Cada vez más populismo

12 abr. 2010 - EL populismo no es un invento mo- derno; es tan antiguo como la hu- manidad. El que manda, los que mandan, necesitan acatamiento. Y algo.
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NOTAS

Lunes 12 de abril de 2010

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LINEA DIRECTA

SE SIGUE HALAGANDO LO FACIL EN DESMEDRO DE LA EDUCACION Y EL ESFUERZO

Una nueva era para las artes y los oficios

Cada vez más populismo

GRACIELA MELGAREJO LA NACION

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ESDE Resistencia, Chaco, el escritor Mempo Giardinelli escribe para todos los que siguen la actividad de su Fundación: “¡Acabamos de organizar el blog de las Abuelas Cuentacuentos de la FMG, que completa la información institucional de la página web de este programa! Esto es para la Fundación un acontecimiento, e invitamos a todas/os a visitar el blog (http://www.abuelascuentacuentos. blogspot.com/)”. Vale la pena seguir su consejo (además de felicitarlos a él, a todo el equipo de la Fundación y a las abuelas, por supuesto), entrar en el blog y comprobar cuánto ha avanzado el programa (en “Nuestra labor” se describen así: “Cada abuela acompaña el crecimiento de un grupo de niños con lectura literaria, semanalmente, a lo largo de los años. En comedores comunitarios, orfanatos, escuelas. Las voluntarias asisten también a hospitales, geriátricos y cárceles”). Este modelo está siendo imitado en Misiones, en la provincia de Buenos Aires, en Colombia y en Chile. Para los que se quedan pasmados, admirados y boquiabiertos de ver la celeridad con que se propagan las noticias en las redes sociales, éste también es un ejemplo de “viralización”, más calmo pero no menos importante y efectivo. Además de la buena nueva de estas abuelas de cuento de hadas, también los lectores de Línea Directa tienen información para aportar al tema de la columna pasada. Así, en un correo electrónico, Juan Demarco avisa que, en Villa Fiorito, el 11 de marzo último, “arrancó un innovador bachillerato de arte”. El lector encontró la noticia en el portal oficial Argentina.ar y la comparte: “Formará artistas con certificado oficial y contará con prestigiosos docentes y también enseñará oficios. El plan de estudios fue aprobado en 2009 por la Dirección General de Educación de la provincia de Buenos Aires. La escuela cuenta con una matrícula de 250 alumnos; muchos de los alumnos estudian de día y juntan cartones de noche. El director es Diego Llanos, tiene 38 años y creció en el barrio. Seis años de estudio es el período que estipula el nuevo secundario de la provincia. Así, los 50 alumnos que acaban de comenzar las clases tendrán, los tres primeros años, actividades artísticas contraturno”. Otra lectora, la bailarina y pedagoga Inés Sanguinetti, la creadora de la ONG Crear vale la pena (y una de las invitadas especiales al reciente encuentro TEDx Buenos Aires) también se explayó sobre el mismo tema: “Escribo por un lado con la alegría que me da ver en un medio masivo reflejadas las ideas y acciones que me han puesto en marcha hace años, junto a miles de otros, tratando de difundir y hacer conocer el valor del arte y la creatividad en la nueva alfabetización que nuestras culturas y sociedades necesitan. “Crear vale la pena existe desde hace 15 años en la Argentina, trabaja en las villas que son también tremenda noticia en el diario hoy y estamos debiendo cerrar nuestros espacios por falta de apoyo. Quizá cuando en los diarios haya más notas sobre estos temas disminuirán las que nos advierten de lo que significa que la población habitante de villas haya crecido en los últimos años más del 50 por ciento.” Esta coincidencia de los dos lectores sobre el valor “del arte y la creatividad en la nueva alfabetización”, como lo define Sanguinetti, no es extraña. Basta comparar con las conclusiones a las que está llegando, por ejemplo, el especialista en temas de impacto de las nuevas tecnologías Eduardo Punset (muy conocido por participar en el programa Redes de la TV española). Para el economista catalán Punset, la educación hoy debe enseñar a “concentrarse, a gestionar emociones, a enfrentar conflictos y a ser altruistas”. Punset dice, y no se cansa de repetirlo cada vez que puede, que “están disminuyendo los índices de violencia en el mundo y aumentando los de compasión y altruismo”, y esto lo enseña “la ciencia tanto como la experiencia de los últimos años, en contra de lo que siguen opinando muchos sectores, sobre todo mediáticos”. Finalmente, para él “sólo pueden consolidarse las políticas y decisiones basadas en el consenso y la reflexión colectiva”. © LA NACION

