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Historia de la vida privada en Chile Bajo la dirección de
Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri
Tomo III El Chile contemporaneo De 1925 a nuestros días
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© De esta edición: 2007, Aguilar Chilena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providencia, Santiago de Chile. Rolando Álvarez, Patricia Arancibia, Paulina Dittborn, Baldomero Estrada, Cristián Gazmuri, Rodrigo Hidalgo, Leonardo León, Elizabeth Lira, Luis Ortega, José del Pozo, Gonzalo Rojas, Jorge Rojas, Rafael Sagredo, Rafael Sánchez, Verónica Valdivia, Ángela Vergara, María Soledad Zárate. • • • • • • • • • • •
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de Ediciones Av. Leandro N. Alem 720, C1001 AAP, Buenos Aires, Argentina Santillana de Ediciones S.A. Avda. Arce 2333, entre Rosendo Gutiérrez y Belisario Salinas, La Paz, Bolivia. Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. Calle 80 Núm. 10-23, Santafé de Bogotá, Colombia. Santillana, S.A. Avda. Eloy Alfaro 2277, y 6 de Diciembre, Quito, Ecuador. Grupo Santillana de Ediciones S.L. Torrelaguna 60, 28043 Madrid, España. Santillana Publishing Company Inc. 2043 N.W. 87 th Avenue, 33172, Miami, Fl., EE.UU. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de C.V. Avda. Universidad 767, Colonia del Valle, México D.F. 03100. Santillana S.A. Avda. Venezuela Nº 276 e/ Mcal. López y España, Asunción, Paraguay Santillana S.A. Avda. San Felipe 731, Jesús María, Lima, Perú. Ediciones Santillana S.A. Constitución 1889, 11800 Montevideo, Uruguay. Editorial Santillana S.A. Avda. Rómulo Gallegos, Edif. Zulia 1er piso, Boleita Nte., 1071, Caracas, Venezuela. ISBN: 956-239-349-6 (Obra completa) ISBN: 978-956-239-526-7 (Tomo III) Inscripción N° 165.419 Impreso en Chile/Printed in Chile Primera edición: septiembre de 2007 Segunda edición: enero de 2008 Cubierta: Ricardo Alarcón Klaussen sobre El 18 de septiembre, óleo sobre tela de Israel Roa, 1953. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, DIBAM. Fotografía de portada: Marcela Contreras Fotografía de láminas: Juan José Alfaro González Selección iconográfica y redacción, corrección y edición de textos de láminas: Rafael Sagredo Baeza
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.
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Presentación La acogida de los tomos I y II de la Historia de la vida privada en Chile, que hasta el momento se expresa en cuatro y tres ediciones respectivamente en menos de dos años, y en positivas evaluaciones de la crítica, no hace más que confirmar la opción que en su oportunidad tomamos. Se trataba de alejarse de la historia como pedagogía cívica, aquella ligada a la organización de la república y a la construcción de la nación que, en nuestra opinión, impidió ocuparse de muchos temas y preguntas que hoy forman parte de esta obra. Nuestro punto de partida fue la época actual y sus desafíos; entre otros, la necesidad de explicar por qué las cosas habían ocurrido de un modo inesperado, diferente a como, de acuerdo con la historia pública, se supone que debían haber sucedido. En el ámbito de lo privado, en el sentido de lo no público, pensábamos que podrían encontrarse las claves que darían cuenta de la resistencia de los actores a comportarse según el papel que previamente se les había asignado, a rebelarse y poner en entredicho la supuesta trayectoria excepcional que nos muestra la historiografía sobre Chile; por ejemplo, olvidando su calidad de ciudadanos capaces de vivir plenamente los valores republicanos. Tal vez, sospechábamos, las continuidades históricas estaban más lejos de lo que siempre se ha creído de esos dos monstruos, creados y creadores de modernidad, que son el Estado y la política, y también debían buscarse, por ejemplo, en los temas abordados en los volúmenes de esta obra. O, quizás, es que la visión general de la evolución histórica nacional prevaleciente es como el óleo de Israel Roa que ilustra la portada de esta obra. El 18 de septiembre, fiesta nacional, ícono, símbolo gozoso, momento de exaltación, de entusiasmo y fervor popular en torno a la