búsqueda y recuperación del sujeto a lo largo de algunos desarrollos ...

teorías del signo de Ferdinand de Saussure y de Charles Sanders Peirce, el sujeto como productor de signos ha sido, en cierta medida, una noción soslayada.
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10º CONGRESO REDCOM “Conectados, Hipersegmentados y Desinformados en la Era de la Globalización” Salta 4, 5 y 6 de setiembre de 2008 UNIVERSIDAD CATOLICA DE SALTA Facultad de Artes y Ciencias

BÚSQUEDA Y RECUPERACIÓN DEL SUJETO A LO LARGO DE ALGUNOS DESARROLLOS SEMIÓTICOS

Eje temático: 6. Matrices Teóricas para la Investigación en Comunicación Mesa seleccionada: 6.2. Semiótica Título de la ponencia: Búsqueda y recuperación del sujeto a lo largo de algunos desarrollos semióticos. Docente Expositor: Dra. Ana Luisa Coviello E-mail: [email protected] Cargo y Universidad de procedencia: Dra. En Letras, Universidad Autónoma de Barcelona. Docente Adjunto de la Cátedra de Semiótica, carrera Ciencias de la Comunicación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán. Docente Expositor: Lic. Susan Sarem E-mail: [email protected] Cargo y Universidad de procedencia: Auxiliar Docente de la Cátedra de Semiótica, carrera Ciencias de la Comunicación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán. Docente Adjunta de Expresión Oral y Escrita en la Licenciatura en Comunicación Social. Docente Adjunta de Literatura y Taller de Libretos y Guiones, Carrera de Locutor Nacional, Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. Resumen: Desde los inicios de la Semiótica actual, fundada en las teorías del signo de Saussure y de Peirce, el sujeto ha sido, en cierta medida, una noción soslayada. En Saussure es dejada fuera del campo de análisis, aunque algo puede vislumbrarse a partir de sus conceptos de individuo y de masa. Para Peirce, la noción depende de su perspectiva lógico-epistemológica y faneroscópica, y, por lo tanto, no se puede decir que se trata propiamente de un individuo sino de la mente para la cual el interpretante es un efecto, o de la comunidad de intérpretes que busca la consecución de la verdad a través del método científico, o del fenómeno semiótico que se desarrolla inferencialmente. La tradición saussureana posterior desarrolló una teoría mucho más eficaz: la de la enunciación. La Semiótica actual se plantea como una integración de conceptos provenientes de distintas tradiciones, que intenta superar los vacíos dejados por la primera Semiótica. Volver a la teoría de la enunciación en el punto en que se hace cargo del sujeto como constructor de la realidad y de sí mismo a través de su discurso constituye un punto de partida posible para enlazar conceptualizaciones del sujeto producidas desde teorías divergentes.

