NOTAS
Martes 23 de marzo de 2010
SIMON KUPER PARA LA NACION
PARIS L café de París en el que desayuno ha sido cubierto recientemente con fotos y objetos que celebran el rugby. No creo que Momo, el fornido norafricano dueño del bar, haya crecido en el sudoeste de Francia venerando la pelota oval. Es más bien que el café ha incorporado una moda nacional: el rugby se ha convertido en el código que representa a la Francia ideal. Los jugadores franceses de rugby le ganaron el sábado a Inglaterra en el campeonato de las Seis Naciones, pero los rugbiers compiten contra la selección nacional de fútbol. Lo que está en juego es quién representa a Francia. Por una vez, parece que el equipo de rugby lleva la delantera. Durante años, si uno buscaba la encarnación de la nación francesa, se encontraba con la selección de fútbol. La victoria de los Bleu en el Mundial de 1998 suele citarse como el mejor momento de unidad nacional desde la liberación de 1944, con la diferencia de que en 1998 todos los franceses eran del mismo bando. Los franceses adhirieron a su equipo, mayoritariamente negro. “Esta es una Francia que gana y que, por una vez, está unida en la victoria”, dijo el presidente Jacques Chirac. Pero cuando los muchachos del gueto dejaron de ganar, volvieron a convertirse en muchachos del gueto. El filósofo Alain Finkielkraut se burló del equipo llamándolo “negro-negro-negro”. Los futbolistas dejaron de ser unidos. Tal como explica la revista de culto So Foot: “Demasiado bien pago, demasiado estúpido, demasiado del gueto… Futbolista, ¿el perfecto chivo expiatorio?”. El fútbol representa ahora a una moderna Francia globalizada… y tampoco es una Francia que gana. El equipo de rugby sí gana: logró el Grand Slam al derrotar a Inglaterra. Sin embargo, encarna a una Francia rural. El rugby francés siempre ha evocado los campos de las aldeas del Sudoeste. En la década de 1950, cuando millones de franceses abandonaron sus pueblos, el rugby era presentado “como un símbolo de continuidad nacional en medio de cambios traumáticos”, tal
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La venta de entradas y camisetas y de los derechos de TV aumenta al ritmo de un equipo ganador como escribe el historiador Philip Dine. En la década de 1960, dice el historiador Jean-Pierre Bodis, los rústicos rugbiers eran contrastados favorablemente con los jóvenes ejecutivos y con los pelilargos estudiantes rebeldes de las ciudades. Posiblemente el rugby haya encarnado siempre a la Francia rural, pero en el pasado muy pocos franceses, salvo los del Sudoeste, lo advirtieron. Sólo en los últimos años la TV por cable ha contribuido a difundir el rugby. La imagen rural del deporte era lo que estaba buscando una nación angustiada por la globalización. No es raro que los franceses hayan elegido a Sébastien Chabal como su jugador de rugby favorito. Chabal no es tan querido por su habilidad como por su barba greñuda y sus ojos salvajes. Un campesino del siglo XIV vuelto a la vida, Chabal encarna a la Francia eterna. Los rugbiers de hoy –casi todos blancos, casi ninguno millonario– se han convertido en el ideal masculino francés. Como lo ha proclamado incluso la revista Elle: “El rugby está de moda”. Las ventas de entradas, derechos televisivos y camisetas siguen en ascenso, particularmente en París, el ex desierto del rugby. Max Guazzini señala que cuando se hizo cargo del club parisino Stade Francais, en la década de 1990, “había seis espectadores que pagaban”. Ahora su equipo llena regularmente los 80.000 asientos del Stade de France. Otros equipos de rugby franceses ocasionalmente ocupan algunos grandes estadios de fútbol, un símbolo de que el rugby está desplazando al fútbol. Sin embargo, el rugby debe tener cuidado de no hacerse visiblemente demasiado rico. Lo que el deporte vende es pureza rural. Ahora que las camisetas de los jugadores están repletas de logos de los patrocinadores y que algunas estrellas se hacen ricas, el rugby está empezando a parecerse al fútbol. Nada de esto implica que los franceses disfruten masivamente del rugby como deporte. Casi todos están desconcertados por sus reglas. La agencia de marketing Sportlab ha publicado una reveladora encuesta: los encuestados prefirieron el equipo de rugby francés por encima del equipo de fútbol por un margen de más de dos a uno. Dijeron que el rugby representaba sus valores. Sin embargo, cuando les preguntaron qué equipo mirarían si ambos jugaran simultáneamente, la mayoría dijo que miraría el partido de fútbol. Pero claro, el rugby en Francia es más que un simple deporte. Es la encarnación de una Francia perdida hace mucho tiempo. © LA NACION Traducción: Mirta Rosenberg