patria, la nación, la república y sus éxitos. Instante de celebración pública que sólo muestra la exterioridad de los sujetos ahí representados en familia en sociedad, sin adentrarse, como esta obra lo hace, en su dimensión privada, incluso íntima, mostrando, cual microscopio, una realidad en demasiadas ocasiones muy distinta a la visión pública del conjunto. Acaso, luego de esta Historia..., ¿cabe alguna duda de que para las grandes mayorías la expansión experimentada por el país desde el siglo XIX en adelante fue sólo una ilusión, una posibilidad si no imposible, a lo menos muy remota hasta bien entrado el siglo XX? Podrá tal vez interpretarse que las graves convulsiones experimentadas por el Chile de la segunda mitad de la centuria pasada, que finalmente terminaron afectando incluso a aquellos que siempre habían estado ajenos al miedo, dolor, violencia y precariedad derivada de la realidad social, también tuvieron como antecedente las características de la existencia privada de los chilenos. Todas las cuales, finalmente, terminaron haciéndose presentes en la vida social y pública, experimentando así la sociedad, como conjunto, lo que la mayor parte de las generaciones de chilenos había vivido en el ámbito que le era propio.
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En lo que respecta a este tercer tomo de la Historia de la vida privada en Chile, que aborda esencialmente el siglo XX que el prestigioso historiador inglés Eric Hobsbawm ha caracterizado como «el siglo más extraordinario y terrible a la vez de toda la historia», una de las características esenciales es que tanto sus autores como la mayor parte de sus potenciales lectores han sido contemporáneos, testigos, incluso protagonistas de los temas abordados; es decir, pueden ser considerados «observadores partícipes», en palabras de los antropólogos. Sin duda, mucho de lo ocurrido en la existencia privada de los chilenos del siglo XX tiene ya algún antecedente, interno o externo. Así, por ejemplo, la vida en la clandestinidad o las consecuencias derivadas de la violencia, como la represión y el exilio. Pero que en el país se repliquen situaciones ya conocidas en el resto del mundo, no invalida que el conocimiento de la historia de la vida privada en Chile sea un magnífico medio de comprender la realidad del país durante la pasada centuria. Como es conocido, hay dos formas en que los hombres conservan una visión de conjunto de su pasado: la memoria y la historiografía. ¿Cuál es la diferencia entre ambas? En lo fundamental, consiste en que la memoria es una visión eminentemente subjetiva —a nivel personal o de grupos— marcada por una serie de condicionantes, y la historiografía lo es menos. Pierre Vidal-Naquet, en un lúcido ensayo sobre los judíos, la memoria y el presente, hace notar, refiriéndose a la historia-historiografía política, que «la rivalidad organizada de las memorias es una de las características de las sociedades pluralistas»; por ejemplo, en el Chile de hoy, entre la que tienen algunos miembros del Ejército y un familiar de un detenido desaparecido o un exilado, hay ciertamente una «rivalidad». Y, continúa Vidal-Naquet: «No sucede lo mismo en las sociedades totalitarias, donde memoria e historia, ambas oficiales, deben coincidir plenamente bajo pena de ser modificadas por orden de arriba». En realidad creemos que habría que agregar, al menos en el caso de la memoria, que esa modificación «oficializante» se da sólo en el discurso público y que cada individuo y grupo conserva la propia, por más que no la pueda hacer pública tal cual es. George Orwell se ha referido al tema. Por ejemplo, sin duda era diferente la memoria que un comunista de la ex URSS conservaba del período estalinista, que la que conservaba un ex habitante del gulag, sólo que en el segundo caso no podía hacerla pública. Lo que queremos enfatizar es que, y en particular cuando nos referimos a la historia reciente, no es tan sencillo separar historia de lo que es memoria. Porque para muchos de los autores las últimas décadas han sido su presente, y se tiende a privilegiar espontáneamente cómo vimos las cosas nosotros, generalmente a partir de nuestras vidas íntimas