AL ABRIGO DE SUS HUAYCOS: NARRAR LA GEOGRAFÍA, HABITAR LOS ESPACIOS, INTERPRETAR LAS PRÁCTICAS
Laura Quiroga PROHAL. Programa de Historia de América Latina. Instituto de Historia Argentina y Americana E. Ravignani (FFyL-UBA) –CONICET. Buenos Aires, Argentina.
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RESUMEN Este trabajo propone un análisis de los discursos coloniales en torno al paisaje de serranías en la jurisdicción de Londres (Gobernación del Tucumán) como un ámbito de conflicto en el que las representaciones sobre geografías y poblaciones encierran en sus enunciados, el conflicto colonial. Analizados desde una perspectiva material, los vocablos quechuas y castellanos con que los agentes coloniales describen e interpretan las formas de habitar la geografía andina fluctúan entre la naturalización de la resistencia como resultado de un paisaje agreste y la agregación de las instalaciones como catalizadores de rebeliones extendidas y recurrentes. Por este motivo, los poblados agregados enclavados en las quebradas con una agricultura de riego fueron el blanco privilegiado de los asaltos y la represión de la hueste española sobre los rebeldes para cortar las bases de la reproducción social y con ello, la capacidad de resistencia. En tal sentido, apelamos a una metodología de análisis en la que los textos coloniales y los restos arqueológicos de Hualfin y El Bolsón (Catamarca, Argentina) se abordan como líneas de evidencia independiente desarrollando una estrategia de análisis documental que busca referencias materiales e identificar contextos arqueológicos correspondientes a los siglos XVI y XVII. ABSTRACT This paper proposes an analysis of colonial discourses concerning the landscape of hills in London’s jurisdiction (Government of Tucumán). This is an area of conflict in which the representations of geography and population contain, in their statements, the colonial conflict. Analyzed from a material perspective, the Quechua and Spanish words with which colonial agents describe and interpret the ways of inhabiting the Andean geography fluctuate from the naturalization of resistance as a result of a rugged landscape and the addition of facilities as catalysts for widespread and recurrent revolts. Therefore, aggregated villages nestled in the ravines with irrigation agriculture were the prime target of the rebels’ attacks to eliminate the bases of social reproduction and thus, resilience. In this regard, we appeal to a methodology of analysis in which colonial texts and archaeological remains of Hualfin and El Bolson (Catamarca, Argentina) are approached as independent lines of evidence. A materialreferences-oriented documentary analysis strategy is developed and aims to identify archaeological contexts for the XVI and XVII centuries.
I. LOS HUAYCOS, UN JUEGO DE MIRADAS Y ENUNCIADOS
El espacio geográfico como objeto del dominio colonial fue un ámbito de lucha configurado tanto desde la materialidad de los paisajes en disputa, como desde los discursos en torno a ellos, convirtiendo textos y escenarios en un "campo de batalla donde han contendido ferozmente ideologías y culturas (...) las ideas sobre el ambiente se han construido socialmente y servido, de diferentes modos y en diferentes épocas, como instrumentos de autoridad y reto” (Arnold 2000: 11). A lo largo de la geografía americana, las descripciones coloniales mencionan diversos escenarios hacia donde se dirigían aquellos grupos decididos a eludir el peso del tributo colonial. A través de sus relatos, los funcionarios transformaban las condiciones ambientales en condiciones propicias para el “refugio”, cargando de significados paisajes y geografías diversas en enclaves de resistencia. En el caso de la geografía surandina, los agentes coloniales utilizaron el término quechua huayco para referirse tanto a las quebradas que conforman un relieve serrano como a un espacio de refugio y resistencia al dominio español. En la actualidad, el término huayco aún se utiliza para referir las quebradas que forman los ríos en el paisaje cordillerano pero, especialmente, para mencionar el aluvión de piedras y lodo que las lluvias torrenciales del verano arrastran desde las quebradas más altas. Cuando la disminución de la pendiente reduce la capacidad erosiva de las aguas el material de acarreo se deposita al pie de los cerros. De modo que el término huayco designa la quebrada junto con la dinámica geomorfológica de aluvión que se muestra como un rasgo extremo del ambiente serrano, motivo de riesgo y desastres naturales (Salazar 2005, Castillo Navarro 2006, Kadereit, A. et. al. 2009)1. En el pasado, el diccionario quechua de González Holguín de 1608 define el huayco como “… quebrada de monte, o hondura entre cerros, y cualquier canal, o, ocas ahondada de auenidas…” ([1608]1989: 191). A lo largo de los Andes en los siglos XVI y XVII, tenemos diversos ejemplos del uso del término huayco para referirse a la quebrada como un accidente geográfico. La crónica del Potosí escrita por Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela utiliza el término huayco para relatar la inundación que produce la rotura del tajamar de la laguna de Caricari, en el año 1626: “…y bajando por una quebrada que en este reino llaman huayco…” 1
Otros ejemplos tomados de relatos contemporáneos mencionan el huayco con una diversidad de significados. En la sierra del Ecuador, Aguiló describe el huayco como un lugar de vertientes de difícil acceso donde los ambiciosos “…acuden a pactar con el diablo…” (1985: 23). En la sierra del Perú, José María Arguedas señala el huayco como un canto de cosecha. En el cuento Agua en particular “…Pantacha se rió fuerte, mirando a Don Vilkas. —¡Jajayllas! Se puso el cuerno a la boca y tocó el huayco chistoso de los wanakupampas…” Agua 2006. pp.13.
1736 (2000: 121). En el mismo sentido, se menciona el guaico de los atacamas localizado en la estancia Aycate, en el Valle Rico, cuenca del Río Santa Catalina, jurisdicción de la ciudad de Jujuy: “… [f. 9r] esta el dicho serro mas de una legua del asiento de la Cruz junto a un pueblo viejo cossa de un quarto de legua a guaico arriba tomando a dicho guaico a mano derecha quando vamos del pue[9v]blo viexo para la dicha beta…”2 La merced de tierras otorgada a Calibay, cacique de los indios pulares, en la jurisdicción de Salta menciona que “…oy dia están poblado y asimentado algunos de los dhos indios en sus chacaras en las faldas, guaycos y arroyos questan en la cordillera lomas y vertientes…” 1/02/15863. Otro ejemplo tomado de la jurisdicción de Charcas refiere el huayco como quebrada alta, pero agrega al emplazamiento, su condición de espacio de resistencia. En efecto, el curaca de Urin pide a su alteza, el derecho de utilizar daga y espada para su defensa porque "… los yndios charcas son simarrones como a vuestra alteza es notorio y para seguridad de mi persona andando por los guaycos y quebradas a juntarlos tengo necesidad de lo susodicho…” 4 Estos ejemplos muestran que en el contexto de los siglos XVI y XVII, el término encerraba una diversidad de significados que proyectaban sobre el relieve serrano las tensiones del conflicto colonial. Pedro Lozano, cronista de la orden jesuita reproduce en su Historia de la conquista del Tucumán la relación que la mirada colonial podía establecer entre paisaje y población nativa “...siendo los calchaquíes de genios montaraces se les aumentaba la ferocidad en la fragosidad del terreno que todo se compone de altísimas y muy agrias cordilleras...” (1874: 183). Martínez establece para el Tucumán y el área de Atacama, un análisis del sentido de las categorías descriptivas sobre el paisaje y los territorios de las serranías andinas. La tierra alzada y fragosa se corresponde con indios alzados y belicosos, de modo que allanar la tierra representaba instaurar una relación de dominio con el ambiente y sus habitantes, en otros términos, dominar el paisaje (1992). ¿Qué encierran las serranías y “agrias cordilleras” en la construcción de sentidos en el conflicto colonial del Tucumán?5 Ya señalamos que las descripciones coloniales mencionan
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ABNB Minas 62-4 año 1657.