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SOLO ENCENDIENDO LA LUZ SE SUPERA EL TEMOR A LA OSCURIDAD
PLANETA DEPORTE
El rugby, de moda en Francia
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Cómo perder el miedo MARIO BUNGE PARA LA NACION
MONTREAL. asada la medianoche, aparecieron en nuestro dormitorio dos enormes mounties, agentes de la policía montada canadiense. Habían venido a informarnos de que la puerta de la cochera estaba abierta. Cuando les dije que la había dejado cerrada, explicaron que debió de haber sido abierta por la señal de radio de una avioneta que usaba la misma frecuencia que nuestra cerradura electrónica. Les agradecimos y les pedimos que al retirarse cerraran las puertas. No nos levantamos ni firmamos papeles ni, menos aún, tuvimos que ir a la comisaría. El incidente no nos sobresaltó, duró un par de minutos y provocó solamente un comentario nuestro: “¿Te diste cuenta de que no nos asustamos?” Volvimos a dormirnos casi en seguida. ¡Qué diferencia con nuestra lejana patria! Allá, la vez que me despertó la policía fue para llevarme preso. En Canadá le habíamos perdido el miedo a la policía. Nunca se nos hubiera ocurrido llamar “cosacos” a los corteses mounties. El Estado no los usa para reprimir manifestaciones políticas, sino para inspirar confianza en el orden público y para atraer turistas. Esa combinación de gran estatura, casaca roja, sombrero aludo y espléndido caballo bayo es digna de tarjeta postal. Impresiona especialmente a los turistas gringos. Pero volvamos al miedo. El miedo siempre ha sido un arma de dominio, sobre todo por parte de gentes incapaces de inspirar respeto. Tanto es así, que el cerebro de los vertebrados complejos contiene un órgano detector de señales de peligro: la amígdala cerebral. Cuando alguien o algo te amenaza, te estimula la amígdala, la que alerta a la corteza cerebral, el órgano del conocimiento. A su vez, éste ordena inmovilizarse, cubrirse, esconderse o huir. ¿Cómo se sabe esto y mucho más sobre ese diminuto subsistema del cerebro parecido a una almendra? No porque lo dijera tal o cual presunta autoridad, sino gracias a experimentos en los que se monitorea la actividad de la amígdala cuando al paciente se le presentan estímulos amenazantes. Además, está el caso de los ratones, que les pierden el miedo a los gatos cuando su amígdala es atacada por un tóxico. Sería interesante averiguar si los osados tienen la amígdala cerebral atrofiada y si, en cambio, los tímidos patológicos la tienen hipertrofiada. Afortunadamente, no estamos a merced de la amígdala cerebral: hay algunos órganos cerebrales que mitigan las reacciones del órgano del miedo. Entre ellos se destaca la corteza prefrontal (la que está detrás de los ojos). Con las demás emociones –en particular, el enojo– sucede algo similar: se puede aprender a controlarlas. El papel del miedo en la vida social es archisabido: quien pueda amedrentar, podrá dominar. Esto ocurre en todas las organizaciones, desde la barra de muchachos y la banda de delincuentes hasta el Estado, pasando por la empresa, la escuela, la Iglesia y el partido. La lista de miedos es interminable: miedo al padre tiránico, al matón del patio de recreo o del barrio, al capanga, que pintó Horacio Quiroga; al patrón que no sabe delegar, al maestro punitivo (como lo fue Wittgenstein), al confesor avinagrado o al policía “bravo”. Tememos el fracaso, la