o, si se quiere, privadas. Es así que los lectores de este tercer tomo dirán, en algunos casos, este autor esta contando su vida. Vida privada, es cierto, pero que fue inevitablemente diferente en sus detalles, y no podía ser de otra forma, a la de los demás chilenos. Como se comprenderá, la tendencia inevitable a lo subjetivo es mucho más grande cuando se hace la historiografía del tiempo presente, que cuando se trabaja con testimonios provenientes de terceros en un pasado que no conocimos. Por lo tanto, este prólogo es también una advertencia. Hacer historia del tiempo presente tiene el riesgo que acabamos de mencionar, la con-
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fusión entre memoria e historiografía puede ser una problema mucho mayor que en los tomos anteriores, porque lo subjetivo y objetivo tienden a confundirse. La cercanía de los hechos y las implicancias ideológicas, culturales y emotivas, muchas veces impiden tener una visión más «agregada» y analítica de los sucesos relatados. Pero tenemos que arar con lo que tenemos. La alternativa sería renunciar a hacer historia del tiempo presente. Queda el consuelo de que otros vendrán y en el futuro completarán y mejorarán los testimonios parciales y las explicaciones que entregamos ahora. Esa es una de las grandes virtudes de la historiografía, en especial si, como en el caso de esta Historia..., se han ampliado sendas hasta ahora poco transitadas por los estudiosos del pasado. Aspiramos, como el ya mencionado Hobsbawm lo explicitó alguna vez, a que los recuerdos personales de los autores que se encontrarán en esta obra como parte de la evolución de Chile en el siglo XX acercarán a los lectores más jóvenes a esta historia, reavivando en los de mayor edad sus propios recuerdos. En este libro, y en primer lugar, los lectores se encontrarán con el texto de Soledad Zárate sobre la experiencia del parto y la crianza de los niños; realidades dolorosas y duras, en muchas ocasiones transformadas en tenue límite entre la vida y la muerte e íntimamente relacionadas con la pobreza, tanto como para preguntarnos cuándo dejó de ser un alivio la muerte del recién nacido en Chile. La respuesta, las experiencias que transformaron, mejorando, las condiciones del parto y primera crianza de los párvulos, mostrando de paso la evolución de las condiciones en que las mujeres daban a luz y más tarde se ocupaban de sus hijos, son mostradas aquí en toda su magnitud, como reflejo de la evolución social del país en el siglo XX. Pese a que pasar de vivir en un rancho a una vivienda sólida sólo puede presentarse como una evolución positiva, el trabajo de Rodrigo Hidalgo y Rafael Sánchez muestra elocuentemente que en el ámbito de la habitación privada, las perspectivas que la sociedad promueve, en ocasiones, conspiran contra las evidentes mejorías que en materia de vivienda social aplicó el Estado a lo largo de la pasada centuria. En síntesis, que no todos los cambios deben medirse en términos cuantitativos, y que lo cualitativo es básico a la hora de estudiar la sociedad. La evolución del tipo de habitación popular no sólo releva las características de las condiciones básicas de existencia de una gran mayoría de la población nacional a lo largo del tiempo, también las transformaciones operadas en las expectativas y modos de vida de los chilenos, para los cuales, en la actualidad, la vida en una morada sólida, pero en una población aislada o segregada, insegura, sin centros de sociabilidad y esparcimiento, resulta crítico. Entre otras razones, porque los pobladores ya no son campesinos emigrantes, sin lazos en la ciudad e ignorantes del mundo, sino que pobladores altamente ricos en relaciones interpersonales que, intempestivamente, por obra y gracia de la «solución habitacional», ven modificadas abruptamente las características de su existencia, entre ellas el espacio más preciado, el de la vida privada. Muy diferente es la realidad que Ángela Vergara ofrece en su estudio sobre el devenir de los obreros de la gran minería del cobre. Tomando como ejemplo la realidad de Potrerillos, nos ilustra respecto de las condiciones de existencia de una comunidad situada en un lugar aislado y
