ALABANZA…ELOGIOS Eliseo Martínez Usado con permiso
Esta mañana disfruté mi momento con Dios, oyendo hermosos cantos que dirigen la alabanza y la adoración a Dios. Recordaba la respuesta de Jesucristo a Satanás al ser tentado en el desierto. Cristo dijo: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás. Lucas 4:8. Un aspecto de nuestra adoración es la alabanza. En otras palabras, según mi entender, es el elogio. Alabamos a Dios elogiando su persona por lo que Él es en si mismo y por su accionar a favor de nosotros. Hay variada literatura sobre la importancia del elogio genuino en el fortalecimiento de las relaciones personales. El elogio habla de valorizar, reconocer las cualidades que posee alguien y la importancia de sus actos. Nosotros elogiamos, alabamos a Dios cuando reconocemos su grandeza. Dice el salmista: ¡Bendice, alma mía, a Jehová! Jehová, Dios mío, que ¡grande eres! Te has vestido de gloria y esplendor. (Salmo 104:1) Este salmo continúa describiendo el accionar de Dios en su creación y en el verso 33 dice: Cantaré a Jehová en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva. Esta debe ser nuestra meta, alabar continuamente a Dios. ¿Los motivos? No exageramos al decir que sobran los motivos del por qué alabamos a Dios. ¿Por qué alabo yo a Dios? 1.
Alabo a Dios por haberme hecho objeto de toda bendición espiritual, Efesios 1:3-14. El término bendito en el idioma griego es el que da origen a la palabra española “elogio”, es decir hablar bien. En este caso hablar bien de Dios por todo lo que ha hecho por cada creyente en Cristo. Entre otras cosas, nos escogió antes de la fundación del mundo para ser santos y sin mancha. Nos predestinó para adoptarnos como hijos por medio de Cristo. Nos marcó con el sello del Espíritu Santo. 2.
Alabo a Dios, porque me enseña a consolar a quienes atraviesan aflicciones, 2ª Corintios 1:3-4. Las aflicciones de diferentes colores Dios las permite por un propósito didáctico. Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones para capacitarnos a consolar a otros. Quiero compartir rápidamente tres testimonios: •
En el año 1987 fui sometido a una operación para colocarme injerto en la tercera vértebra. El doctor no daba garantía de que pudiera caminar nuevamente. Solo era una posibilidad de volver a caminar. Estaba en silla de rueda paralizado de la cintura abajo después de un accidente de tránsito el 20 de febrero de 1986.
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En el año de 1999 se le diagnosticó cáncer terminal de mama a mi esposa. Según los médicos, solo tenía 6 meses de vida como máximo. Todo dependía del cuidado que tuviéramos de ella. Siguió un año terrible de quimioterapia y radioterapia. Hace dos años nos confirmaron que no había cáncer y todavía gozo con su compañía hoy en día.
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Un aspecto difícil en mi ministerio era ministrar en funerales. Era muy difícil para mí empatizar con los dolientes, hasta que en 1991, perdimos nuestra tercer bebé en Abril, y en Noviembre de ese mismo año a mi madre.
Hoy no quiero decir que soy un experto, pero el haber vivido estas circunstancias me ha hecho más sensible en la ministración en medio del dolor. 3.
Alabo a Dios por su grande misericordia, por medio de la cual me hizo nacer de nuevo para una esperanza viva por medio de Jesucristo, 1ª Pedro 1:3. La palabra bendita de este texto es la misma que aparece en los anteriores y habla del decir bien, en este caso sobre Dios. Elogio a Dios por darme vida nueva, y como dice Matthew Henry, literalmente nos reengendró, y alabo a Dios por hacerme uno de sus herederos.
La razón por la que alabo a Dios es por darme salvación por la pura misericordia, sin que exista mérito alguno de mi parte. Es el Espíritu Santo el que provoca el nuevo nacimiento, según lo afirma nuestro Señor Jesucristo en su conversación con Nicodemo. R. Franco, nos dice: “Significa el proceso por el cual el hombre es elevado a una vida nueva más alta que la que le pertenece por su naturaleza”. El mismo Pedro la describe (2ª Pedro 1:4) como un compartir la naturaleza divina, aunque en esta expresión va implicada ya la conducta del creyente. Conclusión: La lista del por qué alabo a Dios, realmente es interminable. Todos los días nos concede sus favores, motivos para alabarle, y elogiar su gran nombre. Repitamos con el salmista (103:1-2) “Bendice, oh alma mía, a Jehová. Bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, oh alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.”
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