Graciela Melgarejo recibe los comentarios de los lectores por correo electrónico en [email protected]

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RENE BALESTRA PARA LA NACION

Fue fuerte contra ese seductor inconstante que se llama el fervor popular. Adolfo Saldías, sobre Rivadavia. ROSARIO L populismo no es un invento moderno; es tan antiguo como la humanidad. El que manda, los que mandan, necesitan acatamiento. Y algo más. Desde siempre, el poder debe ser aceptado. Pero el excesivo halago hacia los gobernados persigue la devoción, es decir, el seguimiento exaltado. A través de los siglos, adoptó formas diversas. Los “clientes” de la república romana fueron los primeros rehenes de los gobernantes patricios, cuando el sufragio fue otorgado a todos los hombres libres. El populismo es mucho más que el halago, la dádiva, el comercio de favores, las canonjías. Es un duro sistema de oligarquía en el que una minoría ejercita el poder en forma ilimitada y para su provecho exclusivo. Es un círculo minoritario y abusivo que no sólo se hace aceptar, sino aplaudir. Es un engaño estructurado que se autoalimenta. Modifica las formas, según los tiempos, pero no cambia la esencia. El bonapartismo de Napoleón III y el estatismo lisonjero de Bismark consiguieron, en la Francia y en la Prusia de la época, el fervor de los explotados. En un tiempo de exitismo como el actual, importa demasiado saber que lograr la devoción ardorosa de multitudes circunstanciales no significa necesariamente estar en el buen camino. El auténtico gobierno democrático contemporáneo consiste –en cualquier parte del mundo, y en nuestro propio país– en manejar los incontables resortes del Estado para intentar lograr un mejoramiento social. Esto significa utilizar los mecanismos de la república para conseguir un ascenso generalizado. Acompañando y alentando a esa sociedad en su propio adelantamiento. Paradójicamente, esto sólo es posible si los gobernantes de turno tienen una idea clara de la lamentable situación del común. Conocer fehacientemente y a fondo el estado del país es una condición previa y necesaria para aplicar políticas adecuadas. Por una idea perversa de la sensibilidad, que es la sensiblería ramplona, la demagogia inventa la realidad. Imagina un conglomerado humano que no existe. Aviesamente edifica una patraña. En puridad de verdad, no es que se equivoque, sino que usa el ardid para sus objetivos. Estos no son otros que hacer perdurar la realidad deforme, llena de manquedades, para continuar usufructuándola. Este populismo antiguo, moderno y eterno vive de mayorías degradadas. Esta degradación es la materia prima del sistema. El adecentamiento de la masa, la elevación de su cultura, significaría su fin. El siglo XX fue un formidable muestrario –exhibidos en enormes vitrinas– de oligarquías zurdas que verbalizaron ideas avanzadas para fijar y hacer perdurar sistemas abyectos de explotación. Nuestro siglo continúa en lo mismo. El oficialismo argentino actual es un ejemplo paradigmático. Venezuela, Cuba y Nicaragua constituyen otra “santísima trinidad” latinoamericana. Desde siempre, las políticas auténticamente progresistas y exitosas son aquellas que se han enfrentado valientemente a ciertas realidades precarias,

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tal cual son. Las que han comenzado por aceptar la verdad de la miseria, el analfabetismo y la barbarie. Sabedores de ello, los civilizadores de ayer, de hoy y de siempre acometieron la inmensa tarea de la educación popular, no como una empresa pedagógica escolar, sino como un imperativo civilizador. Suavizar la condena hacia la masa inculta no es una manifestación de ternura con ella, sino una imbécil complicidad con su barbarie. Es como si imagináramos a médicos supuestamente sensibles y solidarios con sus enfermos que, por una

