Colonialismo y Escrituras en América Latina

Facultad de Filosofía y Letras - Universidad Nacional de Tucumán. Av. Benjamín Aráoz ... El hombre renacentista cruza el umbral del mundo medieval del símbolobasado en la analogía y la semejanzas al mundo moderno del signo en el que ...
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Carmen Perilli

“ya beis que oy es tiempo al rebés”

Colonialismo y Escrituras en América Latina. Lecciones de literatura latinoamericana.

Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos 1

Universidad Nacional de Tucumán 1999

* 1999 Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos (IIELA) Facultad de Filosofía y Letras - Universidad Nacional de Tucumán Av. Benjamín Aráoz 800 - CP 4000 - San Miguel de Tucumán Tucumán - Argentina - Impreso en Argentina - Printed in Argentina

Diseño de tapa: Rossana Nofal, Pablo Arredondo Moreira Compaginación, Diagramación y Diseño: Pablo Arredondo Moreira 2

Aventuras de la literatura en América Latina

“¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original.Original han de ser sus Instituciones y su Gobierno.Y originales los medios de fundar unas y otro.O inventamos o erramos” Simón Rodríguez América no puedo decir tu nombre sin morirme Manuel Scorza,”

La expresión literatura latinoamericana pone en escena una problemática relación entre dos dominios: la literatura y América Latina. La palabra literatura deriva de la palabra latina littera (letra); surge con la escritura alfabética. Arrancado de sus orígenes históricos, el dominio literario ha sufrido un proceso de sacralización en Occidente. La Alemania romántica de la segunda mitad del siglo XVII lo define como producción específica, separada del saber letrado general: unas cartas de Lessing de 1759 se refieren a la aparición de obras “literarias”. Desde 1770 la palabra se emplea para designar la producción literaria de las flamantes naciones. En 1800 se extiende a la actividad literaria en su totalidad;hasta que Madame de Stäel emplea la palabra con el sentido que hoy le atribuimos se usa el concepto de Bellas Letras. La literatura como formación discursiva- conjunto de enunciados- está lejos de referirse a un solo objeto- formado de una vez y para siempre y conservado indefinidamente. La unidad de los enunciados de una formación discursiva está dada más por el espacio en el que diversos objetos se perfilan en variación continua, relacionándose en la diferencia, la dispersión, la heterogeneidad, el transformismo (Michel Foucault). El uso tiende a naturalizar construcciones sociales; a presentarlas como cosas, impidiendo el cuestionamiento que abre su carácter de discursos. Al automatizarse el campo disciplinario, la letra nos interpela para establecer una relación de creencia. La literatura es una institución social, un espacio en el que se reúne un conjunto de producciones simbólicas, de carácter particular- no universal- que registra las huellas que le infringe el tiempo, al igual que a otros campos del saber y sus formaciones discursivas. Las relaciones entre las palabras y las cosas, así como el orden de los discursos, están sometidos a constantes modificaciones. 3

Cada cultura asigna diversas funciones a sus producciones discursivas. Los aztecas daban a sus pinturas un sentido ritual similar al que los europeos otorgaban a los manuscritos resguardados en umbrosos espacios de los conventos medievales. En la novela El nombre de la rosa de Umberto Eco, la misteriosa biblioteca, celosamente custodiada por el implacable sacerdote ciego, es un espacio vedado para lectores profanos. La imprenta irrumpe en forma tardía en historia de Occidente; recién en el siglo XV, pero su impacto es muy fuerte. Señala el teórico Marshall Mac Luhan, que se inaugura una era a la que podemos llamar Galaxia Guttemberg. El hombre renacentista cruza el umbral del mundo medieval del símbolobasado en la analogía y la semejanzas al mundo moderno del signo en el que la relación entre nombre y mundo es puesta en cuestión. La letra y la voz han mantenido y mantienen complejos y fluidos encuentros dentro de todas las culturas. La imprenta- que China conoció mucho antes que Occidente- influyó de modo determinante en la construcción del imaginario cultural de la modernidad. Aproximadamente hasta fines del primer milenio la escritura – un arte propagado con lentitud- estuvo confinada en monasterios y cortes europeos. El uso de la escritura se propagó con gran lentitud. La voz dominó la cultura medieval y mantuvo su hegemonía sobre la cultura popular moderna. Durante un largo período “Escribir es una profesión dura, agotadora, cuya ejecución la realiza un artesanado organizado: desde los monasterios carolingios hasta los “libreros” urbanos del siglo XIV, el camino fue largo, pero sin curvas bruscas” (Paul Zumthor). Hacia 1550 la voz y la letra traban una mayor interacción; una cooperación que contribuirá a la consolidación de la primacía de la escritura con el avance de la modernidad. Durante largo tiempo el libro, como objeto, conserva el valor simbólico y la fuerza de verdad que le otorga la existencia de La Escritura de Dios: La Biblia. Junto con la escritura alfabética que la imprenta propaga coexisten, opacados, los sistemas de notación de culturas tradicionales. Este hecho se hace notorio en las olas expansivas europeas en las que se silencian realidades y discursos de las zonas imperiales tanto orientales como occidentales: América, Asia y África. Los europeos tardan en descifrar los jeroglíficos egipcios debido al velo del etnocentrismo sobre técnicas de inscripción diferentes. En el ocaso del siglo XX los sistemas de notación o “escrituras” indígenas de América-producciones simbólicas de comunidades con predominio de discursos orales-son desconocidos, cuando no denostados, por las instituciones tradicionales cuya labor contribuye a borrarlos de un mapa cultural de cuya homogeneidad se ha encargado la hegemonía de los diferentes imperios. Las ramas que parcelan el mundo del conocimiento se modifican de acuerdo a las sociedades y tiempos históricos; no son instituciones intemporales y universales. Las funciones y los valores asignados a un discurso son producto de las convenciones establecidas por cada sociedad. No existe el término “literatura” en el universo cultural de los pueblos precolombinos del Valle de México, como tampoco en la Europa medieval. El amauta quechua o el tlacuilo 4

