Aznar, Moska y la ruta de la canción

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Espectáculos

Página 10/LA NACION

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Viernes 18 de diciembre de 2009

MUSICA Aznar por Moska y el músico carioca en la visión del argentino

Juntada El virtuoso instrumentista y compositor argentino se reunió con su par carioca para una serie de shows en la Argentina, Brasil y Chile

Gilberto Gil todavía tiene cuerda para rato Se presentó con su hijo Bem y Jaques Morelenbaum Muy bueno ((((

The String Concert, espectáculo a cargo de Gilberto Gil (voz, guitarra), Jaques Morelenbaum (chelo) y Bem Gil (guitarra). Obras de Gil y de Caymmi, Dominguinhos, Mautner, Gordurinha, Agustín Lara y otros. Anteayer, en el teatro Gran Rex.

CARINA COSENTINO

Aznar, Moska y la ruta de la canción Pedro Aznar y Paulinho Moska volverán a coincidir en un mismo show esta noche, a las 21, en el teatro Ateneo En una de sus canciones más conocidas por los porteños, el brasileño Paulinho Moska habla de encuentros y desencuentros, y tanto él como Pedro Aznar han desarrollado una lista de ellos en los últimos años. Los encuentros fueron musicales. Mientras Pedro Aznar se juntó en ocasiones con músicos brasileños y con los locales Luis Salinas y David Lebón, Moska entró lentamente al Río de la Plata de la mano de Jorge Drexler y Kevin Johansen. Los desencuentros, en cambio, huelen a despedida: ambos músicos se alejaron de las grandes compañías que frecuentaban para editar a su antojo. Mientras el brasileño se guardó por unos años, a causa de un programa de televisión y de radio que lo tuvo ocupado en otros menesteres, el ex Serú Girán editó una serie de discos y DVD dobles, como el flamante Quebrado vivo, registro en directo de la presentación de su último álbum.

“Antes de encontrarme con Jorge Drexler y con Kevin Johansen, Pedro fue mi primer contacto con la lengua y con la música de origen argentino –y uruguayo–”, comenta Moska. “Celso Fonseca me invitó para ver un concierto de él en un club de jazz en Río –agrega el músico carioca–, pero antes de eso ya lo había visto en Ipanema, en la playa, en el 97. Como todos, quedé muy impresionado por su musicalidad y por su voz. Después conocí un poquito de lo que había hecho con Charly García y también su labor con Pat Metheny, y dije: «Qué tipo tan interesante que trabaja con dos polos muy distantes: la delicadeza de Metheny y la cosa explosiva de Charly». Después lo invité a participar de un festival del Mercosur en Brasilia, y a partir de ahí seguimos conectados por Internet.” Aznar y Moska estrenaron su colaboración el fin de semana último en el teatro ND/Ateneo, y hoy irán por

un segundo capítulo (a las 21, en Paraguay 918). –¿Cómo se articula el show? Aznar: –Está pensado como un proyecto especial; no es lo que cada uno hace usualmente con sus shows de carrera, sino que nos damos el gusto de visitar las músicas favoritas del repertorio del otro y, a su vez, cantar canciones de otros autores que nos gustan. El otro día, mientras terminábamos de conectar todo, Paulinho se puso a mirar mi discoteca y se reía. “Tenés los mismos discos que yo”, me dijo, y además son los mismos discos de cada artista. Moska: –Hay más o menos unas diez canciones que tocamos juntos, además de las que hacemos por separado. Hay mucho de Brasil y de la Argentina. Aznar: –Hay zambas y hay sambas... Moska: –Cosas de Vinicius de Moraes y de otros autores. Respetamos el encuentro, la idea de que es también un

encuentro de países, de generaciones, de historia de la música, de los artistas que nos influyeron. Es una preocupación de que sea algo cultural, algo más que dos músicos tocando. Aznar: –Es también un sano ejercicio de abandonar el control total que cada uno tiene de su carrera. Cuando te encontrás con un colega, con un par, tenés que tener otra actitud, porque esta fusión es una entidad que es diferente de los dos por separado y es otra cosa que quiere ser así porque así es la interacción. Para los dos músicos “encontrados”, el principio de su interacción es la canción. “A diferencia de Pedro, no tengo un trabajo instrumental, soy un cantautor, y las canciones para mí son muy importantes”, admite Moska. “Es una celebración del poder que tiene la canción para comunicar la cultura de un país a otro”, concluye Aznar.

En el programa están las canciones de siempre –“Andar com fe”, “Superhomem, a canção”, “Metafora”, “A raça humana”, “Expresso 2222”–; la voz, con su timbre inconfundible, sus falsetes, sus agudos y su inteligencia para sortear obstáculos en los sectores más dañados, es la misma; la musicalidad, también. Pero Gilberto Gil nunca se abandona a la inercia de la mera repetición. Sabe que tiene mucho aún para extraer de la riqueza y la variedad de su obra, que sus admirables canciones están abiertas siempre a nuevas lecturas. Y quizás ahora fuera el momento de despojarlas de ornamentación y salir en busca de su esencia, recreándolas con una formación acústica en la que importan, sobre todo, las cuerdas. Como él mismo subrayó: las dos de su garganta, las doce del par de guitarras (la suya y la de su hijo Bem) y las cuatro del chelo, puestas en las mejores manos: las de Jaques Morelenbaum. Y todavía más: para ahuyentar cualquier riesgo de rutina, y de paso confirmar que su inspiración como músico y letrista sigue tan fresca como en los tiempos de juventud pretropicalista, añadió algunas creaciones flamantes: “Das duas, uma” –compuesta, a pedido, y con todo el sentimiento, para su hija María, en ocasión de su matrimonio–, y “Quatro coisas”, otra ofrenda amorosa para su mujer, Flora, a quien también regaló esa antigua maravilla que lleva el nombre de ella y que eligió para abrir, en clave de bossa nova, el recital. Ya desde ahí, él solo en el escenario, a pura guitarra y voz, se advirtió que volvía a renacer la estrecha