El siglo XX fue un muestrario de oligarquías zurdas que verbalizaron ideas avanzadas para que perdurara la explotación mentida fraternidad, les dijeran que están sanos. La clave de bóveda de este problema y de esta política es que se necesita en los controles del Estado gobernantes que, además de ganar elecciones, sean estadistas. El mundo propiamente político es el del poder y el de los que lo ejecutan. Es inimaginable pensar en ese gobernante huérfano de apoyo. La autoridad, que es la otra cara inexorable de todo poder, se consigue con el acatamiento. Con la idea generalizada entre los gobernados de que

quien dirige merece el cargo. Esto significa gozar de un consenso mayoritario, que en buen romance se llama popularidad. La popularidad es el renombre; la fama, el acompañamiento gustoso. El populismo es el exceso, el abuso, la desmesura. La popularidad apela a la conciencia, al criterio, al sentido común de los seres humanos. El populismo los transforma en objetos maleables. No somos originales si decimos que todos tenemos dentro nuestro impulsos nobles y otros francamente inaceptables. La educación, desde la paidea griega, consiste en alentar las partes buenas y aminorar, acotar o hacer desaparecer las malas. Existe una parábola de una tribu norteamericana: narra que un viejo cacique, rodeado de nietos, les dice que todos tenemos dentro dos lobos eternamente en lucha, desde el nacimiento hasta la muerte. Uno es bueno, generoso, altruista; el otro mezquino, bajo, ruin. El menor de los que escuchan interrumpe, y pregunta: “Abuelo, ¿cuál de los dos gana?”. El cacique contesta: “El que alimentamos”. Así de simple y de complejo. Toda la milenaria historia de la cultura ha consistido en alentar y alimentar lo mejor de los seres humanos. Y desde los orígenes eso ha significado tener el coraje de enfrentarse al facilismo. La educación involucra esfuerzo. Hasta en la etimología latina está el empeño. Literalmente educar viene de e-ducere, que significa “conducir hacia arriba”. El populista halaga lo fácil; lo bajo. Excita los impulsos inferiores: el resentimiento, la envidia, el afán de venganza.

Siempre ha sido así y siempre será así. La pueblada, el hombre anónimo del montón, el piquete, frente al aula, el taller o el laboratorio. El absurdo, la negación, el pecado mortal del educador o del estadista es el populista y el populismo. El primero alimenta con increíble esfuerzo la verdad objetiva; el segundo vive de la duplicidad y la mentira. El universo populista es sustancialmente cínico o sarcástico. La duplicidad entre lo que dice y lo que hace es fenomenal. El término apropiado sería “fantasmagórico”, por lo irreal. Sin embargo, está exhibido y a la vista de todos. En el gobierno actual, personajes de obscena riqueza y de guardarropas infinito pontifican cotidianamente sobre la austeridad. Ex funcionarios del Ministerio de Justicia (retengan el nombre del ministerio) en la época del proceso simulan ser mártires de ese mismo proceso. Madres y abuelas de desaparecidos del terrorismo adhieren fervorosamente al terrorismo actual en España y en Irán. Y una pandilla de sedicentes intelectuales oficialistas podrían reivindicar esta frase de Tertuliano: credo quia absurdum (creo porque es absurdo). El populismo es la garantía segura del inmovilismo. No será nunca –nunca lo fue– la antesala de ningún progreso. Los glotones aprovechadores de esa oligarquía rapaz deben ser señalados y combatidos. © LA NACION

El autor dirige el doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano

Poder político y derechos humanos JOSE MIGUEL ONAINDIA

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L cercano Bicentenario y el reciente aniversario del último golpe militar me conducen a reflexionar sobre dos cuestiones íntimamente ligadas, pero habitualmente abordadas como expresiones inconexas de nuestra convivencia social: la forma de gobierno fundada en la separación de poderes y el goce de los derechos humanos. La forma de gobierno constituye uno de los temas esenciales de la organización de un Estado, pues su análisis determina cómo es la estructura del poder político del país en un momento histórico determinado. Las constituciones escritas dedican una parte sustancial de sus disposiciones a regular este aspecto de la organización estatal, que se denomina “parte orgánica” y que, en una democracia constitucional, debe reflejar la distribución de funciones entre los diferentes órganos estatales. Es necesario enfatizar que la forma de gobierno es la garantía genérica del goce de los derechos humanos, pues sólo cuando el poder del Estado se distribuye entre diferentes órganos se admiten la pluralidad y la representación de minorías, se establece un sistema de controles eficaces, se fijan límites en los mandatos que aseguren la alternancia de personas y partidos, se desconcentra el poder y hay posibilidades ciertas de que los derechos humanos consagrados en la Constitución y en las normas internacionales que los protegen tengan vigencia en el mundo de los hechos. En vísperas de celebrar el primer hecho que permitió la fundación de

