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su devolución, España tuvo que ceder parte de la isla de Santo. 9. EL DILEMA DE 1810 ... Trinidad, a pocas millas de la costa venezolana. Los problemas del ...
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SERGIO VILLALOBOS R.

historia de los chilenos Tomo 2

TAURUS HISTORIA

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2007, Sergio Villalobos R. De esta edición: 2007, Aguilar Chilena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providencia, Santiago de Chile.



Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de Ediciones Avda. Leandro N. Alem 720, C1001 AAP, Buenos Aires, Argentina. Santillana de Ediciones S.A. Avda. Arce 2333, entre Rosendo Gutiérrez y Belisario Salinas, La Paz, Bolivia. Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. Calle 80 Núm. 10-23, Santafé de Bogotá, Colombia. Santillana S.A. Avda. Eloy Alfaro 2277 y 6 de Diciembre, Quito, Ecuador. Santillana Ediciones Generales S.L. Torrelaguna 60, 28043 Madrid, España. Santillana Publishing Company Inc. 2043 N.W. 87 th Avenue, 33172, Miami, Fl., EE.UU. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de C.V. Avda. Universidad 767, Colonia del Valle, México D.F. 03100. Santillana S.A. Avda. Venezuela Nº 276 e/ Mcal. López y España, Asunción, Paraguay Santillana S.A. Avda. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima, Perú. Ediciones Santillana S.A. Constitución 1889, 11800 Montevideo, Uruguay. Editorial Santillana S.A. Avda. Rómulo Gallegos, Edif. Zulia 1er piso Boleita Nte., 1071, Caracas, Venezuela.

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ISBN: 978-956-239-500-7 Inscripción N° 161.400 Impreso en Chile/Printed in Chile Primera edición: marzo 2007 Diseño Portada: Ricardo Alarcón Klaussen

Todos los derechos reservados. Esta publicción no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.

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ÍNDICE

LA EMANCIPACIÓN. 1810-1823. El dilema de 1810 .................................................................................... 9 Vacilaciones de la Patria Vieja .............................................................. 16 La noche de la Reconquista .................................................................. 36 La Patria Nueva ...................................................................................... 43

LOS COMIENZOS DE LA REPÚBLICA. 1823-1830. Carácter del período .............................................................................. 57 Alteraciones económicas ...................................................................... 59 La sociedad republicana ........................................................................ 70 Afianzamiento del sistema .................................................................... 85

LA ORGANIZACIÓN NACIONAL. 1830-1861. El poder y el orden .............................................................................. 101 La verdadera institucionalidad ............................................................ 114 Afirmación del destino nacional ........................................................ 129 Una nueva economía .......................................................................... 148 Cultura nacional y moderna ................................................................ 172 Sociedad de transición ........................................................................ 200

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EL DILEMA DE 1810 Panorama internacional No era promisoria la situación de España cuando comenzó a correr la primera década del siglo XIX. A los problemas de la corte, la inepcia de los reyes y el favoritismo, se unían los resultados moderados del reformismo ilustrado, menos satisfactorios que las expectativas soñadas. Gran Bretaña, mientras tanto, había alcanzado el predominio en los asuntos mundiales por su desarrollo industrial, la amplitud de su comercio, el crecimiento de su marina mercante y la sólida presencia de la marina de guerra en su doble papel de protectora y ejecutora de acciones bélicas. Habían surgido, además, los Estados Unidos, con un potencial económico visible, su comercio y el rondar de barcos balleneros y loberos. Los otros centros fabriles se unían con sus productos al tráfico mundial en una transformación que llevaba por todas partes la pulsación de un activismo económico. En esa forma, el comercio y la desenvoltura del contrabando asediaban a España y sus colonias, igual que la influencia más sutil de las ideas. Vinieron a trastornar el cuadro de la política internacional la Revolución Francesa y luego el imperio napoleónico, que necesariamente debían abrazar, en giros inesperados, a la tambaleante España. Los hechos se sucedieron con rapidez, sin continuidad de propósitos y de caída en caída. La corte madrileña procuró salvar la vida de los reyes franceses y terminó indisponiéndose con los revolucionarios. Éstos invadieron los territorios hispánicos cercanos a su frontera y, para lograr su devolución, España tuvo que ceder parte de la isla de Santo

