando. Pero de repente y en medio de un quejido, su voz se apagó. El granítico cuerpo del Superficial comenzó a sacudirse en forma involuntaria; tembloroso, convulsionado, como si estuviera a punto de hacer explosión. Recordando oportunamente el dato de que aquel era un radiactivo cúmulo de energía, los Exteriores retrocedieron amedrentados. En ese instante hubo un fogonazo; un encandilante destello de luz blanca y después... nada. El cuerpo sin vida de Hou se desintegró en el aire sin dejar rastro, como si jamás hubiese existido. De pie en silencio, tomados los unos de los otros, sus compañeros asistían a la escena cabizbajos. Tras eternos segundos de estupor generalizado, el combativo Comandante fue el primero en reponerse y reaccionar.

-¿Queréis ir vosotros por el mismo camino? -rugió, encarando a los sobrevivientes. Aquellos negaron con un gesto mudo. -Entonces, ¡a trabajar! -los increpó. Los Superficiales obedecieron, si bien con apesadumbrada lentitud. Pero si la Comandancia pensó que con esta acción contundente y oportuna, la resistencia local quedaba definitivamente aplastada, se equivocaba...

V El ataque y sus consecuencias Con sus cerca de setecientos cincuenta años, Lim era el más antiguo de su grupo (compuesto por jóvenes de 138 años y niños de 77); del que (sin conocimiento de los Exteriores) asumió la conducción. A partir del momento, él se encargó de establecer los contactos con Koh, que estaba tan consternado como sus enviados, por el cariz violento que habían tomado los acontecimientos. -Gente malvada e insensible -sentenció Koh, meneando la adusta cabeza de granito marrón con elegantes vetas de hierro-. A Hou lo conocían personalmente, y hasta parecían tenerle cariño. Y a pesar de ello... -se produjo una pausa en la transmisión, mientras el abatido jefe natural de esa raza reflexionaba. -¡Quién puede prever de qué más serían capaces! -concluyó- Habrá que actuar pronto y con cautela. De hecho, Koh ya había trazado sus planes hasta el más nimio detalle, y hacía los últimos ajustes tácticos antes de entrar en acción.

\ Cayó una noche oscura, cerrada. Beta era un planeta (salvo la diminuta sonda de rastreo que seguía en órbita) sin satélites que pudieran iluminar sus noches. La oscuridad era densa; pese a que las abundantes estrellas brillaban luminosas y nítidas, a causa de la casi ausencia de una atmósfera capaz de opacarlas. Los Superficiales, que dormían afuera en el Obrador, se incorporaron sigilosamente y, con ágiles brincos, se encaramaron a las estructuras a medio construir en torno a la nave. De ellas, pasaron al techo mismo de esa nave. Se repartieron por la vasta superficie circular de cinco kilómetros de diámetro, marcando los cinco ángulos de un pentágono perfecto trazado en el interior de la circunferencia, a un kilómetro de distancia del perímetro. Y se echaron de espaldas (en el reverso tenían los terminales de captación, y en el anverso los de proyección. Como su tarea sería la de absorber la energía del interior y liberarla hacia el exterior, debían adoptar la 'poco natural' postura invertida), cada uno en su sitio. La larga noche de Beta siguió avanzando. De súbito, hendió la liviana atmósfera una horrible batahola que quebró el recogido silencio: gente venía desde el Norte, profiriendo estremecedores desafíos guerreros. Pronto se pudo apreciar con mayor nitidez lo que ocurría. Una docena de Captadores se acercaba a la carrera, seguida a lo lejos por una hueste de Demonios de las Sombras; los salvajes habitantes del polo, que blandían sus armas con gesto amenazador. Los radares de la nave captaron ese movimiento, y una expedición se aprestaba a salir para hacer frente a lo que bien se interpretó como un ataque, cuando se produjo el apagón. La luz vaciló en pasillos y habitáculos, el sensible instrumental de la Comandancia dio su angustiada voz de alerta, y sobrevino una ominosa oscuridad.

¡Pero el reactor seguía funcionando! Así lo constataron los apremiados técnicos que se dirigieron con premura, a localizar y reparar el presunto desperfecto. ¿Por qué el suministro eléctrico no llegaba entonces a ninguna parte? Por lo pronto no se encontró respuesta a éso. Y mientras tanto, había que hacer frente a un ataque... ¡tan condenadamente oportuno! (Como dicen los pesimistas, respecto a las desgracias: o no se presentan, ¡o acuden en tropel!) Entretanto, los Superficiales alcanzaban la altura de la nave, la 'falange' se fraccionaba y, pasando por los flancos, seguían de largo aplicando su invariable estrategia ya comentada. Pero los rudos habitantes del casquete polar, que venían jadeando y con considerable retraso, no conocieron la maniobra. O prefirieron ignorarla, al toparse en forma imprevista con la nave y su ciudad a medio construir. A la demolición de esta última se aplicaron al instante, descargando sus ansias destructivas sobre las estructuras de acrílico y otros desconocidos materiales artificiales. En el interior de esa nave, los técnicos sudaban y pasaban su peor rato, procurando infructuosamente superar la incomprensible crisis energética. Activaron los sistemas de emergencias y, por un momento fugaz, la luz volvió. Para pronto vacilar y extinguirse nuevamente. -¡Maldita sea! -estalló un técnico, a medias exasperado y a medias amedrentado- Algo está succionando la energía. ¿Qué diablos hacen nuestros exploradores? ¿Por qué no salen e investigan? Pero los exploradores acababan de enzarzarse en una difícil batalla con los rudos polares, a los que veían ahora por primera vez, y cuya mera existencia habían desconocido hasta el momento. Por su parte, los Exteriores contaban con la blindada protección de sus trajes espaciales. Que en contrapartida, volvían sus movimientos más lentos y pesados. En cambio, los Demonios de las Sombras poseían una capacidad de maniobra mucho mayor, y además eran muy belicosos. Habiendo abandonado sus hacinadas cuevas con la única intención de matar hasta morir, la resolución les insuflaba una saña y resistencia inusuales.

