alan pauls oliverio coelho

12 jun. 2010 - tra según el “mood gráfico” que lo sor- prenda en ese momento: ... más el acento en el lenguaje que en la trama. Siempre fui consciente de ...
891KB Größe 12 Downloads 121 vistas
Tipea en una Mac plateada portátil y cambia de letra según el “mood gráfico” que lo sorprenda en ese momento: Verdana, Didot, Courier New, Cambria, Century y Georgia son las más frecuentes

ALAN PAULS

Redacta en una PC de escritorio y sobre un teclado viejo y pesado, que suena casi como un pequeño órgano, prefiere las horas de la noche

OLIVERIO COELHO Oliverio Coelho tropezó en una calle de Estambul y se abrió el mentón. Sangraba mucho y debió ir al hospital. Era 1999 y el médico turco que lo cosió nunca supo que las puntadas que le daba se convertirían en el principio de una excitante novela. “Toda la situación de extrañamiento, ir al hospital turco, que me cosieran y andar casi mal herido por la calle, produjo una especie de alucinación continua. Ahí empezó a organizarse Tierra de vigilia [su primera novela]. Salía y recorría los barrios periféricos de Estambul observando cómo vivía la gente para tratar de colar por esos intersticios los personajes que ya tenía en la cabeza”, cuenta. Nacido en 1977 y con siete libros publicados, Coelho es uno de los escritores más prolíficos de la nueva generación. Persona de hábitos nocturnos, trabaja en un pequeño altillo que hay sobre su cuarto, en su casa de Boedo. 8 | adn | Sábado 12 de junio de 2010

“Empiezo a escribir después de medianoche; mientras más tarde, mejor. Lamentablemente es algo irreversible. Me gustaría despertarme a las siete de la mañana y empezar a escribir con la mente en blanco. Pero desde chico me levanto tarde y me acuesto tarde.” Redacta en una PC de escritorio y sobre un teclado viejo y pesado, que suena casi como un pequeño órgano. “Me gusta sentir el peso de cada tecla. A los 13 años hice un curso en la Pitman y me acostumbré a presionar las teclas muy fuerte. He roto algunos teclados. Incluso mi mujer, mientras duerme en nuestro cuarto, abajo, me oye”, dice. Hay sobre el escritorio de Oliverio (y muy pronto la habrá sobre el de su editor) una nueva novela terminada a la que sólo le resta un detalle menor: el título. “Nunca escribo pensando en los títulos, siempre los encuentro al final. Generalmente uso el mismo título provisorio.”

Lejos de Emily Dickinson, para quien la publicación era un hecho secundario, Coelho, que ha visto aparecer su primera novela a los 23 años, le otorga una gran relevancia. “Pasar al estado público cambia las reglas de juego para un escritor, empieza a tomarse en serio. Antes de publicar, uno suele preguntarse: ¿y si todo esto fuera en vano?” Devoto lector de Céline, de Borges y de Arlt, Coelho pertenece a esa casta de escritores que priorizan el trabajo sobre la lengua al trabajo sobre la trama o la construcción de los personajes. “No siempre tengo un plan. Pongo más el acento en el lenguaje que en la trama. Siempre fui consciente de que para que una novela funcionara debía arriesgar ahí. Excepto por mi última novela, las tramas son secundarias para mí. No es que crea que la literatura es así, pero, en mi caso, funciona de esa manera.”

Dos gélidos meses de estadía en una residencia para escritores y traductores en el puerto de Saint-Nazaire, Francia, inspiraron la novela Wasabi; dos informaciones sucesivas y contradictorias dadas por su hija desde un número de teléfono desconocido inspiraron el cuento “El derecho a leer mientras se cena solo”, y la devoción con la que los lectores de la revista Penthouse mandaban a la sección “cartas de lectores” sus relatos eróticos derivó en El pudor del pornógrafo. Todos los días, entre las nueve y media y las cinco, Alan Pauls trabaja en un lugar “solitario” y “confortablemente espartano” al que llama “estudio” y en el que debe tener a mano, “sí o sí”, un contestador automático. Allí escribe (o no, “según los hados”), relee, toma notas, corrige y le da vueltas a lo que está produciendo hasta que “al cabo de un rato, algo tiene que salir”. Tipea sobre el elegante teclado de una Mac plateada portátil y cambia de letra según el “mood gráfico” que lo sorprenda en ese momento: Verdana, Didot, Courier New, Cambria, Century y Georgia son las más frecuentes. El ganador del Premio Herralde de Novela 2003 cuenta que sintió una “rara decepción” cuando vio su primer libro editado. “Impreso, encuadernado, el libro era escuálido y no parecía reflejar el trabajo que me había costado escribirlo, sino más bien mofarse de él.” Como Caparrós, Pauls prefiere las lapiceras fuente para tomar notas. Lo hace en libretas, en páginas en blanco y en papeles sueltos que acumula sobre su escritorio. “Uso lapiceras fuente con pluma caligráfica, que es la que permite las mejores falsificaciones, y uso lápiz mecánico para anotar cosas en los márgenes de lo que leo. No uso biromes, las detesto casi tanto como a los celulares.” En cuanto a la planificación de la trama y de los personajes, Pauls no pertenece al grupo de los escritores rigurosos y obsesivos. “En El pasado tenía una especie de hoja de ruta, pero a las cien páginas me di cuenta de que me interesaba mucho más contar las pequeñas señales, las escaramuzas frustradas y las promesas sin consecuencia que florecían entre los grandes momentos dramáticos del relato. En Historia del llanto y en Historia del pelo no hubo ni siquiera eso: apenas un fósil para empezar (las lágrimas, el pelo) y una alucinación melódica rondándome la cabeza.” Lector exquisito, reconoce haberse sentido impulsado a escribir inspirado por obras tan disímiles como el cuento “Las babas del diablo”, de Cortázar; los Diarios, de Kafka; Lolita, de Nabokov y Del amor, de Stendhal.