Caemos en el pensamiento mágico

21 nov. 2007 - –¿No somos suficientemente autocrí- ticos? –En ese pensamiento mágico vivimos pri- sioneros de la ilusión, pero esa ilusión no se sostiene y ...
384KB Größe 4 Downloads 94 vistas
Cultura

Página 12/LA NACION

2

3

Miércoles 21 de noviembre de 2007

Los intelectuales y el país de hoy Hoy, José Eduardo Abadi

“Caemos en el pensamiento mágico” Continuación de la Pág. 1, Col. 2

que proporcionarnos el deber cumplido y de la paz que deriva de alcanzar los objetivos propuestos. Abadi es un destacado médico psiquiatra y psicoanalista. Fue presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y actualmente es profesor del Instituto de Psicoanálisis. En esta etapa de su producción intelectual, Abadi ha hecho de la felicidad el eje de sus reflexiones. Sostiene que hay que desprenderse de fórmulas simplificadoras para buscar la felicidad a partir del replanteo, que puede no estar exento de dolor, de metas y de logros. Dice que se trata de todo un programa de vida y que hasta podría convertirse en un programa de gobierno para un país que siempre ha sido demasiado afecto a los atajos, como la Argentina. José Eduardo Abadi también es actor y dramaturgo y se desempeña como periodista cultural en televisión, radio y medios gráficos. En sus numerosos libros ha abordado con recurrencia las debilidades de la clase media argentina y ha analizado nuestra fatal atracción hacia la transgresión y la evasión de reglas y normas. Junto a Mauricio Abadi, su padre, escribió ¿De qué hablamos cuando hablamos? e Invitación al psicoanálisis. Acaba de publicar De felicidad también se vive, que integra una serie inaugurada con Los miedos de siempre, los terrores de hoy y El sexo del nuevo siglo. En estos trabajos, Abadi enhebra reflexiones personales con definiciones sobre la felicidad realizadas por pensadores significativos. Con ello pretende resumir, en pocas líneas, siglos de sabiduría sobre esta búsqueda eterna. –Usted habla de felicidad como un intento de coherencia interior entre los anhelos y la realidad. ¿Trabajamos los argentinos en esa dirección, tenemos esa vocación? –Diría que no, porque somos una sociedad que se encuentra atrapada en el pensamiento mágico. Para convertir un deseo en un logro hay que poner en marcha la voluntad, el trabajo y el esfuerzo necesarios para alcanzar esas metas ideales. El pensamiento mágico nos lo impide. Entonces caemos en fantasías omnipotentes, en creer que somos dotados naturales, en una apología de la improvisación. Suplimos el esfuerzo por el facilismo, que nos conduce al fracaso, la depresión y el autocastigo. Peor aún: creemos que el es-

Según el psicoanalista, los argentinos vivimos prisioneros de la ilusión y cuando vemos que es imposible sostenerla caemos en una tristeza paralizante y en la tendencia al autocastigo

GUSTAVO SEIGUER

“La falta de comunidad nos lleva a la resignación patológica y también a la violencia”, dice José Abadi

fuerzo es para los mediocres. –¿No somos suficientemente autocríticos? –En ese pensamiento mágico vivimos prisioneros de la ilusión, pero esa ilusión no se sostiene y nos conduce a una tristeza paralizante o al autocastigo, que los argentinos confundimos con autocrítica. Esto pone en marcha una enorme desvalorización, que contribuye a lo que yo creo que es uno de los síntomas perniciosos de las clases medias urbanas: la envidia. La envidia consiste no en ambicionar lo que otro tiene y me gusta, sino en que el otro

no tenga lo que a mí me falta. La envidia no estimula a mejorar las condiciones personales; más bien convoca a destruir los méritos del otro. –¿Por qué pasa esto? –Esto ocurre por la desvalorización que está en juego, por el autocastigo y por la repetición de una experiencia de fracaso a partir de una premisa errada de que somos omnipotentes y privilegiados. Es una actitud muy infantil creer que hay una sola torta para repartir en vez de darse cuenta de que hay distintas tortas. Vista así, la envidia conspira contra una de las condi-

ciones de la felicidad, que es el vínculo comunitario, la solidaridad con el semejante y la empatía: poder latir en conjunto. La envidia es uno de los mayores obstáculos para la felicidad. –Pero no es una característica particularmente argentina, ¿o sí? –Está en todo el mundo, pero hay determinadas sociedades donde aparece de un modo intenso. Cuánto tiene de eso la Argentina no lo sé, pero sí que aquí la envidia se da de un modo sintomático y patológico. Si a un argentino le va bien no lo dice, porque sabe que lo van a atacar, y si le va mal

no lo dice, porque sabe que lo van a abandonar… Esto genera hipocresía y lesiona uno de los puentes más importantes que hacen a la felicidad: la confianza. Robert Hughes dice que las sociedades que conspiran contra la felicidad en buena medida son aquellas que cultivan la cultura de la queja. Es sabido que existen corrientes o movimientos en la historia de la humanidad que repelen la felicidad, como los fundamentalismos religiosos y los dogmatismos políticos totalitarios, pero también hay pensamientos determinantes a lo largo de la historia que incluyen intrínsecamente el concepto de felicidad: Sócrates, Diógenes, Séneca, la Ilustración francesa, Freud y el psicoanálisis, el Mayo francés, con Marcuse a la cabeza, y algunos posmodernos, como Lipovetsky, Savater, Vattimo… –Usted describe la felicidad como un estado, una manera de vivir y existir que incluye, también, momentos de tristeza y sufrimiento. –Claro: los incluye, no los opone. La felicidad no debe ser entendida como el final de un camino, sino como un ejercicio permanente, y no la podemos pensar si no es en términos de semejantes. No podemos ser si no somos en relación con el otro. –¿No hay felicidad posible en términos exclusivamente personales? –Si no incluimos el mundo, no estamos incluidos nosotros mismos. –¿Cómo se aplica este principio a una sociedad tan individualista como la argentina? –En la medida en que no logramos enlazar o encauzar armónicamente nuestra subjetividad con el destino colectivo quedamos aislados narcicísticamente, lo que es distinto de una individualidad responsable. La falta de solidaridad, la convicción de que sólo lo mío es lo que vale o importa, se refleja en la enorme conflictividad social, en la corrupción, en el caos del tránsito, en la transgresión de las normas de convivencia. Somos una sociedad, pero una sociedad sin comunidad, porque no confiamos en el otro, y si no confiamos jamás vamos a poder armar un proyecto de vida en común, que eso es una nación. La falta de comunidad nos lleva a la resignación patológica y a la violencia. –¿Ve una salida? –Yo intuyo que habrá una mayor conciencia de que muchas de nuestras conductas son sintomáticas y de que la fragilidad comunitaria conspira contra la felicidad. En esa mayor conciencia se ve un intento de repensar ciertas cosas. A partir de ahí se abre una esperanza.