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Tomado de Cornejo y Vergara (1938: 198). AGN Sala XIII 18-7-2, f. 369v-370r. 8 de octubre de 1596.
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Las tierras de Calchaquí y Londres - y aun aquellas que caían a sus espaldas, hasta confinar con la cordillera de Chile como frecuentemente se mencionan las más altas serranías- representaron áreas de resistencia durante los siglos XVI y XVII5 La rebelión de 1630 en particular –mencionada en la documentación como el alzamiento general- se extendió desde las tierras de Calchaquí hasta alcanzar las serranías de Londres y La Rioja (Montes 1961, Schaposchnik 1997, Schorr 1978). La condición de área rebelde de las serranías de la gobernación del Tucumán ha sido un tema central en la producción historiográfica acerca de la región. La fundación de ciudades,
los cerros como lugares de refugio, de modo que la mirada colonial categoriza e identifica el paisaje de cordilleras con las formas materiales y geográficas de las resistencias. Sin embargo, considero que dar cuenta de representaciones y categorías descriptivas contenidas en la documentación, no es lo mismo -y por tanto no exime- de dar cuenta de los conflictos locales, luchas y contradicciones que estas representaciones traducen, construyen y por supuesto, también dirimen. De esta forma el término se convierte no solo en una categoría descriptiva sino en un arma discursiva y herramienta de disputa en las relaciones coloniales. Estableciendo una analogía entre el relieve serrano y el carácter del genio calchaquí, como base y origen de su resistencia, el discurso colonial apeló a la naturaleza para encubrir aquellas relaciones sociales que los cerros materializaban, reproducían y así representaron potenciales situaciones de conflictos y rebeliones. En efecto, los poblados construidos en lo alto de los cerros y quebradas fueron los escenarios frecuentes de la guerra, convirtiendo la combinación de un relieve serrano y una arquitectura integrada, en una estrategia defensiva de gran eficacia en manos de la población nativa. En otras palabras, el huayco como categoría descriptiva del paisaje no es sólo un problema de entornos geográficos y condiciones ambientales más o menos favorables a ojos de los agentes coloniales, sino de entornos construidos que en su condición material y arquitectónica estructuran relaciones sociales y de producción, base imprescindible para sostener en el tiempo la resistencia y reproducción de la sociedad vallista. ¿Es posible una perspectiva de análisis que trascienda la mirada colonial y reconstruya la vida en los huaycos en contextos de guerra y transformación? Desde las referencias documentales a la materialidad de los paisajes y geografías busco establecer una analogía entre la producción y reproducción del paisaje y de relaciones sociales al mismo tiempo (Soja 1986). En este contexto, las representaciones en torno a los paisajes se traducen no sólo en imaginarios sociales expresados en cartografías o textos, sino en un campo de disputa material por la apropiación de los espacios y redes sociales que hicieran posible tanto la tributación como el control sobre la reproducción social nativa orientada a subsidiar el sistema colonial (Assadourian 1982, Presta 2010). Por esto propongo confrontar las representaciones coloniales –como herramienta política discursiva- con la evidencia arqueológica que permita brindar una mirada crítica sobre el la formación de un sector de vecinos feudatarios y las condiciones de la explotación de la mano de obra bajo la forma de servicio personal, representan las áreas temáticas hacia las cuales se ha dirigido la investigación desde sus inicios a la actualidad (Levillier 1927, Montes 1961, Garavaglia 1986, Lorandi 1988, Rubio 1997, entre otros).
lugar de los huaycos en el conflicto colonial. Se trata de narrar la historia formulando preguntas que se resuelven en la especificidad de cada línea de evidencia para generar relatos complejos y diversos sobre el mismo problema: conflicto, representaciones y materialidad en las tierras de Malfin (Figura 1).
II. EL TUCUMAN COLONIAL: CATEGORÍAS SITUADAS Y CONTEXTOS MATERIALES
El período Hispano-indígena en el Tucumán
Un punto de partida para construir el caso de análisis se encuentra en una revisión de categorías teóricas, perspectivas y miradas que, desde la palabra escrita y los restos arqueológicos, abordaron la conformación del Tucumán como espacio colonial. Sobre la base de documentación histórica y arqueológica, Lorandi utiliza el término Tucumán prehispánico para referirse al área de las vertientes orientales de las cadenas montañosas que descienden hacia la llanura tucumano-santiagueña (Aconquija, Ambato Alto y Ancasti) (1980: 200). Hacia el oeste, el ámbito valliserrano incluía los valles de Calchaquí, Hualfin y Abaucan, retomando la división establecida por González, (1955). El Tucumán colonial por su parte, comprende el área jurisdiccional de la gobernación creada en 1566 (Levillier 1926). Esta división administrativa colonial fusionó en una sola región el Tucumán prehispánico y el área valliserrana, escenario de las rebeliones de los siglos XVI y XVII (Lorandi 1988). Sobre estas bases, los recortes geográficos en ambas disciplinas no fueron coincidentes, sin embargo, coincidieron en la definición del recorte temporal basadas en la resistencia calchaquí como referente histórico para la definición de un período arqueológico. Los cuadros de periodificación elaborados para el noroeste argentino reservaron un lugar específico para los siglos XVI y XVII en el área valliserrana bajo el rótulo de período Hispano-Indígena (Quiroga 2005). A pesar de las críticas que en su época González otorgara a las interpretaciones de Márquez Miranda u otros investigadores -por construir las historias nativas prehispánicas en función de descripciones coloniales- la unidad Hispano-indígena correspondiente a los siglos XVI y XVII fue definida en sus límites cronológicos por eventos históricos antes que contextos materiales. Erigido como la etapa final de la historia nativa, el período Hispano indígena se delimitó en forma coincidente con el desarrollo de las rebeliones calchaquíes, de acuerdo con la cronología de la guerra establecida por Montes en su obra de 1961 basada en documentos históricos:
"En el Valle Calchaquí hemos colocado precediendo al período Colonial, otro que denominaremos Hispano-indígena. Este período no ha sido definido arqueológicamente, y solo tenemos de él referencias históricas. Correspondería aproximadamente a un período de cien años en que los indígenas del Valle del Hualfín y parte del de Yocavil permanecieron en estado de guerra con los colonos, vale decir hasta la caída de Chelimín poco antes de la mitad del siglo XVII, sólo entonces comenzaría el verdadero período que podemos denominar colonial" (González 1955:30).