mexicano están tan lejos del escritor como el juglar de los caminos feudales o los griots de del África Occidental. Aún dentro de la tradición occidental no se consideran literarios los mismos objetos en la Grecia en la que Homero “cantó” La Ilíada y La Odisea , en la Inglaterra que Shakespeare hizo vibrar con MacBeth y Hamlet ; en la Francia de los salones literarios donde se escucharon los versos de Hugo o en la Irlanda de Joyce. A fines de este segundo milenio la concepción de la escritura se modifica a grandes pasos; la pantalla desplaza al papel; en las computadoras de la era electrónica se avizora un horizonte poblado por hipertextos e imágenes propias del mundo de la ciencia ficción. En nuestros días algunos grupos discuten la existencia misma de la literatura así como la pertinencia de definir un canon literario- concepto que “parece responder a la simple pregunta acerca de qué debe intentar leer el individuo que todavía desea leer en este momento de la historia”. Harold Bloom, un crítico inglés que, arrogantemente, propuso un listado de obras fundamentales para la formación del sujeto occidentalconsidera al canon un “arte de la memoria literaria”. La palabra canon ( conjunto de reglas) que proviene del campo de la música y de la religión, designa una selección entre obras que compiten para sobrevivir. A lo largo del tiempo, la operación de construirlo, ha sido adecuada a los intereses de los sectores dominantes a través de las instituciones como la Iglesia o el Estado.- basten como ejemplos ilustrativos el index de libros prohibidos del Vaticano o los curricula diseñados por los equipos liberales para las escuelas de las modernas naciones. También proponen pautas la crítica académica y periodística, el mercado editorial y sus intereses; etc. Las defensas cerradas del canon son tan perniciosas para la literatura como los denuestos de quienes, atacándolo, pretenden destruir la noción de literaturaes el caso del virulento Against Literature (Contra la literatura) de John Beverley. Revisar el concepto supone revisar los lazos entre corpus de discursos y reglas de formación. Las prácticas de lectura están sujetas a distintas formas de control o/y regulación ya que la escuela es una institución muy poderosa. Todo sistema educativo, desde la alfabetización, se convierte en una forma política de mantener o modificar la adecuación de los sujetos a los discursos sociales; la producción literaria dominante engloba una enorme cantidad de saberes y de poderes. En cada sociedad operan distintas formas de coexistencia entre los discursos. No son los objetos literarios ni el dominio que forman lo que se mantiene constante sino el establecimiento de una relación entre las superficies en que pueden aparecer, delimitarse, analizarse y especificarse. Los modos de producción simbólica no pueden explicarse sin los modos de producción social. La relación entre discursos institucionales y discursos literarios varía en forma constante. En muchos casos hay enfrentamientos, en la medida en que la literatura cuestiona la transparecia del lenguaje, a menudo postulada enfáticamente por los discursos monológicos del poder político. En épocas como el Siglo de Oro en España, autores como Cervantes y Lope de Vega cuestionan el abuso de poder parodiando sus representaciones; en dictaduras militares 5

recientes como la argentina o la chilena se articulan alternativas de escritura de la realidad que se extienden desde el rock nacional hasta el “teatro abierto” . La longevidad de los textos legitima un orden jerárquico e instaura valores dentro de toda cultura. Los más antiguos suelen ser objeto de liturgias y profanaciones; el tiempo les otorgar una autoridad innegable, automatizándolos como si fueran objetos. No todas las obras sobreviven a lecturas actualizadas. Algunas sufren un esclerosamiento que las confina a los anaqueles de las bibliotecas; otras son silenciadas por la censura y el olvido. Una puesta en escena de la selección es la quema de libros “peligrosos” para la mente de Alonso Quijano realizada en el capítulo VI del libro El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha donde reverberan otras como la quema de códices toltecas ordenada por el tlatoani azteca o por el obispo Zumárraga en México. La actualidad no está exenta de gestos destructores: lo demostraron los totalitarismos europeos y las dictaduras latinoamericanas que persiguieron obras como Rojo y Negro de Stendhal o La poética de Dostoievski de Mijail Bajtin. La ciencia ficción ha dramatizado el fin del libro en Faherenheit 451 de Ray Bradbury. Walter Mignolo afirma que el campo de estudio de la literatura latinoamericana, forjado en la ideología del alfabeto, creó una situación asimétrica, en la que se designa como literatura a una práctica escrita, limitada a grupos sociales minoritarios y privilegiados con el manejo de la letra. Esta posición asigna un valor superior a la escritura que a la oralidad. Hoy asistimos a un replanteo de las cuestiones referidas a la vinculación entre oralidad y literatura. Aunque se considere que el arte de la narración se perfeccionó mucho antes que la invención de la escritura o se proclame que toda escritura escuchar el “texto silencioso” de las voces colectivas. Obras maestras de la literatura en ciertas épocas sólo se preservan como curiosidades arqueológicas; convirtiéndose en tediosos ejercicios retóricos que sobreviven como documentos del pasado. Otras obras, originadas en campos inusitados del saber, actúan como matrices de la escritura latinoamericana. Lo literario puede ser considerado como un valor migrante; como un insólito hallazgo en textos excluidos de toda institución literaria o situados en sus fronteras: el Diario de Navegación de Cristóbal Colón o la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. Durante mucho tiempo se buscó una materia esencial y tangible que permitiera una definición tranquilizante de “lo literario”. Los formalistas rusos de la primera mitad del siglo XX lo llamaron literariedad . Al no encontrar esa “sustancia”, la estética de la recepción propuso apoyar la delimitación del concepto en su carácter convencional: una obra de arte es tal en tanto es recibida como tal por la comunidad. Todos estas respuestas iluminaron, en forma parcial, el campo de los estudios literarios. La literatura es una producción simbólica cuya cantera material es la lengua y el infinito cúmulo de sus virtualidades. La palabra 6

es más palabra que nunca en el poema al ser palabra vuelta hacia sí misma :” Las palabras del poeta son las de la tribu o lo serán algún día: La creación poética se inicia como violencia sobre el lenguaje. Dos fuerzas antagónicas habitan el poema: una de elevación o desarraigo, que arranca a la palabra del lenguaje; otra de gravedad, que la hace volver” (Octavio Paz) Dentro del territorio de la literatura latinoamericana existen innumerables textos que desafían el concepto tradicional de objeto literario, poniéndo a prueba los modelos discursivos (entre ellas las prácticas de los pueblos indígenas) que no responden a los modelos hegemónicos. La voz domina la cultura popular y tradicional así como la cultura de masas -en este última junto con la imagen. El asombro de la mirada occidental va poco a poco paliando la ignorancia, enfrentándonos a la dificultad de la traducción. Sólo aceptándola se puede apreciar la belleza de los cuicátl (flor o poema) cantos de de la cultura náhuatl. Las tradicionales himnos religiosos guaraníes, deslumbrantes por su su belleza nos enfrentan a concepciones diferentes del papel de las palabras y las cosas, en el límite entre lo profano y la sacralidad; entre lo cotidiano y lo metafórico: ...Pero yo digo / sólo por breve tiempo / sólo como la flor del elote / así hemos venido a abrirnos, / así hemos venido a conocernos sobre la tierra. ...Sólo nos venimos a marchitar, / ¡Oh, amigos! / que ahora desaparezca el desamparo, / que salga la amargura, / que haya alegría... ...En paz y placer pasemos la vida, / venid y gocemos. / ¡Que no lo hagan los que viven airados, / la tierra es muy ancha...! (Poemas breves nahuas) ...Los extranjeros desean engañosamente / que oremos como lo hacen ellos. / Para que esto no consigan hacer es que te molesto, / ¡Padre Ñamandú Verdadero, el Primero!... ...Ellos utilizan nuestras palabras verdaderas/ porque desean engañarnos, / y es así cómo dicen que el germen de la palabra alma es el ángel de la guarda.(Himnos mbyá guaraní) Uno de los géneros más discutidos en la agenda de los estudios literarios de las últimas décadas es el testimonio; escritura surgida como registro de la palabra de los que no tienen escritura; obedeciendo a la necesidad de inscribir las voces de las víctimas. Elizabeth Burgos Debray, una franco-venezolana recoge la voz de Rigoberta Menchu, una india maya quiché. Rigoberta no escribe, apenas aprendió a hablar el español para contar las luchas de su pueblo; Burgos Debray lo hace por ella. La misma alianza establecen la pedagoga Moema Viezzer y la luchadora campesina boliviana Domitila Barrios cuyo libro lleva el sugestivo 7