BÚSQUEDA Y RECUPERACIÓN DEL SUJETO A LO LARGO DE ALGUNOS DESARROLLOS SEMIÓTICOS 1

Desde los inicios de la Semiótica actual, o primera Semiótica, fundada en las teorías del signo de Ferdinand de Saussure y de Charles Sanders Peirce, el sujeto como productor de signos ha sido, en cierta medida, una noción soslayada. El centro de interés de estas teorías fundacionales ha sido el signo, conceptualizado desde su poder representacional de referentes situados fuera del individuo que los interpreta, como en el caso de Saussure, o de sentidos e intérpretes internos a los procesos inferenciales pero carentes de materialidad y de cuerpo, como en el caso de Peirce. Si bien el Pragmatismo filosófico, que constituye en Peirce una perspectiva relevante para el análisis del sujeto, ha aportado nociones fundamentales como la de acción y la de pasión que permiten concebir al intérprete como un ser activo que construye sentido, lo cierto es que no ha tenido consecuencias evidentes en relación con el aspecto comunicacional, más justo conceptualmente con esta noción en la medida en que visualiza un hombre que no sólo actúa en el mundo de manera inferencial, cognitiva y mental, sino que lo hace también con su propio cuerpo. Dos puntos merecen especial atención: por un lado, el aspecto del sujeto que tiene que ver con su consideración o bien como individuo o bien como comunidad; por el otro, el aspecto relacionado con la noción medular del Pragmatismo y de la Pragmática: la de acción, en torno a la cual articularemos una oposición significativa, la de activo vs. pasivo. El análisis de estos aspectos del sujeto nos llevará a poner en contacto líneas de investigación divergentes, como las ya mencionadas de Saussure y de Peirce, con teorías surgidas del Estructuralismo -nacido a la luz del Curso de Lingüística General-, tales como la Teoría de la Enunciación, y con otras provenientes de los estudios informacionales que derivaron en posteriores desarrollos comunicacionales. La noción de sujeto para Saussure se desprende de su concepción mentalista o psíquica de la lengua. Decimos que ‘se desprende’ porque, en realidad, la deja fuera de su campo de análisis, y hay que inferirla. Al comienzo del CLG, cuando intenta establecer el lugar de la lengua en los hechos del lenguaje, y hablando a partir del “circuito de la palabra” (lo que hoy conocemos como circuito de la comunicación), dice lo siguiente: “Este acto supone, por lo menos, dos individuos: es el mínimum exigible para que el circuito sea completo. Sean, pues, dos personas, A y B, en conversación (…). El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, en el de A, donde los hechos de conciencia, que llamaremos

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conceptos, se hallan asociados con las representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven a su expresión (…) Este es un fenómeno enteramente psíquico, seguido, a su vez, de un proceso fisiológico.” (CLG, Introducción, III.2)

A través de esta cita podemos ver dos cosas. Por un lado, que el término que elige para referirse a los sujetos que se comunican en una determinada lengua es el de “individuos”, que, en su caso, nos remite a la idea de miembros de una comunidad. Por otro lado, que el acto de uso de la lengua es psíquico. Aquí se origina su concepción de signo lingüístico, que es, por ende, conceptual y asociativa: con la separación de lo psíquico y lo físico, se separa también la mente del cuerpo.1 El individuo que habla es un sujeto desprovisto de la materialidad corporal, que tiene existencia a partir de sus representaciones mentales. No olvidemos que la lengua, para Saussure, es una herencia depositada en el cerebro de cada individuo y que el signo es mental, y lo mental, social. Efectivamente, no es el individuo el elemento central de su teoría, puesto que en su proyecto define como objeto de estudio a la lengua, y desdeña el habla por ser puramente individual. La lengua es el aspecto social del lenguaje, y por lo tanto, esa herencia, el “tesoro de la lengua”, está ya dado de antemano en la “masa hablante”: “Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en todos los individuos, entonces nos toparíamos con el lazo social que constituye la lengua. Es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa” (CLG, Introducción, III 2).

Se trata de una comunidad que no tiene poder para cambiar la lengua, pero al mismo tiempo, su mutabilidad emana de esa misma masa. El individuo es incapaz, por sí solo, de modificar la forma2 de la lengua. El sujeto que participa del acto comunicativo es pasivo, no uno que es visto como productor de signos. La noción, entonces, puede vislumbrarse a través de los conceptos de individuo y de masa.

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Véase Verón, 1998, p. 99. Hablamos de “forma” de la lengua en el sentido saussuro-hjelmsleviano.

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En Peirce, la noción depende de su perspectiva lógico-epistemológica y faneroscópica, y, por lo tanto, no se puede decir que se trata propiamente de un individuo sino de la mente para la cual el interpretante es un efecto: “Un signo o representamen es algo que está por algo para alguien en algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o quizás un signo más desarrollado. A ese signo que crea lo llamo el interpretante del primer signo”. (CP 2.228, c.1897)