El cuadro de periodificación elaborado por Núñez Regueiro en 1974 (figura 2) interpretaba este período en términos de continuidad cuando sostiene “…para los grandes valles longitudinales del Noroeste (Calchaquí, Santa María, Hualfin)…hay una continuación de los patrones socio-económicos aborígenes básicos” (1974: 188). A juicio del autor esta continuidad permitía diferenciar el período H-I como etapa anterior a un período colonial, evidenciado en las fundaciones urbanas y asentamientos misioneros entre otros contextos posibles (1974). Una perspectiva de análisis construida en términos de dicotomías atraviesa la producción historiográfica y arqueológica sobre el Tucumán de los siglos XVI y XVII: la clasificación de asentamientos entre coloniales e hispano indígena en primer lugar, y en segundo, la interpretación de sus contextos respectivos y su dinámica política frente al dominio, en términos de dominación y resistencia. Si continuamos en la línea argumental de Núñez Regueiro, los contextos materiales que identifican el período hispano-indígena se definieron por la continuidad en la ocupación de los poblados prehispánicos y se asimilan, unívocamente, a la resistencia, en tanto aquellos del período colonial –como fuertes, misiones y fundaciones urbanas- al dominio. De modo que las categorías de dominación y resistencia permitieron “clasificar” los sitios arqueológicos en coloniales e hispano- indígena respectivamente, sustentando, en la práctica, una división del campo académico entre la arqueología histórica y la arqueología prehispánica que llega hasta el “contacto” (Lighfoot 1995, Rubertone 2000, Haber 1999, Quiroga 2005). En el caso del Tucumán, los trabajos de Lorandi (1988) abrieron un campo de análisis que retomaba las categorías de rebelión, negociación y adaptación en resistencia elaboradas para el contexto de los Andes centrales (Stern 1986). Sobre esta base, la autora planteó una continuidad entre la resistencia vallista a los dominios estatales incaico y colonial español. Posteriormente, vinculó las condiciones del trabajo forjadas bajo la modalidad compulsiva del servicio personal, con los eventos de rebelión generalizada de 1630 y 1666 (1988). En tal
sentido, ambas líneas de investigación construyeron su derrotero historiográfico sobre la base de los conceptos de continuidad y resistencia.
Continuidad y resistencia: categorías situadas en el Tucumán
En los últimos años, la dinámica de las categorías de dominación y resistencia, anteriormente planteadas en términos de unidades excluyentes, hasta de valor tipológico en algunos casos, da lugar a una reevaluación de sus significados6. En tal sentido, una mirada analítica basada en polaridades y dicotomías oscurece, precisamente, las múltiples dimensiones y significados que puede encerrar una misma práctica, transformando su significado de funcional a contra hegemónica, de acuerdo con la perspectiva de quien interpreta la intencionalidad de los actores involucrados (Seymour 2006). Por esto, si consideramos “una aprehensión relacional del mundo social”, los significados son el resultado de un juego de miradas en el que los actores, desde sus posiciones en el espacio social, interpretan y cargan de significado las prácticas del otro y de sí mismo (Bourdieu 1997: 25). En términos relacionales también, se plantea retomar aquella afirmación de Nuñez Regueiro acerca de la asumida “continuidad de los patrones socioeconómicos prehispánicos”, categoría que, como señalara anteriormente, permitió sustentar la pertinencia de un período Hispano-Indígena en los cuadros de periodificación arqueológica regionales. Es necesario reevaluar el concepto de continuidad y, de esta forma, buscar los motivos que explican la vigencia de prácticas prehispánicas en este contexto de transformaciones coloniales y resistencias persistentes. Si bien los cambios y discontinuidades en una situación histórica obligan a buscar y proponer interpretaciones que lo expliquen, no es de menor relevancia explicitar y explicar las continuidades observadas cuando los contextos se muestran como situaciones de cambio. De otro modo, la continuidad como una tendencia no problematizada representa una suerte de inercia que se explica en sí misma eludiendo así, la necesidad de un análisis histórico (Urton 1991). Los discursos coloniales y los contextos arqueológicos representan fuentes de información alternativa para un problema común: la formación de paisajes coloniales como ámbito de 6
Considerando la dinámica de los movimientos sociales y su devenir, la resistencia no se define sólo como reacción al dominio, sino que es pertinente dar cuenta de las tensiones internas de los propios actores en resistencia, tanto como las formas políticas y culturales a través de prácticas, representaciones e intencionalidades puestas en juego (Ortner 1995: 175, Hollander y Einwohner 2004: 535-537, Given 2004: 9-12, Hodder 2004:33, Rowlands 1989, Scott 1990, Seymour 2005).
conflicto que traduce, construye y expresa conflictos estructurales. En este contexto, la presión colonial sobre poblaciones, espacios y recursos en el área de malfin analizadas desde la materialidad de la evidencia arqueológica y los discursos coloniales ponen en entredicho la asumida continuidad de los patrones socioeconómicos como el resultado unívoco de la resistencia. El control colonial sobre la tierra y la mano de obra, como bases del dominio, requieren también, el control sobre la reproducción de la población nativa (Assadourian 1982).
III.
LA MATERIALIDAD DEL CONFLICTO COLONIAL EN LAS TIERRAS DE MALFIN
Planteada como una historia épica, Montes buscó identificar en el terreno aquellos escenarios materiales que refrendaran el tenor de los relatos sobre el gran alzamiento diaguita de 1630. Por eso reconoció en el fuerte de Asampay –ubicado en el Valle de Hualfin actual provincia de Catamarca Argentina- las “ruinas de las fortalezas inexpugnables” de los malfines, a quienes las narraciones coloniales identificaron como líderes de la resistencia (1959: 141). En este caso, la lectura no está dirigida a identificar en el terreno la ubicación actual de topónimos coloniales para detectar los escenarios de aquellos relatos, sino de narrar la historia desde el terreno. Para esto propongo una lectura de los expedientes coloniales guiada por preguntas de investigación planteadas en términos de materialidades y paisajes. Esto presupone un análisis crítico de la documentación colonial, en el que los recaudos metodológicos propios de la historia –la crítica de fuentes- constituyen una línea de investigación paralela a aquella que aborda el mismo problema, pero desde la evidencia material (Smith 1992, Rubertone 2000). Esto es, extraer de los documentos la forma en que los agentes coloniales describieron una geografía y en qué términos interpretaron el modo de habitar esta geografía (Quiroga 2010)7. En su trabajo sobre la guerra y resistencia calchaquí, Lorandi señala el refugio en los cerros como una práctica que permitía a los rebeldes eludir el cumplimiento de las prestaciones al
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El concepto modo de habitar proviene de los estudios sobre prácticas culturales dirigidos por Michel De Certeau. En sus términos originales el concepto fue elaborado para la vida urbana, en un barrio parisino del siglo XX. Los contextos históricos son muy diferentes por cierto, sin embargo, las categorías teóricas allí generadas pueden ser instrumentos válidos de análisis a la hora de reconstruir prácticas culturales del pasado. En este caso retomo como eje de análisis el estudio de espacios materiales donde se desarrollan modos de sociabilidad activa que resulta “...decisivo para la identidad de un usuario o de un grupo, ya que esta identidad le permite ocupar su sitio en el tejido de relaciones sociales inscritas en el entorno...” Mayol, P. (1999: 7-9).