\ Con el despuntar de Alfa ya no quedaban salvajes vivos. Y entre los defensores las bajas eran irreparables. No se lamentaban tanto las pérdidas humanas, como las materiales. Quince hombres habían caído, y sus respectivos trajes espaciales habían sido hechos trizas por los bravíos polares, armados como de costumbre con picos, mazas y estacas. En el interior de la nave, la situación comenzaba a pasar de crítica, a caótica. Privado de energía, ningún sistema funcionaba: ni las factorías, ni la refrigeración, ni la ventilación, ni las computadoras que organizaban hasta los más nimios detalles de la vida de esa enorme ciudad, ni tan siquiera el suministro de agua. En los oscurecidos habitáculos y pasillos, la temperatura sofocante y el aire viciado (amén de la cerrazón) fueron la chispa que faltaba para detonar la tantas veces aplazada rebelión. Multitudes furiosas se lanzaron en incontenible avalancha al ataque del Área

Restringida. A sus viejos y conocidos reclamos sumaban la acusación de ineficiencia, irresponsabilidad e inoperancia; y exigían (esto no era nada nuevo) la inmediata y completa renovación del plantel de la Comandancia. Llegados a este punto, las cosas se podrían haber puesto realmente feas, si en ese momento no hubiese hecho su aparición... Koh. Pero los ocupantes de la cabina estaban tan enfrascados en sus rencillas internas, que ni siquiera notaron su presencia hasta que el Hombre de Piedra alzó su mano junto con su voz, exclamando: -¡Deteneos, insensatos! Centenares de ojos se clavaron en el curioso personaje, alto, robusto y pétreo, que con su llegada había traído la luz. ¡Luz! Si: en la cabina y por lo pronto, el suministro se había restablecido. En cambio, el resto de la nave seguía a oscuras. -¡Suicidas! ¿Otra vez destruiréis vuestro hábitat? ¿A dónde huiréis luego? -los amonestó el Antiguo. Su público, pasmado, callaba. -Seguid vuestro camino -les dijo, después de una larga pausa-. Entonces tendréis energía nuevamente, y viviréis. Pero si insistís en permanecer en nuestro mundo, ya no restauraremos el suministro eléctrico. Moriréis. La elección está ahora, en vuestras manos. No habrá una segunda advertencia, y tampoco vosotros estáis sobrados de tiempo para decidir. En el pesado, ominoso silencio, se alzó una consternada voz femenina que clamó: -Pero, ¿por qué? Había dolor, miedo y desesperación en esa voz. Koh, que ya se retiraba, supo sin que se lo dijeran, que ésa era la voz de una madre. Conmovido, se detuvo y se volvió, para explicar con suavidad: -La vida de mi mundo peligra y mi deber es, ante todo, salvaguardarla. Lo siento: sois gente demasiado violenta para nuestro gusto. Y por más que lo intentéis, dudo que consigáis modificar esos hábitos milenarios en un día, o porque yo lo pida. Y si la vida de vuestro planeta no habéis sabido respetar, ¿qué garantías me daréis de que respetaréis la nuestra? Id pues, buscad vuestro hogar en otro lado. El Universo es grande... El magullado Comandante (al que la oportuna intervención de Koh había salvado de un linchamiento seguro) se le aproximó tartamudeando: -Pero... pero... -Comandante -dijo el Antiguo, con acento indulgente-: sé mucho sobre ti, sobre vosotros. En cambio, casi no es nada lo que tú sabes acerca de mí... Ni sabrás jamás, pues no revelaré lo que conviene ocultarse. "Solo créeme cuando te digo que la vida de nuestro planeta está siendo amenazada por vuestra presencia. Y créeme que sé de qué hablo: Hou estudió a fondo vuestra historia cuando estuvo residiendo entre vosotros, y yo aprendí de él. No podréis engañarme. Sé lo que sois: conozco las aberraciones de que sois capaces. "Seguid vuestro viaje. Quizás... quizás algún día, en la soledad sideral, aprendáis..."

Koh se volvió como para irse. Pero llegado al extremo del recinto, junto a la puerta, se detuvo y se volvió, como quien recuerda algo. -Preparaos para el despegue inmediato -dijo. Y salió.