PARA LA NACION

la nación argentina, estas cuestiones provenientes de principios elaborados en el siglo XVIII siguen debatiéndose como si todavía estuviéramos antes de Caseros y de la sanción de nuestra Constitución histórica. Y percibo que para el ciudadano agobiado por los problemas cotidianos y la ineficiencia de un Estado que no cumple con sus deberes básicos, las discusiones sobre decretos de necesidad de urgencia, independencia de los jueces y uso de las reservas parecen politiqueras reflexiones sobre el sexo de los ángeles. Debates teóricos y ajenos a su drama cotidiano. Pero no es así. Los habitantes de nuestro país sufren porque aún no se ha resuelto el funcionamiento medianamente eficaz de su sistema político y la separación de poderes se ha tornado en el siglo XXI otra ficción de la Constitución escrita. Peor aún: se la condena como si su ejercicio resultara una sublevación contra la autoridad ejecutiva, que parece la única que debe respetarse. Y ante esta situación no se advierte que cuando el Gobierno tiene más poder, los ciudadanos gozamos de menos derechos. La modernidad política tiene dos aspectos esenciales: uno de ellos es la noción de Estado de Derecho –sujeción de gobernantes y gobernados a la ley–, que tiene por objeto limitar el poder arbitrario mediante la unidad y la coherencia del sistema jurídico. El otro, la idea de soberanía popular, que permite el ascenso de la democracia y el reemplazo de la unanimidad por el debate y por el respeto de las minorías.

El principio de organización de las democracias contemporáneas descansa en la separación de poderes, pues ésta es la técnica fundamental para lograr la protección de los derechos humanos que la comunidad internacional se ha comprometido a respetar y para obtener una organización del poder del Estado que les dé seguridad y respeto. El objetivo de esta separación consiste en evitar la acumulación en un solo órgano de las múltiples funciones que cumple el Estado. Esta separación tiene hoy aún un ma-

No se suele advertir que cuando el Gobierno tiene más poder, el conjunto de los ciudadanos goza de menos derechos yor impacto por el concepto de “Estado social de derecho”, pues las funciones estatales se han multiplicado para dar satisfacción a los múltiples derechos reconocidos a las personas y a la concepción del principio de igualdad, no sólo como igualdad ante la ley, sino como igualdad de oportunidades. Pero estos conceptos fundamentales y básicos de toda democracia constitucional están ausentes en el ejercicio institucional de nuestro país. Ni las facultades propias del Poder Legislativo ni el principio de independencia e inamovilidad de los

miembros del Poder Judicial están dentro de los principios a los que reconozca subordinarse el Poder Ejecutivo Nacional. Excepto que su ejercicio coincida con las directivas que desde él se propician. También es preocupante que cuando se emiten opiniones divergentes con el Gobierno o se dictan sentencias desfavorables a sus decisiones se expresen manifestaciones o se propongan medidas que parecen fundadas en el repudio ideológico o de grupo social, vedado no sólo por los principios del sistema democrático, sino por normas contundentes de los pactos internacionales de derechos humanos, que gozan de la misma jerarquía que nuestra Constitución Nacional y que el Estado argentino se ha obligado a respetar frente a la comunidad internacional ( a mero título de ejemplo, cito el inciso 5 del artículo 13 del Pacto de San José de Costa Rica). La ausencia de respeto a la separación de poderes pauperiza la calidad institucional de nuestro país y la calidad de vida de sus habitantes. El aumento de personas que viven en estado de injustificable pobreza y sin condiciones dignas de subsistencia son la prueba de tan lamentable situación. También nuestra comunidad ha quedado ausente del debate que la contemporaneidad propone para sostener en el nuevo siglo. La Argentina del Bicentenario es un país pobre. Pero rico en odio. © LA NACION

El autor es profesor de Derecho Constitucional y Legislación Cultural (UBA y otras universidades)