encomendero (1988: 106). Sin embargo, no sabemos de qué modo esta forma de instalación y circulación podía ser puesta en marcha a lo largo de la variabilidad de la geografía serrana y, menos aún, cómo podía garantizar la subsistencia y reproducción de la población vallista. A mediados del siglo XVII la cartografía colonial seguía representando los valles de malfin y calchaquí como áreas pobladas por infieles (figura 3). Allí mismo, en las tierras de malfin, igual que en otras regiones de los Andes, los relatos coloniales hablaron de huaycos y rebeldías. La resistencia vallista determinó que las fundaciones de la jurisdicción de Londres tuvieran severas dificultades para sostener la instalación española y lograr el cumplimiento de las mitas impuestas por las encomiendas (Lorandi 1988, López 1990, Schaposchnik 1997). En este contexto, la disponibilidad de fuentes ha sido un factor de referencia frecuente en el estudio de las sociedades que habitaron las más altas serranías y punas del oeste catamarqueño en tiempos coloniales tempranos (Schaposchnik 1996). Aun así, no se trata tan sólo de escasez o de los sabidos problemas de conservación en archivos históricos, esta situación describe en gran medida, el tenor de las relaciones sociales instauradas en la jurisdicción de Londres. La forma del dominio colonial en el Tucumán se erige sobre la formación de un estamento encomendero identificado en la documentación como los beneméritos de la guerra. Su actuación genera un cuerpo documental –las probanzas de méritos- destinado a exhibir servicios a la corona como fundamento para acceder a una encomienda que, en el caso del Tucumán, también llevaba implícito el acceso a la tierra ocupada por los encomendados (González Rodríguez 1984, Rubio Duran 1997, Doucet 1980, Mercado Reynoso 2004: 55)8. Las probanzas de méritos sobre las que Montes escribió su trabajo de 1961, está conformado por documentos redactados en momentos muy posteriores a los hechos que se relatan, cuando los descendientes de aquellos beneméritos de 1630 perpetuaban, hacia fines del siglo XVII, la misma lógica sobre la cual sus antepasados construían el patrimonio familiar. Allí, en forma de traslados insertos en el cuerpo de la solicitud se refieren, y hacen visible, los servicios de sus antepasados a la corona, vertiendo datos sobre geografías, actores e intereses en disputa. Las probanzas de los beneméritos subrayaron en sus relatos aspectos que beneficiaban a si mismo, quienes hacían de la guerra el fundamento para sustentar su posición de privilegio. No 8
Sobre este aspecto Mercado Reynoso señala que “…si bien en principio la merced de encomienda y la merced de tierras fueron dos instituciones diferentes y pese a que la legalidad colonial pretendía mantenerlas separadas, en la práctica, en el norte argentino, la encomienda fue una de las primeras y más decisivas formas de acceso a la tierra (…) el control sobre la tierra se fue convirtiendo en una forma que podía ser utilizado para ejercer el control sobre los trabajadores rurales asentados en ella…” (2004: 55)
sería exagerado señalar que subrayando la ferocidad con que asaltaban las ciudades españolas y destacando el incumplimiento pertinaz de las mitas impuestas cimentaban la relevancia de su propia actuación como servidores de la corona derrotando focos de resistencia anticolonial. De modo que la guerra para el benemérito es parte constitutiva y fundante de su situación de privilegio, quienes accedían, por este medio, a las encomiendas y mercedes reales. Un segundo cuerpo documental corresponde a la actuación de las autoridades coloniales. Los informes y cartas de gobernadores, sumado a la actuación de los vecinos feudatarios en los cabildos - como el caso de La Rioja, Córdoba y Salta- dejan testimonio de una relación no exenta de rivalidades entre los propios agentes coloniales. Un aspecto central de la lectura de fuentes -de uno u otro conjunto- radica en la distinción necesaria entre denominaciones planteadas como topónimos, identidades o lugares de reducción, generando una relación confusa y riesgosa entre términos y categorías si una lectura apresurada superpone y fusiona las diferentes acepciones de un mismo nombre (Sica 2003: 56).
Los Huaycos del Malfin
Los relatos de la guerra, del asalto a los pueblos y el saqueo de las sementeras contenidas en cartas de gobernadores y probanzas de méritos y servicios, van acompañados de una descripción de las formas políticas que articulaban el entramado rebelde. Los líderes de cada parcialidad tejían alianzas entre los curacas de los pueblos en rebeldía, alianzas que en muchos casos involucraban lazos de parentesco y acceso a las tierras (Schaposchnik 1997). Si bien la resistencia alcanzaba una escala regional, basada en el tejido de un entramado rebelde a través de alianzas acordadas entre diferentes parcialidades, las probanzas de méritos y servicios describen la guerra reprimiendo pueblo por pueblo y negociando la paz con cada cacique en particular. Diversas probanzas de méritos y servicios señalan a los malfines como líderes de la rebelión de 1630 en el sector sur, en términos de la ciudad de La Rioja y San Juan de la Rivera9. La oposición de Bartolomé Ramírez de Sandoval para obtener la encomienda vacante de 9
El Gran Alzamiento de 1630 alcanzo los valles calchaquíes y de malfin hasta los términos de la ciudad de La Rioja. El Gobernador Felipe de Albornoz reprimió las rebeldías de las poblaciones de Calchaquí en tanto Jerónimo Luis de Cabrera y Pedro Ramírez de Contreras, desde la ciudad de La Rioja, se enfrentaron a los malfines en Famatina, Abaucan, Tinogasta y el mismo valle de Malfin. De acuerdo con Montes la rebelión se desarrolla entre los años 1630 a 1635, posteriormente, la represión colonial limita la capacidad ofensiva de los malfines a escaramuzas aisladas (1961: 85). Buscando reconstruir una historia militar del alzamiento Montes minimiza el tenor y la relevancia de estos enfrentamientos que, sin embargo, demuestran la capacidad de articular redes de resistencia aún bajo condiciones de dominio.