La Semiótica de Peirce está basada en su teoría de los signos, que no se restringen ya a los lingüísticos, sino que abarca todos los sistemas de signos. Su objeto de estudio es la semiosis, proceso triádico de inferencia mediante el cual a un signo (representamen) se le atribuye un objeto a partir de otro signo (interpretante) que remite al mismo objeto. El signo es un fenómeno, lo que se aparece a la mente (fanerón). Con Peirce no hablamos de materialidad, porque su sujeto es también un fenómeno, un fanerón, por más que el filósofo haya dado el instrumento para su recuperación: el interpretante. Esta conceptualización está hecha desde una perspectiva diferente a la de Saussure: lo que Peirce intenta es analizar los procesos por medio de los cuales los hombres conocemos la realidad, a partir de una verdad, siempre provisional, que proviene de la experiencia de procesos inferenciales anteriores y comunitarios. El pensamiento del hombre es un pensamiento en signos, y, por lo tanto, los saberes científicos se construyen socialmente. De estas consideraciones surge la concepción de un sujeto intrínseco a la semiosis, según la cual el hombre mismo es también un signo, un fenómeno de naturaleza semiótica -sujeto semiótico que se desarrolla inferencialmente-; o la conceptualización de un sujeto como miembro de una comunidad de intérpretes que busca la consecución de la verdad a través del método científico. Estas dos visiones del sujeto podrían sintetizarse en una dicotomía en la que el papel del sujeto se manifiesta pasiva o activamente. El sujeto de Peirce es activo, produce interpretantes, actúa en el mundo. Detrás del interpretante hay un intérprete que forma parte del referente, es decir, de la realidad que él mismo construye. En cambio, Saussure, al dejar de lado el habla, deja de lado la actividad del sujeto, el uso del sistema, la acción. No cuenta la intención (concepto eminentemente pragmático),

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porque no cuenta el acto de decir, la acción de la palabra, lo que se quiere hacer o producir con lo que se dice. Sin embargo, la noción de sujeto en Peirce no es totalmente clara. Aparece asociada a su concepción de semiosis, pero también hay que inferirla. Muchos sostienen que la semiosis de Peirce es una semiosis sin sujeto, precisamente porque su centro de interés es el proceso y no el sujeto como partícipe de un acto comunicativo. De hecho, la perspectiva comunicacional también está ausente, aunque luego se haya podido restituir a su teoría este aspecto, en una visión retrospectiva. Volviendo a Saussure, al desdeñar el estudio del habla como objeto, la herencia saussureana se concentra en la lengua. Cuando se ve la posibilidad de constituir el habla como objeto de estudio, se recupera la noción de acción, y surge, como consecuencia, el sujeto como productor, como agente. El Generativismo, en la versión posterior de una rama del Estructuralismo, tampoco dio cuenta del agente, del que realmente realiza los actos verbales. Por el contrario, siguió barajando el concepto de un sujeto pasivo, del que dio cuenta la dicotomía competencia vs. actuación, otra versión de la oposición lengua vs. habla. Sin embargo, hay otra tradición saussureana: la Teoría de la Enunciación, que desarrolló una conceptualización mucho más eficaz, elaborada, precisamente, como una teoría de la subjetividad. La recuperación del sujeto, por lo tanto, comienza a producirse con los estudios comunicacionales, incluso antes del descubrimiento en Europa de la obra de Peirce, no en la década de 1970, como se asegura,3 sino tras la importación de la Teoría de la Comunicación, desde los Estados Unidos a Europa, por parte de Jakobson. Efectivamente, la Teoría de la Información, reformulada por el mismo Shannon en colaboración con Weaver desde una perspectiva comunicacional, y luego adaptada por Jakobson, introdujo en los estudios de las Ciencias del Lenguaje la posibilidad de abrir el espectro de objetos de estudio de estas, privilegiando el análisis de la situación comunicativa en la interacción verbal. Este es el punto de partida de lo que luego se llamó Teoría de la Enunciación, que surgió como consecuencia de la observación del fenómeno lingüístico de la deixis, uno de cuyos máximos teóricos fue Émile Benveniste. El habla se erigió, entonces, en el centro de las reflexiones lingüísticas y comunicacionales, y dio a pie a que se elaborara

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Cf. Verón, 1998, p. 100.