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Domingo, que sería la base de Haití. Arregladas las cosas y aliada con Francia, el conflicto se desató con Gran Bretaña, con una derrota naval en el cabo de San Vicente, la entrega de Mallorca, y de Trinidad, a pocas millas de la costa venezolana. Los problemas del comercio y el estado de la Real Hacienda retrajeron momentáneamente a España, hasta que la amistad con Napoleón dio origen a un nuevo choque con los británicos, concluyendo en la derrota de Trafalgar en 1806. Aquel mismo año los ingleses golpean con violencia a las puertas de la América española, pensando atraer la voluntad de los criollos liberándolos de España. Francisco de Miranda, con ayuda norteamericana y luego inglesa, dirige una expedición contra Venezuela, sufre muchas bajas y, habiendo desembarcado, no logra insurreccionar a sus compatriotas. Mucho más considerable y mejor preparada fue una expedición enviada por la corona británica al Río de la Plata, que logró apoderarse de Buenos Aires y bloquear Montevideo. Sin embargo, los criollos, formando en las milicias y junto con algunas tropas, resistieron la ofensiva y recuperaron la capital, para luego defenderse de una segunda expedición que también derrotaron. Los americanos habían probado, en Venezuela y en el Plata, que profesaban gran lealtad a la monarquía y que estaban muy lejos de pensar en una emancipación. No podía negarse, tampoco, que esos hechos eran síntoma de las alteraciones que rodeaban a la política internacional y que las colonias estaban expuestas a cualquier amenaza o un vuelco impredecible. Además, los criollos de toda Hispanoamérica aplaudieron a los defensores de Buenos Aires y se enorgullecieron por un éxito guerrero que alcanzaba a todos. En la capitanía general de Chile se efectuaron ejercicios y algunas maniobras para prevenir un ataque. Con fuerte entusiasmo, algunos destacamentos militares y cuerpos de milicianos se acantonaron cerca de Santiago y emprendieron acciones que tuvieron tanto de preparativos bélicos como de función social. Hubo uniformes brillantes de los oficiales, damas bien ataviadas y jolgorio. En un episodio fortuito, una partida de caballería fue sorprendida por un grupo de infantería con disparos de pólvora, produciéndose un desorden vergonzoso, que minutos después fue respondido por los jinetes con golpes de lanza, palos, encontrones y

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uso del lazo, hasta poner en fuga a los infantes y dejar herido su amor propio. Éstos no iban a quedarse con la ofensa y taconearon sus fusiles con botones de las casacas y piedrecillas para efectuar disparos con algo más que pólvora; pero los jefes detuvieron las acciones para evitar consecuencias mayores. Hubo denuestos, chismes y unos versos jocosos poniendo en ridículo las maniobras. El evento había sido demostrativo del entusiasmo que despertaba la defensa del reino y de la monarquía; pero también se vio que no escaseaba el espíritu de chanza. En el tiempo que corría había motivos para estar intranquilos, pero también se tomaban las cosas a la ligera, en la seguridad de una existencia que corría apacible. Caída de la monarquía española Tranquilos corrían los días coloniales cuando una pequeña carta, llegada por vía de Buenos Aires, vino a sumir a los súbditos chilenos en raras cavilaciones. Según sus noticias, la familia real había viajado a Bayona y quizás Napoleón preparaba un golpe, pues era bien sabido que muchas tropas del emperador, destinadas a invadir Portugal, se encontraban en España. También llegó una proclama del alcalde de Móstoles, pueblo cercano a Madrid, que en lenguaje vehemente llamaba a los españoles a luchar contra los franceses, que habían destronado a los reyes. Las noticias eran inverosímiles y quizás eran una de esas farsas que la correspondencia traía de vez en cuando. Pero no había que engañarse, porque si bien la monarquía madrileña era poderosa y Bonaparte su amigo, la situación interna era profundamente deplorable. Había que despertar a la realidad. La corte se encontraba maleada desde los reyes para abajo. Carlos IV, regordete y sin carácter, se movía en palacio sin abocarse realmente a los asuntos de Estado. María Luisa, su esposa, casquivana y fea como una arpía, vivía dedicada al juego cortesano y preocupada de Manuel Godoy, un insignificante guardia de corps que había ascendido hasta el rango de príncipe de la Paz y favorito, con todas las llaves del poder.