nombre Si me permiten hablar. Estas escenas nos enfrentan a una larga polémica sobre la autoría y la propiedad de la escritura. La problemática se enriquece si se toma en cuenta discursos nacidos en la urgencia de las convulsiones históricas como las cartas de Manuela Sáenz o José Martí; el diario del Che Guevara, los escritos del subcomandante Marcos. La historia y la política siempre se han entreverado con la literatura en estas latitudes. Basta revisar el Facundo de Sarmiento, las cartas de Bolívar; las novelas de Ciro Alegría y de José María Arguedas, los poemas del Canto General de Pablo Neruda, las poesías y canciones de Mario Benedetti; las Memorias del fuego de Eduardo Galeano. Desde la cultura popular también desafían a la cultura ilustrada las coplas de Atahualpa Yupanqui o los tangos de Armando Discépolo; las canciones/ poemas de Juan Luis Guerra o de Silvio Rodríguez. Los tiempos modernos han arrimado a la literatura géneros profanos como el periodismo exhiben hoy producciones que no se pueden excluir: las crónicas de Gabriel García Márquez y Carlos Monsiváis; Elena Poniatowska y Tomás Eloy Martínez. Discursos silenciados como la escritura de las mujeres que, apartada de la gran literatura, eligió géneros menores como el folletín, las recetas de cocina, el rumor, las cartas, los diarios. Textos como los de Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Flora Tristán y Manuela Sáenz. Para comprender el dominio teórico de la literatura, es necesario definir la cultura. El semiótico ruso Iuri Lotman la considera como la memoria no hereditaria de la colectividad expresada en prohibiciones y prescripciones. Cultura es, por definición, un fenómeno social. Dado que la cultura es memoria -o, si se prefiere, grabación en la memoria de lo vivido por la colectividad-, se relaciona con la experiencia histórica pasada. En el momento de su aparición no puede ser constatada como tal; sólo con posterioridad a los hechos. Cada cultura se concibe a sí misma de modo diferente. Para Edward Said se debe tener en cuenta que ” la cultura es una fuente de identidad; una fuente bien beligerante, como vemos en recientes retornos a tal cultura o a tal tradición...una especie de teatro en el cual se enfrentan distintas causas políticas e ideológicas. Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico campo de batalla en el que las causas se expongan a la luz del día y entren en liza unas con otras”. Podemos emplear el símil del mecanismo para explicar sus movimientos: el aumento cuantitativo del volumen de los conocimientos; la redistribución de los mismos dentro de la estructura; y la selección por el juego entre memoria y olvido. Al fijar determinados contenidos descarta y excluye otros. La destrucción de textos de la cultura, si no se debe al deterioro, suele traer aparejada la creación de nuevos textos. Toda la cultura se construye en y contra el olvido; logra vencerlo transformándolo en uno de los mecanismos de la memoria. Existe una profunda diferencia entre el olvido como elemento de la memoria y como instrumento de su destrucción. Cuando la vida de las comunidades es sofocada, 8

sus culturas son violentamente condenadas al silencio a través de traumáticos cortes en sus imaginarios. Las culturas americanas viven en la “esquizofrenia histórica”, afirma Manuel Scorza ; marcadas por las conquistas que han amordazado las tradiciones y modos de representación del mundo de los vencidos. Ese “olvido obligatorio” conlleva la regresión histórica, imponiendo esquemas históricos mitificados. El funcionamiento de la cultura es similar al funcionamiento de la lengua, el sistema modelizante primario de toda sociedad. La literatura, la religión, el mito, la historia son sistemas modelizantes secundarios. Raymond Williams considera que la cultura es un sistema significante realizado, concebido no sólo para dar lugar al estudio de instituciones, prácticas y obras. El diálogo entre cambio social y cambio cultural es determinante. De acuerdo al tipo de relaciones que se establecen entre las formas culturales de una sociedad, podemos hablar de formas culturales dominantes, transmitidas por las instituciones y consideradas como centrales; formas culturales residuales que corresponden a sociedades y épocas anteriores y a menudo diferentes pero que son todavía accesibles y significativas; formas culturales emergentes que comprenden los tipos nuevos. Estas distintas formas establan constante lucha e intercambio que se traduce en equilibrio entre innovación y tradición. Desde la mirada del teórico francés Roland Barthes la literatura es “no un cuerpo o una serie de obras, ni siquiera un sector de comercio o de enseñanza, sino la grafía compleja de las marcas de una práctica, la práctica de escribir. Veo entonces en ella esencialmente al texto, es decir, al tejido de significantes que constituye la obra”. Podemos entonces decir literatura es igual a decir escritura o texto. Las fuerzas de libertad dependen del trabajo de desplazamiento que se ejerce sobre la lengua. En tanto cultura, la literatura toma a su cargo muchos saberes; sin fijar ninguno, ya que el saber que moviliza nunca es completo ni final. Lo que conoce de los hombres es lo que podría llamarse “la gran argamasa del lenguaje”, que ellos trabajan y que los trabaja, ya reproduciendo la diversidad de sociolectos, o imaginando y tratando de elaborar un lenguaje a partir de esta diversidad. “En la medida en que pone en escena al lenguaje -en lugar de, simplemente, utilizarlo-, engrana el saber en la rueda de la reflexividad infinita a través de la escritura, el saber reflexiona sin cesar sobre el saber según un discurso que ya ni es epistemológico sino dramático. La escritura transforma al saber en una fiesta” . Si la primera gran fuerza de la literatura es el lenguaje, la segunda es la fuerza de representación. Desde la antigüedad hasta nuestros días, la literatura se esfuerza por representar lo real. Muestra la rebelión de los hombres ante la no correspondencia en entre palabras y cosas. El rechazo entre lo real y el lenguaje que intenta captarlo es lo que produce, en una agitación incesante, la literatura. La literatura como práctica ejercita una función utópica, desea lo imposible. La utopía de la lengua es recuperada como lengua de la utopía. La tercera fuerza de la literatura es su fuerza semiótica; consiste en actuar los signos, en vez de 9