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la noción de discurso, como la puesta en funcionamiento de la lengua por un sujeto emisor en una situación concreta de enunciación. En esta teoría, el sujeto produce enunciados desde unas determinadas coordenadas espacio-temporales que constituyen su situación de enunciación, transformando la lengua en discurso y dejando en él las marcas de su subjetividad e intersubjetividad con el receptor. Así, el sujeto se desdobla, porque es, al mismo tiempo, sujeto y objeto de su discurso. Hay, en la teoría de la enunciación, un principio de representación: el sujeto de la enunciación, ese yo que representa el mundo y también es representado en y por su discurso. Esto es, el sujeto construye la realidad y se construye a sí mismo a través de su discurso. Este sujeto de la enunciación es una noción puramente individual. Se trata de un individuo que se erige en emisor en una situación concreta de enunciación, y, por lo tanto, no es el sujeto colectivo de la semiosis social. Sin embargo, un posible punto de encuentro entre ambas concepciones de sujeto –las que pueden reastrearse en Saussure y en Peirce- sería la diseñada por Escandell Vidal, desde su perspectiva pragmática: “Hemos dicho que hay una interiorización del mundo [en los hablantes] y, por tanto, que la información pragmática es de naturaleza claramente subjetiva; ello no implica, sin embargo, que la información pragmática de cada individuo sea radicalmente diferente de la de los otros. De hecho, los interlocutores suelen compartir enormes parcelas de información, que comprenden los conocimientos científicos, las opiniones estereotipadas o la visión del mundo que impone la pertenencia a una determinada cultura.”4

La información pragmática comprende todos los factores relacionados con la intersubjetividad, es decir, todos los conocimientos, creencias, supuestos, opiniones y sentimientos del hablante en la interacción verbal, el contexto de uso, los elementos socioculturales presupuestos por el uso y los objetivos, efectos, pasiones y consecuencias de esos usos. Pero también abarca el conjunto de la experiencia pasada, que se torna colectiva, que es compartida y actualizada5 en el momento de la interacción. Cabe destacar que Escandell Vidal sostiene que la información pragmática

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Escandell Vidal, 1993, p. 37. Según el Diccionario de la Real Academia Española, actualizar es “hacer actual algo, darle actualidad; poner en acto, realizar; en Lingüística, hacer que los signos asociados sistemáticamente en la lengua se conviertan en habla, constituyendo mensajes concretos e inteligibles”. Si comparamos el término con el adverbio inglés actually (“en realidad, realmente”), el significado se especifica: es lo real, lo que marca el anclaje con la realidad, su conexión con ella. 5

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implica “una interiorización de la realidad objetiva”6, concepto que nosotros revisaremos cuando propongamos una noción de sujeto que no se plantee como algo externo a la realidad. La Semiótica actual se presenta como una integración de conceptos provenientes de distintas tradiciones, es decir, como teoría que intenta superar los vacíos dejados por la primera Semiótica. Volver a la Teoría de la Enunciación en este punto, en el que se hace cargo del sujeto como constructor de la realidad y de sí mismo a través de su discurso, constituye un punto de partida posible para enlazar conceptualizaciones del sujeto producidas desde teorías divergentes. He aquí, pues, nuestro aporte: a partir del breve recorrido que hemos hecho por las teorías fundacionales de los padres de la Semiótica, podríamos elaborar un concepto de sujeto colectivo, que se acerque al de Peirce, y que además se equipare al saussureano de “masa hablante”. Consideraríamos lo que ambos tienen de comunitario, pero alejado de la pasividad que caracteriza a la masa de Saussure, y asumiendo la perspectiva del Pragmatismo filosófico desde el que parte Peirce.7 Precisamente, la Teoría de la Enunciación comparte con la rama peirceana de la Semiótica actual el estudio de la enunciación no sólo a partir de la recuperación del sujeto como agente activo-, sino también a partir del sentido que cada enunciación produce. Aquí el sentido se elabora en el proceso de semiosis que termina provisionalmente en el interpretante, a partir de un nuevo sentido que el sujeto produce mediante una relación triádica de inferencia. Decíamos que la noción de sujeto de la Teoría de la Enunciación es puramente individual, y que la de Peirce, aunque colectiva, carece de la materialidad que tiene la primera -una materialidad plasmada a través del discurso. En este sentido, y tratando de revisar estos matices fundamentales de cada una, creemos que la noción de sujeto debe ser repensada, de manera tal que podamos unificar en un solo concepto estos aspectos. Consideramos que una herramienta operativa que podría reflejar esta intención de renovación teórica es la de un sujeto colectivo inmerso en comunidades semióticas. Si la información pragmática de un individuo no es totalmente diferente de la de otros, es porque cada uno de ellos se encuentra integrando una red semiótica comunitaria, que hace posible los procesos inferenciales y de comunicación. Es decir,