Sebastián Espósito

e íntima relación con la platea. Y cuando ya Morelenbaum y Bem se habían sumado para el segundo título –“Esotérico”, del tiempo de los Doces Bárbaros–, se advirtió algo más: aquí el protagonismo no está confiado a una voz o a una exhibición de virtuosismos vocales o instrumentales. Lo que importa es la canción. Entera, con sus palabras milagrosamente engarzadas en la música, con los nuevos arreglos concebidos a la medida de sus necesidades expresivas, musicales o poéticas. (¡Cuántas veces no se habrá reparado lo suficiente en el ingenio de las letras de Gil!) Reina la canción y todo es deleite. Porque a los títulos renovados –a “Superhomem” (en tren de samba canción); a “Rouxinol”, aquel tema de Mautner que habla de un rock de Oriente y del “pájaro de seda con olor a jazmín”; al samba inmortal de Caymmi (“Saudade de Bahía”), o al samba-rock “Chiclete com banana” (de Gordurinha y Almira Castilho, o tal vez Jackson do Pandeiro), que se anticipó diez años al tropicalismo en su voluntad de ver “la gran confusión” entre bebop, tamborins, pandeiro y boogie-woogie– Gil suma un sector de marcado sabor nordestino. Primero con las bellísimas melodías de Dominguinhos “Lamento sertanejo” y “Tenho sede”; después, con su “Não tenho medo da morte”, que en la despojada versión (voz, apenas, y la sugerencia del ritmo en los golpes sobre la caja de la guitarra), multiplica la desgarradora sinceridad de la reflexión (“tendré que morir viviendo/sabiendo que ya me voy”). Todavía quedan el fragmento afro (“Baba alapalá” enciende al coro), un clásico (“Expresso 2222”) que levanta a la platea y la consiguiente seguidilla de bises, que abre con Agustín Lara y cierra con la inoxidable “Viramundo”. Hay nuevas ovaciones, pero pocos piden más. Es hora de agradecer la generosidad del show.

Fernando López

Canciones de siempre, flamantes creaciones y sabor nordestino en la voz de Gilberto Gil

MARCELO GOMEZ

Preocupación por la biblioteca del Colón “Ese tesoro corre peligro”, dice su ex bibliotecaria Hoy, el gobierno porteño anunciará el diseño ganador para el nuevo telón del Teatro Colón (que, según se pudo saber, pertenece a Guillermo Kuitca). El acto de hoy es un mojón más en la compleja tarea de abrir la sala el 25 de mayo próximo. Sin embargo, la etapa anterior (y actual) de la obra de infraestructura y renovación tecnológica no es un capítulo cerrado. Por eso mismo, Diana Fasoli, la histórica bibliotecaria de la sala, vuelve a expresar su preocupación sobre ese verdadero tesoro. “Imagine usted una colección de programas del Colón desde 1908 a la fecha; imagine usted 25.000 fotografías, muchas de ellas autografiadas, de artistas que por 100 años hicieron del Teatro lo que fue; imagine usted los planos originales; bibliografía especializada, o la colección de recortes periodísticos desde 1927 a la fecha”, detalla en un correo electrónico que circula por la Red. “Bien, todo eso corre peligro”, asegura. Es más: enumera la larga cantidad de denuncias, charlas con diferentes directivos de la sala, mudanzas realizadas en las mínimas condiciones y robos de materiales que fueron denunciados ante los directivos y ante la Justicia. Hasta recuerda con detalle su testimonio cuando tanto un fiscal como Interpol la llamaron para declarar por las denuncias reali-

zadas. “Todo eso ha quedado en la nada”, sostiene, con un dejo de resignación. Su preocupación también fue reflajada varias veces por José Miguel Onaindia, presidente de la Asociación Amigos de la Biblioteca, quien también expresó su temor por el estado patrimonial de dicho sector. Diana Fasoli es uno de los 400 trabajadores del Colón de los que la actual dirección de la sala ha decidido desprenderse. “Ingresé al Colón hace 35 años, y desde hace 30 era la directora de la biblioteca. Soy bibliotecaria egresada de la UBA e hice diversos cursos sobre preservación pagados por el mismo Estado porteño que ahora me dice que para volver a mi cargo debo hacer un concurso. Mi situación personal no importa, lo que importa es la biblioteca. Es una realidad que los materiales se degradan cuando no están bien guardados. Y si están en dos containers, como me dijo hace dos meses Emiliani [ex director ejecutivo del Colón], es porque a no les importa la preservación” Fuentes oficiales del Teatro confirman que el material de la biblioteca está guardado en unos containers ubicados en el depósito de la calle Lavardén. Agregan: “Está todo en perfecto estado. No hay nada perdido ni extraviado”.

Alejandro Cruz