La despedida (Epílogo) A una orden de Koh, Lim y compañía se incorporaron, se encaminaron al borde circular y saltaron del techo de la nave, a la superficie del planeta. Al punto echaban a correr, cada uno de regreso al centro de su Área de Influencia personal. En el interior de Nave Tierra volvió la luz, y los diversos sistemas retomaron su interrumpido funcionamiento. Un grito alborozado estalló en pasillos, habitáculos, zonas públicas, y en la Comandancia. La gente festejaba riendo y llorando, abrazados los unos a los otros y palmeándose las espaldas, se conociesen y fuesen amigos, o no. Pero una voz irrumpió por la red de altoparlantes, ordenando: -Preparaos para el despegue. Instintivamente, tanto la tripulación como los pasajeros, obedecieron. Si bien la voz no era la del Comandante, sino la de Koh. Pronto, cada cual estaba en su sitio. Entonces, y antes de que cualquier Navegante alcanzara a poner un dedo sobre ella, la Computadora de Navegación se activó, iniciando su inmediata cuenta regresiva. También sin que nadie pronunciara palabra, los ocupantes del Área Restringida supieron que el cibernético mandato había partido, una vez más, de Koh. Nadie permaneció indiferente, o dejó de estremecerse ante el hecho: empezaban a captar, por fin, hasta qué punto esos Hombres de Piedra, de apariencia tan tosca y rudimentaria, podían ser poderosos. Y pese a los denodados esfuerzos invertidos, no hubo manera de recuperar el control sobre el funcionamiento de la Computadora. No, hasta que la nave estuvo 'afuera', a unos doscientos kilómetros por encima de Beta. Entonces, un coro de voces irrumpió por los altoparlantes. Entonaban un improvisado canto de despedida, lleno de augurios y buenos deseos. Las palabras, en perfecto inglés, eran originales; pero la música no lo era: los coristas Betanos la habían tomado prestada de un emotivo Himno al Amor. Y decía así:

Adiós amigo, hermano adiós. Hasta los confines del Universo. Hasta el núcleo o el límite de la galaxia. Hasta el filo del Cosmos, adiós. Quizás al final nos reencontremos, en el Día de la Reunión. Cuando hayamos crecido y aprendido, que solo respetando a otros nos respetamos. Cuando todas las almas se estrechen en abrazo fraterno, entonces, quizás, nos entenderemos. Hasta entonces, adiós.

El Himno de Despedida se repitió. En la cabina, algunos se plegaron a él, ya cantando, ya tarareando, ya meciéndose al compás. Otros, muchos, lagrimeaban. Aunque el más compungido era cierto Comunicaciones que, doblado de dolor sobre su consola, lloraba desconsoladamente recordando las experiencias vividas con su 'amigo', Hou. No le importaba que ya fuese tarde para lamentar ciertos cosas. Solo ahora había descubierto cuánto cariño había tomado al tosco Hombre de Piedra, qué entrañable el Niño Grande (y sus congéneres) podía ser (o haber sido). El canto ya se había apagado. El control sobre la Computadora de Navegación acababa de recuperarse. Se fijaban las coordenadas y se trazaba la ruta. La nave triplicó su velocidad y se alejó. Dejándose olvidada (con la emoción y el apuro) una insignificante sonda de rastreo que allá quedó, como recuerdo, orbitando en torno a Beta. Ajeno a cualquier asunto, el muchacho de la consola seguía llorando.

(Nota postliminar) En su versión original, pensada pero nunca redactada, este relato era tres veces más extenso, complejo y detallado. Tuve que acortar para no perder un determinado hilo argumental, y delimitarme en las situaciones para no debilitar la fuerza de ciertos mensajes, al mezclarlos y superponerlos con demasiados otros. Por citar un caso: en la versión original, la autocrática tripulación de Nave Tierra se había ocupado de 'salvar' a personajes científicos, culturales y religiosos relevantes, entre estos últimos el Papa, el Dalai Lama, etc. Con esta estrategia, la Comandancia buscaba acallar su propia conciencia, embelleciendo la evidentemente fea y egoísta imagen que, de otra manera, habría recibido de sí misma (también cuando cometemos maldades manifiestas, evitamos asumirnos malos. Pero lamentablemente, no nos volvemos más lindos, por el mero hecho de que neguemos nuestra fealdad). El problema es tan real, grave y profundo, que no había espacio en este relato para tratarlo con la amplitud y seriedad que merece, y ni siquiera lo mencioné. Quedó pendiente; pero sirva aquí la advertencia: observe Ud., y verá muchos casos prácticos de esa Excepción que se esgrime (con hipócrita desfachatez) para pretender refutar esa misma Regla que, indirectamente, la Excepción confirma. En el Parlamento Iraní, hay un único diputado judío y otro único cristiano (convenientemente amordazados, se entiende), para mantener la fachada (¿quién la cree?) de que en Irán existe una genuina Democracia, respetuosa de todas las religiones. Ejemplos como el citado abundan a diestra y siniestra, prácticamente en todos los ámbitos. Ahora que ha sido puesto sobre aviso, tómese Ud. la molestia de abrir los ojos, y en seguida verá...