Acerca del buen karma de escribir

karma que se manifiesta cuando me siento a la computadora. Hasta llegué a pensar que la computadora hace algo sola y yo no tengo registro. Uno tiene.
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Espectáculos

Página 8/Sección 4/LA NACION

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Domingo 15 de junio de 2008

TEATRO Entrevista con Heidi Steinhardt

Acerca del buen karma de escribir La directora de El trompo metálico se prepara para estrenar, en el teatro Payró, El lotecito En la escena, una niña y sus padres. La pequeña se muestra sabelotodo, y tiene motivos: sus progenitores ejercen una fuerte influencia sobre ella a la hora de la educación. La escena puede ser una síntesis muy apretada de El trompo metálico, la pieza que desde hace casi un año presenta la autora y directora Heidi Steinhardt. Formó parte del ciclo Operas Primas del Rojas y ahora hace funciones en el Teatro del Pueblo. Heidi Steinhardt es una muchacha muy singular. Tiene una imagen adolescente, casi como el personaje de su obra; habla rápido, cuida mucho la elaboración de conceptos precisos, pero no para aparecer como una seria intelectual, sino porque ella tiene la fuerte necesidad de expresarse con claridad. Y, mientras lo hace, parece que buscara que todo su ser confirmara esa hipótesis que desarrolla o esa imagen que le viene a la cabeza y que le sirve de ejemplo perfecto para graficar lo que afirma. Al igual que su criatura de El trompo metálico, la vida de Heidi fue exigencia tras exigencia. Se apura a aclarar que su familia no tuvo nada que ver con eso. Le costó mucho darse cuenta de que podía ocupar un lugar importante en el mundo. Un poco de terapia, una honda entrega al budismo y dos maestros. Julio Chávez, primero, y Helena Tritek, después, la apoyaron y la ayudaron a cambiar su realidad. Así, logró descubrir que tenía un gran potencial por desarrollar y lo está haciendo. ¿Quién puede negarse a decirle: “Por suerte te aflojaste”? ¿Cómo llegó a la escritura? Lo explica: “No sé... No vengo de la literatura, de la dramaturgia. Cuando escribo, me posee una especie de espíritu bueno que me hace compañía y me ayuda a resolver problemas. Lo traigo de otra vida; es casi karmático, un buen karma que se manifiesta cuando me siento a la computadora. Hasta llegué a pensar que la computadora hace algo sola y yo no tengo registro. Uno tiene una necesidad muy potente, visceral, de contar cosas. Es como si inflara un globo y lo pinchara cuando está bien cargado, y ese aire que se va escapando se transformara en escritura. Se acabó el aire, se acabó la obra.” –¿En qué medida el teatro te ayudó también a modificar mucho de tu espíritu exigente ante la vida? –Cuando estudiaba con Julio Chávez leí El gran teatro del mundo, de Calderón. Al principio, no lo entendí, pero después de mucho pensarlo lo encontré fundamental. El teatro es una representación posible que está virtualmente dando vueltas. Me permite ser y hacer todo lo que se me ocurra. Todo es posible; lo que quiera. Lo siento emparentado con la vida y me gusta. Desde la actuación me gustaba encarnarme en otros cuerpos. De alguna manera, el teatro me permitió abandonar un

Víctor Laplace, Karina K y Alejandro Paker, tres protagonistas de la obra de Suárez Marzal

Pepino el 88, más circo que historia de vida Parcial mirada de la figura de José “Pepe” Podestá Buena

★★★

ANDREA KNIGHT

Heidi Steinhardt se reconoce como una escritora visceral

mundo que me hacía mal y me producía sufrimiento. Empecé a inventarme historias en que lo pasaba mejor. Transformé los obstáculos en posibilidades de aprendizaje. Helena Tritek me acompaña mucho, me alienta y está siempre susurrándome al oído: “No pasa nada; está todo bien”. Tan bien, habría que aclarar, que mientras continúa disfrutando de sus exitosas presentaciones de El trompo metálico, Heidi Steinhardt está próxima a estrenar una nueva producción, El lotecito (o el sepelio). Adriana Aisenberg será la protagonista, y las funciones se llevarán a cabo en el Payró desde finales de julio. Una vez más, la historia convoca a una familia. En este caso, la madre reúne un domingo, muy temprano, a sus tres hijos con la excusa de organizar su velorio; pero, en verdad, esa reunión devendrá en una empresa mayor. “Es una familia –a diferencia de la de El trompo…, más anclada en la vida cotidiana –aclara la autora y directo-

ra–; uno la puede reconocer fácilmente. La de El trompo está como en un limbo en el que se suspenden los personajes y se mezclan las épocas, al público le cuesta decodificar qué es eso que está

“Cuando escribo, me posee un espíritu bueno que me ayuda a resolver problemas” viendo. La familia de El lotecito puede ser la tuya o puede estar al lado de tu casa. En El trompo metálico no me interesa hablar de la familia, eso que sucede puede suceder en cualquier otro ámbito. Allí quiero hablar de la educa-

ción, de la cultura como el deber ser, eso no es cotidiano. Elegí una familia porque es un ámbito del que uno no se puede despegar.” –¿Cómo sería eso? –La familia es toda la vida. Todo se desprende de ahí. Si no querés darte cuenta, un día te baja la ficha y volvés ahí a ver qué pasó. Estás pegado a ese ámbito hasta que te morís. Te podés hacer el distraído; lo podés tener camuflado. La familia es la reducción celular del universo en materia humana; la familia representa lo que después uno ve representado en la sociedad y en el mundo. Para un espectador es muy fácil configurar esto: inmediatamente sabe de qué se está hablando y, como para mí lo interesante en el teatro es poder contar y que eso pueda ser recibido, la familia es un buen canal. A la hora de escribir no pienso todo eso, son cuestiones que me aparecen después.

