ESPECTACULOS
Viernes 10 de febrero de 2012
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MUSICA s EL LEGADO DE LUIS ALBERTO SPINETTA
Un creador audaz PABLO KOHAN PARA LA NACION
H
INOLVIDABLE
Alquimista de la canción MAURO APICELLA LA NACION En el universo musical de Luis Alberto Spinetta se nota la convergencia de influencias, pero nada que suene por encima de un carácter propio y bien definido. Fue un músico del riñón del rock argentino simplemente porque fue uno de los que lo inventó. Y es así que, en buena parte, el rock local en los inicios tiene su impronta. En la historia de Spinetta conviven la estética folk con el sonido eléctrico, y la forma simple de canción con la estructuras y diseños del jazz rock. Pero valga aquí la primera aclaración. No hay “acordes de jazz”. Hay, simplemente, acordes que pueden ser utilizados habitualmente en el jazz. Del mismo modo, no hay armonías spinetteanas, aunque, sin duda, existen elementos que caracterizan a su música y están reflejados en una manera singular de armonizar. De eso se ocuparán los conservatorios porque los músicos han disfrutado de las ingeniosas ideas de Spinetta. Para los oídos no iniciados, vayan algunos datos y ejemplos sencillos que permitirán encontrar algunos trucos o innovaciones del Flaco. Todo lo demás está en un libro-CD-DVD de cabecera: el registro del concierto que dio en Vélez, en 2009. Toque contemporáneo. “A Starosta, el idiota” es un tema que incluyó en el disco Artaud, de 1973. Mientras que en esos años era el auge del rock sinfónico o progresivo, Spinetta utiliza a modo de interludio recursos ligados a la música contemporánea y un guiño beatle (“She Loves You”). Camino al jazz rock. “Jugo de lúcuma” es el tema que inaugura la etapa Invisible, con su acercamiento al jazz rock y a los cambios rítmicos tan característicos de esa época. “El anillo del Capital Beto” es el primer tema del último LP de esta banda y uno de los puntos más altos de ese entramado rítmico y armónico de Spinetta. Es un buen ejercicio escuchar los dos temas, en ese
Spinetta, Del Guercio, García y Molinari, los cuatro Almendra, en Vélez, 2009
orden, porque dan cuenta de esta evolución. Hagan la prueba. Puro corazón. Ahora un ejercicio mas emocional. “Durazno sangrando”, del segundo CD de Invisible, esconde, en el paso de las estrofas a los estribillos un muy sutil latido de corazón. “Quién canta es tu carozo, pues tu cuerpo al fin tiene un alma”. Zamba que no o que sí. “Barro tal vez” no es una zamba, pero no faltará quien la quiera bailar así. Quizás ese sea el aporte del Flaco al nuevo arte nativo. Pases de magia. Spinetta siempre tuvo la habilidad (y la debilidad) para robarle algún tiempo a los compases o transformarlos en irregulares. De ahí que lograra intercalar binarios y ternarios y jugar con los de 4/4, 3/4, 7/8, 7/4 o 5/4 con una naturalidad sorprendente. Fue por eso que canciones emblemáticas de su repertorio, como “El anillo del capitán Beto”, “Durazno sangrando”, “Ludmila” y “Maribel se durmió”, sonaron simples a pesar de su complejidad. Ven y siente el ruido. La distorsión siempre fue enemiga de las armonías complejas. Porque cuando se utilizan mas de tres notas en un acorde se puede transformar en ruido. A Spinetta le gustaba rockear fuerte con séptimas (“Despiértate nena”, “Cheques” y, con cuerdas más limpias, “Yo quiero ver un tren”). Y cuando no usaba tanto overdrive iban bien los acordes con sextas y novenas (“No te alejes tanto de mí” puede ser un ejemplo). Experiencias como el power trío Los Socios del Desierto podrían ubicar su trabajo en el otro extremo de bandas como Jade. Sin embargo, la sapiencia del Flaco le permitió seguir utilizando ciertos acordes de cuatro o cinco notas en la furiosa propuesta rockera de Los Socios. Basta buscar en YouTube alguna versión de “Ana no duerme” por Spinetta y los Socios del Desierto para notar que la guitarra súper distorsionada suena magnífica con un acorde menor de séptima y novena. No es mejor músico el que usa acordes “raros” sino el que sabe utilizarlos.