destruirlos, meterlos en la maquinaria de lenguaje cuyos muelles y seguros han saltado, instituyendo en el seno mismo de la lengua, la heteronimia de las cosas. Durante mucho tiempo las historias de la literatura latinoamericana, surgidas con las naciones, construyeron una imagen negativa y errónea del período colonial. Este hecho ha dificultado -si no impedido- orientar la reflexión sobre obras que no fueran escritas en castellano, consideradas literarias y que apelan a otros modelos de representación. Fundándose en criterios idiomáticos y literarios, nuestros historiadores de la literatura, sostuvieron que la literatura colonial era la literatura escrita en castellano en/ sobre América dentro de los moldes de la cultura conquistadora, excluyendo otras conceptualizaciones. El relato “La busca de Averroes", de Jorge Luis Borges dramatiza la dificultad de la traducción entre diferentes conceptualizaciones de la cultura. Averroes, el sabio árabe, está empeñado en traducir la Poética de a Aristóteles y, ofuscado, no puede entender el sentido de las palabras tragedia y comedia que, en el ámbito del Islam, sólo "barruntaba lo que querían decir". Mientras medita mira hacia fuera donde un grupo de chicos semidesnudos pretenden ser lo que no eran -"todos querían ser el almudano, nadie la congregación o la torre". Averroes, limitado en su propio código cultural, no puede reconocer la puesta en escena del concepto teatral porque no pertenece a su mundo. La complejidad idiomática del período lo convierten en un modelo ideal tanto para la reflexión sobre culturas y lenguas en contacto como sobre la pluralidad del espectro de interacciones discursivas. Ciertas posiciones hispanofílicas tienden a ignorar la producción de exilio como la de los jesuitas que escribieron en latín; el aporte de viajeros como Hudson o los Robertson. Obviamente excluian los discursos en lenguas amerindias. Hoy el dominio de los textos escritos en castellano y con valor literario va dejando paso de textos escritos en otras lenguas y a las transcripciones de relatos orales, sin el requisito del valor “estético”. Se reconoce la relevancia de otros discursos, más allá de la letra escrita -puesto que importan las tradiciones orales y las escrituras no alfabéticasy de las producciones en castellano. La restricción de las letras coloniales a los textos escritos en castellano responde a la tradición colonizadora -formación cultural dominante según Williams. La apertura a otros discursos amplia nuestro horizonte y posibilita trabajar las textualidades coloniales como espacio de encuentro y lucha de distintos sujetos sociales. El análisis de la escritura de la historia como historia de la escritura permite confrontar las formas de conservar el pasado. Como ejemplo vamos a ver la contradictoria vinculación entre la visión de los vencidos y la de los vencedores; teniendo en cuenta las diferencias originales entre las escrituras. Para ello, hasta nuevo aviso, seguimos la propuesta de Mignolo: preferimos hablar de discursos y no de letras para que ingresen en nuestro campo de estudio la multiplicidad de las producciones coloniales, inclusive las precolombinas.

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Bibliografía Roland Barthes, El placer del texto, México: Siglo XXI, 1996. Harold Bloom, El canon occidental, Barcelona, Anagrama 1994. Michel Foucault, La arqueología del saber, México: Siglo XX, 1970. Iuri Lotman, y otros, Semiótica de la cultura, Madrid: Cátedra, 1970. Walter Mignolo, “La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los estudios literarios coloniales) en Dispositio Vol. XI, Nos. 28-29, pp, 137-160, Department of Romance Languages, University of Michigan The University of Michigan. Octavio Paz, El arco y la lira, México: Fondo de Cultura Económica, 1983. Said, Edward, Cultura e imperialismo, Barcelona:Anagrama, 1996. Raymond Williams, Sociología de la cultura, Buenos Aires: Paidós, 1992. Paul Zumthor, La letra y la voz . De la “literatura” medieval, Madrid: Cátedra,1989.

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Los trabajos y los días de un continente

“¿A dónde iremos que muerte no haya? Por eso llora mi corazón. ¡Tened esfuerzo: nadie va a vivir aquí¡ Aún los príncipes on llevados a la muerte: Así desolado está mi corazón. ¡Tened esfuerzo:nadie va a vivir aquí¡ cantar mexicano

¿los muertos se ponen pálidos como magdalena cuando amasaba sus panes con más lágrimas que harina?/¿hasta que venga el día?¿día en que toda américa latina subirá lentamente? ¿amorosamente?/Navegando como hacen mis planetas del sur? Juan Gelman, Interrupciones I

Pienso en América como en algo demasiado querido para que sea verdadero.Y algunas veces me pregunto si será verdad que existe” Reynaldo Arenas, El mundo alucinante

La pregunta por la identidad está en los orígenes de América; nace en y con la conquista y continúa reverberando en discursos culturales de fines de milenio. Desde el encuentro mismo de los españoles con el continente data el desencuentro de éste con su nombre. Para el pensador mexicano Edmundo O’Gorman América es “una invención” de Europa. Imaginada, diseñada en el pensamiento del viejo continente antes de encontrarse con sus tierras. Son muchos los bautismos que violentan nuestro territorio y nuestro imaginario, casi todos provienen del discurso del dominador. Una larga lista de nombres en la que América siempre es objeto nombrado por el Sujeto Europa. Colón pensó que sus carabelas habían arribado a las las Indias. En sus escritos se nota su insistencia en identificar el Caribe con las tierras del Gran Khan que tanta fama habían acarreado a Marco Polo. En la tercera navegación, cuando avista el golfo de Paria, cambia y cree encontrarse cerca de los Jardines del Edén- “Grandes indicios son estos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de esos santos y sacros teólogos. Y así mismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta agua dulce fuese así dentro e vezina con la salada; y en ello ayuda la suavísima temperancia.Y si de allí del Paraíso no sale, parece aun mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo” (Tercer Viaje) El descubrimiento de América es la experiencia radical más importante de la humanidad. Por primera vez el hombre adquiere la idea de totalidad del planeta, al mismo tiempo que se pone a prueba la naciente modernidad europea en el encuentro con la alteridad(Tzvetan Todorov). El encuentro con la nueva realidad pone en acción el poder de las narraciones imperiales para dar cuenta de un referente distinto. Una elocuente descripción del papel de las narraciones-relatos con los que los pueblos se explican las acciones de la historia- está en las páginas de la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad: “La conquista de la tierra, que sobre todo supone quitársela a aquellos que tienen una complexión ligeramente distinta de la nuestra o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es algo agradable si se la observa de cerca. Sólo la idea la redime. La idea que subyace a ella; no una pretensión