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remoto, pero también sobre cómo la transformación de las formas de producción inciden sobre las de subsistencia. ¿Cómo era vivir y trabajar en un centro industrial?, ¿cómo afectaba esa condición la vida privada de los trabajadores y sus familias? La existencia del minero se nos presenta marcada por el trabajo, la geografía y un mundo muy limitado que dejaba poco espacio para la privacidad e imponía grandes sacrificios. En un medio así, nos señala la autora, lo estrictamente privado pasaba rápidamente a ser objeto de espectáculo público, a tema de chisme, cuando no de ocupación del Departamento de Bienestar de la empresa. Los esfuerzos de los mineros por escapar de la vista de los demás, construir sus propios espacios e identidad, entre otros a través del contraste con el mundo norteamericano de la administración de la mina, ofrecen un buen ejemplo de cómo las personas logran desarrollar su ámbito privado en los ambientes más hostiles, pues, en definitiva, es una necesidad vital. La experiencia de los inmigrantes en Chile se aprecia en el trabajo de Baldomero Estrada a través de la comunidad española en Valparaíso. El autor presenta su evolución desde las peripecias de su viaje y llegada al puerto, adaptación a la nueva sociedad y alternativas de su existencia, hasta su ascenso y consolidación económica y social, concluyendo que la mayor parte de los inmigrantes muestran un gran apego a la estructura cultural de la sociedad de la cual provienen. Manifestaciones del fenómeno son sus patrones matrimoniales, redes económicas y prácticas de sociabilidad familiar y colectiva, todas las cuales reflejan su adaptación a la realidad nacional, pero también que muchos vivieran añorando su tierra natal y estuvieran dispuestos a regresar a ella. La infancia y primera juventud a partir de sus experiencias en el balneario de Quintero, es el proceso que en primera persona entrega Cristián Gazmuri. La descripción de un mundo interior en ebullición, los recuerdos felices de las vacaciones y las evocaciones íntimas de un sujeto que vive sus primeras experiencias con el sexo opuesto, no sólo reflejan los cambios de una etapa trascendental en la vida de una persona, sino también la forma en que muchos guardan sus recuerdos, combaten la nostalgia y vuelven a vivir instantes de profunda felicidad. A través de las memorias de un niño de clase media en un balneario popular del litoral central de mediados del siglo XX, muchos podrán reconocer su propio tránsito hacia la adultez en un Chile irremediablemente ido. El relato de Luis Ortega sobre las experiencias de un aficionado al fútbol de la segunda mitad del siglo XX, no sólo muestra el significado íntimo que el deporte puede llegar a tener en la vida de un sujeto, la fuente de satisfacción que la pasión por un equipo puede llegar a representar, la instancia de convivencia y sociabilidad familiar y colectiva que fue el fútbol en Chile; en especial, la evolución que éste tuvo desde una práctica multitudinaria y pública, hacia una individual e íntima, tanto como para concebirla como vida privada. Esta evolución, junto con explicar el cambio histórico de un aspecto concreto de la realidad nacional, muestra también las profundas transformaciones experimentadas por la sociedad, reflejadas en el comportamiento del público en los estadios, el papel de los clubes deportivos y la función de los medios de comunicación en la intimidad del hogar. La vida de los militares, grupo que en el último tercio del siglo XX adquiriría un protagonismo indiscutido en Chile, es lo que ofrece el trabajo de Verónica Valdivia. ¿Cómo vivían los oficiales?, ¿cuáles eran sus