Machigasta y Amingasta en la Jurisdicción de La Rioja realizada en 1685, incluye en su texto, a modo de certificación de sus servicios y los de su familia, la actuación de su padre, Pedro Ramírez de Contreras en el gran alzamiento de 1630 a las órdenes del Gobernador Felipe de Albornoz. En varios pasajes señala a los malfines, y en particular a Chalimin, como líderes de la rebelión: “…y se planto con campo en las tierras del balle demalfin donde tenia su mayor fuerza los indios enemigos que governaba el cacique chalimin caudillo principal causador y combocador de los alsamientos…”10. Los malfines se mencionan en lugares y geografías tan distantes como Famatina (La Rioja), Ingamana en Calchaquí, Valle vicioso, Abaucan y hasta el Fuerte del Pantano, sin embargo, aquellas descripciones que mencionan sus propios asentamientos los ubican en un entorno serrano, en su fuerte y cordillera. La estrategia española para reprimir movimientos de resistencia generalizados era el ingreso de la hueste hasta el interior de los valles en rebeldía atacando los poblados enclavados en los cerros. Las descripciones pormenorizadas de los asaltos de la hueste brindan una diversidad de referencias sobre topónimos y rasgos del paisaje. En estos casos, el término malfin se menciona como un espacio geográfico. Núñez de Ávila y Pedro Ramírez ingresan al valle con la finalidad de reprimir la rebelión, allí donde éstos tenían sus poblados: “…entravan ambos cada uno con su gente al valle de malfin donde se mataron algunas piezas y por estas elenemigo con cuidado y avisso aunque se peleo dos veses con el no se les pudo haser pressa ni daño considerable por huir el dicho enemigo tomando el alto de la cierra con que se volvio sin perdida ninguna dexandole amedrentado por averle seguido y hallo sus tierras…”11 La represión sobre los malfines en sus propios asentamientos estaba destinada a cortar las bases materiales de subsistencia y reproducción social. Los textos atribuyen a la agricultura de riego practicada en los pueblos de las sierras, la forma dominante de la producción (Quiroga 2010: 193). Entre los servicios de Ramírez de Contreras se menciona una forma de guerra y pillaje practicada frecuentemente por la hueste española: el ataque sorpresivo, la captura de piezas y el saqueo de los cultivos para su propio sustento y el de los indios amigos: “…en el pueblo de malfin el dicho maestre de campo tres veses en su fuerte y cordillera le mato mucha gente y ahuyentándole talándole todas sus comidas y sementeras de mais que eran capaces de mas de ochocientas fanegas de cosecha…”12
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AHC Esc. 2-6-2 Fol. 40. AHC Esc. 2-6-2 Fol. 50 12 AHC Esc. 2-6-2 Fol. 52. 11
La represión del gran alzamiento de 1630 había dejado como consecuencia el reparto de malfines con destino a diversos espacios como La Rioja, Córdoba y Andalgala (Montes 1961, Lorandi y Sosa Miatello 1991, Page 2007). Las fuentes posteriores a los años de la rebelión muestran que parte de los malfines seguían viviendo en sus pueblos de las sierras. Desde allí, salían a cumplir con las mitas impuestas y, desde allí también, ofrecían resistencia al dominio español, como fue el caso del año 1642. Junto a las probanzas de méritos y servicios que hemos citado contamos con un expediente iniciado por el Cabildo de La Rioja en el que los vecinos feudatarios desobedecen la convocatoria exigida por el Capitán Francisco de Nieva y Castilla para ingresar al valle de malfin en el mes de Junio de 1642 (Montes 1961, Quiroga 2010). Los malfines no se habían presentado en el Fuerte del Pantano a cumplir con la mita de aquel año, en tanto las noticias sobre su alianza con los ingamana hacían temer al cabo del fuerte del Pantano un ataque inminente. La negativa de los vecinos a asistir a la entrada se fundaba en las condiciones rigurosas del invierno. Sería imposible abastecer a la hueste española para adentrarse 80 leguas en tierras hostiles: los campos estarían faltos de pastos para las cabalgaduras, no habría algarroba para los indios amigos, ni cultivos en los campos para talar y saquear, como tantas veces se había utilizado para obligar a la rendición de los rebeldes. En el conjunto del expediente, los testigos presentados por ambas partes utilizan el término huayco para describir la forma en que los malfines habitaron sus serranías. Sus testimonios nos permiten extraer datos sobre la forma en la que los poblados agregados representaban espacios de sociabilidad y de reproducción social. Un testigo, Cristóbal de Avalo expresa:“...y siempre se aguardaba fuese ynbierno para conseguir qualquier buen suceso porque en verano no se consigue por estar los dichos yndios desparramados y se suben a los zerros donde tienen comidas y duermen donde quieran y de ynvierno estan recoxidos y juntos en los guaycos adonde tienen sus fuegos y comidas...”13 El cabo del Fuerte del Pantano, Antonio Calderón, criollo nacido en San Juan Bautista de la Rivera señala que “…los mejores meses para hacer la entrada son los de Junio, Julio y Agosto que es el tiempo mas riguroso de frios por cuya causa los indios están en sus ranchos y se recogen de las cumbres de los cerros a las hoyadas de las quebradas donde tienen sus comidas y están abrigados y juntos (…) porque en tiempo de verano los dichos indios están
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AH Córdoba 1-79-1 Fol. 57 r
desparramados y hacen noche adonde ellos quieren con comidas de algarroba y hay muchos aguaceros…” Montes (1961: 153). En estos relatos, el término huayco constituye tanto una referencia al emplazamiento de las instalaciones (las quebradas), como al carácter agregado del asentamiento y a una ocupación intensiva de estos poblados en el invierno. Por esto, el uso de la palabra huayco en el conjunto del expediente describe una geografía, pero, a su vez, y muy especialmente, describe la forma en que la mirada colonial interpretó el modo de habitar esta geografía. Los malfines podían articular espacios través de la variabilidad altitudinal, el aprovechamiento estacional de los recursos, su almacenamiento y traslado, junto con una dinámica de segmentación y agregación en función de aquella que se describe como la actividad productiva dominante, la agricultura de riego. Como ya dijimos, los poblados agregados y sus campos de cultivo representaban el blanco privilegiado de los ataques que buscaban sorprender a los rebeldes en la madrugada, saquear sus cosechas y tomar como “piezas” a aquellos que no lograran huir a tiempo a lo alto de los cerros. Sin embargo, es necesario diferenciar una situación de peligro en la guerra frente a la cual se responde con la huida respecto de aquella estrategia cuya efectividad depende de la previsión. Esta estrategia solo era posible en tanto contaran con recursos almacenados que pudieran trasladar como señala el Gobernador Felipe de Albornoz “…el enemigo a tenido lugar de segar y rrecoger sus comidas a los serros y partes asperas y fortalesidos en ellas…” 14 El expediente del cabildo riojano muestra que el huayco representaba una forma de habitar la geografía andina basada en movimientos altitudinales y estacionales combinados con ciclos de agregación y desagregación. Sobre esta base, la estrategia de la resistencia sumaba a las alianzas parentales y políticas que conformaban el entramado rebelde (Schaposchnik 1997), una estrategia material que hacía posible sustentar a la población una vez que ascendía a los cerros para eludir la presión colonial. Los recursos agrícolas y pastoriles –estos últimos mencionados en menor medida- se trasladaban hacia las instalaciones enclavadas en los cerros, o bien, se cultivaba en aquellos parajes como menciona Hernando de Torreblanca en su Relación Histórica de Calchaquí: “…y algunos hubiera que prevenidos sembrarían aunque poco, y tendrían que echar mano y no dejarían de haber retirado sus bastimentos de mais y trigo…”15