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sentimental sino una idea; y una creencia generosa en esa idea: algo en lo cual basarse, ante lo cual prosternarse, por lo cual sacrificarse...” América es el único continente con fe de bautismo: una carta de Vespucio que llega a París y es traducida del latín por un arquitecto de Verona-el mismo que había dirigido la construcción del puente de Notre Dame. La inmediata edición francesa ( 1503) provoca la aparición de la alemana en Estrasburgo en 1505. Los canónigos de la abadía de Lorena en Saint- Dié la editan junto con un mapa, llamando al Nuevo Mundo las Tierras de Américo- América. Es ilustrativa de la construcción histórica de este encuentro la lectura que el teórico francés, Michel De Certeau,hace de las primeras pinturas en el prólogo a su libro La escritura de la Historia Vespucci el Descubridor llega del mar. De pie, y revestido con coraza, como un cruzado, lleva las armas europeas del sentido y tiene de sí los navíos que traerán al Occidente los tesoros de un paraíso. Frente a él, la india América, mujer acostada, desnuda, presencia innominada de la diferencia, cuerpo que despierta en un espacio de vegetaciones y animales exóticos. Después de un momento de estupor en ese umbral flanqueado por una columna de árboles, el conquistador va a escribir el cuerpo de la otra y trazar en él su propia historia. Va a hacer de ella el cuerpo historiado, el blasón de sus trabajos y de sus fantasmas. Ella será América "latina". Estas imágenes-erótica y guerrera -tiene la potencia de los mitos, pues representa el comienzo de un nuevo funcionamiento occidental de la escritura. La escena revela la sorpresa ante esta tierra que Vespucio captó con claridad;un espacio inexistente en los mapas; un cuerpo desconocido e inexplorado, destinado a llevar el nombre de su inventor/dominador. Cuerpo desnudo, papel en blanco, en el que el cuerpo y la escritura del conquistador inscriben su deseo, violentando la naturaleza con el solo gesto “civilizador”. Durante la época colonial la designación más habitual de América fue Nuevo Mundo – opuesto especular del Viejo Mundo- que le niega otra historia que no sea la que comienza en 1492, robándole habitantes y culturas, presuponiendo la ausencia de lenguas. El Imperio implanta una identidad con sangre y fuego; se impone con una narración religiosa que homogeneiza el mundo nuevo: la católica. Narración que sojuzga mentes y cuerpos. El nombre de los conquistadores españoles fue usurpado por los Estados Unidos del Norte que, a partir de su Independencia, se apropian de la denominación-hoy son conocidos como “americanos”. El siglo XIX trae sueños de unidad y grandeza con acento francés e inglés: Simón Bolívar en la Carta de Jamaica proclama que somos un pequeño género humano y que debemos mantenernos unidos para formar la Patria Grande. Pero estos vientos dieron otros frutos: la balcanización del continente en regiones y luego en naciones. Una vez que los Estados Unidos corrieron sus límites al Río Grande o Río Bravo despojando a México de un enorme territorio, se instauró la denominación Norte/Sur, la difícil frontera entre la América anglosajona y la América españoles. Los distintos hispanos que emigran a Estados Unidos están a punto de imponer el español como lengua; al mismo tiempo los mexicanos sufren la represión al saltar a diario el muro entre el Norte y el Sur para buscar trabajo América Latina es la geografía que quedó al Sur de Río Bravo la que Rubén Darío en su Oda a Roosevelt llama: “La América del grande Moctezuma, del Inca, / la América fragante de Cristóbal Colón, / la América católica , la América española, / la América en que dijo el noble Guatemoc”. Gloria Anzaldúa en su libro Borderlands .La frontera se refiere al problema de las mestizasaquellos que viven en el límite entre uno y otro mundo, una y otra lengua y representa con elocuencia el dramatismo cultural que, desde siempre, ha marcado a las diferentes lenguas y culturas continentales :”Deslenguadas. Somos los del español deficiente. We are your linguistic nightmare, your linguistic aberrration, your linguistic mestisaje, the subject oy yor burla.Because we speak with tongues of fire we are culturally crucified. Racially, culturally and linguistically somos huérfanos- we speak an orphan tongue” La serie de nombres endilgados al continente es interminable: Hispanoamérica o América Española-en oposición a América Anglosajona; Iberoamérica– amplían su alcance a la América Portuguesa abarcar el Brasil; América Indígena o Indoamérica-nombre que levanta el indigenismo; Latinoamérica- acuñado por los franceses a fines del siglo XIX, intenta justificar sus aventuras imperialistas en México se convierte en la denominación que nos diferencia del Norte. Nuestra América llamó José Martí a un continente conformado por un conjunto de