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aspiraciones?, ¿cómo compatibilizaban su vida privada con sus responsabilidades profesionales?, ¿qué identidad surge de la particular forma de vida que llevaban?, son algunas de las preguntas que a través de su texto se responden. Entre otros decidores fenómenos, se aprecia el verdadero abismo que separó a civiles y militares a lo largo de la centuria, la situación de marginación que éstos experimentaron respecto del resto de la sociedad y el casi total desconocimiento, cuando no desprecio, que los civiles mostraron hacia las labores profesionales de las Fuerzas Armadas. Sin duda, algunas de estas realidades explican la ignorancia y sorpresa que sobre el comportamiento de los militares mostró la sociedad civil a partir del 11 de septiembre de 1973. Ella no entendió el lenguaje, el tono y el último sentido de las palabras y actos de los uniformados, nunca se ocupó, no ya de comprenderlos y valorarlos, sencillamente de conocerlos, como hoy es posible hacerlo, entre otros medios, gracias a la historia de su vida en el cuartel. La crisis que la sociedad chilena experimentó a fines de la década de 1960 se materializó también en la angustia y temor que para un porcentaje no menor de la población significó el ascenso al poder de la Unidad Popular, como lo refleja el texto de Patricia Arancibia y Paulina Dittborn. Las esperanzas que el nuevo régimen despertó entres sus partidarios y adherentes, para no referir las expectativas que provocó en la comunidad internacional, tuvo su contraparte en el miedo, verdadero pánico, y en el sentimiento de amenaza que, aun antes de instalarse en el poder, despertó entre vastos sectores de la sociedad. A través de las alternativas de una vida familiar marcada por la lucha política y la polarización del país, las autoras muestran cómo la existencia privada de los sujetos no estuvo ajena al clima de confrontación nacional y a los cambios sufridos por una sociedad que ya entonces mostraba claras evidencias de haber entrado en un proceso de grandes reformas. De este modo, si la modernidad provocó profundos trastornos sociales, lo cierto es que éstos tuvieron su primera expresión al interior del núcleo familiar. En éste, la polarización entre el entusiasmo de los triunfadores y la frustración de los derrotados en octubre de 1970, fue el preludio de lo que más tarde, y dramáticamente, ocurriría a escala nacional. El drama, que como se advertirá para algunos había comenzado la misma noche de la elección presidencial de 1970, se desencadenó brutalmente a partir del golpe militar de 1973. Rolando Álvarez lo aborda desde la perspectiva de los militantes de la izquierda chilena que, para sobrevivir o combatir al nuevo régimen, pasaron a la clandestinidad; esa nueva forma de vida que, aunque no inédita en la historia republicana, entonces alcanzó dimensiones desconocidas. La experiencia de los comunistas proscritos, sus prácticas para escapar a la represión, disimular su identidad, aparentar normalidad y vivir en un mundo que en ocasiones escapaba a las características más elementales de lo que se entiende por «vida normal», permiten apreciar la relatividad de conceptos como «verdad», «vida privada» y, en especial, «realidad». Es la existencia en el mundo de la «infrapolítica», de los dominados que desarrollan diversas formas de resistencia, entre las cuales el enmascaramiento de la verdadera identidad, el teatro y la actuación, en muchas ocasiones, transformaron la realidad en mentira y la falsedad en verdad. Además, la vida en la clandestinidad, corrientemente asociada a una experiencia terrible, y como el texto lo muestra, tuvo también una dimen-
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sión menos negativa que ofrece una extraordinaria riqueza e innumerables matices, entre los cuales los momentos de alegría y satisfacción también estuvieron presentes. La existencia como prisionero en un campo de concentración, una situación que pareciera sacada de la historia europea, del contexto de las grandes confrontaciones mundiales, también fue parte de la realidad nacional de fines del siglo XX. Como lo refiere Leonardo León en su texto histórico y testimonial, adentrarse en la vida privada de los sujetos recluidos en los campos de detención abiertos por el régimen militar luego de 1973 puede parecer una pretensión ociosa, entre otras razones porque precisamente esa fue la principal dimensión de su vida que la prisión les arrebató a los detenidos. Sin embargo, y pese a las extremas condiciones de subsistencia, los prisioneros lograron crear espacios propios, formas de vida privada, prácticas íntimas