HERNAN DARDICK
El músico que nos dio la palabra
ADRIANA FRANCO LA NACION En el desierto de ausencia en el que nos ha dejado en estos días el Flaco, privados desde ahora de nuevas canciones suyas, sintiendo más difícil que nunca hacer real aquel “mañana es mejor”, algo sostuvo a muchos en el dolor: el recuerdo precioso de aquella noche en Vélez, el 4 de diciembre de 2009, cuando, sin saberlo pero quizás intuyéndolo, Spinetta encontró la forma de recapitular su inmensa carrera y devolverla hecha pura belleza. Como en el “Poema conjetural” de Borges, ahora vemos que esa noche terminó de alguna forma de cerrar un círculo, dibujó la “perfecta forma” de cuarenta años de música y arte que ahora vemos desde este hoy. En ese extenso show en el que el tiempo pareció suspenderse y varios, muchos, vieron caer estrellas fugaces que completaban la magia y la belleza, Spinetta convocó, bajo el título de las Bandas Eternas, a los músicos de sus distintos grupos (Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade, los Socios del Desierto) y abrazó con el mejor brazo, el musical, a otros compañeros de ruta como Gustavo Cerati, Charly García, Fito Páez y Juanse. Ese recorrido por la historia bajo la marca spinetteana sirvió también para recordar todo aquello que Spinetta nos dejó. Porque su legado no se limita a las canciones que sabemos y seguiremos repitiendo: a su tremenda estatura musical sumó una apuesta inclaudicable por la poesía, por el amor y el respeto a la palabra. Ya en los años del origen del rock local mientras Manal y Moris cultivaban una lírica más urbana y tanguera, Spinetta puso el surrealismo y la psicodelia al servicio del rock, convirtió a la poesía en canción e iluminó con metáforas e imágenes la manera de ver el mundo de entonces y que marcaría a generaciones por venir. Cantó que éramos nosotros nuestra muralla y
que “si no te saltas nunca darás un solo paso”, rockeó y aulló que “la memoria me resulta complicada”, burló a la nostalgia con sus imperativos de futuros mejores, le puso palabras al tiempo con aquellas horas que “bajan” mientras “la noche se nubla sin fin”, reveló la magia de las calles porteñas con aquel “mirá qué gusto da ver el rayo justo donde empieza la avenida” y, con “Por”, inventó un dispositivo perfecto para generar nuevos sentidos. Pero además, en sus discos, tiró pistas de las lecturas e intereses en los que andaba, como quien abre nuevas ventanas. Así, señaló lo imprescindible de leer a Antonin Artaud, nombrando un disco en su homenaje, tiró las esotéricas pistas orientales de El secreto de la flor de oro en Durazno sangrando, adoptó en canciones y títulos las enseñanzas del chamán que enseñó a Carlos Castaneda, se puso serio con la lectura de Michel Foucault y nos recordó que la realidad nunca era una sola con las imágenes de Escher.
ace poco menos de una década, Spinetta llegó hasta la sala grande del Colón con su Corazón acústico. Para los habitués del teatro y para quienes acostumbran a demarcar campos culturales con límites infranqueables, aquel recital fue una irreverencia. Es que no era un músico del tango o del folklore quien arribaba hasta el antro sagrado sino un músico popular con una doble condena: no sólo tenía sus raíces en el rock argentino sino que, además, era uno de sus fundadores. En el remolino de emociones de quienes aborrecieron de su presentación en el Colón, se agolpaban los pensamientos que insisten en que el rock es una música abominable, ruidosa, carente de melodía e inapropiada para un ámbito construido y creado para otro tipo de manifestaciones musicales, supuestamente, superiores. Para presenciar el evento, se acercó un público diferente al habitual. Más joven, descontracturado y, definitivamente, foráneo. Spinetta no se confundió y, para esa ocasión especial, acompañado por el tecladista Claudio Cardone, construyó un verdadero recital de cámara, mayormente con un repertorio propio, y atravesado, de principio a fin, por una sonoridad intimista. Exactamente la mejor para ese lugar y para que todos pudieran apreciar su poética, su manera de cantar y las exquisiteces de su música. Spinetta fue un innovador, un creador fantástico. Algún estudioso, esperemos que con criterios y conocimientos, habrá de indicarnos períodos, lenguajes, intenciones y etapas creativas a lo largo de su carrera. Con todo, y aún a costa de bordear posibles errores o carencias, podríamos sintetizar que El Flaco fue músico refinado, de capacidades interpretativas y compositivas admirables, fantasioso, lírico en lo musical y en lo textual, un armonizador sutil, y un creador audaz que, caso único dentro del rock, coqueteó con la tenuidad y la delicadeza. Fue uno de los más notables músicos argentinos. Así, sin distinciones que remitan a lo académico o a lo popular. Seguramente los panegíricos y los elogios se acumularán para glorificarlo. Y será justicia. Porque Spinetta fue un artista sobresaliente que dejó una huella profunda que lo sobrevivirá y que nos continuará acompañando. Como también lo hicieron, entre muchos más, Cobián, Ginastera, Piazzolla, el Cuchi Leguizamón, Guastavino y Troilo. Sus verdaderos compañeros de ruta en esto que es la construcción de una cultura musical y un arte argentinos.