14
Carta del Gobernador Felipe de Albornoz al rey 1/03/1630 (Boman 1918) Torreblanca, Hernando de. [1696] 1999. Relación Histórica de Calchaquí. Versión paleográfica, notas y mapas de Teresa Piossek Prebisch. Archivo General de la Nación. Buenos Aires 15
Por esto el diseño de la represión se basaba en impedir la logística que hacía posible la resistencia en los pisos de mayor altitud, es decir, debía cortar el sustento afectando la producción agrícola en los asentamientos agregados y la posibilidad de almacenar y trasladar recursos para sostener la resistencia en el tiempo. De modo que la agregación se convertía en la coordenada estacional y geográfica de la guerra entendida por los españoles como el momento de mayor vulnerabilidad de la población nativa. La necesidad de reiniciar el ciclo agrícola sumado a los requerimientos del cultivo a lo largo del año sometía a la población vallista –dependiente de los recursos cultivados- a una situación de vulnerabilidad frente al ingreso de la hueste debido a la exigencia de la reproducción de los ciclos productivos anuales. En otras palabras, no solo debían superar las condiciones adversas de una situación de guerra ese año, sino que además debían iniciar los trabajos destinados a obtener los recursos imprescindibles para el año siguiente. Al mismo tiempo, la agregación de sus habitantes en los poblados agrícolas hacía más grave el asalto si éste resultaba exitoso. La mirada colonial privilegió la descripción del asentamiento agregado en desmedro de aquellas formas de subsistencia ligadas a los ciclos estacionales de la desagregación pero que, del mismo modo, resultaban fundamentales a las necesidades de la reproducción social. En el verano, la caza, el intercambio, la producción de bienes y la recolección de la algarroba adquirían mayor relevancia, según relatos de los misioneros jesuitas de Calchaquí y el Fuerte del Pantano16. Es evidente que el manejo altitudinal de los espacios serranos como estrategia de resistencia, no fue el resultado exclusivo de una situación de huida para evadir la presión colonial, la historia prehispánica demuestra un uso intensivo de estos espacios vinculado a necesidades de reproducción social (Aschero 2007). Los relatos coloniales plantearon una descripción de la vida en los huaycos desde fuera de los escenarios, desde un poder que encuentra en los cerros, un espacio simbólico y material a partir del cual podía cuestionar su hegemonía. ¿Es posible trascender la mirada colonial y generar un relato distinto, desde los escenarios materiales de la resistencia?
Llevar la historia al terreno, las tierras de malfin
Sobre esta base ¿cómo reconstruir la dinámica ocupacional de los siglos XVI y XVII en las tierras de malfin a partir de contextos arqueológicos? Los contextos materiales “no espejan”
16
Carta del Cura Juan de Aquino. 14-12-1640. En: Larrouy (1923: 168-173).
las descripciones contenidas en los documentos, sino que se trata de generar una historia alternativa a los relatos escritos. La identificación de ítems introducidos por la conquista, integrados en contextos arqueológicos, representa un indicador de primer orden para diferenciar contextos de periodos históricos; a esto se suma la relación estratigráfica entre estos mismos ítems con remodelaciones arquitectónicas y, por último, la revisión de las dataciones radiocarbónicas disponibles. Conviene reiterar que la definición de un período hispano indígena delimitado por eventos históricos identificados por años calendario no responde, en los mismos términos, a la resolución cronológica de rangos temporales que brindan los fechados radiocarbónicos. En este caso, la escala de análisis temporal se establece tomando los contextos cuyos fechados calibrados los ubiquen en los siglos XVI y XVII. Buscando definir las escalas geográficas, consideremos un área que contenga la variabilidad ambiental marcada por aquellos rasgos del paisaje que fueran el foco de la descripción colonial, el ámbito de valles y serranías. Tomemos como punto de partida el área del Shincal, en las cercanías de Londres, emplazado a 1200 metros de altitud, continuando, hacia el norte, con los valles de Hualfín y el Bolsón (Dpto. Belén, Catamarca) hasta ascender a los 3000 metros en su sector septentrional (ver figura 4). Si consideramos las categorías ambientales propuestas por Aschero y Korstanje (1996), los valles de Hualfin y el Bolsón -tal como se denominan hoy- corresponden al ámbito de valles bajos (1900-2300 m.s.m) y valles altos (2300-3000 m.s.n.m.) respectivamente. No es posible asumir que este recorte geográfico coincidiera estrictamente con los mismos espacios así denominados por las fuentes coloniales; sin embargo, representan casos de análisis significativos a la hora de evaluar, arqueológicamente, tendencias en el modo de habitar valles y serranías ocupados antes, durante y después del período de las rebeliones. Como hemos visto anteriormente el juego estacional y altitudinal de la agregación y desagregación representó, en los testimonios coloniales, la dimensión privilegiada del modo de habitar vallisto. Las referencias escritas mencionan muy tempranamente la integración de cultivos y ganados de origen europeo en las actividades productivas de los vallistos (Palermo ms, Caparelli, et.al.2007). En el área de estudio contamos con dos contextos arqueológicos en los que se encuentran evidencias de cultivos europeos: el Shincal de Quimivil, un enclave estatal incaico en las cercanías de Londres (Belén, Catamarca) y el alero Los Viscos, en el Valle del Bolsón. Si bien difieren en el carácter de la instalación –por tratarse de un enclave estatal incaico, en