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reprimenda, la miseria, la desocupación, la exclusión, la muerte, y aun el mero qué dirán. Los códigos religiosos, morales y legales son manuales de gestión del miedo. De ellos abusan todas las organizaciones autoritarias, desde la escuela tradicional hasta el ejército y las llamadas fuerzas del orden. Todas ellas se proponen atemorizarnos para domarnos y obligarnos a renunciar a nuestros derechos, no sólo para instarnos a que cumplamos nuestro deber. Los ejemplos más odiosos del manejo del miedo para sojuzgar al pueblo son los regímenes totalitarios. Cuando le preguntaron al mariscal Goering cómo se las había arreglado el Partido Nacional Socialista para transformar al pueblo más culto del mundo en un rebaño de corderos, respondió: “Los convencimos de que el gran pueblo germano estaba amenazado de muerte por los bolcheviques, socialistas, judíos, ingleses y otros enemigos”. Todas las democracias han atravesado por períodos represivos, durante los cuales se invocaron peligros más o menos reales. Ocasionalmente, se montaron campañas de miedo, tales como el “peligro amarillo”, el maccarthismo, el llamado Proceso y la guerra contra el terror fabricada por el ex presidente Bush. Todas ellas fabricaron miedo en escala industrial. Los mandalluvias en cuestión, incapaces de resolver los problemas sociales con inteligencia y participación democrática, adoptaron la consigna “gobernar es asustar”. Los provincianos de mi generación recuerdan el miedo que sentían cuando iban a votar bajo gobiernos conservadores, tales como los del presidente general Agustín P. Justo y del gobernador bonaerense Manuel A. Fresco. El primero había inventado el “fraude patriótico” y el segundo el “voto
cantado” para impedir el retorno de los radicales. El fraude patriótico se hacía atiborrando las urnas de votos a favor del partido dominante. El voto cantado consistía en declarar de viva voz la intención de voto en presencia de los matones del partido. Quien hacía amago de depositar su boleta en la urna era tildado de cobarde y amasado a trompadas. Se cumplía con el deber de convocar a elecciones, pero se
Muchas democracias atraviesan por períodos represivos, en los que se adopta la consigna “gobernar es asustar” impedía elegir libremente. Lo que es peor, se socavaba la fe en la democracia. El ciudadano asustado no puede ser buen ciudadano, porque teme cumplir con sus deberes cívicos, incluso el de informarse sobre ellos. A mí se me hizo cuesta arriba preparar la asignatura Instrucción Cívica, porque sabía por la prensa que los gobiernos de mi juvendud burlaban sistemáticamente la Constitución Nacional. Presumiblemente, a los jóvenes soviéticos les pasaba otro tanto cuando se los obligaba a memorizar el generoso pero inane preámbulo de la carta orgánica de su país. En ambos casos, el miedo al gobierno inducía al cinismo político, y ambos, a la marginalidad política o a su dual, la esperanza en la violencia. Es común que los fracasos de la gestión democrática sugieran la conveniencia de un “gobierno fuerte”. Pero éste no es
otra cosa que una dictadura más o menos dura. Y las dictaduras pueden conseguir que los trenes marchen a horario, pero no que los ciudadanos gocen de sus derechos ni cumplan con sus deberes para con sus semejantes. En efecto: cuanto mayor es la coerción, tanto menor la solidaridad, porque el asustado se limita a sobrevivir. En definitiva: el miedo es un factor tan importante en la política de todas las organizaciones sociales que merece que los científicos sociales lo estudien con mucho más detenimiento. Hace falta una nueva disciplina académica con sus textos, revistas y congresos: la timorlogía. La timorlogía pura o básica estudiaría el miedo. Y la timorlogía aplicada, o timortécnica, diseñaría tanto procedimientos para asustar como para resistir campañas de intimidación. Pero, ¿qué estoy diciendo? Siempre se ha sabido cómo hacer frente a los timórcratas o metemiedos: juntándose contra ellos. Lástima que haya que vencer el miedo para ponerse a salvo del miedo. Dejemos que los timórlogos averigüen cómo romper este círculo vicioso. Mientras esperamos los resultados de sus investigaciones, aprovechemos la principal enseñanza del gran filósofo y poeta romano Lucrecio: conocer para perder el miedo. Al encender la luz, le perdemos el miedo a la oscuridad. De aquí la importancia, tanto para la persona como para la sociedad, de hacer a un lado a los seudofilósofos posmodernos, que desprecian la claridad y denuestan la ciencia. Nec timeas, recte philosophando: no temerás si filosofas correctamente. © LA NACION
El último libro de Mario Bunge es Filosofía política (Gedisa).