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Escandell Vidal, 1993, p. 37. El Pragmatismo de Peirce, como filosofía de la acción, puede verse tanto en su concepción de signo como en la de verdad, dado que esta última es una construcción social. 7

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hay saberes que son compartidos, conceptualizaciones del mundo y experiencias anteriores que orientan y legitiman su producción de sentido. Y aunque aparezca en cada uno un elemento innovador, una vez que empiece a formar parte de esa red, se tornará universalizable. Al decir de Tanius Karam, “la subjetividad es condición de la acción, [de] los procesos de construcción de sentido de los grupos y actores sociales”.8 Ahora bien, en todas estas teorías, aunque no de manera explícita ni idéntica -ni siquiera como problemática- está presente la noción de sujeto. En el caso de Saussure, dependiendo de su concepción psicologista del signo lingüístico. Si el signo es la unión de un significante, esto es, no el sonido material de la cadena fónica, sino su “huella psíquica” -su representación mental-, y un significado, que es el concepto, no cuentan ni la materialidad del sentido ni el sujeto en cuya mente se elaboran la huella del sonido y el concepto. De la misma manera, a Peirce le interesan los procesos cognitivos, los modos que tenemos de conocer la realidad9. Es obvio que está pensando en un hombre, pero su interés está centrado en el proceso lógico de conocimiento del mundo y no en el sujeto que lo produce. Llegados a este punto, nos preguntamos: ¿dónde ubicamos al sujeto en el proceso inferencial? Al decir que algo representa alguna otra cosa para la mente de un intérprete, es como si se separara la mente (del sujeto) de su cuerpo. Es obvio que los procesos cognitivos son construcciones del pensamiento, no del cuerpo, pero también cabe pensar que el hombre es un todo compuesto de las dos cosas. La perspectiva comunicacional es más justa con el cuerpo del que interpreta, en la medida en que considera al sujeto como ser cognitivo y como ser sensorial y empírico. En esta línea se encuentra la Teoría de la Enunciación, cuyo sujeto es empírico, esto es, se lo puede evocar a partir de las coordenadas que establece en su discurso. Es verdad que cuando analizamos los enunciados nos vemos irremediablemente limitados a rastrear las huellas que la enunciación ha dejado en ellos, y, por lo tanto, las representaciones de sí mismo que han quedado plasmadas en su discurso, no el sujeto en sí mismo como ser con cuerpo. Sin embargo, el sujeto es reconstruible, materializable por los deícticos que señalan su ubicación en el espacio y en el tiempo.

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Karma, p. 239. No olvidemos que la teoría peirceana parte de una perspectiva lógico-epistemológica. Lógica, porque se perfila como una ciencia de las condiciones necesarias para la consecución de una verdad. Epistemológica, porque aparece como teoría del conocimiento, es decir, como una teoría que indaga en los modos en que el sujeto conoce la realidad. 9

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Rescatamos, pues, de esta teoría, la presencia de la materialidad del cuerpo del sujeto, un sujeto experiencial, que, sin embargo, es individual y exterior a la realidad que enuncia. En cambio, en Peirce, el sujeto empírico no se vislumbra, pero forma parte de una red semiótica de la que él mismo es un agente. El hombre es un signo que se desarrolla en el tiempo, y, por tanto, no es un sujeto que queda afuera de la realidad, y, por otra parte, al formar parte de un proceso temporal, no puede aislarse del resto de los hombres que lo precedieron y que lo seguirán.