el primer caso, y un alero en el segundo- ambos sitios registran evidencias de ocupación prehispánica que alcanza el período colonial. La presencia de trigo (Triticum aestivum L), cebada (Hordeum vulgare L.), algodón (Gossypium sp.) y durazno (Prunus pérsica L.) conforma, según sus autores, un contexto de carácter ritual localizado en la estructura identificada como ushnu (Caparelli, Giovanetti y Lema 2007, Lema y Capparelli 2007, Raffino 2004). El alero Los Viscos en el área del Bolsón (Korstanje et.al. 2007) presenta evidencias de cultivos de especies introducidas junto con evidencias de prácticas de recolección de algarroba y chañar que fueron almacenadas y también consumidas en el sitio (Korstanje y Wurschdmit 1999). El caso del Shincal muestra una correlación entre los fechados radiocarbónicos obtenidos sobre muestras contextualizadas de especies europeas (Bos taurus), y evidencias de remodelaciones arquitectónicas, cuya posición estratigráfica señala un evento constructivo posterior a los muros incaicos (Igareta y González Lens 2006). El sitio de Quillay, enclave estatal destinado a la producción metalúrgica, muestra fechados radiocarbónicos obtenidos sobre muestras de carbón del interior de las wayras que alcanzan el siglo XVII (Raffino 2004). Si bien este caso no cuenta con hallazgos diagnósticos que demuestren su ocupación en períodos coloniales, los fechados obtenidos en ambos casos –El Shincal y Quillaypermiten suponer que los sitios incaicos continuaran ocupados más allá de la suerte corrida por el dominio cuzqueño. Las ocupaciones correspondientes al tardío prehispánico en el área del Bolsón y Asampay muestran una forma de asentamiento que combina sectores residenciales con una extensa arquitectura productiva agrícola con tecnología de riego (Sempé
2001; Quiroga 2005,
Quiroga y Korstanje 2005; Wynveldt 2007; Raffino 1988). Sempé describe para la región un patrón de asentamiento basado en instalaciones que evidencian una producción agrícola intensiva observada en la presencia de obras de riego, boca toma, estanques y andenería (Sempe 1999, Mafia, Sempe, Zubrzycki, Basualdo 2001). La extensión de las estructuras productivas para la agricultura –3 a 5 Km.- en Las Manzas y Asampay se encuentran emplazadas en los conos aluviales delimitados por quebradas que descienden hacia el fondo de valle (Sempé 2001). Según la autora estas instalaciones representan una producción intensiva que supera las demandas de la población allí asentada. La producción del excedente se orientaba –según la autora- hacia los asentamientos ubicados en el área de Hualfín, marcando una relación de jerarquía y dominio entre ambas áreas. Esto habla de una estructuración regional de sitios, que articula una superficie importante de instalaciones destinadas a residencia y cultivo, junto con pueblos aglomerados construidos
sobre cerros defendidos por murallas (Sempe 1999, Wynveldt y Balesta 2009, Balesta y Wynveldt 2010, Raffino 1988, Iturriza 1999). En el caso del Bolsón, correspondiente a la categoría de valle alto, el sitio de La Angostura se asemeja a la organización aldeana que Sempé describe para el área cercana de Asampay: las unidades residenciales reproducen el diseño arquitectónico agregado, enmarcando las áreas de cultivo emplazadas en los sectores más elevados de los conos aluviales que descienden desde las quebradas hacia el fondo de valle (Quiroga 2002). Las instalaciones de pueblos elevados con alta visibilidad y difícil acceso se identifican con las instalaciones de El Duraznito ubicado a 2500m en un entorno de peñas escarpadas y quebradas profundas. Los fechados radiocarbónicos para el área del Hualfin, Asampay y El Bolsón muestran una tendencia notablemente generalizada hacia rangos temporales de ocupación que se detienen para mediados del siglo XVII (ver cuadro 1). Esta tendencia de escala regional, coincidente con la mayor presión colonial sobre el área, traduce la represión ejercida sobre el modo de habitar los valles basado en la agregación de sus habitantes, en torno a una agricultura de riego ubicada en las partes más altas de los conos aluviales. La envergadura de la superficie agrícola y el abandono generalizado de los sitios están en estrecha relación (Wynveldt 2007). Este nivel general de interpretación no explica, por cierto, eventos puntuales de abandono, pero es significativo que las evidencias no hablan de hiatos de abandono y reocupación, sino del abandono sin evidencias de regreso. Esta tendencia observada a una escala regional dirige nuestra observación hacia la dependencia del ciclo agrícola y la vulnerabilidad a la que se exponía la población rebelde en tiempos de cosecha, tal como describen los informes de la guerra17. Los fechados radiocarbonicos señalan que los poblados agregados de la región estuvieron ocupados hasta mediados del siglo XVII. La presión colonial ejercida sobre la población nativa se orienta a impactar sobre las formas del trabajo agrícola basado en la cooperación de unidades residenciales integradas en la práctica del riego y la construcción y mantenimiento de las instalaciones. La agregación de los espacios arquitectónicos -de los poblados conglomerados emplazados en las quebradas- generaba espacios de interacción cotidiana e identidad, entorno de sociabilidad que incluía alianzas, redes parentales y acceso a tierras. Estas redes sociales tejidas en el entorno de la dinámica de agregación y desagregación, operaban como catalizadoras de las alianzas políticas que permitían articular la resistencia y sostenerla en el tiempo, por esto, fueron el foco privilegiado de la represión. 17
Viltipoco –curaca líder de la rebelión en Humahuaca- quien fue apresado mientras levantaba la cosecha del año 1594 (Sánchez y Sica 1997: 169).
En un trabajo previo he señalado que los huaycos representan una descripción geográfica – asimilable a quebradas altas- pero, al mismo tiempo, implica una forma de instalación agregada y un momento del ciclo productivo anual. Aquel espacio que los vecinos feudatarios referían como huayco representa una denominación colonial para una forma de asentamiento y de interpretación material de los paisajes de origen prehispánica como lo demuestra la profundidad temporal de las ocupaciones en los valles del Bolsón y Hualfin. Volvamos sobre la “continuidad” en los términos planteados por Nuñez Regueiro (1974). El autor señalaba la vigencia de los patrones de subsistencia prehispánica en valles como Hualfin y Santa María18. La integración de los espacios de mayor altitud a la forma de circulación y movilidad, junto con la agregación de sus instalaciones era parte constitutiva de la forma de subsistencia y reproducción vallista. Al igual que el concepto de resistencia la reproducción de la población vallista requiere una perspectiva relacional en la que el contexto otorga significado a las categorías. La lógica de la explotación colonial, bajo la forma de la encomienda, delegaba en las propias comunidades el peso de su reproducción (Cardoso Perez Brignoli 1979, Assadourian 1980). El caso de los malfines que hemos señalado muestra que para 1642 residían en sus poblados y, al mismo tiempo, debían cumplir con las mitas agrícolas impuestas en las cercanías del Fuerte del Pantano. Por esto los sitios emplazados en los sectores más escarpados del relieve serrano, de difícil acceso y visibilidad, no se definen por su condición de “lugar de refugio o de huida”, no son el resultado exclusivo de la conquista, en algún punto podían ser necesarias inclusive para su dominio. Identificar las ocupaciones de las quebradas con la resistencia o el refugio fue la herramienta discursiva con que la mirada colonial describió la geografía serrana y la vida en los cerros. Por esto sostengo que el huayco encierra en su enunciado un juego de miradas que encierran las dinámicas del conflicto colonial en la jurisdicción de Londres el control sobre la reproducción de la población vallista.