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regiones heterogéneas, sometido a procesos históricos similares, que ha dependido sucesivamente de los mismos imperios, donde se habla lenguas comunes y posee una cultura compartida modulada en la pluralidad. Configuraciones sociales a las que corresponden imaginarios culturales surgidos en la lucha entre la homogeneización conquistadora y la heterogeneidad marca indeleble de las producciones simbólicas. La descolonización de la cultura latinoamericana incluye la revisión de los relatos sobre la identidad del continente. Para ello hay que impugnar la concepción de la identidad entendida como ontología, desconstruir los sucesivos asedios al “ser latinoamericano”. Desde antes de la Conquista, La Letra proyectó una imagen virtual del Nuevo Mundo. Las representaciones estuvieron signadas por la diferencia que transformaba a América en el Otro desconocido en relación al conocimiento europeo del mundo. La geografía imaginaria siempre se impuso sobre la geografía positiva, manipulando el conocimiento para dominar nuevos territorios. Podemos leer el proceso de ficcionalización de América a la luz de lo que, en relación a la colonización inglesa en Oriente, Eward Said llama orientalismo . “El cristianismo completó el establecimiento de las principales esferas existentes dentro de Oriente:había un Oriente Próximo y un Extremo Oriente, un oriente familiar y un oriente extraño. En la geografía de la mente, por lo tanto, se producía una oscilación con respecto a Oriente, a veces era un mundo antiguo al que se volvía como al Edén o al Paraíso, para establecer allí una nueva versión de lo antiguo, y otra era un lugar completamete nuevo al que uno llegaba, como Colón llegó a América, para establecer un Nuevo Mundo ( aunque irónicamente, el propio Colón creyó que había descubierto una parte nueva del mundo antiguo)” En el largo discurso ideológico que vertebra nuestra cultura continental podemos reconocer distintos ideologemas. Desde el discurso narrativo de la conquista estructurado alrededor de mirabilia o maravilla en el sueño del Dorado y de la Fuente de la Eterna Juventud, o utopía en la posibilidad de inaugurar una nueva sociedad hasta las últimas lecturas que condenan a nuestros pueblos a los márgenes de una sociedad postindustrial. El mestizaje, como señala Antonio Cornejo Polar, ha producido tanto visiones pesimistas como de exaltaciones optimistas; se encuentra vinculado al proyecto de la modernidad. El escritor cubano José Martí, en los comienzos de nuestra modernidad, enuncia la tesis cultural de la síntesis de razas, en su discurso Nuestra América :”Éramos una visión con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara con los calzones de Inglaterra, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vuelta alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte a bautizar sus hijos. El negro, oteando, cantaba en la noche... “ El predominio en el discurso cultural de la concepción del espacio americano como conjunción de culturas se agudiza a mediados de siglo. Frente al desengaño de la barbarie europea se responde exaltando las posibilidades del continente joven. El mestizaje toma distintos ropajes: José Vasconcelos (cultura sinfónica); Ricardo Rojas (Eurindia); Arturo Uslar Pietri (cultura aluvional); José Lezama Lima ( protoplasma incorporativo); Alejo Carpentier (lo real maravilloso americano). A través de distintas teorías se intentó construir una falsa ontología de un continente que se quería mestizo. Estos intentos, arraigados en los nacionalismos modernos, son etnocéntrico ya que enfatizan la suma y la mixtura, dejan de lado el conflicto. Esta reducción ignora diferencias y tensiones, partiendo de matrices de pensamiento hegemónicas. En todas ellas se reconoce tres etnias:, la blanca, la indígena, la negra-en ese orden. Lo extraño –al convertirse en algo nuevo- se asimila a lo familiar y conocido: “En esencia, una categoría así no es una manera de recibir nueva información, sino un método para controlar lo que parece ser una amenaza para la perspectiva tradicional del mundo” ( Edward Said) El discurso del mestizaje soslaya la pluralidad y el conflicto; reduce las partes al todo en lo que Antonio Cándido llamaría una conciencia amena del subdesarrollo- en vez de una conciencia catastrófica. Vemos la euforia en los textos del cubano Alejo Carpentier que, a través de su fórmula lo real maravilloso americano, encubren la ficcionalización del espacio y la historia de América: ”por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está lejos de haber agotado su caudal de mitologías”. (Prólogo a El reino de este mundo) Es indudable la potencia de la palabra mestizaje; aún hoy mantiene la fuerza de imagen autoidentificatoria con su valor de locus amoenus que no abandona la posición eurocéntrica en la medida que se define lo americano como diferente, como Otro. Se apoya en falsas

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afirmaciones como la de que la pluralidad de razas y culturas es atributo privativo de América. Los conceptos de mestizaje y transculturación tienen un núcleo común a pesar de su diverso prestigio. La noción mestizo remite una mezcla- como dijimos asimétrica en la cantidad de ingredientes. Pone el acento en la semejanza y no en la diferencia y se suma a la serie Nuevo Mundo resucitando la utopía de la unidad continental en la Patria Grande. América aparece como el continente barroco en el que la mezcla es la operación fundamental, mezcla que tiene que ver más con la yuxtaposición que con la oposición, basada en la positividad más que en la negatividad. Fernando Ortiz propone la transculturación como modelo explicativo; su libro Contrapunteo Cubano del Tabaco y del Azúcar cuenta con el aval del antropólogo Malinowski. A pesar de su modernidad el concepto tiene tiene notorias similitudes con el concepto histórico de mestizaje. La cultura es unidad en la diversidad, espacio en el que se reúnen las diferentes etnias que llegaron a Cuba: “La verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones (...) Todos ellos arrancados de sus núcleos sociales originarios y con sus culturas destrozadas, oprimidas bajo el peso de las culturas aquí imperantes, como las cañas de azúcar son molidas entre las masas de los trapiches (...) Y cada inmigrante como un desarraigado de su tierra nativa en doble trance de desajuste y reajuste, de desculturación o exculturación y de aculturación o inculturación, y al fin, en síntesis, de transculturación”. La categoría heterogeneidad es fundamental en la crítica de la cultura que ha incorporado la cuestión del otro - partiendo de los estudios de Bajtin. No es casual su importancia en el mundo de la postmodernidad -o de la sobremodernidad o de la antimodernidad - en el que la antropología deja de ser sólo antropología del otro. Hablar de una heterogeneidad al referirnos a los discursos supone tener en cuenta la heterogeneidad social, cultural y económica.”La posibilidad de articular mediante una red de contradicciones las múltiples literaturas de América Latina parece ser una mejor opción que la de reivindicar el estudio aislado -paralelo al de la literatura culta-de las literaturas marginales, aunque esta tarea resulta en cierto modo previa a la configuración de la totalidad. Después de todo, si se trata por ejemplo de la Conquista, debería estar claro que su literatura no es ni la hispánica ni la indígena, ni siquiera la yuxtaposición de ambas, sino el sistema de contradicciones que las vincula y opone, pero sobre todo las explica, como representaciones simbólicas de un proceso histórico común, que a su vez, como es obvio en este caso, también está hecho de contradicciones”. (Antonio Cornejo Polar) En los últimos párrafos de su libro El zorro de arriba y el zorro de abajo-“¿Ultimo diario?José María Arguedas se despide “ He sido feliz en mis llantos y lanzasos, porque fueron para el Perú; he sido feliz con mis insuficiencias porque sentía el Perú en quechua y en castellano.Y el Perú ¿qué?. Todas las naturalezas del mundo en su territorio, casi todas las clases de hombres. Es mucho menos extenso pero mucho más diverso de cómo fue la Rusia antigua. Esos ríos de “tanta y tan crecida hondura”, como ya los sintió don Pedro Cieza mucho antes que se hicieran más profundos e intrincados” En la cultura latinoamericana podemos distinguir un sistema cultural hegemónico, privilegiado por las políticas estatales, constituido por las literaturas escritas en los idiomas que impusieron las metrópolis coloniales, bajo normas artísticas cultas derivadas de Occidente. De modo marginal se conforman otros sistemas literarios y culturales, son los que emplean las lenguas americanas y sus respectivas codificaciones culturales, que resisten una fuerte presión aculturadora, lo mismo que las literaturas populares cualquiera que sea su filiación lingüística. Estas últimas, pero sobre todo las llamadas literaturas étnicas, no se formalizan en la escritura, permaneciendo en el circuito oral, salvo pocas excepciones. El sistema literario hegemónico dispone para su producción y reproducción de las ventajas de la institución educativa y cultural así como de los servicios que ofrece el orden social todo, mientras que los sistemas marginales no cuentan más que con la potencialidad de los grupos que se expresan a través de ellos, casi siempre sectores deprimidos social y étnicamente. Es explicable que en el primer caso se tienda a la consolidación y expansión, y en el segundo la mejor expectativa puede reducirse a la resistencia arcaizante y empobrecedora, ya que la sola posibilidad de contacto cultural es amenazante. La crítica e historia literarias latinoamericanas deben tener en cuenta estas articulaciones ya que problematizan sus representaciones, proponiendo lecturas alternativas se puede comprender el estado del sistema cultural y su proceso. No hacerlo significa convalidar un estado de cosas provocada por el colonialismo. El acto esencial de la Conquista de América