e, incluso, momentos y significados que marcarían su paso por los campos de concentración. La conmoción por el arribo de nuevos prisioneros, el nuevo significado de la luz eléctrica a raíz de su uso como instrumento de tortura, la alegría de las visitas, la emoción cuando algunos salían en libertad, son aspectos, recuerdos, que marcaron a quienes sufrieron esta dura experiencia. El trastorno político experimentado a partir de 1973 dio un nuevo sentido a la experiencia del exilio nacional, el cual pasó a ser un fenómeno masivo, de larga duración y vastos alcances geográficos en términos de la presencia de nacionales en el mundo. Al mismo se refiere José del Pozo a través del caso de los chilenos exiliados en Montreal. Éste revela las características y condiciones de los protagonistas del fenómeno, sus sentimientos y reacciones, las habilidades que debieron adquirir, los ritos y formas de sociabilidad que desarrollaron para crear la «sensación» de familia, las crisis matrimoniales, familiares y sociales que enfrentaron. También el extraordinario desarraigo que el exilio implica para sus actores, una de cuyas manifestaciones fue la angustia de tener que aprender un nuevo idioma y la imagen de «las maletas abiertas», un verdadero síndrome que dificultó por largo tiempo su plena integración en la sociedad que los acogió. ¿Cómo un sujeto se transforma en enemigo de la patria?, ¿qué secuelas tuvo la dictadura entre las víctimas de las violaciones de los derechos humanos?, son las preguntas que guían el texto de Elizabeth Lira. En él aparece un Chile fracturado, de enemigos, fracasado, en el sentido de haber sido incapaz de resolver sus conflictos de manera pacífica y negociada. Pero sobre todo se ofrecen las consecuencias personales, familiares y, por todo lo anterior, sociales, de la práctica de la tortura y de la angustiosa realidad de que la vida de unos dependiera de la persecución y muerte de otros. Las sucesivas travesías: por la muerte, la de los deudos y sobrevivientes; por la tortura y la desaparición, la de las víctimas y sus parientes; hacia la libertad, la de los libres y exiliados, son mostradas a través de testimonios directos, de protagonistas individuales de un fenómeno que por su magnitud se transformó en una realidad social y nacional, que hunde sus raíces en el miedo. Por último, y en verdadero contraste con la politizada, polarizada y exasperante realidad social mostrada por la prensa nacional hasta 1990, Jorge y Gonzalo Rojas se adentran en el proceso de mediatización del país vivido desde 1973 en adelante. Desde el «adormecimiento» de los años iniciales del régimen de Pinochet, hasta el exultante plebiscito de
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1988, en el que los medios de comunicación tuvieron un papel esencial, el trabajo ofrece la evolución de la radio y del cine, la industria editorial, el impacto de la televisión y el fenómeno de Sábados Gigantes y la Teletón, entre muchos otros hechos, actores, medios y contenidos que marcaron la vida nacional en general, pero también la privada. El Chile mediatizado y «farandulizado» de la actualidad le debe mucho al desarrollo de los medios de comunicación social y al profundo impacto que ellos tienen en la vida concreta, íntima y privada de los televidentes. Para no referir la verdadera campaña de trivalización de la realidad que ellos mismos han promovido. Pero no es menos cierto también que el Chile de hoy, superficialmente vuelto hacia la vida privada de los famosos, y de los no tanto, menos «grave» y solemne, más grosero y desprejuiciado, más light en palabras de muchos, es deudor también de la polarización y la violencia experimentada en la segunda mitad del siglo XX. No por nada se ha visto la televisión, el gran protagonista de la vida familiar que todos tenemos en nuestro hogar, como una vía de escape, de evasión de la realidad. Una realidad que, al igual que la vida privada que esta historia ha comenzado a mostrar, en muchas ocasiones fue demasiado dura, no ya sólo como experiencia vital, sino incluso como para recordar y, luego, encarar como sociedad, fin al que esta historia espera contribuir. RAFAEL SAGREDO B. CRISTIÁN GAZMURI R.