IV-EL CONFLICTO COLONIAL DESDE EL HUAYCO
Concebir el paisaje como una construcción social, significa asumir que el espacio no es resultado o reflejo pasivo de relaciones sociales, sino que es posible establecer una analogía 18
El análisis integrado de fechados radio carbónicos y secuencia estilística de las urnas santamarianas marca una tendencia similar de ocupaciones que se detienen para mediados del siglo XVII (Greco 2010)
entre la producción y reproducción de la sociedad y el espacio al mismo tiempo (Soja 1986). Como ámbito de conflicto, el modo de habitar el paisaje traduce, construye y expresa tensiones estructurales en las que el control colonial sobre la tierra y la mano de obra, como base del dominio, requieren también, el control sobre la reproducción de la población tributaria. Desde la perspectiva del dominio reprimir la agregación es reprimir la capacidad de articular entramados de resistencia. Si el destino de los rebeldes una vez que ofrecían la paz era residir en las tierras señaladas por el encomendero, a fin de garantizar el cumplimiento de los trabajos exigidos, es claro que controlar el modo de habitar era instalar y asegurar relaciones de dominio. Si vemos el conflicto desde la perspectiva de los rebeldes, la agregación permitía a los malfines conservar el control sobre la propia reproducción social; nada menos que el propio trabajo, evitando la extracción del excedente por parte del encomendero. Por esto la represión de los movimientos de la rebeldía aplicó la desnaturalización como política material del dominio. En términos jurídicos, desnaturalizar representaba una suerte de destierro al quitar el derecho a las tierras de origen a aquellos que se rebelaban ante la autoridad real, quien, según su orden, detentaba el derecho de asignar las tierras (Mercado Reynoso 2004: 103). Con esto se hace evidente que aplicar el régimen de la desnaturalización fue una política destinada a sustentar jurídicamente el expolio colonial de la población vallista. En la práctica representaba un traslado físico de las poblaciones rebeldes, desde los poblados agregados enclavados en los cerros hacia condiciones de habitación y residencia fijadas por el encomendero. Por esto, si bien las descripciones coloniales mencionaron con mayor énfasis el traslado de la población como política represiva, no es de menor importancia subrayar que el objetivo de su política fue lisa y llanamente, la apropiación de sus tierras y su fuerza de trabajo. Desnaturalizar significa en este contexto, reprimir y desarticular un modo de habitar para naturalizar una nueva forma de relaciones sociales de producción destinada a cimentar la estructura colonial del dominio. En breves palabras, se trató de desnaturalizar a la población para naturalizar el dominio. ¿Cómo fue este proceso? Tomando casos específicos como Tolombones y Choromoros, López describe la desnaturalización como el traslado de los rebeldes desde sus asientos originarios hacia las estancias de los encomenderos. Esto representa, a juicio de la autora, la erradicación de los grupos de sus nichos ecológicos originales y el socavamiento de la población nativa, quienes quedaban “separados de sus tierras, de sus familias y de sus tradiciones” (1990: 9-11). Para el
caso específico de los malfines, la política de desnaturalizaciones define su traslado a Córdoba (Montes 1961, Page 2007), al fuerte del Pantano, a La Rioja y Andalgalá (Lorandi y Sosa Miatello 1991). El fin de las guerras calchaquíes representó en la historiografía regional una suerte de “fin de la historia” de la población nativa, cuando desvinculados de sus pueblos y lugares de origen, se integraban a un campesinado rural en formación (Montes 1961, Lorandi 1990-92, Madrazzo 1994). En los últimos años la suerte de los desnaturalizados abrió un campo de estudios en el que se subraya la diversidad de estrategias desplegadas en torno a tierras y condiciones de trabajo, en el contexto de nuevas relaciones de dominio y explotación (Cruz 1997, De la Orden y Parodi 2005, Rodríguez 2008, Vázquez 2009). Posterior a las guerras de calchaquí, los valles y la Puna –en mayor o menor medida- fueron el ámbito de las invernadas de las mulas que abastecieron las redes mercantiles coloniales señalando una clara reorientación productiva de espacios de agricultura intensiva hacia espacios ganaderos (Quiroga 2003). Sobre bases documentales firmes, Rodríguez (2008) demuestra que la ocupación de las tierras de calchaquí era el resultado de una diversidad de situaciones. Así lo expresa el cura Pedro Fernández de Chávez “...unos enviados y consentidos por dichos encomenderos a las poblaciones y estancias que van fundando y otros por librarse de la sujeción que tienen...”19 A mi juicio la práctica que generaba la reacción de los funcionarios coloniales no era regresar a los valles, proyectando sobre la geografía el regreso al carácter del genio calchaquí, sino el regresar a sus pueblos, es decir, a su antiguo modo de habitar. Quiero profundizar este argumento retomando las mismas citas que aporta la autora. El Gobernador José de Garro señala que: “...como no estan juntos....no se hallan con fuerzas unidas para poder ganar la sierra y volverse al valle de calchaquí, de donde fueron sacados, aunque el animo de ellos es muy dispuesto a retirarse porque aman a su patria y no lo ejecutan por hallarse apartados unos de otros...”20. Siguiendo las líneas del argumento que presento, los agentes coloniales buscaban evitar la ocupación de las áreas por tradición rebeldes, en términos que pudieran revivir aquel modo de habitar al que interpretaban como base y catalizador de las resistencias. Por esto, residir en los valles altos como mano de obra de las estancias que se instalaban a través de la ampliación de las mercedes de tierras, no representaba lo mismo que regresar en condiciones de sostener espacios materiales de autonomía. 19 20
Declaración fechada el 4 de Julio 1692. En: Rodríguez (2008: 83). Carta del gobernador José de Garro15-6-1678 En: Rodríguez (2008: 78).
Las descripciones posteriores a la guerra mencionan poblaciones que permanecían refugiadas en los cerros. La oposición de Bartolomé Ramírez de Sandoval menciona una entrada al valle de calchaquí “...a su costa a sacar los rezagos de indios y piezas que habían quedado después de la conquista retirados en sus quebradas...”21. En 1672 el Gobernador Peredo le encarga la búsqueda de la parcialidad de los antofagasta “…que andaba retirada y fugitiva del comercio de españoles y pueblos domesticos de indios de que a resultado retirarse a su abrigo muchos indios de los domesticos y de los nuevamente conquistados del valle de calchaquí…”22 Como señalé en las primeras páginas de este trabajo, las representaciones coloniales sobre geografías y pueblos traducen y dirimen conflictos estructurales. Identificando el huayco con la quebrada, con la geografía o con la naturaleza, el conflicto colonial se naturaliza en sus términos y enunciados. De esta forma, se convierte la categoría geográfica en un arma política y discursiva encubriendo bajo las formas del paisaje, el conflicto por la apropiación de la tierra y la mano de obra como botín de guerra para un estamento encomendero. Nuevamente deseo subrayar que la guerra de malfin y calchaquí y en ese contexto, el espacio geográfico de los guaycos desafiaba la lógica del dominio colonial a escala del espacio andino (Assadourian 1982). El huayco no representaba espacios de fuga y aislamiento, por el contrario, permitía transformar una reproducción social entendida como subdsidiaria del dominio, en una estrategia que devolvía a la población nativa, espacios materiales de autonomía.
AGRADECIMIENTOS Ana María Presta, Carolina Jurado y Florencia Becerra aportaron generosamente sus propias citas referidas a los huaycos. De distintas formas y en distintas etapas participaron de la elaboración de este trabajo, especialmente por el interés con que debatieron conmigo sus propias impresiones y experiencia en la interpretación de fuentes históricas.
ABREVIATURAS ABNB- Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia (Sucre, Bolivia) AGI-Archivo General de Indias (Sevilla-España) AHC-Archivo Histórico Provincial Córdoba (Argentina)
21 22
AHC Esc. 2-6-2 Fol. 9 AHC Esc.2-6-2 Fol. 37r
AGN-Archivo General de la Nación (Buenos Aires, Argentina)
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