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consistió en degradar todo lo nativo; excluirlo del espacio propiamente humano, el de los vencedores. Siglos después, aún persiste el mismo esquema discriminatorio. Eduardo Subirats muestra cómo la lógica de la colonización supuso el vaciamiento cultural, la confrontación con el centro sagrado, la destrucción de la memoria histórica. El arma principal fue la cristianización violenta que eliminó las formas de vida socialmente definidas, y con ellas, sus medios de expresión artísticos y religiosos:” El problema de la identidad de la América hispana está indisolublemente ligado al continuado proceso de destrucción de sus culturas históricas de origen. Y es asimismo inseparable del sistema cultural exterior de dominación colonial sus refundaciones modernizadas, sólo podían y sólo pueden asentarse sobre aquella condición negativa: la desintegración de las culturas históricas de América, la lenta pero consistente eliminación de su memoria”. Se construye una identidad sustantivada a espaldas de los pueblos americanos y contra su memoria histórica. Una identidad impuesta por el poder exterior del Imperio a las formas de vida originales, que privilegia el silencio sobre la memoria; simulacro compensatorio y ocultamiento de un proceso efectivo de racionalización y uniformización de formas de vida. Los indígenas son sólo las zonas residuales del desarrollo capitalista. La falsa universalidad forjada por el colonialismo implica demoler del núcleo creador de culturas a partir del cuales las comunidades interpretaban la vida, abatir un cosmos de sentidos. La modernidad se implanta con violencia sobre el territorio y el imaginario en una operación exilia al sujeto de su comunidad real - núcleo de la memoria historica- en nombre de un Yo universal. Este sistema civilizador que inflamó tanto a cruzados medievales como los conquistadores del Nuevo Mundo, destruyó las realidades comunitarias de una Europa y una España cosmopolita, pluriétnica y plurirreligiosa, en beneficio de un proyecto político universalista y radicalmente uniformador: la civilización cristiana. El concepto cristiano de “civilización mundial” lleva implícito el vaciamiento de un continente. Da cuenta del Nuevo Mundo como continente vacío de historia, de comunidades reales y de vida; supone la instauración en ese espacio de una lógica supuestamente universal ,de una identidad trascendente y absoluta: el Yo vacío, el sujeto colonizador. El héroe cristiano pertenecía a una España que había eliminado por decreto las dos terceras partes de su población, que durante nueve siglos había practicado el mestizaje entre judíos, moros y cristianos. La colonización destruye formas de vida, objetos de culto, valores espirituales, espacios físicos; somete a un orden moral y económico completamente ajeno, como premisa de un expolio económico de recursos naturales y fuerza humana de trabajo. Mignolo señala el lado oscuro del Renacimiento relacionado con la colonización temprana. Las Américas son la primera periferia del mundo moderno y parte de sus grandes mitos, donde se articulan las diferencias culturales en jerarquías cronológicas, empleando categorías como el espacio y el tiempo para dominar. La colonización supuso la coexistencias de lenguajes, literaturas, memorias y espacios .La semiosis colonial supone más de una tradición al mismo tiempo que la asimetría en las relaciones de poder entre dos o más polos La existencia de varias tradiciones discursivas determinados por relaciones de hegemonía y subordinación o marginalidad es innegable y reproduce el funcionamiento de la sociedad latinoamericana. En los diversos niveles se manifiesta la desigualdad de la relación entre los sistemas, habría que analizar el caso de las literaturas marginales que goza una alta autonomía artística pero que no dejan de ser dependientes en sus condicionamientos sociales. Siguiendo esta línea de reflexión, no se puede cuestionar validez artística y representatividad social a los sistemas marginales. Proponer una redefinición del corpus de la literatura latinoamericana significa incluir nuevos objetos, tarea que conlleva grandes desafíos como la de la formulación de nuevas teorías. Uno de los interrogantes vertebra este capítulo: ¿qué categoría teórica es apropiada para enfrentar la multiplicidad de literaturas/ discursos que coexisten en América Latina?. La primera alternativa es aceptar el dato empírico de esa multiplicidad efectiva y procesarlo mediante la categoría de pluralidad. En este sentido el término literatura latinoamericana puede conservarse para designar un espacio virtual en el que proliferan muchos sistemas literarios, distintos y hasta autónomos. Buena parte de la prácticas críticas de literaturas marginales y de literaturas étnicas y populares suele clausurarse en su propio ámbito. No se trata de una opción fácil. Las diferencias entre sistemas son decisivas; abarcan conceptualización, modos de producción, funcionamiento y hasta materialidad del ejercicio literario. Existen problemas de competencia