Ahora sí, retomemos la herramienta operativa que propusimos antes, la del sujeto colectivo inmerso en comunidades semióticas. Este sujeto colectivo recupera la experiencia del pasado; por lo tanto, implica, a la vez, la herencia saussureana, la memoria y la semiosis peirceana de la significación ya producida, y, por ende, asimilada y compartida, un conocimiento experimentado del mundo. Pero como el hombre es también un signo que se desarrolla en el tiempo, el sujeto colectivo acumula el devenir temporal de aquel, reuniendo el pasado en el representamen, el presente en el objeto y el futuro en el interpretante, en cuanto que siempre la experiencia nueva es ya una construcción de futuro. Al recuperar la experiencia de un pasado comunitario, el sujeto comparte información pragmática con el resto de miembros de la comunidad interpretativa a la que pertenece, y simultáneamente aporta interpretaciones nuevas, propias del aspecto individual de su subjetividad (recordemos que la subjetividad también se construye socialmente). Estos conceptos nos llevaron a proponer la noción de comunidades semióticas, elaborada en base a la de comunidades lingüísticas10, que, en su intersubjetividad e interacción discursiva, determinan a los individuos como sujetos que construyen espacios que se intersectan continuamente en el marco de sus experiencias sociales e institucionales. De esta manera, pues, los procesos de producción de sentido pueden ser todo lo creativos que se quiera, pero nunca estarán al margen de la comunidad que ha posibilitado que tales interpretaciones tengan lugar. 10

A la inicial noción de ‘comunidad lingüística’ como conjunto de personas que utilizan un lenguaje común, se han añadido delimitaciones tales como las de comunicación (Hockett), multilingüismo (Gumperz), interacción social, marco físico y normas de comportamiento comunes (Fishman; Labov), sentimiento de pertenencia a una comunidad (Hymes; Halliday), entre otras. Todas ellas han aportado criterios esclarecedores, que dan cuenta de una noción compleja y mudable, en especial desde que se incluyera el factor de interacción, del que habla R. Le Page.

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Efectivamente, más que una interiorización de la realidad objetiva, como suele 11

decirse , hay una integración del sujeto en el mundo que lo rodea, el sujeto forma parte de ese mundo manifiesto en sus prácticas discursivas, de tal manera que no existe algo “externo” a él que se interioriza, sino que el mundo y él, a la vez, construyen y son construidos en el flujo discursivo de la semiosis social. Las comunidades semióticas son, como se deduce de lo expuesto hasta aquí, conjuntos de individuos que comparten los mismos mecanismos de construir realidades, los mismos mecanismos de producir y desarrollar procesos inferenciales y de conocerse a sí mismos y al mundo que integran. Sin embargo, el espacio para el accionar individual estará determinado por condiciones de distinto orden (neurológicos, sociales, culturales, económicos, etc.). Así, al pasar la teoría de Peirce por el tamiz de las teorías de la comunicación y de la Teoría de la Enunciación, basadas en el estudio del habla, se produce la recuperación de la materialidad del sujeto. Peirce da el instrumento para su recuperación: el interpretante; con él se recupera el sentido y con ambos al sujeto que lo produce. Estamos aquí alejados de la concepción faneroscópica del sujeto, efecto producido por la puesta en relación de las teorías peirceanas con las comunicacionales y con la Teoría de la Enunciación. El sujeto colectivo inmerso en comunidades semióticas ya no es solamente el individuo cuyo cerebro recibe el tesoro de la lengua pasivamente, ni solamente la mente para la cual el interpretante es un efecto, ni tampoco el sujeto puramente individual de las teorías comunicacionales y de la Enunciación, sino uno cuya mente está unida a un cuerpo materializable por su discurso; pero este discurso será el del fluir temporal de la semiosis social.

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Escandell Vidal, 1993, p. 37.

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