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En el plano internacional, el juego de alianzas y contraalianzas en que se había envuelto España había terminado en un acuerdo con Napoleón, apoyado por el favorito Godoy, para atacar a Portugal. Oscuros presagios se abatieron sobre la corte y el pueblo, y las reacciones fueron desordenadas porque no había certidumbre política y la degradación ética había llegado al límite. En Aranjuez, donde se encontraban los reyes, el pueblo se levantó y se entregó al saqueo. Carlos IV abdicó y la corona pasó al príncipe de Asturias, que gobernaría como Fernando VII, mientras los pobladores celebraban el cambio con unos últimos saqueos. En medio de las intrigas palaciegas, tanto Carlos IV como Fernando VII habían buscado los consejos y el apoyo de Bonaparte, cuyos designios cada día eran más claros. Obtuvo que el ex monarca y el nuevo se trasladasen a Bayona, y estando ellos en territorio francés, usando una triquiñuela, logró que la corona quedase en sus manos, para entregarla de inmediato a su hermano José Bonaparte, designado «rey de España y de Indias». Concluida «la indigna comedia de Bayona», el pueblo español, mal armado y con mucho denuedo, inició la lucha contra el invasor. En las diversas ciudades se formaron juntas gubernativas para regir el país mientras durase el cautiverio del monarca; pero siendo necesario unificar el poder, cedieron el gobierno a la Junta Central de Sevilla y luego al Consejo de Regencia, establecido en Cádiz, en momentos en que casi todo el territorio se encontraba dominado por los franceses. La invasión napoleónica es un hecho completamente ajeno a la historia colonial, casi un efecto del azar, que tuvo la virtud de poner en marcha acciones y reacciones insospechadas, para conducir a la emancipación a la vuelta de pocos años. El fenómeno americano de tan gran significado no fue, sin embargo, de ocurrencia fortuita, sino que estaba en gestación poco visible, con síntomas aislados o difusos en la vida colonial. Eran las corrientes que operan en las sociedades fluyendo de una manera subterránea y que no afloran hasta que un detonante quiebra la superficie y deja que se manifiesten con todo su vigor.

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Los últimos días coloniales Gobernaba Chile, en forma interina, Francisco Antonio García Carrasco, militar torpe, atolondrado y de costumbres plebeyas, que no gozaba de ninguna simpatía. Tenía amigos de baja categoría y la maledicencia se había cebado en él. Se decía que tenía amores con «la etíope Magdalena», una negra de su cocina, y que era aficionado a las peleas de gallos. Había llegado al poder en medio de disputas, que se prolongaron por diversos motivos con varias instituciones, creándose un ambiente de tensiones que se agregaba a la situación exterior. Día a día, las noticias de Europa oscurecían el horizonte y creaban una sensación de desamparo y de incertidumbre. España parecía definitivamente perdida y no estaba claro el destino de las colonias a merced de las grandes potencias. Desde el primer momento se formaron dos tendencias para enfrentar los hechos. Una de ellas, conformada principalmente por los españoles, identificaba la situación de las colonias no sólo con el rey, sino también con el pueblo peninsular y, por lo tanto, con sus nuevos órganos de gobierno. La otra, donde predominaban los criollos, también apoyaba la causa de Fernando VII, pero prescindía de la sujeción al pueblo español y sustentaba el vínculo directo con el monarca, de acuerdo con la vieja teoría. Esta posición, además, parecía legitimada por el ejemplo de los peninsulares en España al constituir sus órganos representativos.

Plaza de Armas de Santiago, vista hacia el oriente.