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en cuanto la propia multiplicidad divergente que exige especializaciones que impiden, o dificultan gravemente, las visiones de conjunto. La categoría de pluralidad no da razón de hechos fundamentales.Al autonomizar los sistemas literarios, impide trabajar eficazmente las relaciones entre ellos: encontrar, por ejemplo, interferencias de los discursos cristianos en los himnos religiosos indígenas modernos, o o rastrear estructuras de la poesía culta en la poesía popular urbana. Todos los sistemas literarios- aún los que poseen autonomía artística muy marcada,-como podrían ser las literaturas de los grupos étnicos de la Amazonia- se mueve en un solo espacio histórico que, desde la Conquista, engloba, con vigor creciente, a la sociedad latinoamericana íntegra-hoy atraviesa la frontera de los Estados Unidos. La historia común consolidada imaginarios sociales que imprimen determinadas urgencias y articulaciones simbólicas a los discursos; aunque las experiencias históricas sean desiguales y desiguales sean también las respuestas culturales que suscita. Leemos en el prólogo a su obra de teatro Todos los gatos son pardos:” Pero vista de otra manera, la literatura mexicana, desde la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España hasta Obsesivos días circulares y de Fray Bernardino de Sahagún a fray José Emilio Pacheco, es un solo y vasto intento de recuperar la memoria recuperando la palabra. Porque en México la palabra pública también desde las Cartas de relación de Cortés hasta el penúltimo informe presidencial, ha vivido secuestrada por el poder y el poder, en México, es una vasta operación. Si no fuese por la tarea de algunos escritores, la historia de México no tendría más voz que el zumbido de las moscas en los basureros de los discursos, las falsas promesas y las leyes incumplidas. Y cuando digo escritores, lo digo en el más amplio sentido: me refiero lo mismo a Sor Juana Inés de la Cruz, que salva a la colonia del silencio, que a Emiliano Zapata, que alguna vez salvó a la revolución de la mentira”(Carlos Fuentes) La totalidad no diluye las contradicciones reales; por el contrario, las pone de relieve; son la materia con la que está hecha . En otras palabras: sólo porque las relaciones son preferentemente contradictorias es que se pueden armar con ellos una totalidad- de la misma manera que las contradicciones entre las clases sociales son las que permiten entender la sociedad como un todo. Desde mediados del siglo XX hay un cambio en la percepción del mundo y del sujeto; se consagra una lectura que rompe con la visión homogénea, privilegiando la diferencia y la pluralidad. El intelectual, de modo gradual, acerca instituciones como la literatura y la antropología; asumiendo la tarea de traductor de culturas condenadas; de compilador solidario de palabras de otros. La puesta en cuestión de las lecturas tradicionales de la cultura supone la impugnación de la distribución de los espacios. Una de las cuestiones más álgidas es la polémica relación oralidad/escritura. . Las categoría heterogeneidad se relaciona con este nuevo discurso que admite las oposiciones en mayor medida que las armonías: “Hoy concebimos a América Latina como una articulación más compleja de tradiciones y modernidades (diversas, desiguales), un continente heterogéneo formado por países donde, en cada uno, coexisten múltiples lógicas del desarrollo”(Néstor García Canclini). Su crítica a los relatos omnicomprensivos sobre la historia puede servir para detectar las pretensiones fundamentalistas del tradicionalismo, el etnicismo y el nacionalismo, para entender las desviaciones autoritarias del liberalismo y del socialismo. Lo culto, lo popular y lo masivo sufren un proceso de reformulación al instaurarse la modernidad latinoamericana, acusando, de modo especial, el impacto producido por el mercado internacional. Lo culto/moderno- hegemónico, elitista, erudito, ilustrado -no es borrado por la industrialización de los bienes simbólicos. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez es un ejemplo. Del lado popular (subalterno/tradicional) hay que preocuparse menos por lo que se extingue que por lo que se transforma. Al reubicarse la artesanía y el folklore, se desvanece la pretensión de que forman universos autosuficientes. Lo masivo que está en directa dependencia del mercado no es necesariamente incompatible. La presencia de la tecnología de medios reutiliza los productos de los otros sistemas, se produce su transformación. No funciona la oposición abrupta entre lo tradicional y lo moderno, tampoco lo culto, lo popular y lo masivo están donde nos habituamos a encontrarlos. Deconstruir esa división en tres pisos, esa concepción del mundo de la cultura nos conduce a averiguar si su hibridación puede leerse en las disciplinas que los estudian por separado(García Canclini). Una zona literaria es una unidad orgánica de relaciones, distorsiones, movimientos, intercambios, cuya base se sitúa en una historia de parámetros comunes. Si se concibe la cultura latinoamericana como heterogeneidad no se puede seguir pensando en términos de

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centro y periferia; hay que asumir la presencia de múltiples espacios y migraciones incesantes con zonas abiertas y zonas cerradas; aquellas marginadas suelen adquirir un gesto de autodefensa que torna rígidos sus fomaciones discursivas. En su última gran obra, La tempestad (1611), William Shakespeare en una de las más sutiles visiones imperiales, imaginó a América como una apartada isla en la que un noble, Próspero naufraga junto con su hija y su corte. Allí, ayudado por el genio Ariel - representación de los poderes del espíritu- somete a Calibán, el nativo malvado y a su madre, obligándolo a trabajar para ellos. Calibán/ caníbal es el americano.” Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán: Próspero invadió las islas, mató a nuestros antepasados,esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para poder entenderse con él: ¿Qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma para maldecirlo,...? No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad ”( Roberto Fernández Retamar) Bibliografía Gloria Anzaldúa, Borderlands. La Frontera.The New Mestiza, San Francisco: aunt lute books,1987 José María Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, Buenos Aires:Losada, 1971. Alejo Carpentier, El reino de este mundo,Chile: Editorial Universitaria, 1967. Michel de Certeau, La escritura de la Historia, México: Universidad Iberoamericana, 1993. Antonio Cornejo Polar. "Las literaturas marginales y la crítica: una propuesta" en Augusto Roa Bastos y la producción cultural americana, Bs. As: Ed. de la Flor, 1986. Saúl Sosnowski (compilador) Antonio Cornejo Polar, Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas, Lima: Horizonte, 1994. Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, Buenos Aires:Ediciones del Sol, 1998. Roberto Fernández Retamar, Todo Calibán, Buenos Aires:Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1995. Carlos Fuentes, Todos los gatos son pardos, México: Siglo XXI, 1980. Néstor García Canclini, Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Bs. As : Sudamericana, 1992. José Martí, Nuestra América, La Habana: Letras Fieras, Letras Cubanas, 1.981. Walter Mignolo, The Darker Size of the the Renaissance, Ann Arbor:The University Michigan Press,1995. Fernado Ortiz, Contrapunto Cubano el Tabaco y el azúcar, La Habana: Dep. de Ciencias Sociales, 1.983. Ana Pizarro, Hacia una historia de la literatura latinoamericana, México: Colegio de México y Universidad Simón Bolívar, 1987. Edward Said, Orientalismo, Madrid: Libertarias, 1990. Eduardo Subirats, El continente vacío. La conquista del Nuevo Mundo y la conciencia moderna, Barcelona: Anaya y Mario Muchnik, 1994. Cap. II. “La internacionalización del Nuevo Mundo”. Tzvetan Todorov, La conquista de América y la cuestión del otro, México: Siglo XXI, 1987.

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