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Parto, crianza y pobreza en Chile María Soledad Zárate «Madre, cuéntame todo lo que sabes por tus viejos dolores. Cuéntame cómo nace y cómo viene su cuerpecillo, entrabado en mis vísceras. Dime si buscará solo mi pecho o si se lo debo ofrecer, incitándolo. Dame tu ciencia de amor ahora, madre. Enséñame las nuevas caricias, delicadas, más delicadas que las del esposo. ¿Cómo limpiaré su cabecita, en los días sucesivos? ¿Y cómo lo liaré para no dañarlo? Enséñame, madre, la canción de cuna con que me meciste. Eso lo hará dormir mejor que otras canciones». «Cuéntame, madre...», Desolación, Gabriela Mistral
En Desolación (1922), Gabriela Mistral dedica su prosa y poesía al sentimiento y ejercicio de la maternidad. Para la poetisa, todo lo que una mujer necesitaba saber para ser una buena madre lo aprendía de la propia, en el seno familiar y/o en sus redes sociales más cercanas. La experiencia de quien había parido y criado resultaba irreemplazable, e imprescindible su transmisión de mujer a mujer: la confianza en la sabiduría de la que ha sido madre era incuestionable. De manera opuesta, la maternidad y las madres en la mirada de la medicina y de la asistencia social de Chile desde 1920, eran una experiencia y un grupo humano, respectivamente, que requería normarse, entrenarse y medicalizarse, en especial si pertenecían al segmento poblacional más pobre. El vasto repertorio de publicaciones que médicos y asistentes sociales produjeron y que se multiplicó significativamente en las décadas siguientes así lo corroboran. Gracias al registro monumental de esas fuentes es posible reconstruir parte de la experiencia del ciclo maternal1 de las mujeres pobres y trabajadoras que serían o eran madres y que buscaban auxilio en los servicios caritativos-privados de las gotas de leche y asilos, y en los estatales de la Caja del Seguro Obli-
Imagen de Guillermina Malvenda, quien parió en la calle, junto a su bebé. Una triste realidad que la protección social progresivamente fue erradicando. Unidad, Revista de los empleados de la Caja de Seguro Obligatorio, año 6, Nº 72, julio de 1947, p. 3.
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gatorio y la Dirección General de Sanidad en la primera mitad del siglo XX. El cuidado de parturientas, recién nacidos y lactantes, provisto por agentes sanitarios y sociales, era entendido como parte del proceso de reproducción de una nación e inspiró una cruzada estatal que, explícitamente, se propuso la intervención biológica2. La historia de la maternidad es, entonces, parte de una dimensión estratégica de la protección estatal y del proyecto sanitario-profesional del Chile contemporáneo. La profesionalización del cuidado maternal tenía como principal propósito médico reducir las altas tasas de mortalidad infantil y maternal al mejorar las condiciones asistenciales de la embarazada, del parto y de los dos primeros años de vida de los hijos. Pero también propiciaba la difusión de la puericultura y el vínculo materno-infantil que comenzaba a estimarse beneficioso. La muerte del bebé a los pocos días de nacer que, hoy por hoy, constituye una excepción y una sorpresa dado el avance alcanzado por la obstetricia y la pediatría, en el pasado reciente chileno era un hecho natural, aceptado y cotidiano. Más aún, para muchas mujeres resultaba un alivio, pues se decía que cada nuevo nacimiento era una tragedia para la familia obrera, como lo dejan entrever las lavanderas que dialogan en el conventillo recreado por el escritor Nicomedes Guzmán en su novela Los hombres oscuros, de 1939: «—¡Parece que Jacinto ya me plantó “otro”! ¡Este mes no me llegó la “cuestión”...! —¿Por qué no lo aborta, vecina? —¿Abortar? ¿Matarlo? ¡Ni me lo diga...! ¡Como si yo no hubiera visto el guagüito que botó mi comadre Zulema! ¡Chiquitito, una mano de sangre apenas, se movía como un grande! ¡Daban deseos de llorar, vecina, por Diosito! ¡Casi me ataqué! —La suerte que yo no tendré más chiquillos... ¡No sería tampoco capaz de botarlos! ¡Es un crimen! ¡Qué culpa tienen los pobrecitos! ¡Una suerte que me hayan sacado los ovarios! —¿Encuentra suerte eso, vecina? Después de todo, los chiquillos son una alegría para una... ¡Si la vida fuera fácil, yo me sentiría feliz de parir hartos chiquillos!... Pero así como va la vida, hasta pesa parir. ¡La vida la endurece a una! ¡No deja de ser bonito que la preñen a una...!»3. ¿Qué sabemos de las mujeres que se convertían en madres en el Chile de la primera mitad del siglo XX? ¿Cómo