Según el Indec, Chivilcoy podría tener 47.000 habitantes... o 72.000 VICTOR A. BEKER PARA LA NACION
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ara el próximo 27 de octubre, está planificada la realización del Censo de Población 2010. Sus resultados servirán de base, entre otras cosas, para establecer el número de representantes que le corresponde a cada distrito en los cuerpos legislativos y para distribuir partidas presupuestarias entre las provincias. Será, seguramente, uno de los indicadores claves en un futuro régimen de coparticipación federal. Por lo tanto, se trata de un operativo estadístico con fuerte impacto en aspectos políticos, económicos y sociales. El costo del operativo no es menor: 303 millones de pesos. El pasado 14 de noviembre, se llevó a cabo un censo experimental en el partido de Chivilcoy y en Tolhuin, provincia de Tierra del Fuego. La información difundida por el propio Indec en relación con el operativo realizado en Chivilcoy señala: “El censo experimental arrojó un total de 26.143 viviendas y 47.495 personas censadas”. De ese total de viviendas, aparecen 5057 como deshabitadas. A continuación, se expresa lo siguiente: “Dado el alto porcentaje de viviendas deshabitadas encontradas, se realizó una muestra de segmentos de las cuatro
fracciones que componen la localidad de Chivilcoy a efectos de revisitar aquellas viviendas que figuraban en esa condición. Como resultado de este trabajo, se encontró que el 46% de las viviendas revisitadas estaban habitadas al momento del censo, por lo que su condición el día del relevamiento debería haber sido: «con moradores temporalmente ausentes»”. Ello denota, cuanto menos, gruesas fallas en la capacitación de los censistas, al haber clasificado erróneamente a cerca del diez por ciento de las viviendas. También destaca el Indec: “El número de personas censadas es sustancialmente menor al esperado. Esto se debe al importante porcentaje de viviendas con moradores ausentes encontradas el día del relevamiento [18%]”. Es posible que por haber elegido un sábado, muchos moradores estuvieran ausentes. En el censo nacional, esto no debería ser un problema, porque esas personas serían censadas en el lugar adonde se hubieran trasladado, dado que el censo cubre todo el país. Insólitamente, sin embargo, el Indec se dedicó a estimar la población faltante en Chivilcoy, lo cual escapa totalmente al objetivo de un censo piloto o experimental.
Así lo reconoce el propio organismo, argumentando: “A pesar de no ser el objetivo principal de este trabajo, en virtud de la importante colaboración recibida por parte de las autoridades, docentes y población del partido, se realizó una estimación del total de habitantes mediante un ajuste de los datos obtenidos a nivel de radio censal, con vistas a brindar información anticipada para la toma de decisiones”.
Dudas de método y cálculos estimativos empañaron el resultado de la prueba con vistas al Censo de Población 2010 Es decir, los muchachos del Indec, duchos en dibujar las estadísticas de precios, pobreza, indigencia, PBI, desempleo, etc., no le hacen asco a nada y, ni lerdos ni perezosos, utilizaron todo ese know-how también para dibujar la población de Chivilcoy, fieles a la consigna de quedar siempre bien con las autoridades. ¿Por qué lo hicieron, siendo que ellos mismos reconocen que es algo ajeno a
un censo piloto? ¿Para disimular las grandes falencias en la preparación del censo que los resultados ponían de manifiesto? ¿Para ensayar qué hacer si las cifras obtenidas en octubre adolecen de las mismas falencias que el censo experimental? ¿También entonces se generarán cifras para complacer a las autoridades? La corrección consistió en imputar a las viviendas con moradores ausentes el promedio de habitantes de su radio censal de pertenencia. Es así como se llegó a una estimación del total de habitantes de Chivilcoy en 69.792 personas. Finalmente, se sumaron los presuntos habitantes de las viviendas recalificadas como habitadas y se llegó a la cifra de 72.435 habitantes. Por tanto, se llega finalmente a una conclusión cierta: Chivilcoy tiene entre 47.000 y 72.000 habitantes. Por suerte, en el nivel nacional los muchachos del Indec la tienen más fácil: tienen que dar un número cercano a 40 millones de habitantes. Pero eso podría hacerse sin invertir 303 millones de pesos. © LA NACION
El autor es economista. Fue director del Instituto Nacional de Estadística y Censos.