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Algunos hechos ocasionales vinieron a acelerar el pulso de los acontecimientos. García Carrasco ordenó arrestar y enviar a Lima a tres destacados criollos denunciados por tramar algo contra el régimen monárquico. La delación fue considerada falsa por el común de la gente, porque se tenía absoluta confianza en la lealtad de los afectados, y estalló un mar de fondo contra el gobernador, que se vio impelido a dejar el mando. Asumió en forma interina, de acuerdo con la ley, el anciano criollo don Mateo de Toro Zambrano, conde de la Conquista, una de las figuras más destacadas de la aristocracia por sus antecedentes, riqueza y hombría de bien. El regocijo fue general por ser un criollo y restablecerse la confianza en el gobierno después de los desaciertos del antecesor. Nadie se hacía cargo de su avanzada edad, su falta de carácter e inseguridad personal. Las noticias de afuera encendían temores o esperanzas. El virrey de Buenos Aires, en 1809, abrió aquel puerto al comercio con todas las naciones a causa de los problemas del tráfico con España. Entre 1808 y 1809 se establecieron juntas de gobierno, de corta vida a causa de la represión, en Montevideo, Chuquisaca y la Paz, pertenecientes al virreinato de Buenos Aires, y en Cartagena, Pamplona, Bogotá y otras ciudades del virreinato de Nueva Granada. Finalmente, el 25 de mayo de 1810, se formó la Junta de Buenos Aires, que subsistiría sin problemas. Desde España llegaban noticias contradictorias y se sospechaba que Napoleón dominaba casi toda la península. El futuro se hacía más incierto si los franceses, los ingleses u otra nación intentaban algo en las colonias hispánicas. Se desconfiaba de todos, hasta de los españoles, y no había más seguridad que las decisiones que se tomasen en Chile para conservar el reino a Fernando VII. Hacia mediados de 1810 el ambiente era tenso. Unos deseaban reconocer al Consejo de Regencia que gobernaba en España y otros estaban por la formación de una junta gubernativa. Los partidarios del Consejo sacaron adelante sus planes y obtuvieron que se le jurase públicamente a mediados de agosto, con las ceremonias acostumbradas en los grandes eventos. Parecía una derrota para los juntistas, aunque ellos no se dejaron vencer. Cada bando sospechaba de las intenciones del otro, se murmuraba en los corrillos y circulaban muchas copias de proclamas y pasquines

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que enardecían los ánimos. Un documento notable, el «Catecismo político cristiano», aparecido en varios lugares de América y adaptado para Chile por el jurista don Juan Martínez de Rozas, que lo suscribió con el seudónimo de José Amor de la Patria, formuló duras críticas contra el régimen colonial e instigó a formar una junta de gobierno, un congreso americano, y establecer una constitución. El escrito, largo y razonado, analizaba los distintos tipos de gobierno y señalaba que el monárquico era indeseable, inclinándose por el republicano, que aseguraba la dignidad y majestad del pueblo, siendo el que más se acercaba a la igualdad y alejaba los horrores del despotismo. Sin embargo, el autor, de manera sibilina, daba fe de adhesión al rey cautivo, e indicaba que era preciso conservarle estos dominios para cuando viniese a gobernarlos. La contradicción, demasiado evidente, no se comprende ni aun como una concesión al fuerte sentimiento monárquico dominante en el país. En forma exaltada, el documento acumulaba críticas contra el absolutismo de los soberanos y el sistema colonial. Denunciaba que los cargos, honores y rentas eran para los españoles, quedando excluidos los criollos. El monopolio arruinaba a las colonias, todas las decisiones estaban calculadas para llevarse el dinero a la metrópoli y los impuestos eran exorbitantes. No había preocupación por la educación, quedando los pueblos americanos entregados a la ignorancia. En forma patética, la proclama declaraba que las provincias españolas de América eran «colonias y factorías miserables». El documento traslucía el pensamiento de los criollos más cultos, era exagerado y caía en apreciaciones falsas, mostrando el grado de exaltación a que se había llegado. En cuanto al planteamiento político y teórico para justificar la formación de una junta, se acudía a la idea tradicional de que el poder se origina en el pueblo y que éste lo deposita en el rey. Faltando el monarca, el poder volvía a su fuente originaria que, en este caso, podía establecer una junta provisional. No aparecía en ninguna parte una intención clara de autonomía. Fernando VII podría volver a gobernar, pero bajo un régimen constitucional, y si el rey no regresaba, el tiempo y las circunstancias serían la regla de conducta. Junto a la doctrina tradicional aparecían con fuerza las nuevas concepciones del racionalismo político, la igualdad esencial de

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