parían? ¿De qué morían las parturientas, los recién nacidos y los infantes menores de un año? ¿Dónde era mejor que se produjera el parto, en la casa o en el hospital? ¿Qué conductas, hábitos y moral familiar era necesario reformar para disminuir los altos índices de mortalidad materno-infantil, de abandono de los hijos y del aborto? ¿Qué políticas específicas podían mejorar las condiciones de vida de la población femenina pobre que estaba embarazada o que ya era madre? Estas fueron algunas de las preguntas que inspiraron las políticas de protección estatal médica y social dirigida a las embarazadas y madres de la clase trabajadora e indigente. Este artículo examina la trayectoria de algunas de aquellas políticas del Chile contemporáneo, que dieron vida a transformaciones que afectaron la experiencia del parto y la primera crianza y que fomentaron, entre otras consecuencias, el que ambas perdieran paulatinamente el carácter íntimo y la naturaleza doméstica que las rodeaba hasta entonces, para convertirse en materias de debate público sanitario. Paralela y contradic-
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PARTO, CRIANZA Y POBREZA EN CHILE
toriamente, el parto y la primera crianza experimentaron procesos de privatización en la medida que el primero fue, de manera progresiva, confinado al espacio hospitalario, y la segunda era circunscrita al espacio del policlínico, el consultorio y/o la oficina social. Ambas transiciones implicaban desechar gradualmente la influencia de las redes familiares y de la medicina popular y familiar en pos de integrar la de los profesionales sanitarios y asistenciales.
Parir en casa En Chile, el lugar del parto hasta pasada la mitad del siglo XX fue preferentemente el domicilio de la futura madre; no obstante, en el caso de la capital los partos asistidos en maternidades y hospitales ya alcanzaban el 60% de los nacidos vivos en 19514. Asimismo, la asistencia sanitaria del parto estuvo preponderantemente en manos femeninas, parteras y matronas, salvo en Santiago, donde la disponibilidad de médicos era mayor5. Desde fines del siglo XIX, la asistencia del parto y el cuidado de los hijos estimularon la formación obstétrica de las matronas y médicos, y su entrenamiento clínico en la Casa de Maternidad de Santiago. La asistencia del parto dejaba de estar exclusivamente en manos de parteras —conocidas por practicar una «ciencia de hembra»6 ligada al conocimiento médico popular e indígena— y comenzaba modestamente a ser parte de la preocupación de médicos y matronas instruidos en la naciente «ciencia obstétrica», inspirada en su símil europeo7. Sin desconocer este proceso, lo cierto es que aún la «ciencia obstétrica» se reducía a la oferta de un puñado de médicos y matronas que en Santiago beneficiaba a la población femenina que podía pagar sus servicios o a la más pobre que recurría a la Casa de Maternidad que, por ejemplo, no recibía más de dos mil mujeres en 18998. En 1900 se contabilizaban 110.697 nacidos vivos en el país9, y en 1895 el Censo registraba la existencia de 842 médicos y 814 matronas10. La mejor de las estimaciones indica que ambas categorías agrupaban a personas que declaraban tal oficio sin contar con certificación formal. Lo seguro es, entonces, que más de la mitad que se declaraba matrona, en realidad fueran parteras y/o curanderas; en consecuencia, la «ciencia de hembra» era la que se empleaba en la mayoría de los partos del país. ¿Qué sabemos respecto de los preparativos del parto, quiénes estaban junto a las mujeres? Pese a la importancia de este momento en la vida femenina, los testimonios de mujeres son escasos, y es necesario recurrir a fuentes literarias, médicas y asistenciales que se concentran preferentemente en la descripción de partos complicados y con desenlaces trágicos, y a los manuales de puericultura que incluían recomendaciones útiles al parto en el hogar de la futura madre. Hacia fines del siglo XIX, la principal compañía de las mujeres durante el parto en la casa eran las otras mujeres de la familia, las vecinas, la partera, la matrona o la «meica». Sólo en contadas excepciones se incluía al «médico o la partera, una criada y dos personas sumamente afectas a la parturienta, en el trance del parto»11. Cuando los dolores del alumbramiento comenzaban se recomendaba dar una alimentación sólida a las mujeres que les brindara energía para tolerar el esfuerzo físico del trabajo de parto: era habitual estimular el consumo de caldos de ave
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