Carlos Pacheco

(En escena)

Pepino el 88, de Daniel Suárez Marzal. Intérpretes: Víctor Laplace, Karina K, Alejandro Paker, Antonio Ugo, Coni Marino, Luis Longhi, Francisco Pesqueira, Alejandro Melidoni, Mónica D’Agostino, Maximiliano Accavallo, Rodrigo Pedreira, Walter Velázquez, Lucila González, Rosina Fraschina, Federico Howard, Lucas Gallardou y Javier Davis. Iluminación: Nicolás Trovato. Coreografía: Alejandro Cervera. Vestuario: Renata Schussheim. Escenografía: Jorge Ferrari. Música y dirección musical: Federico Mizrahi. Dirección: Daniel Suárez Marzal. Duración: 145 minutos, incluido un intervalo. En el Presidente Alvear.

La producción de un musical con la figura de Pepino el 88 tenía su atractivo, sobre todo por el desconocimiento que en estos tiempos se tiene de una de las figuras más trascendentes del teatro nacional. En realidad, ese payaso sólo fue una de las creaciones de José “Pepe” Podestá. Hombre de circo desde su adolescencia, acróbata, músico, actor, pasó del picadero a los escenarios porteños como uno de los precursores de la escena nacional desde el momento en que el folletín de Eduardo Gutiérrez Juan Moreira se transformó en pantomima y más tarde en una acabada representación teatral. Fue el líder de una familia trashumante de artistas y sobre él descansa la fama de haber sido un innovador del teatro.

A puro títere

La puesta

Esta noche, en doble función, a las 20 y a las 22, se presentará en el marco del V Festival de Títeres para Adultos la obra El guerrero terrible, de la compañía rosarina Malditos Muñecos. Por otra parte, mañana, a las 18, será el turno de El caldero circo, de Grupo El Pingüinazo, también rosarino. Y un poco más tarde, a las 20 y a las 22, el retablo estará en manos de la Compañía Las Meninas, que presentará su espectáculo homónimo. En el Celcit, Moreno 431. Entradas: $ 25.

Suárez Marzal, al enfocar la presencia de Pepino en el texto, sin una estructura dramática, parcializa la figura de “Pepe”, y su historia de vida queda limitada a la narración, mientras se suceden números musicales, el encuentro entre payadores, actos de malabarismo y trapecio, la rutina de una écuyère, un tango bailado por dos hombres, una breve escena de Juan Moreira y, finalmente, el Pericón. Esto es representativo de una función del circo criollo, pero no alcanza a dibujar el perfil del protagonista. Los personajes no tienen carnadura

propia y lo que se conoce de ellos es lo que cuentan. Se cuenta quiénes fueron “Pepe” Podestá, Frank Brown, Rosa de La Plata, Cocoliche. Aparece Carlos Pellegrini, asistente al circo, sólo como un representante de la clase política de aquellos tiempos, de la misma manera que se presenta el estereotipo del “Niño bien”, el “Petimetre” y el “Jailaife”, para ilustrar acerca de la diversidad de público que solía asistir al circo. El único que logra consistencia dramática es Pablo Podestá, interpretado por Antonio Ugo, quien le imprime emoción y sentimientos a su criatura. Si se sacan todas las referencias a Pepino el 88, lo que queda es un acto circense, atractivo y colorido por un vestuario bastante idealizado, entretenido por el humor de Cocoliche; por la espontaneidad del Tony, por el accionar de los acróbatas, por la efectiva música de Federico Mizrahi, que se da el gusto de componer desde una milonga hasta un candombe, y por una eficiente actuación. En este sentido, es muy acertado, desde lo físico y desde la actuación, lo que realiza Alejandro Paker en la piel de Frank Brown. Mientras que Karina K, como Rosita de La Plata, si bien sobresale en el canto, su personaje se ve desdibujado por falta de un sustrato dramático. También son acertadas las composiciones que Luis Longhi realiza de Cocoliche y Walter Velásquez del Tony. Finalmente, Víctor Laplace, que despliega todo su histrionismo para convertirse en el gran maestro de ceremonia de este espectáculo. La escenografía es vistosa y probablemente, del mismo modo que el vestuario, no se corresponda con la realidad de los circos trashumantes de fines del siglo XIX, pero es una convención que no desentona. Esta falta de precisión en los detalles está justificada por las palabras de Daniel Suárez Marzal que figuran en el programa de mano: “Toda coincidencia con la realidad es pura coincidencia”.

Susana Freire